|
Juan María Vianney, Santo |
El Cura de Ars
Martirologio Romano: Memoria de san Juan María Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración y ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas (†1859).
Fecha de canonización: 31 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI.
Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianney, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes".
Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.
Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del gurpo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.
Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.
Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.
Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista.
El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.
Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.
Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".
Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.
Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".
Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.
El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.
Cuando el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.
El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".
El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".
Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.
Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".
Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.
Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.
Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.
Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.
A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.
De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.
A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.
De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.
En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.
Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.
Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.
En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.
Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.
El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.
Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.
Juan María Vianney
San Juan Bautista María Vianney (* Dardilly, 8 de mayo de 1786 – † Ars-sur-Formans, 4 de agosto de 1859), el Santo Cura de Ars, proclamado patrono de los sacerdotes católicos, especialmente de los que tienen cura de almas ( párrocos).
Biografía
Nació en Dardilly, al noroeste de Lyon, Francia. Hijo de Matthieu Vianney y Marie Beluze, fue el tercero de seis hermanos, de una familia campesina.
Después de una breve estadía en la escuela comunal, en 1806, el cura de Ecully, M. Balley, abrió una escuela para aspirantes a eclesiásticos, y Juan María fue enviado a ella. Aunque era de inteligencia mediana y sus maestros nunca parecen haber dudado de su vocación, sus conocimientos eran extremadamente limitados, limitándose a un poco de aritmética, historia, y geografía, y encontró el aprendizaje, especialmente el estudio del latín, excesivamente difícil. Uno de sus compañeros, Matthias Loras, después primer obispo de Dubuque, le ayudaba en sus lecciones de latín. Como otros muchos seminaristas, hizo una peregrinación al santuario de San Juan Francisco Régis en Lalouvesc ( 1806). Ese mismo año es dispensado del servicio militar en su calidad de aspirante al sacerdocio.
Sin embargo, es llamado a filas en 1809, y el 26 de octubre, el joven recluta ingresa al cuartel de Lyon para ser enviado al ejército napoleónico que invadía España, vía Roanne.
El 6 de enero de 1810, Juan María deserta, y con la falsa identidad de Jerónimo Vincent, se oculta en los bosques del Forez, en los alrededores de Noes. Liberado del servicio militar y de su situación irregular por el enrolamineto anticipado de su hermano menor, el desertor regresa en octubre de 1810 a casa del párroco Balley. Recibe la tonsura el 28 de mayo siguiente.
Ingresa finalmente al Seminario Menor de Verriéres a los 26 años, para cursar filosofía en francés pues su «debilidad -en los estudios- es extrema». Allí fue compañero de curso de otro santo, San Marcelino Champagnat, fundador de los Hermanos Maristas.
El 13 de agosto de 1815 fue ordenado sacerdote por Monseñor Simon, obispo de Grenoble. Fue enviado a Ecully como ayudante de M. Balley, quien fue el primero en reconocer y animar su vocación, que había intercedido ante los examinadores cuando suspendió el ingreso en el seminario mayor, y que era su modelo tanto como su preceptor y protector.
En 1818, tras la muerte de M. Balley, Vianney fue hecho párroco de Ars, una aldea no muy lejos de Lyon. Fue en el ejercicio de las funciones de párroco en esta remota aldea francesa en las que se hizo conocido en toda Francia y el mundo cristiano. Algunos años después de llegar a Ars, fundó una especie de orfanato para jóvenes desamparadas. Se le llamó "La Providencia" y fue el modelo de instituciones similares establecidas más tarde por toda Francia. El propio Vianney instruía a las niñas de "La Providencia" en el catecismo, y estas enseñanzas llegaron a ser tan populares, que se daban todos los días en la iglesia ante grandes multitudes.
Vista de la localidad de Ars, con la Basílica en la que se venera el cuerpo de san Juan María.
"La Providencia", aunque tuvo éxito, fue cerrada en 1847, porque Juan María pensaba que no estaba justificado mantenerla frente a la oposición de mucha buena gente.
Pero la principal labor del Cura de Ars fue la dirección de almas. No llevaba mucho tiempo en Ars cuando la gente empezó a acudir a él de otras parroquias, luego de lugares distantes, más tarde de todas partes de Francia, y finalmente de otros países.
Ya en 1835, su obispo le prohibió asistir a los retiros anuales del clero diocesano porque "las almas le esperaban allí". Durante los últimos diez años de su vida, pasó de dieciséis a dieciocho horas diarias en el confesionario. Su consejo era buscado por obispos, sacerdotes, religiosos, jóvenes y mujeres con dudas sobre su vocación, pecadores, personas con toda clase de dificultades y enfermos. En 1855, el número de peregrinos había alcanzado los veinte mil al año. Las personas más distinguidas visitaban Ars con la finalidad de ver al cura y oír su enseñanza cotidiana.
Murió el 4 de agosto de 1859. Sus restos mortales se conservan incorruptos en el gran santuario dedicado a él en Ars, el pequeño lugar al que dedicó su vida como sacerdote y donde falleció.
El magisterio de la Iglesia
Cuerpo incorrupto de san Juan María Vianney en el santuario de Ars.
El 3 de octubre de 1874 Juan Bautista María Vianney fue proclamado venerable por Pío IX y beatificado el 8 de enero de 1905. El papa Pío X lo propuso como modelo para el clero parroquial. En 1925, el papa Pío XI lo canonizó. Su fiesta se celebra el 4 de agosto.
El papa Juan XXIII escribe en 1959 la encíclica Sacerdotii nostri primordia, en la cual realza, en el centenario de la muerte del Santo, las virtudes primordiales de todo sacerdote: el sacerdocio, la oración, la eucaristía y el celo apostólico.
Cincuenta años más tarde, el papa Benedicto XVI proclamó un año completo conmemorando los 150 años de san Juan María: del 19 de junio de 2009 al 11 de junio de 2010. Nombrado patrono de todos los sacerdotes católicos, este año fue llamado el Año sacerdotal. [1]
Referencias
- ↑ Carta del papa Benedicto XVI proclamando el Año sacerdotal [1]
Bibliografía
Enlaces externos
Por SCTJM
INTRODUCCIÓN
En el siglo pasado, Ars, una pequeña villa francesa fue por muchos años el hogar de la vida religiosa de todo el país. Entre el año de 1818 y el 1859, su nombre estuvo en los labios de miles de personas, y tan grande era la afluencia de peregrinos, que la compañía de trenes que servía el distrito, tuvo que abrir una oficina especial en la ciudad de Lyons, para poder lidiar con el tráfico entre esta gran ciudad y el pequeño pueblo de Ars. ¿El causante de todo esto?, un sencillo y sin embargo incomparable sacerdote, de quien hablaremos brevemente en esta historia: San Juan Bautista Vianney.
Nació cerca de Lyon el año 1786. Tuvo que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se le confió la parroquia de Ars, en la diócesis de Belley, y el santo, con una activa predicación, con la mortificación, la oración y la caridad, la gobernó, y promovió de un modo admirable su adelanto espiritual. Estaba dotado de unas cualidades extraordinarias como confesor, lo cual hacía que los fieles acudiesen a él de todas partes, para escuchar sus santos consejos. Murió el año 1859.
INFANCIA
San Juan Bautista Vianney nació el 8 de Mayo de 1786 y fue Bautizado el mismo día. Era el cuarto de ocho hermanos. Como muchos otros santos, nuestro santo disfrutó de la preciosa ventaja de haber nacido de padres verdaderamente cristianos.
Su padre era el dueño de una finca y su madre era nativa del pueblo de Ecully, el cual como Dardilly, el lugar donde nació el santo, estaban cerca de la ciudad de Lyons.
Sería un error contemplar a la familia Vianney como ignorantes . Sin duda alguna ambos padres y los niños pasaban días arduos en los campos y viñedos, pero la conciencia de que por varios siglos esta tierra había pertenecido a los Vianneys , inspiraba a la familia con un legítimo orgullo y disfrutaban de la estima de todos aquellos que les conocían.
La amabilidad hacia los pobres y necesitados era una virtud familiar; ningún mendigo fue nunca arrojado de sus puertas. Así fue como un día fueron privilegiados de dar hospitalidad a San Benito Labre, cuando el patrono de los mendigos pasó por el pueblo de Dardilly en uno de sus peregrinajes a Roma.
Desde muy niño sus padres lo llevaban a los campos, donde aprendió a ser pastor y, cuando era mayorcito se iba a cuidar los rebaños. El campo era su lugar preferido, las flores, los árboles, toda la naturaleza le hablaba de Dios, en quien encontraba el descanso de su corazón.
Con frecuencia se iba bajo la sombra de un árbol grande y allí, hacía como un pequeño altar donde ponía la imagen de la Virgen Santísima, que siempre llevaba y llevaría toda su vida junto a él; y a los pies de la Madre, descargaba su corazón con la confianza de un niño pequeño.
En otras ocasiones llamaría a sus otros compañeros pastores y les compartiría las cosas del Señor que aprendía de su mamá, siendo éstas sus primeras clases de catecismo que luego, diariamente compartiría con los habitantes de Ars, siendo este uno de sus mas grandes ministerios como sacerdote. Tenía la costumbre de hacer la señal de la cruz, cada vez que sonaba el reloj.
Francia en esta época de 1790, estaba pasando una gran crisis -La Revolución Francesa- que con el pretexto de implantar "Libertad, igualdad y fraternidad" desató una masiva persecución que llevó a la guillotina a muchos hombres y mujeres, incluyendo a muchos sacerdotes y religiosas.
Los sacerdotes tenían que disfrazarse, cambiando constantemente de domicilio, para poder ministrar al pueblo de Dios, que permanecía fiel. Entre estos sacerdotes se encuentran dos que serán muy importantes en la vocación de San Juan: el Padre Balley y el Padre Groboz, quienes trabajaban ambos en Ecculy. Uno hacía de panadero y el otro de cocinero.
Es en este tiempo en el que Juan Bautista hace su Primera Comunión en Ecculy, en la casa de su mamá. Buscando no llamar la atención de las autoridades, trajeron carros de heno y los pusieron frente a las ventanas y comenzaron a descargarlos durante la ceremonia para evitar conflicto. Juan Bautista tenía 13 años, y aún siendo tan mayorsito lágrimas corrieron por sus mejillas al recibir al Señor, y durante toda su vida hablará siempre de este día y atesoraría el rosario que su madre le regaló en esta ocasión.
ESTUDIANTE
Al subir al poder Napoleón Bonaparte, gradualmente, la Iglesia obtuvo cierta libertad.
Por corto tiempo Juan Bautista asistió a una escuela de su pueblo, pero ahora que estaba creciendo, cada vez más los campos exigían de su trabajo. Fue en estas largas horas de faena en las que su convicción de ser sacerdote creció en su mente. Se decía: "Si soy sacerdote podría ganar muchas almas para Dios", y este pensamiento lo compartía con su madre, en quien encontraba apoyo, pero su padre le dio gran lucha. Tuvieron que pasar dos años para que el padre aceptase las aspiraciones de su hijo de ser sacerdote.
El Arzobispo de Lyons, quien era tío de Napoleón, sabía que su primer deber era buscar candidatos para el sacerdocio y así cada parroquia fue instruida para que se iniciase una campaña para promover las vocaciones al sacerdocio. El Padre Balley, párroco de Ecculy, abrió en la rectoría una pequeña escuela para formar aquellos jóvenes que sintiesen la vocación. Era la oportunidad para Juan Bautista; podía ir a la escuela del Padre Balley y quedarse en la casa de su tía. Hasta su padre vio las ventajas de esta oportunidad y le dio el permiso para irse. Juan Bautista tenía 20 años.
Muchos dicen que era torpe, para no decir estúpido. Sin embargo no puede haber algo mas lejos de la realidad. Su juicio nunca estuvo errado, pero su memoria era pobre. El mismo decía : "Que no podía guardar nada en su mala cabeza".
Al ver que le era tan difícil retener especialmente la gramática del Latín, en un momento de desesperación casi se regresa a su casa, pero felizmente el Padre Balley captó el peligro en el que se hallaba su estudiante, y le pidió hiciese un peregrinaje al Santuario de San Francisco Regis, en Louvesc. El peregrinaje logró un cambio en él , lo que hizo que su progreso fuese por lo menos lo suficiente para salvarlo del sentimiento de desaliento que casi logra apartarlo de sus estudios.
DESERTOR INVOLUNTARIO
El apetito de poder de Napoleón era insaciable. Se había lanzado a la conquista de Europa, lo que provocó que muchos muriesen en su ejército. La falta de soldados lo llevó a reclutar más aun y en el 1806 la clase de Juan Bautista fue llamada a enlistarse. Pasaron dos años, pero en el otoño de 1809, Juan Bautista, a pesar de estar exento por ser seminarista, fue llamado para el ejército. Parece que el nombre de nuestro santo no estaba escrito en las listas oficiales de los estudiantes de la Iglesia que las diócesis proveían a las autoridades. El joven Vianney fue mandado a los regimientos de España. Sus padres trataron de encontrar un substituto y por la suma de 3,000 francos un joven se voluntarizó para ir en su lugar pero se arrepintió al último minuto.
El 26 de Octubre Juan Bautista entró en las barracas de Lyons solo para enfermarse. De aquí lo enviaron al hospital de Roanne donde la enfermera encargada lo ayudó a volver a tener el aspecto de buena salud. Enero 6, 1810, Juan Bautista dejó el hospital, para encontrarse con la noticia de que su compañía se había marchado hacía mucho tiempo. Solo quedaba el tratar de alcanzarles.
El invierno era recio y una fiebre altísima lo atacó lo que provocó que muy pronto no pudiese seguir avanzando. Entrando, en un cobertizo que le dio cobijo, se sentó sobre su bolsa y comenzó a rezar el Rosario. Dijo tiempo después que "Quizás nunca lo recé con tanta confianza". De pronto un extraño se le presentó frente a él y le preguntó: "¿qué estás haciendo aquí?". Juan Bautista le contó lo que le había pasado y desde ese momento el extraño cargó su pesada bolsa y le dijo que le siguiese. Llegaron a la casa de un labrador y allí estuvo por varios días hasta que se le pasó la fiebre. Mientras estaba en cama por primera vez pasó por su mente la realidad de que sin haber sido culpa suya, el era ahora un desertor.
Conocía al Mayor Paul Fayot, quién se dedicaba a esconder desertores y acudió a el, pero no tenía lugar y le recomendó quedarse en la casa de su prima Caludine Fayot, una viuda con cuatro niños. Desde ese momento Vianney adoptó el nombre de Jerome Vincent. Bajo ese nombre llegó hasta abrir una escuela para los niños de la villa.
En el 1810 un decreto imperial concedió amnistía a todos los desertores de los años 1806 a 1810. Juan Bautista estaba cubierto por este decreto así que era libre de regresar a casa y terminar sus estudios. La Divina Providencia y la asistencia de la Virgen lo habían salvado.
Su madre murió poco después de esta feliz reunión. Ahora tenía 24 años y el tiempo apremiaba. El 28 de Mayo de 1811 recibió la tonsura. El Padre Balley, viendo esencial que fuese a tomar estudios regulares lo mandó al Seminario Menor de Verrieres. Aquí el joven Vianney sufrió y tuvo gran faena, pero nunca brilló como un filósofo.
DIFICULTAD CON LOS ESTUDIOS
En Octubre 1813, entró en el Seminario Mayor de Lyons. Su inadecuado conocimiento del latín le hizo imposible captar lo que los profesores decían o responder a las preguntas que le eran hechas. Al final de su primer término le pidieron que se marchara, y su dolor y desaliento eran inmensos. Por algún tiempo pensó en irse a una de tantas congregaciones de hermanos religiosos; sin embargo una vez más el Padre Balley vino en su rescate y sus estudios le fueron dados en privado en Ecculy. Pero no pasó el examen previo a la ordenación. Un examen privado en la rectoría de Ecculy probó ser más satisfactorio y fue tomado como suficiente, siendo juzgadas justamente sus cualidades morales que sobrepasaban cualquier falta académica.
En Agosto 13, 1815, Juan Bautista Vianney fue elevado al sacerdocio, a esa inefable dignidad de la que tan frecuentemente hablaba diciendo: "El Sacerdote solo será entendido en el cielo"; tenía 29 años de edad.
Su primera Misa la dijo en la capilla de Seminario en Grenoble.
En su regreso a Ecculy la copa de felicidad rebosó cuando se enteró que sería ayudante de su santo amigo y maestro, el Padre Balley. Pero las autoridades diocesanas determinaron que por un tiempo, el que luego pasaría gran parte de su vida en un confesionario, no debía tener las facultades para confesar. Mas tarde, el Padre Balley habló con las autoridades eclesiásticas y el fue su primer penitente.
Su hermana Margarita decía: "él no predicaba muy bien todavía, pero la gente acudía en masa cuando le tocaba a él predicar".
En Diciembre 17, 1817, murió en sus brazos su querido amigo el Padre Balley, a quien lloró como si hubiese sido su padre. El, que era tan desprendido de las cosas materiales, hasta el fin de su vida tendría un pequeño espejo de mano que perteneció a su maestro y padre, porque él decía que "Había reflejado su rostro". Poco tiempo de la muerte del Padre Balley, M. Vianney fue asignado al pueblo de Ars, un pequeño y aislado pueblo donde se pensó que sus limitaciones intelectuales no podrían hacer mucho daño..
PÁRROCO DE ARS: 1818-1859
El pueblecito de Ars se encuentra en una planicie ondulada, que tiene en su centro una pequeña colina donde se encuentra la Iglesia, sirviéndole como de plataforma. En el 1815 consistía de unas 40 casas. Su iglesia estaba extremadamente dañada y de igual condición estaba la rectoría, que se encontraba a un lado del valle.
En los círculos clericales, Ars era mirado como un tipo de Siberia. El distrito era torpe, la desolación espiritual era aún mayor que la material. En los primeros días de Febrero de 1818, que el Abbe Vianney recibió la notificación oficial de su traslado a Ars. El Vicario General le dijo: "No hay mucho amor en esa parroquia, tu le infundirás un poco". El 9 de febrero, M. Vianney se dirigió hacia el lugar que sería por los siguientes 41 años el lugar de su sorprendente y sin precedente actividad. Caminó 38 Km. desde Ecculy hasta Ars. Le seguían en un carretón una cama de madera, un poco de ropa y los libros que le dejó el Padre Balley. Cuando pudo divisar la pequeña villa, hizo un comentario de su pequeñez y al mismo tiempo hizo una profecía: "La parroquia no será capaz de contener a las multitudes que vendrán hacia aquí".
Los habitantes del pueblo en su mayoría buscaban los placeres del mundo y no tenían mucha fe, aunque quedaba un pequeño núcleo de personas que permanecían fervorosas, entre las cuales estaba la señora de la casa más grande de Ars, Mlle. des Garets, quien dividía su tiempo entre la oración y las obras de caridad.
Al llegar, su primera preocupación era la de establecer contacto con su rebaño. Visitó cada casa de la parroquia. En estos primeros días todavía encontraba tiempo para caminar por las praderas, con su breviario (libro de oración) en las manos, y su sombrero de tres esquinas debajo de su brazo, ya que rara vez se lo ponía. Para ganar la amistad de los habitantes les hablaba del estado de las cosechas, del tiempo, de sus familias etc.
Sobre todo el oraba y añadía a la oración las más austeras penitencias. Hizo sus propios instrumentos de penitencia. Su cama era el piso ya que la cama que trajo de Ecculy la regaló.
Pasaría sin comer varios días. Hasta el 1827 no había nadie que hiciese las labores domésticas en la rectoría. Su plato principal eran papas y en ocasiones hervía un huevo. Hubo una ocasión en la que trató de vivir de hierba, pero luego confesó que tal dieta era imposible.
El decía: "El demonio no le teme tanto a la disciplina y a las camisas de pelo; lo que realmente teme es a la reducción de comida, bebida y sueño".
El Santo Cura gozaba de la belleza de las praderas y los árboles, pero amaba mucho más la belleza de la Casa de Dios y las solemnidades de la Iglesia. Empezó por comprar un altar nuevo, con sus propios ahorros, y el mismo pintó el trabajo de madera con el que las paredes estaban adornadas.
Se hizo el propósito de restaurar y dar mayor esplendor a lo que el llamaba: "Los muebles de la Casa de Dios". Para el Señor compró lo mejor en encajes , telas, tejidos para hacer las vestimentas sacerdotales, que aun se pueden admirar en Ars.
TRABAJO PASTORAL
La secuela más desastrosa de la revolución era la ignorancia religiosa de las personas. El santo cura resolvió hacer todo lo posible para remediar el estado deplorable de los corazones.
Sin embargo sus sermones e instrucciones le costaban un dolor enorme: su memoria no le permitía retener, así que pasaba noches enteras en la pequeña sacristía, en la composición y memorización de sus sermones de Domingo; en muchas ocasiones trabajaba 7 horas corridas en sus sermones.
Un parroquiano le preguntó una vez, porqué cuando predicaba hablaba tan alto y cuando oraba tan bajo, y él le dijo: "Ah, cuando predico le hablo a personas que están aparentemente sordas o dormidas, pero en oración le hablo a Dios que no es sordo" .
Los niños le daban aún más lástima que los adultos y comenzó a agruparlos en la rectoría y luego en la iglesia, tan temprano como las 6 de la mañana, porque en el campo el trabajo se inicia al amanecer. Era bien disciplinado y les demandaba que se supiesen el catecismo palabra por palabra.
En esos días la profanación del Domingo era común y los hombres pasaban la mañana trabajando en el campo y las tardes y noches en los bailes o en las tabernas. San Juan luchó en contra de estos males con gran vehemencia.
"La taberna, declaró el santo en uno de sus sermones, es la tienda del demonio, el mercado donde las almas se pierden, donde se rompe la armonía familiar, donde comienzan las peleas y los asesinatos se cometen. En cuanto a los dueños de las tabernas, el demonio no les molesta tanto, sino que los desprecia y les escupe".
Tan grande fue la influencia del Cura de Ars, que llegó una época donde toda taberna de Ars tuvo que cerrar sus puertas por la falta de personas. En tiempos subsecuentes, modestos hoteles se abrieron para acomodar a los extraños, y a estos el Santo Cura no se opuso.
Con mucho más ahínco se propuso eliminar la costumbre de los bailes como distracción, porque bien sabía que eran fuente de caer en pecado grave. Para esto, revivió la costumbre de rezar las Vísperas del Domingo. Era tan estricto en contra de esto que hasta llegaba a negar la absolución a las personas que no desistían de tal costumbre.
Por esta razón se ganó muchos enemigos, que decían grandes calumnias en su contra sin embargo él las tomaba ligeramente y no ponía su corazón en esto.
TRIUNFO
Pasaron dos años cuando llegó la noticia de que M. Vianney sería el Cura de Salles, en Beaujolais. Todo el pueblo de Ars estaba consternado con la noticia. Una señora de Ars, en una carta, habló de estrangular al Vicario General.
Para asegurar su futuro, el pueblo pidió que su villa fuese erigida en parroquia regular y que su párroco fuese el Cura de Ars. El Padre Vianney fue puesto como párroco, ya que hasta ese momento solo había sido capellán (los capellanes son mas faciles de trasladar que los párrocos).
Ese mismo año el Santo Cura de Ars inició los trabajos en la Iglesia. Se construyó una torre, y varias capillas laterales, entre ellas una dedicada a la Santísima Virgen, donde por 40 años todos los sábados diría Misa el santo cura. La Iglesia fue además enriquecida con muchas estatuas y cuadros.
Quería tener buenas escuelas en el pueblo y para comenzar abrió una escuela gratis para niñas a la que llamó "Providencia". Desde 1827 recibió como internas solo a niñas destituidas. Para ellas tenía que encontrar comida y más de una vez intervino el Señor milagrosamente, multiplicando el grano o la harina. Durante 20 años iba todos los días a cenar a esta casa.
Después de 2 años y medio, el Domingo se respetaba como el día del Señor. Todo el pueblo iba a Vísperas. El Cura de Ars amaba las ceremonias de la Iglesia. Personalmente entrenaba a sus servidores del altar. Su fiesta favorita era Corpus Christi. En este día dejaba un poco el confesionario e iba por el pueblo admirando las decoraciones; él mismo llevaba el Santísimo.
El último día de esta fiesta que celebró fue 40 días antes de su muerte y sin el saberlo el mayor del pueblo contrató una banda de música. Al primer sonido de la música se estremeció nuestro santo de alegría, y cuando todo hubo terminado no encontraba palabras suficientes para agradecer este regalo para el Señor.
Su tierno amor por la Virgen Santísima lo movió a consagrar su Parroquia a la Reina del Cielo. Sobre la entrada de la pequeña Iglesia puso una estatua de la Virgen que aún se encuentra en el mismo lugar.
Cuando el Papa Pío IX definió el Dogma de la Inmaculada Concepción, nuestro santo pidió a los habitantes del pueblo que iluminasen sus casas de noche, y las campanas de la iglesia resonaron por horas de horas. Al ver esta luminosidad desde los pueblos cercanos, pensaron que el pueblo estaba en llamas, y acudieron a apagar el supuesto fuego. Hasta el día de hoy existe un sombrero de plata cerca de la estatua de la Virgen donde están escritos los nombres de todos los parroquianos de Ars.
ATACADO POR LAS FUERZAS DEL INFIERNO
Era de esperarse que un triunfo tan grande de la religión así como la santidad del instrumento que Dios usó con este fin, trajese la furia del infierno. Por un periodo de 35 años el santo Cura de Ars fue asaltado y molestado, de una manera física y tangible, por el demonio.
La ocupación ordinaria del demonio, permitida por Dios hacia nosotros, es la tentación. El demonio también puede asechar las almas de diversas maneras.
a) Asedio: acción extraordinaria del demonio, cuando busca aterrorizar por medio de apariciones horribles o por medio de ruidos.
b) La Obsesión: va más allá. Puede ser externa cuando el demonio actúa en los sentidos externos del cuerpo o interna cuando influencia la imaginación o la memoria.
c) Posesión: cuando el demonio toma control de todo el organismo.
El Cura de Ars sufrió de la primera, asedio. Los ataques del demonio comenzaron en el invierno de 1824. Ruidos horribles y gritos estrepitosos se oían fuera de la puerta del presbíterio, viniendo aparentemente del pequeño jardín de enfrente. Al principio el Padre Vianney pensó que eran salteadores que venían a robar, y a la siguiente noche le pidió a un señor que se quedase con él. Después de medianoche se comenzó a escuchar grandes ruidos y golpes contra la puerta de enfrente, parecía como si varios carros pesados estaban siendo llevados por los cuartos. El señor André buscó su pistola, miró por la ventana, pero no vio nada, solo la luz de la luna. Decía: "por 15 minutos la casa retembló y mis piernas también", nunca más quiso quedarse en la casa.
Esto ocurría casi todas las noches. Aún ocurría cuando el santo cura no estaba en el pueblo. Una mañana el demonio incendió su cama. El santo se disponía a revestirse para la Santa Misa cuando se oyó el grito de "fuego, fuego". El solo le dio las llaves del cuarto a aquellos que iban a apagar el fuego. Sabía que el demonio quería parar la Santa Misa y no se lo permitió.
Lo único que dijo fue "El villano, al no poder atrapar al pájaro le prende fuego a su jaula". Hasta el día de hoy los peregrinos pueden ver, sobre la cabecera de la cama, un cuadro con su cristal con las marcas de las llamas de fuego.
El demonio por espacio de horas haría ruidos como de cristal, o silbidos o ruidos de caballo y hasta gritaba debajo de la ventana del santo: "Vianney, Vianney, come papas".
El propósito de todo esto era el de no dejar dormir al Santo Cura para que se cansara y no pudiese estar horas en el confesionario, donde le arrancaba muchas almas de sus garras. Pero para el 1845 estos ataques cesaron casi por completo. La constancia de nuestro santo ante estas pruebas fue recompensada por el Señor con un poder extraordinario que le concedió de expulsar demonios de las personas poseídas.
El santo sacerdote se puede decir que pasó su vida en una continua batalla con el pecado a través de su trabajo en el confesionario. El gran milagro de Ars era el confesionario.
Miles de personas acudían al pueblo de Ars para ver al Santo Cura, pero especialmente para confesarse con él.
PEREGRINACIONES A ARS
La afluencia de peregrinos se inició en el año 1827. A partir del 1828 el Santo Cura no podía irse ni siquiera por un día.
Sin embargo, no fue exento de críticas y su práctica y amor por los pobres se le atribuyó a avaricia. Algunos críticos decían que podían ver en él rasgos de hipocresía o un deseo secreto de sobresalir. Su mansedumbre y humildad terminaron por vencer sobre sus críticos.
En una ocasión cuando su competencia profesional fue puesta en duda por algunos de sus hermanos sacerdotes, el obispo de la diócesis mandó a su Vicario General para que averiguase y diese un reporte sobre el asunto. El reporte recibido por el obispo fue más que favorable. Aquello sirvió para que quedase constancia de su vida. Se puede decir que el confesionario era su morada habitual, pasaba de 11 a 12 horas en el confesionario.
El cúlmen de los peregrinajes se alcanzó en 1845, llegaban de 300 a 400 visitantes todos los días. En el último año de la vida del Santo Cura el número de peregrinos alcanzó el asombroso número de 100 a 120 mil personas.
Ningún ministerio sacerdotal es tan agotador para la carne y el espíritu como el estar sentado en el confesionario.
Solo Dios sabe los milagros de gracia ocurridos en ese confesionario, que hasta hoy se mantiene en pie, en el mismo lugar dónde el lo puso, en la capilla de Santa Catalina, o en la sacristía donde usualmente escuchaba las confesiones. En su manera de lidiar con las almas era infinitamente gentil y al mismo tiempo decía la verdad que el alma necesitaba escuchar para su bien. Sus exhortaciones eran breves y dirigidas al punto necesario.
El cura de Ars tenía también el don de profecía. En mayo 14 de 1854, el Obispo de Ullathorne llamó a nuestro santo y le pidió que orase por Inglaterra. El Obispo de Birmingham cuenta que el hombre de Dios dijo, con convicción extraordinaria: "Monseigneur, creo que la Iglesia en Inglaterra será restaurada a su esplendor".
También tenía una gran devoción a Santa Filomena. La llamaba "mi agente con Dios". Le construyó una capilla en su honor y también un santuario. (Vea su conección con las apariciones de La Salette>>>)
En una ocasión cayó tan enfermo, que parecía ser su final y prometió a la santa ofrecer 100 misas en su honor en su santuario. Cuando la primera Misa estaba siendo ofrecida, entró en éxtasis, durante el cual se le escuchaba murmurar: "Filomena", repetidas veces. Cuando salió de su éxtasis exclamó: "estoy sanado" , y le atribuyó su sanación a Santa Filomena.
HUIDA DE ARS
Una tentación le persiguió casi por toda su vida en Ars, y esta era el deseo de la soledad. Con toda sinceridad, M. Vianney se sentía incapaz para su oficio en Ars. El año anterior a su muerte le dijo a un misionero: "Tú no sabes lo que es pasar del cura de almas al tribunal de Dios". En el 1851 le rogó a su obispo que lo dejase renunciar. En tres ocasiones llegó hasta irse del pueblo, pero siempre regresó.
CONSUMACIÓN
Pasaron 41 años desde el primer día en el que el Cura llegó a Ars, fueron años de actividad indescriptible. Después de 1858 decía con frecuencia: "Ya nos vamos; debemos morir; y muy pronto". No cabe duda de que él sabía que su fin estaba cerca. En Julio de 1859, una señora muy devota de San Etienne vino para confesarse. Cuando se despedía de él le dijo: "Nos veremos de nuevo en tres semanas", ambos murieron en ese tiempo, y se encontraron en un mundo mucho más feliz.
El mes de Julio de 1859 fue extremadamente caluroso, los peregrinos se desmayaban en grandes cantidades, pero el santo permanecía en el confesionario. El viernes 29 de Julio, fue el último en el que apareció en la iglesia. Esa mañana entró en el confesionario como a la 1:00 a.m. Pero después de haberse desmayado en varias ocasiones, le pidieron que descansara. A la 11:00 dio catecismo por última vez. Esa noche con mucha dificultad pudo arrastrarse hasta su cuarto. Uno de los Hermanos Cristianos le ayudó a subirse a su cama, pero el santo le pidió que le dejase solo.
Una hora después de medianoche, aproximadamente, pidió ayuda: "Es mi pobre fin, llamen a mi confesor". La enfermedad progresó rápidamente. En la tarde del 2 de Agosto recibió los últimos sacramentos: "Qué bueno es Dios; cuando ya nosotros no podemos ir más hacia El, El viene a nosotros" .
Veinte sacerdotes con velas encendidas escoltaron al Santísimo Sacramento, pero el calor era tan sofocante que tuvieron que apagarlas. Con lágrimas en los ojos dijo: "Oh, que triste es recibir la Comunión por última vez".
En la noche del 3 de Agosto llegó su obispo. El santo lo reconoció pero no pudo decir palabra alguna. Hacia la medianoche el fin era inminente. A las 2:00 a.m. del Sábado 4 de Agosto de 1859, cuando una tormenta azotaba el pueblo de Ars, el Obispo M.Monnin leía estas palabras: "Que los santos ángeles de Dios vengan a su encuentro y lo conduzcan a la Jerusalén celestial", el Cura de Ars encomendó su alma a Dios.
Su cuerpo permanece incorrupto en la iglesia de Ars
El 8 de Enero de 1905, el Papa Pío X, Beatificó al Cura de Ars; y en la fiesta de Pentecostés Mayo 31 de 1925, en presencia de una gran multitud, el Papa Pío XI pronunció la solemne sentencia: "Nosotros declaramos a Juan María Bautista Vianney que sea santo y sea inscrito en el catálogo de los santos".
" TE AMO, OH MI DIOS "Autor: San Juan María Vianney Te amo, Oh mi Dios. Mi único deseo es amarte Hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios, Y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti. Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno Porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor, Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te amo, por lo menos quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro. Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo, Y de amarte mientras que sufro, y el día que me muera No solo amarte pero sentir que te amo. Te suplico que mientras más cerca estés de mi hora Final aumentes y perfecciones mi amor por Ti. Amén.
LA ORACIÓN
SEGÚN EL SANTO CURA DE ARS Hermosa obligación del hombre: orar y amar Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.
El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.
La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable.
En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión.
Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.
Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo.
En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.
Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y creedme, que el tiempo se me hacía corto.
Hay personas que se sumergen totalmente en la oración como los peces en eI agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no esta dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con del mismo modo que hablamos entre nosotros.
Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la Iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: "Sólo dos palabras, para deshacerme de ti..." Muchas veces pienso que cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro. Juan Maria Vianney (Cura de Ars)
|
DÍA PRIMERO
Fe ardiente. San Juan María Bautista Vianney tu naciste de una madre profundamente religiosa; de ella recibiste la santa Fe, aprendiendo a amar a Dios y a rezar. Ya a temprana edad se te pudo ver arrodillado delante de una estatua de María. Tu alma fue arrebatada de forma sobrenatural hacia las cosas más elevadas. A pesar del alto coste respondiste a tu vocación.
Contra muchos obstáculos y contradicciones tuviste que luchar y sufrir para llegar a ser el perfecto cura que fuiste. Pero tu espíritu de profunda fe te sostuvo en todas estas batallas. Oh gran santo, tu conoces el deseo de mi alma. Quisiera servir a Dios mejor. De El he recibido muchas buenas cosas. Por esto, obtén para mi más valor y especialmente una profunda fe.
Muchos de mis pensamientos, palabras y acciones son inútiles para mi santificación y mi salvación porque ese espíritu sobrenatural no impulsa mi vida. Ayúdame a ser mejor en el futuro.
Santo Cura de Ars, tengo confianza en tu intercesión. Ruega por mi durante esta novena y especialmente por… (mencione aquí en silencio sus especiales intenciones). Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
DÍA SEGUNDO
Completa confianza en Dios. San Juan María Bautista Vianney, ¡cuanta confianza tenía la gente en tus oraciones! No podías abandonar tu vieja rectoría o tu humilde iglesia sin verte rodeado por almas implorantes, que recurrían a ti al igual que hicieron al mismo Jesús durante su vida terrenal. Y tu, oh buen santo, les dabas esperanza con tus palabras que estaban llenas de amor para Dios.
Tu, que siempre confiabas enteramente en el corazón de Dios, obtén para mi una confianza filial y profunda en su Providencia. Así como la esperanza de bienes divinos llena mi corazón, dame valor y ayúdame a obedecer siempre los mandamientos de Dios.
Santo Cura de Ars, tengo confianza en tu intercesión. Ruega por mi durante esta novena y especialmente por… (mencione aquí en silencio sus especiales intenciones). Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
DÍA TERCERO
Amor verdadero al prójimo. San Juan María Bautista Vianney, por causa de tu amor a Dios mostraste una gran caridad hacia tu prójimo. No podías predicar el amor de Dios sin derramar lágrimas de amor. Durante tus últimos años parecía como si no pudieras hablar acerca de otra cosa o vivir para cualquier otra cosa. Así te sacrificaste a ti mismo por tu prójimo mediante el consuelo, la absolución y santificándoles hasta el límite de tus fuerzas.
Tu caridad me inspira a un mayor amor a Dios, un amor que se muestra más por los hechos que por las palabras. Ayúdame a amar a mi prójimo con igual generosidad a como Cristo los ama.
Santo Cura de Ars, tengo confianza en tu intercesión. Ruega por mi durante esta novena y especialmente por… (mencione aquí en silencio sus especiales intenciones). Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
DÍA CUARTO
Horror al pecado. San Juan María Bautista Vianney, tu fuiste tan inflexible contra el pecado, y sin embargo, tan amable y dispuesto a acoger al pecador. Acudo a ti hoy como si aún estuvieras vivo, como si estuviera arrodillado ante tus pies y pudieras oírme. Inclínate hacia mí, escucha al confidente arrepentido por las debilidades y acciones miserables.
Cura del Señor, infatigable confesor, obtén para mi el horror al pecado. Tu quisiste sobre todo que evitáramos la ocasión de pecar. Quiero tomar tu consejo y hacer la resolución de romper con los malos hábitos y evitar las ocasiones peligrosas de pecar. Ayúdame hoy a examinar mi conciencia.
Santo Cura de Ars, tengo confianza en tu intercesión. Ruega por mi durante esta novena y especialmente por… (mencione aquí en silencio sus especiales intenciones). Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
DÍA QUINTO
Confesor de almas. Oh Santo Cura de Ars, tu sabías cuan importante era una buena confesión para la vida cristiana. Para procurar felices frutos a millones de almas era por lo que tu aceptabas estar en un incómodo confesionario, que era como una prisión, hasta 15 y 16 horas en ciertos días.
Voy a intentar a desarrollar el hábito de la confesión frecuente, a prepararme adecuadamente cada vez y a tener siempre arrepentimiento de mis pecados, para que así la gracia de la final perseverancia y también la santificación de mi alma sean aseguradas. Pide por mi este gracia.
Santo Cura de Ars, tengo confianza en tu intercesión. Ruega por mi durante esta novena y especialmente por… (mencione aquí en silencio sus especiales intenciones). Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
DÍA SEXTO
Presencia real. Oh Santo Cura de Ars, cuyo único consuelo en este mundo era la presencia real de Jesús en el tabernáculo, ¿acaso no era tu gran felicidad distribuir la comunión a los peregrinos que te visitaban?. Tu negabas la comunión a las almas que se negaban a reformarse, pero a las almas de buena voluntad les abrías de par en par las puertas de la fiesta de la eucaristía.
Tu, que cada día en la Santa Misa recibías la Santa Comunión con gran amor, dame algo de tu fervor. Libre de pecado mortal, obtén para mi un sincero deseo de beneficiarme al recibir la Santa Comunión.
Santo Cura de Ars, tengo confianza en tu intercesión. Ruega por mi durante esta novena y especialmente por… (mencione aquí en silencio sus especiales intenciones). Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
DÍA SÉPTIMO
Ahuyentador del demonio. Oh Santo Cura de Ars, los infames ataques del demonio que tuviste que sufrir y las pruebas que te desalentaban hasta la fatiga no te hicieron abandonar la sublime tarea de convertir las almas. Durante muchos años el demonio vino a interrumpir tu corto descanso pero tu ganaste gracias a la mortificación y las oraciones.
Poderoso protector, tu conoces bien el deseo del tentador por dañar mi alma bautizada y creyente. El quisiera verme pecar rechazando los Santos Sacramentos y la vida de virtud. Buen santo de Ars ahuyenta de mi toda traza del enemigo.
Santo Cura de Ars, tengo confianza en tu intercesión. Ruega por mi durante esta novena y especialmente por… (mencione aquí en silencio sus especiales intenciones). Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
DÍA OCTAVO
Pureza exquisita. Oh Santo Cura de Ars, de ti un testigo de tu vida dijo esta frase: "Le hubiéramos tomado por un ángel en un cuerpo mortal".
Tu edificaste a tantos otros: la modestia y la exquisita pureza radiaban de tu cuerpo. Con ese encanto y con ese entusiasmo predicaste a otros acerca de esas bellas virtudes que tu decías se asemejaban al perfume de un viñedo en flor.
Por favor yo te imploro que unas tus súplicas a las de María Inmaculada y Santa Filomena para que siempre guarde, tal y como Dios me pide, la pureza de mi corazón. Tu, que has dirigido a tantas almas hacia las alturas de la virtud, defiéndeme en las tentaciones y obtén para mí la fortaleza para conquistarlas.
Santo Cura de Ars, tengo confianza en tu intercesión. Ruega por mi durante esta novena y especialmente por… (mencione aquí en silencio sus especiales intenciones). Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
DÍA NOVENO
Deseo de cielo. Oh Santo Cura de Ars, tus restos preciosos están guardados en un magnífico relicario, donación de los sacerdotes de Francia. Pero esta gloria terrena es sólo una pálida imagen de la gloria indescriptible que estas disfrutando con Dios. Durante el tiempo que permaneciste en la tierra solías repetir en tus horas de abatimiento: "ya descansaré en la otra vida". Ahora ya esta hecho: ya estás en la paz y felicidad eternas.
Deseo seguirte algún día. Pero hasta entonces te oigo diciéndome: "debes trabajar y luchar mientras estés en el mundo". Enséñame entonces a trabajar por la salvación de mi alma, a difundir la buena nueva, el buen ejemplo y a hacer el bien a los que me rodean y así poder recibir la felicidad de los elegidos contigo.
Santo Cura de Ars, tengo confianza en tu intercesión. Ruega por mi durante esta novena y especialmente por… (mencione aquí en silencio sus especiales intenciones). Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
¡Oh San Juan Vianney, patrón de los curas, ruega por nosotros y por todos los curas!
San Juan Bautista María Vianney, Cura de Ars 4 de Agosto
Cura de Ars, nacido en Dardilly, cerca de Lyon, Francia, el 8 de Mayo de 1786; muerto en Ars el 4 de Agosto de 1859.; hijo de Matthieu Vianney y Marie Beluze.
En 1806, el cura de Ecully, M. Balley, abrió una escuela para aspirantes a eclesiásticos, y Juan Bautista María Vianney fue enviado a ella. Aunque era de inteligencia mediana y sus maestros nunca parecen haber dudado de su vocación, sus conocimientos eran extremadamente limitados, limitándose a un poco de aritmética, historia, y geografía, y encontró el aprendizaje, especialmente el estudio del latín, excesivamente difícil. Uno de sus compañeros, Matthias Loras, después primer obispo de Dubuque, le ayudaba en sus lecciones de latín.
Pero ahora se presentó otro obstáculo. El joven Vianney fue llamado a filas, al haber obligado la guerra de España y la urgente necesidad de reclutas a Napoleón a retirar la exención que disfrutaban los estudiantes eclesiásticos en la diócesis de su tío, el Cardenal Fesch. Matthieu Vianney intentó sin éxito procurarse un sustituto, de modo que su hijo se vio obligado a incorporarse. Su regimiento pronto recibió la orden de marchar. La mañana de la partida, Juan Bautista María fue a la iglesia a rezar, y a su vuelta a los cuarteles encontró que sus camaradas se habían ido ya. Se le amenazó con un arresto, pero el capitán del reclutamiento creyó lo que contaba y lo mandó tras las tropas. A la caída de la noche se encontró con un joven que se ofreció a guiarle hasta sus compañeros, pero le condujo a Noes, donde algunos desertores se habían reunido. El alcalde le persuadió de que se quedara allí, bajo nombre supuesto, como maestro. Después de catorce meses, pudo comunicarse con su familia. Su padre se enfadó al saber que era un desertor y le ordenó que se entregara pero la cuestión fue solucionada por su hermano menor que se ofreció a servir en su lugar y fue aceptado.
Juan Bautista María Vianney reanudó entonces sus estudios en Ecully. En 1812 fue enviado al seminario de Verrieres; estaba tan mal en latín que se vio forzado a seguir el curso de filosofía en francés. Suspendió el examen de ingreso al seminario propiamente dicho, pero en un nuevo examen tres meses más tarde aprobó. El 13 de Agosto de 1815 fue ordenado sacerdote por Monseñor Simon, obispo de Grenoble. Sus dificultades en los estudios preparatorios parecen haberse debido a una falta de flexibilidad mental al tratar con la teoría como algo distinto de la práctica - una falta justificada por la insuficiencia de su primera escolarización, la avanzada edad a la que comenzó a estudiar, el hecho de no tener más que una inteligencia mediana, y que estuviera muy adelantado en ciencia espiritual y en la práctica de la virtud mucho antes de que llegara a estudiarla en abstracto. Fue enviado a Ecully como ayudante de M. Balley, quien fue el primero en reconocer y animar su vocación, que le instó a perseverar cuando los obstáculos en su camino le parecían insuperables, que intercedió ante los examinadores cuando suspendió el ingreso en el seminario mayor, y que era su modelo tanto como su preceptor y protector. En 1818, tras la muerte de M. Balley, Vianney fue hecho párroco de Ars, una aldea no muy lejos de Lyon. Fue en el ejercicio de las funciones de párroco en esta remota aldea francesa en las que el "cura de Ars" se hizo conocido en toda Francia y el mundo cristiano. Algunos años después de llegar a Ars, fundó una especie de orfanato para jóvenes desamparadas. Se le llamó "La Providencia" y fue el modelo de instituciones similares establecidas más tarde por toda Francia. El propio Vianney instruía a las niñas de "La Providencia" en el catecismo, y estas enseñanzas catequéticas llegaron a ser tan populares que al final se daban todos los días en la iglesia a grandes multitudes. "La Providencia" fue la obra favorita del "cura de Ars", pero, aunque tuvo éxito, fue cerrada en 1847, porque el santo cura pensaba que no estaba justificado mantenerla frente a la oposición de mucha buena gente. Su cierre fue una pesada prueba para él.
Pero la principal labor del Cura de Ars fue la dirección de almas. No llevaba mucho tiempo en Ars cuando la gente empezó a acudir a él de otras parroquias, luego de lugares distantes, más tarde de todas partes de Francia, y finalmente de otros países. Ya en 1835, su obispo le prohibió asistir a los retiros anuales del clero diocesano porque "las almas le esperaban allí". Durante los últimos diez años de su vida, pasó de dieciséis a dieciocho horas diarias en el confesionario. Su consejo era buscado por obispos, sacerdotes, religiosos, jóvenes y mujeres con dudas sobre su vocación, pecadores, personas con toda clase de dificultades y enfermos. En 1855, el número de peregrinos había alcanzado los veinte mil al año. Las personas más distinguidas visitaban Ars con la finalidad de ver al santo cura y oír su enseñanza cotidiana. El Venerable Padre Colin se ordenó diácono al mismo tiempo, y fue su amigo de toda la vida, mientras que la Madre Marie de la Providence fundaba las hermanas auxiliadoras de las ánimas del purgatorio por su consejo y con su constante aliento. Su dirección se caracterizaba por el sentido común, su notable perspicacia, y conocimiento sobrenatural. A veces adivinaba pecados no revelados en una confesión imperfecta. Sus instrucciones se daban en lenguaje sencillo, lleno de imágenes sacadas de la vida diaria y de escenas campestres, pero que respiraban fe y ese amor de Dios que era su principio vital y que infundía en su audiencia tanto por su modo de comportarse y apariencia como por sus palabras, pues al final, su voz era casi inaudible.
Los milagros registrados por sus biógrafos son de tres clases:
. en primer lugar, la obtención de dinero para sus limosnas y alimento para sus huérfanos; . en segundo lugar, conocimiento sobrenatural del pasado y del futuro; . en tercer lugar, curación de enfermos, especialmente niños.
El mayor milagro de todos fue su vida. Practicó la mortificación desde su primera juventud, y durante cuarenta años su alimentación y su descanso fueron insuficientes, humanamente hablando, para mantener su vida. Y aun así, trabajaba incesantemente, con inagotable humildad, amabilidad, paciencia, y buen humor, hasta que tuvo más de setenta y tres años.
El 3 de Octubre de 1874 Juan Bautista María Vianney fue proclamado Venerable por Pío IX y el 8 de Enero de 1905, fue inscrito entre los Beatos. El Papa Pío X lo propuso como modelo para el clero parroquial.
[Nota: En 1925, el Papa Pío XI lo canonizó. Su fiesta se celebra el 4 de Agosto]
BIOGRAFÍA DEL SANTO CURA DE ARS
Su fiesta se celebra el 4 de agosto
Su verdadero nombre fue San Juan Bautista María Vianney, pero en todo el mundo es conocido con el nombre de Cura de Ars. Nació en Dardilly, en las cercanías de Lyon (Francia), el 8 de mayo de 1786. Tras una infancia normal, a los diecisiete años Juan María concibe el gran deseo de llegar a ser sacerdote. Su padre, aunque buen cristiano, pone algunos obstáculos, que por fin son vencidos. El joven inicia sus estudios en el seminario, dejando las tareas del campo a las que hasta entonces se había dedicado.
Juan María continúa sus estudios sacerdotales en Verrières primero y después en el seminario mayor de Lyón. Todos sus superiores reconocen la admirable conducta del seminarista, pero..., falto de los necesarios conocimientos del latín, no saca ningún provecho de los estudios y, por fin, es despedido del seminario. Intenta entrar en los hermanos de las Escuelas Cristianas, sin lograrlo. La cosa parecía ya no tener solución ninguna cuando, de nuevo, se cruza en su camino un cura excepcional: el padre Balley, que había dirigido sus primeros estudios. Él se presta a continuar preparándole, y consigue del vicario general, después de un par de años de estudios, su admisión a las órdenes. Por fin, el 13 de agosto de 1815, el obispo de Grenoble, monseñor Simón, le ordenaba sacerdote, a los 29 años. Sin embargo, el Santo Cura se sentía feliz al lograr lo que durante tantos años anheló, y a fuerza de tantas privaciones, esfuerzos y humillaciones, había tenido que conseguir: el sacerdocio.
Durante tres años, de 1815 a 1818, continuará aprendiendo la teología junto al padre Balley, en Ecully, con la consideración de coadjutor suyo. Muerto el padre Balley, y terminados sus estudios, el arzobispado de Lyón le encarga la pastoral de un minúsculo pueblecillo, a treinta y cinco kilómetros al norte de la capital, llamado Ars.
El 9 de febrero de 1818, San Juan María llegó a Ars. pueblecillo del que prácticamente no volverá a salir jamás.
Podemos distinguir en la actividad parroquial de San Juan María dos aspectos fundamentales, que en cierta manera corresponden también a dos fases de su vida.
Mientras no se inició la gran peregrinación a Ars, el cura pudo vivir enteramente consagrado a sus feligreses. Y así le vemos visitándoles casa por casa; atendiendo paternalmente a los niños y a los enfermos; empleando gran cantidad de dinero en la ampliación y embellecimiento de la iglesia; ayudando fraternalmente a sus compañeros de los pueblos vecinos. Es cierto que todo esto va acompañado de una vida de asombrosas penitencias, de intensísima oración, de caridad, en algunas ocasiones llevada hasta el extremo para con los pobres. Pero San Juan María no excede en esta primera parte de su vida del marco corriente en las actividades de un cura rural.
Ya hemos dicho que el Santo solía ayudar, con fraternal caridad, a sus compañeros en las misiones parroquiales que se organizaban en los pueblos de los alrededores. En todos ellos dejaba el Santo un gran renombre por su oración, su penitencia y su ejemplaridad. Era lógico que aquellos buenos campesinos recurrieran luego a él, al presentarse dificultades, o simplemente para confesarse y volver a recibir los buenos consejos que de sus labios habían escuchado. Éste fue el comienzo de la célebre peregrinación de feligreses a Ars. Lo que al principio sólo era un fenómeno local, circunscrito casi a las diócesis de Lyon y Belley, luego fue tomando un vuelo cada vez mayor, de tal manera que llegó a hacerse célebre el cura de Ars en toda Francia y aún en Europa entera. De todas partes empezaron a afluir peregrinos, se editaron libros para servir de guía, y es conocido el hecho de que en la estación de Lyón se llegó a establecer una taquilla especial para despachar billetes de ida y vuelta a Ars. Aquel pobre sacerdote, que trabajosamente había hecho sus estudios, y a quien la autoridad diocesana había relegado en uno de los pueblos más pequeños y menos devotos de la diócesis, iba a convertirse en consejero buscadísimo por millares y millares de almas. Y entre ellas se contarían gentes de toda condición, desde prelados insignes e intelectuales famosos, hasta humildísimos enfermos y pobres gentes atribuladas que irían a buscar en él algún consuelo.
Aquella afluencia de gentes iba a alterar por completo su vida. Día llegará en que el Santo Cura desconocerá su propio pueblo, encerrado como se pasará el día entre las míseras tablas de su confesonario. Entonces se producirá el milagro más impresionante de toda su vida: el simple hecho de que pudiera subsistir con aquel género de vida.
Porque aquel hombre, por el que van pasando ya los años, sostendrá como habitual la siguiente distribución de tiempo: levantarse a la una de la madrugada e ir a la iglesia a hacer oración. Antes de la aurora, se inician las confesiones de las mujeres. A las seis de la madrugada en verano y a las siete en invierno, celebración de la misa y acción de gracias. Después queda un rato a disposición de los peregrinos. A eso de las diez, reza una parte de su breviario y vuelve al confesonario. Sale de él a las once para hacer la célebre explicación del catecismo, predicación sencillísima, pero llena de una unción tan penetrante que produce abundantes conversiones. Al mediodía, toma su frugalísima comida, con frecuencia de pie, y sin dejar de atender a las personas que solicitan algo de él. Al ir y al venir a la casa parroquial, pasa por entre la multitud, y ocasiones hay en que aquellos metros tardan media hora en ser recorridos. Dichas las vísperas y completas, vuelve al confesonario hasta la noche. Rezadas las oraciones de la tarde, se retira para terminar el Breviario. Y después toma unas breves horas de descanso sobre el duro lecho. Sólo un prodigio sobrenatural podía permitir al Santo subsistir físicamente, mal alimentado, escaso de sueño, privado del aire y del sol, sometido a una tarea tan agotadora como es la del confesonario.
Por si fuera poco, sus penitencias eran extraordinarias, y así podían verlo con admiración y en ocasiones con espanto quienes le cuidaban. Los años y las enfermedades le impedían dormir con suficiente tranquilidad.
Dios bendecía manifiestamente su actividad. El que a duras penas había hecho sus estudios, se desenvolvía con maravillosa firmeza en el púlpito, sin tiempo para prepararse, y resolvía delicadísimos problemas de conciencia en el confesionario. Es más: después de su muerte, hubo testimonios, abundantes hasta lo increíble, de su don de discernimiento de conciencias. A una prsona le recordó un pecado olvidado, a otra le manifestó claramente su vocación, a otra le abrió los ojos sobre los peligros en que se encontraba, a otras personas que traían entre manos obras de mucha importancia para la Iglesia de Dios les descorrió el velo del porvenir... Con sencillez, casi como si se tratara de corazonadas o de ocurrencias, el Santo mostraba estar en íntimo contacto con Dios Nuestro Señor y ser iluminado con frecuencia por Él.
No imaginemos, sin embargo, al Santo como un ser completamente desligado de toda humanidad. Antes al contrario. Conservamos el testimonio de personas, pertenecientes a las más elevadas esferas de aquella puntillosa sociedad francesa del siglo XIX, que marcharon de Ars admiradas de su cortesía y gentileza. Ni es esto sólo. Mil anécdotas nos conservan el recuerdo de su agudo sentido del humor. Sabía resolver con gracia las situaciones en que le colocaban a veces sus entusiastas. Así, cuando el señor obispo le nombró canónigo, su coadjutor le insistía un día en que, según la costumbre francesa, usara su muceta. «¡Ah, amigo mío! -respondió sonriente-, soy más listo de lo que se imaginaban. Esperaban burlarse de mí, al verla sobre mis hombros, y yo les he cazado». «Sin embargo, ya ve, hasta ahora es usted el único a quien el señor obispo ha dado ese nombramiento». «Natural. Ha tenido tan poca fortuna la primera vez, que no ha querido volver a tentar suerte».
Pero donde más brilló su profundo sentido humano fue en la fundación de «La Providencia», aquella casita que, sin plan determinado alguno, en brazos exclusivamente de la caridad, fundó el señor cura para acoger a las pobres huerfanitas de los contornos. Entre los documentos humanos más conmovedores, por su propia sencillez y cariño, se contarán siempre las Memorias que Catalina Lassagne escribió sobre el Santo Cura. A ella le puso al frente de la obra y allí estuvo hasta que, quien tenía autoridad para ello, determinó que las cosas se hicieran de otra manera. Pero la misma reacción del Santo mostró entonces hasta qué punto convivían en él, junto a un profundo sentido de obediencia rendida, un no menor sentido de humanísima ternura. Por lo demás, si alguna vez en el mundo se ha contado un milagro con sencillez, fue cuando Catalina narró lo que un día en que faltaba harina le ocurrió a ella. Consultó al señor cura e hizo que su compañera se pusiera a amasar, con la más candorosa simplicidad, lo poquito que quedaba y que ciertamente no alcanzaría para cuatro panes. «Mientras ella amasaba, la pasta se iba espesando. Ella añadía agua. Por fin estuvo llena la amasadera, y ella hizo una hornada de diez grandes panes de 20 a 22 libras». Lo bueno es que, cuando acuden emocionadas las dos mujeres al señor cura, éste se limita a exclamar: «El buen Dios es muy bueno. Cuida de sus pobres».
El viernes 29 de julio de 1859 se sintió indispuesto. Pero bajó, como siempre, a la iglesia a la una de la madrugada. Sin embargo, no pudo resistir toda la mañana en el confesonario y hubo de salir a tomar un poquito de aire. Antes del catecismo de las once pidió un poco de vino, sorbió unas gotas derramadas en la palma de su mano y subió al púlpito. No se le entendía, pero era igual. Sus ojos bañados de lágrimas, volviéndose hacia el sagrario, lo decían todo. Continuó confesando, pero ya a la noche se vio que estaba herido de muerte. Descansó mal y pidió ayuda. «El médico nada podrá hacer. Llamad al señor cura de Jassans».
Ahora ya se dejaba cuidar como un niño. No rechistó cuando pusieron un colchón a su dura cama. Obedeció al médico. Y se produjo un hecho conmovedor. Éste había dicho que había alguna esperanza si disminuyera un poco el calor. Y en aquel tórrido día de agosto, los vecinos de Ars, no sabiendo qué hacer por conservar a su cura queridísimo, subieron al tejado y tendieron sábanas que durante todo el día mantuvieron húmedas. No era para menos. El pueblo entero veía, bañado en lágrimas, que su cura se les marchaba ya. El mismo obispo de la Diócesis vino a compartir su dolor. Tras una emocionante despedida de su buen padre y pastor, el Santo Cura ya no pensó más que en morir. Y en efecto, con paz celestial, el jueves 4 de agosto, a las dos de la madrugada, mientras su joven coadjutor rezaba las hermosas palabras «que los santos ángeles de Dios te salgan al encuentro y te introduzcan en la celestial Jerusalén», suavemente, sin agonía, «como obrero que ha terminado bien su jornada», el Cura de Ars entregó su alma a Dios.
Así se ha realizado lo que él decía en una memorable catequesis matinal: «¡Dios mío, cómo me pesa el tiempo con los pecadores! ¿Cuándo estaré con los santos? Entonces diremos al buen Dios: Dios mío, te veo y te tengo, ya no te escaparás de mí jamás, jamás».
Lo canonizó el papa Pío XI el 31 de mayo de 1925, quien tres años más tarde, en 1928, lo nombró Patrono de los Párrocos. El Papa Benedicto XVI proclamó a San Juan María Vianney "Patrono de todos los sacerdotes del mundo" el 19 de junio de 2009. Su cuerpo se conserva INCORRUPTO en la Basílica de Ars. Su fiesta se celebra el 4 de agosto.
FRASES CÉLEBRES DEL SANTO CURA DE ARS
* Los buenos cristianos que trabajan en salvar su alma están siempre felices y contentos; gozan por adelantado de la felicidad del cielo; serán felices toda la eternidad. Mientras que los malos cristianos que se condenan, siempre se quejan, murmuran, están tristes... y lo estarán toda la eternidad. Un buen cristiano, un avaro del cielo, hace poco caso de los bienes de la tierra; sólo piensa en embellecer su alma, en obtener lo que debe contentarle siempre, lo que debe durar siempre. Ved a los reyes, los emperadores, los grandes de la tierra: son muy ricos; ¿están contentos? Si aman al Buen Dios, sí; si no, no están contentos. Me parece que no hay nada que dé tanta pena como los ricos cuando no aman al Buen Dios. Puedes ir de mundo en mundo, de reino en reino, de riqueza en riqueza, de placer en placer; pero no encontrarás tu felicidad. La tierra entera no puede contentar a un alma inmortal, como una pizca de harina en la boca no puede saciar a un hambriento".
* Estaba profundamente convencido de que una persona es feliz cuando vive con Dios; y que es infeliz sólo cuando esa persona libremente se ha separado de Dios: porque no conoce lo que Dios dice, porque ha dejadode escucharle y hacerle caso. "Hijos míos; ¿por qué somos tan ciegos y tan ignorantes? iPorque no hacemos caso de la palabra de Dios!". Pero lo primero para poder hacer caso a Dios es saber qué dice, estar formado: "Con una persona formada hay siempre recursos. Una persona que no está formada en su religión es como un enfermo agónico; no conoce ni la grandeza del pecado, ni la belleza del alma, ni el precio de la virtud; se arrastra de pecado en pecado".
* Hay muchos cristianos que no saben por qué estan en el mundo. -¿Por qué Dios mío, me has puesto en el mundo? -Para salvarte. -y ¿por qué quieres salvarme? -Porque te amo. iQue bello y grande es conocer, amar y servir a Dios! Es lo único que tenemos que hacer en el mundo. Todo lo demás es tiempo perdido.
* "Hay personas que no aman al Buen Dios, que no le rezan y que prosperan; es mal signo. ¡Han hecho un poco de bien a través de mucho mal! El Buen Dios les da su recompensa en esta vida".
"Cuando no tenéis el amor de Dios en vosotros, sois muy pobres. Sois como un árbol sin flores y sin frutos".
* Cuando nos abandonamos a nuestras pasiones, entrelazamos espinas alrededor de nuestro corazón. El que vive en el pecado toma las costumbres y formas de las bestias. La bestia, que no tiene capacidad de razonar, sólo conoce sus apetitos; del mismo modo, el hombre que se vuelve semejante a las bestias pierde la razón y se deja conducir por los movimientos de su'cadáver' (su cuerpo). Un cristiano, creado a la imagen de Dios, redimido por la sangre de un Dios. iUn cristiano... hijo de Dios, hermano de Dios, heredero de Dios! iUn cristiano, objeto de las complacencias de tres Personas divinas! Un cristiano cuyo cuerpo es el templo del Espíritu Santo: he aquí lo que el pecado deshonra! El pecado es el verdugo del Buen Dios el asesino del alma... Ofender al Buen Dios, que sólo nos ha hecho bien! Contentar al demonio que tan sólo nos hace mal ! ¡ Qué locura!!!
* Por una blasfemia, por un mal pensamiento, por una botella de vino, por dos minutos de placer i Por dos minutos de placer perder a Dios, tu alma, el cielo... para siempre! Hijos míos, si veis a un hombre levantar una gran hoguera, apilar la leña, y le preguntáis qué es lo que hace, os responderá: Preparo el fuego que debe quemarme. ¿Qué pensaríais si vierais a este mismo hombre aproximarse a la llama de la hoguera y, cuando está encendida, echarse dentro? ¿qué diríais?............ Al pecar, eso es lo que nosotros hacemos. No es Dios quien nos echa al infierno, somos nosotros por nuestros pecados. El condenado dirá: He perdido a Dios, mi alma y el cielo: y es por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa! ¿Se levantará para volver a caer?.
* ¿Por qué no somos capaces de beneficiarnos más del sacramento de la penitencia? Porque no buscamos todos los secretos de la misericordia del Buen Dios, que no tiene límites en este sacramento. Cuando vamos a confesarnos, debemos entender lo que estamos haciendo. Se podría decirque desclavamos a Nuestro Señor de la cruz. Algunos se suenan las narices mientras el sacerdote les da la absolución, otros repasan a ver si se han olvidado de decir algún pecado... Cuando el sacerdote da la absolución, no hay que pensar más que en una cosa: que la sangre del Buen Dios corre por nuestra alma laván- dola y volviéndola bella como era después del bautismo.
* Lo central de su vida, como sacerdote, era celebrar la Misa. La Misa era lo más grande para él. Durante sus cuarenta años en Ars, antes de celebrar la misa (de ordinario a las siete de la mañana) se preparaba durante casi una hora de oración... ¿era tan grande lo que iba realizar!: "Si uno tuviera suficiente fe, vería a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras su fanal, como un vino mezclado con el agua. Hay que mirar al sacerdote, cuando está en el altar o en el púlpito, como si de Dios mismo se tratara".
* Jamás se negó, jamás. Se dio siempre a los demás sin interés alguno. 'La señorita Bernard de Fareins, enferma de un cáncer terminal, deseaba antes de morir tener el consuelo de ver por última vez al Cura de Ars, de quien oía contar maravillas. El reverendo Dubouis le escribió cuatro palabras para comunicarle los deseos de la enferma. Era el día del Jueves Santo de 1837, día en el que tenía la costumbre de pasar toda la noche en la iglesia, acompañando a Jesús en el Monumento. Sin haber dormido, partió enseguida para Fareins. Se equivocó en el camino; después de dar vueltas y vueltas, llegó cubierto de barro y muerto de fatiga. No quiso aceptar ni un vaso de agua. Como ya era conocido, la gente del pueblo le abordaba por la calle. Sin la menor impaciencia, atendió amablemente a cada persona, y se volvió a su casa sin darse importancia. Lo mismo en 1852, con 66 años, el Rdo.Beau (Cura de Jassans y confesor ordinario del cura de Ars durante 13 años), cayó gravemente enfermo: "Mi amigo vino a visitarme. Era por la tarde del día del Corpus, el 11 de junio. Hizo el viaje a pie, con un fuerte calor y después de haber presidido en Ars la procesión del Santísimo Sacramento', contaba agradecido este sacerdote".
* Era sacerdote para todos, no sólo para los de su pueblo: sacerdote de Jesucristo para todos los hijos de Dios. Por eso, cuando algunos curas, viejos o enfermos, como los de los pueblos vecinos Villeneuve y Mizerieux, no podían atender bien sus parroquias, espontáneamente su compañero de Ars se ponía a sus órdenes. Iba de noche a visitar a los enfermos de Rancé, de Saint-Jean-de- Thurigneux, de Savigneuxy, de Ambérieux-en-Dombes. Si le llamaban en domingo, partía enseguida, después de la misa mayor, sin entrar en su casa, y volvía en ayunas al tiempo de vísperas.
* No le interesaba más que ser sacerdote: era ese su mayor orgullo. En la última década, el emperador le designó para nombrarle Caballero de la Legión de Honor. El nombramiento apareció en los periódicos. El alcalde, señor des Garets, le comunicó la noticia: -¿Tiene asignada alguna renta esta cruz?... ¿Me proporcionará dinero para mis pobres? ,preguntó el Santo sin manifestar contento ni sorpresa.
-No. Es solamente una distinción honorífica. -Pues bien, si en ello nada ganan los pobres, diga usted al Emperador que no la quiero.
* Su gran preocupación es inculcar en los cristianos la convicción de que en la tierra estamos de paso, que vale la pena vivir sien- do avaros del cielo. La tierra es comparable a un puente que nos sirve para cruzar un río; sólo sirve para sostener nuestros pies. Estamos en este mundo, pero no somos de este mundo, puesto que decimos todos los días: Padre nuestro que estás en los cielos. Hay que esperar nuestra recompensa cuando estemos en nuestra casa, en la casa paterna".
* Quiso vivir pobremente, prescindiendo de todo lo posible, para que nada le atase. Y si podía dar, prescindía sin pensárselo dos veces. Un día, cuando se dirigía al orfanato para explicar el catecismo, se cruzó con un pobre desgraciado que llevaba el calzado destrozado. Inmediatamente, el Cura le dio sus propios zapatos y continuó su camino hacia el orfanato intentando ocultar sus pies descalzos bajo la sotana.
* Cuenta Juana-María Chanay: Le envié una mañana un par de zapatos forrados, enteramente nuevos. i Cuál fue mi admiración al verle, por la tarde, con unos zapatos viejos, del todo inservibles! Me había olvidado de quitárselos de su cuarto. -¿ Ha dado usted los otros ? , le pregunté: -Tal vez sí, me respondió tranquilamente.
* En invierno iban muchos pobres a su casa a pedir: "Qué feliz estoy -decía- de que vengan los pobres! Si no viniesen, tendría que ir yo a buscarlos y no siempre hay tiempo". Les encendía el fuego de la chimenea, les calentaba, y mientras tanto también aprovechaba para hablarles del Buen Dios, les animaba a que le amasen. Algunos le propusieron hacerse cargo ellos, de los pobres, para quitarle trabajo al Cura; pero los pobres, con quien querían estar era con el Cura. Juan Pertinand, que lo vio, cuenta: Los llamaba 'amigos míos' con una voz tan dulce, que se retiraban muy consolados: ¡Se sentían queridos!
* Su cariño a los pobres era muy sobrenatural. Jesús quiso ser pobre, y santificó la pobreza. Por eso le gustaba contar sucesos de la vida de Jesús en los que se presentaba pobre. Contaba con frecuencia aquella anécdota de San Juan de Dios, que al darse cuenta de que los pies del pobre a quien socorría estaban llagados, los besó mientras decía: iEres tú, Señor!; al contar esta anécdota, solía emocionarse.
* En la antigua casa parroquial de Ars se conservan, y pueden verse todavía, las disciplinas y el cilicio del Cura de Ars, pero su principal instrumento de mortificación no está ahí. Lo han dejado en la Iglesia, pues era el confesionario. Durante largo tiempo del día permanecía sentado en el confesionario, prisionero de los pecadores. De ahí que sufriese una serie de hernias muy dolorosas. Comentaba en una ocasión el señor Camilo Monnin: Nunca se sentaba en las visitas. Sin duda que era por deferencia a las personas que recibía, pero también a causa de las hernias que sufría y que había contraído permaneciendo tantas horas sentado en el confesionario.
* Si alguien le dijera: Me gustaría ser rico.. ¿Qué hay que hacer? Usted le respondería: Hay que trabajar. Pues para ir al cielo hay que sufrir. iSufrir! ¿Qué más da? Sólo es un momento. Si pudiésemos pasar ocho días en el cielo, comprenderíamos lo que vale este momento de sufrimiento aquí en la tierra. Ninguna cruz nos parecería pesada, y ninguna prueba sería amarga.
* ¡Cuánto amo las pequeñas mortificaciones que nadie ve! : como levantarse un cuarto de hora más pronto, levantarse un momentito para rezar por la noche; pero hay personas que sólo piensan en dormir. Podemos privarnos de calentarnos; si estamos mal sentados, no buscar colocarnos mejor; si paseamos en el jardín, privarnos de algunas frutas que nos agradarían; al hacer la limpieza en la cocina, no picotear; privarse de mirar algo bonito que atrae la mirada en las calles de las grandes ciudades sobre todo. Cuando vamos por la calle, fijemos la mirada en Nuestro Señor llevando su cruz ante nosotros, en la Santa Virgen que nos mira, en nuestro ángel de la guarda que está a nuestro lado".
* A los padres les insistía en que atendiesen el alma de sus hijos, que es lo que más vale de ellos. "Esa madre que no tiene en la cabeza otra cosa que su hija..., pero que se preocupa mucho más por mirar si lleva bien puesto el sombrero que en preguntarle si ha dado a Dios su corazón. Le dice que no ha de parecer uraña, que tiene que ser amable con todo el mundo, para llegar a entablar amistades y colocarse bien... y la hija se esfuerza en seguida en atraer las miradas de todos". Así forman a las hijas moviéndolas a que vistan de cualquier manera, poniendo más atención en lo externo suyo que en su interior y cuando visten indecentemente, son instrumentos para perder a las almas. y sólo en el tribunal de Dios se sabrá el número de crímenes que habrá hecho cometer...".
* La Santa Virgen está entre su Hijo y nosotros. Aunque seamos pecadores, ella está llena de ternura y de compasión hacia nosotros. El niño que más lágrimas ha costado a su madre es el más querido. ¿No corre una madre siempre hacia el más débil y expuesto? Un médico en un hospital, ¿no presta más atención a los más enfermos?"
* El hombre había sido creado para el cielo. El demonio rompió la escalera que conducía a él. Nuestro Señor, por su pasión, ha construido otra para nosotros. La santísimaVirgen está en lo alto de la escalera y la sostiene con sus manos".
* María, no me dejes ni un instante, estate siempre a mi lado. Volvamos a ella con confianza, y estaremos seguros de que, por miserables que seamos, ella obtendrá la gracia de nuestra conversión. María es tan buena que no deja de echar una mirada de compasión al pecador. Siempre está esperando que le invoquemos. En el corazón de María no hay más que misericordia".
ORACIÓN DEL SANTO CURA DE ARS
" TE AMO, OH MI DIOS " Autor: San Juan María Vianney
Te amo, Oh mi Dios. Mi único deseo es amarte Hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios, Y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti. Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno Porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor, Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te amo, por lo menos quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro. Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo, Y de amarte mientras que sufro, y el día que me muera No solo amarte pero sentir que te amo. Te suplico que mientras más cerca estés de mi hora Final aumentes y perfecciones mi amor por Ti. Amén.
LA ORACION SEGUN EL SANTO CURA DE ARS
Hermosa obligación del hombre: orar y amar
Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.
El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.
La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable.
En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión.
Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.
Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo.
En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.
Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y creedme, que el tiempo se me hacía corto.
Hay personas que se sumergen totalmente en la oración como los peces en eI agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no esta dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con del mismo modo que hablamos entre nosotros.
Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la Iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: "Sólo dos palabras, para deshacerme de ti..." Muchas veces pienso que cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.
San Juan María Vianney, presbítero
fecha: 4 de agosto fecha en el calendario anterior: 8 de agosto n.: 1786 - †: 1859 - país: Francia otras formas del nombre: Santo Cura de Ars canonización: B: Pío X 8 ene 1905 - C: Pío XI 31 may 1925 hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Memoria de san Juan María Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia, con asidua predicación, oración y ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la santa Eucaristía, brilló de tal modo que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa, y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas.
patronazgo: patrono universal de los párrocos.
oración:
Dios de poder y misericordia, que hiciste admirable a san Juan María Vianney por su celo pastoral, concédenos por su intercesión y su ejemplo, ganar para Cristo a nuestros hermanos y alcanzar, juntamente con ellos, los premios de la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
La santidad tiene una belleza innegable. Y de tiempo en tiempo aparece un santo que se gana la admiración del mundo, como Santa Teresita del Niño Jesús o «el santo Cura de Ars». La popularidad de este último es tanto más notable, cuanto que no se le puede rodear tan fácilmente de ese halo de sentimentalismo que, algunas devotas indisciplinadas y explotadores sin escrúpulos, colocan sobre la cabeza de santa Teresita del Niño Jesús. La primera dificultad surge ante el rostro duro del cura santo, porque no se puede crear un atractivo superficial ante una cara de Voltaire santificado. La vida de un párroco pueblerino francés es tan desconocida en el extranjero como puede serlo la vida interna en un convento del Carmelo. Juan María Vianney nació en Dardilly, cerca de Lyon, el 8 de mayo de 1780. Tres años después, estalló la Revolución Francesa, y un sacerdote que había jurado la Constitución quedó al frente de la parroquia de Dardilly, de suerte que los padres del futuro santo tenían que asistir a la misa que celebraba, de vez en cuando, algún sacerdote fugitivo. Durante el reinado del Terror, que fue tan devastador en Lyon como en París, Juan María se encargaba de cuidar el rebaño de su padre, Mateo Vianney, en ambas orillas del riachuelo de Planches. Juan María era un niño tranquilo y piadoso, que exhortaba a sus compañeros a ser buenos. Aunque no carecía de cierta habilidad en el juego de bolos, prefería generalmente jugar «a la iglesia». A los trece años hizo su primera comunión, en secreto. Poco después, se restableció en Dardilly el culto regular y, cinco años más tarde, Juan María confesó a su padre que quería ser sacerdote. El buen hombre, que no podía pagar los estudios de su hijo ni deseaba prescindir de sus servicios en el trabajo de la granja, no mostró el menor entusiasmo por el proyecto, de suerte que el joven tuvo que aguardar hasta los veinte años para realizarlo. A esa edad, partió al pueblecito de Ecully, donde el P. Balley había fundado un seminario parroquial.
Los estudios le causaron grandes dolores de cabeza, pues carecía de aptitudes para ellos y sólo había ido unos cuantos meses a la escuela que se había abierto en Dardilly cuando él tenía nueve años. El latín le resultaba tan cuesta arriba que, durante algún tiempo, tanto Juan María como su maestro creyeron que no lograría aprenderlo. En el verano de 1806, Juan María emprendió a pie una peregrinación al santuario de san Juan Francisco de Regis, que distaba más de cien kilómetros, para obtener la ayuda de Dios en sus estudios. Durante el camino vivió de limosna y pidió alojamiento por caridad. La peregrinación no aumentó sus aptitudes para los estudios, pero le ayudó a superar la crisis de desaliento. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista. La gracia del sacramento llegó en un momento muy oportuno, pues esperaba al joven otra prueba muy difícil. En efecto, como su nombre no estuviese incluido en la lista de los que hacían estudios eclesiásticos, fue llamado al servicio militar. El P. Balley intentó explicar el error a las autoridades, Mateo Vianney trató de conseguir un sustituto para su hijo, pero todo fue en vano y Juan María hubo de presentarse en Lyon el 26 de octubre de 1809. Dos días después, cayó enfermo y fue internado en el hospital, de suerte que su regimiento partió a España sin él. Entonces recibió la orden de ir a reunirse con otro regimiento en Roanne, el 5 de enero por la mañana. Pero, cuando iba en camino, se detuvo a orar en una iglesia y llegó a su destino cuando el destacamento ya había partido. Las autoridades militares le ordenaron que alcanzase al destacamento en Renaison, sin más insignia militar que la mochila. Cuando se hallaba descansando un poco en las montañas de Le Forez, presentó ante él un desconocido que se echó a los hombros su mochila y le ordenó que le siguiese. Juan quedó tan desconcertado, que no discutió la orden siguió al desconocido hasta una cabaña del remoto pueblecito montañés de Les Noës. Entonces cayó en la cuenta de que el desconocido era un desertor del ejército y que en los bosques de los alrededores se ocultaban otros muchos como él. Juan María comprendió que se hallaba en una situación muy comprometida y no supo qué hacer. Al cabo de unos días de reflexión, decidió presentarse al alcalde de la localidad. El Señor Fayot era un hombre bondadoso y de gran sentido común; haciendo notar a Juan María que ya era técnicamente un desertor, le aconsejó que escogiese el menor de los males y se quedase escondido; además, tuvo la bondad de buscarle alojamiento en casa de un primo suyo. El escondite de Juan María era un gran montón de heno en el establo. Con el pseudónimo de Jerónimo Vincent, pasó catorce meses en Les Noës, entregado al estudio del latín, a la enseñanza de los hijos de su huésped y a colaborar en los trabajos de la granja; así se ganó el respeto y el cariño de todos. Los soldados estuvieron a punto de echarle mano en varias ocasiones; en una de ellas, cuando se hallaba escondido bajo el montón de heno, el sable de uno de los gendarmes le rozó las costillas. En marzo de 1810, el emperador, con ocasión de su matrimonio con la archiduquesa María Luisa, concedió la amnistía a todos los desertores. A principios del año siguiente, el hermano de Juan María se enroló como sustituto voluntario y el santo pudo volver al pueblo.
En 1811 recibió la tonsura y, a fines del año siguiente, fue a estudiar filosofía en el seminario menor de Verriéres. Naturalmente, no se distinguió en los estudios; pero trabajó con tal humildad y tesón que, en el verano de 1813, pasó al seminario mayor de Lyon. Ahí se daban todas las clases en latín y, aunque los superiores tuvieron en cuenta las cualidades de Juan María y le facilitaron las cosas todo lo posible, éste no pudo dar pie con bola. A fines del primer trimestre, abandonó el seminario y se trasladó a Ecully para estudiar bajo la dirección personal del P. Balley. Tres meses después, se presentó al examen y, en el oral lo hizo tan mal, que los examinadores no pudieron por menos de reprobarle. En consecuencia, no se le podía admitir para el sacerdocio, pero le aconsejaron que intentase conseguir la ordenación en otra diócesis. El P. Balley fue entonces a ver al P. Bochard, uno de los examinadores, quien aceptó acompañar al rector del seminario en una entrevista privada con Juan María. Los dos sacerdotes quedaron muy bien impresionados con la conversación y fueron a presentar al vicario general el caso del «seminarista menos sabio y más devoto de Lyon». El P. Courbon, que gobernaba la diócesis en ausencia del obispo, sólo les preguntó una cosa: «¿Es bueno el señor Vianney?». «Sí, es un verdadero modelo», fue la respuesta. «En tal caso, puede ordenarse tranquilamente; Dios hará el resto». El 2 de julio de 1814, Juan María recibió las órdenes menores y el subdiaconado y volvió a Ecully a proseguir sus estudios. En junio de 1815, recibió el diaconado y, el 12 de agosto, se le confirió el sacerdocio. Al día siguiente, cantó su primera misa y fue nombrado vicario del P. Balley, a cuya intuición y perseverancia debe la Iglesia, después de Dios, el que Juan María Vianney haya recibido el sacerdocio.
El vicario general de Lyon había dicho en la ordenación de Juan María: «La Iglesia no necesita sólo sacerdotes sabios, sino también sacerdotes santos». Y Mons. Simon, obispo de Grénoble, había predicho que sería «un buen sacerdote». En efecto, Juan María sabía todo lo que un sacerdote necesita saber, aunque no lo hubiese aprendido en los libros. Por ejemplo, por lo que toca a la teología moral, el P. Bochard le había examinado a fondo sobre «casos» difíciles y el santo había respondido muy acertadamente, basándose en el sentido común, pues la auténtica casuística no es más que una aplicación del sentido común. Poco después de haber sido nombrado vicario de Ecully, Juan María recibió las facultades para oír confesiones. Su primer penitente fue su propio párroco, y su confesionario empezó pronto a llenarse de fieles. Más tarde, había de pasar las tres cuartas partes de la jornada en el confesonario. Sin hacer alarde de ello, el párroco y el vicario empezaron a emularse en la austeridad y vivían como monjes de la Tebaida, aquél acusó a éste ante el vicario general, de «sobrepasar todos los límites», y el vicario acusó al párroco de practicar mortificaciones excesivas. El P. Courbon no pudo menos de sonreír y de manifestar que los fieles de Ecully podían considerarse felices de tener dos sacerdotes que hiciesen penitencia por ellos. En 1817, murió el P. Balley, cosa que produjo una pena enorme a su vicario. A principios del año siguiente, el P. Vianney fue nombrado cura de Ars-en-Dombes, una remota aldea de 230 almas, «que era, en todos los sentidos de la palabra, un verdadero agujero».
Se ha exagerado mucho la decadencia espiritual de Ars en la época en que el P. Vianney llegó a la aldea, como se ha exagerado también la «ignorancia» del párroco. En realidad, la población de Ars no era mejor ni peor que la de cualquier aldea a principios del siglo XIX: ni el vicio, ni la inmoralidad se practicaban abiertamente, pero tampoco existía una religiosidad muy pronunciada; podría decirse que el gran pecado de Ars era, ni más ni menos, «el mortal escándalo de la indiferencia en la vida ordinaria». Por lo demás, había varias familias profundamente cristianas, entre las que se contaba la del alcalde y la de «la señora del castillo». Dicha señora era la Srta. Garnier des Garets («Mademoiselle d'Ars»), dama sinceramente piadosa, aunque su piedad tenía algo de ostentoso. El nuevo cura (que en realidad no era entonces más que una especie de capellán o vicario aislado) no sólo continuó, sino que redobló sus penitencias, sobre todo el empleo de la disciplina. Durante los seis primeros años, no comió prácticamente nada más que patatas, para hacer penitencia por sus «débiles ovejas». Los malos espíritus de la impureza, la embriaguez y la injusticia «sólo se arrojan con el ayuno y la oración»; ahora bien, como el pueblo de Ars no parecía muy dispuesto a orar y ayunar, el santo cura se propuso hacerlo por su grey.
Una vez que hubo visitado todas las casas de la localidad y organizado el catecismo de los niños, el P. Vianney decidió emprender a fondo la reconversión de Ars. Para ello se valió del trato personal con los habitantes, de la dirección espiritual en el confesonario y de la predicación. Preparaba cuidadosamente sus sermones y los pronunciaba con naturalidad y fervor («¿Eran largos los sermones del Señor Cura? -preguntó Mons. Convert. Sí, muy largos, y siempre versaban sobre el infierno... Hay quienes dicen que no hay infierno; pero el Señor Cura era de los que de veras creen en él»). Las gentes del lugar estaban demasiado preocupadas por los asuntos materiales y demasiado habituadas a la indiferencia para convertirse de golpe. Por otra parte, en aquella época todavía se dejaba sentir la influencia del jansenismo en la doctrina y los métodos de muchos teólogos y directores espirituales, ortodoxos pero demasiado rigoristas. Así pues, nada tiene de extraño que el cura de Ars haya sido muy estricto. Había en la población muchas tabernas, en las que se gastaba inútilmente el dinero, se practicaba la embriaguez y se charlaba en forma inconveniente. Las dos tabernas más próximas a la iglesia fueron las primeras en cerrar sus puertas por falta de clientes. Más tarde, desaparecieron otras dos. Cierto que se abrieron luego otras siete, pero todas fracasaron. El señor cura luchó con todas sus fuerzas contra la blasfemia, la mundanidad y la obscenidad y, como no vacilaba en pronunciar desde el púlpito las expresiones que ofendían a Dios, nadie podía llamarse a engaño. Durante más de ocho años predicó la perfecta observancia de las fiestas de la Iglesia, que no consistía simplemente en asistir a la misa y a las vísperas, sino en suprimir todo trabajo que no fuese absolutamente necesario. Pero, sobre todo, declaró guerra a muerte al baile, pues lo consideraba como una ocasión de pecado para los que bailaban y para los que veían bailar. El P. Vianney se mostraba implacable con los que bailaban, tanto en público como en privado; si no prometían renunciar definitivamente al baile y no cumplían su palabra, les rehusaba la absolución. La batalla contra el baile y la falta de modestia en el vestir, duró veinticinco años, pero el santo Cura acabó por ganarla. Incluso pintó sobre el arco de la capilla de San Juan Bautista estas palabras: «Sa téte fut le prix d'une danse!» (su cabeza fue el precio de un baile).
En 1821, el territorio de Ars fue convertido en parroquia sufragánea y, en 1823, pasó a formar parte de la nueva diócesis de Belley. Con esa ocasión, los enemigos del P. Vianney (pues su celo no dejaba de crearle algunos) le acusaron ante el obispo, quien envió al deán del cabildo a investigar. Mons. Devie quedó pronto convencido de la inocencia de su súbdito; con el tiempo, llegó a tener gran confianza en él y aun le ofreció una importante parroquia, pero el P. Vianney se negó a aceptarla, después de mucho cavilar. La fama de santidad y eficacia del Cura de Ars se había ido difundiendo; varios párrocos le pidieron que fuese a predicar misiones en sus parroquias, y las gentes asaltaban su confesionario. En 1824, el P. Vianney inauguró en Ars una escuela gratuita para niñas, regenteada por Catalina Lassagne y Benita Lardet, a quienes él mismo había enviado a formarse en un convento. De dicha escuela nació tres años más tarde la famosa institución de «La Providencia», que era un asilo para niños y jóvenes huérfanos o abandonados. No se aceptaba un céntimo de ninguno de los pupilos, ni siquiera de los que podían pagar, y las directoras y colaboradoras no percibían salario alguno. Se trataba de una institución de caridad, que vivía de limosnas y se preocupaba sobre todo por la salvación de las almas. En algunas temporadas, el número de pupilos llegaba a sesenta y el P. Vianney tenía que sudar para sostener a su gran familia. En cierta ocasión, el granero se llenó milagrosamente de trigo; en otra oportunidad, el cocinero aseguró que había hecho diez panes de veinte libras cada uno con sólo unas cuantas libras de harina, gracias a las oraciones del P. Vianney. Esos milagros fueron transformando poco a poco la actitud de los fieles de Ars, y los visitantes se hacían lenguas del orden y la excelente conducta que reinaban en «La Providencia». Pero el elemento decisivo del cambio que se operó en la aldea fue el ejemplo del P. Vianney: «Nuestro cura es un santo y tenemos que obedecerle»; «No somos mejores que las gentes de otros pueblos, lo que pasa es que tenemos a un santo entre nosotros». Algunos llegaban hasta a decir: «Lo que él nos manda es la voluntad de Dios y, por ello, debemos obedecerle». Pero aun ésos obedecían, en realidad, porque el P. Vianney era un hombre de Dios.
En tanto que el pueblo se convertía lentamente a la vida cristiana, el Cura de Ars era objeto de una verdadera persecución por parte del demonio. En toda la hagiología no existe un solo caso en el que la acción del demonio haya sido tan larga, variada y violenta. Los fenómenos iban desde los ruidos y voces hasta los ataques personales. En cierta ocasión, el lecho del párroco se incendió inexplicablemente. La persecución que comenzó en 1824, duró más de treinta años, con algunas intermitencias. Por lo demás, varias personas tuvieron ocasión de presenciar sus efectos. Pero el P. Vianney tomaba la acción del demonio con tal naturalidad, que parecía considerarla como parte normal de la jornada. El P. Toccanier le dijo una vez: «Seguramente que os asustáis mucho en algunas ocasiones». El P. Vianney replicó: «A todo se acostumbra uno, amigo mío. El diablo y yo somos ya casi compinches». Además de la persecución del demonio, el Cura de Ars tuvo que soportar los ataques de los que, si la naturaleza humana no fuese lo que es, nos sentiríamos tentados a calificar de preternaturales. Algunos de sus hermanos en el sacerdocio (generalmente no los mejores ni más inteligentes), incapaces de apreciar la santidad del P. Vianney, recordando sus fracasos intelectuales en el seminario y prestando oídos a las hablillas, criticaban su «celo indiscreto», su «ambición» y su «presunción», y llegaban hasta a tratarle de «charlatán» e «impostor». El P. Vianney comentaba a este propósito: «¡Pobre curita de Ars! ¡Qué cantidad de cosas desagradables se imaginan sobre él! Hay quienes por hablar de él se olvidan de predicar el Evangelio». Pero los enemigos del cura no se limitaron a criticarle en la sacristía, sino que le denunciaron al obispo de Belley. El P. Vianney se negó a defenderse y Mons. Devie le dejó en paz, tras de hacer algunas investigaciones. En cierta ocasión en que un sacerdote calificó de «loco» al Cura de Ars, Mons. Devie, haciendo alusión a ello, dijo a su clero durante el retiro anual: «Señores, confieso que me sentiría muy orgulloso si todos vosotros tuviéseis algo de esa locura».
Otro de los hechos extraordinarios que deben mencionarse es que Ars se convirtió en un sitio de peregrinación en vida del santo. Y los peregrinos no iban para visitar el santuario de «su querida santa Filomena», que él había construido, sino para ver al párroco. Indudablemente que había una parte de curiosidad en esas peregrinaciones, pues es imposible mantener secretos los hechos extraordinarios como el de la multiplicación de los panes y los ataques del demonio. Pero la causa principal de las peregrinaciones, que fueron haciéndose cada vez más frecuentes y numerosas, era el deseo de recibir los consejos del Cura en el confesonario. Y eso era sobre todo lo que enfurecía a los sacerdotes que no querían al P. Vianney, algunos de los cuales llegaron incluso a prohibir a sus feligreses que fuesen a ver al Cura de Ars. Desde 1827, empezaron a acudir a Ars los peregrinos del exterior. Entre 1830 y 1845 hubo un promedio de trescientos peregrinos por día. En Lyon se abrió una oficina especial para los viajeros que iban a Ars y se puso a la disposición del público una serie de billetes de ida y vuelta por ocho días, pues era imposible conseguir hablar con el santo Cura en menos tiempo. Ello significaba que el P. Vianney tenía que pasar doce horas diarias en el confesionario durante el invierno y dieciséis horas durante el verano. No contento con eso, en los quince últimos años de su vida predicaba todos los días a las once de la mañana. Se trataba de sermones muy sencillos, pues el santo no tenía tiempo para prepararlos, pero llegaban al corazón de los los hombres más cultos y de los más endurecidos. Ricos y pobres, sabios y sencillos, buenos y malos, clérigos y laicos, obipos, sacerdotes y religiosos, todos acudían a Ars a arrodillarse en el confesonario del santo Cura y a sentarse en los bancos del catecismo. El P. Vianney no perdía el tiempo en dar consejos largos; generalmente sólo decía unas cuantas palabras, una sola frase, pero esa frase tenía toda la autoridad de un santo y revelaba con frecuencia un conocimiento sobrenatural del estado del alma del penitente. Muchas veces, el santo corregía el número de años que habían pasado desde la última confesión del penitente, o le recordaba algún pecado que había olvidado. El arzobispo de Auch manifestó que lo único que le dijo el P. Vianney había sido: «Amad mucho a vuestro clero». Al superior general de un instituto religioso consagrado a la enseñanza dijo únicamente: «Amad mucho al buen Dios». Durante la confesión de los pecados, el santo repetía constantemente: «¡Qué pena, qué pena!» y lloraba sin cesar. Las gentes hacían viajes de centenares de kilómetros y esperaban a veces día tras día en la iglesia para poder confesarse con él. Y las conversiones se multiplicaban.
Al principio, el santo trataba a los forasteros con el mismo rigor que a los habitantes de Ars, pero con los años adquirió experiencia sobre las necesidades y posibilidades de cada alma y un conocimiento más profundo de la teología moral, de manera que el rigor fue cediendo ante la compasión, la bondad y la ternura. Desaconsejaba a las almas la multiplicación de las devociones y recomendaba sobre todo el Rosario, el Angelus, las jaculatorias y las oraciones de la liturgia. Solía decir: «La oración privada es como un poco de paja encendida que se arroja al viento y arde con llamas muy pequeñas. En cambio, la oración litúrgica es como si se juntase en un haz toda la paja; entonces arde de veras y el fuego sube al cielo como una columna». «En el P. Vianney no había afectación ninguna, nada de exclamaciones, suspiros y trances; cuando estaba muy conmovido, se limitaba a sonreír o a llorar».
Hemos hecho mención de su poder de leer en las almas; su conocimiento de los hechos pasados y futuros no era menos extraordinario que sus milagros. Aunque con frecuencia se critica irreflexivamente la inutilidad de los milagros de los santos, ciertamente no se puede hacer ese reproche a los del Cura de Ars. Sus profecías no se referían a los asuntos públicos, sino a la vida de los individuos y siempre iban dirigidas a ayudar y consolar a las almas. En cierta ocasión, dijo el santo que el conocimiento de los hechos ignorados se le presentaba en forma de recuerdos. Así, por ejemplo, narró lo siguiente al P. Toccanier: «En una ocasión dije a cierta mujer: ¿Sois vos la que abandonó a su marido en un hospital y se niega a ir a verle? Ella me preguntó: ¿Cómo lo sabéis, puesto que yo no lo he dicho a nadie? Ante tal réplica, yo quedé todavía más sorprendido que ella, pues tenía la impresión de que ella misma me había contado toda la historia». La baronesa de Lacomblé, que era viuda, se hallaba muy agitada porque un hijo suyo de dieciocho años estaba decidido a casarse con una joven de quince. Así pues, decidió ir a consultar al Cura de Ars, a quien nunca había visto. Cuando entró en la iglesia la encontró tan llena de gente, que le cruzó por la mente el pensamiento de que nunca llegaría a hablar con el párroco e inició el movimiento para retirarse. Pero súbitamente, el P. Vianney salió del confesionario, se dirigió a la baronesa y le murmuró al oído: «Dejadlos que se casen. Van a ser muy felices». El señor cura dijo a una sirvienta que en Lyon le aguardaba un grave peligro; gracias a este aviso, la joven pudo escapar, unos cuantos días más tarde, de las manos de un criminal que se dedicaba a asesinar a las jóvenes y aun presentó testimonio en el proceso que se instituyó contra él. En 1854, el Cura de Ars anunció con gran convicción al obispo de Birmingham, Mons. Ullathorne: «Estoy persuadido de que la Iglesia va a recobrar su antigua grandeza en Inglaterra». Un día preguntó en la iglesia a una joven forastera: «¿Vos me habéis escrito, hija mía?» «Sí, Padre». «Entonces no tengáis ningún cuidado, porque pronto entraréis en el convento; la superiora os escribirá dentro de algunos días». Así sucedió, en efecto, aunque el P. Vianney no había dicho una palabra a la superiora. La Srta. Henry, que tenía una tienda en Chalon-sur-Saone, fue a Ars a pedir al P. Vianney que rogase por la salud de una tía suya que estaba enferma. El santo le aconsejó que volviese inmediatamente a su pueblo. «Mientras vos estáis aquí -le dijo- os están vaciando la tienda». En efecto, la joven encontró a su ayudante robando la tienda. Su tía recobró la salud.
El Cura de Ars acostumbraba atribuir las curaciones que obraba a la intercesión de santa Filomena. Lo primero que exigía de los que solicitaban un milagro, era una fe ferviente y él mismo practicaba en grado sumo esa virtud cuando creía conveniente pedir un milagro para sostener sus obras de caridad en los momentos difíciles. Pero las profesoras de la escuelita de Ars sabían perfectamente cuál era el mayor de los milagros del santo; haciendo eco a lo que se decía en otro tiempo de san Bernardo, decían: «La obra más difícil, extraordinaria e impresionante del Cura de Ars fue su propia vida». Cada día, cuando el P. Vianney salía de la iglesia a la hora del Angelus del mediodía para ir a tomar en la casa parroquial los alimentos que le enviaban de «La Providencia», había personas que querían demostrarle su agradecimiento, respeto y amor. A veces tardaba más de veinte minutos en recorrer el corto espacio que separaba la iglesia de la casa parroquial. Los enfermos de cuerpo y alma se arrodillaban para pedirle que los bendijese y orase por ellos; no sólo le tomaban por la mano, sino que le arrancaban trozos de la sotana. Ello constituía una gran mortificación para el sacerdote, quien repetía: «¡Qué devoción tan mal encauzada!» Naturalmente, el santo suspiraba por la soledad y la quietud, sin embargo, por extraordinario que parezca, el buen cura estuvo en Ars contra su voluntad los cuarenta y un años que pasó ahí, y toda su vida tuvo que luchar contra su deseo personal de entrar en la Cartuja. Tres veces huyó de Ars. En 1843, después de haber sufrido una grave enfermedad, el obispo y el señor de Garets tuvieron que emplear toda su diplomacia para hacerle volver.
En 1852, Mons. Chaladon, obispo de Belley, nombró al P. Vianney canónigo honorario; pero hubo que imponerle la muceta casi por la fuerza y, no conforme con quitarse la vestidura y olvidarla, la vendió por cincuenta francos, que dedicó a una obra de caridad. Tres años más tarde, algunos altos personajes, bien intencionados pero poco acertados, consiguieron que se nombrase al P. Vianney caballero de la orden imperial de la Legión de Honor. Pero él se rehusó absolutamente a aceptar la imposición de la cruz imperial y jamás la portó sobre la sotana: «Si me presento con esta clase de juguetes ante Dios a la hora de la muerte, Él puede decirme que ya recibí mi premio en la tierra. Verdaderamente no sé cómo pudo ocurrírsele al emperador enviarme esta cruz, a no ser que haya querido condecorarme como desertor». En 1853, el santo cura intentó por última vez huir de Ars. Es conmovedora la narración de su regreso a la parroquia, cuando se le dijo que le aguardaba en ella una multitud de pobres pecadores que le necesitaban. Catalina Lassagne declaró con ingenua sorpresa: «Seguramente pensaba que ésa era la voluntad de Dios». Y tal vez ésa era en realidad la voluntad de Díos, que concedió a su siervo unos cuantos años de paz y reposo para que se consagrase de lleno a la contemplación, que ya había producido en él sus más altos frutos de éxtasis y visiones. Es posible que el obispo, Mons. Chalandon, haya cometido un error al no permitirle renunciar a la cura de Ars, pero el P. Vianney no lo consideró así y se consagró con mayor celo que nunca al ministerio. En el año de 1858, más de 100.000 peregrinos fueron a Ars, cuando el párroco era ya un anciano de setenta y tres años, y el esfuerzo que debió realizar para atenderlos acabó con su salud. El 18 de julio de 1859 comprendió que se acercaba el fin y, el 29 del mismo mes, se metió en cama para no levantarse más. «Ha llegado el fin de un pobre hombre -declaró-, mandad llamar al párroco de Jassans». Todavía oyó en el lecho algunas confesiones. Cuando se esparció la noticia de su gravedad, acudieron a Ars gentes de todas partes. Veinte sacerdotes acompañaron al P. Beau cuando éste llevó los últimos sacramentos al santo Cura, quien comentó: «Es triste recibir la comunión por última vez». El obispo de Belley llegó a toda prisa el 3 de agosto. A las dos de la madrugada del día siguiente, en medio de una tormenta de truenos y relámpagos, el santo Cura de Ars exhaló apaciblemente el último suspiro. Pío XI canonizó a San Juan María Bautista Vianney en 1925 y, en 1929, le proclamó principal patrono del clero parroquial.
La biografía del Cura de Ars escrita por Mons. F. Trochu (1928), se basa en un cuidadoso estudio de los documentos del proceso de beatificación y canonización y será probablemente la mejor en mucho tiempo. Dicha obra arroja luz sobre muchos puntos oscuros de las biografías escritas por el P. Monnin (1899) y José Vianney (1911): en la introducción y en las notas el autor da la referencia detallada de las fuentes que utilizó. La voluminosa obra de A. M. Zecca, Ars e il suo curato (1929) no es tanto una biografía cuanto una recopilación muy amena de las impresiones de los peregrinos de Ars. Con ocasión del «Año sacerdotal» (2009), SS Benedicto XVI trazó una semblanza de la figura del Cura de Ars destacando los aspectos no sólo ejemplares sino proféticos de su ministerio.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario