jueves, 8 de agosto de 2013

Germán (José María) Garrigues Hernández, Beato


Presbitero y Mártir, 9 de agosto
 
Germán (José María) Garrigues Hernández, Beato
Germán (José María) Garrigues Hernández, Beato

Presbitero y Mártir

Martirologio Romano: En el pueblo de Carcaixent, en la región de Valencia, también en España, beato Germán (José María) Garrigues Hernández, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos y mártir, que, en el furor de la persecución contra la fe, superó la tortura de su cuerpo con una muerte preciosa (1936).
José María Garrigues Hernández nació en Carcagente (Valencia) el 12 de febrero de 1895, y recibió el bautismo el mismo día. Fueron sus padres D. Juan Bautista Garrigues y D.ª María Ana Hernández. El padre perteneció a diversas asociaciones religiosas y profesó en la Orden Tercera de San Francisco. De los ocho hijos del matrimonio, tres fueron capuchinos. Siguiendo los pasos de su hermano Domingo, José María ingresó en el Seminario Seráfico de la Magdalena de Masamagrell (Valencia), vistiendo el hábito el 13 de agosto de 1911. Emitió la profesión simple el 15 de agosto del año siguiente, y la solemne el 18 de diciembre de 1917. Fue ordenado sacerdote el 9 de febrero de 1919.

Después de la ordenación los superiores lo dedicaron a la enseñanza. Su primer destino fue el convento de Totana, como profesor en el colegio de San Buenaventura. Posteriormente fue destinado al Seminario Seráfico de Masamagrell. Pasó luego a Ollería como vicemaestro de novicios, y finalmente a Alcira, donde residió los últimos diez años de su vida.

El P. Germán destacó por su carácter bondadoso y la afabilidad en el trato. Cuando fue vicemaestro de novicios dejó un grato recuerdo con su porte sereno y la sonrisa que siempre tenía en los labios. Atento cumplidor de sus obligaciones religiosas, expresaba en ellas el buen espíritu de que estaba animado. En Alcira, lugar que por más tiempo se benefició de su acción, tuvo a su cargo la escuela gratuita que acogía a los niños del barrio en el que estaba situada la residencia de los religiosos. Visitaba a los enfermos, procurando además socorrerles en sus necesidades materiales. Fomentó el culto en la capilla, atendiendo el confesonario y organizando una schola cantorum.

En febrero de 1936 la comunidad de Alcira fue disuelta debido al clima de inseguridad, y el P. Germán quedó incorporado al convento de Valencia. Dado el ambiente de persecución, el P. Germán comentó en una ocasión: “Si Dios me quiere mártir, me dará fuerzas para sufrir el martirio”. Después de los sucesos de julio pasó a residir con su madre y una hermana en Carcagente. Allí se dedicó a la oración y a otros ejercicios de piedad, e incluso bautizó en la misma casa a una niña. Se mostraba tranquilo, pues no había hecho nada malo a nadie. Al advertirle el peligro que corría, contestó: “¿Qué cosa mejor que morir por Dios?”. La persecución contra la Iglesia arreciaba. El templo parroquial y las iglesias de los franciscanos y las dominicas fueron pasto de las llamas, e incluso requisaron cuadros e imágenes religiosas de los domicilios para quemarlas en la plaza pública. Fueron asesinados muchos católicos de la ciudad.

La primera víctima fue el P. Germán. Al anochecer del día 9 de agosto se presentaron en la casa de los Garrigues tres milicianos para practicar un registro. El P. Germán les acompañó en la búsqueda. Al salir a la calle para quemar los cuadros religiosos que habían requisado, un vecino les dijo que el hombre que los había acompañado era un fraile. Regresaron a la casa, y preguntaron por él, ordenándole acompañarles. Fue conducido al comité, y al cabo de una hora lo llevaron al cuartel de la Guardia Civil, que había sido convertido en cárcel. Al filo de la medianoche lo subieron a un coche, llevándolo al puente de la vía férrea sobre el río Júcar. Le ordenaron que se colocara sobre el puente, y entonces el P. Germán se arrodilló, habiendo besado antes las manos a los verdugos y perdonándoles. Hicieron fuego sobre él, y cayó malherido a un terraplén. Bajaron y lo remataron. Al día siguiente el Juzgado de Carcagente ordenó levantar el cadáver, que fue conducido al Hospital Municipal, donde las religiosas que habían quedado allí como enfermeras lo reconocieron y limpiaron. En su rostro estaba dibujada la sonrisa que en vida le había caracterizado.

El 11 de marzo del año 2001, el papa Juan Pablo II beatificó a 233 mártires de la persecución religiosa en España (1936-39).

Beato Germán Garrigues Hernández, presbítero y mártir

233 Mártires de la persecusión religiosa en Valencia (1936)
El 11 de marzo de 2001 SS Juan Pablo II beatificó a 233 mártires de la Guerra Civil Española, que tienen en común, además, que fueron ejecutados en la región de Valencia, España, o por proceder de esa región su causa de beatificación fue cursada en este grupo.
En este grupo:
El nombre del beato José Aparicio Sanz encabeza la lista de 233 mártires pertenecientes a distintos subgrupos que dieron testimonio cruento de su fe en Valencia, España, en el contexto histórico de la Guerra Civil española. Cada uno de ellos está inscripto en la fecha de su martirio, pero puesto que fueron beatificados todos juntos por SS Juan Pablo II el mismo día, 11 de marzo de 2001, reseñamos aquí con la información del sitio del Vaticano, al par que en cada fecha correspondiente se podrá encontrar -en la medida en que la consigamos- la información individual.


Durante el primer semestre de 1936, después del triunfo del Frente Popular, formado por socialistas, comunistas y otros grupos radicales, se produjeron atentados a la religión más graves que los que se venían produciendo desde el inicio de la Segunda República, con nuevos incendios de templos, derribos de cruces, expulsiones de párrocos, prohibición de entierros y procesiones, etc., y amenazas de mayores violencias.

Éstas se desataron, con verdadero furor, después del 18 de julio de 1936 (formal inicio de la guerra civil). España volvió a ser tierra de mártires desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939, pues en la zona republicana se desencadenó la mayor persecución religiosa conocida en la historia desde los tiempos del Imperio Romano, superior incluso a la de la Revolución Francesa. Fue un trienio trágico y glorioso a la vez, el de 1936 a 1939. Al finalizar la persecución, el número de mártires ascendía a casi diez mil: 13 Obispos; 4.184 Sacerdotes diocesanos y seminaristas, 2.365 Religiosos, 283 Religiosas y varios miles de seglares, de ambos sexos, militantes de Acción Católica y de otras asociaciones apostólicas, cuyo número definitivo todavía no es posible precisar.

El testimonio más elocuente de esta persecución lo dio Manuel de Irujo, ministro del Gobierno republicano, que en una reunión del mismo celebrada en Valencia -entonces capital de la República-, a principios de 1937, presentó el siguiente Memorándum:

«La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente: a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. e) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aún han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales. e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos. f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y Objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerde.»


Y el cardenal arzobispo de Tarragona, Francisco Vidal y Barraquer (1868-1943), que se hallaba refugiado en Italia y fue invitado por el Gobierno republicano en 1938 para que regresara a su diócesis, dijo:

«¿Cómo puedo yo dignamente aceptar tal invitación, cuando en las cárceles continúan sacerdotes y religiosos muy celosos y también seglares detenidos y condenados, como me informan, por haber practicado actos de su ministerio, o de caridad y beneficencia, sin haberse entrometido en lo más mínimo en partidos políticos, de conformidad a las normas que les habían dado?». Y añadía: «Los fieles todos, y en particular los sacerdotes y religiosos, saben perfectamente los asesinatos de que fueron víctimas muchos de sus hermanos, los incendios y profanaciones de templos y cosas sagradas, la incautación por el Estado de todos los bienes eclesiásticos y no les consta que hasta el presente la Iglesia haya recibido de parte del Gobierno reparación alguna, ni siquiera una excusa o protesta.»

A los sacerdotes, religiosos y seglares que entregaron sus vidas por Dios el pueblo comenzó a llamarles mártires porque no tuvieron ninguna implicación política ni hicieron la guerra contra nadie. Por ello, no se les puede considerar caídos en acciones bélicas, ni víctimas de la represión ideológica, que se dio en las dos zonas, sino mártires de la fe. Los mártires que hoy beatifica el Santo Padre demuestran la unidad y diversidad eclesial y esta celebración resulta pastoralmente significativa, porque ve unidos en un único rito a muchos mártires de una misma archidiócesis y tiene las siguientes características:

-la representatividad eclesial del grupo de mártires,pues hay sacerdotes, religiosos y seglares, que son expresión de los numerosos carismas y familias de vida consagrada;

-la representatividad de la Iglesia en España, porque este grupo representa 37 diócesis. Todos ellos se encontraban en Valencia desarrollando sus respectivos ministerios y actividades apostólicas y algunos de ellos han sido unidos en el proceso por competencia, en base a la normativa canónica vigente;

-el elevado número de sacerdotes seculares y de seglares, pues es la primera vez que son beatificados 40 miembros de los presbíteros diocesanos de Valencia (37) y Zaragoza (3), así como 22 mujeres y 20 hombres y jóvenes, miembros de la entonces floreciente Acción Católica Española y de otras asociaciones de apostolado seglar, de todas las edades, profesiones y estado social;

-el actual contexto pastoral favorable, que ha despertado interés en las diócesis españolas hacia esta página gloriosa de la reciente historia. Ésta había quedado un tanto olvidada, pero testimonia la fe y la fidelidad de la Iglesia en España y, más en concreto, en Valencia que tuvo sus orígenes a principios del siglo IV en el martirio del diácono Vicente. El desarrollo de los procesos, las correspondientes catequesis y la "fama martyrii" han llevado a las comunidades cristianas a un mayor interés y devoción hacia los mártires.

Por ello, la beatificación de todos ellos juntos es sumamente oportuna y es de desear que susciten una vida cristiana más intensa, un mayor fervor espiritual y un renovado interés por mantener viva la memoria de estos gloriosos testigos de la Fe.


La página del sitio del Vaticano de donde lo hemos tomado contiene más información, así como la lista de los 233 beatificados, y bibliografía pertinente sobre el tema. También puede leerse la homilía de SS Juan Pablo II en la misa de beatificación, en la Plaza de San Pedro.
La imagen que acompàña la sección de los 233 mártires es un detalle del sepulcro de mármol del siglo IV tradicionalmente asignado a san Vicente mártir, que se encunetra en el Museo de San Pío V de la ciudad de Valencia; esta imagen se utilizó como símbolo gráfico para los actos de la beatificación.
 

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