lunes, 3 de diciembre de 2012

Francisco Javier, Santo

Sacerdote misionero Jesuita, Diciembre 3
 
Francisco Javier, Santo
Francisco Javier, Santo

Sacerdote misionero Jesuita

Martirologio Romano: Memoria de san Francisco Javier, presbítero de la Compañía de Jesús, evangelizador de la India, el cual, nacido en Navarra, fue uno de los primeros compañeros de san Ignacio que, movido por el ardor de dilatar el Evangelio, anunció diligentemente a Cristo a innumerables pueblos en la India, en las Molucas y otras islas, y después en el Japón, convirtiendo a muchos a la fe. Murió en la isla de San Xon, en China, consumido por la enfermedad y los trabajos (1552).

Etimología: Francisco = "el abanderado", es de origen germano.

Javier = "aquel que vive en casa
Francisco Javier, Santo
Francisco Javier, Santo
nueva", es de origen eusquera (lengua autóctona hablada en el País Vasco).

Francisco de Jasu y Xavier (nacido en el castillo de Xavier, en España, en 1506), correspondiendo a las esperanzas de sus padres, se graduó en la famosa universidad de París. En estos años tuvo la fortuna de vivir codo a codo, compartiendo inclusive la habitación de la pensión, con Pedro Fabro, que será como él jesuita y luego beato, y con un extraño estudiante, ya bastante entrado en años para sentarse en los bancos de escuela, llamado Ignacio de Loyola.

Ignacio comprendió muy bien esa alma: “Un corazón tan grande y un alma tan noble” -le dijo- “no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que brilla eternamente”. El día de la Asunción de 1534, en la cripta de la iglesia de Montmartre, Francisco Javier, Ignacio de Loyola y otros cinco compañeros se consagraron a Dios haciendo voto de absoluta pobreza, y resolvieron ir a Tierra Santa para comenzar desde allí su obra misionera, poniéndose a la total dependencia del Papa.

Ordenados sacerdotes en Venecia y abandonada la perspectiva de la Tierra Santa, emprendieron camino hacia Roma, en donde Francisco colaboró con Ignacio en la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. Sin embargo, fue a los 35 años de edad cuando comenzó su gran aventura misionera. Por invitación del rey de Portugal, fue escogido como misionero y delegado pontificio para las colonias portuguesas en las Indias Orientales. Goa fue el centro de su intensísima actividad misionera, que se irradió por un área tan vasta que hoy sería excepcional aun con los actuales medios de comunicación social: en diez años recorrió India, Malasia, las Molucas y las islas en estado todavía salvaje. “Si no encuentro una barca, iré nadando” decía Francisco, y luego comentaba: “Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar”.

Después de cuatro años de actividad misionera en estas islas, separado del mundo civilizado, se embarcó en una rústica barca hacia el Japón, en donde, entre dificultades inmensas, formó el primer centro de cristianos. Su celo no conocía descansos: desde Japón ya miraba hacia China. Se embarcó nuevamente, llegó a Singapur y estuvo a 150 kilómetros de Cantón, el gran puerto chino. En la isla de Shangchuan, en espera de una embarcación que lo llevara a China, cayó gravemente enfermo. Murió a orillas del mar el 3 de diciembre de 1552, a los 46 años de edad.

Fue canonizado el 12 de marzo de 1622 junto con Ignacio de Loyola, Felipe Neri,Teresa de Jesús y el santo de Madrid, Isidro. ¡Buen grupo formado por cuarteto español y solista italiano!

Es patrono de las misiones en Oriente y comparte el patronato universal de las misiones católicas con Teresa de Lisieux.
San Francisco Javier
 
Una infancia turbada por inquietudes gue­rreras entre los muros del castillo navarro de Javier, "aquel palacio que, como dirá Martín de Azpilcueta, estaba ya en pie antes de Carlomagno". Aunque hombre de letras, su padre Juan de Jassu, partidario de Labrit, toma parte en la guerra de Navarra en los primeros años del siglo XVI. Labrit, rey de Navarra, queda derrotado, el duque de Alba entra vencedor en Pamplona, los franceses son vencidos en Noaín, la capital aclama a Fernando el Católico, y las pie­dras del castillo de Javier caen demolidas. Los Jassu aceptan la derrota, y destruidas sus almenas, se entregan al cultivo de sus tierras señoriales. En esas circunstancias ha ido creciendo Francisco de Jassu y Azpilcueta, un adolescente dulce, amable, gracioso, alegre y juguetón, de singular penetración de espíritu, curioso de saber, ávido de sobresalir, lo que acrecentaba el cariño de su familia, escuela de enseñanzas cristianas. Francisco Xabier o Etxaberri es vasco- navarro. Los franceses dicen que su linaje de Jasso, está situado en la Baja-Navarra, que siempre fue tierra francesa, luego San Francisco es francés. España dice que el Santo nació en Javier, España, luego el Santo es español. Hijo del doctor Don Juan de Jatsu. no llevó el apellido de su padre, sino el de Xabier, nombre del Señorío que comunicó a la familia su mayor prestigio. Que se apellidó Jasso lo confirmó él mismo en París el 13 de febrero de 1531: “Me llamo Francisco de Jasso.”, y así consta en los registros de la Universidad de la Sorbona de Paris. Su padre había estudiado Leyes, en la Universidad de Bolonia y se graduó de Doctor en Decretos y casó con Dª María de Azpilikueta, Señora de Azpilikueta y de Xavier. Juan de Jaso Atondo y María Azpilcueta Aznárez son pues los padres de Javier. Juan de Jaso doctor en Leyes, pertenecerá al Real Consejo de Navarra, del cual será Presidente, y Maestro de Finanzas del Reino.

Cuando fueron coronados los últimos reyes de Navarra, Juan de Jaso tomó juramento a los tres Estados del Reino. María Azpilcueta desciende de los monarcas pirenaicos. Como Aznárez, también, ha aportado al matrimonio el Castillo de Javier. Matrimonio de honda Fe, de vida intensa de piedad, "tenía especial empeño de criar bien a sus hijos y educarles bien en la Ley de Dios, aficionándolos a la virtud, pues pensaban que ésta la mejor herencia que les podían dejar".

SUS HERMANOS

Los hermanos de Francisco Javier son Miguel de Jaso, el mayor y heredero de la familia, que vivirá en el castillo; y Juan, que recibirá el apellido de su madre, Azpilcueta, y que se establecerá en Obanos y Tafalla, con el nombre de Capitán Azpilcueta. Su carrera son las armas. Ana de Jaso se casará con Diego de Ezpeleta, señor de Beire. Magdalena, fue dama de honor de Isabel la Católica. Pero entró en el convento de Clarisas de Gandía, y fue elegida abadesa. Era un alma de Dios, anticipando la santidad de su hermano Francisco. Fue ella la que retuvo a Francisco en París, pues Miguel, el mayorazgo, por falta de recursos, había decidido que su Francisco dejara los estudios y volviera a Xavier. «No hagáis tal, dijo Magdalena, estoy cierta de que mi hermano Francisco será gran servidor de Dios y una de las columnas de su Iglesia.» Miguel y Juan eran los hermanos mayores del Santo, Juan, su preferido. Una frase de Juan descubre su temple militar: detestaba las corridas de toros, «porque en ellas se aprende y acostumbra, en vez de atacar al enemigo, a escapar de él». Durante la invasión del Duque de Alba estuvieron en Pamplona, donde cayó herido Iñigo de Loyola, del bando enemigo. ¡Cómo podían aprender la lección los hombres de hoy!

EL CASTILLO DE JAVIER

Donde el río Aragón empieza a regar las tierras de la ribera de Navarra existía un castillo medieval, edificado en el siglo XIII sobre otro más antiguo y renovado por sus padres, como hemos hecho constar al propio Carlomagno. Coronado de macizas torres y rodeado de un foso con altos muros y puentes levadizos, demostraba a las claras su carácter defensivo frente al vecino Reino de Aragón.

Mientras los criados preparan las cabalgaduras con los pertrechos para tan lago viaje, María de Azpilcueta da sus últimos consejos a su hijo Francisco con el triste presentimiento de que nunca más lo volverá a ver. Javier espera triunfar en la vida y, piensa que ayudará a sus hermanos a reconstruir el castillo, tal como lo vio en su niñez cuando la torre del homenaje erguía majestuosa sus almenas. Javier abraza a su madre y a sus hermanos y con diecinueve años emprende su marcha a la Universidad de París.

JUVENTUD DIVERTIDA

París siempre ha tenido fama de ciudad alegre y divertida; pero ninguno de sus barrios era tan bullicioso y jaranero como el Latino, donde se hacinaban los 50 colegios que componían la Universidad. La sociabilidad innata de Javier y su jovialidad será una característica propia hasta el fin de su vida. La severidad de los reglamentos de los Colegio Mayores no le impedía a Javier escapar de noche y respirar un poco de libertad por las timbas, tabernas y figones, abundantes en el barrio Latino. Le gustaba beber, jugar a las cartas y, sobre todo, cantar. Y así hasta que empezó a tratar a Iñigo de Loyola...

JAVIER E IGNACIO

Un buen día Javier se encuentra con un estudiante guipuzcoano, cojo, recogido y muy piadoso, 16 años mayor que él y contra el cual habían luchado sus dos hermanos mayores en las murallas de Pamplona, por lo tanto enemigos políticos. Era Iñigo de Loyola. Providencialmente se hospedaron en la misma habitación del Colegio Mayor de Santa Bárbara. Mientras. Javier era un joven fogoso, de porte distinguido y apuesto, con anhelos de gloria, queriendo brillar en el mundo. Ignacio sólo ambicionaba la gloria de Dios y servir a la Iglesia. Javier rehuía a Iñigo, Iñigo le prestaba dinero y sobre todo se alistaba a sus clases cuando ya Javier las daba y le buscaba alumnos. Los favores de Iñigo, su constante ejemplaridad y la reiterada pregunta de Ignacio "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?" Por fin Iñigo logró que Francisco hiciera los "Ejercicios Espirituales", guiado por él y quedó transformado por la gracia. Decidió renunciar al mundo, alistarse en la bandera del Rey Eternal y seguir a Iñigo hasta formar parte de los siete compañeros fundadores de la Compañía de Jesús. Iñigo había conseguido, como buen alfarero, reconstruir aquella masa, la más difícil que había tenido en sus manos, según sus mismas palabras, en un instrumento colosal que convirtió un mundo de almas.

JAVIER ANTE EL PAPA

Tras intenso apostolado de Javier por Italia, una vez aprobada la Compañía de Jesús, el Papa solicita misioneros jesuitas para evangelizar las Indias bajo protectorado portugués. Y es designado Javier, quien acepta el encargo con extraordinario entusiasmo. Recibe del Papa la misión de evangelizar el lejano Oriente, siguiendo las rutas portuguesas.
Se dirigió a Lisboa para embarcar. En la ciudad italiana de Bolonia, donde anteriormente había evangelizado, el pueblo le dispensó un recibimiento entusiasta. Se encontró y despidió de antiguos compañeros de estudios y fatigas. Uno de ellos, Fabro, en carta a San Ignacio manifestó: "¡sabe Dios! que ya con Javier no nos volveremos a ver en la tierra hasta que nos reunamos para siempre en el cielo".

LA INDIA Y EL JAPÓN

Cuatro grandes viajes realizó Javier en tan sólo once años y medio de apostolado misionero, además de otros muchos menos importantes:
Desde el puerto de Lisboa a la India. Dela India a las islas. De la India al Japón. De la India al Japón. En total, más de 100.000 Km. de recorrido; es decir, dos veces y media la vuelta a la Tierra. Fue el apóstol incansable los portugueses con su predicación continua, su amistad con los grandes pecadores, su autoridad y prestigio extraordinarios, hizo revivir la fe y la moral de gobernantes, comerciantes y soldados portugueses.
Llegó al Japón tras peripecias incontables. Intelectual y moralmente el Japón era muy superior a todos los demás pueblos evangelizados. Los japoneses no se convertirán tan pronto como los paravas o los macuas. Pero, una vez convencidos de la Verdad, la seguirán sin vacilar, profesarán un cristianismo auténtico y hasta se convertirán en magníficos propagandistas del Evangelio. Dos años pasó Javier evangelizando en Japón, que había partido a las misiones a los 35 años, con la entrega que le hizo el rey de Portugal, de un breve del el Papa, por el que le nombraba nuncio apostólico en el Oriente. No quiso Javier llevar consigo a ningún criado, pues "la mejor manera de alcanzar la verdadera dignidad es lavar los propios vestidos sin que nadie lo sepa". La expedición navegó meses para alcanzar el Cabo de Buena Esperanza y llegar a la isla de Mozambique, donde se detuvo durante el invierno.

Goa era colonia portuguesa desde 1510. Había ahí un número considerable de cristianos, con obispo, clero y varias iglesias. Después de pasar la mañana en asistir y consolar a los enfermos y a los presos, en hospitales y prisiones miserables, recorría las calles tocando una campanita para llamar a los niños y a los esclavos al catecismo. Para instruir a los pequeños y a los ignorantes, el santo solía adaptar las verdades del cristianismo a la música popular, un método que tuvo tal éxito que, después, se cantaban las canciones que él había compuesto, en las calles y en las casa, en los campos y en los talleres.

MISIONERO CON LOS PARAVAS

En las costas de la Pesquería, frente a Ceilán habitaba la tribu de los paravas, que habían aceptado el bautismo para obtener la protección de los portugueses contra los árabes y otros enemigos; pero, por falta de instrucción, conservaban las supersticiones del paganismo y practicaban sus errores. Javier fue a esa tribu que "sólo sabía que era cristiana y nada más". Hizo trece veces aquel viaje tan peligroso, aprendió el idioma nativo e instruyó y confirmó a los ya bautizados. Los paravas, recibieron el bautismo en grandes multitudes y Javier informaba a sus hermanos de Europa que, algunas veces, tenía los brazos tan fatigados por administrar el bautismo, que apenas podía moverlos. Los generosos paravas, que eran considerados de casta baja, extendieron a San Francisco Javier una acogida calurosa, pero los brahmanes, de clase alta, le recibieron con gran frialdad, y al cabo de doce meses, sólo había convertido a un brahmán. Dios le concedió maravillosas consolaciones interiores. Decía Javier: “Señor no me des tantos consuelos en esta vida; pero, si tu misericordia ha decidido dármelos, llévame entonces todo entero a gozar plenamente de Ti”.

MUERE FRENTE A LAS COSTAS DE LA CHINA

Sanchón es una pequeña isla. Aunque hoy sus habitantes pasan de 10.000, en tiempos del Santo estaba deshabitada. Es un islote árido y poco hospitalario que se había convertido en lugar de reuniones secretas de mercaderes portugueses y traficantes chinos para sus transacciones comerciales. Distaba sólo 10 km. de las costas de China. El 21 de noviembre, el santo se vio atacado por una fiebre y se refugió en el navío. Pero el movimiento del mar le hizo daño, de suerte que al día siguiente pidió que le trasportasen de nuevo a tierra. En el navío predominaban los hombres de Don Álvaro de Ataide, los cuales, temiendo ofender a éste, dejaron a Javier en la playa, expuesto al terrible viento del norte. Un compasivo comerciante portugués le condujo a su cabaña, tan maltrecha, que el viento se colaba por las rendijas. Ahí estuvo Francisco Javier, consumido por la fiebre. Sus amigos le hicieron algunas sangrías, sin éxito alguno. Entre los espasmos del delirio, el santo oraba constantemente. Poco a poco, se fue debilitando. El sábado 3 de diciembre, según escribió Antonio, "viendo que estaba moribundo, le puse en la mano un cirio encendido. Poco después, entregó el alma a su creador y Señor con gran paz y reposo, pronunciando el nombre de Jesús".

“Rendido de tanto hacer
Frente al mar y a su oleaje
Ya va a rendir su viaje
La barquilla de Javier”

Tenía cuarenta y seis años y había pasado once en el oriente. Fue sepultado el domingo por la tarde. Al entierro asistieron Antonio, un portugués y dos esclavos. Anhelando disponer de barco que le trasladara a China, Javier había viajado hasta Sanchón, donde se estableció a la espera de poder llegar a China.

“Cinco talentos me diste
Y te devuelvo otros cinco”
________
“¿Qué si yo gano a Javier?
Javier me ganará un mundo”

SE CUMPLIÓ EL EMPEÑO DE IÑIGO

Era la esperanza de Ignacio de Loyola, como canta Pemán en el “Divino impaciente”. En efecto, Javier era un hombre de gran corazón, capaz de responder a la llamada de Jesucristo e ir a evangelizar hasta los confines de la tierra y convertirse en el gigante de la propagación de la fe, a quien el Papa Pío XI nombró patrono de las misiones "Señor, tú has querido que varias naciones llegaran al conocimiento de la verdadera religión por medio de la predicación de San Francisco Javier", que había nacido en 1506, en el castillo de Javier en Navarra, cerca de Pamplona, España, el que a los dieciocho años fue a estudiar a la Universidad de París, donde en 1528 obtuvo el grado de licenciado; que residió en el colegio de Santa Bárbara, tuvo como compañero de la pensión a Pedro Fabro, que le llevó a conocer a Ignacio de Loyola, bastante mayor que sus compañeros, cuya influencia rehusó, que le repetía la frase del evangelio: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?". Este pensamiento le parecía fastidioso y contrario a sus aspiraciones, pero poco a poco fue calando e interpelando su orgullo y vanidad. Por fin San Ignacio logró que Francisco hiciera los "Ejercicios Espirituales", guiado por Ignacio y quedó transformado por la gracia. Comprendió las palabras que Ignacio: "Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente".

Fue uno de los siete primeros seguidores de San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, consagrándose al servicio de Dios en Montmatre, en 1534. Hicieron voto de absoluta pobreza, y resolvieron ir a Tierra Santa para comenzar desde allí su obra misionera, poniéndose a la total disposición del Papa. Recibió la ordenación sacerdotal en Venecia y compartió las vicisitudes de la naciente Compañía. Colaboró con Ignacio en la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. Será amado por Ignacio y él le devolverá amor. Veámoslo: Estaba en Cochín el 29 de enero de 1552. Francisco Javier tenía cuarenta y seis años, acababa de volver de su aventura en Japón y está escribiendo al Padre de su alma Ignacio de Loyola: "Verdadero Padre mío: una carta de vuestra santa caridad recibí en Malaca agora cuando venía de Japón; y en saber nuevas de tan deseada salud y vida, Dios sabe cuán consolada fue mi alma; y entre todas muchas santas palabras y consolaciones de su par­te, leí las últimas que decían: "Todo vuestro sin poderme olvidar en tiempo alguno. Ignacio"; las cuales así como con lágrimas leí, con lágrimas las escribo, acordándome del tiempo pasado, del muchos amor que siempre me tuvo y tiene..." Corazón de Javier, corazón tierno para la amistad, fiel y delicado, sensible, impresionable. Tal el hombre, el navarro ardoroso a quien las fatigas sin cuento afinaron su afectividad. Hombre pronto al amor, a la ilusión, al entusiasmo, a la gratitud también, al cariño. Hombre por ello fácil a las depresiones y tristezas. San Francisco Javier fue canonizado en 1622, junto con Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Felipe Neri e Isidro Labrador.
CRONOLOGÍA DE SAN FRANCISCO JAVIER
  San Francisco Javier
  • 7-4-1506. Nace en el Castillo de Javier (Navarra, España).
  • 1525. Marcha a París para estudiar en la Sorbona.
  • 15-8-1534. Hace los votos de Montmartre con Ignacio y otros cinco compañeros.
  • 24-6-1537. Ordenado sacerdote en Venecia.
  • 1540. Destinado a las Indias.
  • 7-4-1541. El mismo día de su 35 cumpleaños sale de Lisboa.
  • 6-5-1542. Llega a Goa. Desde allí, durante unos 7 años evangeliza buena parte del sur de la India, Ceilán, Malaca, etc.
  • 15-8-1549. Llega a Kagoshima, Japón.
  • 1551. Regresa a la India y hace nuevos proyectos.
  • 3-12-1552. Muerte en la isla de Sanchón, frente a las costas de China.
  • 12-3-1622. Es canonizado junto a San Ignacio, Santa Teresa, San Isidro Labrador y San Felipe Neri por el Papa Gregorio XV.
  • 1904. San Pío X le nombra Patrono de las Misiones.
1 Cronología2 En el Castillo 3 En París4 El Jesuita Apostol
5 Rodea África6 En la India7 En la Pesquería8 En Japón
9 Muerte de Javier10 Novena de la gracia450 aniversario de su muerteV centenario del nacimiento
PrincipalLibro de firmas

San Francisco JavierSan Francisco Javier1506-1552Sacerdote misionero Jesuita en el lejano Oriente
Fiesta:
3 de diciembre
En breve:Nació en el castillo de Javier (Navarra) el año 1506. Cuando estudiaba en París, se unió al grupo de san Ignacio. Fue ordenado sacerdote en Roma el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. El año 1541 marchó al Oriente. Evangelizó incansablemente la India y el Japón durante diez años, y convirtió muchos a la fe. Murió el año 1552 en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China.

¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio! De sus cartas a san Ignacio


Son pocos los hombres que tienen el corazón tan grande como para responder a la llamada de Jesucristo e ir a evangelizar hasta los confines de la tierra.  San Francisco Javier es uno de esos.  Con razón ha sido llamado: "El gigante de la historia de las misiones" y el Papa Pío X lo nombró patrono oficial de las misiones extranjeras y de todas las obras relacionadas con la propagación de la fe. La oración del día de su fiesta dice así:  "Señor, tú has querido que varias naciones llegaran al conocimiento de la verdadera religión por medio de la predicación de San Francisco Javier". El famoso historiador Sir Walter Scott comentó:  "El protestante más rígido y el filósofo más indiferente no pueden negar que supo reunir el valor y la paciencia de un mártir con el buen sentido, la decisión, la agilidad mental y la habilidad del mejor negociador que haya ido nunca en embajada alguna".  
Francisco nació en 1506, en el castillo de Javier en Navarra, cerca de Pamplona, España. Era el benjamín de la familia.  A los dieciocho años fue a estudiar a la Universidad de París, en el colegio de Santa Bárbara, donde en 1528, obtuvo el grado de licenciado. Dios estaba preparando grandes cosas, por lo que dispuso que Francisco Javier tuviese como compañero de la pensión a Pedro Favre, que sería como él jesuita y luego beato, también providencialmente conoció a un extraño estudiante llamado Ignacio de Loyola, ya bastante mayor que sus compañeros. Al principio Francisco rehusó la influencia de Ignacio el cual le repetía la frase de Jesucristo:  "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?". Este pensamiento al principio le parecía fastidioso y contrario a sus aspiraciones, pero poco a poco fue calando y retando su orgullo y vanidad. Por fin San Ignacio logró que Francisco se apartara un tiempo para hacer un retiro especial que el mismo Ignacio había desarrollado basado en su propia lucha por la santidad. Se trata de los "Ejercicios Espirituales".  Francisco fue guiado por Ignacio en aquellos días de profundo combate espiritual y quedó profundamente transformado por la gracia de Dios.  Comprendió las palabras que Ignacio: "Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos.  Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente".  
Llegó a ser uno de los siete primeros seguidores de San Ignacio, fundador de los jesuitas, consagrándose al servicio de Dios en Montmatre, en 1534.  Hicieron voto de absoluta pobreza, y resolvieron ir a Tierra Santa para comenzar desde allí su obra misionera, poniéndose en todo caso a la total dependencia del Papa.  Junto con ellos recibió la ordenación sacerdotal en Venecia, tres años más tarde, y con ellos compartió las vicisitudes de la naciente Compañía. Abandonado el proyecto de la Tierra Santa, emprendieron camino hacia Roma, en donde Francisco colaboró con Ignacio en la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. Bien dice el Libro del Eclesiástico:  "Encontrar un buen amigo es como encontrarse un gran tesoro".
A las Misiones
En 1540, San Ignacio envió a Francisco Javier y a Simón Rodríguez a la India en la primera expedición misional de la Compañía de Jesús. Para embarcarse, Francisco Javier llegó a Lisboa hacia fines de junio.  Inmediatamente, fue a reunirse con el P. Rodríguez, quien se ocupaba de asistir e instruir a los enfermos en el hospital donde vivía. Javier se hospedó también ahí y ambos solían salir a instruir y catequizar en la ciudad.  Pasaban los domingos oyendo confesiones en la corte, pues el rey Juan III los tenía en gran estima.  Esa fue la razón por la que el P. Rodríguez tuvo que quedarse en Lisboa.  También San Francisco Javier se vio obligado a permanecer ahí ocho meses y, fue por entonces cuando escribió a San Ignacio:  "El rey no está todavía decidido a enviarnos a la India, porque piensa que aquí podremos servir al Señor tan eficazmente como allí".  Pero Dios tenía otros planes y Francisco Javier partió hacia las misiones el 7 de abril de 1541, cuando tenía 35 años, el rey le entregó un breve por el que el Papa le nombraba nuncio apostólico en el oriente.  El monarca no pudo conseguir que aceptase más que un poco de ropa y algunos libros.  Tampoco quiso Javier llevar consigo a ningún criado, alegando que "la mejor manera de alcanzar la verdadera dignidad es lavar los propios vestidos sin que nadie lo sepa".  Con él partieron a la India el P. Pablo de Camerino, que era italiano, y Francisco Mansilhas, un portugués que aún no había recibido las órdenes sagradas.  En una afectuosa carta de despedida que el santo escribió a San Ignacio, le decía a propósito de este último, que poseía "un bagaje de celo, virtud y sencillez, más que de ciencia extraordinaria".
Otros cuatro navíos completaban la flota. En el barco viajaba el gobernador de la India, Don Martín Alfonso Sousa y, además de la tripulación, había pasajeros, soldados, esclavos y convictos. Entre la tripulación y entre los pasajeros había gente de toda clase, de suerte que Javier tuvo que mediar en reyertas, combatir la blasfemia, el juego y otros desórdenes.  Francisco se encargó de catequizar a todos.  Los domingos predicaba al pie del palo mayor de la nave. Convirtió su camarote en enfermería y se dedicó a cuidar a todos los enfermos, a pesar de que, al principio del viaje, los mareos le hicieron sufrir mucho a él también. Pronto se desató a bordo una epidemia de escorbuto y sólo los misioneros se encargaban del cuidado de los enfermos.  La expedición navegó meses para alcanzar el Cabo de Buena Esperanza en el extremo sur del continente africano y llegar a la isla de Mozambique, donde se detuvo durante el invierno; después siguió por la costa este del Afrecha oriental y se detuvo en Malindi y en Socotra.  Por fin, la expedición llegó a Goa, el 6 de mayo de 1542 tardándoles el doble de lo normal.  San Francisco Javier se estableció en el hospital hasta que llegaron sus compañeros, cuyo navío se había retrasado.
La Pérdida de la fe entre los Cristianos de las Colonias
Goa era colonia portuguesa desde 1510. Había ahí un número considerable de cristianos, con obispo, clero y varias iglesias.  Desgraciadamente, muchos de los portugueses se habían dejado arrastrar por la ambición, la usura y los vicios, hasta el extremo de que muchos abandonaban la fe. Los sacramentos habían caído en desuso; se usaba el rosario para contar el número de azotes que mandaban dar a sus esclavos. La escandalosa conducta los cristianos alejaba de la fe a los infieles. Esto fue un reto para San Francisco Javier.  Además, fuera de Goa había a lo más, cuatro predicadores y ninguno de ellos era sacerdote. El misionero comenzó por instruir a los portugueses en los principios de la religión y a formar a los jóvenes en la práctica de la virtud.  Después de pasar la mañana en asistir y consolar a los enfermos y a los presos, en hospitales y prisiones miserables, recorría las calles tocando una campanita para llamar a los niños y a los esclavos al catecismo.  Estos acudían en gran cantidad y el santo les enseñaba el Credo, las oraciones y la practica de la vida cristiana.  Todos los domingos celebraba la misa a los leprosos, predicaba a los cristianos y a los hindúes y visitaba las casas.  Su amabilidad y su caridad con el prójimo le ganaron muchas almas.  Uno de los pecados más comunes era el concubinato de los portugueses de todas las clases sociales con las mujeres del país, dado que había en Goa muy pocas portuguesas.  Tursellini, el autor de la primera biografía de San Francisco Javier, que fue publicada en 1594, describe con viveza los métodos que empleó el santo para combatir aquella vida de pecado. Por ellos, puede verse el tacto con que supo Javier predicar la moralidad cristiana, demostrando que no contradecía ni al sentido común, ni a los instintos verdaderamente humanos. Para instruir a los pequeños y a los ignorantes, el santo solía adaptar las verdades del cristianismo a la música popular, un método que tuvo tal éxito que, poco después, se cantaban las canciones que él había compuesto, lo mismo en las calles que en las casa, en los campos que en los talleres.
Misionero con los Paravas
Cinco meses más tarde, se enteró Javier de que en las costas de la Pesquería, que se extienden frente a Ceilán desde el Cabo de Comorín hasta la isla de Manar, habitaba la tribu de los paravas.  Estos habían aceptado el bautismo para obtener la protección de los portugueses contra los árabes y otros enemigos;  pero, por falta de instrucción, conservaban aún las supersticiones del paganismo y practicaban sus errores1.. Javier partió en auxilio de esa tribu que "sólo sabía que era cristiana y nada más".  El santo hizo trece veces aquel viaje tan peligroso, bajo el tórrido calor del sur de Asia. A pesar de la dificultad, aprendió el idioma nativo y se dedicó a instruir y confirmar a los ya bautizados. Particular atención consagró a la enseñanza del catecismo a los niños. Los paravas, que hasta entonces no conocían siquiera el nombre de Cristo, recibieron el bautismo en grandes multitudes. A este propósito, Javier informaba a sus hermanos de Europa que, algunas veces, tenía los brazos tan fatigados por administrar el bautismo, que apenas podía moverlos. Los generosos paravas, que eran considerados de casta baja, extendieron a San Francisco Javier una acogida calurosa, en tanto que los brahamanes, de clase alta, recibieron al santo con gran frialdad, y su éxito con ellos fue tan reducido que, al cabo de doce meses, sólo había logrado convertir a un brahamán.  Según parece, en aquella época Dios obró varias curaciones milagrosas por medio de Javier.
Por su parte, Javier se adaptaba plenamente al pueblo con el que vivía. Con los pobres comía arroz y dormía en el suelo de una pobre choza.  Dios le concedió maravillosas consolaciones interiores.  Con frecuencia, decía Javier de sí mismo:  "Oigo exclamar a este pobre hombre que trabaja en la viña de Dios:  'Señor no me des tantos consuelos en esta vida;  pero, si tu misericordia ha decidido dármelos, llévame entonces todo entero a gozar plenamente de Ti '". Javier regresó a Goa en busca de otros misioneros y volvió a la tierra de los paravas con dos sacerdotes y un catequista indígena y con Francisco Mansilhas a quienes dejó en diferentes puntos del país.  El santo escribió a Mansilhas una serie de cartas que constituyen uno de los documentos más importantes para comprender el espíritu de Javier y conocer las dificultades con que se enfrentó. 
El Escándalo de los Malos Cristianos: Espina en el Corazón
Nada podía desanimar a Francisco. "Si no encuentro una barca- dijo en una ocasión- iré nadando".  Al ver la apatía de los cristianos ante la necesidad de evangelizar comentó: "Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar".  Deseaba contagiar a todos con su celo evangelizador.
 El sufrimiento de los nativos a manos de los paganos y de los portugueses se convirtió en lo que él describía como "una espina que llevo constantemente en el corazón".  En cierta ocasión, fue raptado un esclavo indio y el santo escribió:  "¿Les gustaría a los portugueses que uno de los indios se llevase por la fuerza a un portugués al interior del país?.  Los indios tienen idénticos sentimientos que los portugueses".  Poco tiempo después, San Francisco Javier extendió sus actividades a Travancore.  Algunos autores han exagerado el éxito que tuvo ahí, pero es cierto que fue acogido con gran regocijo en todas las poblaciones y que bautizó a muchos de los habitantes.  En seguida, escribió al P. Mansilhas que fuese a organizar la Iglesia entre los nuevos convertidos.  En su tarea solía valerse el santo de los niños, a quienes seguramente divertía mucho repetir a otros lo que acababan de aprender de labios del misionero.  Los badagas del norte cayeron sobre los cristianos de Comoín y Tuticorín, destrozaron las poblaciones, asesinaron a varios y se llevaron a otros muchos como esclavos.  Ello entorpeció la obra misional del santo.  Según se cuenta, en cierta ocasión, salió solo Javier al encuentro del enemigo, con el crucifijo en la mano, y le obligó a detenerse.  Por otra parte, también los portugueses entorpecían la evangelización;  así, por ejemplo, el comandante de la región estaba en tratos secretos con los badagas.  A pesar de ello, cuando el propio comandante tuvo que salir huyendo, perseguido por los badagas, San Francisco Javier escribió inmediatamente al P. Mansilhas:  "Os suplico, por el amor de Dios, que vayáis a prestarle auxilio sin demora".  De no haber sido por los esfuerzos infatigables del santo, el enemigo hubiese exterminado a los paravas.  Y hay que decir, en honor de esa tribu, que su firmeza en la fe católica resistió a todos los embates.
El reyezuelo de Jaffna (Ceilán del norte), al enterarse de los progresos que había hecho el cristianismo en Manar, mandó asesinar ahí a 600 cristianos.  El gobernador, Martín de Sousa, organizó una expedición punitiva que debía partir de Negatapam.  San Francisco Javier se dirigió a ese sitio;  pero la expedición no llegó a partir, de suerte que el santo decidió emprender una peregrinación, a pie, al santuario del Apóstol Santo Tomás en Milapur, donde había una reducida colonia portuguesa a la que podía prestar sus servicios. Se cuentan muchas maravillas de los viajes de San Francisco Javier. Además de la conversión de numerosos pecadores públicos europeos, a los que se ganaba con su exquisita cortesía, se le atribuyen también otros milagros. 
Carta de Protesta al Rey
En 1545, el santo escribió desde Cochín al rey de Portugal, en la que le daba cuenta del estado de la misión. En ella habla del peligro en que estaban los neófitos de volver al paganismo, "escandalizados y desalentados por las injusticias y vejaciones que les imponen los propios oficiales de Vuestra Majestad . . . Cuando nuestro Señor llame a Vuestra Majestad a juicio, oirá tal vez Vuestra Majestad las palabras airadas del Señor:  '¿Por qué no castigaste a aquellos de tus súbitos sobre los que tenías autoridad y que me hicieron la guerra en la India? ' ".  El santo habla muy elogiosamente del vicario general en las Indias, Don Miguel Vaz, y ruega al rey que le envíe nuevamente con plenos poderes, una vez que éste haya rendido su informe en Lisboa.  "Como espero morir en estas partes de la tierra y no volveré a ver a Vuestra Majestad en este mundo, ruégole que me ayude con sus oraciones para que nos encontremos en el otro, ciertamente estaremos más descansados que en éste".  San Francisco Javier repite sus alabanzas sobre el vicario general en una carta al P. Simón Rodríguez, en donde habla todavía con mayor franqueza acerca de los europeos:  "No titubean en hacer el mal, porque piensan que no puede ser malo lo que se hace sin dificultad y para su beneficio. Estoy aterrado ante el número de inflexiones nuevas que se dan aquí a la conjugación del verbo 'robar'"
Malaca y el Gozo de Servir al Señor
En la primavera de 1545, San Francisco Javier partió para Malaca, donde pasó cuatro meses.  Malaca era entonces una ciudad grande y próspera. Albuquerque la había conquistado para la corona portuguesa en 1511 y, desde entonces, se había convertido en un centro de costumbres licenciosas. Anticipándose a la moda que se introduciría varios siglos más tarde, las jóvenes se paseaban en pantalones, sin tener siquiera la excusa de que trabajaban como los hombres. El santo fue acogido en la ciudad con gran reverencia y cordialidad, y tuvo cierto éxito en sus esfuerzos de reforma.  
En los dieciocho meses siguientes, es difícil seguirle los pasos.  Fue una época muy activa y particularmente interesante, pues la pasó en un mundo en gran parte desconocido, visitando ciertas islas a las que él da el nombre genérico de Molucas y que es difícil identificar con exactitud. Sabemos que predicó y ejerció el ministerio sacerdotal en Amboina, Ternate, Gilolo y otros sitios, en algunos de los cuales había colonia de mercaderes portugueses.  Aunque sufrió mucho en aquella misión, escribió a San Ignacio:  "Los peligros a los que me encuentro expuesto y los trabajos que emprendo por Dios, son primavera de gozo espiritual.  Estas islas son el sitio del mundo en que el hombre puede más fácilmente perder la vista de tanto llorar; pero se trata de lágrimas de alegría.  No recuerdo haber gustado jamás tantas delicias interiores y los consuelos no me dejan sentir el efecto de las duras condiciones materiales y de los obstáculos que me oponen los enemigos declarados y los amigos aparentes".  De vuelta a Malaca, el santo pasó ahí otros cuatro meses predicando. Antes de volver a la India, oyó hablar del Japón a unos mercaderes portugueses y conoció personalmente a un fugitivo del Japón, llamado Anjiro.  Javier desembarcó nuevamente en la India, en enero de 1548.
Pasó los siguientes quince meses viajando sin descanso entre Goa, Ceilán y Cabo de Comorín, para consolidar su obra (sobre todo el "Colegio Internacional de San Pablo" en Goa) y preparar su partida al misterioso Japón, en el que hasta entonces no había penetrado ningún europeo. Escribió la última carta al rey Juan III, a propósito de un obispo armenio y de un fraile franciscano. En ella decía:  "La experiencia me ha enseñado que Vuestra Majestad tiene poder para arrebatar a las Indias sus riquezas y disfrutar de ellas, pero no lo tiene para difundir la fe cristiana".  
Japón
En abril de 1549, partió de la India, acompañado por otro sacerdote de la Compañía de Jesús y un hermano coadjutor, por Anjiro (que había tomado el nombre de Pablo) y por otros dos japoneses que se habían convertido al cristianismo.  El día de la fiesta de la Asunción desembarcaron en Kagoshima, Japón. En Kagoshima, los habitantes los dejaron en paz.  San Francisco Javier se dedicó a aprender el japonés lo cual no era nada fácil para el. Sin embargo logró traducir al japonés una exposición muy sencilla de la doctrina cristiana que repetía a cuantos se mostraban dispuestos a escucharle. Al cabo de un año de trabajo, había logrado unas cien conversiones.  Ello provocó las sospechas de las autoridades, las cuales le prohibieron que siguiese predicando.  Entonces, el santo decidió trasladarse a otro sitio con sus compañeros, dejando a Pablo al cuidado de los neófitos.  Antes de partir de Kagashima, fue a visitar la fortaleza de Ichku; ahí convirtió a la esposa del jefe de la fortaleza, al criado de ésta, a algunas personas más y dejó la nueva cristiandad al cargo del criado.  Diez años más tarde, Luis de Almeida, médico y hermano coadjutor de la Compañía de Jesús, encontró en pleno fervor a esa cristiandad aislada.  
San Francisco Javier se trasladó a Hirado, al norte de Nagasaki.  El gobernador de la ciudad acogió bien a los misioneros, de suerte que en unas cuantas semanas pudieron hacer más de lo que había hecho en Kagoshima en un año.  El santo dejó esa cristiandad a cargo del P. de Torres y partió con el hermano Fernández y un japonés a Yamaguchi, en Honshu.  Ahí predicó en las calles y delante del gobernador; pero no tuvo ningún éxito y las gentes de la región se burlaron de él.
Javier quería ir a Miyako (Kioto), que era entonces la principal ciudad del Japón.  Después de trabajar un mes en Yamaguchi, donde apenas cosechó algo más que afrentas, prosiguió el viaje con sus dos compañeros.  Como el mes de diciembre estaba ya muy avanzado, los aguaceros, la nieve y los abruptos caminos hicieron el viaje muy penoso. En febrero, llegaron los misioneros a Miyako. Ahí se enteró el santo de que para tener una entrevista con el mikado necesitaba pagar una suma mucho mayor a la que poseía.  Por otra parte, como una guerra civil hacía estragos en la ciudad, San Francisco Javier comprendió que, por el momento, no podía hacer ningún bien ahí, por lo cual volvió a Yamaguchi, quince días después. Viendo que la pobreza de su persona se convertía en un obstáculo para llegar al gobernador, se vistió con gran pompa y fue al gobernador escoltado por sus compañeros, con toda la regalía de su título de embajador de Portugal. Le entregó las cartas que le habían dado para el caso las autoridades de la India y le regaló una caja de música, un reloj y unos anteojos, entre otras cosas.  El gobernador quedó encantado con esos regalos, dio al santo permiso de predicar y le cedió un antiguo templo budista para que se alojase mientras estuviese ahí. Habiendo obtenido así la protección oficial, San Francisco Javier predicó con gran éxito y bautizó a muchas personas.
Habiéndose enterado de que un navío portugués había atracado en Funai (Oita) de Kiushu, el santo partió para allá y resolvió partir en ese barco a visitar sus comunidades cristianas en la India antes de hacer el deseado viaje a China.  Los cristianos del Japón, que eran ya unos 2000 quedaron al cuidado del P. Cosme de Torres y del hermano Fernández.  A pesar de las dificultades que sufrió, San Francisco Javier opinaba que "no hay entre los infieles ningún pueblo más bien dotado que el japonés".
Regreso a la India y expedición a la China
La cristiandad había prosperado en la India durante la ausencia de Javier; pero también se habían multiplicado las dificultades y los abusos, tanto entre los misioneros como entre las autoridades portuguesas, y todo ello necesitaba urgentemente la atención del santo. Francisco Javier emprendió la tarea con tanta caridad como firmeza. Cuatro meses después, el 25 de abril de 1552, se embarcó nuevamente, llevando por compañeros a un sacerdote y un estudiante jesuitas, un criado indio y un joven chino que hubiera sido su intérprete si no hubiese olvidado su lengua natal. En Malaca, el santo fue recibido por Diego Pereira, a quien el virrey de la India había nombrado embajador ante la corte de China.  
San Francisco tuvo que hablar en Malaca sobre dicha embajada con Don Alvaro de Ataide, hijo de Vasco de Gama, que era el jefe en la marina de la región. Como Alvaro de Ataide era enemigo personal de Diego Pereira, se negó a dejar partir Pereira y a Francisco Javier, tanto en calidad de embajador como de comerciante. Ataide no se dejó convencer por los argumentos de Francisco Javier, ni siquiera cuando éste le mostró el breve de Paulo III por el que había sido nombrado nuncio apostólico. Por el hecho de oponer obstáculos a un nuncio pontificio, Ataide incurría en la excomunión. Finalmente, Ataide permitió que Francisco Javier partiese a la China. El santo envió al Japón al sacerdote jesuita y sólo conservó a su lado al joven chino, que se llamaba Antonio. Con su ayuda, esperaba poder introducirse furtivamente en China, que hasta entonces había sido inaccesible a los extranjeros. A fines de agosto de 1552, la expedición llegó a la isla desierta de Sancián (Shang-Chawan) que dista unos veinte kilómetros de la costa y está situada a cien kilómetros al sur de Hong Kong.
Muerte a las Puertas de China
Por medio de una de las naves, Francisco Javier escribió desde ahí varias cartas.  Una de ellas iba dirigida a Pereira, a quien el santo decía:  "Si hay alguien que merezca que Dios le premie en esta empresa, sois vos.  Y a vos se deberá su éxito".  En seguida, describía las medidas que había tomado:  con mucha dificultad y pagando generosamente, había conseguido que un mercader chino se comprometiese a desembarcar de noche en Cantón, no sin exigirle que jurase que no revelaría su nombre a nadie. En tanto que llegaba la ocasión de realizar el proyecto, Javier cayó enfermo. Como sólo quedaba uno de los navíos portugueses, el santo se encontró en la miseria. En su última carta escribió:  "Hace mucho tiempo que no tenía tan pocas ganas de vivir como ahora". El mercader chino no  volvió a presentarse. El 21 de noviembre, el santo se vio atacado por una fiebre y se refugió en el navío. Pero el movimiento del mar le hizo daño, de suerte que al día siguiente pidió que le trasportasen de nuevo a tierra. En el navío predominaban los hombres de Don Alvaro de Ataide, los cuales, temiendo ofender a éste, dejaron a Javier en la playa, expuesto al terrible viento del norte. Un compasivo comerciante portugués le condujo a su cabaña, tan maltrecha, que el viento se colaba por las rendijas. Ahí estuvo Francisco Javier, consumido por la fiebre. Sus amigos le hicieron algunas sangrías, sin éxito alguno. Entre los espasmos del delirio, el santo oraba constantemente. Poco a poco, se fue debilitando. El sábado 3 de diciembre, según escribió Antonio, "viendo que estaba moribundo, le puse en la mano un cirio encendido. Poco después, entregó el alma a su creador y Señor con gran paz y reposo, pronunciando el nombre de Jesús". San Francisco Javier tenía entonces cuarenta y seis años y había pasado once en el oriente. Fue sepultado el domingo por la tarde. Al entierro asistieron Antonio, un portugués y dos esclavos.2
Su cuerpo se conserva incorrupto


Uno de los tripulantes del navío había aconsejado que se llenase de barro el féretro para poder trasladar más tarde los restos. Diez semanas después, se procedió a abrir la tumba. Al quitar el barro del rostro, los presentes descubrieron que se conservaba perfectamente fresco y que no había perdido el color; también el resto del cuerpo estaba incorrupto y sólo olía a barro. El cuerpo fue trasladado a Malaca, donde todos salieron a recibirlo con gran gozo, excepto Don Alvaro de Ataide.  Al fin del año, fue trasladado a Goa, donde los médicos comprobaron que se hallaba incorrupto. Ahí reposa todavía, en la iglesia del Buen Jesús. 
Francisco Javier fue canonizado en 1622, al mismo tiempo que Ignacio de Loyola, Teresa de Avila, Felipe Neri e Isidro el Labrador.
NOTAS
1 -El P. Coleridge, S. J.:  "Probablemente todos los misioneros que han ido a regiones en las que sus compatriotas se hallaban ya establecidos . . . han encontrado en ellos a los peores enemigos de su obra de evangelización.  En este sentido, las naciones católicas son tan culpables como las protestantes.  España, Francia y Portugal son tan culpables como Inglaterra y Holanda".
2 Antonio describió los últimos días del santo, en una carta a Manuel Teixeira, el cual la publicó en su biografía de San Francisco Javier.
BIBLIOGRAFIA
Eliécer Sálesman, P. - Vidas de los Santos
Mario Sgarbossa - Luigi Giovannini -
Un Santo Para Cada Día 

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