viernes, 22 de marzo de 2013

La Homilía: Domingo de Ramos. 24 de marzo de 2013

  
La Homilía de Betania:  Domingo de Ramos. 24 de marzo de 2013
 
1.- EL SIERVO DE YAHVÉ AL LADO DE LOS POBRES
 
1.- En este primer día de la Semana Santa recordamos el momento de la entrada de Jesús en Jerusalén. Jesús sube allí para celebrar la Pascua, como era costumbre todos los años. Todas las familias iban en peregrinación y se reunían en ese mismo lugar porque era donde estaba el Templo. Muchos peregrinos se encontrarán con familiares y amigos que les esperan después de un año. Van juntos a celebrar la Pascua. Se reunirán por familias en las casas. Repetirán palabras y gestos ancestrales que guardan todavía todo su significado y que permanecen en la memoria de los más ancianos para ser transmitidas a los más pequeños de cada hogar.
 
2.- Subir a Jerusalén era motivo de alegría, se subía como en una romería, cantando, saludando a los amigos que se iban encontrando en el camino. Se subía para vivir un momento gozoso, para recordar el gran gesto de Dios que liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, de la mano de Moisés. Se subía para celebrar la Pascua. Jesús ha subido muchas veces. El evangelio nos relata al menos tres. Pero esta vez va a ser diferente, porque sabe que no va a ser bien recibido, porque intuye que el desenlace de su vida está cerca.
 
3.- Cerca ya de Jerusalén, manda a sus discípulos a una aldea cercana para que le traigan un borrico “que nadie ha montado todavía”. Los discípulos se lo llevan, lo cubren con sus capas y Jesús monta, dispuesto a entrar con él en Jerusalén. Los discípulos y la gente que seguía a Jesús extienden sus capas por el camino y también ramos, y van gritando: “Viva, bendito el que viene en nombre del Señor”. Allí, montado en aquella borrica, está el Siervo de Yahvé, del que nos ha hablado la primera lectura. Un siervo que se pone al lado de los pobres, de los abatidos, de los que necesitan una palabra de ánimo y esperanza para seguir viviendo. “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento”. A eso dedicó Jesús toda su vida y a eso mismo estamos llamados también nosotros, sus seguidores.
 
4.- En estos tiempos que estamos viviendo, todo el evangelio, pero especialmente la Pasión de Jesús, se hacen muy actuales. Caritas viene denunciando el aumento de pobres y de nuevas pobrezas. Esos “nuevos pobres” y muchos otros están saliendo a la calle porque no aprueban la gestión de quienes dirigen la vida pública. En tiempos de Jesús la situación también era muy tensa. Los enfrentamientos con los sacerdotes y con los fariseos, dirigentes públicos, se han ido repitiendo a lo largo de los meses y la tensión se respira en el aire. Subir a Jerusalén es meterse en la boca del lobo, pero ven a Jesús seguro de sí mismo, decidido a afrontar lo que le venga, por fidelidad a lo que Dios quiere de Él.
5.- Jesús es el Siervo de Yahvé que, al lado de los pobres, “desciende” hasta morir en la cruz. San Pablo, en la segunda lectura, lo resume con una gran oración, que se convirtió en Himno de las comunidades cristianas. Cristo no vivió como un gran señor, sino como un siervo, y eso le valió el favor de Dios. No nació en una corte, sino en un pesebre. No vivió entre lujos, sino entre los pobres. No murió “en olor de santidad”, sino crucificado como un bandido. Y todo eso por amor obediente a los planes de Dios, a los proyectos de su Padre.
6.- La lectura de la Pasión que acabamos de hacer, nos ayuda a conocer quién es el Mesías y a saber por dónde pasa el camino de los que le seguimos. Y ese camino pasa, entre otras cosas, por morir perdonando a los que “no saben lo que hacen”, a los dirigentes que querían eliminarle porque les resultaba molesto para sus intereses.
 
7.- La Pasión de Jesús nos llama a dejarnos mover por la misericordia, a responder con amor y generosidad a las necesidades de nuestros vecinos. Que nuestros dirigentes prediquen con el ejemplo de la austeridad que nos exigen a los demás. Nuestro mundo necesita testigos gozosos, auténticos y creíbles de Jesús, el crucificado, el Resucitado. En la cruz Él nos ha comunicado que ha muerto por amor a nosotros. Pero no podemos olvidar, a la hora de proclamar el Evangelio del Amor y la Vida, a aquellos que hoy viven en su cuerpo y su espíritu la Pasión de Cristo, a esos “nuevos pobres”, víctimas de la injusticia de otros. Toda persona oprimida, que sufre la pobreza, la violencia o el rechazo son destinatarios de nuestra caridad, de nuestra misericordia.
 
8.- En la cruz de Jesús vemos que la verdad y la justicia estaban de su parte, de parte de la víctima. De hecho, como confesó el centurión romano al pie de la cruz, ahí es donde se encuentra Dios, tomando partido por las víctimas del mundo. El centurión confiesa que el crucificado es el Hijo de Dios, y esto sólo se puede hacer estando a los pies del crucificado y de los crucificados de hoy.
 
9.- Jesús, finalmente, entra en Jerusalén, y allí tiene lugar la celebración de la Pascua. En la noche del Jueves Santo, Jesús cena con sus discípulos y hace una Pascua nueva, la Pascua de la Vida. “Haced esto en memoria mía”. El Viernes Santo, Jesús yace colgado de una cruz, signo de maldición convertido en signo de salvación. El relato de su pasión es estremecedor. Cristo, solidario con la humanidad que sufre, que lo pasa mal, con toda persona humana sedienta de salvación, de sentido y felicidad plena, se anonada, se abaja, se humilla, hasta someterse a la muerte, “una muerte de cruz”. Y por fin el Sábado, la gran noche, la gran Vigilia, la noche de la resurrección y de la vida; y el Domingo, la Pascua, el día del gozo y la alegría. Jesús ha resucitado. Nuestra vida tiene un sentido nuevo, profundo, auténtico. “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Celebremos y gocemos con su salvación”.
Pidamos a Dios que esta semana nos llene el corazón de ese mismo amor con el que Jesús, el Siervo de Yahvé, se entregó por toda la humanidad, para que podamos manifestarlo a los que tenemos cerca todos los días del año, especialmente a los más pobres.

2.- DOMINGO DE TRIUNFO Y PASIÓN, COMO LA VIDA MISMA
 
 
1.- ¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! San Pablo nos dice que Cristo se anonadó a sí mismo, pasando por uno de tantos; fue semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. Sí, Cristo conoció momentos de triunfo y momentos de pasión. La liturgia del domingo de ramos nos describe estos momentos de triunfo y los momentos de pasión con una viveza y una plasticidad asombrosa. Comenzamos la ceremonia con la bendición y la procesión de los ramos: es el momento del triunfo. Quizá el pueblo fiel ha identificado siempre la fiesta del domingo de ramos con la procesión: a la fiesta del domingo de ramos se iba preparado, sobre todo, para ver y participar en la procesión que había antes de la misa. Para eso se vestían con el mejor traje, o con la mejor falda, blusa o abrigo que encontraran en el armario. ¡Quien no estrena en ramos, o es manco, o no tiene manos!, oía yo decir, cuando era niño, a mis familiares y amigos. Para ellos, la fiesta del domingo de ramos era la fiesta de la procesión de ramos. Y sabían, quizá de una manera imprecisa y no muy teológica, que eso lo hacían para honrar al Señor, para acompañarle en su entrada triunfal en Jerusalén. Ellos, todos, estaban de parte del Señor, le aclamaban como a su verdadero rey y Señor. Los demás reyes y señores de la tierra eran nada comparados con la grandeza del Rey y Señor de los señores, con Cristo Jesús. Yo no sé lo que sentiría Cristo cuando, montado en un pollino, entró triunfalmente en Jerusalén, aclamado con gritos y cánticos por el pueblo sencillo y viendo el camino alfombrado con los mantos de la gente. Pero indudablemente debió sentirse agradecido a la piedad sincera de aquella gente sencilla. Por eso, cuando algunos fariseos le dicen que reprenda a sus discípulos, Jesús les replica: os digo que, si estos callan, gritarán las piedras. Aclamemos hoy nosotros, desde los pliegos más sencillos e íntimos de nuestra alma, a quien vino a la tierra para salvarnos y liberarnos de tanta miseria y de tanto mal como nos circunda. Dejemos que Cristo sea, en este momento, el rey y señor de nuestros corazones.
 
2.- No oculté el rostro a insultos y salivazos. Es el momento del sufrimiento y de la pasión. Muchos momentos de la vida de Cristo fueron momentos de pasión. Jesús no buscó el sufrimiento porque le gustara sufrir; Jesús aceptó el sufrimiento porque para ser fiel a la voluntad de su Padre Dios tuvo que hacer muchas cosas que le causaron un gran sufrimiento. No ocultó el rostro a insultos y salivazos, no se acobardó ante el sufrimiento que le suponía su lucha constante contra el mal, su denuncia diaria de la ambición, de la hipocresía y de la maldad de muchos jefes políticos y religiosos de su tiempo. Por eso, en la liturgia de este domingo de ramos leemos también el relato de la pasión y muerte de Cristo, para que no olvidemos que en la vida de Cristo, junto a los momentos de triunfo hubo también momentos de pasión. Como la vida misma, hemos dicho arriba, porque también nosotros, si queremos ser fieles a la voluntad de nuestro Padre Dios, hemos de saber aceptar en nuestra vida los momentos de triunfo y los momentos de pasión con igual entereza y con amor. Participemos hoy con alegría en la procesión de los ramos y unámonos espiritualmente, en la lectura de la pasión, al Cristo que, por amor, aceptó valientemente el sufrimiento, sin ocultar su rostro a insultos y salivazos.
 

3.- JESÚS: NOS ANIMA A SEGUIRLE DE CERCA
 
 
1.- DOLOR, BENDITO SEAS.- El profeta vislumbra la figura del siervo de Yahvé. En varios poemas de subida inspiración dramática, aparece ante nuestros ojos este personaje misterioso, que sufre extremadamente por la redención de los hombres. Él ha gustado el sabor amargo y agrio de la muerte. Él ha experimentado en su carne esa laceración punzante del dolor humano. Por eso es capaz de compadecerse de la miseria del hombre herido, capaz de decir al que está abatido una palabra de aliento.
 
Las largas horas de la noche en el silencio quejumbroso de los hospitales, el insomnio de los que velan el sufrimiento de los seres queridos. Cuerpos que se extinguen lentamente o se contraen en el dolor punzante. Míralos, Señor, míralos desde tu cruz. Diles una palabra de aliento, consuela su pena. Tú qué sabes lo que es sufrir, compadécete de los que sufren.
 
Y también de los otros. Los que llevan su dolor por dentro. Ese dolor que no se ve, el que se clava en el alma. La ingratitud, el desprecio, la vida vacía, la sensación de triste inutilidad. También a esos diles una palabra de consuelo. Hazles ver el sentido del sufrimiento. Anímalos a aceptar la prueba como tú lo hiciste, que sepan unirse a tu dolor para que también el de ellos tenga un valor redentor.
No oculté el rostro a insultos y salivazos. Burlas despiadadas ante ese hombre justo, indefenso y callado. En su pasión y muerte se van desgranando los versículos del salmo: “Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Me acorrala una jauría de perros mastines, me pone cerco una banda de malhechores, me traspasan las manos y los pies, se pueden contar mis huesos. Se reparten mis ropas, echan a suerte mi túnica...”
 
Semana de Pasión. Los hechos de siempre vuelven a nuestra memoria. Las palabras del poema del Siervo de Yahvé resuenan en nuestro espíritu: Lo vimos despreciado por los hombres, varón de dolores... Humillado hasta el máximo, callando su pena, sin defenderse contra tan tremenda injusticia.
Tú, Señor, soportaste nuestros sufrimientos, aguantaste nuestros dolores. Fuiste herido por Dios, leproso, humillado, traspasado, triturado. Desgarrándote desnudo, colgando de una cruz... Y todo para redimirnos, para liberarnos, para salvarnos, para conseguir nuestro indulto y perdón. Misterio que nos abruma, que rebasa nuestra capacidad de comprensión, que escapa a nuestras posibilidades de reacción. Y apenados por nuestra escalofriante insensibilidad ante tu dolor de Dios crucificado, te miramos queriendo llorar nuestra maldad, queriendo comprender el sentido profundo de estos días cargados del recuerdo vivo de tu Pasión.
 
2.- CLAMORES DE VICTORIA.- El evangelio de la bendición de los ramos comienza diciendo que Jesús iba hacia Jerusalén, marchando en cabeza. Es un detalle que indica cómo el Maestro precedía a los suyos en el camino hacia la cruz. Todos sabían que ese viaje a Jerusalén podría ser fatídico. Era ya público el odio de los fariseos, los letrados y los sumos sacerdotes que cada vez estrechaban más el cerco en torno a Jesús de Nazaret. Pero el Señor había enseñado a sus discípulos que era preciso negarse a sí mismo, coger la cruz de cada día y caminar hacia adelante en un cumplimiento fiel de la voluntad de Dios. Por eso marcha decidido, para mostrarnos con su propio ejemplo el modo de cumplir las exigencias que implican su doctrina de salvación. Estamos en el pórtico de la Semana Santa, vamos a contemplar el dolor y la muerte de nuestro Señor, a recordar todo cuanto él hizo por nosotros y animarnos a quererle más y a hacer algo, o mucho, por él.
 
En contraposición del odio de los jefes de Israel, destaca el entusiasmo de la gente sencilla del pueblo. A ellos no les importa la opinión de los gerifaltes, ni temen posibles represalias. Ante la figura amable y majestuosa de Jesucristo su entusiasmo se desborda y le aclaman abiertamente como el Rey de Israel, el hijo de David, el Mesías anhelado. Supieron descubrir al Hijo de Dios detrás de aquellas apariencias sencillas, intuyeron que en aquel hombre joven se ocultaba una persona superior, capaz de redimir al mundo. Bendito el que viene como rey -exclaman-, en nombre del Señor. Son aclamaciones que sólo el Mesías, el Hijo del Altísimo, podía recibir. De ahí que los fariseos se escandalicen y pidan al Maestro que callen sus discípulos.
 
Si éstos callan, responde Cristo, gritarán las piedras. Es una respuesta valiente y comprometida. El Señor hace frente a sus enemigos. Es el momento de la gran batalla, ha sonado la hora que el Padre había señalado y es preciso acudir a esa cita que le acarrearía la muerte. Pronto el clamor de la victoria se convertirá en tremenda derrota. Jesús lo sabe, pero esto no le detiene. Al contrario, le estimula a la entrega generosa, consciente de que sólo por medio de la cruz llegará el triunfo grandioso de la luz. Con ello comienza la exposición clara de la gran lección de su vida, nos anima a seguirle de cerca, no sólo a la hora del triunfo de los ramos, sino también en los momentos difíciles del Calvario.

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