miércoles, 14 de agosto de 2013

Tarsicio, Mártir

Mártir, 15 de agosto.
 
Tarsicio, Mártir
Tarsicio, Mártir

Mártir

Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Calixto, en la vía Apia, conmemoración de san Tarsicio, mártir, que por defender la santísima Eucaristía de Cristo, que una furiosa turba de gentiles intentaba profanar, prefirió ser inmolado, muriendo apedreado antes que entregar a los perros las cosas santas (c. 257).

Murió mártir durante la persecución de Valeriano. Su figura de niño héroe cristiano ha servido de estímulo y ejemplo durante dieciocho siglos a las generaciones de bautizados desde que han ido despertando a la fe. Su generosidad en la ayuda al prójimo y su disposición al servicio, impregnado de un amor generoso a Jesucristo en la Eucaristía han ayudado a la fantasía de los creyentes posteriores a renovar su veneración al Santísimo Sacramento. También los mayores han aprendido de él a vivir con coherencia la fe eucarística y a vigorizar las actitudes de adoración y culto que secularmente han practicado los discípulos del Señor.

El relato de los hechos con todos los rasgos de verosimilitud histórica es así:

Los cristianos no podían vivir la fe con manifestaciones externas. No tenían derecho a expresar la jubilosa explosión de felicidad que tenían dentro por saberse hijos de Dios con un culto externo. Era preciso esconderse para alabar al único Dios verdadero como discípulos del Señor Jesucristo; por no disponer de locales amplios donde pudieran reunirse, lo hacían a la orilla del Tiber, en los cementerios. Galerías largas y muy entrecruzadas; de vez en cuando se ve una lámpara encendida donde recordaban que se encontraba el cadáver de un mártir, la lámpara era la señal. Ellos conocían bien los largos corredores y los múltiples vericuetos; allí, en un ensanchamiento han tenido el buen gusto de poner en la piedra alguna inscripción y la figura del Pastor cargando una oveja en sus hombros; más adelante, en otro lugar, puede verse en la roca algo que se parece a un cestillo lleno de panes y peces; son símbolos de una historia pasada que se hace viva cada domingo y da más vida, alegría y fuerza a los discípulos de Jesús. Ahora se ve una especie de sala espaciosa, agrandada por las galerías que en ella convergen, donde hay una mesa grande cubierta por manteles muy blancos, con unos cirios encendidos sobre unos candelabros de plata o al menos, así lo parece.

Es un día especial. Sixto es el sacerdote; sí, lo nombraron como sucesor del pontífice Esteban al que habían matado los perseguidores. Todos cantan salmos, en medio de un gran silencio se leen algunos trozos del Evangelio y hace Sixto una sabia reflexión. El diácono Lorenzo pone pan y vino sobre la mesa y el anciano sacerdote comienza la fórmula de la consagración. Antes de comulgar todos se dan el ósculo de la paz.

Poco antes de dispersarse hay un recuerdo para los encarcelados; son los confesores de la fe; no han querido renegar; aman a Jesús más que a sus vidas. Es conveniente rezar por ellos y ayudar a sus familiares en la tribulación. Es también preciso hacerles partícipes de los santos misterios para que le sirvan de fortaleza en la pasión y en los tormentos.

¿Quién puede y quiere afrontar el peligro? Hace falta un alma generosa. Todos quieren; lo piden con los ojos: ancianos, maduros, mujeres y muchachas jóvenes con el rostro cubierto con un velo. Delante del nuevo papa Sixto un niño ha extendido la mano; hay cierta extrañeza en el sacerdote que parece no comprender tamaña decisión, a simple vista disparatada. "¿Y por qué no, Padre? Nadie sospechará con mis pocos años".

Jesús eucaristizado es envuelto en un fino lienzo y depositado en las manos del niño Tarsicio que sólo tiene once años y es bien conocido en el grupo por su fe y su piedad; no se ha amilanado en la furia de la persecución por más que vió aquella noche cómo mataban al papa Esteban mientras hacía los misterios del Señor.

Por entre las alamedas del Tiber va como portador de Cristo, se sabe un sagrario vivo, es una sensación extraña en él -entre el gozo y el orgullo- que nunca había experimentado. Pasa, sin saludar, embelesado con su tesoro. Unos amigos le invitan a participar en el juego; Tarsicio rehúsa; ellos se le acercan; Tarsicio oprime el envoltorio; le hacen un cerco y llega la temida pregunta: "¿Qué llevas ahí? Queremos verlo". Aterrado quiere echar a correr, pero es tarde. Lo agarran y fuerzan a soltar el atadijo que cada vez agarra con más tesón y fuerza, lo zarandean y lo tiran al suelo, le dan pescozones y puntapiés pero no quiere por nada del mundo dejar al descubierto al Señor; entre las injurias y amenazas acompañadas de empellones y puños, Tarsicio sigue diciendo "¡Jamás, jamás!". Uno de los que se ha acercado al grupo del alboroto se hace cargo de la situación y dice: "Es un cristiano que lleva sortilegios a los presos". Pequeños y mayores emplean ahora, bajo excusa de la curiosidad, con furia y saña, palos y piedras.

Recogieron el cuerpo destrozado de Tarsicio y lo enterraron en la catacumba de Calixto.

Cuando pasó la persecución, el papa Dámaso mandó poner sobre su tumba estos versos:

"Queriendo a san Tarsicio almas brutales
de Cristo el sacramento arrebatar,
su tierna vida prefirió entregar
antes que los misterios celestiales".

Tarsicio

 
San Tarsicio
Statue-Orsay-03.jpg
«Tarsicio, mártir cristiano» (1868), obra del escultor francés Alexandre Falguière (1831-1900). Musée d'Orsay.
Mártir de la Eucaristía
Fallecimientoaproximadamente en 257 o 258
Venerado enIglesia católica
Principal SantuarioLa iglesia de San Silvestre in Capite (Roma) se atribuye poseer sus reliquias
Festividad15 de agosto
AtributosSe lo representa con un hostiario en el pecho
PatronazgoAcólitos y ministros de la eucaristía
San Tarsicio, también conocido como Tarcisio (forma incorrecta de Tarsicio), Tarsicio de Roma o Tarsicio mártir fue, según el Martirologio romano y una evidencia epigráfica honorífico-funeraria, un joven que murió martirizado en la Vía Apia de Roma en torno al año 257 o 258 d.C., durante el gobierno del emperador Valeriano. Lo poco que se conoce sobre él con carácter hagiográfico es lo que transmite el martirologio, a lo que se suma la inscripción esculpida en su tumba por mandato del papa Dámaso I, obispo de Roma entre 366 y 384. Tarsicio, conocido como «el mártir de la Eucaristía»,[1] es venerado como patrono de los acólitos. El Martirologio romano lo celebraba el 15 de agosto.

 

Contexto histórico

En el año 258, Caesar Publius Licinius Valerianus Augustus, más conocido como Valeriano regía el Imperio Romano. El emperador Valeriano ya era conocido entre los cristianos por proclamar edictos de persecución en los que se prohibía el culto cristiano y las asambleas, y se ordenaba la confiscación de los cementerios donde a menudo se reunían. Las motivaciones de Valeriano, alegadas por su propio procurator summarum rationum (procurador del patrimonio imperial) Macriano,[2] eran hasta entonces inéditas: intentaba subsanar en parte el déficit estatal con los bienes de los cristianos.[3] En el edicto de agosto de 257, Valeriano «prohibió el culto cristiano, obligando al clero a sacrificar a los dioses so pena de destierro» (Actas de Cipriano). Un año más tarde (agosto de 258), un Senadoconsulto amplió el edicto al prescribir:
 
Moneda con la imagen del emperador Valeriano, bajo cuyo mandato murió Tarsicio
«[...] Los obispos, presbíteros y diáconos deben ser inmediatamente ejecutados; los senadores, nobles y caballeros, perdida su dignidad, deben ser privados de sus bienes, y si aun así continúan siendo cristianos, sufran la pena capital. Las matronas, despojadas de sus bienes, sean desterradas. Los cesarianos [libertos del césar] que antes o ahora hayan profesado la fe, confiscados sus bienes, y con el registro [marca de metal] al cuello, sean enviados a servir a los dominios estatales.»
Carta 80 de Cipriano a Suceso[3]
Como resultado de ese edicto fueron martirizados en Roma los papas Esteban I (254-257) y Sixto II (257-258), y varios diáconos suyos, entre ellos el popular san Lorenzo, mientras que en África fue decapitado un referente indiscutido, el obispo Cipriano de Cartago.[4]

Hagiografía de Tarsicio

El nombre «Tarsicio» proviene del latín (tarsus, valor) y significa «valeroso». Considerando la perspectiva geográfica, el nombre significa «el que nació en Tarso», ciudad que luego de la conquista romana fuera capital de la provincia de Cilicia.
San Tarsicio fue un joven convertido al cristianismo a mediados del siglo III, que colaboraba como acólito de la Iglesia de Roma en las catacumbas durante la persecución a los cristianos por parte de la administración del emperador Valeriano.
Después de participar en una Misa en las catacumbas de San Calixto fue comisionado por el obispo de Roma, Sixto II (257-258) para llevar la eucaristía a los cristianos que estaban en la cárcel, prisioneros por proclamar su fe en Cristo. Por la calle se encontró con un grupo de jóvenes paganos que le preguntaron qué guardaba bajo su manto. Tarsicio se negó a decir, y los otros lo atacaron con piedras y palos, posiblemente para robar lo que llevaba. El joven prefirió morir antes que entregar lo que él consideraba un tesoro sagrado. Otros detalles más legendarios indican que, cuando estaba siendo apedreado, habría llegado un soldado llamado Cuadrato, catecúmeno cristiano, quien reconoció a Tarsicio y alejó a los atacantes. Tarsicio le habría encomendado antes de morir que llevara la comunión a los encarcelados en lugar suyo.
El Martirologio romano manifiesta lo siguiente: «En Roma, en la Vía Apia fue martirizado Tarsicio, acólito. Los paganos lo encontraron cuando transportaba el sacramento del Cuerpo de Cristo y le preguntaron qué llevaba. Tarsicio quería cumplir aquello que dijo Jesús: «No arrojen las perlas a los cerdos», y se negó a responder. Los paganos lo apedrearon y apalearon hasta que exhaló el último suspiro pero no pudieron encontrar el sacramento de Cristo ni en sus manos, ni en sus vestidos. Los cristianos recogieron el cuerpo de Tarsicio y le dieron honrosa sepultura en el cementerio de Calixto».
 
El martirio del papa Sixto II y sus diáconos. Imagen del siglo XIV, tomada de Vies de saints (París, Francia, 185, Fol. 96v)
Poco después, según el Martirologio romano, el papa Sixto II también fue detenido durante la celebración de la Misa en el cementerio de Pretextato, y fue martirizado decapitado junto con los diáconos Januarius, Vincentius, Magnus y Stephanus, que lo acompañaban en la celebración eucarística. Al mismo tiempo sufrieron el martirio los diáconos san Felicísimo y Agapito, y poco tiempo después el diácono san Lorenzo.

El epitafio ordenado por Dámaso I

Sobre la tumba de Tarsicio, el papa san Dámaso I mandó grabar un epitafio con forma de poema, que constituye hoy la principal evidencia científica, de carácter epigráfico honorífico-funerario.
En el poema, el autor se dirige al lector que lee esas líneas, conviniéndolo a recordar que el mérito de Tarsicio es muy parecido al del diácono san Esteban: a ellos dos quiere honrar ese epitafio.
El poema refiere que san Esteban fue muerto bajo una tempestad de pedradas por los enemigos de Cristo, a los cuales exhortaba a volverse mejores. El poema señala que mientras Tarsicio llevaba el sacramento de Cristo fue sorprendido por unos impíos que trataron de arrebatarle su tesoro para profanarlo. El poema señala finalmente que prefirió morir y ser martirizado, antes que entregar a los «perros rabiosos» la eucaristía.
 
San Dámaso I, por cuyo mandato se grabó en la tumba de Tarsicio el epitafio indicativo de la forma en que murió
.
Ese poema en latín constituye la única evidencia a la fecha que testifica la existencia de Tarsicio:[5]
Par meritum, quicumque legis, cognosce duorum,
quis Damasus rector titulos post praemia reddit.
Iudaicus populus Stephanum meliora monentem
perculerat saxis, tulerat qui ex hoste tropaeum,
martyrium primus rapuit levita fidelis.
Tarsicium sanctum Christi sacramenta gerentem
cum male sana manus premeret vulgare profanis,
ipse animam potius voluit dimittere caesus
prodere quam canibus rabidis caelestia membra.
Damasi Epigrammata, Maximilian Ihm, 1895, n. 14
 
La iglesia de San Silvestre in Capite se atribuye la guarda de las reliquias de Tarsicio.
El epitafio, que compara la muerte de Tarsicio con la de Esteban el protomártir, es indicativo de que, en efecto, Tarsicio habría muerto lapidado tal como indica el martirologio.[1] [5]
Hoy no existe una identificación plena de su sepultura, aunque la iglesia de San Silvestre in Capite, una basílica menor de Roma, se atribuye poseer sus reliquias.
San Tarsicio fue celebrado el 15 de agosto. En la actualidad, la Iglesia católica reserva esta fecha para la celebración de la solemnidad de la Asunción de María. San Tarsicio no se menciona en el calendario litúrgico actual, sólo en el Martiriologio romano.

Patronazgo

En el catolicismo, san Tarsicio es el patrono de los acólitos y ministros de la Eucarístia, además de aquellas personas que reciben la primera comunión.

Tarsicio en las artes

 
Tapa de la novela Fabiola, o la Iglesia de las catacumbas, en su edición de 1893. En esta novela, Tarsicio es presentado como un joven acólito.
La historia de Tarsicio fue divulgada por el cardenal Nicholas Wiseman, quien lo describió como un joven acólito en su novela Fabiola, o la Iglesia de las catacumbas, publicada en su primera edición en 1854. La amplia divulgación de ese libro fue causa de la renovación y ampliación del culto a Tarsicio. Fue la lectura de esa novela la que inspiró a su vez otras representaciones, como la del escultor francés Falguière.
Alexandre Falguière (1831-1900), quien ya era famoso desde que en 1864 presentara en el salón su «Vendedor del combate de gallos» (museo de Orsay), presentó cuatro años más tarde la escultura «Tarsicius, martyr chrétien» (Tarsicio, mártir cristiano) (ver la obra en la ficha, al inicio de este artículo). La acogida que tuvo esta escultura confirmó el éxito de Falguière. La obra fue adquirida por el Estado francés.
Falguière eligió para la representación el momento en que el joven Tarsicio, con una vestimenta drapeada, muere bajo los golpes de las piedras. El epitafio, redactado por el papa Dámaso I, visible en las catacumbas de San Calixto en Roma, está retranscrito en la base de la escultura. Las piedras ubicadas detrás, sugieren el suplicio por lapidación. La obra hace referencia a los mártires neoclásicos, como el joven Bara pintado por Jacques-Louis David en 1794 (museo Calvet, Aviñón). Esta escultura de Falguière supo seducir en su época: las ediciones de esta obra fueron numerosas, incluidos los grabados y las fotografías.
En Roma, en la basílica San Lorenzo fuori le Mura, se puede admirar una estatua ilusionista de Tarsicio, parecida al mármol de Falguière, pero con una expresión más doliente.

Referencias

  1. a b Scorza Barcellona, F. (2000). «Tarsicio». En Leonardi, C.; Riccardi, A.; Zarri, G. Diccionario de los Santos, Volumen 2. España: San Pablo. pp. 2087-2088. ISBN 84-285-2259-6. 
  2. Potter, David S. (2004). The Roman Empire at Bay AD 180–395. Oxon: Routledge. p. 256. ISBN 0-415-10058-5. 
  3. a b García, Rubén D. (1979). Dios y el César. Relaciones Iglesia-Estado en los primeros siglos de la Iglesia (año 30 - año 313). Buenos Aires (Argentina): Editora Patria Grande. pp. 11-12. 
  4. Sáenz, Alfredo (2002). La Nave y las Tempestades. La Sinagoga y la Iglesia primitiva. Las persecuciones del Imperio Romano. El arrianismo. Morón, Buenos Aires (Argentina): Ediciones Gladius. p. 85. ISBN 950-9674-61-3. 
  5. a b Kirsch, J.P. (1912). «St. Tarsicius» (en inglés). The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. Consultado el 5 de agosto de 2011.

Bibliografía

  • Ignacio Domínguez González (2000). San Tarsicio, mártir de la Eucaristía. Madrid: Edibesa. ISBN 978-84-8407-146-4.

SAN TARSICIO, mártir (+258)
Su fiesta se celebra el 13 de Agosto.
San TarsicioSan Tarsicio es el Patrón de los Monaguillos y de los Niños de Adoración Nocturna. Por algo se le conoce como el Mártir de la Eucaristía.

Valeriano era un emperador duro y sanguinario. Se había convencido de que los cristianos eran los enemigos del Imperio y había que acabar con ellos. Los cristianos para poder celebrar sus cultos se veían obligados a esconderse en las catacumbas o cementerios romanos. Era frecuente la trágica escena de que mientras estaban celebrando los cultos llegaban los soldados, los cogían de improviso, y, allí mismo, sin más juicios, los decapitaban o les infligían otros martirios. Todos confesaban la fe en nuestro Señor Jesucristo. El pequeño Tarsicio había presenciado la ejecución del mismo Papa mientras celebraba la Eucaristía en una de estas catacumbas. La imagen macabra quedó grabada fuertemente en su alma de niño y se decidió a seguir la suerte de los mayores cuando le tocase la hora, que ojalá, decía él, fuera "ahora mismo".

Un día estaban celebrando la Eucaristía en las Catacumbas de San Calixto. El Papa Sixto se acuerda de los otros encarcelados que no tienen sacerdote y que por lo mismo no pueden fortalecer su espíritu para la lucha que se avecina, si no reciben el Cuerpo del Señor. Pero ¿quién será esa alma generosa que se ofrezca para llevarles el Cuerpo del Señor? Son montones las manos que se alargan de ancianos venerables, jóvenes fornidos y también manecitas de niños angelicales. Todos están dispuestos a morir por Jesucristo y por sus hermanos.

Uno de estos tiernos niños es Tarsicio. Ante tanta inocencia y ternura exclama lleno de emoción el anciano Sixto: " ¿Tú también, hijo mío?"
Y le dice: ¿Y por qué no, Padre? Nadie sospechará de mis pocos años.
Ante tan intrépida fe, el anciano no duda. Toma con mano temblorosa las Sagradas formas y en un relicario, las coloca con gran devoción a la vez que a la vez que las entrega al pequeño Tarsicio de apenas once años, con esta recomendación: "Cuídalas bien, hijo mío".
-"Descuide, Padre, que antes pasarán por mi cadáver que nadie ose tocarlas".

Sale fervoroso y presto de las catacumbas y poco después se encuentra con unos niños de su edad que estaban jugando
-"Hola, Tarsicio, juega con nosotros. Necesitamos un compañero".
- "No, no puedo. Otra vez será", dijo mientras apretaba sus manos con fervor sobre su pecho.
Y uno de aquellos mozalbetes exclama. "A ver, a ver. ¿Qué llevas ahí escondido?"
Debe ser eso que los cristianos llaman "Los Misterios" e intentar verlo.
Lo derriban a tierra, poniendo en su pecho los mozalbetes sus piernas con el fín de hacer fuerza de palanca para abrirle sus bracitos y arrebatarle las Sagradas Formas, le tiran pedradas, y Tarsicio no solo puso resistencia sino que Dios hizo el milagro de que quedasen sus brazos herméticamente cerrados de forma que no pudieron abrírselos jamás (ni siquiera después de muerto) siguen dándole pedradas, y va derramando su sangre. Todo inútil. Ellos no se salen con la suya. Por nada del mundo permite que le roben aquellos Misterios a los que él ama más que a sí mismo...

Momentos después pasa por allí Cuadrado, un fornido soldado que está en el período de catecumenado y que por eso conoce a Tarsicio. Los niños huyen corriendo mientras Tarsicio, llevado a hombros en agonía por Cuadrado, llega hasta las Catacumbas de San Calixto en la Vía Appia. Al llegar , ya era cadáver.

Desde entonces, el frío mármol guarda aquellas sagradas reliquias sobre las que escribió San Dámaso, "queriendo a San Tarsicio almas brutales de Cristo el sacramento arrebatar, su tierna vida prefirió entregar, antes que los Misterios celestiales"


 




Estatua de S. Tarsicio  en la
parroquia de S. José
 del Talar, Buenos Aires
Foto: Corazones.org
SAN TARSICIO
Mártir de la Eucaristía, siglo III
Patrón de quienes hacen primera comunión y monaguillos
Fiesta: 26 de abril
"En Roma, en la Vía Apia, el martirio de San Tarsicio, acólito. Los paganos le encontraron cuando transportaba el sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo y le preguntaron que llevaba. Tarsicio, no quería arrojar las perlas a los puercos y se negó a responder; los paganos le apedrearon y apalearon hasta que exhaló el último suspiro, pero no pudieron encontrar el sacramento de Cristo ni en sus manos, ni en sus vestidos. Los cristianos recogieron el cuerpo del mártir y le dieron honrosa sepultura en el cementerio de Calixto". -Martirologio Romano.
En un poema, el Papa San Dámaso (siglo IV) cuenta que Tarsicio prefirió una muerte violenta en manos de una turba, antes que "entregar el Cuerpo del Señor". Lo compara con San Esteban, que murió apedreado por su testimonio de Cristo. 
El hecho del martirio de San Tarsicio es histórico, pero no consta que fuese niño acólito como dicen algunos. Normalmente son los sacerdotes o diáconos los que llevan la Eucaristía a los que no pueden ir a la Santa Misa y la referencia a San Esteban hace pensar que Tarsicio fuese diácono. Pero la Iglesia puede confiar la Eucaristía a un laico en caso de verdadera necesidad.
Según la tradición al joven Tarsicio se le confió llevar la comunión a algunos cristianos que estaban prisioneros, durante la persecución de Valeriano.
El santo fue sepultado en el cementerio de San Calixto. No se ha identificado su sepultura. La iglesia de San Silvestre in Capite dice tener su reliquia.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Velas
San Tarcisio
La Iglesia Católica ha tenido muy especial cariño a este joven que con tanto amor llevaba la Comunión a los prisioneros y con tan enorme valor supo defender la Santa Eucaristía de los enemigos que intentaban profanarla.
"No echéis a los perros lo sagrado ni a los cerdos lo muy valioso porque se volverán contra vosotros."
Cristo en La CruzOración
San Tarcisio: mártir de la Eucaristía, pídele a Dios que todos y en todas partes demostremos un inmenso amor y un infinito respeto al Santísimo Sacramento donde está nuestro amigo Jesús, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad
Historia
San Tarcisio era un acólito o ayudante de los sacerdotes en Roma. Después de participar en una Santa Misa en las Catacumbas de San Calixto fue encargado por el obispo para llevar la Sagrada Eucaristía a los cristianos que estaban en la cárcel, prisioneros por proclamar su fe en Jesucristo. San Tarcisio.Por la calle se encontró con un grupo de jóvenes paganos que le preguntaron qué llevaba allí bajo su manto. El no les quiso decir, y los otros lo atacaron ferozmente para robarle la Eucaristía. El joven prefirió morir antes que entregar tan sagrado tesoro. Cuando estaba siendo apedreado llegó un soldado cristiano y alejó a los atacantes. Tarcisio le encomendó que les llevara la Sagrada Comunión a los encarcelados, y murió contento de haber podido dar su vida por defender el Sacramento y las Sagradas formas donde está el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El libro oficial de las Vidas de Santos de la Iglesia, llamado "Martirologio Romano" cuenta así la vida de este santo: "En Roma, en la Vía Apia fue martirizado Tarcisio, acólito. Los paganos lo encontraron cuando transportaba el Sacramento del Cuerpo de Cristo y le preguntaron qué llevaba. Tarcisio quería cumplir aquello que dijo Jesús: "No arrojen las perlas a los cerdos", y se negó a responder. Los paganos lo apalearon y apedrearon hasta que exhaló el último suspiro pero no pudieron quitarle el Sacramento de Cristo. Los cristianos recogieron el cuerpo de Tarcisio y le dieron honrosa sepultura en el Cementerio de Calixto".
Sobre su tumba escribió el Papa San Dámaso este hermoso epitafio: "Lector que lees estas líneas: te conviene recordar que el mérito de Tarcisio es muy parecido al del diácono San Esteban, a ellos los dos quiere honrar este epitafio. San Esteban fue muerto bajo una tempestad de pedradas por los enemigos de Cristo, a los cuales exhortaba a volverse mejores. Tarcisio, mientras lleva el sacramento de Cristo fue sorprendido por unos impíos que trataron de arrebatarle su tesoro para profanarlo. Prefirió morir y ser martirizado, antes que entregar a los perros rabiosos la Eucaristía que contiene la Carne Divina de Cristo".
 
 
San Tarsicio, mártir
fecha: 15 de agosto
†: c. 257 - país: Italia
otras formas del nombre: Tarcisio
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Roma, en el cementerio de Calixto, en la vía Apia, conmemoración de san Tarsicio, mártir, que al defender la Santísima Eucaristía de Cristo de una furiosa turba de gentiles que intentaban profanarla, prefirió ser apedreado hasta la muerte antes que entregar las sagradas formas a los perros.
patronazgo: patrono de los trabajadores, acólitos y ministros de la Eucaristía.

«san Tarsicio, mártir, al defender la Santísima Eucaristía de Cristo de una furiosa turba de gentiles que intentaban profanarla, prefirió ser apedreado hasta la muerte antes que entregar las sagradas formas a los perros.» Esta redacción del «elogio» del Martirologio Romano expresa muy bien la forma que tomó posteriormente la historia de san Tarsicío, «el mártir de la Eucaristía», en un poema del papa san Dámaso (siglo IV). El Pontífice cuenta que Tarsicio prefirió una muerte violenta en manos de una turba, antes que «entregar el Cuerpo del Señor a aquellos perros rabiosos» («Tarcisium sanctum Christi sacramenta gerentem, cum male sana manos peteret vulgare profanis; ipse animam potius voluit dimittere caesus prodere quam canibus rabidis caelestia membra.»), y le compara con san Esteban, que murió apedreado por los judíos. El hecho del martirio de san Tarsicio es histórico, pero no consta que fuese realmente un acólito todavía niño. Si se tiene en cuenta que san Dámaso le compara con el diácono san Esteban, se puede conjeturar que era más bien un diácono, ya que éstos tenían por oficio administrar el Santísimo Sacramento en ciertas circunstancias y transportarlo de un sitio a otro. Así, por ejemplo, los diáconos trasladaban una parte de la hostia consagrada por el Papa a las principales iglesias de Roma, como símbolo de la unidad del santo sacrificio y de la unión de los obispos con los fieles. Pero en aquella época, lo mismo que en la actual, se podía confiar el Santísimo Sacramento a cualquier cristiano -clérigo o laico, joven o viejo, hombre o mujer- en caso de necesidad. La tradición afirma que Tarsicio era un acólito de tierna edad, a quien se confió la misión de llevar la comunión a algunos cristianos que estaban prisioneros, en la época de la persecución de Valeriano. El santo fue sepultado en el cementerio de San Calixto. Nunca se ha llegado a identificar su sepultura; sin embargo, la iglesia de san Silvestre in Capite pretende poseer sus reliquias.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 
 
 

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