sábado, 23 de marzo de 2013

DISCERNIMIENTO


 




El discernimiento de Espíritus.
Todos nos encontramos ante problemas y situaciones cuya solución no se vislumbra fácil, acertada, clara y rápida.
 
 
El discernimiento de Espíritus.
El discernimiento de Espíritus.
La vida humana comporta una gran cantidad de opciones, pues Dios nos creó libres, y puso nuestra propia realización en nuestras manos. No está exento de dificultades el camino de nuestra santificación. Todos nos encontramos ante problemas y situaciones cuya solución no se vislumbra fácil, acertada, clara y rápida. Se nos presentan dilemas. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer? Para el no creyente, o para la persona con una fe que no afecta su vivir diario, la decisión suele basarse únicamente en la razón, pesando los pros y los contras de las opciones, o en la intuición, fruto muchas veces de las emociones, caprichos o preferencias. Sin embargo, para quien posee una fe viva y operante, la pregunta «¿Qué debo hacer?» se convierte en: ¿Cuál es la voluntad de Dios para mí en esta situación? ¿Qué quiere Jesucristo? Nuestra misión como orientadores consistirá en ayudar a nuestras almas a discernir qué les pide Dios en las situaciones concretas de sus vidas.


¿Qué entendemos por “Discernimiento de espíritus”?

“Por discernimiento de espíritus se significa el proceso por el cual nosotros examinamos, a la luz de la fe y en la connaturalidad del amor, la naturaleza de los estados espirituales que experimentamos en nosotros y en los demás. El propósito de tal examen es decidir lo más posible cuáles de los movimientos que experimentamos nos llevan al Señor y a un servicio más perfecto de Él y de nuestros hermanos, y cuáles nos apartan de este fin... Cuando hablamos de connaturalidad del amor nos referimos a un conocimiento de fe y amor, es decir, no se trata tanto de un razonamiento y de un análisis, sino de ese conocimiento que procede de la experiencia de alguien a quien amamos .“ (Thomas H.. Green. La cizaña en el trigo, Narcea, 1992, p. 51).

Según su origen hay dos tipos de discernimiento:

A. El discernimiento adquirido.

Se posee por medio del ejercicio y del conocimiento de las personas, por la oración, el estudio y la experiencia propia.

B. El discernimiento infuso.

Éste es un don de Dios. Un carisma dado para ayudar a los demás. Hay sacerdotes, religiosos o seglares que, sin una gran formación teológica o espiritual, tienen sin embargo una gran capacidad de discernimiento y consejo. San José de Cupertino, San Juan María Vianney (mejor conocido como el santo Cura de Ars), Santa Teresa de Jesús, por mencionar algunos, son ejemplos de esta capacidad infusa.

La capacidad para discernir los espíritus es una gracia del Espíritu Santo, unida al don de consejo y de entendimiento.

Para poder comprender mejor la necesidad del discernimiento, partamos de un primer hecho: somos creaturas amadas por un Dios que ha querido compartir con nosotros su vida, su amor, y quiere que lleguemos a la plenitud de felicidad para la cual nos ha creado en la eternidad. Siendo tan bello su plan, ¡cuán importante resulta discernir los caminos que nos llevan a cumplir su voluntad! Dios no se desentiende de nosotros, vino para habitar entre nosotros y dentro de nosotros. No sólo se encarnó, además, por nuestro bautismo nos hemos convertido en su morada. La Santísima Trinidad habita en nosotros por la gracia santificante. Somos «templos del Espíritu Santo», y gozamos de sus inspiraciones en nuestra conciencia.

Vayamos a un segundo hecho: debido a nuestra condición de creaturas caídas (pecadoras), a nuestra inteligencia obscurecida se le dificulta conocer la voluntad de Dios, y a nuestra voluntad debilitada le molesta seguir esta voluntad aunque la conozca. Nuestras pasiones y sentimientos se han desordenado; muchas veces parecen niños caprichosos, como bien los describe San Juan de la Cruz, nunca satisfechos y siempre buscando obtener cuanto nos piden.

Reconozcamos un
tercer hecho, hoy muy rebatido, pero que permanece como una verdad en nuestra fe católica: existe el demonio y sentimos su influencia en nosotros mismos y en el mundo. Él es el “padre de la mentira”, odia a Dios, y cifra su único interés en apartarnos de Él, utilizando diversas estrategias.

Por tanto, concluimos lógicamente en la necesidad de recibir ayuda para discernir la voluntad de Dios para nosotros; cuáles movimientos en nosotros nos llevan a verla con más claridad y a cumplirla, y cuáles nos apartan de ella.

También tenemos necesidad de discernir cuáles «espíritus» son buenos y cuáles son malos, pues a veces sentimos en nuestro interior varias voces que nos pueden confundir. Veamos algunos ejemplos. Una joven siente en sí el llamado a hacer algo más con su vida. Se siente atraída por la vida religiosa, pero por otra parte siente también el deseo de ser enfermera como su madre, de ser profesora, como su tía… quiere darse a los demás pero se pregunta: ¿Qué querrá entonces Dios? ¿Cómo discernir? Una mujer consagrada, ha estado viviendo bien, de pronto los problemas la asaltan, todo lo ve negro, oye voces de “deja esto y sal al mundo” u otros ‘comentarios’ semejantes. Ella se siente dividida interiormente. ¿Qué hacer? Una hermana que no se siente satisfecha con la cantidad de oración y apostolado que realiza, quizás podría dar más. ¿Qué hacer?

Para poder discernir auténticamente, necesitamos unas predisposiciones:

1) Deseo de hacer la voluntad de Dios. Necesitamos querer lo que Dios quiere, si no, es imposible el discernir. El director espiritual debe querer cuanto Dios quiera para esta persona en concreto y el orientado también debe adoptar una actitud de «firmar el cheque en blanco» a Dios.

2) Apertura a Dios. Viene implícito en la primera disposición, sin embargo, en ocasiones queremos elegir según nuestro propio gusto queriendo que sea el gusto de Él. Deseamos trabajar para Él, pero en el fondo, no nos gusta que sea de verdad el jefe. Dios tiene sus misterios, en ocasiones resulta desconcertante y «escribe derecho con líneas torcidas».

3) Conocimiento experiencial de Dios. Conocer a Dios significa conocer sus gustos, conocer lo que le agradaría más. Por eso, también se acude al director espiritual en busca de alguien que, además de la gracia de estado, tiene tal experiencia de Dios que les puede ayudar a discernir sus gustos. (Thomas H. Green)

Estas predisposiciones nos confirman la necesidad de que cada una de las mujeres consagradas sea mujer de Dios para conducir a nuestras dirigidas hacia un conocimiento personal, cordial, experiencial de Dios. Así se dispondrán siempre a elegir las cosas de su agrado.

San Ignacio de Loyola señala la materia sobre la cual no se debe discernir:

a) Las elecciones inmutables. Opciones de vida tomadas con seriedad y validez. El demonio suele tentar y hacer la vida imposible susurrando el replantearse una y otra vez las opciones serias de la vida: matrimonio, vocación consagrada o sacerdotal. Si se han hecho con madurez y poseen un carácter de validez, generalmente no pueden tomarse como materia de discernimiento.

b) Las decisiones ya tomadas debida y ordenadamente. Por ejemplo, la decisión de ser religiosa respondiendo así al llamado de Cristo.

c) Lo malo en sí. Jamás podremos discernir opciones moralmente ilícitas, por ejemplo si tener un aborto o no, fornicar o no, mentir o no, etc. Nunca deben elegirse acciones intrínsecamente deshonestas so pena de ofender gravemente a Dios. Ciertamente, en ocasiones resulta difícil tener una idea sobre la bondad o malicia de una acción determinada, en esos casos, consultaremos a personas competentes y sólidos en la doctrina moral.

DISTINGUIR EL BUEN Y EL MAL ESPÍRITU. Plática
San Juan ya nos sugiere "... No os fiéis de todo espíritu, sino examinad los espíritus, a ver si son de Dios".
Normas de discernimiento de espíritus según San Pablo e Ignacio de Loyola.

Son las siguientes:

- Las obras del espíritu bueno son: caridad, paz, alegría, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia. Las de la carne: fornicación, impureza, lujuria. (Gal. 5 Ef. 5 Rom. 7 )
- Los dones del espíritu son los que edifican la Iglesia (1 Cor 14,4).

- La fuerza en la debilidad es otro de los signos de discernimiento del Espíritu según 1 Tes. 1,4 y 2 Cor 2,4...) Así vemos en los Apóstoles que eran pobres e ignorantes y con gran fortaleza llevaron a todas las partes la "Buena Nueva".
Otro signo del Espíritu Bueno es la luz y la
paz según 2 Cor. 7,10 Otro, la comunión fraterna 1Cor. 13, que hace respetar y amar los carismas de los otros.

El criterio supremo de discernimiento según San Pablo es éste: "Nadie, hablando en el espíritu de Dios dice 'maldito es Jesús', ni nadie puede decir 'Jesús es el Señor', sino el Espíritu." (1Cor.12,3) Es decir, proclamar su divinidad, adherirse a Jesús por la fe y el amor, lo cual no es posible más que con la gracia del Espíritu Santo.

Mira también el discernimiento personal tomado todo él de las normas que nos da San Ignacio de Loyola. Te lo transcribo:


- Dios se comunica mediante la palabra que libera; el hombre debe colaborar con su adhesión personal. San Ignacio por eso suele hacer esta petición en la oración, "demandar lo que quiero".

- "Es menester hacernos indiferentes" nos dice San Ignacio: salud o enfermedad, riqueza o pobreza, vida larga o corta... la actitud positiva de indiferencia consiste en optar fundamentalmente por Dios y por su plan sobre nosotros; con indiferencia a cualquier cosa; sólo la mayor gloria de Dios. Dejarse, pues, llevar por el Espíritu.

Ahora conviene recordar lo de consolación y desolación. Llama Ignacio consolación "cuando en el alma se causa alguna moción interior en la cual viene el alma a inflamarse en el amor de su Creador y Señor y, por consiguiente, cuando ninguna cosa criada sobre la faz de la tierra puede amar en sí sino en el Creador de todas ellas... Consolación se llama también a todo aumento de esperanza, fe y caridad y a toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales, y a la propia salud de su alma, tranquilizándola y pacificándola en su Creador y Señor". Entonces el alma avanza con paso decidido. Es necesario aprovechar esta consolación para avanzar en la virtud, para tomar decisiones de apostolado dentro de una gran paz y sin apresurarse.

La desolación I. de Loyola es "como oscuridad del alma, como turbación en ella, moción hacia las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones que mueven a la desconfianza, sin esperanza y sin amor, hallándose el alma del todo perezosa, tibia y triste y como separada de su Creador y Señor." Suele ser signo de la acción en nosotros del espíritu malo.

Además de lo anterior, hemos de tener en cuenta estas cosas a la hora de tomar una DECISION según la mayor gloria de Dios. Examinar los propios pensamientos; examinar los motivos, que sean honestos y según la voluntad de Dios, nunca contrarios. Que sean conformes a los mandamientos del Señor, a las bienaventuranzas, al cumplimiento de nuestros deberes profesionales y de estado; que no vulneren los derechos de nuestros semejantes o familiares. Según esto no se deben tomar decisiones que lesionen los derechos de nuestra familia u otras personas. La elección ha de hacerse en tiempo tranquilo; pedir al Señor que oriente nuestra alma hacia su mayor gloria. "En tiempo de desolación, no hacer mudanza".

Es preciso tener en cuenta todas estas cosas en los días de Ejercicios Espirituales y a la hora de tomar una decisión.

Repasa estos apuntes que te vendrán bien.
SUMARIO: I. El discernimiento espiritual en el dinamismo de la experiencia cristiana: 1. El dinamismo de la existencia cristiana: 2. El discernimiento entre las tensiones y las ambigüedades de la existencia - 1I. El discernimiento espiritual en la Sagrada Escritura: 1. Actitud crítica del cristiano para avanzar por el camino de Dios; 2. Búsqueda de la autenticidad cristiana: 3. Criterios de discernimiento según san Pablo - lll. El discernimiento personal: 1. Relación dialéctica entre discernimiento personal y comunitario: 2. El itinerario del discernimiento personal según san Ignacio de Loyola - IV. El discernimiento comunitario: 1. En qué consiste: 2. Sus fundamentos, 3. Condiciones psicológico-espirituales: 4. Técnica del discernimiento comunitario.

1. El discernimiento espiritual

en el dinamismo de la experiencia cristiana

La instancia del discernimiento espiritual nace de la experiencia que el cristianismo realiza de su vida de fe en Cristo, en la Iglesia y en el mundo. La complejidad de las situaciones en que es llamado a vivir y obrar para llevar a cabo el plan de Dios respecto a sí mismo y a los demás, le imponen una atenta consideración de los impulsos y de las motivaciones que le inducen a determinadas opciones. Dios llama a cada hombre y a cada grupo de personas reunidas en su nombre con una vocación particular, que se inserta en el contexto de la misión que él confía al pueblo que se ha elegido. Lo que es bueno para uno no es bueno para otro, y lo que es mejor para uno no siempre lo es para otro. De ahí nace el problema: ¿Cómo reconocer los signos de Dios en una determinada situación y, sobre todo, frente a ciertas opciones?

1. DINAMISMO DE LA EXISTENCIA CRISTIANA - La existencia cristiana no es una realidad estática. Es vida y, como tal, posee todas las características de la vida. La vitalidad cristiana la experimentamos en nuestra vitalidad existencial, constituida por pensamientos, sentimientos, actividades, tendencias y relaciones con los demás, con las cosas, con el mundo y con la sociedad. La existencia cristiana tiene en nosotros su nacimiento y su desarrollo continuo. En el origen de esta nueva existencia, como enseña san Pablo (Rom 3,6.8), está la fe en Jesucristo, el bautismo y el don del Espíritu Santo: tres realidades que se integran recíprocamente y suscitan en nosotros una acción vivificadora y santificadora de Dios, el cual establece una relación dinámica con nuestra existencia, llamándola a la salvación. La tríada —fe, esperanza y caridad (1 Tes 1,2s: 5,8-10: 1 Cor 13,13: Col 1,4s)' constituye la dimensión fundamental en que la existencia cristiana se manifiesta, realiza y crece en nosotros. El bautismo, como "sacramento de la fe", expresa también en el plano sensible la muerte y la resurrección de Cristo con el simbolismo eficaz de su rito (Rom 6,3-11), hace participar con plena responsabilidad de la vida eclesial para formar un solo cuerpo en Cristo (1 Cor 12,13) y hace pasar de una existencia de tinieblas a una existencia de luz (Ef 5,8.14), que impone el paso de la muerte al pecado a la vida nueva en Cristo (Rom 6,11-12). Convertido en luz, el cristiano debe caminar como hijo de la luz. Esto le impone la tarea de discernir para percibir continuamente la voluntad de Dios (Ef 5.8.10.17). Ello lo consigue en la medida en que ha recibido el don del Espíritu, agente divino en él, principio dinámico y norma de su obrar (Rom 8). El Espíritu divino entabla con el espíritu humano un diálogo misterioso, que obliga al hombre a una continua confrontación para dar una respuesta dócil que lo lleve a un constante dinamismo de transformación interior y de renovación, capaz de permitir reconocer el sendero que traza Dios y seguirlo'. Por tanto, el discernimiento espiritual se impone como una constante de la vida del cristiano para pasar de la edad infantil de la fe a la del hombre perfecto o maduro' [ /'Madurez espiritual].

2. El. DISCERNIMIENTO ENTRE LAS TENSIONES Y LAS AMBIGÜEDADES DE LA EXISTENCIA - Así pues, para que la existencia cristiana pueda desarrollarse en su autenticidad, es necesario una continua confrontación entre los impulsos y la guía de Dios, que se revela en Cristo, en la Iglesia, y los tirones de los instintos humanos o de las potencias del mal, que son contrarias al Espíritu de Dios. No es fácil distinguir entre la acción del Espíritu de Dios, la del espíritu humano y la del espíritu malo'. Ante todo, la vida interior del hombre es compleja, y "éste, por error, puede considerar como una manifestación de lo absoluto o de Cristo algo que, de hecho, no es más que fruto de una elaboración subjetiva"'. La dificultad proviene también de que, estando el Espíritu de Dios presente en nuestro espíritu humano, el espíritu malo intenta imitar al Espíritu de Dios para engañar al hombre y apartarle así del plan de salvación.

Pablo dice que si, mediante el Espíritu, damos muerte a las acciones pecaminosas de nuestro yo, viviremos: "En efecto, cuantos son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom 8,14). Pero nuestra tendencia al pecado y a la enemistad con Dios (Rom 8,7) subsiste incluso después de habernos justificado Dios mediante la fe y el bautismo. También Jesús, inmediatamente después del bautismo, fue tentado por Satanás a abusar de su poder mesiánico, desviándolo del fin para el cual se lo había Dios concedido. Esta experiencia de Jesús se repite en la vida del cristiano. Este siente el poder del espíritu malo, que intenta separarle de Dios, sacarle de su plan o al menos disminuir su capacidad de obrar el bien. Por eso Pablo pone en guardia a los efesios: "Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las tentaciones del diablo" (6,11). Hay que tomar en serio el combate espiritual: "Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos que andan por los aires" (Ef 6,12)0.

A veces la acción del poder del mal es muy sutil. Se encamina a proponer acciones o actitudes a primera vista buenas, pero para llevar a consecuencias malas, siguiendo la táctica de la exageración: abusar de la propia libertad por el hecho de ser don de Dios, exagerar en la penitencia para llevar luego al cansancio y al rechazo de la vida espiritual; dejarlo todo y a todos, radicalizando la enseñanza evangélica para exonerar de responsabilidades personales y sociales; usar para la propia gloria los dones recibidos de Dios para la edificación de la Iglesia, etc. Satanás, como dice san Juan, es el "padre de la mentira" (8,44): por eso debemos "distinguir el espíritu de la verdad y el espíritu del error" (1 In 4,6). Por lo demás, la historia de la Iglesia enseña que algunos dones auténticos del Espíritu no han podido desplegar toda su eficacia o han sido incluso desviados del bien, ya sea porque quienes los poseían no supieron discernir entre inspiración de Dios, impulsos y deseos humanos o desviaciones operadas por Satanás [ /'Diablo/exorcismo], ya sea porque quienes tenían la misión de guiar estos dones más bien los apagaron.

II. El discernimiento espiritual

en la Sagrada Escritura

Buscar en la Escritura qué es el discernimiento espiritual significa recorrerla en su totalidad. Más que una teoría sobre el discernimiento, en la Escritura se encuentra un discernimiento en acción,
inflen; por una parte, el discernimiento que Dios lleva a cabo en la historia de Israel o en la Iglesia; por otra, lo que el hombre hace para entrar por el camino de la fe y de la justificación y para aumentar la operatividad de su existencia cristiana en la Iglesia y en el mundo'.

1. ACTITUD CRÍTICA DEL CRISTIANO PARA AVANZAR POR EL CAMINO DE Dios - En el AT Dios elige: a Adán (Gén 2,17), a Abrahán (Gén 12,4), al pueblo de Israel (Ex 19,8; 24,3; Jue 24,15; Dt 28,1,15...), a los soberanos y a los caudillos del pueblo. Para responder a esta elección, es preciso liberarse de motivos y condiciones oscuras y comprometerse en un camino continuo de búsqueda de fe. Tanto más que junto a la voz de Dios está la del pecado (Gén 4,7) y la de Satanás, adversario de Dios, también ella llena de misterio'. Para el pueblo elegido se trata de aceptar la visión misma de Dios, su discernimiento. Esto implica dos momentos: el de la pasividad, es decir, dejarse guiar por él, recordar sus beneficios, dar gracias, volver a los orígenes para comprender nuevamente su vocación, fortalecerse en la confianza de la promesa; el de la actividad, de compromiso, de búsqueda de lo nuevo, siempre bajo la guía de Dios.

El discernimiento de "espíritus" o de "inspiraciones" se encuentra a lo largo de todo el NT, particularmente en san Pablo. Además de la mención explícita de la diakrisis pneumaton, del "discernimiento de espíritus" (1 Cor 12,10), se usa el verbo dokimazein y términos afines, krino/krisis y la rica serie de vocablos contenida en Flp 1,3-11; Col 1,9-14; Ef 1,15-23; 4,11-16; Rom 12,1-8. El verbo dokimazein expresa el significado fundamental del discernimiento, a saber: el de probar, catar, examinar. La necesidad del discernimiento proviene de la instancia crítica del cristiano sobre el horizonte escatológico. En efecto, la existencia cristiana se caracteriza, por un lado, por la aceptación de la fe con el compromiso que implica y, por otro, por la inminencia del juicio. La vida del hombre y de la comunidad está sujeta al examen de Dios, en el cual hay que ofrecer una buena prueba; el juicio final es el resumen de este examen (1 Cor 3,13; Sant 1,12). Por esto es Dios ante todo el que "discierne" el corazón del hombre; Dios en la historia es el
dokimazon tas kardias hemon, es el "Dios que sondea nuestros corazones" (1 Tes 2,4).

En los sinópticos, aunque sin un término que la especifique, tenemos la realidad del discernimiento, que consiste sustancialmente en "reconocer" en la persona y en la acción de Jesús el poder del Espíritu de Dios y la derrota del espíritu del mal. Jesús es signo de contradicción (Lc 2,34) y, por tanto, objeto de discernimiento; quienes lo acogen descubren en él los caminos del Espíritu; los demás siguen leyendo las Escrituras sin comprenderlas y ven pasar a Jesús sin reconocer que Dios está en él.
Para los Hechos de los Apóstoles, más allá de toda teoría, la dinámica del discernimiento está clara: "El Espíritu de Dios se impone con su misma fuerza y aporta su luz; sus iniciativas son siempre maravillosas y a veces desconcertantes, pero nunca turbulentas y desordenadas; su acción se ejerce siempre en la Iglesia, cuya paz y expansión asegura; su obra consiste en dar a conocer y en irradiar el nombre del Señor Jesús".

2. BÚSQUEDA DE LA AUTENTICIDAD CRISTIANA - Para san Pablo, el discernimiento es parte imprescindible de la búsqueda dinámica de la autenticidad cristiana, por lo cual es preciso mantenerlo siempre en acción. Hay que distinguir las mociones que llevan la impronta del Espíritu Santo de las que le son contrarias. Mociones, o sea sentimientos, experiencias, actitudes, impulsos hacia determinadas opciones, etc. Todo cristiano que haya experimentado el Espíritu ha de habituarse a esa percepción espiritual, a esa finura del espíritu que le mantiene en su identidad. A algunos el Espíritu les concede el carisma del "discernimiento de espíritus" (1 Cor 12,10), es decir, la capacidad de reconocer si una determinada inspiración viene del Espíritu divino o del espíritu del mal. Mas a todos los creyentes se les da el "don del Espíritu", que se recibe radicalmente con la fe y el bautismo, y que "habita en nosotros" (Rom 8,9) y nos guía, haciéndonos vivir como hijos de Dios (Rom 8,14). El Espíritu es, pues, el elemento constitutivo de nuestro ser de cristianos y el principio dinámico y la norma de acción, constituyéndonos hijos "en la Iglesia" (1 Cor 12,13)". Para san Pablo, el discernimiento es la virtud del tiempo de la Iglesia, situado entre el hecho de la muerte y resurrección de Cristo y la parusía. Caracteriza a la Iglesia de los "últimos tiempos" (1 Cor 10,11), período en el cual hay que afrontar el "presente siglo malo" (Gál 1,4). El cristiano no puede conformarse según el a "mundo"; debe superarlo, aunque sea en la prueba y en la aflicción. Con la superación de estas pruebas y tribulaciones, mediante un atento discernimiento, el cristiano manifiesta su autenticidad en una "fe purificada" y aprobada por Dios, en una "esperanza probada" en la oscuridad del tiempo presente, en una "caridad filial", "derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5,3-5). El cristiano no se somete a las pruebas de la vida, sino que las discierne para descubrir en ellas la voluntad de Dios, el cual permite que formen parte de la pedagogía de la salvación. Ante los tiempos escatológicos, las pruebas y las tribulaciones asumen el significado de anticipación, en el tiempo de la Iglesia, del discernimiento final y se convierten en participación del juicio escatológico ya realizado en la muerte y resurrección de Cristo".

El discernimiento, en su aspecto moral, tiene por objeto la "voluntad de Dios" (Rom 12,2), el imperativo moral que impone una vida santa y grata a Dios (1 Tes 4,1-3). Este imperativo implica un camino de conversión continua. El "conocimiento" de que habla a menudo san Pablo (Flm 5-6; Ef 1,15-18; 4,13; Flp 1,9; Col 1,9-10) representa justamente este carácter dinámico de progreso y de crecimiento, que interioriza y conduce a un nivel cada vez más alto la fe, la esperanza y la caridad" Analizando el acto concreto del discernimiento, Therrien dice que es al mismo tiempo uno y complejo, humano y divino, personal y eclesial, "en situación" e inserto en el plan único de salvación, que mira a la edificación de los hermanos y está ordenado a la gloria de Dios, realizado en el tiempo, pero que participa ya del juicio escatológico ".

3. CRITERIOS DE DISCERNIMIENTO SEGÚN SAN PABLO - San Juan, en su primera carta, pone en guardia a los cristianos para que adopten una actitud crítica frente a las inspiraciones: "Queridísimos, no os fiéis de todo espíritu, sino examinad los espíritus, a ver si son de Dios" (4,1)". Mas ¿cuáles son los criterios por los que podemos estar seguros de que una determinada inspiración viene efectivamente de Dios? De la doctrina paulina se obtienen algunos de estos criterios16:
  1. Los frutos.
  2. El espíritu bueno y el malo se reconocen por sus frutos: "Las obras de la carne son manifiestas: fornicación, impureza, lujuria... Por el contrario, los frutos del Espíritu son: caridad, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia" (Gál 5,14-22; cf Ef 5,8-10; Rom 7,4-5.19-20).
  • La comunión eclesial.
  • Los dones auténticos del Espíritu son los que edifican la Iglesia (1 Cor 14,4.12.26). Los carismas son dones fecundos para la Iglesia; sobre todo la profecía, la cual es una palabra eficaz que da paz, ánimo y confianza.
  • La fuerza en la debilidad.
  • El Espíritu se manifiesta con signos de poder: milagros, seguridad para proclamar la palabra de Dios y afrontar las persecuciones (1 Tes 1,4-5; 2 Cor 12,12). Son signos que resultan tanto más auténticos cuanto más contrastan con la debilidad del apóstol (2 Cor 2,4; 12,9).
  • La inmediatez de Dios.
  • Seguridad de una vocación divina en la docilidad eclesial. Por una parte, Dios da la certeza de su vocación (Rom 1,1; Gál 1,15; Flp 3,12) y, por otra, esa llamada debe ser autenticada por la comunidad eclesial (Gál 1,18) y por sus responsables.
  • La luz y la paz.
  • Los dones del Espíritu no son impulsos ciegos que suscitan dificultades y desorden (1 Cor 14,33). Esto vale no sólo de las manifestaciones extraordinarias, sino también de las mociones interiores: "La tristeza que es según Dios causa penitencia saludable e irrevocable, mientras que la tristeza del mundo engendra la muerte" (2 Cor 7,10), "porque el pensamiento de la carne es muerte, pero el pensamiento del espíritu es vida y paz" (Rom 8,6; cf 14,17-18).
  • La comunión fraterna.
  • Es el criterio más seguro e importante que revela los signos de la presencia del Espíritu (1 Cor 13). La caridad hace también respetar y amar los carismas de los otros (1 Cor 12).
  • ¡Jesús es el Señor!
  • El criterio supremo del discernimiento es el alcance y las consecuencias que ciertas mociones o actitudes tienen respecto a Jesús: "Nadie, hablando en el Espíritu de Dios, dice: 'Maldito es Jesús', ni nadie puede decir: 'Jesús es el Señor', sino el Espíritu" (1 Cor 12,3). Confesar que Jesús es el Señor no es sólo pronunciar una fórmula, sino descubrir el secreto de su persona, proclamar su divinidad, adherirse a él por la fe y el amor, lo cual no es posible más que con la gracia del Espíritu Santo.
    III. El discernimiento personal

    Distinguimos entre discernimiento personal y discernimiento comunitario. Por el primero entendemos la búsqueda de la voluntad de Dios realizada por una persona particular; por el segundo, la realizada por la comunidad o por un grupo de personas unidas por un vínculo particular y, en última instancia, por la Iglesia.

    1. RELACIÓN DIALÉCTICA ENTRE DISCERNIMIENTO

     PERSONAL Y COMUNITARIO - LOS dos aspectos, personal y comunitario, son distintos, pero no están separados. El segundo supone el primero, porque una comunidad o un grupo puede ponerse en situación de discernimiento en la medida en que los individuos hayan hecho o hagan en su vida una experiencia profunda de la búsqueda de Dios y se dejen guiar por el Espíritu en sus opciones. También el primero supone el
    segundo, al menos de forma embrionaria, en cuanto que la escucha de Dios en la vida personal pasa necesariamente a través de la mediación de la Iglesia, que lee los signos de los tiempos de la sociedad en que se vive. La expresión mínima de esta mediación está constituida por el diálogo con el consejero o director espiritual. Cuando nos sentimos inspirados a tomar una opción determinada o una determinada orientación espiritual, es preciso medir estos impulsos con dos criterios fundamentales: la conformidad con la palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia (dejarse juzgar por la fe de la Iglesia: Rom 12,6; 1 Cor 14,29-32; 1 In 4,2) y el servicio para la edificación de la Iglesia y de la sociedad (es el fin para el cual el Espíritu Santo otorga los dones: 1 Cor 12,7; 14,12.26; lo contrario de la edificación es la división, que no puede venir del Espíritu: 1 Cor 1,10-13).
    La mediación del consejero espiritual tiene por fin objetivar las experiencias y la mociones personales'', aclarar lo que quizá se advierte de modo confuso y situarse en un horizonte eclesial en el cual tomar conciencia de que el Espíritu es único y no puede contradecirse [.--n Padre espiritual].

    2. EL ITINERARIO DEL DISCERNIMIENTO PERSONAL SEGÚN SAN IGNACIO DE LOYOLA -

    Entre los numerosos autores espirituales que han tratado del discernimiento'', san Ignacio de Loyola ocupa un puesto relevante debido a la experiencia espiritual que tuvo de la alternancia de diversas mociones espirituales a partir de su conversión'', experiencia que describió en sus Ejercicios espiritualesRO, los cuales están guiados enteramente por el discernimiento espiritual con vistas a una elección de vida que ha de hacerse para la mayor gloria de Dios (nn. 169-189). Veamos los elementos más destacados de este itinerario:

    a) Conquistar la libertad interior,
    don del Espíritu Santo. Toda predeterminación o prejuicio bloquea el proceso de conocimiento y de búsqueda de la voluntad de Dios. Por eso hay que "vencerse a uno mismo y ordenar la vida sin dejarse determinar por ningún afecto desordenado" (n. 21; 1). No hay que ocultar la dificultad que existe para llegar a una mirada de fe y a un impulso de amor tan purificados. Es preciso estar animado por el deseo del "magis" (n. 23) para emprender este itinerario "con gran ánimo y liberalidad con su Creador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su Divina Majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad" (n. 5). Toda la persona debe dedicarse a discernir entre la diversidad de las mociones espirituales, sobre todo su afectividad profunda para "sentir y gustar de las cosas interiormente" (n. 2).

    b) Escucha de la palabra y compromiso dinámicos.
    Dios se comunica mediante la palabra que libera; el hombre debe colaborar con su adhesión personal. Por eso san Ignacio dice: "demandar la gracia que quiero" (n. 91). Por una parte, es preciso pedir, sabiendo que no puede uno dar por sí mismo lo que se busca en el plano de la salvación y de la perfección cristiana; por otra, hay que desear lo que se pide, con una participación comprometida de toda la persona en la acción de Dios.
     
    c) Prontitud para el cambio.
    El discernimiento supone la prontitud para cuestionarse frente a la interpelación de la palabra de Dios y estar dispuesto a cambiar lo que sea en la vida personal, social o comunitaria. Sólo Dios es lo absoluto y lo inmutable; todo el resto ("las cosas creadas", n. 23) es relativo, y frente a ello "es menester hacernos indiferentes" (n. 23). La indiferencia es la actitud positiva consistente en optar fundamentalmente por Dios y por su plan sobre nosotros, por lo que todo el resto se vuelve innecesario y sólo se acoge en la medida en que sea manifestación de la voluntad divina. Esto implica saber poner en discusión toda opción, preferencia o seguridad que no encuentre confirmación en Dios. Hay que dejarse llevar por el Espíritu, que es fuente de perenne novedad y creatividad. Renunciar al cambio es cerrarse a la novedad del Espíritu, que puede abrir un camino nuevo que nos lleve más cerca de Dios y de los hermanos. Esta prontitud para el cambio, en los Ejercicios, es tratada en el "preámbulo para hacer elección" en dos actitudes, una positiva al cambio y la otra negativa. La primera es la del que se coloca frente al problema de una elección con "ojo simple", solamente "mirando para lo que soy creado, es, a saber, para alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi alma" (n. 169). La segunda es la del que invierte el orden de las cosas: primero escoge el medio y luego intenta atraer a Dios a lo que ha elegido (n. 169).

    d) La experiencia de consolaciones y de desolaciones.
    San Ignacio describe la resonancia interior que la palabra de Dios y sus mociones suscitan en nosotros, con alternancia de euforia y de depresión, mediante los términos de consolación y de desolación espiritual. ¿Qué es la consolación espiritual? "Llamo consolación espiritual cuando en el alma se causa alguna moción interior, con la cual viene el alma a inflamarse en amor de su Creador y Señor y, por consiguiente, cuando ninguna cosa criada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas... Finalmente, llamo consolación a todo aumento de esperanza, fe y caridad y a toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su alma, tranquilizándola y pacificándola en su Creador y Señor" (n. 316). Se trata, pues, de una experiencia de los "frutos" del Espíritu, de un incremento de las actitudes fundamentales de la existencia cristiana, a saber: de la fe, de la esperanza y de la caridad.

    La desolación, en cambio, es lo contrario de la consolación: "Así como oscuridad del alma, turbación en ella, moción hacia las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones que mueven a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose del todo perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador y Señor" (n. 317). Por consiguiente, la consolación es energía del Espíritu Santo para emprender o confirmarse en una elección dada; la desolación lleva lejos del Señor y es signo de la acción en nosotros del espíritu malo, "con cuyos consejos no podemos tomar el camino para acertar" (n. 318).

    e) La dinámica de una elección.
    A través de la experiencia del discernimiento de las mociones interiores se puede llegar a una elección según Dios. Pero ante todo es necesario que el objeto de la elección sea bueno o indiferente (n. 170). Fuera del caso de una intervención extraordinaria de Dios, que nos manifestaría así su voluntad, una elección ha de realizarse a través de una "suficiente claridad y conocimiento por experiencia de consolaciones y desolaciones y por experiencia de discernimiento de varios espíritus" (n. 176). Cuanto más profunda es esta experiencia espiritual, tanto más es posible desenmascarar también las "sutilezas" de la acción del enemigo, el cual "se transforma en ángel de luz", insinúapensamientos aparentemente buenos, pero que luego resultan ser espiritualmente nocivos (n. 332), por lo cual es preciso examinar "el discurso de los pensamientos" para ver si terminan "en alguna cosa mala o distractiva o menos buena" (n. 353). Este proceso, sin embargo, no exime de emplear las energías humanas, a saber: de examinar serenamente los motivos en pro y en contra de una determinada elección, que ha de hacerse en el "tiempo tranquilo", "cuando el alma no está agitada por varios espíritus y usa sus potencias naturales libre y tranquilamente" (n. 177). De la elección que ha de hacerse en este tiempo tranquilo, san Ignacio describe un itinerario concreto: 1) precisar el objeto de la elección; 2) fijar el fin, a saber: Dios y su alabanza, y encontrarse en la indiferencia, pronto a "seguir lo que sintiere ser más en gloria y alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi alma" (n. 179); 3) pedir al Señor que oriente las mociones interiores hacia su voluntad; 4) considerar las ventajas y las desventajas del objeto de la elección sólo con vistas al fin; 5) deliberar según motivos razonables; 6) presentar en la oración la elección hecha a Dios para que la confirme (nn. 179-183).

    IV. El discernimiento comunitario

    Las instancias y el itinerario del discernimiento personal se aplican de modo análogo al discernimiento comunitario.

    1. EN QUÉ CONSISTE - Un grupo de personas, unido por un vinculo particular, como puede ser una comunidad religiosa, un grupo de oración o de compromiso apostólico, sobre todo si se tiene que tomar opciones, está llamado a realizar, en cuanto grupo, un discernimiento de la voluntad de Dios tocante a su modo de vivir la fe y de comprometerse en la Iglesia y en la sociedad. Se trata de interrogarse delante de Dios para comprender si la decisión que hay que tomar es conforme al proyecto evangélico y si responde a los tiempos de la Iglesia y a las exigencias de los hombres de nuestro tiempo. Es una actitud de búsqueda desinteresada, en la cual cada miembro del grupo se siente corresponsable y colabora en la valoración de las mociones del Espíritu para que el grupo como tal llegue a la decisión que más agrada al Señor. El discernimiento comunitario se aplica de modo particular a la comunidad religiosa, sea local o provincial, o al instituto entero. El Vat. II alienta ese estilo de búsqueda común de la voluntad de Dios en orden a la renovación de la vida religiosa.

    2. SUS FUNDAMENTOS - Como el discernimiento personal tiene supuestos necesarios, también el comunitario se funda en algunas premisas, que aseguran su posibilidad y rectitud.
    1. Cada miembro del grupo debe haber tenido la experiencia del discernimiento personal. Esto supone una vida interior genuina que haya enseñado a buscar la voluntad de Dios con libertad espiritual.
    2. El discernimiento es posible únicamente como experiencia fuerte de fe, no sólo personal, sino también comunitaria. Es un acto de abandono, de escucha, de confianza en Dios, que guía a las personas, a los grupos y la historia. Es Dios el que, en su presente de gracia, interpela a la comunidad sobre su identidad y su misión apostólica. El le dirige su palabra en Cristo, en la Iglesia y a través de los signos de los tiempos. "El amor que me hace elegir" —dice san Ignacio— debe descender "de arriba, del amor de Dios", de modo que la elección. se haga "únicamente por su Creador y Señor" (n. 184). El grupo debe vivir así el "nosotros" de la fe y estar abierto a la fe de la Iglesia entera.
    3. El grupo que intenta discernir la voluntad de Dios debe abrirse al Espíritu Santo, el cual "guiará a la verdad completa" (Jn 16,13). El discernimiento, en efecto, es "espiritual", es decir, se hace sólo en el Espíritu, bajo su influjo. Esta apertura al Espíritu requiere la purificación del corazón y de las intenciones y una profunda conversión a Cristo y al evangelio.
    4. La oración, que crea el clima para el discernimiento, debe vivirse no sólo a nivel personal, sino también a nivel comunitario, en una relación filial con Dios que haga sentirse a todos hijos de un mismo Padre y lleve a exclamar "Abba, Padre" (Gál 4,6; Rom 8,15).
    3. CONDICIONES PSICOLÓGICO-ESPIRITUALES - Las leyes de la psicología de grupo desempeñan su papel en el discernimiento comunitario. Ayudan a distinguir lo que facilita y lo que obstaculiza una auténtica búsqueda de loscaminos de Dios. He aquí algunas condiciones para crear premisas de autenticidad:
    1. El propósito inicial debe ser el de "buscar y encontrar la voluntad de Dios" (n. 1). Ha de adoptarse no un punto de vista sujeto a intereses humanos o egoístas, sino el del plan salvífico que Dios tiene sobre la comunidad y, a través de ella, sobre la Iglesia y sobre el mundo. Es contraria a esto la actitud del que quiere hacer prevalecer, dentro de ese grupo, su parecer o su posición.
    2. Para un encuentro con los demás en la búsqueda de Dios es preciso purificarse de las pasiones, que bloquean una auténtica relación interpersonal. Tales son, por ejemplo, la incomunicabilidad con los hermanos, sentimientos cultivados de envidia, de celos, de no participación en la alegría y el dolor ajenos, etc.
    3. Condición importante es la de aceptación de que los demás nos cuestionen, así como Dios a través de los mismos. Esta disponibilidad pone al desnudo la verdad que somos y que buscamos. Desenmascara nuestras ambigüedades, los prejuicios, las predeterminaciones; verifica si algunas de nuestras seguridades son auténticas o falsas, si buscamos el interés de Dios o nos buscamos a nosotros mismos.
    4. Renunciar a la autosuficiencia, a la pretensión de conocer en solitario la voluntad de Dios. Esta se encuentra mediatizada por el testimonio y la experiencia espiritual de los otros, de la Iglesia y de la sociedad. Al rechazar sentirse constituido en un sistema cerrado y estático de verdad, nos abrimos a la posibilidad de ser completados por los otros, por su competencia, sensibilidad y experiencia. Con frecuencia algunas elecciones importantes se preparan cuidadosamente con una investigación sociológica, psicológica y política para captar las instancias que provienen de una sociedad en rápida mutación. El discernimiento espiritual no puede ignorar estos datos, sino que los ve en una perspectiva diversa de aquella con que una administración puede programar su ejercicio. La perspectiva es la evangélica, en la cual entran factores imponderables con un metro puramente humano.
    5. Condición concomitante de la precedente es la de dar cabida a los demás en uno mismo, en los propios puntos de vista y convicciones. Es una actitud de respeto a la persona de losdemás, de sincera caridad evangélica, por encima de ciertas ideologías que dividen.
    6. Condición importante es también la de que un grupo o comunidad no se cierre en sí mismo, sino que se sienta parte de comunidades más vastas y de la Iglesia entera, viviendo sus orientaciones universales.
    4. TÉCNICA DEL DISCERNIMIENTO COMUNITARIO - La palabra "técnica" no debe hacer pensar en una planificación con ritmos mecánicos. El discernimiento es una actividad espiritual que se desarrolla bajo la moción del Espíritu, el cual obra con libertad y pide a los hombres una respuesta libre. En este clima debe vivir el cristiano. Por discernimiento comunitario (y también personal) se entiende, pues, ante todo, un estilo de vida evangélica permanente; una vigilancia evangélica pronta siempre a acoger la voz de Dios y a actuar en consecuencia, y contraria a toda visión egoísta. La actitud de buscar primero el reino de Dios lleva a discernir los caminos de Dios de modo espontáneo en las circunstancias ordinarias de la vida y en las decisiones más comunes y necesarias.
    En cambio, el discernimiento comunitario en el sentido restringido del término se impone en algunos momentos fuertes de la vida de un grupo o de una comunidad cuando están en juego valores importantes para la vida cristiana y la misión eclesial. En este caso, dando por supuesto cuanto queda dicho antes, se requiere también una cierta técnica, la cual ha de ser elástica para adaptarse a las circunstancias y a la madurez espiritual de los individuos y del grupo. El discernimiento comunitario, por lo demás, tiene diversos grados de realización y diversas fases de profundización.
    De todos modos, las etapas esenciales del discernimiento comunitario deberían ser las siguientes: a) Vivificar en el grupo un clima de fe, de escucha de Dios y de los otros, de disponibilidad y de oración. b) Precisar con exactitud el tema que ha de ser objeto de discernimiento y de eventual decisión. Por eso el que esté encargado de dirigir y alentar el discernimiento ha de proporcionar todas las informaciones objetivas sobre el tema, de modo que todos conozcan con exactitud los "datos" necesarios. Debe tratarse de un tema cuya discusión competa al grupo y que sea de importancia y trascendencia para su vida y su misión religiosa. c) Comenzar con un tiempo de oración personal, para ponerse a la escucha de Dios, presentarle el tema sobre el que se invoca su luz y poder captar las mociones espirituales que proceden del Espíritu Santo con un corazón libre de afectos desordenados. d) A esto puede seguir una reunión de "escucha", en la cual cada uno puede expresar lo que ha experimentado en la oración, siendo escuchado por los demás con auténtica participación, sin discutir su experiencia. e) Puede dedicarse otro tiempo de oración personal para pedir al Señor discernimiento sobre motivos en favor o en contra del tema de que se trata.,
    n Luego sigue una reunión de "discusión" y de análisis de los argumentos que cada uno aduce y que están iluminados por las mociones del Espíritu, por la consolación o desolación espirituales. g) Cuando el discernimiento llega a un punto de maduración suficiente, se pasa a la fase deliberativa. Lo ideal es que la búsqueda desapasionada lleve a una decisión unánime. Si ésta no se diese, seria preciso que al menos hubiese unanimidad en la aceptación de lo que la mayoría ha decidido como lo mejor. h) Por último, sigue la confirmación de la decisión tomada, que se manifiesta a varios niveles. En el caso de una comunidad religiosa, tenemos la confirmación del superior, el cual "toma la decisión" y asegura así a la comunidad que se encuentra en el camino justo. Está luego la confirmación que viene del mismo Espíritu Santo, el cual infunde un aumento de fe, de esperanza y de caridad después de tomada la decisión. Finalmente. hay una confirmación "apostólica", o sea la experiencia de que la elección hecha libera nuevas energías apostólicas, da un sentido más vivo de la Iglesia y un mayor entusiasmo misionero. Estos signos de la acción de Espíritu en el discernimiento realizado llevan a un sentido de agradecimiento y de alabanza del Señor.

    BIBL.—AA. VV., El discernimiento (Equipo Mundo Mejor, n. 43, 1975).—AA. VV., Dicernimiento comunitario, Inst. Teol. Vida Religiosa, Madrid 1976.—AA. VV., Discernimiento de espíritus, en "Concilium", 139 (1978).—AA. VV., Discernimiento espiritual en tiempos difíciles, en "Rev. de Espiritualidad", 153 (1979).—Castillo, J. M. El discernimiento cristiano según san Pablo, Facultad de Teología, Granada 1975.—Laplace, J, Discernement pour temps de Irise, Chalet, París 1978.—Penning de Vries, P, Discernimiento. Dinámica existencial de la doctrina y del espíritu de san Ignacio de Loyola, Mensajero, Bilbao 1967.—Therrien, G, Le discernement dans les écrits pauliniens, Gabalda, París 1973.




    REGLAS DE DISCERNIMIENTO
    DEL  ESPIRITU
    San Ignacio de Loyola



    [313] REGLAS PARA EN ALGUNA MANERA SENTIR Y CONOCER LAS VARIAS MOCIONES

    QUE EN LA ANIMA SE CAUSAN: LAS BUENAS PARA RECIBIR Y LAS MALAS PARA LANZAR,

    Y SON MAS PROPIAS PARA LA PRIMERA SEMANA. 


    [314] La primera regla. En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales, por más los conservar y aumentar en sus vicios y pecados; en las cuales personas el buen espíritu usa contrario modo, punzándoles y remordiéndoles las conciencias por el sindérese de la razón.

    [315] La segunda. En las persona que van intensamente purgando sus pecados, y en el servicio de Dios nuestro Seńor de bien en mejor subiendo, es el contrario modo que en la primera regla; porque entonces propio es del mal espíritu morder, tristar y poner impedimentos, inquietando con falsas razones para que no pase adelante; y propio del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante.

    [316] La tercera, de consolación espiritual. Llamo consolación cuando en el ánima se causa alguna moción interior, con la cual viene la ánima a inflamarse en amor de su Criador y Seńor; y consequentar, cuando ninguna cosa criada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Criador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Seńor, ahora sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Seńor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en su Criador y Seńor.

    [317] La cuarta, de desolación espiritual. Llamo desolación todo el contrario de la tercera regla, así como oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Seńor. Porque, así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación.

    [318] La quinta. En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar.

    [319] La sexta. Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación, así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia.

    [320] La séptima. El que está en desolación considere cómo el Seńor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta: porque el Seńor le ha abstraído su mucho hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole tambien gracia suficiente para la salud eterna.

    [321] La octava. El que está en desolación trabaje de estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado, poniendo las diligencias contra la tal desolación, como está dicho en la sexta regia.

    [322] La nona. Tres causas principales son porque nos hallamos desolados: la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros; la segunda, por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias, la tercera, por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Seńor; y porque en casa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación.

    [323] La décima. El que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces.

    [324] La undécima. El que está consolado procure humillarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán para poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o consolación. Por el contrario, piense el que está en desolación que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su Criador y Seńor.

    [325] La duodécima. El enemigo se hace como mujer en ser flaco por fuerza y fuerte de grado. Porque, así como es propio de la mujer, cuando rińe con algún varón, perder ánimo, dando huida cuando el hombre le muestra mucho rostro; y por el contrario, si el varón comienza a huir perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad de la mujer es muy crecida y tan sin mesura: de la misma manera es propio del enemigo enflaquecerse y perder ánimo, dando huida sus tentaciones cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo, haciendo el opósito per diametrum; y por el contrario, si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la haz de la tierra como el enemigo de natura humana en prosecución de su dańada intención con tan crecida malicia.

    [326]La terdéeima. Asimismo se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto. Porque, así como el hombre vano, que, hablando a mala parte, requiere a una hija de un buen padre o a una mujer de buen marido, quiere que sus palabras y sus acciones sean secretas; y el contrario le displace mucho, cuando la hija al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras y intención depravada, porque fácilmente colige que no podrá salir con la impresa comenzada: de la misma manera, cuando el enemigo de natura humana trae sus astucias y suasiones a la ánima justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; mas cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engańos y malicias, mucho le pesa; porque colige que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus engańos manifiestos.

    [327] La cuatuordécima. Asimismo se ha como un caudillo, para vencer y robar lo que desea; porque así como un capitán y caudillo del campo, asentando su real y mirando las fuerzas o disposición de un castillo, le combate por la parte más flaca, de la misma manera el enemigo de natura humana, rodeando, mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos.

    [328] REGLAS PARA EL MISMO EFECTO CON MAYOR DISCRECION DE ESPIRITUS,

    Y CONDUCEN MAS PARA LA SEGUNDA SEMANA.


    [329] La primera. Propio es de Dios y de sus ángeles, en sus mociones, dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación que el enemigo induce; del cual es propio militar contra la tal alegría y consolación espiritual, trayendo razones aparentes, sotilezas y asiduas falacias.

    [330] La segunda. Sólo es de Dios nuestro Seńor dar consolación a la ánima sin causa precedente; porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad. Digo sin causa, sin ningún previo sentimiento o conocimiento de algún obyecto por el cual venga la tal consolación mediante sus actos de entendimiento y voluntad.

    [331] La tercera. Con causa puede consolar al ánima así el buen ángel como el malo, por contrarios fines: el buen ángel por provecho del ánima, para que crezca y suba de bien en mejor; y el mal ángel para el contrario, y adelante para traerla a su dańada intención y malicia.

    [332] La cuarta. Propio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis, entrar con la ánima devota y salir consigo, es a saber, traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal ánima justa, y después poco a poco procura de salirse, trayendo a la ánima a sus engańos cubiertos y perversas intenciones.

    [333] La quinta. Debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, seńal es de buen ángel; mas si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala, o distrativa, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba a la ánima quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara seńal es proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna.

    [334] La sexta. Cuando el enemigo de natura humana fuere sentido y conocido de su cola serpentina y mal fin a que induce, aprovecha a la persona que fue de el tentada mirar luego en el discurso de los buenos pensamientos que le trajo y el principio de ellos, y cómo poco a poco procuró hacerla descendir de la suavidad y gozo espiritual en que estaba, hasta traerla a su intención depravada; para que con la tal experiencia, conocida y notada, se guarde para adelante de sus acostumbrados engańos.

    [335] La séptima. En los que proceden de bien en mejor, el buen ángel toca a la tal ánima dulce, leve y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja; y el malo toca agudamente y con sonido y inquietud, como cuando la gota de agua cae sobre la piedra; y a los que proceden de mal en peor tocan los sobredichos espíritus contrario modo. Cuya causa es la disposición del ánima ser a los dichos ángeles contraria o símilar, porque, cuando es contraria, entran con estrépito y con sentidos, perceptiblemente; y cuando es símilar, entra con silencio, como en propia casa a puerta abierta.

    [336] La octava. Cuando la consolación es sin causa, dado que en ella no haya engańo, por ser de solo Dios nuestro Seńor, como está dicho [330], pero la persona espiritual, a quien Dios da la tal consolación, debe con mucha vigilancia y atención mirar y discernir el propio tiempo de la tal actual consolación del siguiente, en que la ánima queda caliente y favorecida con el favor y reliquias de la consolación pasada; porque muchas veces en este segundo tiempo, por su propio discurso de habitos y consecuencias de los conceptos y juicios, o por el buen espíritu, o por el malo, forma diversos propósitos y pareceres que no son dados inmediatamente de Dios nuestro Seńor; y, por tanto, han menester ser mucho bien examinados, antes que se les dé entero crédito ni que se pongan en efecto.


    REGLAS PARA HACER LIMOSNAS  



    [337] EN EL MINISTERIO DE DISTRIBUIR LIMOSNAS SE DEBEN GUARDAR LAS REGLAS SIGUIENTES.


    [338] La primera. Si yo hago la distribución a parientes o amigos o a personas a quien estoy aficionado, tendré cuatro cosas que mirar, de las cuales se ha hablado en parte en la materia de elección [184187].
    La primera es que aquel amor que me mueve y me hace dar la limosna descienda de arriba, del amor de Dios nuestro Seńor, de forma que sienta primero en mí que el amor, más o menos, que tengo a las tales personas es por Dios, y que en la causa por que más las amo reluzca Dios.

    [339] La segunda. Quiero mirar a un hombre que nunca he visto ni conocido; y deseando yo toda su perfección en el ministerio y estado que tiene, como yo querría que él tuviese medio en su manera de distribuir, para mayor gloria de Dios nuestro Seńor y mayor perfección de su ánima, yo haciendo así, ni más ni menos, guardaré la regla y medida que para el otro querría v juzgo seer tal.

    [340] La tercera. Quiero considerar, como si estuviese en el artículo de la muerte, la forma y medida que entonces querría haber tenido en el oficio de mi administración y reglándome por aquella, guardarla en los actos de la mi distribución.

    [341] La cuarta. Mirando cómo me hallaré el día del juicio, pensar bien cómo entonces querría haber usado de este oficio y cargo del ministerio; y la regla que entonces querría haber tenido, tenerla ahora.

    [342] La quinta. Cuando alguna persona se siente inclinada y aficionada a algunas personas, a las cuales quiere distribuir, se detenga e ilumine bien las cuatro reglas sobredichas [184187], examinando y probando su afección con ellas, y no dé la limosna hasta que, conforme a ellas, su desordenada afección tenga en todo quitada y lanzada.

    [343] La sexta. Dado que no hay culpa en tomar los bienes de Dios nuestro Seńor para distribuirlos, cuando la persona es llamada de nuestro Dios y Seńor para tal ministerio, pero en el cuánto y cantidad de lo que ha de tomar y aplicar para sí mismo de lo que tiene para dar a otros hay duda de culpa y exceso, por tanto se puede reformar en su vida y estado por las reglas sobredichas.

    [344] La séptima. Por las razones ya dichas, y por otras muchas, siempre es mejor y más seguro, en lo que a su persona y estado de casa toca, cuanto más se cercenare y diminuyere y cuanto más se acercare a nuestro sumo pontífice, dechado y regla nuestra, que es Cristo nuestro Seńor. Conforme a lo cual, el tercero concilio Cartaginense (en el cual estuvo santo Augustín) determina y manda que la supeléctile del obispo sea vil y pobre. Lo mismo se debe considerar en todos modos de vivir, mirando y proporcionando la condición y estado de las personas, como en matrimonio tenemos ejemplo del santo Joaquín y de santa Ana, los cuales, partiendo su hacienda en tres partes, la primera daban a pobres, la segunda al ministerio y servicio del templo, la tercera tomaban para la sustentación dellos mismos y de su familia.

    REGLAS  PARA RECONOCER LOS ESCRUPULOS


    [345] PARA SENTIR Y ENTENDER ESCRUPULOS Y SUASIONES DE NUESTRO ENEMIGO, AYUDAN LAS NOTAS SIGUIENTES.


    [346] La primera. Llaman vulgarmente escrúpulo el que procede de nuestro propio juicio y libertad, es a saber, cuando yo líbremente formo ser pecado lo que no es pecado; así como acaece que alguno, después que ha pisado una cruz de paja incidenter, forma con su propio juicio que ha pecado; y éste es propiamente juicio erróneo y no propio escrúpulo.

    [347] La segunda. Después que yo he pisado aquella cruz, o después que he pensado o dicho o hecho alguna otra cosa, me viene un pensamiento de fuera que he pecado y, por otra parte, me parece que no he pecado, tambien siento en esto turbación, es a saber, en cuanto dudo y en cuanto no dudo: éste tal es propio escrúpulo y tentación que el enemigo pone.

    [348] La tercera. El primer escrúpulo de la primera nota es mucho de aborrecer, porque es todo error; mas el segundo de la segunda nota, por algún espacio de tiempo no poco aprovecha al ánima que se da a espirituales ejercicios; antes en gran manera purga y alimpia a la tal ánima, separándola mucho de toda aparencia de pecado, iuxta illud Gregorii: "Bonarum mentium est ibi culpam cognoscere, ubi culpa nulla est".

    [349] La cuarta. El enemigo mucho mira si una ánima es gruesa o delgada; y si es delgada, procura de más la adelgazar en extremo, para más la turbar y desbaratar; verbi gracia: si vee que una ánima no consiente en sí pecado mortal ni venial ni apariencia alguna de pecado deliberado, entonces el enemigo, cuando no puede hacerla caer en cosa que parezca pecado, procura de hacerla formar pecado adonde no es pecado, así como en una palabra o pensamiento mínimo. Si la ánima es gruesa, el enemigo procura de engrosarla más, verbi gracia: si antes no hacía caso de los pecados veniales, procurará que de los mortales haga poco caso, y si algún caso hacía antes, que mucho menos o ninguno haga ahora.

    [350] La quinta. La ánima que desea aprovecharse en la vida espiritual, siempre debe proceder contrario modo que el enemigo procede, es a saber, si el enemigo quiere engrosar la ánima, procure de adelgazarse; asimismo, si el enemigo procura de atenuarla, para traerla en extremo, la ánima procure solidarse en el medio, para en todo quietarse.

    [351] La sexta. Cuando la tal ánima buena quiere hablar o obrar alguna cosa dentro de la Iglesia, dentro de la inteligencia de los nuestros mayores, que sea en gloria de Dios nuestro Seńor, y le viene un pensamiento o tentación de fuera para que ni hable ni obre aquella cosa, trayéndole razones aparentes de vana gloria o de otra cosa, etcétera, entonces debe de alzar el entendimiento a su Criador y Seńor; y si vee que es su debido servicio, o a lo menos no contra, debe hacer per diametrum contra la tal tentación, iuxta Bernardum eidem respondentem: "Nec propter te incepi, nec propter te finiam".

    REGLAS PARA SENTIR CON LA IGLESIA 


    [352] PARA EL SENTIDO VERDADERO QUE EN LA IGLESIA MILITANTE DEBEMOS TENER, SE GUARDEN LAS REGLAS SIGUIENTES.


    [353] La primera. Depuesto todo juicio, debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la vera esposa de Cristo nuestro Seńor, que es la nuestra santa madre Iglesia jerárquica.

    [354] La segunda. Alabar el confesar con sacerdote y el recibir del santísimo sacramento una vez en el ańo, y mucho más en cada mes, y mucho mejor de ocho en ocho días, con las condiciones requisitas y debidas.

    [355] La tercera. Alabar el oír misa a menudo; asimismo, cantos, salmos y largas oraciones, en la iglesia y fuera de ella; asimismo, horas ordenadas a tiempo destinado para todo oficio divino y para toda oración y todas horas canónicas.

    [356] La cuarta. Alabar mucho religiones, virginidad y continencia, y no tanto el matrimonio como ninguna de estas.

    [357] La quinta. Alabar votos de religión, de obediencia, de pobreza, de castidad y de otras perfecciones de supererogación; y es de advertir que, como el voto sea cerca las cosas que se allegan a la perfección evangélica, en las cosas que se alejan de ella no se debe hacer voto, así como de ser mercader o ser casado, etc.

    [358] La sexta. Alabar reliquias de santos, haciendo veneración a ellas y oración a ellos; alabando estaciones, peregrinaciones, indulgencias, perdonanzas, cruzadas y candelas encendidas en las iglesias.

    [359] La séptima. Alabar constituciones cerca ayunos y abstinencias, así como de cuaresmas, cuatro témporas, vigilias, viernes y sábado; asimismo, penitencias no solamente internas, mas aun externas.

    [360] La octava. Alabar ornamentos y edificios de iglesias; asimismo, imágenes, y venerarlas según que representan.

    [361] La nona. Alabar finalmente todos preceptos de la Iglesia, teniendo ánimo pronto para buscar razones en su defensa, y en ninguna manera en su ofensa.

    [362] La décima. Debemos ser más prontos para abonar y alabar así constituciones, recomendaciones, como costumbres de nuestros mayores, porque, dado que algunas no sean o no fuesen tales, hablar contra ellas, quiere predicando en público, quiere platicando delante del pueblo menudo, engendraría más murmuración y escándalo que provecho; y así se indignaría el pueblo contra sus mayores, quiere temporales, quiere espirituales. De manera que, así como hace dańo el hablar mal en absencia de los mayores a la gente menuda, así puede hacer provecho hablar de las malas costumbres a las mismas personas que pueden remediarlas.

    [363] La undécima. Alabar la doctrina positiva y escolástica, porque, así como es más propio de los doctores positivos, así como de san Jerónimo, san Agustín y de san Gregorio, etc., el mover los afectos para en todo amar y servir a Dios nuestro Seńor, así es más propio de los escolásticos, así como de santo Tomás, san Bonaventura y del Maestro de las Sentencias, etc., el definir o declarar para nuestros tiempos de las cosas necesarias a la salud eterna, y para más impugnar y declarar todos errores y todas falacias. Porque los doctores escolásticos, como sean más modernos, no solamente se aprovechan de la vera inteligencia de la Sagrada Escritura y de los positivos y santos doctores, mas aun, siendo ellos iluminados y esclarecidos de la virtud divina, se ayudan de los concilios, cánones y constituciones de nuestra santa madre Iglesia. 

    [364] La duodécima. Debemos guardar en hacer comparaciones de los que somos vivos a los bienaventurados pasados; que no poco se yerra en esto, es a saber, en decir: Este sabe más que san Agustín, es otro o más que san Francisco, es otro san Pablo en bondad, santidad, etc.

    [365] La terdécima. Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina; creyendo que entre Cristo nuestro Seńor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y seńor nuestro que dio los diez mandamientos es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia.

    [366] La cuatuordécima. Dado que sea mucha verdad que ninguno se puede salvar sin ser predestinado y sin tener fe y gracia, es mucho de advertir en el modo de hablar y comunicar de todas ellas.

    [367] La décimaquinta. No debemos hablar mucho de la predestinación por vía de costumbre; mas, si en alguna manera y algunas veces se hablare, así se hable que el pueblo menudo no venga en error alguno, como algunas veces suele, diciendo: si tengo de ser salvo o condenado, ya está determinado, y por mi bien hacer o mal no puede ser ya otra cosa; y con esto entorpeciendo se descuidan en las obras que conducen a la salud y provecho espiritual de sus ánimas. 

    [368] La décimasexta. De la misma forma es de advertir que por mucho hablar de la fe y con mucha intensión, sin alguna distinción y declaración, no se dé ocasión al pueblo para que en el obrar sea torpe y perezoso, quier antes de la fe formada en caridad o quiere después.

    [369] La décimaséptima. Asimismo, no debemos hablar tan largo, instando tanto en la gracia, que se engendre veneno para quitar la libertad. De manera que de la fe y gracia se puede hablar cuanto sea posible, mediante el auxilio divino, para mayor alabanza de la su divina majestad; mas no por tal suerte ni por tales modos, mayormente en nuestros tiempos tan peligrosos, que las obras y líbero arbitrio reciban detrimento alguno, o por mucho se tengan.

    [370] La décimaoctava. Dado que sobre todo se ha de estimar el mucho servir a Dios nuestro Seńor por puro amor, debemos mucho alabar el temor de la su divina majestad; porque no solamente el temor filial es cosa pía y santísima, mas aun el temor servil, donde otra cosa mejor o más útil el hombre no alcance, ayuda mucho para salir del pecado mortal; y, salido, fácilmente viene al temor filial, que es todo acepto y grato a Dios nuestro Seńor, por estar en uno con el amor divino.

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