martes, 7 de febrero de 2012

¿ORACION o ACCION?

Para resolver esta disyuntiva nos basaremos en el pasaje del Evangelio en que Jesucristo visita la casa de Lázaro y sus hermanas, Marta y María (Lc. 10, 38-42).Marta se encontraba muy atareada con los quehaceres domésticos.Y su hermana María se encontraba “a los pies del Señor” escuchando su Palabra. Marta le reclama a Jesús la aparente inactividad de su hermana y su injusticia al no ayudarla. La respuesta del Señor parece desconcertante:“Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa por muchas cosas. En realidad una sola cosa es necesaria y María escogió la mejor parte”.

Marta y Maria

El Señor le responde a Marta que el estarse a los pies del Señor; es decir, el estarse en la oración a la escucha de la Palabra del Señor, no sólo es la mejor parte, sino que es lo único necesario.

Si Marta representa el prototipo de la actividad y María el de la oración, podríamos preguntarnos: ¿Qué significa esta respuesta del Señor? ¿Cómo puede ser ésta la respuesta del Señor? ¿Dónde queda mi deseo de hacer, mi deseo de ayudar, mi deseo de actuar?.. .¡Dónde queda mi responsabilidad! ¿Cómo puedo quedarme sin hacer nada?

La dificultad en no comprender la respuesta del Señor está en que los hombres y mujeres de hoy nos consideramos los protagonistas principales de nuestra vida. Olvidamos que Dios todo lo dispone. No nos damos cuenta que nuestra vida es la historia de las acciones que Dios realiza en nosotros y a través de nosotros. Nos creemos los principales protagonistas de nuestra vida, y no vemos la acción de Dios en nosotros. ¡No vemos que Dios es el principal protagonista de la vida de cada uno de nosotros!

Para no quedar desconcertados con la respuesta que el Señor dio a Marta, para no quedar desconcertados porque el Señor nos dice lo mismo: que nos preocupamos por muchas cosas que realmente no son necesarias y nos perdemos de la mejor parte ,necesitamos darnos cuenta de que no somos nosotros quienes llevamos las riendas de nuestra vida:es Dios quien las lleva.

Pero el problema es que los hombres y mujeres de hoy andamos como Marta, sólo ocupados en la actividad, y se nos hace imposible llevar una relación íntima con el Señor y estar atentos a su voz en la oración. Si andamos ocupados y preocupados sólo en la actividad, no tenemos tiempo para la oración.“La mejor parte” a la que se refiere Jesús es justamente esa “aparente” inactividad de María.“La mejor parte, la única necesaria” es justamente la “aparente” inactividad de la oración.

En la oración, en la oración verdadera-esa oración en la que se busca al Señor para servirle en lo que El desea, esa oración que es asidua, que es diaria ...en esa oración, Dios nos muestra su Voluntad. Y en esa oración podemos saber qué desea El de nosotros. Además, en la oración, Dios nos da la fortaleza para cumplir su Voluntad, nos da también la entrega para aceptarla, y, además, nos da la paciencia para saber esperar el momento de su Voluntad.

De no ser así podemos equivocarnos, no sólo en nuestra vida personal, sino también en la actividad apostólica, al confundir nuestros propios caminos con los Caminos del Señor. Podríamos pensar que ya sabemos cuál es el Camino, sin antes haber pasado, como María, la hermana de Marta, muchas horas “a los pies del Señor”, para que El nos indique qué desea de nosotros, cuál es Su Camino, cuál es Su Voluntad.

Recordemos al Papa Juan Pablo II .El, que fue un ejemplo de ese deseado balance entre silencio y actividad, nos dijo:“El hombre de hoy necesita recuperar momentos de silencio que permitan que Dios pueda hacer oír Su Voz y a la persona comprender y aceptar lo que Dios desee comunicarle”(JP II, 30-4-96).

¿Qué es más importante: la oración o la acción?

En un mundo tan dado a la actividad y al activismo se tiende a oponer a veces la oración a la acción, como se nota en la pregunta de esta semana, y a desvirtuar el significado y el sentido de la contemplación. Pero estas actividades no son contrapuestas, sino absolutamente complementarias. Es más, una depende de la otra: la primera es la oración, luego viene la acción, como resultado de la oración.

De la unión con Dios consecuencia de la verdadera oración brota la fuerza sobrenatural que hace eficaz la acción apostólica. Al faltar esa dimensión espiritualizante, el apostolado puede tornarse en mero activismo sin sentido sobrenatural o en simple filantropía sin alcance redentor.

El camino de la oración lleva necesariamente a la acción, y esta acción será más fecunda, mientras más intensa sea la vida de oración.

En los santos puede verse que mientras más adelantaban en su vida de oración, más atendían a las necesidades del prójimo. En Sta. Teresa de Jesús, por mencionar sólo una, coinciden su vida de oración contemplativa con su vida de escritora y de fundadora, cuando después de haber sido monja durante 20 años, se hace contemplativa, es decir: se da cuenta de que Dios no está esperando las obras que ella pueda realizar (su acción apostólica), sino que le dé oportunidad a El para hacer sus obras en ella y a través de ella.

De allí que el Papa Juan Pablo II nos indicara que “para conocer a Cristo en el pobre, hay que encontrarlo y conocerlo en primer lugar en la oración”.

Y continuaba el Papa: “La capacidad de contemplación se os convierte en capacidad de influjo evangelizador; la capacidad de silencio se os transforma en capacidad de escucha y de donación a los hermanos ...Y recuerden que la actividad -incluso la más santa y benéfica en favor del prójimo- no dispensa nunca de la oración.”

Refiriéndose el Papa al pasaje sobre María y Marta (cf. Lc. 10, 39), nos indica que “estar sentados a los pies del Maestro constituye sin duda el inicio de toda actividad auténticamente apostólica”, invitándonos al necesario balance entre oración y acción, entre María y Marta. (cf. JP II, 4-10-86)

Insistió, como en otras varias oportunidades, que “la misión sigue siendo siempre, primariamente, obra de Dios, obra del Espíritu Santo, que es su indiscutible ¡protagonista!”, recordándonos que por muy necesarios que sean los esfuerzos humanos, el éxito no depende de nosotros, pues la misión es “obra de Dios”.

De allí que el Papa Benedicto XVI, cuando era el encargado de preservar la Fe en la Iglesia Católica, al hablar sobre la Nueva Evangelización, tuvo esto que decirnos: “Todos los métodos están vacíos si no tienen en su base la oración. La palabra del anuncio siempre debe contener una vida de oración”. Y nos recordaba: “Jesús predicaba durante el día y de noche rezaba” (El Cardenal Ratzinger y la Nueva Evangelización, Zenit 7-7-01).

“Somos contemplativas, pues ‘rezamos’ nuestro trabajo ... Rezamos cuatro horas al día”, refirió la Madre Teresa de Calcuta en la última entrevista que tuvo con la prensa antes de pasar a la vida eterna. “Mientras más recibimos en la oración de silencio, más podemos dar en nuestra vida activa ... Necesitamos el silencio para poder llegar a las almas ... En la oración vocal nosotros hablamos a Dios. En la oración de silencio es El quien nos habla a nosotros ... En el silencio se nos otorga el privilegio de escuchar Su Voz”. Son frases de la Madre Teresa que explican cuál es el fundamento del ser “contemplativos”.

Esta unión con Cristo que mantiene viva la gracia de Dios en nosotros es indispensable para realizar cualquier actividad apostólica, ya que “nuestra actividad será verdaderamente apostólica en la medida en que dejamos que Dios sea quien trabaje en nosotros y a través de nosotros. Así, mientras más recibimos en la oración de silencio, más podemos dar en nuestra vida activa, en nuestra labor”. En esto consiste el “rezar” el trabajo de la Madre Teresa: no somos nosotros actuando; es Dios actuando a través nuestro.

Vemos entonces como, lejos de ser cuestiones contrapuestas, la acción, para ser fecunda, requiere del silencio de la oración. Así ha sido con los Santos. La Madre Teresa también lo vivió y lo enseñó. Asimismo, el Papa Juan Pablo II, quien dijo: “También hoy la oración debe ser cada vez más el medio primero y fundamental de la acción misionera en la Iglesia” porque “la auténtica oración, lejos de replegar al hombre sobre sí mismo o a la Iglesia sobre ella misma, le dispone a la misión, al verdadero apostolado” (JP II, 18-3-96 y 4-10-86).

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