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El gran carpintero |
Hace poco tiempo llegó a mis manos un hermoso cuento:
Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea: fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea decidió que tenía que renunciar. ¿La causa?: ¡hacía demasiado ruido!. Y además se pasaba el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo: dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en el trato y siempre tenía fricciones con los demás. La lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro, que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto. En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente la tosca madera se convirtió en un lindo mueble.
Cuando la carpintería quedó de nuevo sola , la asamblea reanudó su deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho y dijo: "Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos. La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de su fortaleza y de trabajar juntos.
En este maravilloso y simple texto vemos retratada en gran medida la aventura humana: pasamos por la vida afirmándonos en los aspectos más salientes de nuestra personalidad, buscando en lo que consideramos "bueno" de nosotros mismos una causa a ser impuesta a todos los demás. Si soy muy ordenado, imponer el orden, si soy paciente, imponer la paciencia, si soy enérgico imponer una actitud enérgica en los demás. Y así utilizamos aspectos sin dudas buenos de nosotros mismos, como elementos de división y discordia entre los que nos rodean. Como en la carpintería, dejemos que Jesús, el Gran Carpintero, nos utilice de acuerdo a Su Necesidad. Dios sabe muy bien por qué a cada uno de nosotros nos dio una aptitud o virtud más marcada que las otras: que sea Él el que nos tome como herramientas de Su Taller Espiritual, para moldear Su Obra de la Salvación del modo que Su Divina Voluntad requiera.
No nos esforcemos en lograr un mundo formado sólo de martillos, de lijas o de serruchos, según sea que nos sentimos nosotros mismos martillos, lijas o serruchos, respectivamente. Dejemos que el Adorable Carpintero haga en Su Taller el mejor uso de Sus Herramientas: seamos humildes instrumentos de Su Mano Salvadora.
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