1.- JESÚS, el hijo de Dios, el hijo de mujer. Es niño recién nacido, envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. Es niño anunciado por los ángeles, adorado por los pastores, buscado, adorado u obsequiado por los magos, odiado y perseguido con sangre inocente por Herodes, tomado en brazos y reconocido por los ancianos Simeón y Ana. Es el hijo de Dios hecho carne. Es el hijo de María, alumbrado de sus purísimas entrañas y acostado por ella, acompañada y servida siempre por José, en el pesebre. Es la gran gloria de Dios en la mayor de las precariedades humanas. «Lo esperaban poderoso y un pesebre fue su cuna; lo esperaban rey de reyes y servir fue su reinar».
2.- MARÍA DE NAZARET, la Madre de Jesús. Es la Madre de Dios. Es Madre de Cristo total. Ella es la Mujer creyente que llevó a Jesús en su seno y lo dio a luz virginalmente y lo recostó entre pañales. Ella es figura de la comunidad de los creyentes, dando testimonio de Cristo en la historia y engendrando en su seno a los hombres de la nueva creación. El «sí» de María floreció en Belén en la Palabra; su «hágase» de la anunciación fue el fruto bendito de la natividad, mientras Ella, madre y modelo del pueblo creyente, seguía peregrinando en la fe y «conservando todas estas cosas y meditándolas en su corazón».
3.- JOSÉ DE NAZARET, el esposo de María, el padre adoptivo de Jesús. Siempre fiel, silente y obediente. Siempre abierto a la providencia de Dios y de los hombres. Siempre discreto y en segundo plano. Siempre necesario e imprescindible. Es el José que sube con su grávida esposa María hasta Belén; el José que acuna al niño; el José que recibe a los pastores y a los magos de Oriente; el José que se pone en marcha y en camino cuando Herodes buscaba al niño para hacerlo desaparecer. Navidad es tiempo también excepcional para escuchar, en el silencio y en la admiración, el «sí» de José.
4.– LOS ÁNGELES. Fueron, de nuevo, los mensajeros, los pregoneros de la buena nueva, de la presencia de Dios entre nosotros. Fueron los periodistas de la Navidad. Fueron la voz de la Palabra y la voz de los sin voz: «No temáis –dijo el ángel a los pastores–, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor, Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Ellos compusieron el primero de los villancicos: «¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!». Ellos nos definieron así que Navidad es la gloria de Dios manifestada, revelada, encarnada, y que la paz es su don, su prenda y su rostro.
5.- LOS PASTORES. Pasaban la noche al aire libre en aquella región, en Belén, la más pequeña de las aldeas de Judá, aunque de ella había surgido el Rey David. Velaban por turnos su rebaño. Cuando el ángel les habló, envolviéndolos de resplandor con la luz de la gloria del Señor, quedaron sobrecogidos de gran temor. Pero reaccionaron ante las palabras del ángel y, creyendo, se pusieron presurosos en camino, tras decirse unos a otros: «Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor». Y, en efecto, «fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño, acostado en el pesebre. Al verlo les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores». Los pastores nos hablan de la paradoja de la Navidad, de su fuerza transformadora, de su carga de misterio y de realidad, de su inequívoca dimensión anunciadora y misionera. Ellos fueron los primeros misioneros, los primeros testigos, los primeros orantes, los primeros adoradores, los primeros creyentes. «Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho».
6.- EL REY HERODES. Fue alertado por los magos de Oriente del nacimiento del Rey de Reyes. Con astucia y con mentira quiso engañarlos al sentir amenazado su trono. Cuando sus planes no dieron el fruto por él previsto, desató su ira contra los más inocentes. Navidad es oferta, jamás imposición.
7.- LOS MAGOS DE ORIENTE. Sabemos poco de ellos. Que eran de Oriente y que miraban y observaban los cielos esperando y escrutando los signos de Dios. Vieron salir una estrella que brillaba con especial fulgor y resplandor. Y fueron siguiendo su rastro. Era la estrella que anunciaba el nacimiento del Rey de los Judíos. Se entrevistaron con Herodes como gesto de cortesía y éste quiso engañarlos. Continuaron su camino hasta que la estrella se posó encima de donde estaba el niño. «Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes se marcharon a su tierra por otro camino». El «personaje» navideño de los Magos está lleno de simbolismo y de interpelación sobre el sentido y el reto de la Navidad: la atenta observación y escucha de los signos de Dios y de los hombres, la búsqueda de la verdad y del saber ponerse en camino, la perseverancia hasta llegar a la meta y los sentimientos y actitudes de alegría, de adoración y de ofrenda ante Dios. En y con ellos se complementa la gran Manifestación, que es luz para todos los hombres: los pastores en la Natividad, los magos en la Epifanía, los de cerca y los de lejos, los pobres e ignorantes y los poderosos y sabios. Para todos y por todos nace Dios.
8.- LOS SANTOS NIÑOS INOCENTES. «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes: es Raquel, que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo porque ya no viven». Herodes montó en cólera cuando no pudo hacerse con aquel recién nacido que tanto le turbaba. Desató su ira sobre los más inocentes e indefensos y mató a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y en sus alrededores. Fueron los primeros mártires de Jesucristo. Aquella tan débil y preciosa sangre inocente derramada fue ya semilla de salvación.
9.- EL ANCIANO SIMEÓN Y LA PROFETISA ANA. La liturgia de la Iglesia nos presenta a estos dos personajes en el tiempo ordinario, pero tan sólo cuarenta días después del nacimiento de Jesucristo. Son, por ello, personajes de la Navidad, del evangelio de la infancia.
El, Simeón, era un hombre honrado y piadoso que aguardaba el Consuelo de Israel y en quien moraba el Espíritu Santo. Había recibido un oráculo de lo alto de que no moriría –era ya muy anciano– sin ver al Mesías. El día de la presentación del Señor, niño de tan sólo cuarenta días, se hizo realidad esta promesa: Vio al Mesías, lo reconoció en la debilidad del recién nacido, lo tomó en brazos y alabó al Señor, profetizando quién era, en verdad, el bebé: «luz para alumbrar a las naciones, gloria de tu pueblo Israel y signo de contradicción». También a María le auguró que una espada de dolor le traspasaría el alma.
Ella, Ana, era una profetisa viuda también muy anciana. No se apartaba del templo ni de la ley de Dios, sirviéndoles día y noche. También reconoció al Mesías, al Salvador, en la debilidad y en la fragilidad. Dio gracias a Dios y «hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel».
10.- JUAN EL BAUTISTA. No nos consta nada de él en referencia al misterio mismo del nacimiento de Jesucristo. Pero toda su vida, toda su misión fue anunciar esta buena noticia. El debía preparar un pueblo bien dispuesto para Quien nacía en la Navidad. Y el ciclo navideño se despide precisamente con él, que nos lo anuncia sin parangón en el adviento. De sus colmadas del agua del Jordán brotará la voz y la presencia de Dios, se abrirá el cielo y comenzará definitivamente la andadura salvífica de Dios entre nosotros.
Contenidos y liturgia de la NAVIDAD
I. La Navidad es la celebración, memoria y actualización del acontecimiento salvífico histórico del nacimiento de Jesucristo, de la manifestación de la salvación de Dios en Jesús de Nazaret.
II. El centro de la Navidad lo constituye el alumbramiento de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, en Belén de Judá. Es el insondable misterio de un Dios nacido en la carne. El que ha nacido de la Virgen es Hijo de Dios e Hijo de hombre. Afirmamos las dos realidades juntas, sin merma de ninguna de ellas, sin deterioro, sin que deje de ser realmente Dios y realmente hombre.
III. Navidad es adentrarse en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. La fe descubre, sin escándalo, a la Majestad divina humillada; a la Omnipotencia, débil; a la Eternidad, mortal; al Impasible, padeciendo; al Bendito, maldecido; al Santo, hecho pecado por nosotros; al Rico, empobrecido para enriquecernos; al Señor, tomando forma de siervo para liberarnos de la esclavitud.
IV. La Navidad, con toda su sencillez y ternura, con su misterio y su gracia, es mucho más que un tiempo ingenuo o explotado por la sociedad de consumo. Es el tiempo de Dios y el tiempo del hombre. El clima creado por la liturgia de estos días pretende provocar la fe en la manifestación divina, la apertura a la gracia, la necesidad del amor y del seguimiento a Jesucristo.
V. La liturgia de la Iglesia prolonga el tiempo de Navidad hasta la Epifanía, que se fija en el sentido y significado de este acontecimiento. Navidad es la eclosión de la luz y la luz es para alumbrar, para calentar, para guiar.
VI. La liturgia de Navidad y Epifanía se subdivide, a su vez, en la semana dentro de la Navidad, la semana de la octava y las ferias de los días de Epifanía hasta la celebración de la festividad del Bautismo del Señor. Durante toda la octava de la Navidad se debe rezar o cantar el Gloria en la Eucaristía y el Te Deum en el oficio de lecturas de la Liturgia de la Palabra. Igualmente, se recomienda cantar el Aleluya, previo a la proclamación del Evangelio, en la Misa, o, en la Liturgia de las Horas, donde se prescriba como Responsorio breve.
VII. La liturgia de Navidad y Epifanía, desde el Nacimiento hasta el Bautismo en el Jordán, va desgranando las primeras manifestaciones de la salvación de Dios en Jesús: a los pastores, a los magos, en el templo, a los discípulos en Caná de Galilea.
VIII. Desde las celebraciones vespertinas de la Navidad (tarde del 24 de diciembre) hasta la festividad del Bautismo del Señor (este año 2003, el domingo día 12 de enero) discurre el tiempo litúrgico de Navidad y Epifanía. Su color litúrgico es el blanco. La alegría, el gozo y la celebración de la Natividad y de la Manifestación de Jesucristo son sus características principales.
IX. Dentro de la octava de la Navidad hay otros dos grandes fiestas: la Sagrada Familia y Santa María Madre de Dios. El domingo dentro de la octava de la Navidad es la festividad de la Sagrada Familia, que, en la Iglesia Católica en España, coincide con el día de la familia y de la vida. Este año es el día 29 de diciembre. En el día de la octava de la Navidad (1 de enero), toda la Iglesia Católica celebra la solemnidad de la Maternidad divina de la Virgen María. Desde 1968, por disposición del Papa Pablo VI, es también el día de la Jornada Mundial de oración por la paz, que conlleva siempre mensaje papal.
X. La Epifanía es una fiesta más conceptual. Celebra el mismo misterio de la Navidad, pero va más directamente a su significación salvadora. Palabras claves de este tiempo son: iluminación, manifestación, aparición, desvelamiento. El día 6 de enero la Iglesia celebra la Epifanía del Señor. Este misterio complementa al de Navidad. Este año cae en lunes. En España se une a este día la popularmente llamada festividad de los Reyes Magos. El evangelio de esta solemnidad litúrgica es precisamente la adoración de los magos de oriente. La Iglesia Católica en España, en el contexto de esta solemnidad de marcado carácter misional, celebra el día 6 de enero el día de los catequistas nativos y del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME). El ciclo litúrgico de la Navidad concluye la fiesta del Bautismo del Señor, el comienzo de su vida pública.
Actitudes cristianas ante la NAVIDAD
1 EL SILENCIO.–: Es tantas veces el lenguaje de Dios. Dios habla siempre en el silencio. «Mientras un silencio apacible lo envolvía todo, y en el preciso instante de la medianoche, tu omnipotente palabra, oh Señor, se lanzó desde los tronos del cielo», afirma el salmo 18. San Ignacio de Antioquía escribió que la Palabra de Dios, que es su Hijo, «procedió del silencio».
Cuando en Greccio, San Francisco de Asís se «inventó» el «Belén», hablaba del silencio de la Navidad. «¿Qué es la Navidad?», le preguntó el hermano León… Y Francisco le respondió, balbuceando: «Es Belén, es humildad, es paz, es intimidad, es gozo, es dulzura, es esperanza, es benignidad, es suavidad, es aurora, es bondad, es amor, es luz, es ternura, es amanecer… Es silencio». Y Dios vino esa noche.
2 LA FE.– La fe, a pesar de la debilidad de los signos de la salvación, nos descubrirá la grandeza, escondida en la pequeñez, la fortaleza, revestida de debilidad, de la Navidad. Escribió San Bernardo de Claraval: «¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros…? Cuánto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y tanto más querido me es ahora».
3.- LA CONTEMPLACIÓN Y LA ESCUCHA DE LA PALABRA DE DIOS, que anunciaba el misterio y lo desvelaba, porque se han cumplido las promesas, porque la Palabra se ha hecho carne, ha hablado y habla para siempre en los gemidos, susurros y balbuceos inenarrables y hasta inaudibles de un recién nacido.
4.-LA TERNURA, que es amor, ante Jesús, hermano nuestro, niño que entre pajas yace, tan débil, tan necesitado como un bebé. «El amor no es amado», exclama Francisco de Asís, por los valles y caminos de Rietti, mientras anunciaba la Navidad, cuando proclamaba que «esta noche vendrá Dios». La ternura y el amor de la Navidad llaman a la ternura y al amor de toda nuestra vida.
5.- LA ALEGRÍA, HUMILDE Y BULLICIOSA, porque la gracia y la salvación de Dios nos han visitado, porque Dios se ha hecho uno de nosotros y si Dios se hace hombre, ser hombre es lo más grande que se puede ser para Dios. La Navidad es la fiesta del hombre. Por eso, Navidad es alegría, la alegría verdadera, sin edulcorantes y sin burbujas, la alegría de saber y de sentir a Dios con nosotros y para siempre.
6.- LA INTENSIFICACIÓN DE LAS RELACIONES FRATERNALES, porque Jesús, el Hijo de Dios y el hijo de mujer, al nacer y al vivir en la carne, se ha hecho hermano de todos para siempre. Nada humano le es ajeno. Comparte en todo nuestra condición humana menos en el pecado. Es hermano entre los hermanos. Navidad es fraternidad. Navidad es solidaridad. Navidad es caridad.
7.- LA ALABANZA.– «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad». Alabanza traducida en cánticos y villancicos, alabanza a su inmensa grandeza abajada a nuestras categorías, alabanza a su infinita misericordia.
8.- LA ADORACIÓN, donde mejor contemplar y descubrir, entender y discernir el misterio y su llamada. Adoración que es oración y plegaria.
9.- LA ACCIÓN DE GRACIAS, porque Dios ha venido a nuestro valle, porque se ha manifestado su poder y su gloria, porque la historia humana es historia de Dios, porque la gratitud es única respuesta posible a tanto amor derramado por nosotros.
10.- LA CONVESIÓN.– La Navidad es la buena y definitiva noticia de la felicidad y de la salvación que tanto anhelamos. No podemos reducirla o constreñirla a unos días. Lleva en sí misma inscrita vocación de futuro, de eternidad. Porque, como escribe San Pablo, «ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevando ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo».
Los símbolos, lugares y gestos de la NAVIDAD
I. El pesebre. Llamado también y más popularmente en España Belén. Es la escenificación del misterio del nacimiento de Jesucristo, que se pone en las iglesias, en los hogares y en otros lugares.
Procede esta costumbre de una iniciativa de San Francisco de Asís en la Navidad de 1223, en la localidad de Greccio. El “Belén” en nuestros templos y en nuestras familias nos recuerda que Dios puso su tienda, su morada entre nosotros.
II. El villancico. Arranca también de la devoción de San Francisco por el misterio de la Navidad y en su deseo de propagar los cánticos y cantos populares que suscitaba entre los fieles este misterio. La palabra villancico se define, en una de sus acepciones, como “canción popular, principalmente de asuntos religiosos que se canta en Navidad y otras festividades”.
Son canciones del pueblo -como se deriva de su etimología- para expresar el gozo y la alabanza por la salvación en Dios hecho hombre. Son como evocaciones de aquella primera adoración de los pastores, canción de canciones, en definitiva, del pueblo humilde y sencillo, el primero en reconocer y adorar al Salvador.
III. La Misa del Gallo. Es una de las cuatro Misas, de las cuatro Eucaristías, con que la Liturgia de la Iglesia honra el misterio de la Navidad y manifiesta su inagotable riqueza. Érase que se era, según narra una fábula, que fue un gallo el primero en presenciar el nacimiento de Jesucristo y de anunciarlo con su canto… Era el canto del gallo que anunciaba la aurora de los tiempos. La Misa del Gallo es, debe ser, Misa de medianoche, cuando el silencio se rompió en la Palabra, cuando el pueblo que caminaba en tinieblas se vio envuelta en una luz grande y resplandeciente, cuando las estrellas palidecieron ante el alba de la luz tan esplendente.
IV. El árbol de Navidad. Sus orígenes se remontan a la noche de los tiempos, pretéritos períodos de la historia. El árbol expresa la fuerza fecundante de la naturaleza. Los rigores del otoño y del invierno no han podido con él, fuerte roble, árbol rey. Para suplir sus hojas caducas o heridas es preciso hacer pender objetos de adorno, cuajados de simbolismos: la luz, el obsequio, la sorpresa, el don de los dones, que es, en definitiva, el nacimiento de Dios en la carne. El árbol de Navidad habla de perennidad, de fecundidad, de inmortalidad, de fortaleza. Es imagen de Cristo luz del mundo, el árbol de la vida. En un árbol fue perdida la inocencia, en un árbol fue reparada y redimida la humanidad.
V. El intercambio de dones, praxis quizás banalizada y exagerada en la actualidad, pero cuajada de simbolismo y de riqueza: Navidad es intercambio maravilloso. El hijo de Dios, al encarnarse, nos otorga participar de su divinidad. La encarnación es un misterio compartido. Nos dice la Liturgia de estos días: “¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen, y hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad”.
VI. La palabra, el saludo, la felicitación navideñas, como aquel entrañable “felices pascuas”, especial y cordialmente pronunciados en la noche y en el día de la Navidad y que quizás esté desapareciendo en nuestros ambientes, aun cuando Navidad es también Pascua: el paso del Señor y su entrada en nuestra historia. Navidad es la Palabra. Es el tiempo oportuno para el diálogo, para el encuentro, para la reconciliación, para la amistad, para el deseo de la felicidad y de la dicha, para la paz, dones todos ellos traídos en prenda en la Navidad por la Palabra de Dios hecha carne, revelada, manifestada, desvelada en y para el amor.
VII. La luz. Navidad es la explosión de la luz. Jesucristo encarnado, sin dejar de ser hombre, es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. El pueblo que caminaba en tinieblas fue envuelto en la luz sin ocaso de la encarnación.
VIII. El pan. Es la expresión básica del alimento. Es signo de Jesucristo, Pan de la vida. En Navidad adoramos el cuerpo de Jesús, que se nos dará después en la Eucaristía. Durante décadas existió la tradición que durante la adoración al Niño, en la Misa del Gallo, los fieles -particularmente, las mujeres- ofrecían y depositaban cestos llenos de pan bendecido, el Pan de la Navidad, que era llevado después a los pobres y a los enfermos.
IX. La acogida, la hospitalidad, el hogar, la familia. En algunos países de la Europa central existe la tradición de poner una vela encendida en la ventana abierta del hogar durante la noche de Navidad, como señal de acogida y de bienvenida. También en algunos de estos lugares, en Navidad se dejaba la puerta de la entrada de la casa sin cerrar.
Navidad es la gran acogida y la gran hospitalidad del Dios que, al hacerse hombre, al hacerse hogar y familia, nos abre las puertas de la divinidad, de la familia de Dios. Navidad fue la gran acogida y la gran hospitalidad de los pobres y de los pastores que cedieron su establo para que en él Dios pusiera su morada entre nosotros. Navidad fue la familia de Belén y de Nazaret. Navidad fue y es hogar. Y el hogar es el lugar de nuestra Navidad. Y es que Navidad es la fiesta de la familia. Es familia: Dios que se hace de nuestra familia, Dios que nace y vive en una familia, Dios que se prolonga en la familia de los hijos de Dios que es la Iglesia.
X. La paz. Navidad es paz, el don de los dones del Señor que nace, del Dios que se encarna. “Porque un Niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva a su hombro el principado y es su nombre Maravilla de Consejero, Padre Perpetuo, Príncipe de la Paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites… Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho desde ahora y por siempre”.
¿Habrá algo que invite más a la paz, a la ternura y al amor que un niño recién nacido? La paz surge de la justicia y hace brotar el anticipo del cielo nuevo y de la tierra nueva, de la civilización del amor y de la paz a la que todos estamos llamados y que Jesucristo, con su nacimiento vino a instaurar.”¡Qué hermosos son, pues, sobre los montes -como nos dice, de nuevo, el profeta Isaías- los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena noticia de la paz!”
Navidad es nochebuena, es noche de paz. ¡Señor, danos la paz! ¡Tú eres nuestra paz! La paz de un niño, tierno y débil, que entre pajas yace. La paz de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. La paz de un niño que fue sólo reconocido por los ángeles y los pastores. La paz de un niño, Dios, que, ya adulto, quiso sellar la paz y la felicidad de todos los hombres con su sangre derramada y redentora en la cruz. ¡Señor, danos la paz. Tú eres nuestra paz!
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