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La Natividad de Nuestro Señor
Jesucristo. |
Con la solemnidad de la Navidad, la Iglesia celebra la
manifestación del Verbo de Dios a los hombres”. En efecto, éste es el sentido
espiritual más importante y sugerido por la misma liturgia, que en las tres
misas celebradas por todo sacerdote ofrece a nuestra meditación “el nacimiento
eterno del Verbo en el seno de los esplendores del Padre (primera misa); la
aparición temporal en la humildad de la carne (segunda misa); el regreso final
en el último juicio (tercera misa)” (Liber Sacramentorum).
Un antiguo
documento del año 354 llamado el Cronógrafo confirma la existencia en Roma de
esta fiesta el 25 de diciembre, que corresponde a la celebración pagana del
solsticio de invierno “Natalis solis invicti”, esto es, el nacimiento del nuevo
sol que, después de la noche más large del año, readquiría nuevo
vigor.
Al celebrar en este día el nacimiento de quien es el verdadero
Sol, la luz del mundo, que surge de la noche del paganismo, se quiso dar un
significado totalmente nuevo a una tradición pagana muy sentída por el pueblo,
porque coincidía con las ferias de Saturno, durante las cuales los esclavos
recibían dones de sus patrones y se los invitaba a sentarse a su mesa, como
libres ciudadanos. Sin embargo, con la tradición cristiana, los regalos de
Navidad hacen referencia a los dones de los pastores y de los reyes magos al
Niño Jesús.
En oriente se celebraba la fiesta del nacimiento de Cristo el
6 de enero, con el nombre de Epifanía, que quiere decir “manifestación”; después
la Iglesia oriental acogió la fecha del 25 de diciembre, práctica ya en uso en
Antioquía hacia el 376, en tiempo de San Juan Crisóstomo, y en el 380 en
Constantinopla. En occidente se introdujo la fiesta de la Epifanía, última del
ciclo navideño, para conmemorar la revelación de la divinidad de Cristo al mundo
pagano.
Los textos de la liturgia navideña, formulados en una época de
reacción contra la herejía trinitaria de Arrio, subrayan con profundidad
espiritual y al mismo tiempo con rigor teológico la divinidad y realeza del Niño
nacido en el pesebre de Belén, para invitarnos a la adoración del insondable
misterio de Dios revestido de carne humana, hijo de la purísima Virgen
María.
Natividad
Natividad, acortación de Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, es por antonomasia la conmemoración litúrgica del nacimiento de Jesús en Belén de Judá. Es celebrada por la Iglesia católica con carácter de solemnidad en la noche del 24 al 25 de diciembre, extendiéndose a las llamadas Misas del día. En la liturgia, la celebración de la Natividad inaugura el llamado tiempo de Navidad. En Occidente empezó a conmemorarse a mediados del siglo IV; se celebró por primera vez en Constantinopla en el año 379.
Por extensión, se denomina Natividad a un tema tratado abundantemente en las artes pictóricas, a partir del arte paleocristiano y bizantino de los siglos V y VI, tema que adquiere su máximo desarrollo en el arte medieval, como parte del ciclo referido a la vida de Jesús.
La Natividad como celebración litúrgica
El acontecimiento del nacimiento de Jesucristo es narrado en el Nuevo Testamento por dos evangelistas, Lucas y Mateo, dos de las fuentes bíblicas utilizadas en la celebración litúrgica de la Natividad. El pasaje de Lucas 2:1-14 es utilizado por la Iglesia católica en la Misa de medianoche, también conocida como Misa de Gallo.
Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.
La narración continúa con una serie de detalles: los pastores que cuidaban sus rebaños por los alrededores reciben la visita de un ángel que les anuncia el nacimiento del Niño que será el salvador y a continuación van todos juntos a adorarle para después proclamar la noticia por todas partes. Un conjunto de detalles anecdóticos como la presencia del buey y la mula no forman parte de los escritos neotestamentarios ni de la celebración de la Natividad, sino que la tradición los incorporó más tarde a partir de los evangelios apócrifos.
En cambio, el evangelio de Mateo centra su atención en la genealogía paterna de Jesús. En las celebraciones litúrgicas católicas de la Natividad, el pasaje de Mateo 1:1-25 es leído en la Misa de vigilia, en tanto que el prólogo del evangelio de Juan ( Juan 1:1-8) es proclamado en la llamada Misa del día.
Dionisio Exiguus
El sistema que se utiliza actualmente fue ideado por el monje Dionisio el Exiguo, a quien el papa Bonifacio I pidió que encontrara un sistema para calcular la fecha de la Pascua.
Dionisio decidió utilizar el nacimiento de Cristo como punto de referencia en vez del sistema que se utilizaba hasta entonces. Calculó erróneamente que Jesús nació el 25 de diciembre del año 753 AUC ( ab urbe condita, desde la fundación de Roma), tomando entonces el año que apenas comenzaba, 754 AUC, como el año 1 D.C..
Este sistema no fue aceptado en aquella época, aunque siglos después fue adoptado por varias poblaciones hasta convertirse en el sistema predeterminado de facto. La fecha del 25 de diciembre fue adoptada como la fecha de la Navidad y, por extensión, en las celebraciones litúrgicas.
Error en el sistema de fechas
Mucho tiempo después, se descubrió que el sistema de Dionisio era inexacto, ya que había calculado erróneamente la fecha del nacimiento de Jesús. Dionisio estableció el año inicial de la era D.C. entre 5 y 7 años después del que debió haber sido, por lo que Jesús nació aproximadamente entre el año 5 a. C. y 7 a. C.
El sistema no pudo ser alterado pues la mayoría del mundo lo había aceptado, y promover un cambio tan radical sería sumamente difícil. Es por esto que al ver el nacimiento de Jesús en un año anterior al año 1 no debe sonar extraño, pues se debió a un error. No se contó el año 0, porque en la numeración romana ni en la griega hay 0.
Representaciones en el arte
Las escenas del nacimiento de Jesús fueron cambiando a través de los siglos y conforme a las costumbres y modas impuestas por los propios artistas. Durante la Edad Media lo más común es la representación de María tendida en su lecho con el niño a su lado, envuelto en refajos. En el siglo XIII Jesús está metido en el pesebre y hay un intercambio de miradas entre la madre y el hijo. A finales de la Baja Edad Media se empieza a representar a María con su hijo en brazos. Durante los siglos XIV y XV la escena se hace más cálida e íntima pues se representa a María alimentando al niño.
Los artistas flamencos van añadiendo detalles más o menos pintorescos, como la participación de José a la hora del baño del recién nacido. [1] A partir del siglo XVI entran en escena los pastores adorando al Niño. Los pastores ofrecen animales de granja, frutos y otros obsequios. A veces en una misma obra se añade al tema central otros que pueden estar relacionados, como la anunciación del ángel a los pastores, el coro de ángeles, etc. El siguiente paso se da en los abundantes retablos monumentales del siglo XVII en que todo el retablo es una descripción de la Natividad y todo lo relacionado con ella. Aparece además el símbolo del cordero.
Véase también
Notas
- ↑ Maestro del Ciclo de Vyssy Brod (1350), en el Museo de Praga
Bibliografía consultada
- ORTELLS, Alfredo (ed.). (1996). Leccionario: Reformado por mandato del Concilio Vaticano II y promulgado por S.S. el papa Pablo VI. 10ª edición. ISBN 84-288-0248-3.
- DUCHET-SUCHAUX, Gaston y PASTOUREAU, Michel. La Biblia y los santos. Alianza Editorial. ISBN 84-206-9478-9.
Otros artículos
25 de Diciembre La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo
Llamado Día de Navidad
Cuando se hubieron cumplido los acontecimientos que debían preceder al advenimiento del Mesías, de acuerdo con los vaticinios de los antiguos profetas, Jesús llamado el Cristo, Hijo de Dios eterno, se encarnó en el seno de la Virgen María y, hecho hombre, nació de ella para la redención de la humanidad. Desde la caída de nuestros primeros padres, la sabía y misericordiosa providencia de Dios había dispuesto gradualmente todas las cosas para la realización de sus promesas y el cumplimiento del más grande de sus misterios: la encarnación de su divino Hijo.
Por aquel entonces, el emperador Augusto había emitido un decreto para llevar a cabo un censo en el cual todas las personas debían registrarse en un lugar determinado, de acuerdo con sus respectivas provincias, ciudades y familias. El mencionado decreto fue la ocasión para que se manifestara al mundo entero que Jesucristo era descendiente de la casa de David y de la tribu de Judá, puesto que a todos los miembros de aquella familia se les ordenó registrarse en Belén, pequeña ciudad de la tribu de Judá, cerca de diez kilómetros al sur de Jerusalén, donde estuvo la casa de David. Hasta Belén habían llegado José y María, procedentes de Nazaret, población galilea situada a noventa kilómetros al norte de Jerusalén. Siglos antes, el profeta Miqueas había vaticinado que Belén-Efrata (es decir casa del pan, la abundante), quedaría ennoblecido por el nacimiento del "regidor de Israel" o sea Cristo. Por lo tanto, María y su esposo José, en acatamiento a las órdenes del emperador para los registros del censo, hicieron la larga jornada. Al llegar a Belén, encontraron que las posadas y hospederías estaban colmadas y no era posible encontrar hospedaje. Llenos de inquietud al cabo de buscar en vano durante largo tiempo se refugiaron en una cueva de las colinas a cuyo pie se encuentra la ciudad de Belén, y que se utilizaba como establo para guarecer al ganado. La tradición universalmente admitida afirma que en la cueva se hallaban un asno y un buey*.
En aquel lugar, llegada la hora del parto, la Virgen María trajo al mundo a su divino Hijo, lo envolvió en lienzos y lo recostó en la paja del pesebre**. Dios dispuso que Su Hijo, no obstante haber llegado al mundo en la oscuridad de la pobreza, fuese inmediatamente reconocido por los hombres y recibiese los primeros homenajes de su devoción; pero esos fueron los humildes pastores, puesto que los grandes de la tierra, los más sabios entre los judíos y los gentiles, los ancianos y los príncipes, los que parecían estar encima del nivel común de la humanidad, fueron pasados por alto. Sólo algunos pastores que en aquellos momentos vigilaban los rebaños junto a las majadas, tuvieron el privilegio de ver a un ángel que se les apareció rodeado por una luz resplandeciente. En el primer momento, los pastores se sintieron sobrecogidos por el temor, pero entonces, el ángel les habló: "¡No temáis!" les dijo. "Son buenas las nuevas que os traigo y serán motivo de gran júbilo para todas las gentes. Porque en este día os ha nacido un Salvador, que es Cristo, el Señor, en la ciudad de David. Estas son las señas que os doy: encontraréis al recién nacido envuelto en lienzos y recostado en un pesebre". Junto con el ángel, aparecieron en el cielo multitudes de espíritus celestiales que alababan a Dios y decían: "¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!". Los pastores, asombrados, se dijeron entre sí: "Vayamos a Belén y veamos ese suceso prodigioso que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado". Se fueron pues, a toda prisa; y hallaron a María, a José y al Niño reclinado en un pesebre. "Y al verle, se convencieron de cuanto se les había dicho de aquel Niño. Y todos los que supieron el suceso se maravillaron igualmente de lo que contaban los pastores (pero María guardaba todas estas cosas dentro de sí, ponderándolas en su corazón)". Los pastores rindieron homenaje al Mesías como al rey espiritual de los hombres y regresaron a sus rebaños, no cesando de alabar y glorificar a Dios.
El mensaje del ángel a aquellos pastores, iba dirigido a nosotros, a "todas las gentes". Por aquellas palabras, se nos invita a adorar a nuestro recién nacido Salvador y sería necesario que nuestros corazones fuesen impenetrables a todas las cosas del espíritu, si no se colmasen de regocijo al considerar la divina bondad y la misericordia infinita que se manifiestan en la Encarnación y el advenimiento del Mesías prometido. Ya la idea y la previsión de este misterio consolaron a Adán cuando fue expulsado del Paraíso; la promesa del advenimiento endulzó la amarga peregrinación de Abraham; alentó a Jacob para no tener a ningún adversario y a Moisés para hacer frente a todos los peligros y vencer todas las dificultades, cuando libró a los israelitas de la esclavitud en Egipto. Todos los profetas vieron al Mesías en espíritu, lo mismo que Abraham, y todos se regocijaron. Si ya la esperanza dio tanta alegría a los patriarcas, ¡cuánta mayor felicidad debería darnos su realización! "La carta de un amigo", dice San Pedro Crisólogo, "es reconfortante, pero lo es mucho más su presencia; un pagaré es útil, pero su pago lo es en mayor grado; las flores son bellas, pero las supera la hermosura de su fruto. Los antiguos padres recibieron las amistosas misivas de Dios, nosotros gozamos de su presencia; ellos tuvieron su promesa, nosotros el cumplimiento; ellos el pagaré, nosotros el pago. Solamente amor nos pide Dios como tributo particular para celebrar este misterio; sólo ese pago pide a cambio de todo lo que ha hecho y de lo que ha sufrido por nosotros. '¡Hijos!', nos llama. '¡Dadme vuestro corazón!' Amarle es nuestra suprema felicidad y la más alta dignidad de la criatura humana".
La vida en Cristo es la práctica del Evangelio. Desde el momento de nacer, nos enseña, primero a practicarlo y después a predicarlo. El pesebre fue su primer pulpito y desde ahí nos enseñó a curar nuestras enfermedades espirituales. Vino entre nosotros a buscar nuestras miserias, nuestras pobrezas, nuestras humillaciones, a reparar el deshonor que nuestro orgullo le había inflingido a Dios Padre y aplicar un remedio a nuestras almas. Y para ello, eligió una madre pobre, un poblado pequeño, un establo. Aquél que adornó al mundo y visitó a los lirios del campo con una majestad mayor a la de Salomón, estuvo envuelto en zaleas y reclinado en un pesebre. Eso fue lo que escogió como señal de su identidad. "Que os sirva de señal", había dicho el ángel a los pastores, "encontrar al Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre". En todo ello hay una poderosa enseñanza. "La gracia de Dios, nuestro Salvador, había aparecido a todos los hombres para instruirnos", afirma el apóstol. A todos los hombres, al rico y al pobre, al grande y al pequeño, a todo el que quiera compartir Su gracia y Su reino y, para todo eso, nos dio su primera lección de humildad. ¿Qué es todo el misterio de la Encarnación sino el más asombroso acto de humildad de un Dios? Para expiar nuestro orgullo, el Hijo de Dios, se despojó de su gloria y tomó la forma del hombre con todas sus condiciones y en todas sus circunstancias, salvo en el pecado. ¿Quién puede dejar de imaginarse que toda la creación se colmó con la gloria de Su presencia y se estremeció de júbilo ante El? Pero nada de esto pudieron ver los hombres. "No vino", dice San Juan Crisóstomo, "para sacudir al mundo con la presencia de su Majestad; no llegó entre rayos y truenos, como en el Sinaí; sino que lo hizo calladamente, sin que nadie lo supiera".
En el año 5199 de la Creación del mundo, cuando Dios, en el principio, hizo de la nada los cielos y la tierra; el año 2957 después del diluvio; el año 2015 del nacimiento de Abraham; el año 1510 desde Moisés y la salida de Egipto del pueblo de Israel; el año de 1032 desde que David fue ungido rey; en la sexagésima quinta semana, de acuerdo con la profecía de Daniel;durante la centésima nonagésima cuarta olimpiada; en el año 752 de la fundación de Roma; en el cuadragésimo segundo año del reinado de Octavio Augusto, cuando toda la tierra estaba en paz, en la sexta edad del mundo: Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, con el deseo de consagrar al mundo con su arribo, concebido por el Espíritu Santo y cuando hubieron pasado nueve meses desde su concepción, nació en Belén de Judá', de la Virgen María y se hizo hombre. Ese fue el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo según la carne.
En esta forma tan solemne y detallada, el Martirologio Romano, como no lo hace para ninguna otra fiesta del Año Cristiano, ni siquiera la de Pascua, anuncia la Navidad. Sin embargo -y esto parece particularmente extraño a los pueblos sajones de habla inglesa para quienes la Navidad es la máxima fiesta religiosa del año- esta solemnidad no figura entre las que celebraba la Iglesia primitiva y, considerada desde el punto de vista litúrgico, no sólo queda por debajo de la Pascua, sino también de Pentecostés y de la Epifanía. La conmemoración del nacimiento de Nuestro Señor con fiesta propia no comenzó hasta el siglo cuarto (antes del 336) en Roma, de donde la festividad se extendió al oriente; hasta entonces, se conmemoró la Navidad como un complemento secundario de la fiesta de Epifanía.
Las fechas que figuran en la cita del Martirologio Romano que reproducimos en la página anterior, no todas son estrictamente correctas desde el punto de vista histórico ni es posible verificarlas. En la actualidad sabemos, por ejemplo, que la creación del mundo no tuvo lugar 5199 años antes del nacimiento del Señor, sino muchísimos años más, y también tenemos conocimiento de que, posiblemente, la natividad haya sido anterior al año 752 de la fundación de la ciudad de Roma. Pero si es incierto el año en que nació Nuestro Señor, lo es todavía más la fecha del día, y autoridades respetabilísimas han colocado esa fecha en casi todos los meses del año. No se saben las razones positivas por las que se eligió el 25 de diciembre para conmemoración de esta festividad, y el caso ha sido objeto de acaloradas discusiones. La idea de que tuvo su origen en una Saturnalia romana de diciembre, no puede ser pasada por alto, pero es más probable que la festividad solar de Natalis Invicti (Nacimiento del Invicto (el Sol)), que se celebraba en el solsticio de invierno, más o menos por el 25 de diciembre, haya dado origen al Día de Navidad. De cualquier manera, la costumbre romana de conmemorar el nacimiento de Cristo con una festividad especial en la fecha señalada se generalizó y así ha persistido en toda la cristiandad, con algunas excepciones aisladas. Se dice que los nestorianos no aceptaron la festividad especial hasta el siglo catorce; los armenios disidentes nunca lo han hecho, hasta hoy, celebran el Nacimiento de Nuestro Señor junto con su Bautismo, el día de la Epifanía, y es así como los armenios separatistas son los únicos cristianos en el mundo que no festejan el día de la Navidad***.
El padre Delehaye, en su comentario sobre el Hieronymianum, subraya la resistencia de la iglesia de Jerusalén a aceptar lo que consideraba como una nueva fiesta del nacimiento de Nuestro Señor, no obstante que San Juan Crisóstomo aclara en uno de sus sermones que la festividad ya había sido adoptada en la ciudad Siria de Antioquía desde el año 376. Al parecer, en el siglo sexto, Cosme Indicopleustes consideraba escandaloso que no se hubiese adaptado la celebración de la Navidad en Jerusalén; pero antes de la muerte del patriarca San Sofronio, ocurrida alrededor del 638, es evidente que Jerusalén se había conformado con las costumbres del resto de la cristiandad, puesto que así lo dijo el patriarca en uno de sus sermones. Tras el estudio del padre Delehaye, el monje Dom B. Botte publicó una discusión sistemática, y a veces excesivamente minuciosa, sobre el origen de la fiesta de Navidad, estudio éste donde el autor afirma que todas las pruebas nos obligan a admitir que la asignación de la fecha del nacimiento de Nuestro Señor al 25 de diciembre se debe a la celebración pagana del Natalis Invicti precisamente en ese día. En apoyo de esta idea, debe recordarse que mientras dominaba o prevalecía extensamente el paganismo, los cristianos, las gens lucífuga, tenían poderosas razones para ocultarse y disimular sus creencias y sus prácticas bajo celebraciones o símbolos que no llamasen la atención de sus perseguidores. Por otra parte, Mons. Duchesne sostiene que el nacimiento de Cristo se identificó con la fecha del 25 de diciembre, porque existía la creencia de que la Encarnación de Cristo había ocurrido en la misma fecha en que murió y que ambas coincidían con el equinoccio de primavera, el 25 de Marzo. También existía la creencia ampliamente aceptada de que igual fecha correspondió a la creación del mundo. De acuerdo con las investigaciones del padre Michel Andrieu, esas teorías no son enteramente irreconciliables y hay algo de verdad en ambas. El breve tratado De solstitiis etaequinoctiis, que data del siglo cuarto y sobre el cual publicó Dom Botte un texto crítico, no está en contradicción con las mencionadas sugerencias. Dom Botte coleccionó asimismo cierto número de testimonios en relación con las celebraciones paganas, en tierras de oriente, del nacimiento de un "aeon", o sea una gran divinidad, el día 6 de enero. En vista de que aquellas celebraciones estaban vinculadas con las festividades en honor de Dionisio, durante las cuales el vino reemplazaba el agua de las fuentes, es posible que hayan encontrado su expresión en las características singularmente mezcladas de la festividad de Epifanía en las que se combinaban el homenaje de los Reyes Magos, el bautismo de Nuestro Señor y el milagro de las bodas de Caná.
Cuando la peregrina Eteria visitó Jerusalén, hacia fines del siglo cuarto, la Navidad se observaba todavía como parte de la Epifanía el día 6 de enero, pero ya se daba mayor importancia al aspecto del nacimiento del Señor. Eteria describe de qué manera, en la víspera del 6 de Enero, el obispo, los sacerdotes, los monjes y el pueblo de Jerusalén, se trasladaban a Belén y hacían una estación solemne en la cueva de la Natividad. A la media noche, se organizaba una procesión que marchaba de regreso a Jerusalén mientras entonaba el oficio de la aurora. Después, durante el día, los cristianos volvían a reunirse para una celebración solemne de la Santa Eucaristía, que se iniciaba en la gran basílica de Constantino (el Martyriorí) y culminaba en la capilla de la Resurrección (la Anastasis). En el siglo sexto, las festividades que se llevaban a cabo en Jerusalén, fueron imitadas en Roma. A la hora "del canto del gallo", es decir después de la media noche, el Papa celebraba la misa en la Basílica Liberiana (Santa María la Mayor), a donde fueron trasladadas las supuestas reliquias del pesebre de madera donde estuvo recostado el Niño Jesús. Después del alba, marchaban los fieles en procesión hasta San Pedro donde el Papa cantaba la segunda misa. Entre la media noche y el alba, había otra celebración en la iglesia de Santa Anastasia, junto al Palatino. A mediados del siglo doce, comenzó a cantarse la tercera misa, la del día de Navidad, en Santa María la Mayor, debido a la gran distancia que había entre la basílica de San Pedro y la de Letrán, donde vivía el Papa por entonces. Este fue el origen de las tres misas que todo sacerdote debe celebrar en la Navidad. Estas misas se encuentran hasta hoy marcadas en el misal, con los nombres de sus respectivas estaciones: Misa a Medianoche, estación en Santa María la Mayor, junto al Pesebre; Misa a la Aurora, estación en Santa Anastasia; y Misa en el Día, estación en Santa María la Mayor. Posteriormente, se le dio un significado místico a esta conmemoración: las misas llegaron a representar la triple manifestación, la original, la judaica y la cristiana, es decir que representaron "el triple nacimiento" de Nuestro Señor: por el que procede del Padre antes de todos los tiempos, por su nacimiento natural de la Virgen María y, por su renacimiento espiritual en nuestras almas, mediante la fe y la caridad. O bien, de otra manera, se las puede considerar así: la Misa de Medianoche conmemora el eterno nacimiento de Jesús, el Verbo divino. "El Señor me dijo: Tú eres mi Hijo... En Ti está el principado en el día de tu poder... yo te concebí en el vientre antes que al lucero de la mañana". La Misa de la Aurora contempla a Jesús como la luz verdadera, el sol espiritual. "una luz brillará sobre nosotros en este día... Nos inunda la luz nueva del Verbo encarnado". Y en la tercera misa, al Niño de Belén se le honra como a Cristo el Rey, Dios y hombre. "Un niño nos ha nacido... lleva el reino sobre sus hombros... Hasta los confines de la tierra se ha visto la salvación de nuestro Dios... ¡Venid, todas las naciones y adorad al Señor!... Justicia y juicio son los preparativos para tu trono".
* Esa tradición, que ya existía en el siglo quinto, es absolutamente lógica y aun puede decirse que un versículo de Isaías (1,3) la sostiene (con ciertos acomodos, naturalmente), puesto que dice así:" El buey conoció a su dueño y el asno el pesebre de su amo...”.
** Otra tradición muy antigua de autenticidad, dice que la cueva es la que se encuentra bajo la Basílica de la Natividad en Belén. En el piso de esa cueva hay una gran estrella de plata con esta inscripción: Híc de Virgine María Jesús Christus natus est: "Aquí nació Jesucristo de la Virgen María".
*** Entre los protestantes de una de las sectas más estrictas de Inglaterra y especialmente de Gales, subsiste la reminiscencia de la tradición puritana de que, si la Navidad cae en domingo, se observa en la forma penitenciaria propia de su culto en el día del Señor o Sabbath, como ellos le llaman, por considerar que éste es más importante que la Navidad. Las fiestas navideñas se difieren hasta el lunes. Algunos presbiterianos de Escocia ignoran por completo la Navidad
La
Navidad celebra el acontecimiento
del nacimiento de Jesús, Hijo de Dios, nacido de la Virgen María.
El nació en Belén de Judá, y sus primeras visitas fueron las de unos sencillos
pastores que encontraron a María y a José y al Niño acostado en un pesebre. Este
acontecimiento
nos salva, nos une a Dios, nos revela a Dios, nos
libera.
El
ángel da a los pastores un signo, los pastores van a ver el signo y ven a María, a José y al recién nacido
acostado en el pesebre: dicho de otra forma: La Virgen María
es parte del gran signo de la Navidad.
La primera fiesta de Navidad en
Occidente
En el siglo 4º, por el edicto de Milán, el
Emperador Constantino hizo cesar las persecuciones y dio libertad de culto a los
cristianos que en ese entonces construyeron
basílicas.
La liturgia, entonces, se empieza a
desarrollar. La primera fiesta de Navidad aparece como respuesta a la crisis
arriana a partir del concilio de Nicea.
Navidad, el 25 de
diciembre.
Los especialistas no son unánimes sobre los
motivos de la fecha del 25 de diciembre:
- Se celebra a Jesús como sol de justicia
sustituyendo una celebración pagana.
-
Se celebra a Jesús 9 meses después de su
concepción, es decir 9 meses después del 25 de marzo, día perfecto. La fiesta de
Navidad está ligada a la fiesta del 25 de marzo, fiesta de la
Anunciación
y de la Encarnación. Ese
día era conocido antes de la institución de la fiesta de Navidad, que fue
instituida después.
La
Navidad
engendra un ciclo litúrgico.
La celebración de Navidad tiene como primera
consecuencia el desarrollo de las homilías y la contemplación del misterio de
María.
La
institución de la Navidad
en Roma suscita también el desarrollo
del Adviento con las lecturas de la Anunciación
y la Visitación,
y la institución de las fiesta del 1º de enero, 8 días después de Navidad, de la
circuncisión de Jesús y de la maternidad divina de María.
La Navidad
engendra también un ciclo litúrgico, preparándonos para el Adviento (con himnos,
lecturas, relecturas del Antiguo Testamento) y se prolonga en la
Octava
de Navidad con la festividad de la Madre
de Dios.
El sentido de este acontecimiento es
inmenso.
El tiempo de Adviento es un tiempo litúrgico
que nos prepara al rico significado de Navidad, en particular por medio de sus
oraciones.
El día de Natividad continúa siendo valorizada por las
antífonas (pequeños cantos tradicionales), oraciones (cortas plegarias durante
la misa). Es interesante ver cómo las oraciones de hoy se inspiran en las
oraciones de los primeros siglos: el sentido de este acontecimiento nos ha sido transmitido de
generación en generación.
El sentido de este acontecimiento se medita
también en las homilías, especialmente en ciertas homilías que han atravesado
los siglos. Descubrimos entonces que se
trata del nacimiento de Jesús, pero también de nuestro propio nacimiento
(homilía de San León Magno) o que se trata de los esponsales de Dios y la
humanidad. (Homilía de San Agustín)
Oración a la
Natividad del SeñorCruzada del
Espíritu Santo
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A Tí. Señora
del Silencio y de la Espera Serena. A Ti María que siempre estuviste dispuesta a
decir Si a la voluntad de Dios; te pedimos que no dejes de interceder en favor
de tus hijos para que cumplan fielmente la misión que les fue confiada en el
Reino. A Tí Virgen Madre, que concebiste primero en tu corazón y luego en tu
seno virginal a Jesús, haz que nuestras almas se llenen de la Gracia del
Espíritu Santo, como tu vida se llenó de su gracia.
Preséntanos a
Jesús, así como lo presentaste a los pastores y a los reyes, enséñanos el camino
hacia El, ayúdanos a contemplar el gran misterio de su Amor. María Madre
Misericordiosa. ruega por nosotros a Nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh Jesús! Ven a
vivir en tus siervos, en el espíritu de tu santidad, en la plenitud de tu poder,
en la verdad de tus virtudes, en la perfección de tus caminos, vence al enemigo
con el poder de tu espíritu para la gloria del Padre.Jesús. hijo de María,
tómame como hijo tuyo. Jesús príncipe de paz, dame tu paz. Jesús, mi redentor,
sálvame. Jesús. mi único Juez. perdóname.
Jesús, pan
viviente del cielo, sé mi comida eterna. Concédeme que en toda necesidad llegue
a Tí con confianza y humildad diciendo: ¡Ayúdame! Cuando me sienta solo y
cansado, cuando fracasen mis planes y esperanzas, cuando me sienta impaciente y
me resulte difícil llevar mi cruz; cuando esté enfermo y mi cabeza y mis manos
no puedan trabajar. cuando otros me fallen...
En todas mis dudas y
tentaciones te suplico que tu Gracia me pueda asistir en cada momento y siempre:
a pesar de mis debilidades y faltas de toda clase, Jesús ayúdame y no me
abandones nunca. Dios, Padre Nuestro que contemplas la Natividad del Señor,
concede que la humildad de los pastores, la perseverancia de los reyes, la
alegría de los ángeles, la fidelidad de María y la Paz del Niño Jesús, sean tu
bendición para nosotros, hoy y siempre. Amén.
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