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Margarita Colonna,
Beata |
Monja
Martirologio Romano: En Palestrina, del Lacio,
beata Margarita Colonna, virgen, que prefirió a las riquezas y deleites del
siglo la pobreza por Cristo, a quien sirvió profesando la Regla de santa Clara
(1280).
Etimología: Margarita = Aquella de belleza poco
común, es de origen latino.
Margarita nació en 1255, en Palestrina,
hija de Odón, de los Príncipes Colonna, y de Mabilia o Magdalena Orsini, que
tenían otros dos hijos: Juan y Giacomo (Santiago). Corría en ella, por tanto, la
sangre de dos de las más poderosas familias romanas, protagonistas de excepción
de la historia de la ciudad de Roma, con fases de paz y fases de enconados
enfrentamientos. Palestrina era la plaza fuerte de la familia. Las grandes
familias romanas estaban estrechamente unidas al papado y a la curia, y los
Colonna. En 1212 había sido legado pontificio para la V Cruzada Juan Colonna,
cardenal de Santa Práxedes. Fue él quien trajo a Roma desde Oriente la columna a
la que, según la tradición, estuvo atado Jesús durante la flagelación, y que aún
se conserva en la iglesia de la que él fue titular.
Los años en los que
vivió Margarita fueron tumultuosos y complicados para la Iglesia. La sede papal
quedó vacante durante 20 años, el periodo más largo de la historia. Los
pontificados de los papas que salían del cónclave eran demasiado breves, y eso
perjudicaba su autoridad y prestigio, tan necesarios para mantener el equilibrio
entre las pretensiones de Francia y del Imperio germano sobre el territorio
italiano.
Desde la más tierna infancia había sido educada por su madre en
las virtudes cristianas por su madre, que había conocido a san Francisco en la
casa de su hermano Mateo, tío de Margarita. Pero ella y sus hermanos quedaron
pronto huérfanos, primero de padre, y luego de madre. Quedó bajo la tutela de su
hermano Juan, dos veces senador de Roma, quien le preparó un matrimonio
prestigioso y conveniente para las alianzas nobiliarias, mas ella sólo deseaba
ser esposa virginal de Jesucristo.
El 6 de marzo de 1273, apoyada por su
otro hermano, el cardenal Giacomo Colonna, se retiró con otras dos jóvenes
piadosas en la iglesia de Santa María de la Costa, en el Monte Prenestino, hoy
llamado Castel San Pietro, encima de Palestrina, donde fundaron una comunidad
religiosa, sin aprobación canónica. Vistió el sayo de las damianitas, bajo el
cual llevaba un cilicio ceñido a sus carnes. Entre ayunos y penitencias pedía al
Señor le concediese su mayor deseo: ser clarisa. Así vivió unos años, siendo un
escándalo para su familia.
En 1278, siendo su hermano Juan senador de
Roma, su otro hermano, Giacomo, fue nombrado cardenal por expreso deseo del papa
Nicolás III (Giangaetano Orsini, también pariente de Margarita). La elección no
se obedeció solamente al hecho de pertenecer a una familia importante. El joven
Giacomo era un verdadero creyente y amaba a Cristo, de modo que tomó consigo a
su hermana y la llevó a Roma, para orar juntos ante los sepulcros de san Pedro y
san Pablo. Fue el comienzo de una nueva etapa en la vida de Margarita, pues su
ejemplo despertó el interés de otras mujeres, interesadas en dedicar enteramente
su vida, como ella, al servicio de Cristo.
Hacía sólo 20 años que había
muerto santa Clara, y su ideal de vida y el de Francisco atraía a multitud de
personas de toda condición social. A petición de Margarita, el ministro general
de los frailes menores fray Jerónimo Masci, futuro papa Nicolás IV, le permitió
entrar en el monasterio de santa Clara de Asís, pero los planes del Señor eran
otros, y una enfermedad se lo impidió. Pensó entonces en retirarse con sus
compañeras en el convento de la Méntola sobre el monte Guadagnolo, entre
Palestrina y Tívoli), donde se veneraba una imagen de la Virgen a la que le
tenía mucha devoción, pero era un feudo del conde de Poli, que no veía con
buenos ojos a una Colonna en su territorio. Fue por eso que, al poco tiempo, se
trasladó a Roma, y pasó largo tiempo como huésped de una noble muy piadosa y
generosa, llamada Altrudis, apodada “de los pobres” por aquellos a quienes ella
había dado sus bienes. Hasta que, en 1278, con ayuda de su hermano cardenal,
regresó al monte Prenestrino, junto a su ciudad natal, para fundar monasterio
donde se viviera pobremente y se alabara al Señor día y noche.
Ella
misma se ocupó de la formación de sus compañeras; pero su caridad se extendía
más allá, hasta los enfermos y pobres de la comarca. Cada año, para la fiesta de
San Juan Bautista, del que era muy devota, organizaba para ellos una comida.
Cuenta la tradición que, en cierta ocasión, se presentaron Jesús y el Bautista a
su mesa, pero desaparecieron cuando los reconoció Margarita. Toda su rica dote
fue a parar a manos de los pobres y enfermos. Una vez agotado su rico patrimonio
personal, no permitió que sus hermanos le ayudasen, sino que prefirió vivir como
franciscana, y no le importó recurrir a la “Mesa del Señor”, pidiendo limosna de
puerta en puerta, para continuar su obra en favor de los pobres.
Practicó de manera heroica todas las virtudes, edificando al pueblo con
la oración asidua y el ejemplo de una caridad heroica. Con ocasión de una
epidemia, Margarita se hizo “toda para todos” asistiendo maternalmente a los
hermanos enfermos y corrió también en ayuda de los franciscanos de Zagarolo.
Otra vez acogió en casa a un leproso de Poli, comiendo y bebiendo en el mismo
plato y, en un ímpetu de amor, besó aquellas repugnantes llagas. Sería demasiado
prolijo recordar todas las manifestaciones de la intensa vida mística de
Margarita: la observancia escrupulosa de la regla de Santa Clara, el amor a la
pobreza, la continua unión con Dios, los éxtasis, las efusiones de lágrimas, las
frecuentes visiones celestiales, el matrimonio místico con el Señor, quien se le
apareció colocándole un anillo en el dedo y una corona de lirios sobre la cabeza
y le imprimió la llaga del corazón.
Durante siete años sobrellevó
pacientemente una herida ulcerosa en el costado, como si llevara una llaga de la
pasión de Jesucristo. Aún no había cumplido los 30 años cuando murió al alba del
30 de diciembre de 1284, a causa de la úlcera y de unas fiebres altísimas. Su
muerte fue en todo digna de una perfecta hija de San Francisco, el cual por amor
de dama pobreza quiso morir desnudo sobre la desnuda tierra. La noche de Navidad
se le había aparecido la Virgen con el Niño en brazos, y la dejó en un estado de
profunda exaltación. Después que hubo recibido el viático y la unción de los
enfermos, pidió a su hermano el cardenal Giacomo, que la colocaran en tierra,
deseando morir pobre como Jesús y el Seráfico Padre San Francisco. Fue
complacida, pero sólo por un breve espacio de tiempo, porque estaba demasiado
extenuada. Por último pidió que le dieran el crucifijo: habiéndolo besado con
intenso afecto, lo mostró a sus hermanas, exhortándolas a amarlo con todas sus
fuerzas. Se adormeció un poco y luego volviendo en sí exclamó con vigor: “He ahí
a la santísima Trinidad que viene, adoradla!”. Luego, cruzados los brazos sobre
el pecho, y fijando los ojos en el cielo, expiró serenamente.
Los
funerales se desarrollaron el mismo día, en la iglesia de San Pietro sul Monte
Prenestino con gran concurso de pueblo y de todos los franciscanos de la zona.
El sepulcro de Margarita se convirtió enseguida en meta de peregrinos, que
recibían gracias por su intercesión. Cuando el papa Honorio IV autorizó en 1285
el traslado de su comunidad de clarisas al monasterio de San Silvestre in Cápite
de Roma, éstas se llevaron consigo el cuerpo de la beata, que permaneció allí
hasta el año 1871. Hoy sus reliquias se veneran en la iglesia de Castel San
Pietro, donde la semilla sembrada por Margarita hace más de siete siglos sigue
aún viva, gracias a las clarisas del monasterio de Santa María de los
Ángeles.
Sus primeros biógrafos fueron su hermano Juan y la primera
abadesa de San Silvestre. Pío IX aprobó su culto el 17 de septiembre de 1847.
Pocos años antes el papa Gregorio XVI había dispuesto que los Colonna y los
Orsini eran las únicas familias con el privilegio exclusivo de Príncipes
asistentes de la sede pontificia.
Margarita representa para el mundo una
delicadísima figura de mujer en quien las dotes naturales de inteligencia,
fascinación y sensibilidad, unidas al realismo y a la dignidad de su hogar, se
insertan en el robusto árbol de la espiritualidad franciscana. Su vida brilla
como un arco iris de paz en la historia tormentosa de su tiempo.
ORACIÓN Oh Dios, que has hecho admirable en el desprecio
de los bienes terrenos a la Beata virgen Margarita, ardiente de amor por
ti: concédenos, por su intercesión, permanecer siempre unidos solamente a
ti mientras cargamos con nuestra cruz. Derrama sobre nosotros,
Señor, el espíritu de santidad que concediste a la Beata Margarita
Colonna, para que podamos conocer el amor de Cristo, que supera todo
conocimiento, y gozar de la plenitud de la vida divina. Por Cristo nuestro
Señor. Amén.
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