sábado, 10 de agosto de 2013

Bendecir

      

 


Bendición de Jacob
 
La palabra «bendecir» procede del verbo latino bene-dicere, «decir bien» (en griego: eu-Iogo). Estas palabras se corresponden con los términos hebreos barak, bendecir, y beraká, bendición. Esta raíz brk no tiene relación con la palabra bendecir, sino con el término «rodilla» (bérek), que es un eufemismo para designar lo sexual, y, por tanto, la fecundidad. Bendecir es ante todo asegurar la fecundidad, el éxito; de ahí el sentido de baraka. (en árabe): el favor de Dios, la suerte. Algunos piensan también en el arrodillamiento del hombre bendecido que da gracias a Dios.

Dios y el hombre bendicen

En la Biblia, bendecir se emplea en dos sentidos: en primer lugar, Dios bendice al hombre dándole la vida, la fecundidad, el éxito. Después, a su vez, el hombre bendice a Dios por las gracias de sus dones, le da las gracias. La bendición es la palabra que el Dios creador dirige a todos los seres vivos para darles la capacidad de reproducirse: «Dios los bendijo diciendo: Creced, multiplicaos y llenad las aguas del mar; y que también las aves se multipliquen en la tierra» (Gn 1,22). Y el sexto día, después de la creación del hombre y de la mujer, «os bendijo Dios diciéndoles: Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla» (Gn 1,28). Del mismo modo, después del diluvio, durante la nueva creación, «Dios bendijo a Noé y a sus hijos diciendo: Creced, multiplicaos y llenad la tierra» (Gn 9,1). Por otra parte, en la Biblia Dios no bendice nunca los objetos, sino sólo a los seres vivos. En la última cena, Jesús no bendice el pan: «Tomó el pan, pronunció la bendición (o dio gracias)»: esta oración de bendición proclama que el pan y el vino, igual que cualquier vida, son dones de Dios (Mc 14,22).

La bendición

El primer hombre que recibe la bendición es Abrahán; Dios le dice: «Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y haré famoso tu nombre (…) Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra» (Gn 12,2-3), y esta bendición es proseguida en sus descendientes (Gn 22,18). Desde entonces, la bendición divina penetra la historia de los hombres y se transmite de generación en generación de creyentes, «así que los que viven de la fe reciben la bendición junto con Abrahán, el creyente» (Gál 3,9). Todo creyente recibe la bendición en herencia no para sí mismo, sino para transmitirla en medio de los hombres: «Bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición» (1 Pe 3,9). La gran bendición que inicia la carta a los Efesios pone de manifiesto todas las riquezas de la salvación por Cristo: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que desde lo alto del cielo nos ha bendecido por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales, en los cielos» (Ef 1,3).
En la liturgia de la Iglesia, la bendición divina es celebrada en toda su dimensión trinitaria: el Padre es adorado como la fuente de todas las bendiciones concedidas a todas las criaturas; el Hijo, como aquel por quien el Padre nos colma, y el Espíritu Santo, el que derrama en nuestros corazones los dones procedentes del Padre. Porque Dios bendice el corazón del hombre, éste a su vez puede bendecir al Padre, en su Hijo, por el Espíritu. La bendición es el centro de la oración cristiana, el lugar donde el corazón del hombre entra en la alabanza de Dios.

La maldición

La bendición tiene también su contrario: Dios puede declarar la desgracia a los que le rechazan (Dt 30,15-20). Pero Cristo nos ha liberado de esta maldición tomándola sobre sí mismo (Gál 3,13).

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