jueves, 4 de julio de 2013

Breve historia del monacato cristiano, soledad y silencio

San Antonio Abad - Francisco de Zurbarán
San Antonio Abad - Francisco de Zurbarán
De Juan el Bautista, Jesús, los Padres del Desierto, las órdenes monacales en Occidente como la de san Benito, san Bruno y san Roberto de Molesme.
 
El monacato cristiano tiene raíces en los esenios además del ejemplo de san Juan Bautista, san José y Cristo. Al primero se le conoce como el patrón de los solitarios y príncipe de los eremitas mientras que el segundo se le conoce como el patrón de la vida interior, porque no dice ninguna palabra en el Evangelio. Jesús llevó vida en soledad durante cuarenta días en el desierto para vencer a las tentaciones y fortalecerse por medio de la oración.
El movimiento eremítico se fortaleció en el siglo IV, cristianos que buscaban perfeccionarse por medio del ascetismo y la mística se retiraban al desierto, para en la soledad y el silencio, romper con lo mundano y encontrar a Dios. Se gestó un movimiento que es conocido como los Padres del Desierto entre los que figuraron: san Pablo el Ermitaño, san Antonio Abad, san Pacomio, san Hilarión, san Pafnucio, entre muchos otros. Sus semblanzas e ideas quedaron escritas en los Apotegmas y en las Colaciones éstas últimas recopiladas por san Juan Casiano.

San Antonio Abad, Padre de los Monjes

El monacato cristiano tuvo como uno de sus primeros focos de desarrollo Egipto, bajo la dirección de san Antonio Abad, quien inició como eremita, pero después en torno a él se fundaron varias comunidades, razón por la cual se le conoce como el Padre de los Monjes. Una de las órdenes religiosas llevó su nombre fueron los Antoninos, fundados en el siglo XI, que con el paso del tiempo se establecieron en varias partes, incluyendo México. Una de las costumbres de esta comunidad era bendecir el 17 de enero a los animales domésticos y de granjas.
  San Antonio Abad consideraba que había sido el primero en retirarse al desierto, sin embargo, una iluminación lo llevó a conocer a san Pablo el Ermitaño, que era el que en realidad llevaba más tiempo en la soledad. Es común la representación iconográfica en que aparecen platicando estos dos santos.

Las reglas monacales y extensión del monacato

La vida en común de los monjes se tuvo que normar, razón por la cual se empezaron a redactar varias reglas, entre las que sobresalen la de san Pacomio y san Basilio, ésta última seguida por los monjes ortodoxos. El monacato se fue extendiendo al Medio Oriente, creándose las Lauras; posteriormente san Juan Casiano introduciría esta forma de vida en el Occidente, en específico en Marsella.
En el siglo VI sería san Benito de Nurcia, quien llevaría el monacato a un punto culmen, con la redacción de su regla, la cual todavía siguen varios monjes y la creación de los benedictinos. El lema fundamental de los monjes es: “ora y trabaja”, que son los dos ejes para lograr la perfección y la vida eterna.

El monacato inglés

El monacato inglés estuvo interrelacionado con la cultura celta, se destacó por su labor de apostolado y penitencia. Iniciado por san Patricio, quien en el siglo V evangelizó a los irlandeses. Después destacó san Columbano (540 -615), quien llevó el monacato celta a Luxeuil, Francia y a Bobbio, Italia. San Agustín de Canterbury evangelizó Bretaña desde 597 y san Brendano que fundó abadías hasta en Groenlandia.
El monacato celta quedó integrado con el de tendencia romana en el concilio de Whitby en el año de 664, dominando el segundo enfoque. De esta generación fueron: san Benito de Biscop, san Beda el Venerable, doctor de la Iglesia y san Bonifacio evangelizador de Alemania.

El monacato francés

San Juan Casiano y san Martín de Tours iniciaron el monacato en Francia. En la Alta Edad Media, en el siglo X san Guillermo de Aquitania impulsó la reforma benedictina de Cluny en la Galia convirtiéndose en foco de la cristiandad. Varias órdenes contemplativas tendrían su inicio en esta región. Una comunidad que nunca se ha relajado y que siempre se ha mantenido unida es la cartuja fundada por san Bruno de 1084 a 1092. Los cartujos se han destacado por combinar la vida eremítica con la monacal, promoviendo la soledad y el silencio.
Un acontecimiento de trascendencia fue la fundación de la orden Cisterciense por san Roberto de Molesme en 1098. Posteriormente san Bernardo de Claraval le daría un gran brillo a la comunidad de los monjes blancos. San Norberto fundó a los premonstratenses en el año de 1120, en el valle de Premontré.

Otras órdenes monacales

Una orden monacal de importancia fueron los camaldulenses fundados por san Romualdo en el año 1012, de los que surgirían figuras como san Pedro Damián, quien criticaría la relajación de ciertos miembros de la Iglesia.
La vida eremítica y monacal muestran la necesidad que tiene el ser humano de tener momentos de soledad y silencio para encontrar la paz, la creatividad y volver a Dios. En un mundo tan ajetreado, esto es imprescindible.

Orígenes del Monacato cristiano
El monacato aparece como una clase dentro del cristianismo sólo a fines del siglo III. Antes era sólo un grupo de hombres dedicados a la vida solitaria, elección hecha por voluntad propia. El monje (palabra del griego monos, que quiere decir solo o solitario)era el hombre que vivía apartado de los demás.
   El surgimiento del Monacato Cristiano es sin duda alguna una cuestión disputada, ya que el motivo que originó su aparición no está claramente establecido. Ante esto es preferible dar a conocer todas las hipótesis para así tener una visión de conjunto sobre el posible móvil que dio origen al surgimiento del monacato cristiano:
  1. Fundamentación Bíblica: Mateo 19:29 " Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredara vida eterna".
Ante esto lo más razonable es no dar una sola causa todo el peso que implica el origen del monacato cristiano ya que lo más probable es que sea producto de muchas razones. Sin embargo si hubiese que atribuir el origen del monacato a una razón más específica e imperecedera, esta razón seria el ansia de seguir a Cristo.
 
Orígenes del Monacato Cristiano
El monacato surge principalmente en las dos últimas décadas del siglo III y lo hace a raíz de que algunos cristianos se desligan de su vida cotidiana, es decir de su familia, de sus pertenencias, etc. Y se retiran a la soledad para llevar una vida de austeridad voluntaria. Austeridad que se refiere a lo económico, alimentario, vestimenta, castidad, etc. En fin, normas impuestas por ellos mismos con el objetivo de seguir el ejemplo de Cristo. Por lo tanto el monacato cristiano representa un paso en la evolución de la vida perfecta.
   La vida monástica (en su forma inicial) aparece en varias de las más importantes religiones del mundo civilizado, lo que nos demuestra que es una reacción humana y normal ante las aspiraciones morales y espirituales, ya que fue la enseñanza de Jesús la que dio forma a esas aspiraciones, engendrando así la existencia del monacato.
«Históricamente, la vida monástica y las actividades próximas y dependientes de ella en la Iglesia cristiana, se presenta desde principios del siglo IV hasta nuestros días como un impulso vocacional de aquellos que desean dedicarse enteramente a una comprensión más profunda y una observación más completa de los mandamientos y consejos de Cristo de las que se exigen a los que profesan simplemente la religión cristiana. Este concepto de la vida cristiana vivida en diferentes intensidades, es decir, por grupos o clases reconocidos, aunque nacida de la experiencia en otros aspectos de la vida humana, ha sido y es aún materia de discusión.» (David Knowles, El Monacato Cristiano. pp. 9-10)
Es por tanto necesario hacer hincapié en que los orígenes del monacato cristiano no obedecen a una sola causa, sin embargo el primitivo monacato identifica en gran medida la imitación de Cristo encarnada en la idea del martirio. El antiguo monje cree que con la imitación de Cristo puede cumplir de mejor manera algunos de los imperativos del Evangelio como son la genuina aspiración a la perfección y el verdadero amor a Dios. Siendo así resulta claro ver que el monaquismo cristiano en sus orígenes se entendía a sí mismo como la realización de ideales cristianos de perfección y representa un paso importante en la evolución de la vida perfecta que se practicaba en la Iglesia. Cuando en las dos décadas finales del siglo III algunos cristianos de Egipto y de Siria Oriental se desligaron de sus anteriores formas de vida en común en la familia y en la comunidad cristiana y se retiraron a la soledad, lejos del contacto con los hombres, para llevar una vida de voluntaria pobreza y de continencia sexual, quedo dado el primer paso que, desbordando el temprano ascetismo cristiano, había de conducir al monacato propiamente dicho.
   Por otra parte hay que comprender que desde el principio de la vida cristiana, las comunidades mostraban su respeto por los que elegían la virginidad y la castidad. Esta opción se basaba en el ejemplo y en la enseñanza de Jesús:
«Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible. Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que habéis seguido también os sentareis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros.» (Mateo 19: 21-30)
Jesús exhorta a sus seguidores a dejarlo todo, a llevar una vida pura.
Para el siglo II y III, los testimonios son cada vez más numerosos sobre hombres y mujeres que escogen el camino del ascetismo y de la castidad. A la motivación cristiana de dejarlo todo por el reino de los cielos habría que añadir a los que escogen la castidad por disgusto ante la inmoralidad del ambiente; para las mujeres, la virginidad podía ser una manera de liberarse de la sujeción social que era el matrimonio.
   Hay que tener presente que el monacato no se puede separar de la vida social, lo esencial es tener noción de las reales razones que movieron a gran número de personas a practicar algunas formas de ascetismo para satisfacer sus aspiraciones religiosas a partir del año 270 aproximadamente.
   Con la paz de la Iglesia, desaparece el martirio. El ser cristiano no conlleva ningún riesgo y muchos empiezan a relajarse. Es así como algunos hombres desean llevar una vida cristiana más fervorosa y alejada de las preocupaciones del mundo. Y se van al desierto, es el origen del monaquismo.
 
Egipto: cuna del monacato cristiano
Casi no hay duda acerca del momento y el lugar de aparición del monacato en Oriente. El lugar fue el bajo Egipto y el momento a finales del siglo III; específicamente la Iglesia egipcia del año 271.
«En Egipto aparecieron las primeras grandes de figuras de monjes, universalmente admitidas y propuestas como modelo. En Egipto se especificaron relativamente pronto las principales formas de vida monástica –el anacoretismo y, sobre todo, el cenobitismo- , con perfiles nítidos, perfectamente determinados. Por su número, sus proezas ascéticas, su discreción, su doctrina y sus virtudes, los monjes de Egipto alcanzaron pronto gran celebridad: se escribe sobre ellos; se emprenden largas y penosas peregrinaciones para visitarlos; se recogen avaramente sus dichos y hechos. A fines del siglo IV es Egipto el país clásico del monacato, el paraíso de los monjes.» (García M. Colombás, O.S.B., El Monacato Primitivo I. Hombres, Hechos, Costumbres, Instituciones, p. 45)
Por consiguiente se podría decir que el monacato es una auténtica creación del Egipto cristiano. Ahí mantuvo con mayor rigor su total separación del mundo y casi no intervino en el curso de la historia, salvo en controversias doctrinales, pero en lo que se refiere a la vida política o económica el monacato no tuvo influencia.
   Pero ¿por qué surgió el monacato precisamente en Egipto? El clima y el terreno, en el sentido del desierto y la soledad son favorables. Por otra parte hay que tener presente que en Egipto permanecía una cultura milenaria, esto hace que los cristianos aburridos de esa cultura huyan del mundo. Pero si queremos dar una razón más positiva ésta tendría que estar enmarcada en el ámbito de la creencia o expectativa del más allá, esta actitud espiritual y religiosa básica, de la que tantas generaciones se habría nutrido, era altamente apropiada para albergar y hacer fructificar las vocaciones cristianas. En pocos decenios, regiones del alto Egipto muy alejadas de los grandes asentamientos humanos (llamadas más tarde la Tebaida por referencia a su centro geográfico, Tebas) y la zona del desierto de Nitria al sudoeste de Alejandría, se vieron pobladas por numerosos hombres que construían chozas o alojaban en cuevas, demostrando así que el desierto de Egipto era el ambiente propicio para el inicial desarrollo del monacato cristiano.
   Por otra parte la situación económica y política contribuyó de cierta manera al éxito del monacato en Egipto. Pero la vida monástica en el desierto es demasiado dura para que resulte soportable a hombres sin fe. Lo que realmente explica este éxito, dice Colombás, es el misticismo ardiente y el modo heroico de soportar el sufrimiento: «Resulta natural que en un pueblo cristiano de tales características floreciera exuberante la vida religiosa. El monacato fue en Egipto no sólo un fruto de la sabia y helenista Alejandría, sino del sencillo y ardiente pueblo copto. Fueron estas gentes rústicas, sin educación, las creadoras de las formas monásticas más probadas, los que proporcionaron a la Iglesia el paraíso de los monjes que fue Egipto a lo largo de los siglos IV y V.» Es así como Egipto a partir del siglo III se va transformando en la cuna del monacato no, las condiciones naturales son propicias, los hombres buscan la soledad. Egipto y su desierto logran entregar lo que los hombres anhelan. 
 
Variedad de formas del Monacato
Sería imposible representar la vida monástica en Egipto como un todo homogéneo. Surge sin duda alguna como una manera de seguir a Cristo, pero esa manera no es uniforme.
El monacato cristiano en Oriente se dará de diversas formas:
El ascetismo primitivo
Este ascetismo está caracterizado por la exagerada austeridad que se imponían los cristianos, tanto hombres como mujeres. Estos ascetas no se alejaban de su comunidad, sino por el contrario, permanecían en medio del mundo, con sus familias y participaban en la vida común de la sociedad. Solo a fines del siglo III los ascetas empezaron a retirarse al desierto. Es importante tener en cuenta que la espiritualidad de este grupo está enmarcada en el valor que ocupa la persona de Cristo. Jesús no es para estos hombres un ideal abstracto, ya que la estrecha unión con El y su presencia entre ellos las permitirá perseverar en la humildad, en la perfecta pureza; con la ayuda de Jesús rechazarán todo el mal que se encuentre en este mundo.
   Los ascetas practicaron austeridades que conducían a la más alta mortificación, el ayuno estaba establecido para los días miércoles y viernes, pero muchos ascetas aumentaron dichos ayunos y agregaron otros tipos de abstinencias. La oración tenía una especial preponderancia en las Vigilias; estas tenían lugar cada semana en la noche del sábado al domingo. Estas vigilias estaban compuestas de lecturas bíblicas, homilías, salmos y oraciones. Ascetas y vírgenes, siguiendo la costumbre Judía se hacían el deber de orar en la mañana, al mediodía y por la tarde. Habitualmente oraban de rodillas, salvo en Pascua que lo hacían de pie como signo de gozo por la resurrección del Señor.
   Hay que recordar que durante los tres primeros siglos las persecuciones fueron casi permanentes y esto hacia que la vida cristiana fuera dura y penosa, por lo cual debían fortalecer la "paciencia". Paciencia en el sentido etimológico de la palabra es la capacidad de padecer, patior, los males y sufrimientos de esta vida, con constancia y resignación, ya que la recompensa será una gloria incomparable. Mediante la paciencia se prueba la fe, el hombre se desprende de los bienes del mundo y se es capaz de soportar las injurias; la paciencia mitiga el dolor de las penas y apaga el deseo de venganza, a la vez que da fuerza y coraje. 
 
Las colonias de solitarios
Contrario a lo que podría creerse, lo normal era que los solitarios vivieran cerca unos de otros ya que la vida en el desierto era penosa y difícil, algo tan elemental como los alimentos no es fácil procurárselos, por lo cual permanecían estos hombres relativamente cerca para así poderse ayudar. Lo habitual entre este grupo de hombres era reunirse en torno a un hombre que estuviese más preparado en lo espiritual y así era como se convertían en una hermandad de solitarios, en la que celebraban juntos la Eucaristía. Tal es el origen de las colonias de ermitaños, de las que hubo muchas en Egipto.
«Las más celebres se encontraban en el norte, no muy lejos de Alejandría. Eran las de Nitria, Escete y las Celdas. En buena parte, eran famosas por ser las más fáciles de visitar y, de hecho, las más visitadas. Es muy posible e incluso probable que en otras partes del inmenso país hubiera otras colonias eremíticas tan virtuosas y edificantes, de las que nada o casi nada sabemos. Pero es muy cierto también que en las tres colonias mencionadas vivieron anacoretas dignos de todos los elogios, como Ammón, los dos Macarios, Pambo, Pablo el simple, Poimén, Sisoes, Arsenio, Evagrio.» (García M. Colombas, O.S.B., El Monacato Primitivo I. Hombres, Hechos, Costumbres, Instituciones, p.70)
Es interesante ver como la vida de Macario, conocido también como San Macario de Egipto o Macario el viejo fue ejemplo para muchos otros solitarios. Al poco tiempo de retirarse e iniciar su vida de solitario, sus virtudes le atrajeron imitadores y fue así como se formó la primera agrupación monástica de Escete, bajo la dirección de Macario. Macario se distinguía por su discreción, sus sermones e instrucciones. Él era sacerdote, lo cual no era imprescindible para llevar una vida de solitario, pero esto le valió para tener gran llegada con sus seguidores. Macario organizo la primera colonia de Escete y luego se marchó a unos veinte kilómetros de distancia, en donde murió al poco tiempo. Lo que no impidió que en ese lugar se juntaran muchos solitarios y formaran otra colonia.
   Esta forma de monacato estaba basada en la concepción anacorética y constituía una comunidad cooperativa de solitarios. En el centro de las colonias generalmente se levantaba una Iglesia, cuyo sacerdote, anacoreta como los demás, gozaba de cierta autoridad. Lo más conveniente para los solitarios era agregarse a una de tantas colonias anacoréticas que existían en Egipto, ya que les solucionaba muchos problemas tanto de orden material como espiritual.
Las ermitañas
Las mujeres no estuvieron ajenas a este tipo de vida. Ellas dejaban la ciudad y su familia para encerrarse en algún sepulcro, recibiendo por una ranura los alimentos necesarios para su subsistencia. Otras mujeres, asustadas por los peligros del desierto permanecían encerradas en sus casas. De más esta decir que su ideal era la virginidad, mediante ésta y la oración permanente pretendían seguir a Jesús.
 
San Antonio y el anacoretismo
La forma temprana y más concreta del monacato cristiano en Oriente fue realizada por los anacoretas, aquellos cristianos que a partir de la segunda mitad del siglo III, en número rápidamente creciente, añadieron al ascetismo practicado hasta entonces dentro de la comunidad cristiana la separación permanente de la familia y la comunidad.
   También se debe mencionar la existencia de un grado intermedio entre ascetismo y anacoretismo, es decir, el caso de ascetas que se retiran pasajeramente a la soledad, es así como el ascetismo cristiano primitivo condujo a la anacoresis en las cercanías del pueblo natal, pero en el fondo se luchaba por una forma todavía más rigurosa de eremitismo en el desierto egipcio. Una vez que en algunas zonas se fueron acumulando residencias de ermitaños, fueron surgiendo agrupaciones de anacoretas, uniones algo débiles en la que los solitarios se reunían en torno a un monje de prestigio que fuera su consejero y padre espiritual, aunque sin que le correspondiera tal cargo, este monje asumía el papel de superior o Abad. Estas agrupaciones de anacoretas, que generalmente eran un número considerable, vivían cada uno en su propia casa o habitación.
 
No se puede hablar del anacoretismo sin hablar de Antonio.
Antonio nace al sur de Menfis el año 251 aproximadamente. Perteneciente a una familia cristiana, a los 20 años siente el llamado de Dios: vende todo y su fortuna la reparte entre los pobres. Se pone bajo la dirección de un anciano asceta quien le entrega las "armas" necesarias para llevar una vida según el ejemplo de Jesús. Antonio en la primera fase de su existencia anacorética, en la que moraba todavía en las cámaras sepulcrales del cementerio próximo a su pueblo natal podemos encontrar rasgos esenciales del monaquismo egipcio: oración, trabajo manual y lectura de las Sagradas Escrituras. Esto era como lo básico, pero a los monjes de mayor experiencia se les planteaba una cuestión difícil de eludir: la lucha con el demonio. Que era en definitiva una lucha contra los poderes hostiles a Dios, que debe superarse mediante la fe. Ya que en la terrible soledad del desierto está el hombre expuesto con mayor rigor al asecho del diablo y es ahí donde se enfrenta a él y da la mejor prueba de su monaquismo.
   Luego Antonio se internó en el desierto y vivió durante veinte años en un fuerte abandonado. «Cuando se decide a salir del largo retiro, la vida eremítica se desarrolla en torno a él. Un gran número de "monasterios" (o sea, de celdas, habitada cada una por un solitario) se fundan y él es como su "padre". Realiza curaciones físicas y morales. Y da a sus monjes una enseñanza que consiste sobre todo en saberse guardar del demonio, su táctica y engaños.» (Fliche-Martin, Historia de La Iglesia. Volumen III, p. 354)
   Como vemos la lucha contra el demonio es algo permanente en el desierto y pone a prueba la preparación y fe del monje, ya que es un asunto de fe combatir las tentaciones demoníacas. Antonio murió a los ciento cinco años, el 17 de Enero del 356. Antonio es el padre y modelo de los anacoretas del desierto.
   Hay que tener en cuenta que en Egipto el desierto está al alcance de todos y es lógico que se retiren a él los que quieran separarse de la sociedad, ya que el desierto es la dura realidad que sirve de teatro al ideal monástico, el desierto es el lugar en donde no solo físicamente se junta el cielo con la tierra, es el lugar donde el ser humano se hace ángel o demonio, y además ofrece la "infraestructura" necesaria, como son las sepulturas de la época faraónica, es ahí donde se van los hombres que quieren llevar una vida alejada del mundo. Estos hombres pertenecían mayoritariamente a las clases bajas de la sociedad egipcia, pocos eran los procedentes de la clase media, y todavía menos los salidos de las capas superiores. Estos monjes pertenecían a un mundo rudo, ingenuo, tal vez un poco inculto. La mayoría no conocía el griego, hablaban, leían y escribían en copto, claro que muchos ni siquiera sabían leer y escribir, por lo tanto no es extraño que estos monjes sintieran desconfianza ante discursos intelectuales, aunque tuvieran una base teológica. Para ellos su religión, su forma de vida era simple, práctica. Ellos daban mayor importancia a la vida cotidiana que a las especulaciones sobre esta, deseaban avanzar en el camino de la perfección más que analizar estas etapas. Esta era la manera en que pensaban y actuaban la mayoría de los anacoretas egipcios. Otro aspecto que hay que dejar bien claro al tratar sobre la identidad de los anacoretas es su condición de laicos, el sacerdocio entre ellos era algo poco común ya que significaba abandonar la soledad, su estado monástico. Por lo tanto el sacerdocio no era masivo entre los monjes, por las razones anteriores y porque solo se dedicaban al sacerdocio los monjes más instruidos.
 
La vida del monje en el desierto
No es una vida de completo reposo, es una lucha, una vigilancia continua contra las agresiones del demonio. Los espíritus del mal están esparcidos por todas partes y son como los seres humanos en el sentido que cada uno tiene su propio carácter y sus intenciones. Además como todo hombre tiene su ángel bueno, debe cuidarse de su ángel malo, el cual está esperando el momento propicio para hacerlo caer. Por lo tanto el monje, el cual está en el camino de la perfección debe luchar contra los ataques del demonio, el cual se manifiesta en forma de tentaciones. En la bibliografía se hace mención al llamado "demonio del mediodía", quien representa a la tentación que surge precisamente a esa hora del día, es en el fondo la tentación más fuerte para los monjes, representada por una ansiedad terrible que hace que el monje reniegue contra su forma de vida.
«Cuando este demonio se apodera del alma infortunada, le inspira horror por su vida, disgusto por su celda, desprecio y desestima de los hermanos que habitan con él o cerca de él, teniéndolos por negligentes y poco espirituales. Lo vuelve flojo y perezoso para todos los trabajos que debe hacer en su celda. No le permite ni permanecer en la celda ni aplicarse a la lectura. El monje se lamenta frecuentemente del poco progreso realizado después de tanto tiempo que habita en ella, de los magros frutos espirituales que puede esperar mientras esté en compañía de tan mediocres hermanos… podría dirigir, servir a otras almas ¡y no forma a nadie, no consigue beneficiar a nadie con su dirección y su ciencia!
Alaba a los monasterios que están lejos del suyo. Habla de ellos como de lugares donde el progreso y la salvación son mucho más fáciles de obtener; describe el encanto el provecho espiritual que se siente viviendo con los que los habitan. Por el contrario, todo lo que tiene a mano está lleno de amargura.» (Fliche- Martín, Historia de La Iglesia. Volumen III, p. 355)
En esta cita se ve en forma clara lo que representa el demonio del mediodía, y hace que el monje pierda toda esperanza incluso puede hacer surgir pensamientos pecaminosos en él. Para estas manifestaciones demoníacas o tentaciones el monje debía estar preparado. Conocer las Sagradas Escrituras y practicar fervorosamente la oración eran formas de combatir estos embates del mal. Pero eso no es tan fácil ya que el camino que ha de recorrer para lograr la perfección, la similitud a Jesús, es muy largo y duro. Está en las manos del monje procurarse la defensa contra las agresiones demoníacas, el monje con la pureza de corazón que ha ido adquiriendo, con la tranquilidad de espíritu puede ir aplacando las tentaciones. Otra forma de mantener las tentaciones alejadas son mortificando el cuerpo, la vía más común eran los ayunos excesivos, con los cuales pretendían una prudencia en todo sentido, aunque fuera atentando contra su propia salud. Así se daba la vida del monje en el desierto durante los primeros siglos del monacato cristiano. Diversas formas de alcanzar la perfección, pero todas encaminadas hacia un único objetivo, que era lograr una vida parecida a la de Jesús.
El Cenobitismo
Pacomio: El Hombre y el Monje
Hombre de origen pagano, Pacomio, cuyo nacimiento se sitúa en la Tebaida superior hacia el año 292, es sin duda alguna el fundador del monaquismo cristiano, al ser el inaugurador de la vida cenobítica, de la vida común. Pacomio como es lógico no nace con la idea de crear una institución innovadora, ni con un espíritu cristiano, por el contrario, Pacomio era un egipcio común, reclutado por el ejército Romano, a quien gracias a este hecho la vida en adelante le sería muy distinta.
«Tenía unos veintitrés años cuando fue alistado a la fuerza en el ejército imperial. En la ciudad de Tebas, primera etapa del convoy en el que iba, conoció a unos hombres que acudieron a avituallar y consolar a los reclutas que tan de mala gana se veían obligados a servir bajo estandartes extranjeros. Profundamente conmovido por tanta caridad, Pacomio indaga que sus bienhechores son cristianos. Este hermoso ejemplo le inspira una decisión muy generosa: hace voto de consagrarse al servicio de sus semejantes si logra librarse de la milicia. Poco después y contra toda esperanza fue licenciado. No olvido Pacomio su promesa. En Shenesit o Chenoskobion (Kar-es-Sayad en la actualidad), población profundamente cristiana, se hizo instruir y bautizar.» (García M. Colombás, O.S.B., El Monacato Primitivo I. Hombres, Hechos, Costumbres, Instituciones, pp.92-93)
El bautizo e instrucción de Pacomio, como es de suponer no eran suficientes para transformarlo en el Padre del cenobitismo, el camino se había iniciado, pero era un largo y no menos difícil camino. Años más tarde, tal vez dos o tres, Pacomio se pone bajo la guía de Palamón, quien dirigía espiritualmente a un grupo de anacoretas, de él recibe las primeras enseñanzas: oración, lectura de las santas Escrituras, trabajo etc. Pacomio y Palamón llevaron una vida muy austera, solo comían pan y sal, y otros alimentos ligeros. Su tiempo estaba dedicado a la oración en forma casi exclusiva, llegando a no dormir. Luego de permanecer siete años con Palamón, Pacomio decide abandonarlo.
«Dotado de una gran intuición y sentido práctico, se dio cuenta muy pronto de los peligros y arbitrariedades a que se encontraban expuestos los eremitas. Sintió en su alma una clara inspiración que le arrastraba a dedicarse a ayudar a esos buenos monjes, llenos casi siempre de la mejor voluntad, pero con una inexperiencia y carecía de medios superlativa. Había que trabajar las almas humanas para presentarlas puras a Dios. Esa era su vocación.» (Carlos María López, El Hombre que creó Europa, p.97)
Su vocación era servir, ayudar a los demás, y durante los años de estadía con Palamón se dio cuenta que su misión no iba a ser posible en su totalidad. Así fue como inicio su caminata, la cual finalizaría en Tabennisi, una aldea abandonada, en donde decide construirse una celda para vivir. Aquí iniciaría su primera comunidad.
   Aunque él animo de Pacomio fuera elevadísimo, hay que entender que los comienzos de esta vida no le serían tan fáciles, hay que imaginar que el solo hecho de la construcción de una celda era tarea complicada para un solo hombre. ¿Cómo iniciaría su comunidad Pacomio? Sería fácil pensar en Pacomio reclutando gente, tal vez sirviéndose de un discurso cristiano sobre salvación, bondad, los beneficios espirituales de una vida comunitaria u ofreciendo su ayuda para la salvación de las almas. Pero realmente no fue así. El primero en unirse a Pacomio fue su hermano Juan, con el cual inició la ampliación general del local. Poco a poco comenzaron a llegar hombres de poblados cercanos para unirse a esta incipiente comunidad. Los primeros en llegar no eran los candidatos adecuados, eran soberbios, insolentes, no acataban las normas de la vida común y Pacomio se vio enfrentado a la decisión de expulsarlos.
   Luego del primer intento Pacomio no desiste, recibe nuevos discípulos, pero a estos les exige aparte del bautismo la renuncia total de todos sus bienes, para evitar así cualquier conflicto. La idea es que todos estén en igualdad de condiciones y los bienes que pudiesen poseer no fueran motivo para problemas dentro de la comunidad. Todo debe ser de todos. Así Pacomio inicia a tientas su organización. De ahora en adelante se verá enfrentado a todos los problemas que implica una organización, ya que en la vida comunitaria todo deberá ser reglamentado para evitar conflictos y arbitrariedades. El primer problema fue la mantención de la comunidad. En los inicios fue necesario que los monjes salieran a trabajar fuera del recinto en que vivían para lograr su sustento, Pacomio se limitaba a administrar los salarios para que nada faltara en la comunidad y hacer las tareas propias de aquella vida, de la vida doméstica que él debía manejar.
« Pero este sistema – Pacomio no tarda en verlo- es incompatible con el recogimiento y la disciplina. Cuando la afluencia de los monjes aumenta en proporciones insospechadas, la organización resulta prácticamente insostenible, impracticable. Hay que pensar en un nuevo régimen. El Apa comenta las dificultades con los ancianos de la colonia, y se decide a implantar en su organización un sistema autárquico. Tres monjes se comprometen a observar las Reglas que redacte. Y comienza la segunda etapa. Esta nueva estructura es más lograda, mucho más perfecta.» (Carlos María López, El Hombre que creó Europa, p.98)
Debido a los problemas e inconvenientes que producía el trabajo de los monjes fuera de la comunidad, Pacomio opta por cambiar el sistema de trabajo y es así como instaura los gremios de trabajo dentro del monasterio o cenobio, equilibrando el trabajo con las horas de oración y lectura divina. Así por fin Pacomio inicia la reforma del Anacoretismo, tratando de establecer una verdadera comunidad monástica, en que todo está dividido equitativamente apoyándose en la Regla, la cual ira redactándose poco a poco, según las necesidades que él vea. En todo esto Pacomio no podía estar solo, la dirección y manutención de este tipo de vida era imposible que estuviese a cargo de un solo hombre, es por tanto que Pacomio se hace asesorar por los hombres más ancianos de la comunidad, el no pretendía ser un dictador, sino un buen guía para todos sus hermanos. La experiencia le había enseñado que un grupo de gente llevando una vida común no lo era todo, se necesitaba más y es por eso que Pacomio comienza a escribir su Regla, con el objeto de ordenar y reglamentar esa vida común. Pacomio condujo a los hombres que se reunieron en torno a él a una alta perfección, sobre todo dándoles un ejemplo de fervor. Hacia el año 320 Pacomio dio comienzo al primer gran cenobio o monasterio de vida común.
« Dos rasgos del pacomianismo que fácilmente podían representar un peligro para el propio ideal, llaman ya aquí la arención. En primer lugar lo numeroso de la comunidad, que seguramente comprendía algunos centenares de monjes. Esto no podía menos que dificultar o poner en contingencia a la larga el quehacer del abad, que debía ser padre y director espiritual de todos sus monjes. En segundo lugar, la planificación económica de la gran explotación conventual conducía como por su propio peso a la adquisición de importantes posesiones y finalmente a la riqueza y al poder económico, que acabaría por poner en peligro el ideal de la pobreza.» (Hubert Jedin, Manual de la Historia De La Iglesia. Tomo II, p.473)
Pacomio vino a ser el fundador del cenobitismo, no exento de problemas en su organización y dirección no ha dejado dejar de existir desde entonces y seria precisamente el que habría de proporcionar al monaquismo cristiano su profunda influencia religiosa y cultural.
El monasterio pacomiano y la vida dentro de él
Tabennisi fue el primero, pero no el único monasterio Pacomiano, el grupo de hombres inicial con el tiempo fue creciendo de una manera insospechada, motivo por el cual se vio la necesidad de crear otros monasterios.
«Este tipo de monasterio estaba formado por un vasto recinto, rodeado por un alto muro de clausura. En él estaban diseminadas una serie de casas y cada una de ellas comprendía una veintena de religiosos. Cada religioso tenía su celda. Más tarde, tres monjes compartirían de ordinario la misma celda. Una iglesia, un refectorio, una cocina, una despensa, un patio o un jardín, una hospedería para los forasteros, completaban la disposición del monasterio.» (Fliche-Martin, Historia de la Iglesia. Vol. III, p.362)
Esto nos demuestra que el monasterio era un lugar sencillo, con las dependencias necesarias para vivir y atender a los que lo requiriesen en forma cómoda. Todo el recinto estaba rodeado por un muro de clausura, lo cual no era nada extraordinario para la época ya que la bibliografía hace mención a que todos los poblados estaban rodeados por una valla con una sola puerta, por lo tanto los monasterios (en el contexto del paisaje) no se veían tan distintos de los pueblos, lo que los tornaba un lugar accesible para forasteros y hombres que deseaban iniciar una vida retirada.
   Todos los monasterios pacomianos estaban supeditados a un superior, el cual tenía por misión organizar la vida dentro del monasterio, cada casa de monjes tenía una labor específica que cumplir dentro del monasterio, por lo cual ninguna actividad quedaba al azar y así se aseguraba el íntegro funcionamiento de la comunidad. Bajo esta jerarquía el monasterio no tendría ningún problema de administración y además desaparecía "la polémica" por la necesidad del trabajo para el monje. Ya que antes de la institución pacomiana algunos guías espirituales afirmaban que la vida del monje era como la de los ángeles, basada en la oración permanente y el ayuno, alejándose de los problemas terrenales (como lo sería el trabajo). La función de cada uno de los superiores era definida, su labor esencial era servir, ser servidores de sus hermanos, no imponer disciplina sin amor, ya que la idea del monasterio pacomiano era la comunión fraterna de todos sus integrantes.
   El ingreso al monasterio no significaba grandes pruebas a los postulantes, generalmente eran pocos los hombres rechazados, solo se les pedía la renuncia total al mundo y desear fuertemente la vida comunitaria, no se requería un largo noviciado ni nada parecido, ya que Pacomio tenía por objetivo acercar a los hombres a Dios. Con esto se demuestra que el ingreso y la vida en la comunidad no presentaban grandes dificultades debido a que Pacomio con su experiencia había planificado y posteriormente reglamentado la vida en la comunidad. Como se ha expuesto anteriormente, la planificación de la comunidad y sus edificaciones eran sencillas pero funcionales, ya que así se aseguraba el adecuado funcionamiento del monasterio. Es así como Pacomio organiza su comunidad, luego de su primer intento ya posee la experiencia necesaria, por eso va creando las dependencias requeridas para vivir y trabajar en forma adecuada, el monje debe ser un verdadero guía y educador para los otros monjes y para los hombres en general. Debido a esto el primer paso del monje recién ingresado a la comunidad era el bautismo, considerado la puerta de ingreso a la vida monástica, luego vendría la educación, aspecto de suma importancia para la trayectoria del monje en la comunidad. El saber leer era fundamental, ya que el monje se formaba con la meditación de la Biblia. El hombre analfabeto que sé hacia monje era sometido a un largo proceso de aprendizaje, además cada monasterio tenía una biblioteca, donde los monjes más ancianos se encargaban de instruir a los analfabetos.
   La vida diaria del monje Pacomiano se dividía entre la oración, meditación, trabajo y descanso. El sistema instaurado por Pacomio era totalmente factible de efectuar, ya que dejaba de lado todas las mortificaciones innecesarias, comúnmente practicadas por los anacoretas de la época. En su sistema estaba todo previsto, incluso las comidas, las que según la bibliografía eran por lo menos una al mediodía que consistía en verduras crudas, queso, pescado, higos, dátiles, y otra más escasa en la noche. La comida del mediodía era en el edificio principal y era compartida por todos. Todos ayunaban dos veces a la semana, los miércoles y los viernes, salvo los más austeros que hacían ayuno voluntario otros días de la semana. En el monasterio se tenía especial consideración con los enfermos y con los huéspedes. Para ellos disponían de dependencias especiales para atenderlos, enfermería y hospedería contaba con monjes para atender a quien lo necesitara.
   Una característica del monasterio Pacomiano era que los trabajos no eran asignados de manera obligatoria a los monjes recién ingresados, por lo general se les respetaba el oficio que tenían y en eso trabajaban dentro del monasterio. Luego de conocer las características del monasterio es fácil comprender el porqué del gran número de adeptos.
«Los miembros de la koinonia llegaron a ser una multitud que pesaba enormemente sobre los hombros del Santo. Cierto que las cifras que nos dan los diferentes autores no concuerdan, ni la mayor parte corresponde a los años en que vivía Pacomio. En vida de éste se llegaron a fundar nueve monasterios, uno de los cuales, Pbow, contaba con unos seiscientos monjes hacia 352, es decir, seis años después de la muerte del santo. El mismo documento que nos ofrece la cifra anterior asegura que, para la celebración de la Pascua se reunieron más de dos mil pacomianos. El imaginativo Paladio afirma que San Pacomio fue archimandrita de tres mil monjes; en otro lugar de la misma obra, calcula era unos siete mil; Casiano nos habla de cinco mil; Sozomeno también de cinco mil, y San Jerónimo nada menos que de cincuenta mil… Ante tal variedad de cifras, parece que la única conclusión que se pueda sacar es que la Koinonia llego a ser muy numerosa y que ya lo fue en la vida del fundador.» (García M, Colombás. O.S.B., El Monacato Primitivo I. Hombres, Hechos, Costumbres, Instituciones, p.97)
Estos antecedentes, aunque no concuerdan quizás con la realidad numérica de la Koinonia Pacomiana, dan una muestra de lo numerosa que llegó a ser esta institución, el original Tabennisi tuvo que crecer y expandirse a otros lugares, ya que eran muchos los interesados en pertenecer a esta comunidad. Pacomio tal vez no dimensionó cuando decidió convertirse al cristianismo y dedicarse a la vida solitaria la magnitud de las repercusiones de su decisión en la vida de muchos hombres y mujeres. Así Pacomio sin tener la idea original de crear una institución de tal envergadura, fue el iniciador de una comunidad que quizás se convertiría en la institución madre de muchas otras.
La comunidad de los pacomianos no consistía sólo en la separación del mundo y en la renuncia a los bienes, implicaba máximas más elevadas: "Todo deben ser una ayuda para ti, tú debes ser de provecho para todos", ahí radicaba la esencia de la Koinonia, una verdadera comunidad de hermanos, por lo cual eran severamente castigadas las faltas contra otros miembros de la comunidad. La propiedad del monasterio, asunto importante para la mantención de la comunidad, venía a ser "propiedad de Cristo", por lo cual los monjes no disponían libremente del terreno, sino conforme a la obediencia, a las leyes emanadas de un superior, las cuales iban en beneficio de todos.
 
La regla de San Pacomio
La Regla es una compilación de normas, preceptos o leyes que tiene por finalidad reglamentar la vida de la comunidad. La Regla escrita por Pacomio tiene netamente ese objetivo, regular mediante ciertas normas la vida dentro del monasterio, esta idea en Pacomio no surge inmediatamente, sino que poco a poco, ante la visible necesidad de mantener el orden y la buena convivencia.
«Es una regla bien curiosa la de San Pacomio. Su comparación con cualquiera de las reglas monásticas siguientes, el mismo desorden en que se suceden sus preceptos, prueban que nació de la práctica, de la vida. Lejos de haber sido dictado por un ángel, como pretende cierta tradición, representa la acumulación de preceptos emanados de un superior en el decurso de una larga experiencia, y es claro que diferentes secciones representan añadiduras al cuerpo primitivo, como lo prueban, entre otras cosas, las frecuentes repeticiones. Esto hace pensar que tales reglas son una compilación de ordenaciones dadas por varios superiores, esto es, no sólo por San Pacomio, sino también por sus sucesores inmediatos» (García M, Colombás. O.S.B., El Monacato Primitivo I. Hombres, Hechos, Costumbres, Instituciones, pp.95-96)
Esta regla tiene muchos objetivos, aparte de los ya mencionados también está el terminar con las atrocidades que cometían los anacoretas y cenobitas para lograr una mejor vida o una consagración. Estos hombres llevaban vidas rigurosas, donde el frecuente y casi permanente ayuno era cotidiano. Pacomio con su regla pone fin a todo esto, es en cierta manera una renovación de las antiguas costumbres de los monjes. Pacomio en su regla dicta normas para todo, desde la vida cotidiana dentro del monasterio hasta el castigo para los monjes desobedientes. La regla no era tan austera ya que Pacomio debía evitar todo tipo de exageraciones dentro de su comunidad, pero aunque mantuviera una cierta austeridad, dejaba un margen de libertad a los monjes, por ejemplo en el caso de las comidas, a los más ancianos se les permitía ayunar en forma más frecuente. Así la regla va cumpliendo dentro del monasterio una función ordenadora, reguladora y legisladora, para así poder lograr el objetivo de Pacomio, ser una verdadera comunidad de hermanos.
   Según Paladio en su obra Historia Lausiaca, la regla fue dictada a Pacomio por un ángel, el cual instruye a Pacomio para que dejara la vida solitaria y se convirtiera en padre de otros monjes. Esto como es de suponer es parte de la tradición y no de la realidad, ya que la regla debió ser escrita durante el transcurso de los años y a medida que se veían nuevas necesidades de normar y regular la vida común. La regla fue escrita en Copto, en su versión original. Posteriormente, en la segunda mitad del siglo IV, San Jerónimo realizó una traducción al latín, la que sirvió para que la regla de Pacomio perdurara y pudiese servir de guía a reglas posteriores. Es así como Basilio hace uso de ella para elaborar su propia regla. Este código se fue componiendo de a poco, los preceptos ahí establecidos se fueron acumulando a lo largo de la experiencia práctica de Pacomio. La importancia consiste en haber colocado una base económica y espiritual para la vida común, la cual es sustentada por la obediencia, castidad y pobreza.
 
Basilio y la reforma del cenobitismo
La vida religiosa comunitaria en la soledad pasa de Egipto a Palestina y Siria, y fue sobre todo Basilio el Grande quien mediante su actividad y sus reglas aseguró su victoria definitiva en Oriente frente al ascetismo libre y personal. Basilio nació en Cesaréa de Capadocia en el año 329 aproximadamente, recibió una educación profundamente cristiana. En el año 357 inició un viaje a través de Oriente con la intención de visitar a los más famosos solitarios y estudiar la vida monástica donde quiera que surgiese. Al regresar a su patria se instala cerca de Neocesarea frente a Annesi, donde en compañía de algunos ascetas agrupados alrededor de él llevo una vida de mortificación. Durante esos años comprobó y perfecciono las ideas que se había formado a lo largo de sus viajes de investigación sobre la vida monástica.
   Basilio luego de su viaje por Oriente logra un conocimiento sino total, parcial de la situación que viven los monjes o mejor dicho los diversos grupos de monjes. Al no ser Basilio monje de una determinada agrupación mantiene una cierta imparcialidad ante lo que conoce y estudia, por lo tanto sus reformas tienen el peso natural que implica un estudio serio sobre la forma de vida que están llevando los monjes de Oriente.
«Por otra parte, las organizaciones pacomianas exigían, según él, profundas enmiendas. Cada monasterio contenía un número excesivo de monjes. Excesiva era también la libertad otorgada a las mortificaciones particulares, lo cual favorecía las proezas vanidosas y complicaba terriblemente el común régimen alimenticio. Los praepositi, colocados entre el superior y los monjes acaparaban una porción muy grande de autoridad. Por último, las sanciones que amenazaban a los monjes culpables - el látigo, régimen a pan y agua...- le parecían demasiado brutales.» (Fliche-Martin, Historia de la Iglesia. Volumen III, p. 365)
Así Basilio, al conocer el funcionamiento de los monasterios pacomianos decide hacer cambios para evitar excesos. Por lo tanto se podría decir que Basilio hace lo mismo que Pacomio en el sentido de reorganizar las instituciones existentes. Para Basilio el monje es un cristiano íntegro, es el cristiano autentico, el monje según Basilio debe practicar la observancia total del Evangelio y cumplir íntegramente los mandamientos, si no es así, ese hombre no puede considerarse un monje.
«Para Basilio la vida monástica era comunal, pues era el marco adecuado para seguir fielmente la vida cristiana perfecta de amor fraterno, junto con el ascetismo propio del servicio y la humildad, y la penitencia por los pecados. Las jornadas se dedicaban al trabajo y a la meditación y estaban enmarcadas por plegarias litúrgicas similares a las ordenadas por Pacomio. Los monjes se dedicaban a la agricultura y a otros oficios, pero también había anexo al monasterio un orfelinato, un hospital y talleres para los pobres sin empleo. Basilio no escribió ninguna regla ni fundó ninguna orden comparable a la de Pacomio. Sus llamadas reglas no son más que consejos espirituales y comentarios a las Escrituras. Sin embargo, su influencia fue muy grande y duradera. Al separarse de la vida eremítica y de los aspectos individuales del ascetismo, Basilio dio lugar a una vida monástica que encaja perfectamente con el temperamento de las tierras griegas, y todos los monasterios del Imperio Bizantino y todos los monasterios rusos posteriores le consideraron su patriarca, igual que los monjes occidentales consideraron a San Benito.» (David Knowles, El Monacato Cristiano, p. 22)
De esta manera podemos captar la importancia que ha tenido Basilio en el desarrollo de la historia del monacato cristiano. Sus críticas y aportes perduraron y fueron un sólido ejemplo para las siguientes generaciones de monjes.
 
El aporte de Basilio
La reforma basiliana se llevó a cabo en el sentido de dar un claro norte a la obediencia, la cual se convirtió en la virtud primordial del monje, virtud en que se sustentaban las otras. Obediencia, pobreza y castidad eran las bases de la vida monástica que Basilio se había preocupado de poner en estrecha relación con los preceptos bíblicos, era por medio de estas virtudes que según Basilio se lograba la más estrecha unión con Dios. Basilio no deja nada al azar, al estudiar la estructura del monasterio pacomiano ve, que lo realizado por Pacomio en términos generales constituye un gran aporte ya que el cenobitismo, en el sentido que se deja de lado la vida solitaria y el interés personal, llegando a una vida común. Así mismo Basilio ve lo que es necesario reformar para llegar a constituir una ordenada familia monástica.
 
Principios fundamentales de la Reforma del Cenobitismo
Las Reglas de Basilio son un conjunto de normas prácticas en que se expone el ideal de monasterio, así él redacta dos tipos:
  • Regulae Fusius Tractae: que son reglas de mayor extensión, en las que expone los principios de la vida monástica.
  • Regulae Brevis Tractae: son reglas más precisas, con mayores especificaciones.
Finalmente, luego de conocer lo expuesto por Basilio, se puede concluir que en comparación con la legislación Pacomiana, Basilio muestra un marcado carácter de moderación y prudencia, no pretendiendo convertirse en un legislador monástico, logra con sus reformas informar e influir en todo el monacato.
 
Trascendencia del cenobitismo
Sin lugar a dudas la creación del Cenobitismo como nueva forma de vida monacal es una obra iniciada por Pacomio y acabada por Basilio, obra que perdura hasta nuestros días debido a sus sólidos planteamientos, los cuales se han mantenido a pesar de los avatares de la historia. El cenobitismo entendido como una unidad religiosa logra su forma ultima con Basilio ya que él logró sacar a los monjes de la soledad de las montañas y los destinó a hacer obras de asistencia social, consiguiendo así una integración entre la ciudad y el monje, y estos por su parte convirtieron al cristianismo en una religión de masas.
«Así pues, en algo más de un siglo, Egipto y los países ribereños del Mediterráneo oriental dieron a la Iglesia la vida monástica en sus rasgos esenciales y en todas sus diversas formas desde la vida solitaria y ascética, a través de los lavra y de las casas shenouiticas "reformadas", hasta la laboriosa y moderada institución de Pacomio y las obras caritativas de Basilio. Durante este breve período de tiempo se construyó el armazón interior de la vida monástica, el esquema detallado de las plegarias públicas, la guía práctica y ascética y el mecanismo de cualquier orden, y en los dichos de los padres y los escritos de Evagrio y Casiano quedaban trazadas las líneas fundamentales de una teología mística que iba a convertirse en tradicional.» (David Knowles, El Monacato Cristiano, p.22)
El monacato se fue extendiendo por toda la mitad oriental del Imperio Romano, y no fue llevado a occidente por nadie en particular, sino que se fue extendiendo poco a poco. Quizás uno de sus agentes podría ser San Atanasio que luego de haber estado exiliado, ya de vuelta en su tierra se dedicó a hablar sobre los monjes egipcios. Luego Jerónimo en Roma dio a conocer la vida monástica. De esta manera la vida monástica de oriente se fue introduciendo en occidente y de ahí la trascendencia esencial del cenobitismo. Ya que surgieron muchos seguidores de este tipo de vida por toda Europa, los cuales pretendían crear una comunidad perfecta, fueron realizando cambios estructurales al cenobitismo oriental de manera de adaptarlo al lugar y a la realidad en que vivían. La trascendencia del cenobitismo radica en su forma material en la creación de monasterios o cenobios, tanto femeninos como masculinos lo que fomentó sin duda la masificación de esta forma de vida. Ya que los monasterios, aparte de su misión eclesiástica representaron una alternativa de educación y trabajo para hombres y mujeres, que dedicando su vida a Dios y a los demás, realizaron grandes obras en beneficio de sus comunidades.
   Los monasterios dejaron de estar apartados de las ciudades y pasaron a formar parte de ella. Los monjes ya no vivían en completa soledad, sino que interactuaban con sus comunidades ya fuera mediante relaciones comerciales (las que evidentemente tenían por objetivo fundamental la manutención económica del monasterio) , educacionales o de beneficencia. Así los monjes dejaron de ser ajenos al mundo y con su forma de vida dirigida a Cristo lograron aportar al mundo con su ejemplo y sus enseñanzas.
Conclusión
Hemos visto como los Orígenes del Monacato Cristiano en Oriente son sin duda alguna, la más hermosa y duradera creación del cristianismo, ya que se trata de una obra realizada por hombres para el servicio de Dios. Hombres como Pacomio que huyen de la vida común para dedicarse en la soledad y contemplación a imitar la vida de Cristo. Sus primeras manifestaciones son sin duda a lo largo de la historia tentativas de un proyecto final, el cual irá logrando su forma última con las reformas de Basilio, ya que el insta a los monjes a realizar una labor social y no sólo contemplativa.
   Fueron muchos los hombres que siguieron este tipo de vida y realizaron según sus convicciones, modificaciones a la forma monástica original, todos sin excepción aportaron algo a esta gran creación cristiana, que llegó a su forma última con Benito de Nursia, el cual es considerado el Padre del Monacato Occidental debido a que es precisamente él quien realiza los cambios dentro del monacato para adaptarlos al lugar y a las necesidades. En el prólogo de su Regla nos dice:
"Escucha, hijo, los preceptos de un maestro e inclina el oído de tu corazón, acoge con gusto la exhortación de un padre bondadoso y ponla en práctica, a fin de que por el trabajo de la obediencia retornes a Aquel de quien te habías apartado por la desidia de la desobediencia. A ti, pues, se dirige ahora mi palabra, quien quiera que seas, que renunciando a satisfacer tus propios deseos, para militar para el señor, Cristo, el verdadero rey, tomas las potentísimas y espléndidas armas de la obediencia."
Son estas palabras dichas por Benito, que quizás fueron dichas por otros hombres y en otros tiempos anteriores las que escucharon tal vez estos hombres en su interior y decidieron dejar todo e imitar el ejemplo de Cristo, ejemplo que logró crear una enorme y notable institución que perdure hasta el día de hoy, gracias a Dios.

Los comienzos del monacato cristiano.     

EN SIRIA HABITARON LOS PRIMEROS MONJES CRISTIANOS

Si en todos los países y en todas las épocas de la historia religiosa han aparecido movimientos de espiritualidad, tendentes hacia una vida más evangélica, éstos se manifestaron de un modo espectacular en la provincia siria durante los siglos IV, V y VI. ¿Quién fue el primer cristiano que se retiró a la soledad para vivir «la vida angélica»? ¿Cuándo apareció la vida monástica en Siria? Preguntas hasta hoy sin respuesta. La Historia religiosa de Teodoreto de Ciro, documento básico para conocer la vida de los primeros gigantes de la ascesis siria, nada nos dice del origen del movimiento monástico.
Hasta hace algunos años, se creía que el monacato sirio derivaba directamente del egipcio, ya que se pensaba que el movimiento nació en el Valle del Nilo y de allí se extendió a Siria, Mesopotamia y Palestina. Hoy, en cambio, nos inclinamos por un origen autónomo del monacato sirio, acaso paralelo al egipcio. El monacato sirio parece haber nacido fuera de toda influencia extranjera. Esto no quiere decir que, en una etapa posterior, no haya habido intercambios de influencias entre las instituciones sirias y egipcias. «Creo, escribe J. M. Fiey, que hoy se está de acuerdo en afirmar que el fenómeno monástico y después el cenobitismo nació y se extendió, independientemente y casi simultáneamente, en Egipto y en Palestina-Siria-Mesopotamia. Pero mientras el primitivo monacato egipcio tiene figuras conocidas: Antonio, Pablo, Macario, etc., el monacato sirio no ha conservado el recuerdo de sus grandes antepasados».
No es exagerado si decimos que Siria estuvo en la vanguardia del movimiento monástico y que conoció una vida religiosa tan próspera, si no más, como Egipto. Es sabido que el historiador eclesiástico Teodoreto, obispo de Ciro, quiso demostrar, entre otras cosas, escribiendo su Historia religiosa, que los monjes sirios no eran inferiores a los del Valle del Nilo ni en número, ni en santidad, ni en proezas ascéticas. El obispo historiador les compara, por su número, a las innumerables flores que brotan cada primavera en los campos, donde cada una exhala su perfume característico. Sin embargo, la historia del monacato sirio bajo sus dos formas: anacorética y cenobítica, es casi desconocida. «La historia del monacato sirio y de sus instituciones, escribe S. Jargy, ha sido la menos estudiada y, por eso mismo, la peor conocida». Aparte de san Juan Crisóstomo y Teodoreto de Ciro que escribieron sobre la vida de los monjes sirios, raros son los autores que nos hablan de la primitiva vida monástica en Siria. No nos queda otro recurso, si queremos conocer las instituciones monásticas, que la investigación arqueológica, por cierto muy rica y poco explorada hasta la fecha. La investigación arqueológica será la fuente principal del presente estudio y gracias a ella nos será posible reconstruir, en parte, la vida de los monjes de los primeros siglos.
La historia religiosa de este período se caracteriza por una búsqueda de nuevas formas de vida cristiana. En efecto, Siria es el terreno fértil donde aparecen las más originales manifestaciones de vida solitaria, profundamente marcadas por el espíritu individualista de la raza. Todas las formas de ascesis cristiana se dan cita en las soledades sirias, desde el cenobitismo civilizado hasta el anacoretismo semisalvaje. Teodoreto de Ciro se complace en enumerar las singularidades carismáticas de sus conciudadanos y las técnicas ascéticas de sus monjes cuando escribe:

“El enemigo común de los hombres, en su deseo de conducir la raza humana a su perdición, ha encontrado innumerables vías de vicio. Paralelamente las criaturas de la piedad (los monjes) han descubierto diferentes escaleras para subir al cielo. Los más, innumerables, se reúnen en grupos (…), otros abrazan la vida solitaria (…), hay quienes habitan bajo tiendas o en cabañas, otros prefieren vivir en cavernas o en grutas. Muchos no quieren saber de grutas, ni de cavernas, ni de tiendas, ni de cabañas y viven a la intemperie, expuestos al frío y al calor (…). Entre éstos, hay quienes están constantemente de pie, otros sólo una parte del día. Algunos cercan el lugar donde se encuentran con una tapia, otros no toman tales precauciones y quedan expuestos, sin defensa, a las miradas de los que pasan".
Téngase en cuenta que los monjes sirios, y más particularmente los anacoretas, gozaban de una gran libertad para organizar su vida. En general, vivían libres como los pájaros del cielo, sin reglamento de vida, ni superior, al menos los del primer período que va hasta el concilio de Calcedonia, año 451. Las sagradas escrituras, las máximas de los ancianos y, sobre todo, la iniciativa personal, eran las normas sobre las que basaban su espiritualidad. Cada solitario consultaba sus fuerzas y, siguiendo el carisma que le dictaba la conciencia, se comportaba como le parecía. Gracias a esta libertad de organización, el monacato sirio produjo los más pintorescos y variados ejemplos de vida monástica. Sin pretender ser exhaustivos, enumeraremos las diversas categorías de monjes que marcaron al monacato sirio.
Los estacionarios o los monjes que se condenaban a la statio o inmovilización absoluta. Se imponían como regla estar siempre de pie, sin hablar ni alzar los ojos, sin extenderse para dormir. «Entre éstos, anota Teodoreto, hay quienes están constantemente de pie, otros sólo una parte del día». Teodoreto enumera entre los primeros a Moisés, Antíoco y Zebinas. Este, no pudiendo conservar, al final de sus días, la posición vertical todo el tiempo, se valía de un bastón como apoyo. Su discípulo Policronio, llegado a viejo, se dejó persuadir por Teodoreto, y se construyó una estrecha celda. Apoyaba su cuerpo en la pared y asi evitaba las caídas. La statio prolongada agotó tanto a Abraham de Carres que no pudo caminar más. Abba «pasaba el día y la noche de pie o arrodillado, ofreciendo oraciones a Dios». Otros, para mantenerse en posición vertical, sobre todo cuando dormían, se ataban a un poste o se hacían pasar una cuerda debajo de los sobacos o se ataban a una viga del techo.
Esta terrible ascesis seguía practicándose en el siglo X, ya que el célebre Rabban Yozedeq de Mesopotamia «estaba constantemente de pie y caminaba siempre, ya orase, ya recitase los salmos». Cuando, vencido por el sueño, su cuerpo le pedía un poco de descanso, se acostaba sobre una tabla inclinada con el fin de que sus pies tocasen tierra y así dormía.
Los dendritas, del griego donaron, árbol. Eran anacoretas que vivían en los árboles, imagen de nuestros antepasados paleolíticos. Construían sobre las ramas una especie de cabana y allí pasaban su vida. Otros se privaban de este «lujo», como el dendrita que vivía en el siglo VII en un gran ciprés junto al pueblo de Irenin, provincia de Apamea. La providencia le permitió caer al suelo varias veces. Para evitar este inconveniente, se ató al tronco del árbol con una cadena de hierro. Así, cuando perdía el equilibrio, no llegaba al suelo, sino que quedaba suspendido entre cielo y tierra, esperando la llegada de un alma caritativa que le pusiese en posición vertical.
La ascesis dendrita emigró de Siria a occidente, ya que vemos, en el siglo XIII, a san Antonio practicando este género de penitencia junto a Padua. El santo se hizo construir una especie de cabaña entre las ramas de un gran nogal y allí pasó los últimos días de su vida.
Los acemetas, del griego akemetoi o «los que no duermen». Los sirios les llamaban chahore «o los que vigilan». Eran monjes que vivían en comunidad y se turnaban por grupos en el coro con el fin de asegurar, día y noche, la laus perennis o la recitación continua del oficio divino. Los acemetas interpretaban a la letra las palabras de Jesús: «Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer» (Le 18, 1). De esta manera la comunidad, en cuanto tal, no dormía y estaba siempre presente en la oración. El tiempo no ocupado por la oración, lo empleaban en el apostolado y en el servicio a los necesitados. Aunque esta institución prosperó, sobre todo, en la región de Constantinopla, tuvo sus orígenes en Siria. Alejandro, su fundador (muerto en el 430), se estableció primeramente a orillas del Eufrates, jefe de una comunidad de varios centenares de monjes. Aquí ejerció un fecundo apostolado en la conversión de las tribus árabes de la estepa. Después, queriéndose instalar en Antioquia, se encontró con la oposición del obispo Flaviano y, buscando cielos más clementes, emigró a Bizancio.
El cenit de la más ruda ascesis fue alcanzado por los monjes-pastores o boskoí, en griego. Este es un término usado por el historiador Sozomeno para designar a ciertos ascetas de costumbres salvajes. Vivían a la intemperie, en la campaña, caminando a cuatro patas como los animales y alimentándose de hierbas que pacían a la manera de las ovejas. Los obispos Lázaro y Jacobo provenían de esta categoría de anacoretas.
Los más desconcertantes anacoretas que poblaron las soledades sirias fueron los dementes, dementes por Cristo, saloi, en griego. Estos, para practicar la humildad y el desprecio de sí mismos, vagabundeaban de día por los pueblos, haciéndose pasar por débiles mentales o poseídos del demonio. La noche la consagraban a la oración solitaria e intensa. El más ilustre representante de esta categoría de anacoretas fue san Simeón el Loco, cuya vida fue escrita por su contemporáneo Leoncio, obispo de Neápolis en Chipre (muerto en el 650). Originario de Emesa, hoy Homs, Simeón pasó 39 años de vida solitaria a orillas del río Arnón, en la región oriental del mar Muerto. Cansado de estar solo, decidió volver a su patria y dar ejemplo inaudito de humildad a sus conciudadanos. Llegado a Emesa, entró a la iglesia en el momento en que se celebraban los santos misterios. Provisto de un tirabeque y de nueces, orientó su puntería hacia el altar, apagando una a una las velas. Después subió al pulpito y comenzó a bombardear a las mujeres con los proyectiles que le quedaban.
Su conducta excéntrica llegó a la inmoralidad fingida. Un comerciante de vinos llegó a la conclusión de que Simeón no era tan loco como le creían en Emesa y le dio trabajo en su casa. Simeón, para huir de la vanagloria y hacer cambiar a su amo de parecer, se propuso algo insólito. Durante la noche se filtró en la alcoba donde dormía la mujer del comerciante y se hizo sorprender por el marido. Echado de la casa a grandes gritos, el comerciante repetía, a quien quería oírle, que Simeón era el más perverso de los hombres. Esto era precisamente lo que buscaba el asceta. La santidad de Simeón fue reconocida después de su muerte.
Los vagabundos, con este término queremos designar a las malas hierbas de la pradera de Teodoreto. Eran monjes que, abusando de la virtud de los otros, erraban de pueblo en pueblo, de casa en casa, perturbando la paz de la Iglesia y del Estado. Era la mejor manera, según ellos, de manifestar su condición de extranjeros y advenedizos en este mundo. Sustrayéndose a toda disciplina, se imponían la más rigurosa ociosidad. «Por su conducta no son monjes, dice de ellos el obispo Isoyahb, y por su hábito no son seglares». San Jerónimo, desde su retiro de Caléis, lanza contra esta categoría de monjes las invectivas más virulentas de su pluma. Los vagabundos fueron condenados por diversos concilios regionales, prueba de que las malas hierbas difícilmente se extirpan.
Otros, los estilitas, del griego stylos, columna, para evitar el vagabundeo, vivían sobre columnas, en una inmovilidad casi absoluta. Gracias al ascendiente de su fundador, san Simeón el Grande, el estilitismo se propagó prodigiosamente en Siria, suscitando numerosas vocaciones entre sus conciudadanos. Otra numerosa categoría de monjes sirios fueron los reclusos o recluidos voluntarios. Eran ascetas que, para evitar el mundanal ruido, se encerraban en celdas estrechas, donde no hablaban más que con Dios.
En la primitiva fauna monástica no podemos olvidar a los hipetros, del griego ypethrios o monjes viviendo a la intemperie. Teodoreto les clasifica en dos grupos: los que se encerraban en recintos no cubiertos, hechos de piedra sin argamasa, en donde el sol les tostaba en verano y el hielo les torturaba en invierno y los que, despreciando el más modesto recinto, se exponían, inmóviles, a la curiosidad general, de tal manera que la gente podía verles y palparles. El fundador de esta ascesis parece haber sido san Marón. Este vivía al aire libre en el períbulo de un templo pagano, situado «sobre una cima venerada por los paganos», seguramente sobre la actual montaña de Qalaat Kalota, a 25 kilómetros al noroeste de Alepo. San Marón tenía junto a sí una tienda, como precaución en caso de lluvia muy intensa, pero raramente se guarecía en ella. San Marón tuvo muchos émulos. La misma ascesis fue practicada por su discípulo Jacobo el Grande, que vivía en una montaña «a 30 estadios de nuestra ciudad», es decir, a unos 5 kilómetros de Ciro. No tenía «ni tienda, ni cabaña, ni recinto». El cielo le servía de techo. Un crudo día de invierno, habiendo descuidado de guarecerse en una cueva, fue sepultado en la nieve. Así permaneció tres días. Al cabo de este tiempo, unos campesinos que pasaban por el lugar le sacaron de aquel frigorífico, usando palas y picos. Teodoreto añade: «Todo el mundo podía verle combatir, hasta tal punto que rechazaba las necesidades inevitables de la naturaleza». Finalmente, agotado por las terribles penitencias, cayó enfermo de un flujo de bilis, después sanó y se mantuvo firme hasta su muerte.
Otro discípulo de san Marón fue Limneo, que practicó la misma ascesis sobre una eminencia que domina el pueblo de Tárgala. Este asceta tuvo un colega en santidad llamado Abba el Ismaelita, el cual, acostumbrado desde su nacimiento a vivir al raso, juzgaba superfluo el más modesto techo. «Cuando helaba se ponía asiduamente a la sombra y en la más fuerte canícula buscaba el ardor del sol» (IV). Monjes a la intemperie fueron: Eusebio que vivía cerca del pueblo de Asijas, Moisés, el cual, para sentir más rigurosamente las variaciones de temperatura, se estableció sobre una cima que domina el poblado de Rama y Juan. Este cortó un almendro que en verano le procuraba un poco de sombra, «con el fin de privarse de este placer».
También hubo mujeres que se impusieron esta ruda penitencia. Maranna y Cira, nobles damas de Alepo, se encerraron en un recinto sin techo, situado en un arrabal de la ciudad. Obturada la puerta a cal y canto, «soportaron la lluvia, la nieve y el sol». El obispo de Ciro, haciéndose eco de esta euforia mística de sus conciudadanos, añade: «Podría citar otros muchos en nuestras regiones, en las montañas y en las llanuras, tan numerosos que es difícil enumerarlos y más aún escribir sus vidas».
 

Un monje que dejó huella en el siglo XX     

SE CUMPLEN 90 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DEL BEATO DOM COLUMBA MARMION

JOSÉ RAMÓN GODINO ALARCÓN
Uno de los autores más populares y sólidos de espiritualidad del siglo XX fue, sin duda, el abad benedictino Columba Marmión. Joseph Aloysius, pues ese era su nombre de nacimiento, nació el 1 de abril de 1858 en Dublín, Inglaterra, en el seno de una familia numerosa y muy devota. Nadie podía imaginar que el recién nacido sería uno de los autores católicos sobre espiritualidad más famosos de los tiempos modernos. En el ambiente irlandés del s. XIX, no era extraño que alguno de los miembros de la familia fuera sacerdote o religioso. Columba, que tendría además tres hermanas monjas, entró en el seminario con dieciséis años, después de estudiar en un colegio jesuita.

Pronto demostró ser inteligente y estudioso. Por esta razón, fue enviado a estudiar al Pontificio Colegio Irlandés de Roma, donde terminó sus estudios en Teología y fue ordenado sacerdote en 1881. Desde joven vivió una honda espiritualidad. Era como si “estuviera consumido por una especie de fuego interior o de entusiasmo por las cosas de Dios”, como han explicado los que le conocieron entonces. Su entrada en el seminario reafirmó aún más esta fe, llegando a comprender que lo que estudiaba no era mera teoría, sino que en ello estaba lo más importante de la doctrina católica, “que el amor de un hombre por Dios se mide por su amor al prójimo”.
Y se puede decir que lo ponía en práctica, como se ve en la siguiente anécdota. Cuando contaba diecisiete años se enteró de que una de sus vecinas estaba pasando por enormes dificultades, incluso había sido citada en un tribunal por no poder hacer frente a sus deudas. Joseph tenía un dinero que había ido ahorrando poco a poco para hacer un viaje y, al enterarse de la noticia, se dio cuenta de que tenía que elegir entre ayudar a la vecina o disfrutar del fruto de sus ahorros. Después de darle vueltas toda la noche, decidió ayudar a la vecina.
En el seminario, estas actitudes no hicieron sino crecer, y es en esa época cuando vive un hondo cambio espiritual. Parece ser que un día, yendo a la sala de estudio, sintió “una luz infinita de Dios”, un fenómeno extraordinario de la presencia de Dios. Aunque la luz duró un instante, dejó una impresión indeleble en su vida. Este hecho sólo lo referirá lleno de emoción en los últimos días de su vida como acción de gracias. El joven seminarista era reservado a la hora de comunicar estas experiencias espirituales, a las que siempre restaba importancia.

A su regreso a Irlanda de los estudios romanos, el joven sacerdote decidió hacer una parada en la abadía de Maredsous, en Bélgica. Cuando conoció a la joven comunidad establecida allí desde hacía solo nueve años, proveniente de la abadía benedictina de Beuron en Alemania, deseó entregarse a la vida monástica, algo a lo que se opuso su obispo, que ya tenía planes para él. Nombrado coadjutor de Dundrum, localidad al sur de Dublín, al poco tiempo fue nombrado también catedrático de Metafísica en el Holly Cross College de Clonliffe, el seminario en el que había estudiado sus primeros años. De 1882 a 1886, alternó las clases con la dirección espiritual de muchos alumnos e incluso de personas ajenas a la institución, llegando a ser nombrado capellán de un convento cercano.
Las actitudes espirituales que habían empezado a manifestarse durante su etapa de seminario resultaron muy importantes durante su vida sacerdotal. Era conocido como un sacerdote muy humano, dispuesto a enseñar, asesorar, consolar y dar a cada uno la ayuda que necesitaba, ya fuera material o espiritual. Tenía la capacidad de ser feliz adaptándose a los demás para que estuvieran a gusto o para darles consuelo en los momentos difíciles. Fue entonces cuando empezó a ejercitarse en la dirección espiritual, el aspecto en el que más sobresaldría en el futuro.
Aunque la vida universitaria no era lo más deseable para él, los años en Clonliffe fueron años de consolidación en la formación teológica e intelectual. Marmión se movía con facilidad en el ambiente universitario, pero no era para él un punto de llegada. Durante los años pasados como profesor, Joseph pidió con insistencia poder unirse a los benedictinos de Maredsous. Finalmente. su obispo le dejó partir en 1886. La llegada a la abadía no fue un momento sencillo. El mismo Marmión define la sensación como “traumática”, pues pasaba de ser un respetado y conocido profesor a ser un simple novicio de veintisiete años. Todo en la abadía era extraño para él, desde la lengua francesa que se hablaba en la comunidad a la disciplina monástica, a la que era totalmente ajeno.
Todo cambió, incluso su nombre. Desde entonces se llamaría Columba, por el gran abad benedictino misionero San Columbano. Su noviciado fue bastante duro y parece paradójico que después de su profesión solemne, el 10 de febrero de 1891, fuera designado ayudante del maestro de novicios, con quien no se llevaba nada bien. Además, se le enviaba a predicar en las parroquias cercanas a la abadía. Sus inicios, por tanto, fueron bien difíciles. Aun así, pronto empezó a ser conocido por sus predicaciones. De ser un monje a quien no se encargaba predicar por su poco dominio del francés, pasó a ser el más requerido para la predicación de la comunidad. Todas las parroquias competían por tener en su púlpito al “padre irlandés”.
Desde 1891 a 1899, su vida se desarrolló sin sobresaltos, entre el trabajo monástico y la predicación, años de paz necesarios para madurar su vida como monje. La vida espiritual de Columba llegó a su plena madurez de la mano del carisma benedictino. Atendía las diversas funciones del estado monástico, sobre todo la vida de silencio y recogimiento y la constante fidelidad a la liturgia. En lo que más se esforzó, por resultarle más novedoso, fue en el desarrollo del espíritu de obediencia, compunción y humildad como expresiones de la fe, la esperanza y la caridad. En estos años a través de sus textos se puede ver cómo Cristo se va haciendo cada vez más el centro de su vida. La impresión general que dan sus escritos personales es que cada vez se da cuenta con mayor claridad de que Cristo quiere ser su amigo y que no puede alcanzar uno mejor. En 1893 afirma que “Jesús es todo para nosotros”. A ello le acompaña una conciencia creciente del valor de la oración y de que todo lo que hacemos proviene de sus méritos, no de los nuestros.
En 1899, Dom Columba fue enviado a ayudar en la fundación de la abadía de Mont César en Lovaina, convirtiéndose en el primer prior de la misma. El cargo suponía múltiples responsabilidades, pues fue nombrado director de estudios para los jóvenes monjes, profesor de Teología y director espiritual del Carmelo cercano. Su figura empezó a ser conocida a ambos lados del Canal de la Mancha, regularmente era requerido para dar retiros en Inglaterra y Bélgica y volvió a convertirse en confesor de personas ajenas a la abadía, entre las que destaca el futuro cardenal Mercier.
Es en esta época cuando empezó a destacar como maestro, desarrollando un estilo personal. Sus clases se distinguían por la claridad extrema y por la aplicación práctica de su fluida vida interior. Se dice de él que, en vez de presentar las verdades reveladas como teoremas geométricos que no tenían ninguna incidencia en la vida interior, buscaba inspirar en los estudiantes vivir por y en los misterios que estudiaban. La impresión en la comunidad educativa de Lovaina fue que tenía una maestría sin igual, conseguida no por la documentación exhaustiva que aportaba, sino por la amplitud de sus enseñanzas. Su pensamiento, según dicen sus contemporáneos, era fruto de su contemplación. En vez de perderse en conclusiones secundarias, aportaba resúmenes mordaces en los que unía su potencia de síntesis a la unión de los diversos problemas que podía plantear un tema. El resultado era mostrar el conjunto de las verdades reveladas unido e iluminado de tal forma que se podía reconocer que partían de un único principio. Se llegó a decir de él que como maestro de síntesis no tenía rival.
Mientras tanto, en su abadía de Maredsous habían sucedido cambios de importancia. Dom Hildebrand de Hemptinne había sido nombrado en 1903 Abad Primado de la Orden Benedictina, conservando el cargo de abad en Maredsous, pero en 1909 tuvo que dejar el cargo por no poder atender la abadía. Así, con 51 años y en el zénit de su vida intelectual y espiritual, Dom Columba fue elegido abad de Maredsous. La comunidad por aquel entonces tenía una gran importancia y estaba compuesta por más de cien monjes, con dos escuelas y editora de la Revue Bénédictine. Dom Columba eligió como lema “Para servir y no ser servido”, una de las principales máximas de la Regla de San Benito.
El monasterio comenzó a crecer en influencia espiritual e intelectual. En sus primeros años, las vocaciones aumentaron y cuidó del bienestar material de la abadía, instalando electricidad y calefacción, algo raro en los monasterios de la época. Después de tantos años de preparación intelectual y espiritual, siendo un maestro consumado, director espiritual experimentado y contemplativo, Dom Columba iba ahora a dar su mayor fruto.
La influencia y la fama de Maredsous pronto se extendieron. En 1909, el gobierno belga expuso a la comunidad la posibilidad de realizar una fundación en Katanga, en lo que era entonces el Congo Belga. Dom Columba hubiera aceptado sin dudar la oferta, que habría supuesto un impulso misionero, pero la comunidad prefirió orientarse al estudio y a la investigación en lugar de dedicarse a la evangelización directa. Dom Columba no dejó el proyecto y colaboró activamente con la abadía de San Andrés de Brujas, que finalmente lo llevó a cabo.
Su impulso evangelizador no se dirigió únicamente a África. En esos años, colaboró de forma decidida en la conversión al catolicismo de comunidades de Inglaterra y Gales. La paz y la estabilidad, sin embargo, se perdieron con el estallido de la I Guerra Mundial. Dom Columba, mostrando su inteligencia, inmediatamente mandó a los novicios a Irlanda para que no fueran llamados a filas.
Durante la guerra, Dom Columba transitaba constantemente entre Inglaterra y Bélgica disfrazado de ganadero y sin ninguna documentación. Aprovechó sus viajes para ser predicador y director espiritual, mientras contemplaba preocupado durante la guerra la actitud de sus novicios establecidos en Irlanda. En la casa de Edermine, los novicios vivían una vida que para Dom Columba no estaba suficientemente entregada a la oración, más preocupada en cumplir con el Derecho Canónico que con la Regla. La casa se cerró en 1920, cuando los jóvenes monjes pudieron por fin volver a Bélgica.
En el ambiente revolucionario de la posguerra, Dom Columba vio cercano un sueño: ante la falta de organización de la provincia benedictina alemana a la que pertenecía la abadía de Beuron y la necesidad de enviar nuevos monjes a la abadía de la Dormición de Jerusalén, propuso mandar monjes de Maredsous. Al final, fue posible enviar monjes alemanes a Tierra Santa y el sueño de Dom Columba no se cumplió.
En estos años, tuvo lugar su consagración como escritor. Jesucristo, vida del alma, obra aparecida en 1917, recogía las intuiciones de Dom Columba sobre la vida de oración. Lo que se creía que sería una pequeña edición, se convirtió de repente en un gran éxito editorial. Sus páginas ofrecían algo nuevo y revolucionario en el ambiente repetitivo y sensiblero de las publicaciones espirituales de la época. La revolución, como él mismo decía, no era otra cosa que volver a lo fundamental, poner a Cristo como centro de toda la vida espiritual:
Cuando contempláis a Cristo, rebajándose hasta la pobreza del pesebre, acordaos de estas palabras: ‘Quien me ve, ve a mi Padre’. -Cuando veis al adolescente de Nazaret, trabajando obedientísimo en el taller humilde hasta la edad de treinta años, repetid estas palabras: ‘Quien le ve, ve a su Padre’, quien le contempla, contempla a Dios.- Cuando veis a Cristo atravesando los pueblos de Galilea, sembrando el bien por todas partes, curando enfermos, anunciando la buena nueva cuando le veis en el patíbulo de la Cruz, muriendo por amor de los hombres objeto del ludibrio de sus verdugos, escuchad: Es El quien os dice: ‘Quien me ve, ve a mi Padre’. -Estas son otras tantas manifestaciones de Dios, otras tantas revelaciones de las perfecciones divinas. Las perfecciones de Dios son en sí mismas tan incomprensibles como la naturaleza divina; ¿quién de nosotros, por ejemplo, será capaz de comprender lo que es el amor divino?- Es un abismo, que sobrepuja a cuanto nosotros podemos comprender. Pero cuando vemos a Cristo, que como Dios es ¡una misma cosa con el Padre’ (Jn 10,30), que tiene en sí la misma vida divina que el Padre (ib. 5,26), cuando le vemos instruyendo a los hombres, muriendo en una Cruz, dando su vida por amor nuestro, e instituyendo la Eucaristía, entonces comprendemos la grandeza del amor de Dios”.
Jesucristo, vida del alma fue seguida por otras obras en las que se expresaba la centralidad de Cristo: Cristo en sus misterios, Cristo, ideal del monje y Cristo, ideal del sacerdote. La centralidad de Cristo, unida a la filiación divina, configuraron el cuerpo del pensamiento de Dom Columba, apoyado en las fuentes tradicionales (Biblia, Padres, Santo Tomás de Aquino y la liturgia) pero dándoles un significado nuevo, tanto que es uno de los pocos autores sobre los que públicamente han opinado positivamente todos los papas desde Benedicto XV.
Durante sus últimos años de vida, Columba Marmión tuvo un papel predominante en la espiritualidad. Sus libros se publicaban con gran éxito y se traducían a todos los idiomas posibles. La actividad que soportaba era frenética, lo que hizo que poco a poco su salud fuera resintiéndose. A partir de 1922, su estado de salud era muy delicado, pero no le impidió viajar a Lourdes ese mismo año y celebrar el 50 aniversario de la abadía que llevaba rigiendo catorce años. Sin embargo, la gripe le golpeó a finales de año y falleció en Maredsous el 30 de enero de 1923, a causa de una neumonía bronquial. La fama de santidad de Dom Columba se fue extendiendo poco a poco tras su muerte. En 1963, se trasladó su cuerpo desde el cementerio hasta la iglesia abacial y se encontraron los restos incorruptos. Una enferma de cáncer estadounidense visitó su tumba y curó milagrosamente en 1966, aprobándose el milagro el año 2000. Dom Columba Marmión, revolucionario de la espiritualidad católica, fue beatificado el 3 de septiembre de 2000.
A modo de anécdota, decir que cuando en la congregación de los Santos se discutió la heroicidad de las virtudes de Dom Columba, un consultor se resistía a aceptarla por lo grueso que estaba el buen monje y porque algunos decían que comía mucho. Pero la realidad es que, si bien Dom Columba comía bastante y estaba bien fornido, muchos testigos del Proceso de Beatificación afirmaron que a su vez era muy mortificado y comía mucho menos de lo que el cuerpo le pedía, que parece que era mucho más de lo que otros podían necesitar. Osea, que comía más que otros pero se mortificaba también de modo ejemplar pues el cuerpo le pedía todavía mucho más. Lo que muestra una vez más que la santidad hay que medirla en cada persona según sus circunstancias concretas.


 
 

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