lunes, 31 de diciembre de 2012

"Catequesis e historia de la salvación"




   
  
Profesor de la Universidad de Murcia
La centralidad de la Historia de la salvación en la Catequesis es fruto del Concilio Vaticano II cuya Constitución Dei Verbum comienza haciendo comprender que la Iglesia escucha y anuncia la Palabra de Dios, con el fin de que el mundo “oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame” (DV 1). Ahí hay que situar a la catequesis de la comunidad cristiana: en el anuncio y explanación de la Palabra que manifiesta una revelación que siempre tiene un carácter histórico:
“Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación” (DV2).
Objetivo:
Poner de manifiesto la centralidad de la Palabra de Dios en la vida cristiana mostrando la historia de salvación como categoría esencial para el primer anuncio, la iniciación cristiana y la vida pastoral de la Iglesia pues nosotros «confesamos que Dios ha comunicado su Palabra en la historia de la salvación» (Verbum Domini 7).
Etapas: Presentamos las etapas decisivas de la economía de la salvación, con sus personajes y en los textos narrativos que tienden a Cristo y tienen en él su culmen. Es obvio que todas las referencias citadas estarán tomadas de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española. Son nombres e historias que mantienen una coherencia interior accesible sólo desde la fe.
Espacio y tiempo: Después, dirigimos la atención a la dimensión espacio-temporal de la historia de la salvación, el despliegue de Dios en un tiempo que por su gracia se abre a la eternidad y en un espacio-lugar que sin ser «santo» se hace «sagrado» por el misterio de la encarnación del Hijo que dilata el cosmos y lo abre, trascendentalmente, al misterio de Dios y a la plenitud de su Reinado. Historia y cronos en un locus redimensionado, un nuevo aquí y ahora, cielos nuevos y tierra nueva, definitivamente recreados por la encarnación-redención-parusía.
Cristo centro y plenitud: Pasamos, más tarde, a mirar a Cristo que hace nuevas todas las cosas y es cumplimiento de las promesas de Israel y nueva alianza para la humanidad redimida en la Cruz. Jesucristo es centro de la Historia de Salvación, contenido de la catequesis y Maestro que inaugura el Reino de Dios con una pedagogía nueva.
Documentos y Catecismos: Por último, nos detenemos tanto en los documentos como en el Catecismo de la Iglesia Católica y los de la Conferencia Episcopal Española. En ellos la centralidad bíblica es patente y la historia de la salvación es la luz que “interpreta los acontecimientos actuales de la historia humana”. La narración de las maravillas obradas por Dios y la espera del retorno de Cristo, contenido central de la Sagrada Escritura, van de la mano de la exposición de la fe (credo), de la celebración cristiana (sacramentos), de la iluminación de la vida (mandamientos) y de la oración (padrenuestro).
Conclusión
1. Etapas, personajes y trabazón de la Historia de salvación
Si pudiéramos imaginar una figura para expresar qué es la historia en el pensamiento cristiano no trazaríamos ni una línea, ni un círculo, sino una espiral de espirales. En el pensamiento judío y cristiano la historia no es un retorno eterno, permanente, puramente circular, que se repite cada generación. Tampoco concebimos el tiempo como una línea que comenzó y no terminará, indefinidamente. Estaríamos, si pudiéramos representar la cosmovisión cristiana sobre el tiempo en una hipotética espiral de círculos y círculos que partiendo del Padre en el tiempo Creador lleva a la plenitud de los tiempos donde todo converge en Cristo, ya presente en la creación; desde la Nueva Creación de la Pascua parten de él también en múltiples círculos que forman un espiral en expansión que prepara su vuelta gloriosa. Esa espiral de espirales que viene de Dios y a Dios nos lleva, tiene su columna axial en Cristo preexistente, encarnado, muerto y resucitado que ha de volver glorioso para reinar por siempre.
Podemos, por tanto, delimitar los tiempos de la Historia de Salvación del siguiente modo: Tiempo de caos y creación, Tiempo de gracia y espacio de libertad, Tiempo de pecado y desorientación, Tiempo de llamada y de promesas, Tiempo de opresión y liberación, Tiempo de desierto y de Alianza, Una tierra para un pueblo, Tiempo de exilios y profecía, Plenitud de los tiempos en Cristo, Tiempo para la Iglesia peregrina al servicio del Reino que espera la Parusía del Señor.
Unas palabras de Benedicto XVI aclaran la unidad interior de todos estos tiempos, resumibles a su vez en tres tiempos decisivos. Sólo la fe puede hacernos comprender esta unidad y este dinamismo en toda su plenitud y en todo su alcance:
«El tiempo de la historia de la salvación se articula en tres grandes "momentos": al inicio, la creación; en el centro, la encarnación-redención; y al final, la "parusía", la venida final, que comprende también el juicio universal. Pero estos tres momentos no deben entenderse simplemente en sucesión cronológica. Ciertamente, la creación está en el origen de todo, pero también es continua y se realiza a lo largo de todo el arco del devenir cósmico, hasta el final de los tiempos. Del mismo modo, la encarnación-redención, aunque tuvo lugar en un momento histórico determinado —el período del paso de Jesús por la tierra—, extiende su radio de acción a todo el tiempo precedente y a todo el siguiente. A su vez, la última venida y el juicio final, que precisamente tuvieron una anticipación decisiva en la cruz de Cristo, influyen en la conducta de los hombres de todas las épocas». (Benedicto XVI, Angelus del 30 noviembre de 2008).

TIEMPO DE CAOS Y DE CREACIÓN
En los dos primeros capítulos del Génesis se resalta el diseño de Dios que parece estar ordenando el caos. Su PALABRA ordena la realidad, la crea y así lo vivifica todo. Se esquematiza la creación en siete días, y en el sexto, antesala del descanso divino, crea Dios al hombre a su imagen:
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” ( Génesis 1,26).
Los personajes claves de este tiempo originario son Adán y Eva: la humanidad irreductiblemente masculina y femenina, creada para el amor y la armonía.
TIEMPO DE GRACIA Y ESPACIO DE LIBERTAD
Es el tiempo primero de gracia y armonía. El varón armónicamente unido a la mujer, la criatura humana en comunión plena con la creación y con el Creador-Padre goza en el diálogo y la relación con Dios. Es el tiempo de la libertad, porque sin ella la humanidad no estaría todavía humanizada. Es el tiempo donde la seducción es posible y el pecado es una posibilidad. Es el tiempo donde se van a quebrar la armonía y la solidaridad. Se abre -por la seducción- el tiempo de la vergüenza y la culpa. Ya no se atreven a mostrarse cara a cara con Dios…
“que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa” (Génesis 3,8).
TIEMPO DE PECADO Y DESORIENTACIÓN
A partir del capítulo 4, el libro del Génesis ofrece un panorama de desorientación. Es la corrupción que permite afirmar al autor del libro que
“Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra y que todos los pensamientos de su corazón tienden siempre y únicamente al mal, el Señor se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra y le pesó de corazón” (Génesis 6,5).
La decisión de Dios, si pudiéramos hablar así, no hizo caso al peso de su corazón y por eso estableció un pacto con Noé:
“Yo estableceré mi alianza contigo” (Génesis 6,17) y “Noé hizo todo lo que le mandó el Señor” (Génesis 6,22).
Podríamos pensar en una interpretación alegórica del diluvio universal como tiempo para una primera purificación que renovara y ofreciera una oportunidad. Noé evoca a Adán, el diluvio devuelve a la tierra al caos inicial, pero la bondad de Dios es más fuerte que el pecado de los hombres y se restablece la historia aunque nunca volverá el Edén perdido.
Después del diluvio, surgen muchos pueblos de la descendencia de Noé. Y también surgirá Babel, una confusión latente que se hace patente.
“Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos un nombre” (Génesis 11,4)
Construir el mundo sin tener en cuenta a Dios se vuelve siempre contra el hombre.
TIEMPO DE LLAMADAS Y DE PROMESAS
La preocupación que Dios ha mostrado por la humanidad, se centró más tarde en la atención por una persona concreta: Abrán. A un hombre sin descendencia y nómada, de la tierra de Ur, en Caldea, Dios le hizo la promesa de la tierra y de un hijo, y en él la promesa de un pueblo numeroso.
“Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Génesis 12,1-3).
Las promesas, reiteradas una y otra vez, son el contenido de la Alianza (Génesis 17,1-14) y poco a poco se fue abriendo paso la salvación de Dios para un pueblo con una historia y en una tierra, siempre cifrada en tiempo real y en espacio concreto. Habrá “intervenciones” divinas para el nacimiento de Ismael, en la teofanía de Mambré, para el nacimiento de Isaac y la prueba de Abraham, en la muerte de Sara y durante los ciclos de Isaac y de Jacob, hasta constituir a Israel (Génesis 32,23-32). Dios ha decidido intervenir ofreciendo una presencia que no está vinculada a un santuario, sino a un pueblo y a una promesa.
TIEMPO DE OPRESIÓN Y LIBERACIÓN
Vale la pena detenerse en el ciclo de José (Génesis 37-50). El final del libro del Génesis, muestra a José rodeado de una prole muy numerosa y ofrece un nexo entre la memoria de los patriarcas y la esperanza del Éxodo hacia la tierra prometida:
“Yo voy a morir, pero Dios cuidará de vosotros y os llevará de esta tierra que juró dar a Abrahán, Isaac y Jacob” (Génesis 50,24).
“Surgió en Egipto un faraón nuevo que no había conocido a José” (Exodo 1,8).
Aparece el ciclo de Moisés, con un nacimiento y una infancia que le preanuncian como salvado “de las aguas” y como libertador “de un pueblo”. De nuevo el agua, de nuevo un linaje. El ciclo de Moisés es extraordinario y le servirá al evangelista Mateo para ofrecerlo como tipo de Cristo. La vocación de Moisés y el episodio de la zarza comprometen a Dios con el sufrimiento de su pueblo y por eso afirma:
“He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel” (Exodo 3,8).
El episodio inicia un tiempo de pugna y confrontación del Señor con el faraón hasta que sucede la Pascua y la salida de los israelitas. El paso por el Mar Rojo evoca la creación y el diluvio y ahora es signo y tiempo en la liberación de Israel.
TIEMPO DE DESIERTO Y DE ALIANZA
Tras el paso del mar llegaron al Sinaí y Moisés “subió hacia Dios” (Exodo 19,3). En el desierto la teofanía, la Alianza, la entrega de la Ley, el becerro de oro y la alianza renovada:
“Yo voy a concertar una alianza: en presencia de tu pueblo haré maravillas como no se han hecho en ningún país o nación” (Exodo 34, 10).
El final del Deuteronomio nos sitúa ante la tierra prometida, prepara la ocupación y la conquista. El discurso segundo de Moisés se ocupa del lugar y del tiempo, del nosotros y del aquí y ahora:
“No concertó el Señor esta alianza con nuestros padres, sino con nosotros, con todos los que estamos vivos hoy, aquí” (Exodo 5,3).
Hasta cinco discursos ofrece el libertador. La alianza se formula en forma de credo narrativo donde la fidelidad de Dios exige la fidelidad del pueblo:
“Escucha Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales. Cuando el Señor tu Dios te introduzca en la tierra que había de darte, según juró a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob, con ciudades grandes y ricas que tú no has construido, casas rebosantes de riquezas que tú no has llenado, pozos ya excavados que tú no has excavado, viñas y olivares que tú no has plantado, y comas hasta saciarte, guárdate de olvidar al Señor que te sacó de Egipto, de la casa de esclavitud. Al Señor, tu Dios, temerás, a él servirás y en su nombre jurarás“ (Deuteronomio 6,4-13)

UNA TIERRA PARA UN PUEBLO

Los libros históricos comienzan con el ciclo de Josué y las estrategias de la conquista: Jericó, el paso del Jordán, la conquista del Sur y la conquista del Norte de la tierra. El reparto del territorio hasta la Asamblea de Siquén, que ofrece una verdadera síntesis de la historia de salvación (Josué 24,1-13). La memoria, ya estereotipada, testifica siempre el protagonismo de Dios y sus acciones salvíficas y la palabra de Josué ahora ejerce de notario ante el pueblo que ha de venir en el futuro.

TIEMPO DE EXILIOS Y PROFECÍAS

Tiempo de Jueces, Tiempo de Reyes. La historia de la monarquía es una constante ida y vuelta a la alianza sellada por Dios con Israel. Los ciclos de Saúl, David y Salomón marcan una época fuerte y dorada para la memoria de Israel, pero no siempre es suficiente. Aunque poseen una tierra y son un pueblo, se olvidan de Dios (Idolatría), dejan de ser fieles (Infidelidad) y olvidan el código del desierto (Injusticia). Los profetas permanentemente denuncian su comportamiento y llaman a la conversión recordando la alianza, pero entretanto va surgiendo el anhelo de una justicia y una fidelidad nuevas y mayores.

Se abre paso la esperanza mesiánica y los profetas cantan anuncios que se irán comprendiendo progresivamente.

“Mirad a mi Siervo a quien sostengo,
mi elegido, en quien me complazco.
He puesto mi espíritu sobre él,
manifestará la justicia a las naciones.
No gritará, no clamará,
no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará
la mecha vacilante no la apagará.
Manifestará la justicia con verdad.
No vacilará ni se quebrará,
hasta implantar la justicia en el país.
En su ley esperan las islas.
Esto dice el Señor, Dios
que crea y despliega los cielos,
consolidó la tierra en su vegetación,
da el respiro al pueblo que la habita
y el aliento a quienes caminan por ella:
«Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia,
te cogí de la mano, te formé
e hice de ti alianza de un pueblo
y luz de las naciones,
para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la cárcel,
de la prisión a los que habitan en tinieblas.
Yo soy el Señor, este es mi nombre;
no cedo mi gloria a ningún otro,
ni mi honor a los ídolos.
Lo antiguo ya ha sucedido,
y algo nuevo yo anuncio,
antes de que brote os lo hago oír» (Isaías 42,1-9)


Los profetas, particularmente Isaías y Jeremías fueron acompañando la esperanza mesiánica hasta el tiempo del precursor Juan el Bautista, antecesor inmediato de Jesús.

Papel especial tiene María, la Virgen Madre de Jesús que recibió en Nazaret la visita del ángel anunciando el nacimiento del Salvador, Jesús el Mesías. Y así se cumplió la promesa.

Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo el peso de la ley, para que recibiéramos la adopción filial”(Gálatas 4,4)

PLENITUD DE LOS TIEMPOS:
ENCARNACIÓN Y REDENCIÓN DE JESUCRISTO SALVADOR

La Carta a los Hebreos permite entender la unidad de la historia de la salvación en Cristo. Por lo que ofrece, por quien la ofrece y por el modo de ofrecerla, esta es la salvación definitiva. Ésta es la etapa final de la historia porque es definitiva y porque ahora ya no se ofrece un signo salvífico sino que lo que se ofrece es la misma salvación integral (del pecado y de la muerte) y la ofrece Jesucristo, “reflejo” e “impronta” del mismo ser de Dios, y a precio de su misma sangre. Ya no es promesa, ahora es cumplimiento. Ya no es esperanza, porque es visión.
“En muchas ocasiones, y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el nombre que ha heredado” (Hebreos 1,1-4).

TIEMPO PARA LA IGLESIA PEREGRINA
AL SERVICIO DEL REINO ESPERANDO LA PARUSÍA

En la carta a los Efesios se canta el Himno al designio salvífico de Dios: Ya no es una tierra prometida, ahora es toda la tierra consagrada; ya no es un pueblo pequeño y débil, ahora son todos los pueblos, la salvación es universal; ya no es la paz y la justicia de aquí, de esta tierra, sino la recapitulación de todas las cosas de los cielos y de la tierra, porque ha llegado la plenitud de todos los tiempos en Cristo.

“Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bendiciones
espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
Para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo
según el beneplácito de su voluntad,
a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
En él, por su sangre, tenemos la redención,
el perdón de los pecados,
conforme a la riqueza de la gracia
que en su sabiduría y prudencia
ha derrochado sobre nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad:
el plan que había proyectado
realizar por Cristo en la plenitud de los tiempos:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
En Él hemos heredado también
los que ya estábamos destinados
por decisión
del que lo hace todo según su voluntad,
para que seamos alabanza de su gloria
quienes antes esperábamos en el Mesías.
En Él también vosotros,
Después de haber escuchado la palabra de la verdad
-el evangelio de vuestra salvación-
creyendo en él
habéis sido marcados con el sello del Espíritu Santo prometido.
Él es la prenda de nuestra herencia,
mientras llega la redención del pueblo de su propiedad,
para alabanza de su gloria” (Efesios 1,3-14)


En este himno está resumida buena parte de la cristología neotestamentaria y ahí queda patente la obra redentora y salvífica de Jesucristo, plenitud de los tiempos.
Ahora, y en el seguimiento de Cristo, surge la comunidad cristiana sirviendo como Él al anuncio del Reinado de Dios, llamando a la conversión, anticipando con obras, signos y milagros, y explicándolo a todos con parábolas y enseñanzas que llevan al mismo Jesús. También la Iglesia, que anuncia con obras y palabras, celebra a Jesucristo muerto y resucitado, en la Eucaristía que evoca la memoria pascual, que hunde sus raíces en la Pascua Judía y convoca a todos los pueblos al banquete universal de fraternidad.

La nueva creación supera el tiempo y el espacio, porque en espíritu y en verdad muestra el camino al Padre, esperando al Hijo glorioso por la fuerza del Espíritu. Son unas palabras de la IV Plegaria Eucarística, toda ella resumen litúrgico de la historia de salvación, las que condensan esta expectativa y este tiempo eclesial abierto a la Parusía del Señor:

“Por eso, Padre,
al celebrar ahora el memorial de nuestra redención,
recordamos la muerte del Cristo
y su descenso al lugar de los muertos,
proclamamos su resurrección y ascensión a tu derecha;
y mientras esperamos su venida gloriosa,
te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre,
sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo”


2. Historia de Salvación: espacio y tiempo

Cada cultura ha tenido que repensar filosófica y teológicamente la historia de salvación a partir de su forma de comprender el tiempo y el espacio. Es crucial para establecer con acierto la idea de salvación y es un cometido para cada época si quiere vivir la fe. Podríamos reformular el viejo refrán (dime con quién andas –historia- y te diré quien eres –identidad-) del siguiente modo: dime cómo vives tu relación con el tiempo y con el espacio, di cómo te relacionas con la realidad y te diré quién eres y cómo es tu experiencia de Dios.
Vienen en nuestra ayuda un par de textos de Juan Pablo II tomados de la preparación a la Celebración del Jubileo del año 2000. Uno de ellos forma parte de la Carta en la que manifestaba su deseo de peregrinar a los lugares vinculados a la historia de salvación y el otro es de Tertio millenio adveniente. El espacio y el tiempo, irreductiblemente, se alían para hacernos comprender la importancia de la encarnación-redención de Jesucristo. Mi meditación, decía en 1999, Juan Pablo II, “me lleva a los «lugares» de Dios, a aquellos espacios que Él ha elegido para poner su «tienda» entre nosotros (Jn 1, 14; cf. Ex 40, 34-35; 1 Re 8, 10-13), con el fin de permitir al ser humano un encuentro más directo con Él. De este modo, completo en cierto sentido la reflexión de la Tertio millennio adveniente, donde, con el trasfondo de la historia de la salvación, la perspectiva dominante era la relevancia fundamental del «tiempo». En realidad, en la concreta actuación del misterio de la Encarnación, la dimensión del «espacio» no es menos importante que la del tiempo” (n. 1). En este otro lugar afirmó que: “«En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la «plenitud de los tiempos» de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician los «últimos tiempos» (cf. Hb 1, 2), la «última hora» (cf. 1 Jn 2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia que durará hasta la Parusía.» (TMA 10).

El aquí y el ahora, Hic et nunc, son esenciales para el cristianismo. No estamos ante una religiosidad etérea, inconcreta y desencarnada. El Verbo toma rostro, medida humana, domicilio y profesión, sudor y lágrimas, risa y palabras, lenguaje de calle, lee, trabaja, celebra banquetes y convoca una comunidad en torno a su persona. El Verbo encarnado ora al Padre y se compadece de las ovejas sin pastor, y por ellas dará la vida. Y lo hace allí, y entonces, y cumple las promesas de ayer para hoy y para mañana, en el siempre de Dios. El locus es realmente teológico y el cronos por pura gracia, plenamente kairológico.
Esta centralidad histórico-salvífica en Cristo, encarnado en un tiempo y un lugar, no se limita a la redención de la creación tocada por el pecado, sino que recreándola por su entrega en el amor hasta el extremo redimensiona el tiempo y el cosmos. La segunda carta de Pedro evoca esta nueva realidad que brota del mismo Jesucristo:
“El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces los cielos desaparecerán estrepitosamente, los elementos se disolverán abrasados y la tierra con cuantas obras hay en ella quedará al descubierto. Puesto que todas estas cosas van a disolverse de este modo ¡qué santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios! Ese día los cielos se disolverán incendiados y los elementos se derretirán abrasados. Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Pedro 3, 10-13).

Esta nueva realidad redimensionada en Cristo tiene al menos tres consecuencias para nuestra cultura y también para la catequesis con niños, jóvenes y adultos.
Una primera es el alcance ético-profético de este Señorío sobre el espacio y el tiempo. Vivimos una cultura instalada en el presentismo y carente de memoria, incapaz de reconocerse en unas raíces culturales, cristianas o no, y aterrorizada ante el futuro incierto y precario. Esta mentalidad dominante hoy es irreconciliable con una Historia salutis que refleja la voluntad de Dios, a saber, Dios quiere que el hombre, todo el hombre y todos los hombres, vivan para siempre, le ama en gracia y misericordia y tiene en la cruz de Jesús el contrapunto absoluto a toda injusticia, dolor, muerte y pecado. Dios siempre ha tomado la iniciativa y desde el origen busca al hombre para salvarlo hasta de sí mismo cuando le ofrece un origen (protología) y un destino (escatología).
También esta nueva realidad en Cristo, Pascua de la Humanidad, se proyecta de un modo nuevo en su perspectiva doctrinal-evangélica-reconciliadora, dando a la historia un sentido trascendental, una unidad que brota de la redención universal de todas las cosas en Cristo. En un mundo entregado al paradigma científico, inmanentista y cerrado en lo cuantitativo y medible, la Historia de la Salvación ofrece una superación de la supremacía del tener, del hacer y del poder porque la gracia y el amor se convierten en alternativa que sirve a la humanización de la historia y la comunión con la creación.
La tercera proyección es, por así decir, estética pero no esteticista, sino simbólica y silente: la hermosura de Dios nos lleva a la alabanza, al canto y a la belleza que supera una realidad mostrenca instalada en la fealdad. La historia de salvación, y la plenitud cristocéntrica genera una fraternidad nueva, una justicia mayor y una alabanza existencial que no se limitan a un compromiso ajeno al canto.
Una adecuada relación con el tiempo y el espacio proporciona al catecúmeno, al creyente, una sólida identidad, una inteligencia capaz del misterio, una ética que supera el utilitarismo y el comunitarismo y sobre todo una belleza que salvará al mundo. Así, la catequesis, a través de la inserción de la historia personal en la historia de un pueblo que se vive en alianza con Dios le permite alcanzar la bondad y la verdad.
En otras palabras, así lo han manifestado los obispos españoles en la Instrucción pastoral de presentación de la Sagrada Biblia donde explican:


“Como la Teología, también la catequesis, está llamada a extraer «siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra da Dios, transmitida mediante la tradición y la Escritura».Y es que, la Sagrada Escritura, leída e interpretada en el seno vivo de la Tradición eclesial, es fuente de la catequesis en cuanto proporciona sus contenidos doctrinales (catequesis como historia de la salvación), inspira sus actitudes (catequesis como formación a la vida evangélica) e introduce en la comunión viva de la Iglesia (catequesis como mistagogia bíblica y litúrgica)». (CEE, Instrucción Pastoral La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia, n., 8).


3. Carácter central de Jesucristo en la Historia de Salvación, en la Catequesis y en la Pedagogía Catequética


El cristocentrismo, propio de la catequesis, trae consigo una relectura de la historia e incluso de la propia historia, una lectura creyente de los acontecimientos pasados y también actuales porque “cuando uno acoge el Evangelio de forma coherente con la fe, trata de hallar entre la historia humana aquellos acontecimientos significativos en los que Dios ha dejado –si puede decirse así- huellas de Su intervención, y por medio de los cuales, Él mismo ha conducido el curso de la historia a su «cumplimiento». Estos acontecimientos constituyen la trama misma de las Sagradas Escrituras; por ello, la «consumación» de la historia así entendida recibe el nombre de «escatología» (Sagrada Escritura y Cristología, 936 Enquiridion Bíblico). Así la historia de Salvación que tiene su centro en Jesucristo se convierte en contenido y en método de la transmisión de la fe.

La economía de la salvación tiene un carácter histórico porque se realiza en el tiempo: «empezó en el pasado, se desarrolló y alcanzó su cumbre en Cristo; despliega su poder en el presente; y espera su consumación en el futuro» (cf DPC). La catequesis, por tanto, al transmitir hoy el mensaje cristiano desde la viva conciencia que tiene de él, guarda constante «memoria» de los acontecimientos salvíficos del pasado, narrándolos de generación en generación. A su luz, interpreta los acontecimientos actuales de la historia humana, donde el Espíritu de Dios renueva la faz de la tierra y permanece en una espera confiada de la venida del Señor. Este carácter histórico del mensaje cristiano obliga, según el DPC, a la catequesis a cuidar varios aspectos, entre los que destaca el de
“Presentar la historia de la salvación por medio de una catequesis bíblica que dé a conocer las «obras y palabras» con las que Dios se ha revelado a la humanidad: las grandes etapas del Antiguo Testamento, con las que preparó el camino del Evangelio; la vida de Jesús, Hijo de Dios, encarnado en el seno de María que con sus hechos y enseñanzas llevó a plenitud la Revelación; la historia de la Iglesia, transmisora de esa Revelación. Esta historia, leída desde la fe, es también parte fundamental del contenido de la catequesis” (DPC 108)
Este carácter histórico de la Salvación y de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas:
“Las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan. A su vez, las palabras proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas» (DV 2)”.
Los obispos españoles han afirmado este carácter histórico de la salvación y de la revelación en el documento La Catequesis de la Comunidad con estas palabras:
“«Dios se revela entrando en la historia de los hombres: haciéndose presente en la historia del pueblo de Israel, encarnándose en Jesús de Nazaret, y prolongando su presencia en el mundo por medio de los cristianos, que constituyen su Iglesia, el nuevo Israel. (CC 112).
Cristo es centro de la historia de Salvación y podemos descubrirlo tanto en el Nuevo como en el primer o Antiguo testamento. Dicen que San Agustín pasó del estudio del Hortensio de Cicerón al estudio de la Biblia, pero antes de llegar al catolicismo recaló en el maniqueísmo, que era un cristianismo vivido como solo o pura razón, solo neotestamentario sin referencia alguna al Antiguo Testamento. En medio de los avatares históricos de Israel, de su Biblia, se halla “transparentado” el Logos, el Verbo, la misma Sabiduría, Jesucristo ya está presente tal como hizo comprender la exégesis de San Ambrosio cuando abrió a Agustín el camino del cristianismo de la Iglesia Católica. El rechazo del AT constituiría la disolución del cristianismo:
“La interpretación cristiana del AT es, pues, una interpretación diferenciada según los distintos tipos de textos. No sobrepone confusamente la Ley y el Evangelio, sino que distingue cuidadosamente las fases sucesivas en la historia de la revelación y de la salvación. Es una interpretación teológica, pero al mismo tiempo plenamente histórica. Lejos de excluir la exégesis histórico-crítica, la requiere” (El pueblo judío… 1727 Enchiridion Biblico).

Si la catequesis extrae su contenido de la historia de salvación centrada en Jesucristo, la formación del catequista le exige ser un experto en Historia de Salvación, o lo que es lo mismo, tener sabiduría y conocimiento abundante de la Sagrada Escritura, pues desconocerla, en palabras de San Jerónimo, es desconocer o ignorar a Cristo.
Esta necesidad ha sido puesta de manifiesto por los documentos de la Conferencia Episcopal aludiendo a que
“El catequista ha de conocer las grandes etapas de la Historia de la Salvación así como las grandes experiencias bíblicas. Se le hará descubrir el sentido de la Historia de la Salvación que alcanza su culminación en Cristo. Se le suministrarán las claves necesarias para interpretar ese sentido cristológico en sucesos, personas e instituciones. Puesto de relieve un aspecto del misterio de Cristo se harán ver sus anticipaciones a lo largo del Antiguo Testamento. Se mostrará cómo las perspectivas se van ensanchando y profundizando en las diversas etapas de la Historia de la Salvación. El conocimiento de la Historia de la Salvación ha de ser completado con algunas lecciones sobre la Historia de la Iglesia. Dentro de ella, la hagiografía bien orientada tiene mucha importancia. No olvidar los principales santos españoles. Se acudirá con frecuencia a la lectura directa de los textos. Se ha de huir de toda selección de los textos orientada ideológicamente. Hay temas que no deben faltar en esta iniciación bíblica. Los orígenes: creación, tentación, el mal en el mundo” (El Catequista y su Formación 127).
Debe manejarse, igualmente el catequista experto, en las tiempos y temas más importantes de la Historia de la salvación: los profetas, la figura del Siervo de Yahvé, los sabios, los pobres de Israel, Jesús de Nazaret, su ministerio, su muerte y resurrección. Jesús, Señor, es el centro de la Historia de la salvación y de Él brota la Iglesia y debe conocer las constantes en su estructura y en la predicación apostólica. La Historia de la salvación se prolonga en la historia de la Iglesia y de su obra evangelizadora y conduce a la escatología.

Por último, y más particularmente, desde una perspectiva metodológica, la historia de la salvación requiere un ejercicio que incluye de una parte el aprendizaje significativo, de otra apela a la utilización de la experiencia vital y de otra necesita de la facultad de la memoria. Se trata de aceptar una pluralidad metodológica que lleve a conseguir la comprensión profunda del dato bíblico más allá de los datos, de entender las relaciones entre unas y otras etapas de la historia de salvación y de verificar la iniciativa de Dios en todos y en cada uno de los acontecimientos porque Dios está en búsqueda del hombre hasta encontrarlo y ofrecerle la salvación. El número 55 de Catechesi Tradendae recuerda especialmente que la memorización es “necesaria para conservar “la «memoria» de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación” proponiendo “una cierta memorización de las palabras de Jesús, de pasajes bíblicos importantes, de los diez mandamientos, de fórmulas de profesión de fe, de textos litúrgicos, de algunas oraciones esenciales, de nociones-clave de la doctrina...” que “lejos de ser contraria a la dignidad de los jóvenes cristianos, o de constituir un obstáculo para el diálogo personal con el Señor, es una verdadera necesidad, como lo han recordado con vigor los Padres sinodales”.

4. La historia de salvación en los documentos y catecismos de la CEE

La documentación catequética de la CEE es muy amplia y se ha desarrollado en los últimos treinta años muy abundantemente tanto por la Comisión Episcopal como por la Asamblea Plenaria. Se ha percibido el impulso de la renovación catequética generado por el Concilio Vaticano II recibiendo las indicaciones del Directorio Catequístico General (1971) posteriomente actualizado como Directorio General para la Catequesis (1997); también la Conferencia Episcopal participó vivamente en los trabajos preparatorios y en las reflexiones del Sínodo de la Catequesis que se materializaron en Catechesi tradendae y en la elaboración y la recepción del Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio han sido muy notables.

En cuanto a los documentos, son representativos los siguientes para la Catequesis en España: La catequesis de la comunidad (1983), El catequista y su formación (1985), El sacerdote y la educación (1987), Catequesis de adultos (1993), La iniciación cristiana (1998) y las Orientaciones para el Catecumenado (2002).
También la elaboración de catecismos ha sido incesante en estos años posconciliares. Bien sea en la vertiente de Catecismos Escolares, pensados para la escuela y la clase de religión, bien sea en los Catecismos de la Comunidad Cristiana. También en los documentos catequéticos concebidos como Orientaciones Pastorales y en los mismos Catecismo o en los Materiales para la catequesis hay unas claves constantes desde el punto de vista bíblico: la presencia de la Palabra de Dios en toda su abundancia y variedad, la iniciación bíblica para los catequistas y en los catecismos y materiales, la confrontación de la vida y la fe a través de la Sagrada Escritura y la explanación doctrinal a partir de la historia de la salvación incluyendo la Narratio y estructurando e iluminando todas las propuestas.
Explícitamente el Plan de Acción de la Subcomisión de Catequesis así lo ha formulado: “Promoción del uso y la lectura de la Sagrada Escritura en la catequesis como elemento esencial del acto catequético, especialmente en los momentos dedicados a la narración de la Historia de la Salvación” (2007).

Sin ser exhaustivos, presentaremos algunos ejemplos. El primer hito, verdaderamente ineludible, es el Catecismo Con Vosotros Está (1976). Quedará en la Historia de la Catequesis en España como el primer intento de renovación catequética a partir de la renovación conciliar con una metodología nueva que atiende a las ciencias humanas tanto como a la verdad revelada, procurando la doble fidelidad al hombre (preadolescente) y a Dios (mensaje bíblico y evangélico, magisterial). La historia de salvación ocupa un lugar preferente, pero leída no como una narración autónoma, ni como historia sagrada, sino en confrontación iluminadora con la experiencia existencial del preadolescente: así el lenguaje antropológico, el religioso y el cristiano se encuentran e interactúan. Un adolescente en búsqueda de la propia identidad encuentra una experiencia de fe que se le ofrece como un don por iniciativa de Dios. El Éxodo conecta con el ansia de libertad adolescente, el crecimiento tiene su parangón en el desierto bíblico, la tentación es convergente con la desorientación del joven que ha de elegir en libertad, las limitaciones personales conectan con la pobreza y los pobres, la necesidad de alegría con la fiesta, la comunicación con la comunidad y la Iglesia, y la verdad y la justicia con el tiempo de la profecía y los profetas. El amor, categoría central, se relaciona íntimamente con la categoría de alianza eje de la historia de salvación de Israel y de la Iglesia de Jesucristo. No es el momento de hacer una valoración, pero sí de no caer en el olvido.

Actualmente son tres los catecismos de la Iniciación Cristiana. Los dos primeros ya publicados y el tercero, en vigor, en fase de renovación. También se está elaborando el Catecismo para jóvenes y adultos.
Para los niños más pequeños contamos con: Los primeros pasos en la fe. Despertar a la fe en la familia y en la parroquia. En su presentación dijeron los obispos que: “Este libro es una ayuda para que la familia pueda llevar a cabo su importante misión del despertar a la fe en los primeros años de la vida. Se trata de un texto que ofrece una primera experiencia de la fe y muestra de forma sencilla la Revelación de Dios, que se transmite en la familia, impregnado todo él de oración. Se presenta como despertar a la fe en la familia y en la parroquia. En la familia, porque es el ámbito natural. En la parroquia porque es su continuidad, su proyección y, en último término, porque la Iglesia, al bautizar a un niño, lo bautiza en su fe y, por tanto, es la comunidad cristiana también responsable de la fe. El libro es un instrumento para ayudar y alentar la renovación de la pastoral familiar, en relación con el sacramento del Bautismo y el despertar religioso en los primeros años de la vida del niño.
Afirmaban los obispos que:
“Los niños tienen derecho a saber, a comprender y a conocer la historia de Dios con los hombres, cuya plenitud es Jesús, y que la Iglesia ha recibido y transmite desde los Apóstoles. Este libro ofrece una pequeña muestra de toda esta historia, fijándose sobre todo en algunos personajes importantes. Al leerles estas historias, mientras ellos contemplan los dibujos, aprenderán, de una manera muy sencilla, a conocer cómo Dios se hace amigo de los hombres y cómo actúa, también hoy, entre nosotros. Al escuchar la Historia de la Salvación seguro que los niños harán muchas preguntas, y hay que tener en cuenta que lo importante no es darles respuestas complicadas, lo importante es ayudarles a descubrir que Dios nos ama y que espera de nosotros una respuesta de amor. Abraham, Moisés, David, Isaías y María serán como un espejo en el que mirarse para decirle a Dios que lo queremos y que confiamos en Él. Toda esta historia alcanza su plenitud en Jesús, el Hijo Único de Dios, enviado por el Padre para salvar a los hombres. Esta primera aproximación a Jesús es muy importante, es el corazón de todo, pues es Jesús quien nos conduce a Dios, su Padre. Por Él podemos vivir de forma nueva nuestra relación con los demás y hablar con Dios con las palabras que Él mismo nos enseñó.” (Presentación oficial de Los primeros pasos en la fe)
También está el catecismo Jesús es el Señor. aprobado por la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española de noviembre de 2006, y por la Santa Sede en Junio de 2007, este catecismo es el destinado a los niños que se inician en la fe y en la vida cristiana. En la rica tradición de los catecismos de la Conferencia Episcopal, este catecismo asume, adaptado a sus destinatarios, las orientaciones del Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio y de los documentos sobre Iniciación cristiana de la Iglesia en España.
“El Catecismo Jesús es el Señor, en torno al símbolo de la fe, se inicia con el anuncio de Dios Padre: la creación, el amor salvador de Dios y la Historia de la Salvación. Sigue el anuncio de Jesucristo, los misterios de la vida de Jesús, la narración de sus obras y palabras, desde su nacimiento a su resurrección. A continuación se desarrolla la obra del Espíritu y su tarea de santificación y se presenta la Iglesia, los sacramentos, en especial los de Iniciación cristiana, y la vida en Cristo a través de los Mandamientos. Finaliza con el anuncio de la Vida Eterna. En el Catecismo las dimensiones fundamentales de la Iniciación en la vida cristiana, creer, celebrar, vivir y orar, es decir, fe, sacramento, vida nueva y oración, se reclaman constantemente, presentando la armonía y unidad del misterio cristiano adaptadas, a los niños” (Plan de acción de la CEEC 2007-2010).
Es conocido que se está elaborando un nuevo Catecismo para la infancia adulta a partir del Catecismo de la Iglesia Católica y del catecismo Esta es nuestra fe, que constituirá la síntesis de fe para la catequesis de infancia-adolescencia. Según el plan desarrollará de forma sistemática: la Historia de la Salvación, el Símbolo de la fe, la Liturgia y los Sacramentos, la Ley nueva y los Mandamientos y la oración cristiana. Se cuidará de forma especial la adecuación al destinatario, así como un desarrollo completo en el que aparezcan todos los lenguajes de la fe. También se está elaborando para la catequesis de jóvenes y adultos con el cual se completará el mandato de la Asamblea Plenaria de renovación de los Catecismos. Será un catecismo que desde las orientaciones actuales de la catequesis se sitúe al servicio de la Iniciación cristiana de los adultos, y de aquellos que necesiten completar su Iniciación o se inician en la fe.
La importancia concedida a la Historia de Salvación fue muy grande en el catecismo Esta es nuestra fe (1986). Con un bello estilo y a lo largo de casi 50 páginas, se ofrece una Narración de la Historia de Salvación: La Alianza de Dios con los hombres. Se divide 1. La Alianza de Dios con el pueblo de Israel; 2. Dios cumple su promesa en Jesucristo: La nueva Alianza; 3. El Pueblo de la Nueva Alianza. Todas las afirmaciones tienen, en columnas paralelas, las citas bíblicas que fundamentan las afirmaciones. También en la introducción un largo apéndice ofrece datos históricos y culturales necesarios para la iniciación bíblica, del Antiguo y del Nuevo Testamento, y de la Historia de la Iglesia y la expansión misionera.
La definición de la página 8 puede servir de síntesis:
“Llamamos historia de salvación y, también historia de la alianza de Dios con los hombres, al proyecto o designio de Dios de comunicar a los hombres su amor misericordioso, haciéndoles participar de su propia vida. Dios llevó a cabo este proyecto entrando de veras en la historia humana con obras y palabras y sembrando en los corazones de todos los hombres semillas de verdad y bien para ayudar a todos a alcanzar la salvación” (Esta es nuestra fe).
5. Conclusión
Refiriéndose a los jóvenes, en el n. 104 de Verbum Domini, Benedicto XVI se refiere a la Sagrada Escritura como a una brújula que indica el camino a seguir. Esta imagen, para hablar de la Biblia, ya la había utilizado en el mensaje para la JMJ de 2006. Por eso, la catequesis, en la familia y en la comunidad parroquial, la enseñanza religiosa escolar y otras formas de educación en la fe habrán de ayudar a los jóvenes al manejo preciso de esa brújula que es la Palabra de Dios. Tendremos que ayudarles a familiarizarse con sus códigos, con su forma de narrar la salvación de Dios, de interpelar al corazón humano, de interpretar los errores, las pasiones, los sueños y las esperanzas. La Palabra puede acariciar el corazón o puede dejarnos indiferentes, pero para ello necesitamos un guía, un maestro, un experto escrutador de su verdad más profunda.
La Sagrada Escritura ha de ser acogida con docilidad, como pide Santiago porque la Palabra “ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas”. El catequista no es otra cosa que aquél que injerta, con pericia, para transformar sustancialmente al catecúmeno.

La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquél a quien hemos de rendir cuentas” (Hebreos 4,12).
Toda la labor de renovación y dinamismo catequético y de impulso y creación de catecismos y materiales para la iniciación cristiana se sostienen en una confianza grande en Dios mismo, que envía a su Iglesia a anunciar la salvación. Confiamos en que la tarea de la catequesis y de la educación cristiana sea como la propia Palabra de Dios que empapa la tierra y la hace germinar:
“Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no vuelven allá sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come,
así será la palabra, que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo”
Isaías 55,10-11


6. Referencias bibliográficas

BIBLIA

Biblia para la iniciación cristiana, 3 volúmenes, Madrid, EDICE, 1987.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, Madrid, BAC, 2010.

DOCUMENTOS Y CATECISMOS DE LA IGLESIA

1965: Constitución Dogmática Dei Verbum: 2-4; 14.
1965: Constitución Pastoral Gaudium et Spes. 32. 41.
1971-1997: Directorio para la Catequesis, 107-108
1979: Juan Pablo II: Exhortación Catechesi Tradendae. 55
1984: PCB: Sagrada Escritura y Cristología: 931-934.968-971 del Enquiridion Biblico
1992-1997: Juan Pablo II: 1992: Catecismo de la Iglesia Católica: NN. 51-141
1999: Juan Pablo II: Peregrinación a los lugares vinculados historia de la salvación
2001: PCB: El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras: 1773-1787 del Enquiridion Biblico
2005: Juan Pablo II: 2005: Compendio: nn. 6-25
2010: Benedicto XVI: Exhortación Verbum Domini. 7.104

Todos disponibles en www.vatican.va o en:
GRANADOS, C. - SÁNCHEZ NAVARRO, L. (edd), Enquiridion Bíblico. Documentos de la Iglesia sobre la Sagrada Escritura, Madrid, BAC, 2010.


DOCUMENTOS DE LA CEE SOBRE CATEQUESIS

1983: CEEC: La catequesis de la comunidad
1985: CEEC: El catequista y su formación
1987: CEEC: El sacerdote y la educación
1990: CEEC: Catequesis de adultos
1996: CEEC: Proyecto marco de la formación de catequistas
1998: CEE: La iniciación cristiana (reflexión y orientaciones)
1998: CEEC: Proyecto marco de formación de catequistas
2002: CEE: Orientaciones pastorales para el Catecumenado
2004: CEE: La iniciación cristiana de niños no bautizados en su infancia
2007: CEEC: Plan de Acción de la Subcomisión Episcopal de Catequesis 2007-2010
2008: CEE, Instrucción Pastoral La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia

Todos disponibles en la Colección Documental Informática OPAC

CATECISMOS DE LA CEE

1976: CEE: Catecismo Con Vosotros está
1986: CEE: Esta es nuestra fe
2006: CEE: Los primeros pasos en la fe
2008: CEE: Jesús es Señor
2005: Provincia Eclesiástica de Granada, Itinerario catequético de la iniciación cristiana para adolescentes y jóvenes. Primera Etapa: Dios nos ama y nos salva.

IV PLEGARIA EUCARÍSTICA DEL MISAL ROMANO

ESTUDIOS

“La historia del pueblo y del libro santo”, en: Biblia para la iniciación cristiana, 3 volúmenes, Madrid, EDICE, 1987, Volumen 3, 14-21.
BRINGAS, A., “La Sagrada Escritura en el Tercer Catecismo de la Comunidad Cristiana”, en: Actualidad catequética 132 (1987) 53-90.
EDITORIAL VERBO DIVINO, La Biblia: Palabra de Vida, Estella (Navarra), 1996.
EQUIPO PEDAGÓGICO PPC, Historia de nuestra salvación. Ediciones para la formación religiosa 6, Madrid, 1976.
ESTEPA, J. M.., “Conversación y entrevista a D. José Manuel Estepa Llaurens en Madrid sobre el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio, por Ramiro Pellitero y Enrique Borda el 26 de noviembre de 2005. Publicado en en "Anuario de Historia de la Iglesia" 15 (2006) 367-388., en: http://www.almudi.org/tabid/36/ctl/Detail/mid/386/aid/582/paid/0/Default.aspx
Nota: En la revista Actualidad Catequética de la Subcomisión de Catequesis de la CEE pueden encontrarse estudios, reflexiones y experiencias relativas a los diversos catecismos de la Conferencia Episcopal y al Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio; igualmente los materiales y ponencias de las Jornadas de Delegados Diocesanos de Catequesis son fuentes para el estudios de la catequesis en España:
 ANEXO: TABLA COMPARATIVA




Catecismo de la CEE Sagrada Biblia
Jesús es el Señor Nueva traducción
Citas bíblicas secciones I-IV
Eran constantes en escuchar la enseñanza
de los Apóstoles, en la vida en común,
en la fracción del pan y en las oraciones.
Los creyentes vivían unidos
y lo tenían todo en común
(Hch 2,42.44)
Eran constantes en escuchar la enseñanza
de los Apóstoles, en la vida en común,
en la fracción del pan y en las oraciones.
Los creyentes vivían todos unidos
y lo tenían todo en común
(Hch 2,42.44)
Dejad que los niños se acerquen a mí
(Mc 10,14)
Dejad que los niños se acerquen a mí
(Mc 10,14)
Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos
(Mt 18,20)
Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos
(Mt 18,20)
Muchas veces y de muchas maneras, antiguamente, habló Dios a nuestros padres; ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo (Hb 1,1-2)
En muchas ocasiones, y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo (Hb 1,1-2)
“Yo hablo como el Padre me ha enseñado”
(Jn 8,28)
“Yo hablo como el Padre me ha enseñado”
(Jn 8,28)
“Vosotros, rezad así: Padre nuestro del cielo” (Mt 6,9)
“Vosotros, orad así: Padre nuestro que estás en el cielo” (Mt 6,9)
“Al principio creó Dios el cielo y la tierra. Creó Dios al hombre. Hombre y mujer los creó” (Gén 1,1.27)
“Al principio creó Dios el cielo y la tierra. Creó Dios al hombre. Varón y mujer los creó” (Gén 1,1.27)
“Dará Dios un hijo y le pondrá por nombre Jesús, porque El salvará al pueblo de sus pecados” (Mt 1,21)
Dará a luz un hijo y tu le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21)
“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 135,1)
“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 135,1)
“Desde mi infancia, oí en el seno de mi familia, cómo Tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido” (Est 4,17)
“Desde mi nacimiento, yo oí en mi tribu y en mi familia, que Tú, Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones, y a nuestros padres entre todos sus antepasados para que fueran por siempre tu heredad; realizaste en favor suyo todo lo que prometiste” (Est 4,17m)
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1,46-47)
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1,46-47)
“No temas María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. María contestó al ángel: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,30-31.38)
“No temas María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. María contestó: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,30-31.38)
“Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (Lc 2,6-7)
“Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,6-7)
“Iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52)
“Iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52)
“He contemplado al Espíritu que se posó sobre Él. Yo lo he visto y he dado testimonio de que Este es el Hijo de Dios” (Jn 1,32.34)
“He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre Él. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios” (Jn 1,32.34)
“Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15)
“Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios: Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15)
“Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos y las has revelado a la gente sencilla” (Lc 10,21)
“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los más pequeños” (Lc 10,21)
“Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy en mí” (Lc 4,21)
“Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21)
“Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos. Jesús replicó: Sí, puedo. Todo es posible al que tiene fe” (Mc 9,22-23)
“Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos. Jesús replicó: ¿Si puedo?. Todo es posible al que tiene fe” (Mc 9,22-23)
“Padre nuestro, que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén” (Mt 6,9-13).
“Padre nuestro, que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. ” (Mt 6,9-13).
“Mientras subía a la montaña, fue llamando a los que Él quiso y se fueron con Él. A doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14)
Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él. E instituyó doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14)
“Vosotros sois mis amigos” (Jn 1,14)
“Vosotros sois mis amigos” (Jn 1,14)
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,15-16)
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16,15-16)
“Antes de la fiesta de Pascua,
Sabiendo Jesús que había llegado la hora
de pasar de este mundo al Padre,
habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo,
los amó hasta el extremo” (Jn 13,1)
“Antes de la fiesta de Pascua,
Sabiendo Jesús que había llegado su hora
de pasar de este mundo al Padre,
habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo,
los amó hasta el extremo” (Jn 13,1)





"Sagrada Escritura y pedagogía de Dios en la cultura del tiempo"    
  
 
Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca
1. Aclaración de términos muy conveniente
El tema que me ha sido propuesto por los organizadores del Congreso está formulado con palabras que tienen no pocos matices y significados. Por eso, antes de ponernos a reflexionar sobre ello, parece conveniente aclarar cómo yo los entiendo, para que pueda a la vez comprenderse el sentido de mi exposición.
En primer lugar conviene aclarar que, cuando hablamos de Sagrada Escritura, estamos refiriéndonos a los escritos de la Biblia, en cuanto son para el creyente a la vez palabra humana escrita y plena palabra de Dios. No hablamos, por tanto, de la Biblia como obra de literatura. Ni nos referimos únicamente a la Biblia judía, aunque ella esté integrada en la Sagrada Escritura cristiana. Hablamos, pues, del conjunto de los escritos bíblicos, que contienen y son palabra de Dios, capaz de conducir a la salvación.
El término pedagogía, aunque es antiguo, es moderno en su significado de disciplina o arte de educar, tal como se estudia más o menos en el ámbito universitario. El origen de la palabra viene de "pedagogo", aquel que conducía (agein) al niño (pais) para que recibiera la instrucción. De hecho, este sentido permanece en la acepción cuarta de esta palabra del Diccionario de la Real Academia: "el que anda siempre con otro y lo lleva adonde quiere o le dice lo que ha de hacer" (edición vigésimo segunda). Cuando hablamos de la "pedagogía de Dios", estamos afirmando, en primer lugar, que Dios acompaña de alguna manera al hombre, para conducirle a donde quiere, indicándole lo que ha de hacer. Aunque también podemos entender la expresión como el arte o la manera de enseñar y de educar Dios a Israel y a la humanidad entera. Aquí unimos "Sagrada Escritura" y "pedagogía de Dios". Tratamos, por tanto, de ver cómo Dios conduce a Israel hacia la alianza con él con una prudente pedagogía. Y cómo ello se expresa en la Escritura. Ahora bien, cuando entramos en el Nuevo Testamento, el Pedagogo es Jesucristo, expresión máxima de una pedagogía divina que se quiere poner a nuestra altura, o mejor, a nuestra bajeza. Cristo es, por tanto, quien nos acompaña en el camino al Padre y, al mismo tiempo, él es ese camino. Por tanto, él es nuestro Pedagogo, en cuanto que nos acompaña y guía en este caminar; y es también nuestro Maestro, capaz de conducirnos con la fuerza de su Espíritu a la verdad completa.
Finalmente, cuando hablamos de Pedagogía y Sagrada Escritura en la cultura del tiempo, nos enfrentamos a una expresión claramente oscura, dicho con una paradoja. Expresado de otra manera, se trata de una frase ambigua y, como tal, puede ser entendida de diversas maneras: en el tiempo de Israel y de Jesús, en el tiempo de la Sagrada Escritura, en el tiempo de Dios, en cualquier tiempo en que se quiera considerar la relación entre Escritura y pedagogía de Dios. La ventaja de la ambigüedad es que, una vez constatada, deja muchos caminos abiertos. Y a nadie extrañará que sea mi propósito circular por varios de ellos.
Así pues, teniendo en cuenta lo dicho, cuando hablamos de pedagogía de Dios unida a Sagrada Escritura en la cultura del tiempo, estamos proponiendo diversos caminos para indagar las relaciones entre los términos formulados:
. Un primer camino nos lleva a indagar, cómo la Sagrada Escritura revela la cercanía de Dios a Israel y a la comunidad cristiana, para conducirlo como buen pedagogo hacia la alianza con él, a la salvación. Descubrimos así el modo de actuar de Dios con los humanos.
. Un segundo camino nos invita a examinar la Sagrada Escritura misma, para descubrir cómo en ella se refleja ese acompañamiento respetuoso y cercano de Dios a los hombres a lo largo de la historia de salvación, especialmente mediante su presencia en Jesucristo, que da a conocer a Dios Padre desde la cercanía de su naturaleza humana. Esta vía nos lleva a escrutar los escritos bíblicos, como instrumento pedagógico de Dios, que nos muestra su modo de actuar, especialmente en Jesús, Pedagogo perfecto y verdadero Maestro, que nos enseña a leer con ojos nuevos la Escritura.
. Pero hay más caminos. La Escritura en la Iglesia es instrumento pedagógico para encontrarse con Jesucristo, el Hijo de Dios, y dejarse llevar por él hasta la verdad y la salvación plena. Y la Iglesia, heredera en parte de la función pedagógica de Cristo, por ser heredera de su espíritu, nos propone un rico y variado camino metodológico para llevar a cabo esta tarea
. Finalmente, n o cabe duda de que en la Escritura han quedado perennes las huellas del acompañamiento de Dios a los hombres de cada tiempo, huellas que reflejan a la vez el cuidado de Dios con los hombres y las limitaciones de esos mismos hombres en cada tiempo. Investigar esas huellas nos ayudará a leer más sabiamente los escritos bíblicos.
Por supuesto, es bien sabido que la Biblia es un conjunto de escritos de naturaleza muy compleja. Y que el proceso que da lugar a la existencia de lo que hoy conocemos como Biblia cristiana o Sagrada Escritura no podemos ni siquiera bosquejarlo aquí. Sin embargo, trataré de tener en cuenta todas esas cuestiones, aunque no se note. Y ello, para que las afirmaciones que vaya haciendo resulten no sólo sugerentes, sino fundadas en un suficiente conocimiento de la compleja historia de este libro, de esta "biblioteca santa", como la denominó en el siglo XVI Sixto de Siena, para ayudarnos a comprender que se trata no propiamente de un libro, sino de un conjunto numeroso y complejo de escritos.
2. Cómo la Escritura revela la cercanía y la pedagogía de Dios a los hombres
A medida que en el pueblo de Israel se fueron coleccionando y poniendo por escrito las grandes tradiciones nacionales y religiosas que configuran la identidad del pueblo bíblico, se fue suscitando igualmente la reflexión sobre los acontecimientos recogido por escrito y sobre su sentido. No eran simples hechos los que se narraban. Y mucho menos eran hechos simples. El gran argumento de la Biblia del pueblo de Israel -y digo aquí Biblia, en el sentido del conjunto de escritos que consideraba sagrado el Israel de la historia- era la propuesta de alianza de Dios con el pueblo, una propuesta singular, que no había hecho a ningún otro grupo humano. "Yo soy tu Dios, tú eres mi pueblo", es la expresión que resumía el argumento último de cada uno de aquellos escritos (Ex 24, 1-11; Dt 5, 1-6; Jer 31, 33). Y, sin embargo, sorprendentemente el pueblo no respondía siempre de manera positiva, es más, con mucha frecuencia la respuesta dejaba mucho que desear.
Cuando se pone por escrito el Deuteronomio, en un momento en que ya se conoce bien la historia de las relaciones entre Dios y su pueblo, no era difícil descubrir en esa historia una enseñanza. Así, puestas en labios de Moisés hablando a los israelitas en el desierto, pero con clara proyección para quienes leían el libro, se expresa que la historia allí contada tiene un valor pedagógico para el pueblo en todo tiempo:
Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para probarte, para conocer lo que hay en tu corazón: si observas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para hacerte reconocer (para enseñarte) que no sólo de pan vive el hombre, sino que vive de cuanto sale de la boca de Dios ... Reconoce pues en tu corazón, que el Señor, tu Dios, te ha corregido, como un padre corrige a su hijo, para que observes los preceptos del Señor (Dt 8, 2-6).
La imagen recurrirá con relativa frecuencia: Dios es un padre que educa a Israel, su hijo, corrigiéndole con castigos cuando se desvía, premiándole con su ayuda cuando es fiel. De esta manera las relaciones entre Dios e Israel, la historia del pacto de alianza ofrecido por Dios, la historia de salvación en último término, se presenta como un proceso educativo, en el que Dios, su pedagogo, va sacando lo mejor de su pueblo, le va preparando para una alianza sin rupturas. Es un comienzo, que cesará ya jamás.
Efectivamente, la misma lección se repetirá continuamente. Valga un ejemplo significativo. El salmo 78, que es una amplia presentación de la historia de la salvación, de la relación turbulenta entre Dios y el pueblo de Israel, es en el fondo una meditación sapiencial para que los israelitas aprendan de la historia. Una historia siempre dialéctica: Dios propone a Israel la alianza en un gesto de amor y misericordia; Israel la rechaza yéndose con otros dioses; el Señor Dios castiga con justicia al pueblo; pero Dios vuelve de nuevo a proponer la alianza, porque su misericordia es eterna. Y todo ello contado con detalle, enumerando las distintas ocasiones en que esta relación dialéctica tuvo lugar, para que se aprenda, se conozca, no se olvide:
Lo que oímos y aprendimos
lo que nuestros padres nos contaron,
no lo ocultaremos a sus hijos,
lo contaremos a la futura generación:
las alabanzas del señor, su poder,
las maravillas que realizó (Sal 78,3-4).
Una reflexión semejante, pero ahora claramente expuesta como lección de la pedagogía de Dios para el pueblo, podemos leerla en el último de los libros del AT cristiano, escrito en Egipto por un judío alejandrino, prácticamente contemporáneo de Jesús. Conocedor de la brillante cultura griega alejandrina, lanza una mirada a la historia de su pueblo. Recuerda la sed de los israelitas en el desierto, cómo fue saciada con el agua de la roca, y reflexiona sobre la actitud de Egipto y la moderación del castigo que Dios les infligió por no dejar salir a su pueblo. Dios es el gran pedagogo del pueblo de Israel, que corrige y enseña:
Cuando sufrían una prueba, aunque corregidos con amor, comprendían los tormentos de los impíos juzgados con cólera. Porque a unos los probaste como padre que corrige, pero a otros los castigaste como rey severo que condena (Sab 11, 9-10).
Incluso cuando castiga a los enemigos de Israel de manera más moderada de lo que quizá a algunos les gustase, lo hace así para enseñar a su pueblo a actuar humanamente. Israel debe aprender de este padre, que es amoroso pedagogo:
Actuando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano y diste a tus hijos una buena esperanza, pues concedes el arrepentimiento a los pecadores... Así, pues, para aleccionarnos a nosotros, castigas a nuestros enemigos con moderación (Sab 12, 19.22; cf. 19-27).
Dios es, pues, el pedagogo de Israel. Los va llevando, unas veces con los dones de su misericordia, otras con los castigos de su justicia, por el camino de la alianza. Y así, mientras leemos la Escritura, descubrimos cómo cuanto Dios hacía con su pueblo, tenía una dimensión educativa. Así lo ha visto y nos lo recuerda uno de los grandes teólogos de la Sagrada Escritura en el siglo II, san Ireneo de Lyon:
De esta manera dio al pueblo las leyes para fabricar la tienda y el templo, para elegir a los levitas, y para establecer el servicio de los sacrificios, oblaciones y ritos de purificación. No porque necesitase algo de esto, pues siempre está colmado de todos los bienes y tiene en sí mismo todo olor de suavidad y todo buen óleo perfumado, incluso antes de que Moisés naciese. Educaba a un pueblo inclinado a retornar a los ídolos, [1012] poniéndoles en la mano muchas herramientas para perseverar en el servicio divino: por medio de lo que era instrumento secundario para llegar a lo primario, es decir por medio de los tipos los guiaba hacia la verdad, por lo temporal a lo eterno, por lo carnal a lo espiritual y por lo terreno a lo celestial ... Por los tipos aprendían a temer a Dios y a perseverar en su servicio.
15,1. De esta manera la Ley era para ellos una educación y una profecía de los bienes futuros (Adversus Haereses III, 14, 3 -15, 1).
Toda la historia de la salvación, la manera concreta de comportarse Dios con Israel y con los pueblos vecinos son una lección para Israel. Una lección que debe aprender y no olvidar, como recordaba el sabio alejandrino: "para que al juzgar recordemos tu bondad, y al ser juzgados esperemos misericordia" (Sab 12, 22).
San Pablo, poco después, como buen judío que conocía el valor pedagógico de la historia de Israel, de la historia de salvación, nos ayuda a mirar cómo los acontecimientos de la historia de Israel son lección pedagógica no sólo para el pueblo de la antigua alianza, sino también para los cristianos. Así, escribiendo a los cristianos de Corinto, una comunidad llena de vida y de problemas, les propone el camino de Israel por el desierto como un ejemplo y una advertencia, para que aprendan a no cometer los mismos fallos:
Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo codiciaron ellos ... Todo esto les sucedía alegóricamente y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades (1 Cor 10, 6.11).
De este modo la historia de Israel se convierte en ejemplo, en advertencia pedagógica para judíos y cristianos. Son recuerdos para aprender, recuerdos que se transmitían oralmente y poco a poco fueron puestos por escrito, como la gran lección que nunca debía olvidarse. Recuerdos e historia que no son solamente cuestiones del pasado, dice san Pablo, sino ayudas presentes, hasta encontrar a Cristo. Así se lo advierte a los cristianos de Galacia, explicándoles el papel de la Ley de Moisés:
Antes de que llegara la fe, éramos prisioneros y estábamos custodiados bajo la ley hasta que se revelase la fe. La ley fue así nuestro ayo (paidagogós), hasta que llegara Cristo, a fin de ser justificados por fe; pero un vez llegada la fe, ya no estamos sometidos al ayo (oúketi hypo paidagogón esmen) (Gal 3, 23-5).
La Ley, es decir, la antigua alianza, tiene un papel provisional, aunque necesario y útil, debido a la dificultad de Israel para responder plenamente a la alianza divina. Es el pedagogo de Israel, es decir, no el maestro definitivo, sino el humilde siervo mediante el cual Dios conduce a su pueblo hasta la fe, esto es, hasta la nueva alianza, que se manifiesta en Cristo, al que accedemos por la fe, expresión que está aquí en cierto modo personalizada y se refiere a la economía de salvación y a Cristo mismo.
Esta etapa final de la ley era ya presentida por los profetas, especialmente en el momento del destierro, cuando se sueña con una ley que no necesite pedagogos, porque estará inscrita en el corazón de cada uno y no necesitará premios y castigos. Así, el segundo Isaías, dirigiéndose a los exiliados en Babilonia y describiéndoles las maravillas de una Jerusalén idealmente reconstruida, anuncia que en ella sus hijos "serán discípulos del Señor" (Is 54,13), constructores de una ciudad sin fallos ni defectos, porque como discípulos reciben las instrucciones del mismo Dios y las siguen. Y una idea semejante expone el bello poema del libro de Jeremías, que anuncia en medio de la tragedia de la destrucción, la ideal restauración de Israel y de Judá, la nueva alianza inscrita en los corazones de los nuevos israelitas, que ya nunca se rebelarán contra Dios, porque él mismo será su maestro: "Pondré mi ley en su interior y la escribirá en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros..." (Jer 31, 33-4). Y con palabras profundas y llenas de misterio, el mismo Jesús, cuando le critiquen su enseñanza los judíos en Jerusalén, echándole en cara que él es uno más, les recordará estos textos escritos: "Está escrito en los profetas: Serán todos discípulos de Dios" (Jn 6,45).
El concilio Vaticano II ha recogido esta experiencia de manera directa, al mostrarnos cómo este hablar por los profetas es una condescendencia de Dios, un ponerse a nuestra altura, asumiendo nuestra palabra humana, de modo que "hablando el mismo Dios por los Profetas, los entendió más hondamente y con más claridad cada día", con lo cual Israel pudo difundir ampliamente entre las gentes los caminos de Dios (Dei Verbum 14). La reciente exhortación postsinodal de Benedicto XVI, Verbum Domini comenta este texto de una manera bien interesante:
Es muy hermoso ver cómo todo el Antiguo Testamento se nos presenta ya como historia en la que Dios comunica su Palabra. En efecto, «hizo primero una alianza con Abrahán (cf. Gn 15,18); después, por medio de Moisés (cf. Ex 24,8), la hizo con el pueblo de Israel, y así se fue revelando a su pueblo, con obras y palabras, como Dios vivo y verdadero. De este modo, Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios con los hombres, la fue comprendiendo cada vez mejor al hablar Dios por medio de los profetas, y fue difundiendo este conocimiento entre las naciones (cf. Sal 21,28-29; 95,1-3; Is 2,1-4; Jer 3,17)» (Dei Verbum 14).
Experiencia, escucha, reflexión son las tres etapas del itinerario pedagógico de Israel, conducido por Dios, que han quedado reflejadas en la Escritura. El ideal: ser discípulo de Dios, sin necesidad de la intermediación pedagógica de la ley. Este es el deseo y ésta es la utopía de los profetas de Israel. Una utopía que sólo se llevará a cabo, como vamos a ver, por medio del mismo Jesús.
3. Cómo la Escritura es instrumento de la pedagogía de Dios
En tiempos de Jesús y de los apóstoles, en los tiempos de la primera Iglesia y de los primeros misioneros, no existía más Escritura Sagrada que lo que hoy llamamos el Antiguo Testamento y podemos hojear cómodamente encuadernado en Biblias tan bellas como la que estamos presentando en este Congreso. Jesús y sus discípulos eran judíos. Como tales, sabían del modo judío de leer la Escritura, sabían cómo esa Escritura manifiesta el camino de salvación, la realidad de la alianza.
¿De qué manera descubrieron los primeros cristianos la pedagogía de Dios con su pueblo en los escritos santos del pueblo judío? La respuesta a esta pregunta encierra la novedosa aportación cristiana en relación con la lectura y comprensión de la Escritura. En efecto, con el Pedagogo por excelencia, el Maestro Jesús de Nazaret aprendieron a leer de otra manera la Escritura. Ahora ya Dios no se vale de la ley como pedagogo para Israel. El pedagogo es el mismo Dios, pero hecho cercanía, hecho carne nuestra. Hay aquí un cambio radical. La cercanía de Dios, condición imprescindible para que el discípulo pueda saber algo de él, ya no se realiza sólo por la Escritura sagrada, sino que se hace persona. La Palabra, el Logos de Dios se hace carne, cercanía humana total (Jn 1, 14). Jesús es el revelador del Padre, el que nos lo da a conocer, pues nadie ha visto a Dios, sino el Unigénito que está en el seno del Padre, que es quien nos lo ha dado a conocer (Jn 1, 18).
El autor de la Carta a los Hebreos expresa lo mismo, al comienzo de su carta, desde una perspectiva histórica:
En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser (Heb 1, 1-3).
Y quizá el mejor comentario a estos pasajes de la Escritura sea la reflexión de Clemente de Alejandría, en la obra que lleva por título precisamente El Pedagogo:
Antiguamente el Logos educaba por medio de Moisés; más tarde lo hizo por medio de los profetas. Pero Moisés fue también un profeta: la Ley es, pues, la pedagogía de los niños difíciles de sujetar: Una vez saciados -dice- se pusieron a jugar (Ex 32, 6; cf. 1 Cor 10, 7) ...
Y como después de saciarse desordenadamente se dedicaron a divertirse, también de modo desordenado, fue preciso que vinieran para ellos la Ley y el temor para alejarlos de los pecados, y empujarlos a las buenas acciones, disponiéndolos así para escuchar con presteza, es decir, para obedecer prontamente al verdadero Pedagogo: el mismo y único Logos que se adapta según la necesidad. La ley ha sido dada -dice Pablo- para conducirnos a Cristo (Gal 3, 24); (I, 96.3: 97,1; traducción de M. Merino - E. Redondo, Fuentes Patrísticas 5, Madrid, Ed. Ciudad Nueva 1994, 261-3).
Efectivamente, Jesús acogió las Escrituras judías como parte de la fe judía y de la cultura del momento, como un elemento más exigido por encarnación. Nunca rechazó ni las Escrituras, ni la Ley judías. "El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos", dijo Jesús, para que las cosas quedasen claro (Mt 5, 19). Pero enseñó a leerlas de un modo nuevo. No bastaba con lo que se había dicho "a los antiguos" (cf. Mt 5, 21.33), es decir, con el contenido inmediato de la Ley. El lleva a cumplimiento la Ley, él es el maestro al que conducía la Ley, pedagogo de Israel y de los hombres. El, como maestro, enseña a sus discípulos a descubrir el significado profundo y verdadero de la Escritura: que toda ella, como buen pedagogo, conduce a la meta final, que es Cristo. Este es el contenido de la gran lección que nos ha conservado el evangelista san Lucas en el bello e inolvidable relato de los discípulos que caminan de Jerusalén a Emaús:
¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
... Y les dijo: Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros. Que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras (Lc 24,25-7; 44-45).
A tenor de esta enseñanza, la Escritura, es decir, lo que después será el Antiguo Testamento, adquiere una nueva función. Iluminado por la palabra y la presencia de Cristo, resulta ser imagen y sombra de la realidad verdadera de la nueva alianza, oculta en la vieja Escritura y resplandeciente en la persona y la palabra de Jesús. A la vez, porque es la lectura y constituye la esencia de la plegaria de Jesús y sus discípulos, se convierte en clave necesaria para poder expresar en lenguaje comprensible el mensaje de Jesús. Y así lo entendieron los apóstoles y los primeros misioneros cristianos. Así lo testimonian los mismos evangelios, en cuyo tejido la vida y la palabra del señor se halla inseparablemente entretejida con la palabra y la historia de la Escritura judía. Así lo proclaman de manera más directa los discursos misioneros, desde el primero de Pedro en la mañana de Pentecostés, hasta la predicación de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, pasando por la encendida proclama del protomártir Esteban. Los primeros discípulos aprendieron del Maestro Jesús a expresar la nueva realidad de la alianza definitiva con las viejas palabras que describían la alianza antigua. De esta manera, la Escritura antigua sigue ejerciendo su función de pedagogo de Cristo de un modo nuevo y diferente. San Agustín resumió este hecho en su bien conocido dicho: Novum Testamentum in Vetere latet, Vetus in Novo patet: el Nuevo Testamento estaba latente en el Antiguo; el Antiguo se hace patente en el Nuevo. y con otras palabras, pero con el mismo contenido, lo ha dicho el concilio Vaticano II:
La economía ... de la salvación preanunciada, narrada y explicada por los autores sagrados, se conserva como verdadera palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento; por lo cual estos libros inspirados por Dios conservan un valor perenne: "Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza, fue escrito, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la esperanza" (Rom. 15,4) (Dei Verbum 14).
Y de manera bien concreta sigue:
La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico. Mas los libros del Antiguo Testamento manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres, según la condición del género humano en los tiempos que precedieron a la salvación establecida por Cristo. Estos libros, aunque contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos, demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina. Por tanto, los cristianos han de recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de nuestra salvación (Dei Verbum 15).
Con razón San Ireneo, defendiendo la acogida cristiana del Antiguo testamento contra los seguidores de Marción y otros grupos gnósticos, recordaba que "los profetas conocieron y predicaron de antemano el Nuevo Testamento y a aquél que en él se pregonaba". Todo formaba parte del proyecto pedagógico del único Dios de ambos Testamentos: " Pues uno es Dios y una la salvación. En cambio, son muchos los preceptos que educan al ser humano y no son pocos los escalones que lo hacen subir hasta Dios (Adversus Haereses III, 9,3).
Resumiendo, la Escritura que leyeron Jesús y sus discípulos, lo que hoy llamamos Antiguo Testamento,
. ha sido y es, para el pueblo judío que la lee con fe y piedad sinceras, pedagogo hacia la salvación y alianza divina definitiva.
. sigue siendo para el cristiano que la lee en su Biblia con fe y devoción, pedagogo que ilustra el camino de la salvación y nos conduce hasta Cristo, alianza definitiva de Dios con los hombres.
.puede incluso ser pedagogo para el que no cree, pero lee sus páginas con sencillez y apertura básica a la trascendencia, por sus valores religiosos, éticos y estéticos, que llegan al corazón y a la inteligencia de hombres y mujeres de buena voluntad.
Pero el cristiano sabe que, junto al Antiguo Testamento, que sigue siendo su pedagogo, tiene ahora en sus manos la palabra de Cristo, tal como ha sido transmitida en la Iglesia por los apóstoles, tal como en ella ha sido escrita y reconocida bajo la inspiración del Espíritu Santo. El Nuevo Testamento nos da a conocer al Pedagogo por excelencia, al único al que podemos verdaderamente llamar Maestro (Mt 23,8), el Logos de Dios hecho carne, signo concreto de la condescendencia de Dios, que se abaja no sólo a ser palabra de profeta, sino palabra hecha carne, máxima cercanía de Dios al ser humano, para darse a conocer y revelar el destino de todos los humanos de participar, por la muerte y resurrección de Jesucristo, hijo de Dios, en la misma naturaleza divina, escapando de la muerte (2 Pe 1,4).
4. Descubrir en la Iglesia la pedagogía de Dios que se encierra en la Escritura Sagrada
Para el cristiano de hoy la Escritura Sagrada no resulta fácil. No lo es para el especialista, para el exegeta, que tiene que emplearse a fondo practicando una serie de métodos, aproximaciones y lecturas, que requieren mucho estudio, no poco esfuerzo y grande dedicación. Tanta, que al término de este trabajo exegético primero se siente con frecuencia fatigado y olvida, quizás, que la tarea no ha concluido, que, tras descubrir el sentido y significado del texto leído, es preciso indagar su significado religioso, teológico y espiritual para el lector creyente de hoy, que busca en la Escritura no una lección erudita, sino una palabra actual de Dios que conforte su espíritu, oriente su vida y sostenga su camino hacia la alegría completa (Jn 15,11).
Afortunadamente tenemos también ahora un pedagogo. La Sagrada Escritura es libro nacido en la comunidad cristiana, escrito bajo la acción del Espíritu Santo, que encierra las palabras y hechos de Jesucristo y de los apóstoles, así como toda la Escritura judía que ellos acogieron, leída ahora con los ojos del Maestro Jesucristo. Es en esta comunidad, la Iglesia, donde ha nacido la Escritura mediante la inspiración del Espíritu Santo; es esta comunidad, la Iglesia, articulada por los sucesores de los apóstoles, los obispos, y vivificada por el Espíritu que le dejó Jesús, la que a lo largo de una historia accidentada y apasionante ha descubierto en estos libros la Palabra normativa de Dios y el aliento del Espíritu, el canon de la Escritura; esta comunidad, la Iglesia, es la heredera de la Escritura, recibida del pueblo judío en las manos de Jesús y de los apóstoles, nacida de la misma palabra del Señor y de sus discípulos y apóstoles, tal como fue escuchada en la comunidad cristiana, Por eso, a ella toca descubrirnos el significado profundo de las palabras vivas de la Escritura, mediante lo que es también una acción pedagógica, continuadora de la realizada por Cristo y por los apóstoles. Una acción pedagógica que es a la vez tarea y deber en beneficio de todos los cristianos y del mundo entero.
¿Cómo realizar esta tarea? La historia de la interpretación de la Escritura, junto con la historia de la predicación y con la historia general de la Iglesia nos muestra cómo ha ejercido esta función la Iglesia a lo largo de los siglos. Obispos, teólogos, exegetas, predicadores, misioneros, familias, viejos y jóvenes, santos de todo tipo y condición han sido y son la cabeza, los brazos y el corazón que ha llevado adelante esta tarea. Lo ha hecho no de cualquier manera, sino siguiendo unas reglas hermenéuticas concretas, unas determinadas "normas pedagógicas", llamémoslas así, que derivan de la misma naturaleza de la Escritura y de su importante función en la comunidad cristiana. Brevemente, paso a describirlas.
Leer e interpretar la Biblia teniendo en cuenta la naturaleza misma de su ser Escritura Sagrada.
Esta es la primera norma pedagógica que la Iglesia nos invita a practicar, y en la que siempre nos acompaña con sus especialistas, con sus catequistas y predicadores, con su magisterio episcopal. Se trata de leer e interpretar la Escritura Sagrada no de cualquier modo, sino teniendo en cuenta lo que realmente es, un libro plenamente humano y un libro que contiene plenamente la Palabra de Dios; un libro en el que percibimos el soplo de la inspiración del espíritu y, a la vez, el trabajo complejo de los escritores y escritoras que lo compusieron; un libro en el que la fe nos abre los ojos del alma y la inteligencia, para descubrir el soplo del Espíritu, que hace de unas palabras verdaderamente humana, verdadera Palabra de Dios. Esta doble naturaleza del libro santo exige un doble trabajo por parte del lector creyente: el esfuerzo por descubrir el sentido y significado de las palabras de un libro antiguo, escrito en una cultura diferente a la nuestra, en otra lengua distinta de la que usamos y con otras categorías mentales. Y por otra parte, la apertura de la inteligencia realizada por la fe, para descubrir en esas palabras antiguas una palabra actual y viva, la palabra de Dios capaz de transformar nuestra vida. Cuando pensamos en exegetas profesionales y teólogos, les estamos exigiendo una exégesis científica y una exégesis teológica (Exhortación verbum Domini 62-77). Cuando pensamos en cristianos no especialistas, estamos hablando de una mínima formación bíblica y de una lectura abierta a la acción del Espíritu por la fe y mediante la oración (Verbum Domini 72-75).
Leer el Antiguo Testamento con los ojos de Cristo Jesús.
Efectivamente, la segunda norma pedagógica es el modo cristiano de leer el Antiguo Testamento. La Iglesia acogió la Escritura judía con naturalidad como Sagrada Escritura desde el principio, porque fue la Escritura Sagrada de Jesús y de los apóstoles. Esta Escritura puede leerse de diversos modos. Por supuesto, podemos leerlo e interpretarlo como una obra en sí misma, como la Biblia hebrea, una obra clásica y cumbre de la literatura universal, tesoro de sabiduría que ya pertenece a la humanidad entera. Y en ese modo de lectura coincidiremos con cualquiera que se asome a sus páginas, como a las del Nuevo Testamento, con la mente abierta y con buena voluntad, sea cristiano o no lo sea, se confiese creyente o no lo haga. Podemos también leerla como la leyeron y la leen hoy los judíos que repasan sus páginas con veneración y profunda piedad. En esa lectura coincidiremos, al menos en parte, con la lectura religiosa que de estas páginas sigue haciendo gran parte del pueblo judío. Pero estas lecturas, siendo en sí mismas legítimas, no agotan el modo de leerse el Antiguo Testamento en la Iglesia. Hemos aprendido a leer el AT desde la perspectiva del gran Pedagogo que es Cristo, desde los ojos mismos del gran Maestro Jesús, que nos ha enseñado y sigue enseñándonos a descubrir cómo toda la Escritura conduce de una u otra manera al encuentro con él, Mesías y Salvador que fundamenta nuestra esperanza, Señor que da sentido definitivo a nuestra vida. Así lo hace la Iglesia, como enseguida diré, especialmente en la liturgia.
Pero hay un aspecto en esta lectura que no debemos dejar de lado. Me refiero a lo que la reciente exhortación postsinodal llama las "páginas oscuras" de la Biblia (Verbum Domini 42). No podemos dejar de lado las dificultades con que inevitablemente tropezaremos a la hora de leer la Sagrada Escritura, especialmente el Antiguo Testamento. Con la Iglesia podemos afrontar también estas páginas difíciles del Antiguo Testamento. Aquellas, especialmente, que nos hablan de violencia y de venganza, aquellas que reflejan una actitud moral distinta de la que animó el Maestro Jesús. Son páginas que debemos situar en el itinerario pedagógico del pueblo de Israel, aprendiendo a descubrir cómo Dios les fue guiando sin forzarle, acomodándose a la cultura y la evolución espiritual de cada tiempo. La Biblia se nos descubre así como un libro profundamente humano, en el que aparecen no sólo las virtudes de los hombres y los pueblos, sino también sus defectos y sus vicios, grandes y pequeños. Y es preciso recordar, que la revelación se acomoda al nivel cultural y moral de épocas lejanas, como el maestro, haciendo uso de la pedagogía, se acomoda al nivel y preparación de cada alumno. Otra vez aparece aquí la pedagogía de Dios en la Escritura, que se va manifestando progresivamente en la historia y realiza su proyecto de salvación no de golpe, sino, al igual que hace el buen maestro, progresivamente y por etapas. Además, como dice el libro de la Sabiduría ya citado, aprendemos así también nosotros a ser comprensivos y tolerantes, como lo fue Jesús, que venció la violencia y la mentira con la fuerza de la verdad y de la entrega, ofreciéndose mansamente a una muerte injusta y tramposa, de manera que puso de manifiesto definitivamente y para siempre cuál es el verdadero camino de la justicia y de la paz.
Leer e interpretar la Escritura en la Iglesia
La tercera norma pedagógica que quiero resaltar nos invita a leer la Escritura en el marco del pueblo en que ha nacido, donde la hemos llegado a conocer, donde se conserva y proclama cada día, es decir, en la comunidad cristiana, en la Iglesia y bajo la luz del Espíritu que habita en ella.
En primer lugar, el ámbito más adecuado para leer la Escritura, donde lo hace la mayoría de los cristianos hoy, como lo han hecho a lo largo de la historia, es la celebración litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía. Es aquí donde, como dice el documento sinodal tantas veces citado, aprendemos a leer la Escritura, llevados de la mano por "la sabia pedagogía de la Iglesia, que proclama y escucha la SE siguiendo el ritmo del año litúrgico" (Verbum Domini 52). Se trata de una lectura viva y variada: escuchamos con fe la proclamación de la Palabra de Dios a partir de la Escritura, tal como ha sido seleccionada por la Iglesia en los leccionarios litúrgicos; recitamos la Escritura proclamando la Palabra de Dios en los cánticos del salmo responsorial; y la convertimos en palabra y plegaria nuestra en la Plegaria eucarística y en las distintas preces y oraciones que constituyen la celebración. Sin olvidar la Liturgia de las Horas, que nos lleva de la mano a cantar, recitar, musitar la palabra de Dios hecha plegaria. Lo más importante, lo que da sentido a esta lectura múltiple y variada de la Escritura es que, en el centro de todo, resplandece "el misterio pascual, al que se refieren todos los misterios de Cristo y de la historia de la salvación que se actualizan sacramentalmente" (Verbum Domini 52).
Pero no sólo en la acción litúrgica somos llevados por la pedagogía de la Iglesia a profundizar en la Escritura proclamada como Palabra de Dios viva y actual para nuestra vida. Podemos y debemos hacer esto también mediante la lectura asidua de la Escritura, hecha en grupo o individualmente, lectura orante y comprometida, que nos ayuda a asimilar la Palabra de Dios, a convertirla en savia de nuestra propia vida. La Iglesia, mediante las distintas prácticas de lectura, especialmente mediante la lectura orante de la Biblia o lectio divina, nos guía así al mejor conocimiento de la Palabra de Dios. La pedagogía de Dios se hace aquí método experimentado en la Iglesia, recibido en ella, en ella nacido cada día. Aquí se hace viva la fe como escucha de la Palabra; la lectura como información y estudio atento de ella; la meditación como asimilación orante de la Palabra de Dios; la oración como palabra humana necesitada que se deja guiar y sustituir por la palabra humano divina de la Escritura; la contemplación como presencia del Señor que nos introduce en el secreto más profundo de la Palabra; la acción, como resultado en la vida de nuestra transformación por la Palabra eficaz de Dios.
5. En la cultura de cada tiempo, último esfuerzo pedagógico
Hemos intentado descubrir cómo Dios, cual prudente pedagogo, ha ido llevando a Israel por los caminos de la alianza, según descubrimos en la Sagrada Escritura. Cómo esos caminos podemos recorrerlos nosotros mismos, admirando la sabia pedagogía de Dios que en ellos asoma, que nos acompaña fielmente hasta llegar a la meta, Cristo, quien nos abre los ojos, como Maestro y Pedagogo definitivo, a una lectura nueva y plena de la Escritura. Hemos visto cómo, incluso, esa pedagogía de Dios y de Cristo se hace presente en la Iglesia, mediante una hermenéutica adecuada, mediante una liturgia que vivifica la palabra escrita al proclamarla como Palabra de Dios, mediante un acompañamiento al lector cristiano de la Biblia en su vida de cada día.
Pero no estaría completa esta visión de la pedagogía de Dios en la Sagrada Escritura, si no tuviésemos en cuenta que tal pedagogía no se circunscribe al tiempo y a la cultura de Israel, ni al tiempo de composición de la Escritura y a los contextos culturales de cada libro bíblico. Ni siquiera basta con que los cristianos nos dejemos guiar por el Espíritu que vive en la Iglesia de Dios, leyendo la Biblia desde nuestra cultura y nuestras preocupaciones actuales. La Biblia es un libro abierto a la cultura de cada persona y de cada tiempo. Por eso es tarea del pueblo de la Biblia, de la Iglesia, la de poner constantemente y en cada momento en contacto la Palabra de Dios escrita con la cultura de quienes la leen, teniendo en cuenta siempre la coordenadas de espacio y tiempo.
La reciente exhortación postsinodal nos invita, en su tercera y última parte, a hacer de pedagogos de la cultura contemporánea, haciendo resonar en ella la Palabra de Dios, anunciando al mundo "el Logos de la esperanza" (Verbum Domini 91), es decir, una manera nueva de traducir la invitación de Pedro en su carta a los cristianos, para que estén siempre listos a dar razón de su esperanza (1 Pe 3,15). Todos los cristianos, como miembros de la Iglesia, estamos invitados a hacer de pedagogos en este diálogo entre la Palabra de Dios que conocemos en la Iglesia por la Escritura y los hombres y mujeres de nuestro tiempo, inmersos en una cultura que con frecuencia es fuertemente secular y ajena a valores de la trascendencia, o que los interpreta de un modo diferente a la tradición cristiana. El testimonio diario de vida, el compromiso por la paz y la justicia, la regeneración de la vida política y social, las manifestaciones artísticas de todo tipo, la red cibernética, todos estos espacios están esperando la presencia de la Palabra de vida llevada por los cristianos. Dios se vale ahora de nosotros, como pedagogos, para hacer presente de modo conveniente y creíble, sin olvidarnos del necesario testimonio explícito, la palabra de la Escritura, Palabra de Dios que conduce a la plenitud humana de la salvación ofrecida por Jesucristo. Es tarea nuestra en la Iglesia ser ahora pedagogos capaces de unir Sagrada Escritura y cultura de nuestro tiempo, que es también cultura donde puede echar raíces la Palabra de Dios.
Y no es parte pequeña de la pedagogía necesaria para hacer presente la Palabra de Dios en la Iglesia y en todo el mundo, la de contar con una versión adecuada de la Escritura:
Si la inculturación de la Palabra de Dios es parte imprescindible de la misión de la Iglesia en el mundo, un momento decisivo de este proceso es la difusión de la Biblia a través del valioso trabajo de traducción en las diferentes lenguas (Verbum Domini 115).
Es verdad lo que nos llega en estas palabras del papa Benedicto XVI y del Sínodo de los Obispos. Porque, como sigue diciendo el documento, una traducción es más que una simple transcripción del texto original. Se trata de un cambio de contexto cultural, capaz de poner en relación diferentes formas de pensamiento y distintas maneras de vivir. Y eso es, me parece a mí, lo que ha hecho la Conferencia Episcopal Española al publicar la nueva versión de la Biblia, razón última del Congreso en que estamos. Con seriedad en la gestión, con mucho trabajo y solvencia científica de numerosos especialistas, la Conferencia Episcopal propone a la Iglesia española una Biblia a la altura de nuestro tiempo. Una Biblia capaz de crear un lenguaje común al servicio de los cristianos españoles en la liturgia, la catequesis y la escuela. Un lenguaje común que ya está en gran parte experimentado, que nada tiene que envidiar al lenguaje de nuestro tiempo, que es capaz, en la medida en que una versión lo es, de trasladar el tesoro de la Escritura Sagrada al lenguaje de las gentes de nuestros días. Así, los españoles de nuestro tiempo, y no sólo los creyentes, podrán acercarse a la Biblia para participar en su propuesta de salvación, experimentando en directo la pedagogía de Dios: un conjunto de palabras humanas concretas y de tiempos y lugares bien determinados, capaces sin embargo de transmitir el latido del amor de Dios y de su preocupación por Israel y por el mundo entero. Palabras que narran los gozos y dolores del mismo Hijo de Dios hecho palabra, Logos encarnado al que podemos acercarnos gracias a la mediación pedagógica de la Iglesia española, que pone el libro de cultura, el libro santo en las manos de quien quiera acercarse a él. Mucha ciencia, mucha sabiduría, innumerables horas de trabajo, inmenso amor y aprecio por la Sagrada Escritura y la Palabra de Dios han sido reunidos en este libro, iniciativa de nuestros obispos, obra de toda la Iglesia hispana, que empieza ahora un nuevo caminar. Estoy seguro de que, tras de sus páginas bien impresas, los lectores de todo tipo podrán apreciar y percibir la suave pedagogía de Dios, que traspasa tiempos y culturas, y nos lleva como de la mano al encuentro con nosotros mismos y con su Palabra, con la Palabra de Dios hecha carne, sencillamente, con Jesucristo.
 
 
 


Y el verbo se hizo carne. Naturaleza sacramental de la revelación cristiana    
  
Miembro de la Comisión Teológica Internacional
El motivo que nos reúne es la presentación de la versión de la Biblia que ha pro-movido la CEE y que adquiere carácter de "oficial" para la Iglesia española. De ahí que el Congreso tenga como objeto formal las Sagradas Escrituras y su lugar en la vida de la Iglesia. A este hecho hay que añadir que recientemente el Papa Benedicto XVI ha pu-blicado su Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini dedicada precisamente a la Palabra de Dios. Son pues dos acontecimientos eclesiales que ponen en primer plano la Sagrada Escritura.
 
 
"La Sagrada Escritura en la Catequesis de iniciación cristiana"    
  
 
Profesor de la Facultad de Teología san Dámaso
I. INTRODUCCIÓN
El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana... se nutre saludablemente con la palabra de la Escritura y por ella da fruto de santidad[1].
Nadie duda de que uno de los mayores frutos de la renovación conciliar ha sido la revalorización de la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia[2]. No es difícil constatar cómo la Sagrada Escritura nutre las diferentes formas en las que se despliega el Ministerio de la Palabra y cómo la Iglesia, en virtud de este contacto, ha recibido grandes frutos de santidad a lo largo de estos años. En este marco general, también la catequesis, al hacer del uso de la Biblia el centro de su acción, ha recibido grandes beneficios. Sin miedo a exagerar, podemos decir que hoy en día la Escritura ha pasado a ser "el alma de la catequesis"[3].
No obstante, sobre esta base positiva, es necesario constatar una sombra. En muchas ocasiones la Sagrada Escritura se introduce en la catequesis de un modo exclusivo, sin referencia alguna a la Tradición eclesial que la ofrece el marco y la actualiza. Esta deficiencia ya fue puesta de manifiesto, hace años, por el Directorio General para la Catequesis (1997):
En muchas catequesis, la referencia a la Sagrada Escritura es casi exclusiva, sin que la reflexión y la vida dos veces milenaria de la Iglesia la acompañe de modo suficiente[4].
En efecto, habitualmente en las catequesis no se termina de poner en relación la Sagrada Escritura con la también "Sagrada Tradición"[5] y tampoco se termina de encajar, en su justa proporción, el servicio que el Magisterio eclesial presta a la Palabra de Dios[6]. La consecuencia es clara, al quedar roto el dinamismo por el que la Palabra de Dios se actualiza, la misma Escritura queda devaluada. En ocasiones la Biblia es usada por la catequesis como fuente de argumentos, en otras se utilizan sus relatos como historias ejemplares, tampoco falta un uso "academicista" donde se ofrecen a los catequizandos opiniones exegéticas de última hora que poco aportan a la fe...; en todo estos usos la Sagrada Escritura palidece y, lejos de ser presentada y recibida como testimonio privilegiado de la Palabra, se la toma como un documento más, si se quiere extraordinario, que, al no estar enraizado en la fe eclesial, no termina de entregar la comunicación divina[7].
Nuestra exposición arranca de esta problemática y trata de arrojar alguna luz sobre el uso de la Escritura en la catequesis, hablando con propiedad, en la catequesis de Iniciación Cristiana. El trabajo tendrá, por tanto, dos partes: en la primera expondremos cuál es la finalidad de la catequesis y veremos cómo en su centro está la proclamación de la Palabra de Dios, entonces será preciso decir algo sobre qué se entiende por Palabra de Dios; estas aclaraciones nos ofrecerán el marco necesario para comprender de un modo general de qué manera la Sagrada Escritura puede entregar la Palabra de Dios en la catequesis. En la segunda señalaremos la diversa presencia de la Escritura en la catequesis de Iniciación Cristiana, será preciso, por tanto, que presentemos la Iniciación como un proceso diferenciado, marcado por el desarrollo de la fe de los destinatarios, y que indiquemos como sus diversas etapas reclaman unos actos catequéticos diversificados; entonces estaremos en condiciones de decir alguna palabra sobre cómo la Escritura ha de intervenir en cada uno de esos momentos iniciáticos.
II. PRESUPUESTOS
1.- La Finalidad de la Catequesis
El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: solo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad[8].
El objetivo de toda acción catequizadora es que los que se inician entren en una relación personal con Jesucristo, una relación de comunión que lleve a los catequizandos a participar de sus misterios salvadores y a configurarse con Él. En efecto, Jesucristo es el mediador y la plenitud de toda revelación. Él es el Hijo eterno de Dios que nos dado a conocer de un modo definitivo el plan salvador de Dios y lo ha llevado a cabo haciendo entrega de sí mismo en la cruz. En Jesucristo, Dios nos ha abierto el misterio de su intimidad: se ha revelado como Padre y, por el don del Espíritu, nos ha capacitado a los seres humanos, ahora hermanos de su Hijo, a entrar en la relación filial que mantiene con Él desde toda la eternidad[9]. De este modo, al procurar la catequesis que sus destinatarios entren en comunión con Jesús, están ayudando a que se confíen a Dios Trinidad, hagan profesión de fe y participen de su salvación[10].
Pero ¿cómo es posible entrar en comunión con Él? El misterio de Jesucristo, no es ajeno a nadie. Jesús es verdadero hombre. Cuando llegó la plenitud de los tiempos el Hijo de Dios se encarnó en el seno de María, su madre, y, por su encarnación, "en cierto modo, se ha unido" con todo varón y mujer que viene al mundo[11]. Él conoce las debilidades de nuestra naturaleza, ha pasado por las circunstancias que articulan nuestra vida, su corazón ha latido con los anhelos que nos abren a la esperanza y, aunque no cometió pecado, ha sufrido en sus carnes las consecuencias del poder del mal que nos atenaza. De este modo, la catequesis tiene como encomienda presentar la figura humana de Jesucristo. Ante ella sus destinatarios no pueden dejar de sentirse concernidos: en Jesús ven a un ser humano como ellos, que "trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre"[12]; pero al manifestarse en Jesús la humanidad en su última perfección, revela a un tiempo la presencia misteriosa y desbordante del Hijo de Dios: "porque es en Cristo hecho hombre en quien habita la plenitud de la divinidad"[13].
Por tanto, en el centro de la catequesis no puede estar otra cosa que la persona de Jesucristo[14]. Ella ayuda a sus destinatarios a "indagar vital y orgánicamente su misterio"[15], de modo que, a la luz del Espíritu, comprendan que los gestos y las palabras de Jesús están dirigidos a ellos personalmente y que, por su gracia, participan de los frutos de su vida y de su entrega. Al final de la catequesis, cada catequizando debe tener la convicción de que
Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20)[16].
No obstante, nadie puede reconocer a Cristo como su Salvador y recibirle como su Señor si no se convierte a Él. La fe cristiana se alumbra en el mismo acto por el que el creyente, bajo la acción de la gracia, se adhiere plena y sinceramente a la persona de Jesús y toma la decisión de caminar en su seguimiento. Aquí queda implicada toda la persona, desde lo más profundo de su corazón. Y es que el creyente encuentra en Jesús la respuesta a todos sus anhelos; en Él ve revelada la verdad que aspira sobre sí, sobre el mundo y sobre Dios. Por eso, en la misma adhesión a su Maestro y Señor, desea y se compromete a pensar como Él, a juzgar como Él y a vivir como Él lo hizo[17]. Esto parecería un reto imposible de responder si el creyente no se uniera a la comunidad de discípulos e hiciera suya la fe de la Iglesia. En efecto, la Iglesia se ofrece a los que desean identificarse con Jesús como el ámbito en donde le encuentra contemporáneo, en donde pueden mantener una relación vital hasta entrar en comunión personal con él[18]. En definitiva la Iglesia es la "casa de la palabra"[19].
2.- El acontecimiento de La palabra de Dios
a/ Jesucristo es la Palabra de Dios
La fuente de donde la catequesis toma su mensaje es la Palabra de Dios [...] Jesucristo no sólo transmite la Palabra de Dios: Él es la Palabra de Dios. Por eso, la catequesis –toda ella– está referida a Él[20].
La catequesis forma parte del servicio que la Iglesia presta a la Palabra de Dios[21]. Gracias a la "admirable condescendencia de Dios"[22], su Palabra se comunica en palabras humanas: las palabras de profetas y sabios que dirigieron el destino del pueblo de Israel; las palabras escritas de las Sagradas Escritura que le fueron abriendo a la promesa de Dios; las propias palabras de Jesús que en su vida terrena fue desvelando los misterios del Reino; las palabras pascuales de los apóstoles que confesaron su fe en Jesús como su Salvador y Señor; las palabras evangélicas recogidas en el Nuevo Testamento; las palabras de los santos y los doctores que en cada época ponen al día los misterios desvelados por las palabras apostólicas; y, en definitiva, las palabras humanas de la Iglesia que actualizan en cada tiempo y lugar la comunicación de Dios. Aunque ninguna la abarca plenamente, estás palabras humanas de diverso modo están al servicio de la única Palabra divina; la catequesis tiene como tarea el ayudar a pasar de las palabras a la Palabra de Dios.
En efecto, Dios, a lo largo de la historia, desde la creación hasta nuestros días, nos ha hablado de muchas maneras, pero sólo en su Hijo Jesús ha pronunciado su Palabra definitiva, porque Jesús, en persona, es la Palabra de Dios, la que ya existía en el principio, estaba junto a Dios y era Dios. Él es el Verbo hecho carne, que acampa entre nosotros; en Él Dios mismo se nos ha revelado y autocomunicado para rescatarnos y hacernos partícipes de su vida divina[23].
El Hijo [de Dios] mismo es la Palabra, el Logos; la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance. Ahora, la palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret[24].
Toda catequesis está referida a la Palabra de Dios, a Jesús, ella busca ponerla al alcance de sus destinatarios, desea que la conozcan, que traten personalmente con ella, que la acojan en su propia vida y respondan al diálogo que Dios quiere establecer con ellos. La catequesis sirve a la Palabra de Dios cuando se pone a disposición del Espíritu para que sus destinatarios reconozcan en las palabras pronunciadas en el seno de la Iglesia a Jesucristo, la comunicación personal de Dios, pero también la sirve cuando ayuda, bajo la acción del propio Espíritu, a que esa misma Palabra tome posesión de los creyentes y puedan introducirse en el diálogo divino que Jesús mantiene con el Padre. Por tanto, en la catequesis la Palabra de Dios es el nudo gordiano donde se vincula la autocomunicación de Dios y la respuesta obediente de los catequizandos[25].
b/ La Tradición y la Escritura el único depósito de la Palabra de Dios[26]
¿De qué modo esta Palabra permanece actual, viva y personal? Ciertamente Jesús sigue presente en su Iglesia. El testimonio de su Espíritu le mantiene vivo en su cuerpo eclesial. Por la experiencia de fe, los creyentes sabemos que se ha cumplido la promesa que Jesús dio a sus discípulos poco antes de su retorno al Padre:
Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio sobre mí. Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio[27]
El mismo Espíritu que estaba con Jesús desde el instante de su encarnación en el seno virginal de María hasta que Él, en la mañana de pascua, lo exhaló a sus discípulos, ese Espíritu que procede del Padre y que Jesús nos lo da en su nombre, actúa en su Iglesia y hace que, bajo su acción, las palabras y gestos eclesiales expresen la Palabra de Dios[28]. El testimonio del Espíritu es el que mantiene viva la Palabra de Dios en la Iglesia y es Él el que hace que alcance el corazón de los creyentes de modo que puedan reconocer a Jesús, tratar con él personalmente y convertirse en sus testigos ante sus conciudadanos.
El Espíritu, por tanto, es el garante de la actualidad permanente de la Palabra divina, pero ¿dónde halla la Iglesia, en general, y la catequesis, en particular, el depósito de esa Palabra?
La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura, dado que "la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el único depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia"[29]
La respuesta del Concilio es taxativa: "la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el único depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia"[30]. La Palabra divina no se encuentra en la sola Escritura, tampoco en la Tradición, ella subsiste en la conjunción innata de la Escritura y la Tradición, ya que
la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están estrechamente unidas y compenetradas, manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin[31]
La Tradición y la Escritura, cada una a su manera tienen su origen en el testimonio pascual que los Apóstoles dieron del acontecimiento salvador de Jesucristo, esa es su "misma fuente". Ambas "se unen en un mismo caudal", porque la Escritura alimenta la vida de la Iglesia y va engrosando la Tradición, mientras que la Tradición permite ahondar en la comprensión del testimonio escriturístico y lo hace vivo en el transcurso del tiempo. Y por último, al unísono "corren hacia el mismo fin", esto es: entregar la presencia viva de Cristo, Palabra del Padre, y mover a su adhesión por la fe[32].
Cierto, "la Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo"; en ella "la predicación apostólica se expresa de un modo especial"[33]. Analógicamente podemos decir, que al igual que "el Verbo de Dios se hizo carne por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, así también la Sagrada Escritura nace del seno de la Iglesia por obra del mismo Espíritu"[34]. Fruto de la inspiración del Espíritu, en la letra de la Escritura está presente la Palabra de Dios de un modo análogo a como lo estuvo en la carne de Jesús. Al igual que los discípulos, bajo la luz del Espíritu, reconocieron en la humanidad de Cristo la presencia del Verbo de Dios, ahora los creyentes deben reconocer en el texto de la Escritura la Palabra que Dios les dirige. De este modo, el ministerio de la Palabra, en general, y la catequesis, en particular, debe partir permanentemente de la Sagrada Escritura y hacer de ella el alma de su actividad.
No obstante, el paso de la letra de la Escritura a la Palabra divina, como hemos dicho, se juega en un proceso de fe: "se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita"[35]. Por eso, aunque el proceso de lectura y comprensión creyente siempre está movido por la acción de la gracia, el mismo Espíritu ofrece un soporte hermenéutico que permita acceder humanamente a la autocomunicación divina y otorga garantía de verdad. Este soporte lo presta la Sagrada Tradición, también ella alentada por el Espíritu Santo.
Esta Tradición de origen apostólico es una realidad viva y dinámica, que "va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo"; pero no en el sentido de que cambie en su verdad, que es perenne. Más bien "crece la comprensión de las palabras y las instituciones transmitidas", con la contemplación y el estudio, con la inteligencia fruto de una más profunda experiencia espiritual, así como la "predicación de los que con la sucesión episcopal recibieron el carisma seguro de la verdad"[36]
La Tradición, que igual que la Escritura tiene un origen apostólico, permite a ésta hacer entrega de la Palabra divina. Ella ofrece el ámbito de comprensión: la vida de la Iglesia, y la clave: la fe, para poder trascender la literalidad del texto bíblico y avanzar en un proceso de asimilación de la Palabra en la que queda implicada toda la vida del creyente. En efecto, "la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree"[37]; ella es la que testimonia la presencia de Jesús y hace que, bajo la acción del Espíritu, resuene en el mundo la Palabra de Dios. Imposible, por tanto, acceder a esta Palabra si no se es partícipe de la vida eclesial que la da forma humana y la hace contemporánea; imposible si no se participa de la fe que la alienta y capacita para reconocer en la Escritura la Palabra que es Jesucristo.
Por eso, la catequesis no se reduce a iniciar en la lectura y el conocimiento de unos textos, ella invita a sumergirse en la vida eclesial que expresa la Tradición viva de la Iglesia y conduce, como a su fundamento gemelo, a entablar un diálogo creyente con la Escritura a la búsqueda de Cristo, "el que inicia y consuma la fe"[38]. La catequesis no es un ejercicio de comentarios de textos, tampoco es la exposición panerética de normas morales y menos un esfuerzo erudito para la reconstrucción de un personaje del pasado. En la catequesis, sin despreciar la letra, la Palabra de Dios ha de aparecer como un acontecimiento; es decir, la lectura de la Escritura hecha en el surco de la Tradición debe ayudar a que irrumpa la presencia de Jesús, por quien Dios se ofrece como interlocutor de los catequizandos. Él, como Palabra del Padre y en la virtud del Espíritu, viene en persona a iluminar la existencia de quienes le buscan, se ofrece como compañía, les da la potencia para apartarse del mal y del pecado y les otorga la gracia para que puedan responder confiada y obedientemente a la voluntad de Dios.
En la Exhortación Apostólica Verbum Domini, Benedicto XVI invita, de algún modo, a la catequesis a formar a los creyentes para que reconozcan en la conjunción de la Sagrada Escritura y en la Tradición la Palabra de Dios[39]. Y, en el número en el que se refiere a la catequesis, recuerda un texto de Juan Pablo II de la Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae, en el que de una manera concreta se dice cómo en la catequesis debe ir de la mano Escritura y Tradición
Hablar de la Tradición y de la Escritura como fuentes de la catequesis es subrayar que ésta ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y actitudes bíblicas y evangélicas a través de un contacto asiduo con los mismos textos; y recordar también que la catequesis será tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos con la inteligencia y el corazón de la Iglesia y cuanto más se inspire en la reflexión y en la vida dos veces milenaria de la Iglesia. [40]
En la catequesis no puede faltar un contacto asiduo con los textos bíblicos para que, bajo la acción del Espíritu, los catequizandos se reconozcan partícipes de los acontecimientos en los que Dios ha obrado su salvación, para que dejen modelar su mente con las enseñanzas de la Escritura, para que configuren sus actitudes de vida a semejanza de las que testimonian los personajes bíblicos y aún con las de las oraciones que estos dirigen a Dios. La catequesis ha de ayudar a que cada texto que se proclame sea contemplado como una carta personal que Dios dirige a los que se inician, pero enmarcado en un conjunto que tiene como último fin entregar la persona de Jesús, la Palabra de Dios, a la que ellos quieren seguir.
Pero esta entrega no es posible si el contacto con la Escritura no se realiza en el surco de la "vida dos veces milenaria de la Iglesia". Los creyentes deben entrar, realmente, en una relación personal con Cristo en el que toda su vida quede afectada; para lo cual es imprescindible que sean introducidos en el conjunto de la vida eclesial. La vida eclesial ofrece a la Palabra que testimonia la Escritura la humanidad en la que los que se inician pueden encontrarse con Cristo, seguirle e identificarse con Él. En efecto, por obra del Espíritu, las celebraciones litúrgicas actualizan lo que los textos de la Escritura proclama, la vida de los santos testimonian su potencia transformadora, la reflexión de los Padres y los Doctores su inteligencia, la vida de caridad y de servicio de la comunidad cristiana la fraternidad que convoca, y la autoridad legítima del magisterio del Papa y de los obispos le da su última definición. Digámoslo una vez más, Cristo sigue vivo en su Iglesia y sólo participando de su Iglesia y de la fe que la anima los que se inician pueden acceder a Jesús[41].
En este punto es preciso decir una palabra sobre el Magisterio. Bien sabemos por el Concilio que el "Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio" y que cumpliendo el mandato recibido por Jesús y sostenido por el Espíritu Santo está "dotado del carisma de la verdad", de modo que con garantía divina ejerce la función de "interpretar auténticamente la Palabra de Dios"[42]. El Magisterio, por tanto, no es fuente de la Palabra de Dios, pero sí es el garante de que la Iglesia, en general, y la comunidad iniciática, en particular, la escuchen en el surco de la historia. Y como de lo que se trata en la catequesis es de actualizar y de hacer resonar la Palabra en la vida de los creyentes, es imprescindible que la actividad catequética se deje orientar permanentemente por el Magisterio, pues no sólo tendrá la seguridad de permanecer en la verdad de la fe, sino de iniciar en lo que es común y fundamento de comunión para todos los creyentes.
Así, "Tradición, Escritura y Magisterio, íntimamente entrelazados y unidos, son, 'cada uno a su modo', fuentes principales de la catequesis"[43]. Del depósito común que compone la Tradición y la Escritura halla la catequesis la Palabra de Dios, y del Magisterio doctrinal la guía para extraer esa Palabra y proponerla a la fe de sus destinatarios en el hoy de su vida y de su historia.
3.- la conjunción de la Sagrada Escritura y el Catecismo en la catequesis
A la hora de reflexionar sobre la catequesis, el Catecismo de la Iglesia Católica desempeña un papel muy importante, él es un instrumento imprescindible a la hora de hacer una lectura eclesial de la Escritura a la luz de la Tradición. En efecto, el Catecismo es "una expresión relevante actual de la Tradición de la Iglesia y norma segura para la enseñanza de la fe"[44]. Fruto de la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica y sancionado por la autoridad apostólica del Sucesor de Pedro, Juan Pablo II, compone una "sinfonía" de fe por la cual se presenta fiel y orgánicamente la enseñanza de la Iglesia. Sus fuentes principales son la Sagrada Escritura, los Santos Padres, la Liturgia y el Magisterio auténtico. Su objetivo es ser un "texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica, y muy particularmente para la composición de los catecismos locales"[45].
Según señala el Directorio General para la Catequesis, la Sagrada Escritura y el Catecismo son, pues, dos puntos de referencia que deben inspirar la acción catequizadora de nuestro tiempo; pero "cada uno a su modo y según su específica autoridad"[46]. Es verdad que el Catecismo está lleno de referencias a la Escritura y que él mismo es testimonio autorizado de la lectura eclesial de la misma[47], pero esto no debe sustituir la lectura directa de la Escritura en la catequesis. Los que se inician deben entrar en contacto directo tanto con los textos bíblicos como con el Catecismo (el de la Iglesia universal o con los locales por él inspirados), ambos han de ser ofrecidos sin ningún tipo de rivalidad. Ya sea en una catequesis bíblica o en una doctrinal, el acto catequético debe articular el testimonio de ambos documentos de modo que la Iglesia entregue a los que se inician la Palabra de Dios[48].
Sea cual sea el tipo de catequesis, es preciso desplegar siempre el siguiente dinamismo: por la proclamación de los textos bíblicos, Cristo debe aparecer ante los ojos de los catequizandos como alguien que sale a su paso, que conversa con ellos, que se hace cargo de sus esperanzas y decepciones, que les toma de la mano, carga con su culpa y les conduce hacia la promesa divina que anhela su corazón. No obstante, si los textos bíblicos aproximan a Jesús, será el testimonio eclesial que recoge el Catecismo el que permitirá a los que se inician penetrar, bajo la luz del Espíritu, en el misterio divino y salvífico que se hace presente en Él. Más aún, el Catecismo extenderá el puente para que los catequizandos le encuentren realmente en la Iglesia: en las celebraciones litúrgicas, en la vida evangélica, en la oración, en la fraternidad y misión de la comunidad cristiana en él expone doctrinalmente.
En la catequesis, la Palabra debe resonar en la vida de los que se inician; esto es, Cristo debe hacerse presente y enseñar a sus discípulos los misterios que se entregan en su persona. Su Espíritu, maestro interior, les unirá a él y les hará partícipes en su propia vida de esos mismos misterios. La comunidad eclesial será el seno donde los creyentes serán alumbrados como hijos de Dios por la Palabra y el Espíritu. El grupo catecumenal el útero donde todo esto se hará efectivo bajo la guía y el acompañamiento de los catequistas, sacerdotes y todos aquellos que intervienen en la Iniciación Cristiana. El Catecismo está, pues, al servicio de la catequesis[49]. El Catecismo no es la catequesis, si ésta no puede tener como referencia exclusiva la Escritura, tampoco puede tenerle a él. La iniciación cristiana demanda de la catequesis un dinamismo iniciático tal que exige que aquello que la Escritura anuncia y el Catecismo desentraña los catequizandos lo encuentren introduciéndose y participando de la vida eclesial. De este modo, el testimonio bíblico y la regla de fe que el Catecismo explicita, señala constantemente a la Iglesia, para que los neófitos se introduzcan y participen de "lo que es y lo que cree"[50].
III. LA PRESENCIA DIFERENCIADA DE LA SAGRADA ESCRITURA EN LA CATEQUESIS DE INICIACIÓN CRISTIANA
La Iniciación Cristiana es una institución de origen apostólico por la que los que buscan a Cristo, a través de un proceso catecumenal y la celebración de los sacramentos de iniciación, se unen a Él y, por la gracia de su pascua, participan de la naturaleza divina que Dios les da[51]. La Iniciación Cristiana es el modo más significativo que tiene la Iglesia de cumplir su misión. Mediante esta institución y bajo la acción del Espíritu Santo, ella ejerce la mediación materna por la que Dios engendra a sus hijos y les hace partícipes de la nueva vida que nos ha alcanzado su Hijo, Jesús. Esta mediación maternal de la Iglesia "se verifica principalmente por medio de dos funciones pastorales íntimamente relacionadas entre sí: la catequesis y la liturgia"[52].
En efecto, mediante el proceso catequético, que precede o sigue a la recepción de los sacramentos, los que se inician se dejan mover por la gracia y maduran su conversión, esto es: acogen la presencia de Jesús en sus vidas, reconocen en él el amor de Dios, descubren el camino que les lleva a la plenitud y se disponen a recibir por la profesión de la fe el don de Dios. Mediante la celebración de los sacramentos (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), los iniciandos reciben realmente lo que confiesan y anhelan: se vinculan de un modo definitivo a Cristo y, por la participación de su Pascua, son hechos nuevas criaturas con él y se introducen en la comunión trinitaria participando de la comunión y misión eclesial. En la Iniciación Cristiana, la catequesis y la liturgia están en relación estrecha, no se pueden concebir una sin la otra, pues los misterios salvadores que la catequesis anuncia y los creyentes pregustan por la fe; la liturgia los celebra y los hace efectivos por la conmemoración sacramental[53].
El Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos es, pues, el itinerario litúrgico-catecumenal tipo, al cual debe remitir cualquier catequesis que venga a completar la Iniciación Cristiana[54]. En él, el proceso litúrgico queda claramente señalado por los ritos que se mandan y reseñan (entrada en el catecumenado, exorcismos y bendiciones, escrutinios, entrega del símbolo y del padrenuestro, la celebración de los sacramentos); sin embargo, no puede decirse lo mismo del itinerario catecumenal. En una lectura rápida y poco avisada, puede dar la impresión de que la acción catequizadora es uniforme y que no varía de un modo sustantivo en cada uno de los tiempos a los que dan paso los grados. No es así, también la función catequética entra de un modo diferenciado y reclama un modo diverso de exponer la Palabra de Dios. La razón es clara, si el Ritual está estructurado en grados, grados que vienen a responder al proceso madurativo de fe de los que se inician[55], y a ellos se ajustan las celebraciones litúrgicas hasta llegar a la recepción de los sacramentos; también la acción catequizadora deberá conformarse y responder al momento de fe en el que se encuentre los destinatarios.
1.- la catequesis de Iniciación Cristiana, catequesis gradual y diferenciada
La iniciación de los catecúmenos se hará gradualmente a través de un itinerario litúrgico-catequético y espiritual, como un camino de conversión y crecimiento en la fe que se desarrolla en el seno de la comunidad cristiana, estableciendo etapas a través de las cuales se va avanzando en la fe[56].
La fe es un don del Espíritu que mueve la libertad del hombre para que al creer y acoger la Palabra divina responda filialmente al amor del Padre. Esta adhesión a Jesucristo no es algo dado una vez por todas, supone un proceso permanente de maduración que dura toda la vida. Quien ha recibido la semilla de la Palabra, debe dejar que germine a lo largo de toda su existencia, hasta alcanzar el "estado de hombre perfecto", esto es, la madurez de "la plenitud en Cristo"[57]. Este proceso permanente de conversión y de maduración en la fe tiene en su inicio una serie de etapas diferenciadas que reclaman, por parte de la catequesis iniciática, un acompañamiento específico. De hecho, con el deseo de acomodarse al camino espiritual de los nuevos creyentes, el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos señala tres grados y cuatro tiempos diferenciados en los que, bajo el amparo de la mediación eclesial, trata de poner en relación la multiforme gracia de Dios y la libre respuesta de los iniciandos[58].
- Tiempo del primer anuncio y precatecumenado[59]. Aunque el RICA no desarrolla el periodo del precatecumenado, lo supone, más aún, lo considera de tal importancia que indica que ordinariamente no debe omitirse[60]. El primer anuncio y la precatequesis no son lo mismo, ni lo son respecto a los destinatarios, ni respecto a los objetivos que persiguen, tampoco lo son por el tiempo que necesitan ni por los agentes que lo realizan; no obstante ambos momentos se reclaman, pues si uno, a partir del anuncio del kerigma, despierta el interés y la simpatía por Jesús y su Evangelio; la otra, a través de su explanación, conduce al simpatizante a la primera fe y a la conversión inicial.[61]
- Tiempo del catecumenado[62]. La puerta por la que se accede a este periodo es el rito llamado "Entrada en el Catecumenado". En él los catecúmenos expresan su deseo de hacerse cristiano, esto es, su voluntad de conocer mejor al Dios vivo y verdadero que se les ha manifestado en Cristo y a quien se han unido por una fe inicial. En esta celebración la Iglesia los acoge en su seno y, entre otros ritos, con la signación, la entrada en el templo y la entrega de los Evangelios les introduce en un proceso en el que, "alimentados por la Palabra de Dios y favorecidos con las ayudas litúrgicas"[63], maduran la conversión inicial, se inician en la vida cristiana y se preparan a la recepción de los sacramentos de la Iniciación (Bautismo, Confirmación y Eucaristía).
- Tiempo de la purificación y de la iluminación[64]. Este tiempo se inicia con la celebración de la "elección" o la "inscripción del nombre" por la que la Iglesia admite a los que han concluido el catecumenado a recibir los sacramentos de la Iniciación[65]. Este periodo, que trascurre durante la Cuaresma, se desarrolla a través de unas catequesis litúrgicas, en las que los "competentes" o "iluminados", a través de unos "escrutinios" y entregas", se purifican por el examen de conciencia y por la penitencia, y reciben una formación espiritual que les permite adquirir un conocimiento más cordial y profundo de Cristo, el Salvador[66].
- Tiempo de la mistagogia[67]. La etapa mistagogica sigue inmediatamente a la celebración de la Pascua por parte de la Iglesia y la consiguiente recepción de los tres sacramentos de la Iniciación Cristiana por los nuevos cristianos. Unidos ya plenamente a la comunidad y durante el tiempo pascual, los neófitos profundizan, junto con sus hermanos, en la experiencia nueva de los sacramentos recibidos. Aquí va de la mano la recepción continuada de los sacramentos, la vida comunitaria y la meditación y explicación del Evangelio, de modo que los nuevos cristianos puedan asimilar más profundamente los misterios de la fe de los cuales participan.
2.- la Escritura en cada una de las etapas de la Inciación cristiana[68]
a/ Primer anuncio y Precatecumenado
Previo al tiempo precatecumenal y en un contexto misionero, los que se han acercado a la comunidad cristiana han escuchado el Kerigma de la Iglesia. Así es, se han encontrado con un cristiano cualquiera que les ha creado algún interrogante y les ha anunciado la buena nueva de Jesucristo, con la libertad y el arrojo (parresía) que sólo da el Espíritu[69]. Lo que han escuchado no ha sido algo genérico ni abstracto. En el testimonio y en las palabras de sus amigos, familiares o compañeros cristianos han descubierto el atractivo de la persona de Jesucristo, han reconocido que el anuncio de su vida y de su entrega en la cruz remueve algo en su corazón, que viene a despertar un anhelo de plenitud que, aunque estaba latente en su alma, no dejaba de alentar constantemente en su vida. El anuncio pascual de Jesucristo y de su testimonio del Reino de Dios, de algún modo, ha arrojado en ellos una luz y les ha urgido a seguir su rastro con el deseo de dar respuesta a sus anhelos y a sus dudas, a sus inquietudes y a sus fracasos, en definitiva, de hallar de algún modo salvación.
En este tiempo de misión, la Escritura permanece implícita, habitualmente, el creyente no tiene porque leer ningún texto bíblico; no obstante, debe conocerla de tal modo, que si bien no use la letra, sí entregue en su anuncio, de un modo vivo, el Evangelio que la Escritura testimonia y la Iglesia cree[70]. Aquí quien da la pista de entrada al anuncio son las circunstancias, los interrogantes, los proyectos, los fracasos, los anhelos, en una palabra la vida de los destinatarios. Sin duda, en esa experiencia humana, abierta a un sentido o, en muchos casos, necesitada de redención, Dios ya está actuando previnientemente con su gracia. El cristiano, en la misma o parecida situación, muestra cómo en la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, él ha percibido esa acción divina y, bajo su influencia, todo ha adquirido otro valor y significado. Su anuncio vendrá a desentrañar ese misterio de gracia: acogida por él en su propia vida y propuesta en la vida de su interlocutor. Y será en el testimonio escriturístico donde hallará justamente la luz y la inspiración para que sus palabras señales verdaderamente la cercanía de Jesucristo y el camino de su salvación.
Cuando los cristianos perciben que su anuncio ha despertado el interés de sus vecinos y amigos por el Evangelio, no pueden por menos que invitarles a la comunidad cristiana, donde se les explicitará ese primer anuncio. Comienza el precatecumenado. Ahora, de una manera progresiva, se irá desvelando el anuncio del misterio del amor de Dios revelado en Jesucristo y a los simpatizantes se le introducirá en la comunicación personal con Él.
- Objetivo del Precatecumenado
El objetivo del precatecumenado es ayudar a pasar de la simpatía e interés inicial que los destinatarios muestran por el Evangelio a la conversión y fe inicial en Cristo Salvador. ¡Ojo! el interés por Jesucristo y su Evangelio todavía no es una decisión por Él. En este momento el simpatizante llega más movido por sus problemas y deseos que por el convencimiento de que en el anuncio que ha escuchado y ha acogido inicialmente Dios le ha hablado. Es la problemática de su vida o el deseo de plenitud el que en este momento todavía les mueve.
Para los simpatizantes la Sagrada Escritura todavía no está investida de autoridad divina; no terminan de concebir cómo en un texto escrito hace tantos siglos puede hablar Dios. Y sin embargo, en su contacto con ella deben empezar a sentir y reconocer que lo que ahí se habla no les es ajeno. En el precatecumenado, hemos dicho, el simpatizante debe pasar a alumbrar la fe y conversión inicial; un modo concreto de hacer este pasaje es pasar, justamente, de contemplar la Biblia como un texto de sabiduría o de relatos ejemplares a reconocerla como el testimonio de la Palabra que Dios le dirige en su Hijo Jesucristo. Pasar de reconocerla una cierta autoridad moral a reconocer la autoridad divina de la que está investida y ante la cual debe someterse en la fe. Solo así podrá entrar en el Catecumenado y, apoyado en la lectura eclesial de la Escritura, sacar provecho de él y avanzar en el proceso de fe.
- Clave de lectura de la Escritura
Ya hemos dicho que la clave de lectura a partir de la cual se ofrece la Escritura es el Kerigma. En palabras del Directorio: ahora "se explicita el Kerigma del primer anuncio"[71]. El RICA es un poco más explícito, en este tiempo
se anuncia abiertamente y con decisión al Dios vivo y a Jesucristo, enviado por él para salvar a todos lo hombres, a fin de que los no cristianos, al disponerles el corazón el Espíritu Santo, crean, se conviertan libremente al Señor, y se unan con sinceridad a él, quien por ser el camino, la verdad y la vida, satisface todas sus exigencias espirituales; más aún, las supera infinitamente[72].
No es el momento de estudiar los elementos que integran el Kerigma tanto en los evangelios sinópticos como en los textos paulinos y joánicos[73]. La cita precedente nos da la pista sobre su contenido central que en cualquier caso se debe desarrollar. En la precatecumenado, se nos ha dicho, se ha de anunciar abiertamente y con decisión cómo Dios, revelado en Jesucristo, está realmente vivo y sale al paso de los simpatizantes para otorgarles la salvación; esto es, para acompañarles, dar respuesta a sus inquietudes e interrogantes, rescatarles de sus fracasos y llevarles a la plenitud. Evidentemente, centrar la atención en la Pascua de Cristo será el modo de mostrar a los destinatarios la potencia divina de Dios y cómo, más allá de lo que puedan anhelar y conseguir con sus fuerzas, el Creador irrumpe en sus vidas con su gracia y las lleva más allá de toda medida humana[74].
Los pasajes y textos bíblicos que se introduzcan en el tiempo del precatecumenado deben tener esta orientación. Deben mostrar cómo Dios ha salido al paso de su pueblo Israel y se ha revelado como Dios-con-el-hombre. Cómo en Jesucristo, un hombre como nosotros, se ha mostrado de tal modo próximo y solícito que ha compartido con nosotros incluso el fracaso de la muerte. Y cómo por él y en él, pues Dios lo ha reconocido como Hijo suyo, todo lo que pongamos en sus manos, por el poder de su amor, lo recuperaremos de una manera admirable y será llevado a plenitud. Los destinatarios deben percibir que en Jesucristo tienen acceso no sólo a Dios, sino a sí mismo y a su futuro, pues, a la luz del testimonio bíblico, deben comprender y desear que en Jesucristo su futuro sea Dios.
- Pedagogía de este tiempo
Si la Palabra debe caer siempre en el surco de la vida, más ha de caer en este instante. En el precatecumenado, hemos dicho, los simpatizantes van con su vida entre las manos, se han acercado a la comunidad cristiana con el deseo de encontrar en Jesús la luz necesaria para comprender el misterio que les embarga. El RICA nos da dos indicaciones preciosas que orientan este momento. Las experiencia humanas que portan los simpatizantes, aún sin ellos saberlo, están preñadas de unas "exigencias espirituales" que vienen ordenadas por su vocación divina; por otro lado el Espíritu está actuando en su corazón disponiéndoles a acoger la Palabra de Dios[75]. El catequista, a través de un diálogo personal con el simpatizante en el que éste exponga su experiencia humana, deberá discernir el latido de esas exigencias espirituales y las mociones ocultas del Espíritu, de modo que pueda proponer de un modo significativo el anuncio del Evangelio. Justamente esta significatividad será el criterio operativo tanto para la selección del texto bíblico que represente el kerigma como su comentario.
En efecto, el texto bíblico debe ser introducido de tal modo que ilumine las experiencias. Las experiencias humanas que portan los simpatizantes están siempre envueltas por el velo oscuro del misterio, y este velo es preciso rasgarlo, para que penetre la luz que aporta la Palabra divina contenida en los textos y extraiga la luz y la vida que Dios ya está sembrando en esas experiencias. Al final, textos bíblicos y experiencia deben componer un bucle: la experiencia humana se ve iluminada por el testimonio de la Palabra que los textos bíblicos ofrecen; pero la Escritura se acredita como Palabra divina porque es capaz de extraer del misterio que envuelve la experiencia la luz y la vida que el Espíritu de Dios ha puesto.
b/ Tiempo del Catecumenado
- Objetivo del Catecumenado
Por la conversión a Dios y su fe inicial en Cristo Salvador, los que eran simpatizantes, están dispuestos a iniciar el proceso catecumenal. En el rito de entrada en el Catecumenado tanto los candidatos como la Iglesia manifiestan delante de Dios un compromiso mutuo. Los que desean hacerse cristianos manifiestan su voluntad de progresar en la conversión al Dios que han conocido; de cambiar de vida en su adhesión y seguimiento de Cristo; de alabar, bendecir y dar gracias a quien les llena de bendiciones y de empezar un trato personal con la comunidad cristiana. Por su parte, la Iglesia pone a disposición de los catecúmenos la múltiple gracia que ha alcanzado la Cruz de Cristo y de la que ella es mediadora: les signa con la señal de su nueva condición, les recibe en su seno, les entrega el Evangelio, ora por ellos y se compromete a acompañarles hasta el baño purificador de la nueva regeneración[76].
El proceso que se inicia con la entrada en el Catecumenado tiene un claro objetivo: la recepción de la fe. Eso es lo que piden los candidatos en el diálogo introductorio del rito[77]. Con la petición de la fe, los simpatizantes están pidiendo a un tiempo confesar la fe de la Iglesia y la recepción de los sacramentos de la fe. En efecto, la profesión de la fe siempre es interior al Bautismo[78]. Los candidatos piden a la Iglesia madurar de tal modo la conversión inicial que puedan hacer de ella una viva, explicita y operante confesión de fe; es decir, que en unión con Cristo puedan confiar su vida al Dios uno y Trino, al que desean confesar como Padre, Salvador y Santificador, y poder ser y vivir como hijos de Dios. Lo que la fe confiesa, el Bautismo lo realiza y lo que el Bautismo otorga, el creyente debe profesarlo en la fe. La fe profesada en el Bautismo se articula en referencia a las tres personas de la Trinidad Santa por cuyo nombre y gracia el creyente nace a una nueva vida. Por la adhesión a Jesucristo, el Evangelio de Dios presente en la vida de la Iglesia, es como el creyente puede entregarse verdaderamente a la Trinidad[79].
- Clave de lectura de la Escritura
Uno de los elementos del ritual de entrada en el Catecumenado es la entrega de los Evangelios. El celebrante dice a los catecúmenos: "Recibe el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios"[80]. El Evangelio, esto es Jesucristo mismo, es la clave de lectura a partir de la cual ofrecer los textos de la Escritura. Ya lo hemos dicho más arriba, la catequesis debe propiciar el que los catecúmenos entren en comunión con Cristo. Los textos del Antiguo Testamento deben conducir a Cristo, a quien anuncian y en cuya pascua se cumplen todas las promesas. Los textos del Nuevo Testamento deben ser presentados como un testimonio suyo: los evangelios y los demás textos apostólicos nos ofrecen la figura de Jesús irradiando su misterio divino y salvífico. Unos y otros deben señalar la vida de la Iglesia donde el Resucitado sigue vivo y activo y donde los que se inician pueden entrar en comunión con él participando de la vida eclesial[81]. Sin duda, en este punto resulta imprescindible el Catecismo, su misión es contribuir a iluminar este dinamismo que va del testimonio bíblico a Jesucristo y de Jesucristo a la vida de la Iglesia y, sosteniendo la fe, ayudar a los creyentes a que se introduzcan en él.
- Pedagogía de este tiempo
La catequesis de en este tiempo del catecumenado supone una formación progresiva, orgánica y sistemática en el conjunto de la vida cristiana[82]. Los catecúmenos deben ser iniciados en todas las dimensiones de la fe a través de aprendizajes y entrenamientos diversos: deben profundizar en un íntimo conocimiento de los misterios de la salvación, ejercitarse en las costumbres evangélicas, iniciarse en la participación en las celebraciones litúrgicas y en una vida de oración, y deben aprender a incorporarse a la vida fraterna de la Iglesia y a cooperar con su acción evangelizadora[83]. Todas estas iniciaciones particulares tienen como razón última el estrechar el vínculo de fe por los que los catecúmenos están unidos a Cristo y comparten su vida. La proclamación de los textos bíblicos en un contexto litúrgico y oracional será, justamente, la que les alentará el deseo de encontrar a Cristo en todas esas mediaciones eclesiales y les otorgará, junto con el comentario catequético, la luz suficiente, para reconocer su presencia y acción salvadora en la Iglesia y aún en su vida.
Los textos bíblicos que hilvanan el itinerario catecumenal no pueden ser ofrecidos como unos documentos más, requieren un marco apropiado que les permitan entregar la Palabra divina y propiciar el encuentro con Cristo. Sin duda, las celebraciones de la Palabra son ese marco, máxime cuando la Iniciación Cristiana es un itinerario catequético-litúrgico-espiritual en el que las tres dimensiones deben progresar de un modo integrado.
La celebración litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposición de la Palabra. Así, la Palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente en su eficacia para con los hombres.[84]
La proclamación de la Palabra en un contexto litúrgico celebrativo será lo que permitirá avanzar a los iniciandos en su itinerario espiritual de conversión; ante ellos la Palabra de Cristo aparecerá con una indisponibilidad que facilitará reconocerla en su tenor divino y acogerla como oferta de vida. El RICA ofrece pautas y ritos para articular estas celebraciones. El año litúrgico, será el marco general por el que esas celebraciones de la Palabra entregarán el Misterio de Cristo de un modo progresivo.
El Directorio señala, de algún modo, la lectio divina como otro marco apropiado[85]. Con todo lo importante que son las celebraciones de la Palabra, estas pueden encorsetar el dinamismo catequético que reclama el proceso iniciático. Los textos bíblicos deben resonar en la vida de los destinatarios y estos han de percibir de qué modo lo que se les propone es eficaz en la vida de la comunidad. La Lectio divina, individual y comunitariamente llevada, sin abandonar el clima oracional, permite la confrontación de los textos bíblicos con la vida de los catecúmenos y también la explanación catequética de los catequistas por la que son comprendidos a la luz de la fe de la Iglesia y puestos en relación con su vida bimilenaria.
c/ Tiempo de la Purificación y de la Iluminación
- Objetivo del tiempo de la Purificación y de la Iluminación
Cuando los catecúmenos tienen suficiente conocimientos de los misterios de la fe, han consolidado su conversión de mente y de costumbres, participan de la vida de la comunidad cristiana y desean de un modo definitivo recibir la nueva vida que brota de la Pascua de Cristo, están dispuestos para ser elegidos por la Iglesia e iniciar un tiempo intenso en el que se preparan a recibir los sacramentos de la Iniciación Cristiana[86]. Éste es precisamente el objetivo de esta etapa: recibir en la noche de la Pascua los sacramentos por los que definitivamente se unen a Cristo y, por Él, a la Santa Trinidad, se regeneran como hijos de Dios y son miembros participes de la vida de la Iglesia[87].
- Clave de lectura de la Escritura
Este tiempo trascurre normalmente durante la Cuaresma y se desarrolla a través de la celebración de los escrutinios y las "entregas". Por tanto, las celebraciones cuaresmales son el soporte a partir del cual se ofrece los textos escrituristicos que componen la trama de este periodo, a la vez, litúrgico e iniciático y los tres escrutinios y las entrega del Símbolo y del Padrenuestro la clave de lectura de dichos textos.
Por los escrutinios, celebrados habitualmente los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma sobre las lecturas del ciclo "A", los competentes impregnan sus mentes del sentido de Cristo Redentor, que es agua viva que purifica y apaga la sed (cf. Evangelio de la samaritana), luz que ilumina las tinieblas y da acceso a la verdad (cf. Evangelio del ciego de nacimiento), resurrección y vida que arranca del reino de la muerte y otorga la vida eterna (cf. Evangelio de Lázaro)[88]. Por su parte, las entregas del Símbolo y del Padrenuestro no sólo ofrecen la síntesis de la fe que ha sido desplegada a lo largo del proceso catecumenal y la llave para tener un trato filial con Dios; sino que disponen a los competentes a recibir los sacramentos que realizan lo que confiesan y piden en la fe[89]. Estos documentos serán como una luz añadida al proceso realizado por la que pueden penetrar mejor en el testimonio escriturístico y encontrar en él la Palabra que la habita[90].
- Pedagogía de este tiempo
Como hemos indicados, este periodo, básicamente, se desarrolla a través de unas catequesis litúrgicas. Los textos de la Sagrada Escritura, que se proclaman en las celebraciones que articulan este periodo, han de ser profundizados en un clima celebrativo y oracional. Aquí lo que se busca en que los elegidos reciban una formación espiritual e interioricen en la fe lo que después recibirán en el sacramento. De modo particular, los textos que giran en torno a los escrutinios ayudarán a los competentes a examinar su conciencia para descubrir en sus corazones "lo que es débil, morboso o perverso para sanarlo; y lo que es bueno, positivo y sano para asegurarlo"[91], para que a través de la penitencia se abran a la acción de Dios, purifiquen su corazón y se dispongan a ser regenerados en Cristo. Aquí no se puede olvidar el papel fundamental que tiene la homilía; podría decirse que en este periodo la catequesis se hace homilía. El que preside la celebración debe poner en relación lo que los textos proclaman con lo que en la celebración litúrgica acontece y esto con la vida de la Iglesia y de los elegidos[92].
También las entregas del Símbolo y del Padrenuestro reclaman una pedagogía particular. No se trata de que solo aprendan de memoria estos documentos de la fe, sino que los conciban en conexión con las proezas y maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, y la Escritura testimonia, y con la experiencia y anhelos que portan los competentes, y tiene en el espíritu de filiación su cumbre.
d/ Tiempo de Mistagogia
- Objetivo del tiempo de Mistagogica
Con la recepción de los tres sacramentos de la Iniciación Cristiana, los que fueron elegidos han pasado por el último grado del Catecumenado y han sido introducidos en el tiempo de la Mistagogia. Por la celebración unitaria del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, los neófitos,
perdonados sus pecados, se agregan al pueblo de Dios, reciben la adopción de los hijos de Dios, y son conducidos por el Espíritu Santo a la plenitud prometida de antiguo, y, sobre todo, a pregustar el reino de Dios por el sacrificio y por el banquete eucarístico[93]
El objetivo de esta etapa es que los neófitos profundicen en los misterios recibidos. En efecto, en la noche de Pascua y por la recepción de los sacramentos, la gracia de Dios se ha desbordado en ellos. El Señor ha realizado "lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar que Dios podía tener preparado para los que lo aman"[94]. Por tanto, es preciso que los neófitos, junto con la comunidad cristiana y a través de la meditación del Evangelio y la participación de la Eucaristía, progresen en la percepción y en la acogida del don pascual que ha recibido, de modo que puedan configurar su experiencia de vida desde la gracia recibida[95].
- Clave de lectura de la Escritura
El RICA aconseja que el tiempo de la Mistagogia se desarrolle en el tiempo pascual, hasta la celebración de Pentecostés; que se articule en torno a la celebración dominical, en las llamadas "misas para los neófitos" y que en esas celebraciones se siga el Leccionario del ciclo "A" como el más conveniente[96]. Con estas indicaciones, los textos de la Escritura están dados, ahora nos queda decir desde qué claves hacer su lectura.
La recepción de los sacramentos; la participación frecuente en la Eucaristía, especialmente en la dominical; la integración en la comunidad y la propia vida constituyen una trama que permite acercarse de un modo nuevo a los textos bíblicos que se proclaman en la celebración litúrgica. Aquí no se trata de nuevos contenidos, se trata de la nueva luz que aporta la gracia y que hace posible una mayor inteligencia espiritual de la Escritura. Los neófitos deben interiorizar los misterios de la fe que la Escritura anuncia y los sacramentos realizan, para los cual se debe insistir en la verdadera correlación que existe entre su vida y esos misterios que no son otra cosa que la nueva vida en Cristo[97].
- Pedagogía de este tiempo
Sin ser del todo novedosa, la catequesis mistagógica posee una pedagogía particular. Esta catequesis debe ayudar a los neófitos a adentrarse cada vez más en los misterios celebrados, de modo que la participación en las celebraciones litúrgicas configuren su vida y su vida, vivida bajo la gracia pascual, la lleven ante el altar para ser ofrecida junto con la de Cristo al Padre. Por eso la catequesis mistagógica se ha de desarrollar en el marco de la celebración litúrgica, de modo que más que una comprensión sistemática de los misterios de la fe, propia de los tiempos precedentes, se propicie una experiencia espiritual que sea fruto del encuentro con Cristo y la recepción de su Cuerpo en la celebración eclesial[98].
Aquí, nuevamente, la catequesis se hace homilía y la homilía ha de desarrollar una "mistagogía existencial de la Palabra eclesial"[99]. Es decir, debe poner en conexión los ritos y signos litúrgicos con los acontecimientos fundamentales de la historia de la salvación y mostrar como perviven en la vida de la Iglesia; para después señalar cómo, en la comunión eclesial, la vida de los neófitos se abre a la Palabra divina para, de un modo análogo, dar ocasión a una nueva encarnación. Sin duda, los textos que se proclamen deben actuar como llave que abre estas conexiones; ya que justamente con el establecimiento de estas conexiones manifestará que la Palabra divina que late en ellos alcanza a los neófitos para tomar posesión.
IV. CONCLUSIÓN
Toda la Escritura ha sido inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer el bien[100].
Dios es el que inicia a sus hijos. Es Él el que por su Palabra nos llama, nos trasforma y nos capacita para dar la respuesta filial. El Espíritu es el que interioriza esa acción redentora y santificante en nosotros. La Sagrada Escritura es anuncio de lo que Él quiere realizar y testimonio de su acción. En la Iglesia, y bajo la luz del Espíritu, la Sagrada Escritura entrega la Palabra de Dios. Es preciso que los creyentes se inicien en su lectura y, en la fe, encuentren en ella la Presencia de Jesús, el Hijo de Dios. La Sagrada Escritura es un texto inspirado para que, por medio de ella y en nombre de Dios, la Iglesia persuada, enseñe y eduque a sus hijos a responder a Dios y poder alcanzar la talla del hombre perfecto que es el Señor Jesús.


[1] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática "Dei Verbum" (=DV) (19 de noviembre 1965) 24.
[2] Cf. Benedicto XVI, Exhortación apostólica "Verbum Domini" (=VD) (30 de septiembre de 2010) 3.
[3] Cf. DV 24.
[4] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (=DGC) (15 de agosto de 1997) 30, que cita a Juan Pablo II, Exhortación apostólica "Catechesi Tradendae (=CT) (16 de octubre 1979) 27b.
[5] cf. DV 9.
[6] cf. DGC 30.
[7] Esta problemática ya fue denunciada por el Card. J. Ratzinger, entonces Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en la conferencia que pronunció en Lyon y París en enero de 1983: "Transmisión de la fe y fuentes de la fe" en: Scripta Theologica 15 (1983/1) 9-30 (en especial p. 13-17). Signo de que la problemática permanece es que el tema lo ha vuelto a retomar en diversas ocasiones, entre otras en: Caminos de Jesucristo (Cristiandad, Madrid 2004) 57-64; en el "Prólogo" de su Jesús de Nazaret (La esfera de los libros, Madrid 2007) 7-21, que ya firma como Benedicto XVI.
[8] CT 5; cf. DGC 80; Catecismo de la Iglesia Católica (=CCE) (11 de octubre 1992) 426.
[9] Cf. DV 2.4; GS 41
[10] Cf. DGC 82.99; CCE 197. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y vida cristiana, pero sólo se accede a él porque se ha desentrañado en Cristo, Jesús. El subrayar el cristocentrismo en la catequesis no supone sucumbir a un "cristomonismo", es preciso hablar con el Directorio de un "cristocentrismo trinitario" DGC 99-100.
[11] Cf. Gal 4,4; Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral "Gaudium et Spes (=GS) (7 de diciembre 1965) 22.
[12] GS 22.
[13] Col 2,9.
[14] Cf. CT 5; CCE 426; DGC 98. Ver también A. Amato, "Jesucristo, plenitud de la Revelación" en A. Cañizares y M. del Campo (Eds), Evangelización, catequesis, catequistas (Edice, Madrid 1999) 125-142.
[15] DGC 67.
[16] CCE 478. Y comenta el entonces Cardenal Ratzinger: "La dramática personalización que san Pablo ha logrado con estas palabras puede y debe hacer volver a cada uno hacía sí mismo; cada persona debe decir: el Hijo de Dios me ha amado y se ha entregado por mí. Sólo con estas palabras la Catequesis sobre Cristo llegará a ser por completo Evangelio" en J. Ratzinger, Evangelio, Catequesis, Catecismo (Edicep, Valencia 1996) 55-56
[17] Cf. DGC 53-55; DV 5; Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto "Ad Gentes" (=AG) (7 diciembre 1965) 13a; CT 20b; CCE 150-165; VD 25.
[18] Cf. VD 51; el texto cita la siguiente afirmación de Juan Pablo II: "La contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia. Por eso Dios prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, que les 'recordaría' y les haría comprender sus mandamientos (cf. Jn 14,26) y, al mismo tiempo sería el principio fontal de una vida nueva para el mundo (cf. Jn 3,5-8; Rm 8,1-13)" (VS 25).
[19] Mensaje final del Sínodo de los Obispos, XII Asamblea general ordinaria, sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, III, 6.
[20] DGC 94, 98.
[21] Ibid., 50-52.
[22] DV 13.
[23] Cf. Hb 1,1-2; Jn 1,1-2.14a; 2Pe 1,3-4. "La especificidad del cristianismo se manifiesta en el acontecimiento Jesucristo, culmen de la Revelación, cumplimiento de las promesas de Dios, mediador del encuentro entre el hombre y Dios. Él nos ha revelado a Dios (cf. Jn 1,18), es la Palabra única y definitiva entregada a la humanidad" (VD 14).
[24] VD 12.
[25] Cf. VD 24.25.
[26] Para este punto ver nuestro trabajo: "La catequesis, eco de la Palabra de Dios", en: Teología y Catequesis 110 (2009) 77-126, en especial las páginas 87-97. Ver también S. Pié-Ninot; "Teología de la Palabra de Dios" en: Gregorianum 89 (2008) 347-395; Id., "Hacia una teología de la Palabra de Dios" en: Almogaren 44 (2009) 153-171;
[27] Jn 15,26-27; cf. VD 15-16.
[28] "La Palabra de Dios, pues, se expresa con palabras humanas gracias a la obra del Espíritu Santo" (VD 15).
[29] CT 27, que cita DV 10.
[30] DV 10; La Constitución Dei Verbum, designa a la Tradición con el mismo apelativo que a la Escritura: "Sagrada": "Sacra Traditio et Sacra Scriptura unum verbi Dei sacrum depositum constituunt Ecclesiae commissum".
[31] DV 9.
[32] "Es preciso que nadie minimice la enseñanza conciliar reduciendo la riqueza de la expresión "Palabra de Dios" solamente a la Sagrada Escritura; sería un empobrecimiento injusto y representaría una hermenéutica reductiva del concepto de Revelación, que tendría consecuencias peligrosas para la teología y para la pastoral" (R. Fisichella, "La Revelación y su transmisión: fundamento y fuente de la catequesis", en: A. Cañizares y M. del Campo (Eds), Evangelización, catequesis, catequistas (Edice, Madrid 1999) 115).
[33] Cf. DV 24, 8.
[34] VD 19.
[35] DV 12. Con una especial referencia al trabajo exegético, Benedicto XVI ha insistido en la Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini sobre este aspecto, cf. el apartado "La Hermenéutica de la Sagrada Escritura en la Iglesia (nº 29-49); a modo de síntesis citamos uno de sus textos: "Es la fe de la Iglesia quien reconoce en la Biblia la Palabra de Dios; como dice admirablemente san Agustín: 'No creería en el Evangelio si no me moviera la autoridad de la Iglesia católica'. Es el Espíritu Santo, que anima la vida de la Iglesia, quien hace posible la interpretación auténtica de las Escrituras. La Biblia es el libro de la Iglesia, y su verdadera hermenéutica brota de su inmanencia en la vida eclesial" (VD 29, la cita de san Agustín es de Contra epistulam Manichaei quam vocant fundamenti, 5,6: PL 42,176).
[36] VD. 17, cita a DV 8.
[37] DV 8.
[38] Hb 12,2.
[39] "De aquí se deduce la importancia de educar y formar con claridad al Pueblo de Dios, para acercarse a las Sagradas Escrituras en relación con la Tradición viva de la Iglesia, reconociendo en ellas la misma Palabra de Dios" (VD 18).
[40] CT 27, citado en VD 74 a través de una cita del DGC 127.
[41] Aquí se da una autentica circumincesión entre la Escritura a la vida de la Iglesia: "La intensidad de una auténtica experiencia eclesial acrecienta sin duda la inteligencia de la fe verdadera respecto a la Palabra de Dios; recíprocamente, se debe decir que leer en la fe las Escrituras aumenta la vida eclesial misma" (VD 30).
[42] DV 10; CCE 85-87; DGC 44.
[43] DGC 96; cita de DV 10c.
[44] DGC 128; cf. 127. Sobre el Catecismo cf. O. González de Cardenal, J. A. Martínez Camino, El catecismo postconciliar. Contexto y contenido (San Pablo, Madrid 1993); A. Cañizares y M. del Campo (Eds), Evangelización, catequesis, catequistas, 281-399; M. del Campo Guilarte, (Ed.) El Catecismo de la Iglesia Católica. En el X aniversario de su promulgación (Publicaciones de la Facultad de Teología San Dámaso, Madrid 2004):
[45] Juan Pablo II, Constitución Apostólica Fidei Depósitum; cf. CCE 11-12.
[46] DGC 128.
[47] Cf. C. Schönborn, "El Catecismo de la Iglesia Católica" en: A. Cañizares y M. del Campo (Eds), Evangelización, catequesis, catequistas, 281-299; J. Ratzinger, Evangelio, catequesis, catecismo 50-56.
[48] "La Sagrada Escritura y el Catecismo de la Iglesia Católica han de inspirar tanto la catequesis bíblica como la catequesis doctrinal, que canalizan ese contenido de la Palabra de Dios" (DGC 128).
[49] "El Catecismo está subordinado a este concepto de catequesis. No quiere otra cosa que ser voz de Cristo y acompañamiento en el camino catecumenal, en el proceso de incorporación –tanto vital como intelectual– a la comunidad de los discípulos de Jesucristo, discípulos que han llegado a ser su propia familia al estar todos unidos en la voluntad de Dios" (J. Ratzinger, Evangelio, catequesis, catecismo 46).
[50] cf. DV 8. Nunca como aquí se hacen más verdaderas las palabras de S. Tomás: "el acto de fe no se dirige a las palabras, sino a su contenido, a la realidad última que señala" (ST II-II,q.1 a.2 ad.2), en este caso el acto de fe no se dirige ni a la letra del Catecismo ni tan siquiera a la de la Escritura, se dirige por medio de ellas a la Iglesia y, en y por ésta a Cristo, presencia viva de Dios.
[51] CCE 1212. 1229; Conferencia Episcopal Española, La Iniciación Cristiana (=IC) (27 de noviembre de 1998) 19. Sobre la Iniciación Cristiana: M. del Campo, "Iniciación cristiana y catequesis", en: A. Cañizares y M. del Campo (Eds), Evangelización, catequesis, catequistas, 145-186; Id. La iniciación cristiana (Subsidia 17) (Publicaciones de la Facultad de S. Dámaso, Madrid 2006); J. Guiteras Vilanova, "Iniciación cristiana obra de la Santísima Trinidad en la Iglesia", Actualidad Catequética 185 (2000) 39-57; H. Derroitte (dir), Catéchèse et initiation (Lumen vitae, Bruxelles 2005).
[52] IC 39; cf. CCE 1074.
[53] Cf. M. del Campo, La iniciación cristiana, 22-25.
[54] Cf. Ritual de la Iniciación cristiana de Adultos (=RICA) (1972) cap. IV; Pablo VI, Exhortación apostólica "Evangelii Nuntiandi" (=EN) (8 de diciembre 1975) 44, Juan Pablo II, Exhortación apostólica "Christifideles Laici" (=ChL) (30 de diciembre 1988) 61; DGC 90-91; IC 124-133; eso sí teniendo en cuenta una diferencia fundamental que deriva de haber o no recibido los sacramentos de Iniciación. En el caso del catecumenado supone una preparan a su recepción, pero en el caso de la catequesis, ésta se ha de fundar en el Bautismo ya recibido y cuya virtud debe desarrollar cf. RICA 295; CCE 1231; DGC 90.
[55] Ver nuestro trabajo "El acto catequético, acción de la Iglesia al servicio de la Palabra y de la fe", en: Teología y Catequesis 112 (2009) 65-104.
[56] Conferencia Episcopal Española, Orientaciones pastorales para el catecumenado (OPC) 12. Cf. M. del Campo, "La Iniciación Cristiana, itinerario de fe", en: Teología y Catequesis 115 (2010) 13-24.
[57] Cf. DGC 56; cita de Ef 4,13.
[58] Cf. RICA 5.
[59] Cf. Ibíd., 9-13; IC 24; OPC 13.
[60] Ibíd., 9.
[61] Cf. Ibíd., 11-12. Para la distinción en la íntima relación entres primer anuncio y precatequesis ver nuestro artículo: "La explanación del kerigma en la precatequesis", en: Teología y Catequesis 115 (2010) 29-32.
[62] Cf. RICA 14-20; 68-72; 98-105; IC 25-26; OPC 14.
[63] Cf. RICA 18.
[64] Cf. Ibid., 21-26; 133-142; 152-159; IC 27; OPC 15.
[65] Cf. RICA 134.
[66] Cf. Ibid., 25.
[67] Cf. Ibíd., 37-40, 235-239; IC 28-30; OPC 16.
[68] El marco de lo que sigue lo hemos desarrollado en dos trabajo ya citados: "La catequesis, eco de la Palabra de Dios", 110-125 y "El acto catequético, acción de la Iglesia al servicio de la Palabra y de la fe", 99-103.
[69] Cf. EN 21-22.
[70] cf. Juan Pablo II; Carta encíclica "Redemptoris Missio" (=RM) (7 de diciembre de 1990) 44.
[71] DGC 88.
[72] RICA 9; cf. AG 13.
[73] Cf. J. Gevaert, El primer anuncio (Santander 2004) 121-149; X. Morlans, El primer anuncio (Madrid 2009) 67-87; G. Castro Martinez, "Kerigma", en: V. M. Pedrosa et alii (dirs.), Diccionario de pastoral y evangelización (Burgos 2000) 625-631.
[74] No es el momento de citar por completo ni la homilía del Santo Padre Benedicto XVI de la misa celebrada en la Plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela (6 de noviembre de 2010) donde señala de un modo admirable los elementos del kerigma que deben venir a responder a los retos que hoy tiene planteado el anuncio y su explanación; ni el mensaje para la JMJ 2011 Madrid (6 de agosto de 2010) donde, de algún modo, los explicita de cara a los jóvenes.
[75] cf. RICA 9.
[76] Cf. RICA 68-97; DGC 56
[77] "Celebrante: 'Qué pides a la Iglesia de Dios'; Candidato: 'La fe'", (Ibid 75).
[78] Cf. CCE 189; DGC 82b. Ver también M. Del Campo, La iniciación cristiana, 27-31
[79] Cf. DGC 82-83.
[80] RICA 93.
[81] Para este punto, y teniendo en cuenta que es preciso hacer una concreción catequético-pastoral es especialmente iluminador lo que DV 12 del proceso hermeneutico-eclesial de la Escritura; ver su comentario por parte de Benedicto XVI en VD 34. 38-39. Ver también Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia (Roma 15 de abril de 1993) en especial p. 71-78; 106-110.
[82] Cf. DGC 67-68.
[83] Cf. AG 14; RICA 19. 98; DGC 85-87.
[84] Cf. Misal Romano, Ordenación de las lecturas de la Misa, 4, citado en VD 52.
[85] "La catequesis, en concreto, debe ser una auténtica introducción a la lectio divina, es decir, a la lectura de la Sagrada Escritura, hecha según el Espíritu que habita en la Iglesia" (DGC 127); cf. VD 86-87; también Pontificia Comisión Bíblica, IV, C,2. Y nuestro trabajo "La catequesis, eco de la Palabra de Dios" 118-120.
[86] Cf. RICA 22,23,134,144.
[87] Cf. Ibid., 146.
[88] Cf. Ibid., 25a,157.159.
[89] Cf. Ibid., 25b,183-187,188-192.
[90] Aquí estamos siguiendo el itinerario tipo, pero quizás, por la brevedad del periodo de "purificación e iluminación" y siguiendo la sugerencia del mismo RICA 103. 125-126, estas entregas podrían realizarse durante el tiempo catecumenal. Ahí podrían desplegar de un modo más amplio sus vitualidades.
[91] RICA 25.
[92] Sobre el valor de la homilía cf. VD 59.
[93] RICA 27. Cf. Observaciones generales 1-2; CCE 1213.1285.1322-1327
[94] 1Cor 2,9.
[95] Cf. RICA 37; IC 29.
[96] Cf. RICA 40.
[97] Cf. Ibid., 38.39.
[98] Benedicto XVI, Exhortación apostólica "Sacramentum caritatis" (22 de febrero 2007) 64.
[99] Hemos desarrollado este aspecto en nuestro trabajo: "La catequesis, eco de la Palabra de Dios" 124-125.
[100] 2Tim 3,16-17.

 

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