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Pedro Regalado, Santo |
Santo Patrono de Valladolid
Martirologio Romano: En Aguilera, en la región española de Castilla, san Pedro de Valladolid Regalado, presbítero de la Orden de Hermanos Menores, conspicuo por la humildad y el rigor de la penitencia, que fundó dos conventos, para que en ellos viviesen sólo doce hermanos solitarios (1456).
Fecha de canonización: 29 de junio de 1746 por el Papa Benedicto XIV.
«Pisad despacio, que debajo de estas losas descansan los huesos de un santo» decía Isabel la Católica a las damas de su séquito aquel día veraniego del 1493, cuando visitaba el convento de la Aguilera. Se refería a la tumba que guardaba los restos de Pedro Regalado, fraile franciscano, pobre y humilde que había muerto aún no hacía cuarenta años. Antes que la reina había estado allí mismo el cardenal Cisneros en las postrimerías de la vida del santo. Luego vendrían también el emperador Carlos -el que decía que al salir de Aranda hacia La Aguilera debía ir el visitante con la cabeza descubierta-, don Juan de Austria, Felipe II y tantos obispos, nuncios y legados papales. Eran tiempos dorados; se habían unido las dos Castillas, se había descubierto el nuevo mundo, se reconquistó Granada y se había echado a los moros de España.
Nació Pedro en Valladolid, en el año 1390. A los trece años -bien joven- entró en el convento de los franciscanos de la ciudad que entonces era Corte. Cuando tiene quince se hace compañero inseparable del anciano y enjuto Pedro Villacreces -antiguo profesor de Salamanca, franciscano andante por Guadalajara- que tiene sueños de reforma y ha obtenido permiso del obispo de Osma para fundar por tierras burgalesas, en La Aguilera. Desde esa época serán maestro y discípulo, dos frailes con verdaderos deseos de santidad; el mayor pondrá al joven en la órbita de la más pura observancia franciscana.
Para la Iglesia no andan muy bien las cosas. Los reductos de los monjes no son modelo ni de observancia ni de casi nada. Las consecuencias del Cisma de Occidente se hicieron notar en la clerecía alta y baja. La peste negra dejó también tambaleando los monasterios que abrieron sus puertas para reponer números -que no vocaciones- a gente no preparada. Reforma, lo que es reforma, sí se necesitaba. Y allá van los dos Pedros dispuestos a dar entre los monjes la batalla franciscana. Desde muy pronto se les juntan en La Aguilera jóvenes que quieren dar su vida y el maestro Pedro Villacreces puede formarlos desde los cimientos, sin las malformaciones y tibiezas de otros frailes mayores que tuvieran adheridas pesadas taras. Fray Pedro Regalado fue recorriendo en once años todos los cargos propios de un convento pobre: limosnero, sacristán, cocinero y encargado de dar limosna a los pobres que llaman a la puerta.
Villacreces va de nuevo a Valladolid, funda en El Abrojo, y ahora es Pedro Regalado el maestro de novicios. Madura en todas las virtudes: tiempo de oración y mucha penitencia, cumplimiento estricto, por amor, de toda la Regla; predica en los pueblos de alrededor con sencillez y persuasión propiciando conversiones numerosas y la gente ya habla de su ejemplar presencia, y hasta de milagros.
En el 1422 los religiosos de La Aguilera y El Abrojo eligen a Regalado prelado o vicario, cuando muere Villacreces. La reforma se va extendiendo con nuevas fundaciones hasta llegar a ser conocidas como «las siete de la fama» donde se respetan doce horas de oración diarias repartidas entre el día y la noche, trabajos en el campo para ayudar a los agricultores y obtener limosnas, prohibición absoluta de almacenar provisiones, celdas pobres para dormir, silencio casi continuo y nada de dinero por misas o celebraciones litúrgicas. Pasa el tiempo de un convento a otro distinguiéndose por la discreción de espíritus y por la predicación elocuente con ciencia aprendida más en la oración que en los libros. La Aguilera le proporciona el mejor de los retiros y la mejor contemplación para los últimos años de su vida. No abandona la penitencia habitual, pero añade ayuno diario, disciplinas que mortifican la carne, y tres pilares donde basa con toda intensidad su fuerza: amor a la Eucaristía, devoción ternísima a la Santísima Virgen y recuerdo de la Pasión.
¿Algo llamativo?
Cuentan que más de una noche se le podía ver por el cerro del Aguila, próximo al retiro, siguiendo los pasos de la Pasión del Señor con una soga al cuello, cruz de madera pesada en los hombros y una corona de espinas en su frente.
También se conoce un hecho milagroso de su vida recogido en el proceso de canonización y que ofrece los elementos iconográficos de Pedro Regalado. En la madrugada del 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, está el fraile Pedro rezando maitines en el convento de El Abrojo; siente añoranza por honrar a María en el convento de La Aguilera consagrado por él a la Virgen bajo esa advocación; los ángeles lo transportan por los aires en los ochenta kilómetros que separan las casas y lo devuelven de nuevo a El Abrojo, cumplido su deseo.
El sencillo y santo patrono de Valladolid, el Poverello de Castilla, murió con fama de taumaturgo en 1456.
San Pedro Regalado de Valladolid, religioso presbítero
fecha: 30 de marzo fecha en el calendario anterior: 13 de mayo n.: 1390 - †: 1456 - país: España canonización: Conf. Culto: Inocencio XI 17 ago 1683 - C: Benedicto XIV 29 jun 1746 hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
En Aguilera, en el reino de Castilla, san Pedro de Valladolid Regalado, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, insigne por su humildad y el rigor de su penitencia, construyó dos cenobios, en los que sólo debían vivir doce hermanos en total soledad.
Pedro Regalado nació en Valladolid, España, en 1390. A los nueve años murió su padre. La madre lo educó piadosamente. Muy joven ingresó en la Orden de los Hermanos Menores y se distinguió pronto por su piedad, mortificación y pobreza, como también por el amor al silencio y a la soledad. Comenzaba en España la reforma franciscana que buscaba el reflorecimiento de la primitiva austeridad en la vida religiosa.
Pedro, al estudiar la regla franciscana, se convenció de que la vida concreta de los religiosos no correspondía a sus exigencias. Mientras en Italia san Bernardino de Siena promovía la reforma, en España lo hacía Pedro de Villacreces con el eremitorio de Aguilera. En 1405 se le unió Pedro Regalado como eficacísimo colaborador. En 1415 celebró su primera misa. En Abrojo fundó un nuevo eremitorio, donde Pedro Regalado fue superior y maestro de novicios. Los dos eremitorios de Aguilera y de Abrojo adquirieron pronto gran fama por el celo de sus fundadores y por los estatutos que contenían prescripciones severísimas. Así se convirtieron en fraguas de numerosas vocaciones que llenaron a España de un vigoroso fervor de vida franciscana y de santidad.
El sobrenombre de «Regalado» o «Reglado», recuerda el celo con que exigía la observancia de la regla. El Ministro General de la Orden con fecha 20 de enero de 1455 le escribió una carta de elogio por su trabajo y lo nombró comisario de los eremitorios. El Santo con su proprio ejemplo se convirtió en un verdadero maestro de vida ascética y mística.
La estrictísima pobreza de su convento, a menudo socorrida por Dios con prodigios, nunca cerró su corazón a los pobres, para con quienes fue de una generosidad sin límites. Santidad y caridad atrajeron hacia él y sus cohermanos el amor, la devoción y el reconocimiento de un número siempre creciente de fieles. Los milagros obtenidos por la intercesión del santo son muchísimos, algunos tan extraordinarios que parecen fantásticos: transforma pan en rosas; atraviesa los ríos Duero y Rialza a pie enjuto, las golondrinas le obedecen y abandonan el convento para no distraer a los religiosos en su oración; pan abundante que sobra a la hora de la comida, cuando no hay nada para comer, ni se puede conseguir por la gran nevada que ha caído. Gravemente enfermo, pidió a sus cohermanos que le retrasaran la unción de los enfermos porque venía el obispo de Palencia, Mons. Pedro de Castilla, a administrársela. Sintiéndose cercano a la muerte, fue a Fresneda para recomendar a León Salazar, su gran colaborador, que continuara en el camino emprendido de la reforma; fue a Abrojo para dejar a sus cohermanos los últimos recuerdos y exhortaciones; finalmente volvió a Aguilera, donde se durmió serenamente en el Señor el 30 de marzo de 1456 a la edad de sesenta y seis años. Lo canonizó Benedicto XIV el 29 de junio de 1746.
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