domingo, 24 de marzo de 2013

Santa Brígida de Suecia (Almas del Purgatorio)

ORACION DE SANTA BRÍGIDA

A ser rezada durante 12 años

Santa Brigida de Suecia recibió abundantes revelaciones del Señor sobre el purgatorio, y en particular fue bendecida con una promesa de liberación del purgatorio para quien cumpla con una oración diaria durante 12 años de forma ininterrumpida. El esfuerzo y el compromiso es grande, pero según lo revelara Jesús a la santa, quien tenga la perseverancia y rece en forma diaria estas siete oraciones con devoción, se acercará a la purificación que sufrieron los mártires, y al merecimiento de su corona.  Las palabras deben ser rezadas meditando su significado, hablando al Señor en forma sincera mientras se reza.También la familia del alma devota recibirá abundantes Gracias del Señor.

Verán al fin del texto un documento de Su Santidad Juan Pablo II sobre Santa Brigida, para que conozcamos quien fue esta excepcional alma, mientras meditamos sobre adoptar el consejo que Jesús le diera.


Esta devoción ha sido declarada buena y recomendada tanto por el por el Sacro Collegio de Propaganda Fidei, como por el Papa Clemente XII.- El Papa Inocencio X confirmó esta revelación como “venida del Señor”.
 


PROMESAS

1. El alma que las reza no sufrirá ningún Purgatorio.
 
2. El alma que las reza será aceptada entre los mártires como si hubiera derramado su propia sangre por la fe.
 
3. El alma que las reza puede elegir a otros tres a quienes Jesús mantendrá luego en un estado de Gracia suficiente para que se santifiquen.
 
4. Ninguno de las cuatro generaciones siguientes al alma que las reza se perderá en el fuego del infierno.

5. El alma que las reza será consciente de su muerte un mes antes de que ocurra.
 

* En caso de que la persona que las reza muera antes de cumplirse los doce años, el Señor aceptará estas oraciones como si se hubieran rezado en su totalidad. Si se salteara un día o un par de días con justa causa, podrán se compensados luego.


Oración de Santa Brígida


Oh Jesús, ahora deseo rezar la oración del Señor siete veces junto con el amor con que Tú santificaste esta oración en Tu Corazón. Tómala de mis labios hasta Tu Sagrado Corazón. Mejórala y complétala para que le brinde tanto honor y felicidad a la Trinidad en la tierra como Tú lo garantizaste con esta oración. Que esta se derrame sobre Tu santa humanidad para la glorificación de Tus dolorosas heridas y la preciosísima Sangre que Tú derramaste de ellas. Amén



1. LA CIRCUNSICIÓN

Padre Nuestro, Avemaría, Gloria


Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco las primeras heridas, los primeros dolores y el primer derrame de Sangre como expiación de los pecados de mi infancia y de toda la humanidad, como protección contra el primer pecado mortal, especialmente entre mis parientes.


2. LA AGONÍA DE JESÚS EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS

Padre Nuestro, Avemaría, Gloria


Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco el intenso sufrimiento del Corazón de Jesús en el Huerto de los Olivos y cada gota de sudor de Sangre como expiación de mis pecados del corazón y los de toda la humanidad, como protección contra tales pecados y para que se extienda el Amor Divino y Fraterno.


3. LA FLAGELACIÓN

Padre Nuestro, Avemaría, Gloria

Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco las heridas, los dolores y la preciosísima Sangre de la flagelación como expiación de mis pecados de la carne y los de toda la humanidad, como protección contra tales pecados y la preservación de la inocencia, especialmente entre mis parientes.


4. LA CORONACIÓN DE ESPINAS

Padre Nuestro, Avemaría, Gloria


Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco las heridas, los dolores y la preciosísima Sangre de la sagrada Cabeza de Jesús luego de la coronación de espinas, como expiación de mis pecados del espíritu y los de toda la humanidad, como protección contra tales pecados y para que se extienda el 
Reino de Cristo aquí en la tierra.


5. CARGANDO LA CRUZ

Padre Nuestro, Avemaría, Gloria


Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco los sufrimientos en el camino a la Cruz, especialmente la santa herida en Su H
ombro y la preciosísima Sangre como expiación de mi negación de la Cruz y la de toda la humanidad, todas mis protestas contra Tus Planes Divinos y todos los demás pecados de palabra, como protección contra tales pecados y para un verdadero amor a la Cruz.


6. LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS

Padre Nuestro, Avemaría, Gloria


Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco a Tu Hijo en la Cruz, cuando lo clavaron y lo levantaron, las heridas en Sus Manos y en Sus Pies y los tres hilos de la preciosísima Sangre que derramó allí por nosotros, las extremas torturas del Cuerpo y del Alma, Su muerte preciosa y Su renovación no sangrienta en todas las Santas Misas de la tierra, como expiación de todas las heridas contra los votos y normas dentro de las Órdenes, como reparación de mis pecados y los de todo el mundo, por los enfermos y moribundos, por todos los santos sacerdotes y laicos, por las intenciones del Santo Padre por la restauración de las familias cristianas, para el fortalecimiento de la Fe, por nuestro país y por la unión de todas las naciones en Cristo y Su Iglesia, así como también por la diáspora.


7. LA LLAGA DEL COSTADO DE JESÚS

Padre Nuestro, Avemaría, Gloria


Padre Eterno, acepta como dignas, por las necesidades de la Santa Iglesia y como expiación de los pecados de toda la humanidad, la preciosísima Sangre y el Agua que manó de la herida del Sagrado Corazón de Jesús. Sé Misericordioso para con nosotros. ¡Sangre de Cristo, el último contenido precioso de Su Sagrado Corazón, lávame de todas mis culpas de pecado y las de los demás! ¡Agua del costado de Cristo, lávame totalmente de las penitencias del pecado y extingue las llamas del Purgatorio para mí y para todas las almas del Purgatorio! Amén




Juan Pablo II sobre Santa Brígida de Suecia

Presentamos algunos fragmentos  de la CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE «MOTU PROPRIO» PARA LA PROCLAMACIÓN DE SANTA BRÍGIDA DE SUECIA, SANTA CATALINA DE SIENA Y SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ COPATRONAS DE EUROPA, del 1 de octubre de 1999


Brígida, nació en una familia aristocrática el año 1303 en Finsta, en la región sueca de Uppland. Es conocida sobre todo como mística y fundadora de la orden del Santísimo Salvador. Pero no se ha de olvidar que vivió la primera parte de su vida como una laica felizmente casada con un cristiano piadoso, con el que tuvo ocho hijos. Al proponerla como patrona de Europa, pretendo que la sientan cercana no solamente quienes han recibido la vocación a una vida de especial consagración, sino también aquellos que han sido llamados a las ocupaciones ordinarias de la vida laical en el mundo y, sobre todo, a la alta y difícil vocación de formar una familia cristiana.

Sin dejarse seducir por las condiciones de bienestar de su clase social, vivió con su marido Ulf una experiencia de matrimonio en la que el amor conyugal se conjugaba con la oración intensa, el estudio de la sagrada Escritura, la mortificación y la caridad. Juntos fundaron un pequeño hospital, donde asistían frecuentemente a los enfermos. Brígida, además, solía servir personalmente a los pobres. Al mismo tiempo, fue apreciada por sus dotes pedagógicas, que tuvo ocasión de desarrollar durante el tiempo en que se solicitaron sus servicios en la corte de Estocolmo. Esta experiencia hizo madurar los consejos que daría en diversas ocasiones a príncipes y soberanos para el correcto desempeño de sus tareas. Pero los primeros en beneficiarse de ello fueron, como es obvio, sus hijos, y no es casualidad que una de sus hijas, Catalina, sea venerada como santa.

Este período de su vida familiar fue sólo una primera etapa. La peregrinación que hizo con su marido Ulf a Santiago de Compostela en 1341 cerró simbólicamente esta fase, preparando a Brígida para su nueva vida, que comenzó algunos años después, cuando, a la muerte de su esposo, oyó la voz de Cristo que le confiaba una nueva misión, guiándola paso a paso con una serie de gracias místicas extraordinarias.

Brígida, dejando Suecia en 1349, se estableció en Roma, sede del Sucesor de Pedro. El traslado a Italia fue una etapa decisiva para ampliar los horizontes, no sólo geográficos y culturales, sino sobre todo espirituales de su mente y su corazón. Muchos lugares de Italia la vieron, aún peregrina, deseosa de venerar las reliquias de los santos. De este modo visitó Milán, Pavía, Asís, Ortona, Bari, Benevento, Pozzuoli, Nápoles, Salerno, Amalfi o el santuario de San Miguel Arcángel en el monte Gargano. La última peregrinación, realizada entre 1371 y 1372, la llevó a cruzar el Mediterráneo, en dirección a Tierra Santa, lo que le permitió abrazar espiritualmente, además de tantos lugares sagrados de la Europa católica, las fuentes mismas del cristianismo en los lugares santificados por la vida y la muerte del Redentor.

En realidad, más aún que con este devoto peregrinar, Brígida se hizo partícipe de la construcción de la comunidad eclesial con el sentido profundo del misterio de Cristo y de la Iglesia, en un momento ciertamente crítico de su historia. En efecto, la íntima unión con Cristo fue acompañada de especiales carismas de revelación, que hicieron de ella un punto de referencia para muchas personas de la Iglesia de su tiempo. En Brígida se observa la fuerza de la profecía. A veces, su tono parece un eco del de los antiguos profetas. Habla con seguridad a príncipes y pontífices, desvelando los designios de Dios sobre los acontecimientos históricos. No escatima severas amonestaciones también en lo referente a la reforma moral del pueblo cristiano y del clero mismo (cf. Revelationes, IV, 49; también IV, 5). Algunos aspectos de su extraordinaria producción mística suscitaron en aquel tiempo dudas razonables, sobre las que se realizó un discernimiento eclesial, remitiéndose a la única revelación pública, que tiene su plenitud en Cristo y su expresión normativa en la sagrada Escritura. En efecto, tampoco las experiencias de los grandes santos están exentas de los límites inherentes a la recepción humana de la voz de Dios.
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