viernes, 28 de diciembre de 2012

El Anuncio del nacimiento de san Juan Bautista

   

 

En su libro Benedicto XVI, “La infancia de Jesús”, al estudiar el anuncio del nacimiento de Juan Bautista y su infancia lo pone en relación con el anuncio del nacimiento de Jesús de María en cuanto Mesías. Nosotros por motivos de extensión los vamos a estudiar por separado pero sin perder de vista la mutua relación.

La historia de Juan está enraizada de modo particularmente profundo en el Antiguo Testamento.

Zacarías es un sacerdote de la clase de Abías. También su esposa Isabel tiene igualmente una proveniencia sacerdotal: es una descendiente de Aarón (cf. Lc 1,5). Según el derecho veterotestamentario, el ministerio de los sacerdotes está vinculado a la pertenencia a la tribu de los hijos de Aarón y de Leví. Por tanto, Juan el Bautista era un sacerdote. En él, el sacerdocio de la Antigua Alianza va hacia Jesús; se convierte en una referencia a Jesús, en anuncio de su misión.
Me parece importante- afirma Benedicto XVI- que en Juan todo el sacerdocio de la Antigua Alianza se convierta en una profecía de Jesús, y así –con su gran cúspide teológica y espiritual, el Salmo 118– remita a él y entre a formar parte de lo que es propio de él.(…)
En la misma dirección de la unidad interior de los dos Testamentos se orienta la caracterización de Zacarías e Isabel en el versículo siguiente del Evangelio de Lucas. Se dice que «los dos eran justos ante Dios y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor» (1,6). (…) Los «justos» son quienes viven las indicaciones de la Ley precisamente desde dentro, aquellos que, con su ser justos según la voluntad de Dios revelada, van adelante por su camino y crean espacio para la nueva intervención del Señor. En ellos, la Antigua y la Nueva Alianza se compenetran mutuamente, se unen para formar una sola historia de Dios con los hombres.
Zacarías entra en el templo, en el ámbito sagrado, mientras el pueblo permanece fuera y reza. Es la hora del sacrificio vespertino, en el que él pone el incienso en los carbones encendidos. La fragancia del incienso que sube hacia lo alto es un símbolo de la oración: «Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde», dice el Salmo 141,2. (…) El lugar y la hora son sagrados: el nuevo paso en la historia de la salvación está totalmente insertado en las leyes de la alianza divina del Sinaí. En el templo mismo, en su liturgia, comienza la novedad: se manifiesta de la manera más fuerte la continuidad interior de la historia de Dios con los hombres. Esto se corresponde con el final del Evangelio de Lucas, donde el Señor, en el momento de su ascensión al cielo, mandó a sus discípulos volver a Jerusalén para recibir allí el don del Espíritu Santo y, desde allí, llevar el evangelio al mundo (cf. Lc 24,49-53).
  • Conviene ahora advertir la continuidad y también las diferencias entre el anuncio del nacimiento del Bautista a Zacarías y el anuncio del nacimiento de Jesús a María. Mientras que de Zacarías, padre del Bautista, se dice que es sacerdote y recibe el mensaje en el templo durante su liturgia; nada se menciona sobre la proveniencia de María. A ella se le envía el ángel Gabriel, mandado por Dios. Entra en su casa de Nazaret, una ciudad desconocida para las Sagradas Escrituras; en una casa que seguramente hemos de imaginar muy humilde y muy sencilla. El contraste entre los dos escenarios no podría ser más grande: por un lado, el sacerdote –el templo–, la liturgia; por otro, una joven mujer desconocida, una aldea olvidada, una casa particular anónima. El signo de la Nueva Alianza es la humildad, lo escondido: el signo del grano de mostaza. El Hijo de Dios viene en la humildad. Ambas cosas van juntas: la profunda continuidad del obrar de Dios en la historia y la novedad del grano de mostaza oculto.

El anuncio del mensaje del nacimiento del Bautista.

La promesa tiene lugar en el contexto de la Antigua Alianza, y no sólo en cuanto al ambiente. Todo lo que aquí se dice y acontece está impregnado de palabras de la Sagrada Escritura, como hemos señalado poco antes. (…) Aquí se combinan dos grupos de textos veterotestamentarios en una nueva unidad.
1) En primer lugar encontramos las historias similares de la promesa de un niño engendrado por padres estériles, que justo por eso aparece como alguien que ha sido donado por Dios mismo.
  • Pensemos sobre todo en el anuncio del nacimiento de Isaac, el heredero de aquella promesa que Dios había hecho a Abraham como don: «“Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara, habrá tenido un hijo”… Abraham y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus períodos. Sara se rió por lo bajo… Pero el Señor dijo a Abraham: “¿Por qué se ha reído Sara?… ¿Hay algo difícil para Dios?”» (Gn 18,10-14).
  • Muy similar es también la historia del nacimiento de Samuel. Ana, su madre, era estéril. Después de su oración apasionada, el sacerdote Elí le prometió que Dios respondería a su petición. Quedó encinta y consagró su hijo Samuel al Señor (cf, 1 S 1).
  • Juan está por tanto en la gran estela de los que han nacido de padres estériles gracias a una intervención prodigiosa de ese Dios, para quien nada es imposible. Puesto que proviene de Dios de un modo particular, pertenece totalmente a Dios y, por otro lado, precisamente por eso está enteramente a disposición de los hombres para conducirlos a Dios.
  • Al decir que Juan «no beberá vino ni licor» (Lc 7,15), se le introduce también en la tradición sacerdotal. «A los sacerdotes consagrados a Dios se aplica la norma: “Cuando hayáis de entrar en la Tienda del Encuentro, no bebáis vino ni bebida que pueda embriagar, ni tú ni tus hijos, no sea que muráis. Es ley perpetua para todas vuestras generaciones” (Lv 10,9)» (Stöger, p. 31). Juan, que «se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno» (Lc 1,15), vive siempre, por decirlo así, «en la Tienda del Encuentro», es sacerdote no sólo en determinados momentos, sino con su existencia entera, anunciando así el nuevo sacerdocio que aparecerá con Jesús.
2) Junto a este conjunto de textos tomados de los libros históricos del Antiguo Testamento, ejercen su influencia en el coloquio del ángel con Zacarías también algunos textos proféticos de los libros de Malaquías y Daniel.
  • Escuchemos primero a Malaquías: «Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres» (3,23s). «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar, dice el Señor de los ejércitos» (3,1). La misión de Juan es interpretada sobre la base de la figura de Elías: él no es Elías, pero viene con el espíritu y la pujanza del gran profeta. En este sentido, cumple en su misión también la expectativa de que Elías volvería y purificaría y aliviaría al pueblo de Dios; lo prepararía para la venida del Señor. Con esto se incluye por un lado a Juan en la categoría de los profetas, aunque, por otro, se le ensalza al mismo tiempo por encima de ella porque el Elías que está por volver es el precursor de la llegada de Dios mismo. Así, en estos textos se pone tácitamente la figura de Jesús, su llegada, en el mismo plano que la llegada de Dios mismo. En Jesús viene el mismo Señor, marcándole a la historia su dirección definitiva.
  • El profeta Daniel es la segunda voz profética que hace de trasfondo a nuestra narración. Únicamente en el Libro de Daniel se menciona el nombre de Gabriel. Este gran mensajero de Dios se presenta ante el profeta «a la hora de la ofrenda vespertina» (Dn 9,21) para traer noticias sobre el destino futuro del pueblo elegido. Frente a las dudas de Zacarías, el mensajero de Dios se revela como «Gabriel, que sirvo en presencia de Dios» (Lc 1,19).
  • En el Libro de Daniel, las revelaciones transmitidas por Gabriel incluyen misteriosas indicaciones de números sobre las grandes dificultades que se aproximan y sobre el momento de la salvación definitiva, cuyo anuncio en medio de la angustia es el verdadero cometido del Arcángel. El pensamiento tanto judío como cristiano se ha interesado muchas veces por estos números en clave. Una atención particular ha suscitado la predicción de las setenta semanas «decretadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa;… para establecer una justicia eterna» (9,24). René Laurentin ha tratado de demostrar que el relato de la infancia en Lucas habría seguido una precisa cronología, según la cual desde el anuncio a Zacarías hasta la presentación de Jesús en el templo habrían transcurrido 449 días, es decir, setenta semanas de siete días (cf. Structure et Théologie…, p. 49s). Que Lucas haya construido conscientemente una cronología como ésta es algo que debe quedar abierto.
  • Pero en la narración de la aparición del arcángel Gabriel en la hora de la ofrenda de la tarde se puede ver ciertamente una referencia a Daniel, a la promesa de la justicia eterna que entra en el tiempo. De este modo, por tanto, nos habría dicho: el tiempo se ha cumplido. El evento oculto que tuvo lugar durante la ofrenda vespertina de Zacarías, y que no fue percibido por el vasto público del mundo, indica en realidad la hora escatológica, la hora de la salvación.
Fuente: Benedicto XVI, “La infancia de Jesús”

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