miércoles, 3 de julio de 2013

Antonio María Zacarías, Santo


Sacerdote y Fundador, 5 de julio
 
Antonio María Zacarías, Santo
Antonio María Zacarías, Santo

Presbítero
Fundador de la Congregación de Clérigos Regulares de San Pablo

Martirologio Romano: San Antonio María Zaccaria, presbítero, fundador de la Congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo o Barnabitas, para la reforma de las costumbres de los fieles cristianos, y que voló al encuentro del Salvador en Cremona, ciudad de la Lombardía (1539).

Etimológicamente: Antonio = Aquel que es digno de estima, es de origen latino.
Nació en Cremona (Italia) el año 1502 y murió en la misma ciudad el 5 de julio de 1539. Basta la escueta indicación de estas fechas para comprender la trascendencia que, para la vida de la Iglesia, tuvieron los días que vivió Antonio María Zacarías. Inquietud y aspiración de reforma, ansias de renovación por caminos no siempre gratos a la jerarquía eclesiástica, miedo pusilánime en unos y excesos imprudentes en no pocos, definen el clima en el que debía germinar la semilla de un nuevo reformador santo, entre otros que, como San Cayetano de Thiene y San Ignacio de Loyola, produjo la Iglesia católica en el siglo XVI. Reformador, santo y, además añadimos, precursor del gran San Carlos Borromeo en la elevación espiritual de la diócesis de Milán.

Antonio María fue obra de la gracia, que comenzó por materializarse en el regalo de una piadosísima madre; de su seno salió a contemplar la luz de este mundo y de sus brazos tuvo la dicha indecible de volar a contemplar la claridad de Dios. La buena Antonieta Pescaroli recibió con conciencia de responsabilidad el encargo y la confianza que la Providencia en ella depositó al darle un hijo para hacer de él un buen cristiano; por fidelidad a él, y para mejor dedicarse a su formación, rehusó la joven viuda un nuevo matrimonio. Antonio María Zacarías pudo así aprender de su madre a ser pobre para poder ser caritativo, hasta tanto que, con el fin de facilitar a ésta el ejercicio de la caridad en favor de los necesitados, renunció notarialmente a los bienes que le correspondían por herencia paterna; se nos hará, pues, natural que, como un necesitado más, solicite humilde de su madre lo indispensable para su sustento, sin permitirse jamás nada que pueda parecer superfluo o lujoso; para Antonio María supondría ello privar a otros de lo necesario para vivir.

Quiso prepararse por el estudio de la medicina para ser un ciudadano útil a sus hermanos los hombres. Pero el Señor le quería escoger para curar dolencias de otra índole. En los años de estudiante la piedad y amor a la Santísima Virgen, a quien había consagrado su virginidad, sostuvo firme su propósito de virtud y su espíritu de caritativo servicio a los hermanos, que fue poco a poco transformándose en el deseo de ser sacerdote. Pero, a pesar de que la decadencia de las costumbres, aun en el clero, hiciera a sus contemporáneos poco respetable la dignidad sacerdotal, supo él descubrir la grandeza de la misión del sacerdote, a la vez que la profundidad de su indignidad, de manera que sólo por el prudente consejo de su director espiritual se decidiera a entrar por el camino del sacerdocio.

En una época en que la Reforma de la Iglesia aspiraba no solamente a la purificación de las costumbres, sino a la consolidación de la doctrina, no bastaba ser virtuoso para responder a las exigencias que su tiempo tenía, consciente o inconscientemente, respecto de los sacerdotes. Hacía falta doctrina sólida inspirada precisamente en las fuentes puras de la revelación, en la Sagrada Escritura. Visto desde la perspectiva del siglo XX, nos parece sumamente moderno y actual el esfuerzo puesto por Antonio María Zacarías, estudiante para el sacerdocio, de llegar a la comprensión de la doctrina católica, en la teoría y en el espíritu de San Pablo, a través de sus preciosas epístolas. Libertad y gracia, virginidad y cuerpo místico, locura por Cristo crucificado y desprecio de las realidades terrestres, son unos de los muchos temas en los cuales se fue empapando el futuro apóstol y reformador, cuya íntima preocupación no fue otra que la de reproducir la imagen del apóstol Pablo, gran enamorado de Cristo.

Once años escasamente fue Antonio María sacerdote; pero los santos saben vivir con intensidad su tiempo, y así debió vivirlo quien en tan poco tiempo mereció ser llamado por su bondad y caridad, por su prudencia y celo, el "Ángel de Cremona" y el "Padre de la Patria". Su madre le enseñó a compadecer y a aliviar el sufrimiento ajeno, y, ordenado sacerdote, no tuvo que hacer otra cosa que seguir la misma trayectoria, poniendo al servicio de sus hermanos el gran don del sacerdocio, que fue en él luz, mortificación, amor.

En un siglo de exaltación de la razón y de la cultura, y de optimismo desbordado por los valores humanos, Antonio María Zacarías luchó por llevar a los creyentes la ceguera de la fe y la locura de la cruz; la Eucaristía y la pasión fueron las devociones que con mayor ardor trató de inculcar en el pueblo cristiano, y aún perduran todavía ciertas prácticas que él introdujo, como son el recuerdo piadoso de la pasión y de la muerte del Señor al toque de las tres de la tarde de todos los viernes, y la práctica de las cuarenta horas de adoración al Santísimo Sacramento, solemnemente expuesto sucesivamente en diversas iglesias para salvar la continuidad del culto.

Los santos no suelen ser guardianes egoístas de los tesoros que en ellos deposita la gracia; buscan la comunicación abundante y fecunda, en vistas a una mayor eficacia apostólica; por esto es frecuente que en torno a ellos surjan familias religiosas vivificadas por su espíritu y penetradas de su misma inquietud apostólica. Antonio María descubrió en el mundo en que la Providencia le situó, una gran indigencia; vio en su cristianismo una radiante luz que la colmara; y su vida personal, lo mismo que la de los clérigos de la Congregación de San Pablo, no será otra cosa que la dedicación a la obra de la salvación de los hermanos, en el sacrificio total de las apetencias puramente personales. Así nació en Milán esta asociación para la reforma del clero y del pueblo, que más tarde sería conocida con el nombre de los "barnabitas", por la sede en que se instalaron definitivamente a partir del año 1545. Clemente VII la aprobó en 1533. Un sacerdote y un seglar, Bartolomé Ferrari y Jacobo Morigia, fueron sus primeros colaboradores. Y no solamente en el espíritu y la doctrina quisieron estos hombres de Dios imitar a San Pablo; como éste en el foro, se lanzaron ellos a las calles de Milán, predicando, mucho más que por la preparación de su elocuencia, por la austeridad y la mortificación de la vida. No faltaron quienes se escandalizaron ante estas santas "excentricidades", acusándoles de hipócritas y aun heréticos. Se les promovió una causa ante el senado y la curia episcopal de Cremona, de la que la nueva asociación salió fortalecida, pues le valió la bula de Paulo III, quien el año 1539 puso a la nueva Congregación religiosa bajo la inmediata jurisdicción de la Santa Sede.

Con el fin de llevar el espíritu de la Reforma a las jóvenes y a las mujeres, Antonio María transformó un instituto erigido, con esta finalidad por la condesa Luisa Torrelli de Guastalla en monasterio de religiosas que tomará por nombre el de Angélicus, que fue también aprobado por Paulo III. Siguiendo fiel a su espíritu, la base de la transformación religiosa y moral la puso el fundador en la instrucción religiosa, sin la cual no puede existir una verdadera reforma. San Carlos Borromeo se sirvió de ella aun para la reforma de los monasterios, elogiándola tanto que la llamó "la joya más preciosa de su mitra".

No sería completa la reseña sobre la obra de San Antonio María Zacarías si pasáramos por alto una de sus preocupaciones que plasmó en una realización que a nosotros, hombres del siglo XX, nos parece especialmente interesante y actual. Consciente por experiencia propia de lo que la vida familiar, honradamente vivida, puede colaborar en la elevación de las costumbres privadas y públicas, creó una Congregación para los unidos en matrimonio, ordenada a la reforma de las familias.

Al echar ahora una mirada retrospectiva sobre la vida de Antonio María, canonizado el 27 de mayo de 1890 por Su Santidad el Papa León XIII, llama poderosamente la atención no sólo la abundancia de su obra, realizada en tan breve espacio de tiempo, sino también, y en mayor grado aún, la perspicacia y claridad de la visión que tuvo de los problemas, que le hizo buscar los remedios verdaderos y permanentes de todas las situaciones difíciles de la vida de la Iglesia: el estudio de la verdad, el amor de la caridad, el sacrificio por el hermano. Por esto San Antonio María Zacarías nos parece aun hoy un santo moderno, actual, capaz de iluminarnos con el resplandor de su vida y de su espíritu.


San Antonio María Zaccaria, presbítero y fundador
fecha: 5 de julio
n.: 1502 - †: 1539 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: León XIII 3 ene 1890 - C: León XIII 27 may 1897
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Antonio María Zaccaria, presbítero, fundador de la Orden de Clérigos Regulares de San Pablo o «Barnabitas», para renovar las costumbres de los fieles cristianos, y que en Cremona, en Lombardía, voló al encuentro del Salvador.
oración:
Concédenos, Señor, crecer, según el espíritu de san Pablo, apóstol, en el conocimiento incomparable de tu Hijo Jesucristo, que impulsó a san Antonio María Zaccaría a proclamar en tu Iglesia la palabra de salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

La primera mitad del siglo XVI, antes del Concilio de Trento, fue uno de los períodos más tristes en la historia de la Iglesia, por la gran decadencia en la que estaba sumida, pero también produjo algunas figuras de extraordinaria santidad y belleza, como la de Antonio María Zaccaria que puede contarse entre las más nobles. El santo nació en Cremona, en 1502. Su padre murió cuando Antonio era todavía muy joven. Su madre suplió con su cariño esa temprana pérdida y se dedicó a fomentar la gran compasión que su hijo mostraba hacia los pobres. Al terminar sus estudios de medicina en la Universidad de Padua, a los veintidós años, Antonio volvió a ejercer en su ciudad natal. Pronto comprendió que su vocación consistía en cuidar tanto las almas como los cuerpos y se consagró seriamente al estudio de la teología, sin dejar por ello de ejercer su profesión, de ayudar espiritualmenle a los moribundos, de enseñar la doctrina cristiana a los jóvenes y de servir a todos. En 1528, recibió la ordenación sacerdotal y así pudo hacer tanto bien corporal como espiritual de manera que sus superiores le instaron a trasladarse a la ciudad de Milán, que le ofrecía un campo de trabajo más extenso.

En Milán Antonio ingresó en la cofradía de la «Eterna Sabiduría», donde encontró a otras personas que compartían sus ideales. Entre ellas se contaba la condesa de Guastalla, Luisa Torelli, quien, bajo la dirección del santo, fundó la congregación femenina de las Angelicales. El fin de dicha congregación consistía en proteger y socorrer a las jóvenes que se hallaban en peligro o habían caído en el vicio. Las Angelicales prestaron valioso auxilio al santo en todas sus empresas de caridad. En 1530, el P. Zaccaria y otros dos sacerdotes, el Ven. Bartolomé Ferrari y el Ven. Jacobo Morigia, decidieron fundar una asociación de clérigos regulares (es decir, sacerdotes obligados con voto a seguir una regla, pero que no eran frailes ni monjes). El fin de dicha asociación debía ser «revivir y reavivar el amor por los oficios litúrgicos y promover la vida cristiana mediante la predicación y la administración de los sacramentos». La asociación constaba al principio de cinco miembros, que predicaban así en las iglesias como en las calles, sobre la Pasión del Señor y sobre la muerte. San Antonio hacía sonar las campanas todos los viernes para recordar al pueblo las postrimerías.

En tanto que Lutero atacaba las verdades de la fe y las iniquidades del clero, mientras el pueblo sufría corporalmente por las guerras que asolaban Italia y espiritualmente por el abandono del clero, la pequeña asociación del P. Zaccaria trabajaba heroicamente por reformar la Iglesia desde el interior, reavivando el espíritu cristiano y el celo por las almas en el clero, y administrando los sacramentos a los fieles. Los miembros de la asociación asistieron a los milaneses durante una epidemia de peste y les supieron infundir tal vigor espiritual, que el Papa Clemente VII aprobó, en 1533, la nueva congregación de Clérigos Regulares de San Pablo. El fundador fue el primer superior general; pero tres años después, cedió el cargo al P. Morigia y se trasladó a trabajar en Vicenza. Según se dice, introdujo en dicha ciudad la costumbre milanesa de exponer el Santísimo Sacramento durante tres días seguidos.

Un año antes de su muerte, san Antonio obtuvo para su congregación la iglesia de San Bernabé, en Milán; por ello se llama «Barnabitas» a los Clérigos Regulares de San Pablo. El santo cayó enfermo durante una misión en Guastalla. Gastado por las mortificaciones y el trabajo, no pudo resistir a la enfermedad y murió en Cremona, en la casa de su madre, a los treinta y siete años de edad. Fue canonizado en 1897 por el Papa León XIII. Los barnabitas lograron superar las serias dificultades de los comienzos, pero nunca han formado una congregación muy numerosa. En nuestros días trabajan todavía modestamente en los suburbios de las grandes ciudades. Dondequiera que hay un barnabita hay una obra educativa. Siguiendo el ejemplo de su fundador, los barnabitas predican el Evangelio, haciendo especial referencia a las epístolas de San Pablo.

Véase P. A. Dubois, Antoine Marie Zaccharia (1890); F. T. Moltedo, Vita di S. Antonio María Zaccaria (1897); y O. M. Premoli, Le lettere e lo spirito religioso di S. Antonio Zurearía (1909), y Storia dei Barnabiti nel cinquecento (1913). El web de la Orden en España tiene apuntes biográficos sobre el santo, la fundación y acceso a los escritos y la regla. Cuadro: «San Pablo da la Regla de la Orden a san Antonio María, Juan Antonio Morigia y Bartolomé Ferrari», en el convento de la Orden en Milán.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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