martes, 28 de febrero de 2012

El valor salvífico del sufrimiento


Trataremos el problema del sufrimiento, de la enfermedad, de la vejez y de la muerte, a la luz de la Revelación, de la doctrina transmitida por los Padres y del Magisterio
El valor salvífico del sufrimiento
El valor salvífico del sufrimiento
Premisa

Trataremos el problema del sufrimiento, de la enfermedad, de la vejez y de la muerte, a la luz de la Revelación, de la doctrina transmitida por los Padres y del Magisterio. Son argumentos que nos tocan a todos de cerca, sobre todo a las primeras comunidades compuestas por gente anciana, y sin embargo interesará también a los jóvenes que antes o después se tendrán que enfrentar a estas realidades en su propia vida y en la de sus familiares y de los más cercanos, a parte de los hermanos de su propia comunidad. Al tratarse de realidades que sólo el Espíritu Santo nos puede hacer comprender y penetrar, pido que sea Él mismo el que nos ilumine y nos lleve poco a poco a la plenitud de la verdad. El tema es muy profundo y denso, pero espero que el Señor me ayude a mí a exponerlo y a vosotros a comprenderlo.

Aunque sea de forma muy sintética, por falta de tiempo, afrontaremos este tema tratando en una primera parte el "valor salvífico del sufrimiento" en la enfermedad, en una segunda parte la vejez y en una tercera parte la muerte y la sepultura. Pero, al final, he querido concluir el discurso sobre el sufrimiento, la vejez y la muerte, hablando en una cuarta parte del Cielo. En realidad el Cielo, que representa el punto de llegada de nuestra peregrinación en la tierra, se debería desarrollar desde el comienzo, y por eso seria bueno que lo tuviéramos presente desde el comienzo, porque solamente a la luz del cielo adquiere sentido el sufrimiento. El mismo Jesucristo quiso preparar a los tres discípulos Pedro, Juan y Santiago, que asistirían a su agonía en el Getsemaní, manifestándoles en la Transfiguración del Tabor "la gloria del Padre en su rostro", a fin de que los tres testigos, recordando su gloria vista en el santo monte (2Pe. 2,17) no quedasen aplastados por el escándalo de la Cruz (Prefacio de la Transfiguración).

Quisiera adelantar algunas puntualizaciones que nos ayuden a desmontar falsos prejuicios sobre el sufrimiento y nos dispongan a acoger la luz que nos viene de la revelación.

Una primera puntualización es que el sufrimiento, la Cruz no se puede comprender en sentido cristiano sino a la luz de la gloria de la resurrección[1].

Otra puntualización es que la visión cristiana de la cruz no subraya el valor del sufrimiento en sí mismo, como si se tratara de una forma de masoquismo, o de sublimación por un falso misticismo, sino que, al contrario, realza el espíritu con que se afronta el sufrimiento: que es el Amor, como veremos, revelado en sumo grado en Jesucristo: "nadie tiene amor más grande que este: dar la vida por los propios amigos" (Jn 15,13).

Una tercera puntualización: es que nadie puede pretender comprender el sufrimiento con su sola razón, ni afrontar la cruz con sus solas fuerzas: la figura de Pedro al que Jesús contesta: "¡Lejos de mí, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque no piensas según Dios, sino según los hombres!" (Mt 16,23) y "no cantará hoy el gallo antes que tú por tres veces hayas negado conocerme" (Mt 26,34) permanecen como un paradigma para todo cristiano.

En el Camino Neocatecumenal, sobre todo en el primer escrutinio, pero también después durante todo el recorrido, el Señor nos ha ido desvelando el sentido glorioso y salvífico de la Cruz. Pero, ya que una vez acabado el itinerario del neocatecumenado, según nos han repetido muchas veces nuestros catequistas, nos esperan antes o después tres nuevos escrutinios: la enfermedad, la vejez y la muerte, para prepararnos al combate que nos espera dejémonos guiar por el Papa Juan Pablo II que en su Carta Apostólica "Salvifici Doloris" (SD) subrayará el "valor salvífico del sufrimiento"[2]. Reproduciré sólo algunos pasos que nos ayuden a iluminar el valor salvífico del sufrimiento.

"La Carta Apostólica Salvifici doloris vio la luz en el contexto del Jubileo extraordinario por el aniversario de la Redención, celebrado entre los meses de marzo de 1983 y 1984, el día once de febrero, seis semanas después de la entrevista que mantuvieron el Santo Padre y Mehmet Ali Agca, el hombre que intentara asesinarlo el trece de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro en Roma. La reflexión que esta Carta apostólica abarca es breve en cuanto al espacio, pero honda en lo que a su mensaje se refiere. El texto encierra una gran profundidad en su exposición y puede decirse que es más complejo de lo que parece. Está dirigido «a los obispos, sacerdotes, familias religiosas y fieles de la Iglesia Católica» y versa «sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano».

Desde el principio se ve que sufrimiento va, pues, siempre acompañado de otras dos palabras, igualmente relacionadas entre sí: "sentido y valor salvífico". El Santo Padre no pretende desarrollar una teodicea, sino manifestar lo que nos ha sido revelado en Jesucristo respecto del dolor y el sufrimiento, pues la Redención se ha realizado de un modo muy concreto, mediante el Misterio Pascual del Señor, que incluye su sufrimiento. Se trata, pues, de la respuesta de la fe, la cual no es una interpretación más de entre varias posibles, sino la única plena y definitiva.

Es una confirmación de que es urgente hablar de la valoración que, desde la Revelación, merece el sufrimiento humano. De manera especial en esta época, hoy igual que hace veintidós años, en la que tiende a imponerse una falsa concepción de tipo hedonista la cual, lejos de plenificar y salvar al hombre, lo confunde y perjudica. De esta perspectiva parte el documento que nos ocupa, situándose en la línea de la experiencia, lo que mantiene su contenido de entera actualidad; un mensaje profético en nuestro actuar contexto histórico que ilumina la realidad[3].


El sufrimiento
Algunos aspectos del problema del sufrimiento

¿Por qué el mal, por qué el dolor, por qué el sufrimiento?


Son estos los interrogantes que el hombre se ha planteado desde los tiempos primitivos, intentando dar una respuesta. En estos términos habla el Papa Juan Pablo II en el comienzo de su carta sobre el valor salvífico del sufrimiento:

"El tema del sufrimiento... es un tema universal que acompaña al hombre a lo largo Y ancho de la geografía. En cierto sentido coexiste con él en el inundo y por ello hay que volver sobre el constantemente. Aunque San Pablo ha escrito en la carta a los Romanos que «la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto» (Rm 8,22); aunque el hombre conoce bien y tiene presentes los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que expresamos con la palabra «sufrimiento» parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido «destinado» a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo". (SD 2)

"El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico. Ele particular respeto por todo sufrimiento humano debe ser puesto al principio de cuanto será expuesto a continuación desde la más profunda necesidad del corazón, y también desde el profundo imperativo de la fe: la necesidad del corazón nos manda vencer el temor, y el imperativo de la fe... brinda el contenido, en nombre y en virtud del cual osamos tocar lo que parece en todo hombre algo tan intangible: porque el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible". (SD 4)

¿Qué entendemos por dolor y qué entendemos por sufrimiento?

"El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento... El sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma».

Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión «psíquica» del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico". (SD 5)

Hay que notar como cuando sufrimos tiene una importancia fundamental descubrir el sentido de nuestro sufrir. Es distinta la situación de quien sufre sin saber el por qué, de quien sufre habiendo descubierto el por qué de su sufrimiento. Cada uno de nosotros se dispone mejor a sufrir los dolores de una operación y del tiempo post operatorio, si sabe que esto le servirá para recuperar la salud. Mientras, al contrario, un enfermo de cáncer, que sabe que se va a morir en un breve espacio de tiempo, aunque tenga menos dolores, sufre mucho más. En el primer caso, en efecto, soportamos mejor porque tenemos la certeza de ser curados, mientras que quien está sin esperanza está tentado por la desesperación y, a lo mejor de, quitarse la vida[4].

"Dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido. Esta no sólo acompaña el sufrimiento humano, sino que parece determinar incluso el contenido humano, eso por lo que el sufrimiento es propiamente sufrimiento humano.

Obviamente el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria". (SD 9).


Algunas respuestas al problema del sufrimiento

Antes de exponer la respuesta de la Revelación al problema del sufrimiento, echemos una mirada rapidísima a algunas de las respuestas dadas a lo largo de la historia en las distintas culturas, que nos ayude a comprender mejor también la respuesta hodierna a la enfermedad, a la vejez y a la muerte.

Para esta visión emplearé también, con su consentimiento, un estudio hecho por un Presbítero del Redemptoris Mater de Madrid que cito en la bibliografía[5].

De la antigüedad al Renacimiento[6]

En el mundo mesopotámico y egipcio la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si estuvieran profundamente vinculadas a lo sacro, a la divinidad. En muchos pueblos el sacerdote o el brujo desempeñaban también el papel de curandero, de médico, sobre todo con remedios sacados de la naturaleza (hierbas, sangrías, etc.). Por eso quien estaba afligido por alguna enfermedad o problema grave recurría al templo donde el sacerdote hacía unos ritos, ofrecía unos sacrificios a la divinidad para obtener la curación y al mismo tiempo brindaba aquellos remedios que la medicina rudimentaria podía ofrecer para aplacar el dolor y obtener la curación.

Por otra parte, en general, en los 4 la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si se trataran de procesos naturales que tocaban también el mundo animal y el mundo vegetal: en la naturaleza todo nace, crece, se desarrolla y madura y después se deteriora. Por ejemplo, en la cultura de los pueblos indianos el anciano se iba a la foresta para dejarse morir y reunirse a través de la muerte a sus antepasados.

En el mundo greco-romano, aun manteniéndose la relación sagrada de la enfermedad y de la muerte, empieza a desarrollarse la medicina como ciencia capaz de diagnosticar las causas de la enfermedad y de ofrecer remedios menos rudimentales y más eficaces. (Hipócrates, Galeno).

"En la Edad Media, por influencia del cristianismo, la enfermedad y la terapia se mantienen en un contexto sagrado. Será la Escolástica la que impondrá a la medicina el tener que obrar una síntesis entre contenidos y tradiciones disparatadas, abriendo así el camino al paso de la medicina de arte a ciencia".[7]

El Renacimiento puede ser considerado el terreno de cultivo en que maduran los contenidos de la ciencia moderna, ya que los grandes estudiosos de aquel tiempo se colocaron en una nueva óptica en la consideración del mundo.

En este periodo, asistimos a una verdadera y propia "revolución antropológica" y el hombre se convierte en el centro nodal de la creación. Esta nueva situación se relaciona a una especie de revolución religiosa.[8]

Pero es sobre todo Descartes (1596-1650) que

"funda la concepción de la naturaleza en un dualismo fundamental: el del espíritu (o res cogitans) la sustancia pensante, y el de la materia (o res extensa), la "sustancia extendida". El cuerpo separado de la mente, empieza su historia como suma de partes sin interioridad y la mente como interioridad sin sustancia... El cuerpo, con Descartes, se convierte en "organismo´, así que todos los aspectos cualitativos se resuelven como cuantitativos, es decir, mensurables...: a un decidido idealismo y espiritualismo en metafísica y moral se asocia un no menos decidido mecanicismo en biología y medicina: es un idealismo que, en algunos puntos, termina por coincidir con el materialismo".[9]

La respuesta de la ilustración racionalista

Ha sido en el siglo XVIII cuando ha aparecido, con mucha fuerza, la convicción utópica de que los hombres podíamos y teníamos que eliminar los sufrimientos y ser felices aquí en la Tierra (...) La Naturaleza era toda buena, la Razón todopoderosa y con tal de que los hombres se dejasen guiar por la Razón y por la Naturaleza, serían felices (...) Todas las filosofías materialistas han soñado con la utopía de una forma de existencia sin dolor o en la que el dolor esté dominado; pervive en ellas la imagen de un hombre dotado de una integridad original y natural.[10] En la Encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II afirma al respecto:

"El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta también aquí la perenne validez de lo que escribió el Apóstol: « Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene » (Rm 1, 28). Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. La llamada «calidad de vida» se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas —relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia.

En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es «censurado», rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bienestar al menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a su supresión".(EV 23)[11]

Junto a esta concepción de la enfermedad, los cambios sociales en las últimas décadas han conformado una cultura que presenta dos características específicas:

a) Escasa capacidad de sufrimiento: nuestra sociedad es presa de un creciente infantilismo que impulsa sin cesar hacia una inmediata satisfacción y que incapacita para soportar situaciones en las que no se obtiene un placer inmediato. Actualmente, se utilizan sistemáticamente psicofármacos para suprimir las molestias normales de la vida, para disminuir todo temor o nerviosismo.

b) Pasividad y falta de sentido: las sociedades primitivas no podían ofertar soluciones a la enfermedad o la muerte, pero, por el contrario, eran capaces de ofrecer un sentido global (...) Nuestra sociedad, a diferencia de las primitivas, tiende a la abolición del sufrimiento´ de la forma más patológica desde el punto de vista psicológico: negando la existencia del sufrimiento, negando la realidad. En este contexto, el sufrimiento no tiene sentido porque, simplemente, no existe. La enfermedad terminal es un fracaso de la ciencia y, por tanto, de la sociedad en su conjunto (...) Nuestra sociedad es la única en la historia que se ha atrevido a llegar a este extremo».[12]

La respuesta del naturalismo ético

"Bajo esta denominación, se esconde una pseudomoral muy en boga en nuestros días, y que goza de gran aceptación en nuestra sociedad, centrada en la satisfacción y el emotivismo, la cual es, en realidad, una trampa para las personas. Nos estamos refiriendo al naturalismo ético, según el cual se considera el bien del hombre limitado a su naturaleza, y la acción como un simple despliegue de sus capacidades naturales, que la van perfeccionando."

"El hombre no sería sino el resultado de un cúmulo de influencias físicas, fisiológicas y sociológicas que le determinan y hacen de él una pieza más de la naturaleza".[13] La acción humana se entiende como el mero ejercicio de las facultades naturales, quedando al margen tanto el dominio de la persona sobre las mismas, como la implicación, en el sentido moral del que tratamos, de tal persona en su actuar.

El hombre guiado por el naturalismo vive engañado en la identificación del bien con el placer y del mal con el sufrir, alumbrando una sociedad emotivista y sensitivista cuya filosofía es la vivencia del momento y cuya referencia ética es el relativismo moral, «según el cual las normas que expresen obligaciones morales no poseen validez universal, sino limitada a contextos históricos o culturales determinados».[14]

De ahí que el sufrimiento sea considerado absolutamente como algo negativo... El problema es que en esta dinámica son arrastrados, en primer lugar, los más débiles según la naturaleza, como es el caso de los enfermos, los ancianos, los minusválidos (denominación según la cual el valor de una persona se «mide» exclusivamente en función de características físicas o psíquicas) o los niños, incluso aquellos aún no nacidos.[15]

El error está en no ver que el gozo, el placer e incluso la felicidad, no son fines en sí mismos, sino una consecuencia que aparece acompañando al verdadero fin de una acción; ser feliz no es igual a sentirse bien, a un estado de satisfacción desvinculado de todo tipo de problemas, sino que hace referencia a la plenitud de la vida, a participar del bien que me precede y guía mis acciones.[16]

Las consecuencias del naturalismo moral son desastrosas porque, como se ha visto, la negación de la intencionalidad última causa la frustración existencial.[17]

La alegría es algo más profundo que el placer, y puede acompañar perfectamente al esfuerzo, al trabajo e incluso al sufrimiento, según el sentido que cada persona vaya descubriendo en su experiencia de ellos a lo largo de su vida. De hecho «el ideal de la vida sin dolor, la ilusión de la insensibilidad, destruye en el hombre hasta sus mismos órganos perceptivos".[18]

Consecuencias para los enfermos en los hospitales de hoy:

Grosso modo podemos decir que hoy día el enfermo es cada vez más considerado como objeto de estudio, de investigación, de experimentación de nuevas terapias. Mientras que hasta la Ilustración se le consideraba al enfermo en general siempre en su integridad personal, con una relación personal con el médico o con el sacerdote, rodeado y sostenido por el afecto de sus familiares, con el advenimiento de la medicina moderna el enfermo comienza a ser tratado cada vez menos como persona, y cada vez más como un objeto, aislado del ambiente familiar, y experimenta la soledad en los complejos hospitalarios; Ya no tiene una relación personal con el médico. En los hospitales el médico tiene contactos saltuarios sólo con los familiares para informarles sobre la evolución para bien o para mal de la enfermedad

Se atisban, sin embargo, nuevas tendencias para relacionarse con el enfermo como persona en su integridad. Además de los hospitales donde actúan médicos católicos o con conciencia humana, y donde la asistencia está asegurada por monjas católicas o por personal movido por el respeto y el amor hacia los hospitalizados, surgen formas de medicina que ofrecen terapias integradas respetuosas de los varios aspectos de la persona del enfermo.

Otras respuestas al sufrimiento en nuestros días

Muchas otras son las respuestas al problema del sufrimiento en la enfermedad, en la vejez y frente a la muerte en nuestros días: además de la medicina, el recurso a la magia, a religiones orientales entre las cuales está en boga el Budismo[19], a sectas esotéricas, al espiritismo, a la astrología.

La respuesta de la Revelación

Después de esta rápida mirada echada sobre algunas respuestas al sufrimiento, veamos ahora la respuesta que nos viene de la Revelación. Hay que puntualizar que en el judeo-cristianismo la respuesta al por qué del sufrimiento no llega ya de una búsqueda del hombre única y principalmente, sino que viene de la luz de la revelación de Dios. Dios mismo, que con el pueblo de Israel empieza una historia de salvación, va iluminando poco a poco a su pueblo sobre el significado, sobre el por qué de los males que lo afligen, sobre el por qué de la enfermedad y del sufrimiento.

Esta manifestación del sentido salvífico del sufrimiento será progresiva y alcanzará su culmen en Jesucristo, en el misterio de su Pascua, pasión, muerte y Resurrección.

En el Antiguo Testamento, a través de eventos, Dios va manifestando a su pueblo el valor salvífico del sufrimiento. Cito sólo algunos pasos:

En el Libro del Génesis vemos como el sufrimiento es consecuencia del pecado. Pero:

"... en el relato de la caída, el anuncio de la salvación precede al anuncio del castigo que será infligido a Eva y Adán. Este plan de salvación se realizaría gracias a la alianza establecida con la mujer y la lucha victoriosa sobre la serpiente por el descendiente de la mujer:

"Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo... Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.» A la mujer le dijo: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos... Al hombre le dijo.. «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás». (Gn 3,14ss)

"Este anuncio inicial, por lo tanto, no consiste en castigar sino en salvar... La victoria del hijo de la mujer no se produce sino mediante un combate; supone, pues, un cierto carácter penoso. Se ven perfiladas las luchas que tendrá Jesús contra Satanás y contra aquellos que bajo su influjo le rechazan y le persiguen. Es decir, la victoria no será alcanzada sino mediante el sufrimiento. Entonces en la persona del Salvador el sufrimiento adquiere otro sentido, diferente de manera expresa del juicio de los culpables. En el origen del verdadero sentido del sufrimiento, está el acto misterioso de la generosidad del Padre que responde al hombre que le ha ofendido, no con la cólera sino con el amor que nos manifiesta dándonos un Salvador".[20]

En el libro del Génesis, en la figura de José encontramos un primer ejemplo de lectura de la historia a la luz de Dios, a la luz de la revelación. José, que por envidia fue vendido por sus propios hermanos y deportado a Egipto, después de diversas vicisitudes llega a ser constituido virrey de Egipto. A los hermanos, desconocedores de que recurren a él, constreñidos por la carestía, en el momento en que se deja reconocer les dice:

"Ahora bien, no os pese mal, ni os dé enojo el haberme vendido acá, pues para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros... Dios me ha enviado delante de vosotros para que podáis sobrevivir en la tierra y para salvaros la vida mediante una feliz liberación. O sea, que no fuisteis vosotros los que me enviasteis acá, sino Dios, y Él me ha convertido en padre de Faraón, en dueño de toda su casa y amo de todo Egipto". (Gn. 45, 5ss)

Este es un primer ejemplo de teología de la historia que consiste en saber leer los hechos también dolorosos, de sufrimiento, a la luz de la fe.[21]

Otro ejemplo del valor salvífico del sufrimiento, es decir, del por qué Dios permite el sufrimiento a su pueblo en vistas de su salvación, para llamarlo a conversión, lo hallamos en el libro del Deuteronomio; Dios dice:

"Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh. Date cuenta, pues, de que Yahveh tu Dios te corregía como un hombre corrige a su hijo." (Dt 8,2ss)

En la historia de la salvación vemos como muchas veces Dios permite situaciones de sufrimiento como la deportación y el exilio, para llamar a su pueblo a abandonar la idolatría y a volver a él.

En una época en la que no existía aun la perspectiva de una retribución después de la muerte, en el pueblo de Israel se fue cada vez más difundiendo el convencimiento de que Dios en esta vida premia a los buenos, aquellos que se adhieren y son fieles a la alianza, y castiga a los impíos. (Doctrina de la retribución)

Pero este convencimiento fue poco a poco puesto en tela de juicio sobre todo en el libro de Job en el que se nos presenta el sufrimiento de un inocente. A la pregunta sobre el por qué de su sufrimiento, los amigos de Job contestan con unas teorías, según la doctrina de la retribución, pero no le dan una respuesta convincente, mientras él continúa obstinadamente a profesar su inocencia. Solamente la aparición de Dios, conducirá a Job a reconocer su situación de criatura frente al Creador, y sólo entonces, después de un largo combate con el mismo Dios, sus ojos "verán a Aquel del cual había conocido sólo de oídas" (Cf. Job 42,5). También en este caso el sufrimiento de Job, aunque humanamente inexplicable a la luz de la doctrina de la retribución, ha sido una ocasión de un encuentro personal con Dios.[22] Así habla de esto el Papa Juan Pablo II en su Carta:

"Job, sin embargo, contesta la verdad del principio que identifica el sufrimiento con el castigo del pecado y lo hace en base a su propia experiencia. En efecto, él es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún; expone el bien que ha hecho a lo largo de su vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable. El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia... Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo...[23] Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba. (SD 11)

Otra figura emblemática que prefigura la pasión-muerte de Cristo en vista de su Resurrección es el Siervo de Yahveh. Isaías habla de de él en sus Cantos del siervo de Yahveh: vemos a un inocente, que no combate con Dios como Job para obtener una respuesta, sino que como cordero llevado al matadero se deja conducir al sacrificio. El toma sobre sí mismo nuestros pecados, nuestras dolencias, y a los ojos de todos parece castigado por Dios, pero en realidad él ofrece su sufrimiento y su vida para la salvación de las muchedumbres. Tocamos aquí el punto cumbre de la revelación de Dios sobre el sentido salvífico del sufrimiento en el Antiguo Testamento. El sufrimiento ya no tiene solamente un significado pedagógico para conducir al pueblo a retornar a Dios, a la conversión, sino que en el Siervo de Yahveh adquiere un valor de salvación para los demás.

Será en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre "por nosotros los hombres y por nuestra salvación", que resplandecerá en plenitud el sentido salvífico del sufrimiento.

Después de esta breve mirada al Antiguo Testamento, retomamos ahora el texto de la carta "Salvifici Dolores" del Papa Juan Pablo Para comprender cuanto expone el Papa es importante tener presente la situación de pecado, del que había de liberamos el Salvador prometido. En la Carta Encíclica sobre el Espíritu Santo, comentando la acción del Espíritu Santo que habría "convencido al mundo en lo referente al pecado, al juicio y a la justicia", el Papa Juan Pablo II afirma:

El pecado: la desobediencia

"Según el testimonio del principio, que encontramos en la Escritura y en la Tradición, después de la primera (y a la vez más completa) descripción del Génesis, el pecado en su forma originaria es entendido como «desobediencia», lo que significa simple y directamente trasgresión de una prohibición puesta por Dios... Llamado a la existencia, el ser humano —hombre o mujer— es una criatura. La «imagen de Dios», que consiste en la racionalidad y en la libertad, demuestra la grandeza y la dignidad del sujeto humano, que es persona. Pero este sujeto personal no deja de ser una criatura: en su existencia y esencia depende del Creador. Según el Génesis, «el árbol de la ciencia del bien y del mal» debía expresar y constantemente recordar al hombre el «limite» insuperable para un ser creado. En este sentido debe entenderse la prohibición de Dios: el Creador prohíbe al hombre y a la mujer que coman los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Las palabras de la instigación, es decir de la tentación, como está formulada en el texto sagrado, inducen a transgredir esta prohibición, o sea a superar aquel «límite»: «el día en que comiereis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios ("como dioses), conocedores del bien y del mal". La «desobediencia» significa precisamente pasar aquel límite que permanece insuperable a la voluntad y a la libertad del hombre como ser creado. Dios creador es, en efecto, la fuente única y definitiva del orden moral en el mundo creado por él. El hombre no puede decidir por sí mismo lo que es bueno y malo, no puede «conocer el bien y el mal como Dios». (Dominum et Vivificantem 36)


El Padre Jean Galot, en el libro citado "¿Por qué el sufrimiento?" comenta:

Por qué el Padre ha elegido el camino del Sufrimiento

¿Por qué el Padre ha elegido el camino del sufrimiento? El Padre podía haber elegido otro camino de salvación, conceder el perdón sin tener que recurrir necesariamente al sacrificio redentor.

Si Él ha querido elegir el camino del sacrificio, es porque ha querido respetar las consecuencias del pecado. Si hubiese perdonado sin exigir una reparación, le habría dado poca importancia a las libres decisiones del hombre. Si hubiese borrado simplemente la culpabilidad, no habría tomado en serio la ofensa del pecado. Por lo tanto en lugar de minimizar esta ofensa, la revelación del Antiguo Testamento tiende a iluminar su gravedad. El Padre da importancia a las opciones de la voluntad humana: Hay aquí una manifestación de su amor hacia el hombre.

En efecto, exigiendo una reparación, Él rinde honor al hombre. Le permite de esta manera una libertad más funcional frente al pecado, y lo solicita a la colaboración en la obra de la salvación. Lo que repara es una actitud opuesta a la ofensa y corrige la desviación de la voluntad y de los sentimientos. Es cierto que la reparación fundamental es cumplida por Cristo, pero el Salvador implica a la humanidad haciéndola partícipe de esta reparación

El Padre ha querido respetar la decisión del pecador que acepta las consecuencias del sufrimiento y de la muerte que derivan del pecado... el pecador debe cargar con los efectos de su falta... pero estas consecuencias, el Padre las transforma, haciendo recaer sobre su Hijo el sufrimiento y la muerte. Es así corno se armoniza su amor salvador con su respeto a la voluntad humana.

Acogiendo el sufrimiento y la muerte, fruto del pecado, y cargándolas sobre su Hijo, el Padre les confiere un nuevo valor. Por sus dolores y su muerte en la cruz, Jesús llegará hasta el extremo del amor. El sufrimiento le permitirá amar en el modo más perfecto. Ya hemos hecho notar que en el Padre la voluntad del sacrificio constituye el ápice de su amor hacia la humanidad. El sufrimiento es el camino en que clamor divino puede manifestarse en la forma más total, es igualmente el camino por el que el amor humano de Cristo puede llegar a su máxima expresión: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13) (Jean Galot, ¿por qué el sufrimiento?, p. 151)

Por eso La Carta a los Hebreos explicita:

"Por tanto, así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud... Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados" (Hb 2,14ss).

La verdadera respuesta al "por qué" del sufrimiento, en la revelación del amor divino

"Pero para poder percibir la verdadera respuesta al «por qué» del sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la Revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente. El amor es también la fuente más rica sobre el sentido del sufrimiento, que es siempre un misterio; somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones. Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el «por qué» del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino... El Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento Esta pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo. (SD 13)[24]

El sufrimiento en la dimensión de la Redención

«Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Fi no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16).

Estas palabras, pronunciadas por Cristo en el coloquio con Nicodemo, nos introducen al centro mismo de la acción salvífica de Dios... Salvación significa liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento. Según las palabras dirigidas a Nicodemo, Dios da su Hijo al «mundo» para librar al hombre del mal, que lleva en sí la definitiva y absoluta perspectiva del sufrimiento. Contemporáneamente, la misma palabra «da» («dió») indica que esta liberación debe ser realizada por el Hijo unigénito mediante su propio sufrimiento. Y en ello se manifiesta el amor, el amor infinito, tanto de ese 1-lijo unigénito como del Padre, que por eso «da» a su Hijo. Este es el amor hacia el hombre, el amor por el «mundo»: el amor salvífico.

Nos encontramos aquí ante una dimensión completamente nueva de nuestro tema. Es una dimensión diversa de la que determinaba y en cierto sentido encerraba la búsqueda del significado del sufrimiento dentro de los límites de la justicia.

Esta es la dimensión de la redención, a la que el Antiguo Testamento ya parecía ser un preludio... Las palabras antes citadas del coloquio de Jesús con Nicodemo se refieren al sufrimiento en su sentido fundamental y definitivo. Dios da su Hijo unigénito, para que el hombre «no muera»; y el significado del «no muera» está precisado claramente en las palabras que siguen: «sino que tenga la vida eterna».

El hombre «muere», cuando pierde «la vida eterna». Lo contrario de la salvación no es, pues, solamente el sufrimiento temporal, cualquier sufrimiento, sino el sufrimiento definitivo: la pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación.

El Hijo unigénito ha sido dado a la humanidad para proteger al hombre, ante todo, de este mal definitivo y del sufrimiento definitivo. En su misión salvífica El debe, por tanto, tocar el mal en sus mismas raíces transcendentales, en las que éste se desarrolla en la historia del hombre. Estas raíces transcendentales del mal están fijadas en el pecado y en la muerte: en efecto, éstas se encuentran en la base de la pérdida de la vida eterna. La misión del Hijo unigénito consiste en vencer el pecado y la muerte. El vence el pecado con su obediencia hasta la muerte, y vence la muerte con su resurrección". (SD 14)

Cristo por medio de su cruz toca las raíces del mal y nos salva

"Cristo va hacia su pasión y muerte con toda la conciencia de la misión que ha de realizar de este modo. Precisamente por medio de este sufrimiento suyo hace posible «que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna». Precisamente por medio de su cruz debe tocar las raíces del mal, plantadas en la historia del hombre y en las almas humanas. Precisamente por medio de su cruz debe cumplir la obra de la salvación. Esta obra, en el designio del amor eterno, tiene un carácter redentor". (SD 16)

El poema del Siervo sufriente

"El Poema del Siervo doliente contiene una descripción en la que se pueden identificar, en un cierto sentido, los momentos de la pasión de Cristo en sus diversos particulares: la detención, la humillación, las bofetadas, los salivazos, el vilipendio de la dignidad misma del prisionero, el juicio injusto, la flagelación, la coronación de espinas y el escarnio, el camino con la cruz, la crucifixión y la agonía.[25]

Más aún que esta descripción de la pasión nos impresiona en las palabras del profeta la profundidad del sacrificio de Cristo. El, aunque inocente, se carga con los sufrimientos de todos los hombres, porque carga con los pecados de todos. «Yahveh cargó sobre él la iniquidad de todos»: todo el pecado del hombre en su extensión y profundidad es la verdadera causa del sufrimiento del Redentor.

En su sufrimiento los pecados son borrados precisamente porque únicamente Él, como Hijo unigénito, pudo cargarlos sobre sí, asumirlos con aquel amor hacia el Padre que supera el mal de todo pecado; en un cierto sentido aniquila este mal en el ámbito espiritual de las relaciones entre Dios y la humanidad, y llena este espacio con el bien.[26]

Encontramos aquí la dualidad de naturaleza de un único sujeto personal del sufrimiento redentor. Aquél que con su pasión y muerte en la cruz realiza la Redención, es el Hijo unigénito que Dios «dio». Y al mismo tiempo este Hijo de la misma naturaleza que el Padre, sufre como hombre. Su sufrimiento tiene dimensiones humanas, tiene también una profundidad e intensidad -únicas en la historia de la humanidad- que, aun siendo humanas, pueden tener también una incomparable profundidad e intensidad de sufrimiento, en cuanto que el Hombre que sufre es en persona el mismo Hijo unigénito: «Dios de Dios». Por lo tanto, solamente El -el Hijo unigénito- es capaz de abarcar la medida del mal contenida en el pecado del hombre: en cada pecado y en el pecado «total», según las dimensiones de la existencia histórica de la humanidad sobre la tierra. (SD 17)

Cristo sufre voluntariamente y sufre inocentemente

Cristo sufre voluntariament[27] y sufre inocentemente. Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres, ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el Libro de Job. Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (y esto de una manera todavía más radical, ya que El no es sólo un hombre como Job, sino el unigénito Hijo de Dios), pero lleva también el máximo de la posible respuesta a este interrogante. La respuesta emerge, se podría decir, de la misma materia de la que está formada la pregunta. Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento, el cual está integrado de una manera orgánica e indisoluble con las enseñanzas de la Buena Nueva. Esta es la palabra última y sintética de ésta enseñanza: «la doctrina de la Cruz», como dirá un día San Pablo. (SD 18)

La "palabra de la cruz": verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento

Esta «doctrina de la Cruz» llena con una realidad definitiva la imagen de la antigua profecía. Muchos lugares, muchos discursos durante la predicación pública de Cristo atestiguan cómo Él acepta ya desde el inicio este sufrimiento, que es la voluntad del Padre para la salvación del mundo.

Sin embargo, la oración en Getsemaní tiene aquí una importancia decisiva. Las palabras: «Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú»; y a continuación: «Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad» (Mt 26,42), tienen una multiforme elocuencia. Prueban la verdad de aquel amor, que el Hijo unigénito da al Padre en su obediencia. Al mismo tiempo, demuestran la verdad dé su sufrimiento.

Las palabras de la oración de Cristo en Getsemaní prueban la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento. Las palabras de Cristo confirman con toda sencillez esta verdad humana del sufrimiento hasta lo más profundo: el sufrimiento es padecer el mal, ante el que el hombre se estremece. El dice: «pase de mí», precisamente como dice Cristo en Getsemaní.

Sus palabras demuestran a la vez esta única e incomparable profundidad e intensidad del sufrimiento, que pudo experimentar solamente el Hombre que es el Hijo unigénito; demuestran aquella profundidad e intensidad que las palabras proféticas antes citadas ayudan, a su manera, a comprender. No ciertamente hasta lo más profundo (para esto se debería entender el misterio divino-humano del Sujeto), sino al menos para percibir la diferencia (y a la vez semejanza) que se verifica entre todo posible sufrimiento del hombre y el del Dios-Hombre. Getsemaní es el lugar en el que precisamente este sufrimiento, expresado en toda su verdad por el profeta sobre el mal padecido en él mismo, se ha revelado casi definitivamente ante los ojos de Cristo.

Después de las palabras en Getsemaní vienen las pronunciadas en el Gólgota, que atestiguan esta profundidad -única en la historia del mundo- del mal del sufrimiento que se padece. Cuando Cristo dice: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», puede decirse que estas palabras sobre el abandono nacen en el terreno de la inseparable unión del Hijo con el Padre, y nacen porque el Padre «cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (ls 53,6) y sobre la idea de lo que dirá San Pablo: «A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros» (2
13

Cor 5,21). Junto con este horrible peso, midiendo «todo» el mal de dar las espaldas a Dios, contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina de la unión filial con el Padre, percibe de manera humanamente inexplicable este sufrimiento que es la separación, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios. Pero precisamente mediante tal sufrimiento Él realiza la Redención, y expirando puede decir: «Todo está cumplido» (Jn 19,30)...

El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor[28], a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva. En ella debemos plantearnos también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante. (SD 18)

El misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual

"La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la resurrección: EL MISTERIO DE LA PASIÓN ESTÁ INCLUIDO EN EL MISTERIO PASCUAL. Los testigos de la pasión de Cristo son a la vez testigos de su resurrección. Escribe San Pablo: «Para conocerle a El y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándome a El en su muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos» (Fil 3,10-11). Verdaderamente el Apóstol experimentó antes «la fuerza de la resurrección» de Cristo en el camino de Damasco, y sólo después, en esta luz pascual, llegó a la «participación en sus padecimientos», de la que habla, por ejemplo, en la carta a los Gálatas. La vía de Pablo es claramente pascual: la participación en la cruz de Cristo se realiza a través de la experiencia del Resucitado, y por tanto mediante una especial participación en la resurrección.[29] Por esto, incluso en la expresión del Apóstol sobre el tema del sufrimiento aparece a menudo el motivo de la gloria, a la que da inicio la cruz de Cristo.

Los testigos de la cruz y de la resurrección estaban convencidos de que «por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios». (Hch 14,22) (SD 21)

La resurrección de Cristo ha revelado «la gloria del siglo futuro» y, contemporáneamente, ha confirmado «el honor de la Cruz»: aquella gloria que está contenida en el sufrimiento mismo de Cristo, y que muchas veces se ha reflejado y se refleja en el sufrimiento del hombre, como expresión de su grandeza espiritual. Hay que reconocer el testimonio glorioso no sólo de los mártires de la fe, sino también de otros numerosos hombres que a veces, aun sin la fe en Cristo, sufren y dan la vida por la verdad y por una justa causa. En los sufrimientos de todos estos, es confirmada de modo particular la gran dignidad del hombre. (SD 22)

Participar en los sufrimientos de Cristo para participar en su gloria

En nuestra debilidad se manifiesta el poder de Cristo

En el sufrimiento (enfermedad, vejez, muerte) experimentamos nuestra radical impotencia, debilidad, pero por la presencia de Cristo vivo en nosotros, ésta se convierte en una ocasión para que se manifieste en nosotros la potencia de su gloria.

El sufrimiento, en efecto, es siempre una prueba -a veces una prueba bastante dura-, a la que es sometida la humanidad. Desde las páginas de las cartas de San Pablo nos habla con frecuencia aquella paradoja evangélica de la debilidad y de la fuerza, experimentada de manera particular por el Apóstol mismo y que, junto con él, prueban todos aquellos que participan en los sufrimientos de Cristo. El escribe en la segunda carta a los Corintios: «Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo» (2 Cor 12,9)... Y en la carta a los Filipenses dirá incluso: «Todo lo puedo en aquél que me conforta». (Fil 4,13)

Quienes participan en los sufrimientos de Cristo tienen ante los ojos el misterio pascual de la cruz y de la resurrección, en la que Cristo desciende, en una primera fase, hasta el extremo de la debilidad y de la impotencia humana; en efecto, El muere clavado en la cruz. Pero si al mismo tiempo en esta debilidad se cumple su elevación, confirmada con la fuerza de la resurrección, esto significa que las debilidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser penetradas por la misma fuerza de Dios, que se ha manifestado en la cruz de Cristo. En esta concepción sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad en Cristo. En El Dios ha demostrado querer actuar especialmente por medio del sufrimiento, que es la debilidad y la expoliación del hombre, y querer precisamente manifestar su fuerza en esta debilidad y en esta expoliación.

En la carta a los Romanos el apóstol Pablo se pronuncia todavía más ampliamente sobre el tema de este «nacer de la fuerza en la debilidad», del vigorizarse espiritualmente del hombre en medio de las pruebas y tribulaciones, que es la vocación especial de quienes participan en los sufrimientos de Cristo. «Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, una virtud probada, y la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado». (Rm 5,3-5) En el sufrimiento está como contenida una particular llamada a la virtud, que el hombre debe ejercitar por su parte.

Esta es la virtud de la perseverancia al soportar lo que molesta y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que mantiene en él la convicción de que el sufrimiento no prevalecerá sobre él, no lo privará de su propia dignidad unida a la conciencia del sentido de la vida. Y así, este sentido se manifiesta junto con la acción del amor de Dios, que es el don supremo del Espíritu Santo. A medida que participa de este amor, el hombre se encuentra hasta el fondo en el sufrimiento: reencuentra «el alma», que le parecía haber «perdido» a causa del sufrimiento. (SD 23)

En el sufrimiento se esconde una fuerza particular que acerca interiormente el hombre a Cristo

A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. Este descubrimiento es una confirmación particular de la grandeza espiritual que en el hombre supera el cuerpo de modo un tanto incomprensible. Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales.[30]

Esta madurez interior y grandeza espiritual en el sufrimiento, ciertamente son fruto de una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado. El mismo es quien actúa en medio de los sufrimientos humanos por medio de su-Espíritu de Verdad, por medio del Espíritu Consolador... El es -como Maestro y Guía interior- quien enseña al hermano y a la hermana que sufren este intercambio admirable, colocado en lo profundo del misterio de la redención. El sufrimiento es, en sí mismo, probar el mal. Pero Cristo ha hecho de él la más sólida base del bien definitivo, o sea del bien de la salvación eterna.

Cristo con su sufrimiento en la cruz... ha vencido al artífice del mal, que es Satanás, y su rebelión permanente contra el Creador. Ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo abre y despliega gradualmente los horizontes del Reino de Dios, de un mundo convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado, que se está edificando sobre el poder salvífico del amor. Y, de una forma lenta pero eficaz, Cristo introduce en este mundo, en este Reino del Padre al hombre que sufre, en cierto modo a través de lo íntimo de su sufrimiento. En efecto, el sufrimiento no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior, sino interior. Cristo, mediante su propio sufrimiento salvífico, se encuentra muy dentro de todo sufrimiento humano, y puede actuar desde el interior del mismo con el poder de su Espíritu de Verdad, de su Espíritu Consolador.[31] (SD 26)

El valor del sufrimiento se descubre en un camino progresivo

Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera. A menudo comienza y se instaura con dificultad. El punto mismo de partida es ya diverso; diversa es la disposición, que el hombre lleva en su sufrimiento. Se puede sin embargo decir que casi siempre cada uno entra en el sufrimiento con una protesta típicamente humana y con la pregunta del «por qué». Se pregunta sobre el sentido del sufrimiento y busca una respuesta a esta pregunta a nivel humano. Ciertamente pone muchas veces esta pregunta también a Dios, al igual que a Cristo. Además, no puede dejar de notar que Aquel, a quien pone su pregunta, sufre El mismo, y por consiguiente quiere responderle desde la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. Sin embargo a veces se requiere tiempo, hasta mucho tiempo, para que esta respuesta comience a ser interiormente perceptible. En efecto, Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.[32]

La respuesta del Señor al sufrimiento no es abstracta: es una llamada "¡Sígueme!"

La respuesta que llega mediante esta participación, a lo largo del camino del encuentro interior con el Maestro, es a su vez algo más que una mera respuesta abstracta a la pregunta acerca del significado del sufrimiento. Esta es, en efecto, ante todo una llamada. Es una vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: «Sígueme», «Ven», toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido, a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual. (SD 26)

Alegría en el sufrimiento

De esta alegría habla el Apóstol en la carta a los Colosenses: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros» (Col 1,24). Se convierte en fuente de alegría la superación del sentido de inutilidad del sufrimiento, sensación que a veces está arraigada muy profundamente en el sufrimiento humano. Este no sólo consume al hombre dentro de sí mismo, sino que parece convertirlo en una carga para los demás. El hombre se siente condenado a recibir ayuda y asistencia por parte de los demás y, a la vez, se considera a sí mismo inútil. El descubrimiento del sentido salvífico del sufrimiento en unión con Cristo transforma esta sensación deprimente. (SD 27)


Fecundidad apostólica del sufrimiento

La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre «completa lo que falta a los padecimientos de Cristo»; que en la dimensión espiritual de la obra de la redención sirve, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas. Por lo tanto, no sólo es útil a los demás, sino que realiza incluso un servicio insustituible. En el cuerpo de Cristo, que crece incesantemente desde la cruz del Redentor, precisamente el sufrimiento, penetrado por el espíritu del .sacrificio de Cristo, es el mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención. En la lucha «cósmica» entre las fuerzas espirituales del bien y las del mal, de las que habla la carta a los Efesios, los sufrimientos humanos, unidos al sufrimiento redentor de Cristo, constituyen un particular apoyo a las fuerzas del bien, abriendo el camino a la victoria de estas fuerzas salvíficas. (SD 27)

"El convencimiento"[33] de que el sufrimiento llevado con el espíritu de Cristo tiene una eficacia "apostólica", ha sido vivido como telón de fondo de la vida cristiana a través de la historia de la Iglesia. En efecto, muchos creyentes encuentran valor y generosidad para afrontar el martirio y la cotidiana cruz del sufrimiento, que les ha sido impuesta por la providencia, con la certeza de que esa paciencia animada por la fe tendrá una utilidad "espiritual" para el prójimo, especialmente en el ambiente inmediato del que sufre.[34]

Los mismos mártires se han convencido de que el martirio no es sólo un testimonio que tiene una excepcional eficacia para la verdad del mensaje cristiano, pero es también la continuación de la obra de Cristo, como fuente objetiva de fuerza y de vida, para la edificación del cuerpo de Cristo. Más adelante, la vida sacrificada de los monjes, y de los ascetas, y la paciencia heroica de los enfermos han sido consideradas como una prolongación de la pasión vivificante del Señor. La doctrina sobre la eficacia apostólica del sufrimiento, fue tematizada y teorizada, en la segunda mitad del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, en una serie de escritos de teología espiritual, que han tenido poca consideración también porque, al dirigirse directamente a los enfermos, permanecían extraños al cuadro sistemático de la enseñanza académica.

Dirigiéndose a los enfermos y a los fieles afectados por varios sufrimientos (físicos y morales), los últimos tres pontífices reafirmaban con creciente frecuencia e insistencia la doctrina según la cual el sufrimiento sobrellevado con espíritu de fe, tiene una utilidad para la edificación del cuerpo místico.

Eso se repite en el nuevo rito de la unción de los enfermos: los sacerdotes deben exhortar a los enfermos a unirse con libre aceptación a la pasión y a la muerte de Cristo, y a contribuir así al bien del pueblo de Dios.

Lo que media la salvación no es el sufrimiento en su. materialidad, sino el Espíritu de Cristo, vivido intensamente. Sería, pues, un malentendido suponer que la función redentora de la cruz del discípulo aumente, en proporción cuantitativa con la intensidad del dolor; en todos casos, se podría buscar una cierta proporción entre la función comunitaria y la intensidad de la caridad, provocada y manifestada por la cruz. El sufrimiento es, en efecto, operante, en cuanto que es estímulo y manifestación de la caridad".[35]

La participación y el apoyo de la comunidad

Participación de los hermanos de la propia comunidad


En los momentos en los que experimentamos mayormente nuestra debilidad e impotencia (enfermedad, vejez, muerte) es cuando advertimos la necesidad de la cercanía de las personas queridas y de los hermanos de la comunidad. Sólo la Palabra de Dios escuchada con asiduidad, las celebraciones en la comunidad en cuanto la salud nos lo permita, la participación en la Eucaristía, el apoyo de los hermanos, nos ayudan y nos sostienen en el combate contra el demonio, que siempre toma ocasión de nuestros sufrimientos para hacernos dudar del amor de Dios, para hacer que nos rebelemos contra su voluntad, aumentando así mucho más profundamente nuestra soledad, nuestro sufrimiento, y tal vez nuestra desesperación.

Desde hace varios años nuestros catequistas invitan sobre todo al responsable, al presbítero, pero también a todos los hermanos de la misma comunidad, en los límites de sus propias posibilidades y sin hacer de eso una ley con exigencia, a estar cercanos a los hermanos enfermos tanto en los hospitales como en sus familias.

También nos han indicado que mientras les sea posible a los hermanos enfermos o ancianos el poder participar, se celebre el grupo de los garantes y la scrutatio en sus casas. Como también asegurar la participación en la Celebración de la Eucaristía de la comunidad llevándoles la comunión. También el rezo de las Laudes, o de las Vísperas, o del Rosario, y tal vez también la celebración de la Eucaristía sobre todo en los momentos más críticos, con un presbítero y algunos hermanos alrededor del lecho del enfermo o en el hospital o en su casa (previo eventual permiso del párroco), son de gran ayuda y expresan la profunda comunión que nos une y que se manifiesta en los momentos de mayor necesidad, de mayor debilidad.[36]

Los hermanos están llamados a tener este mismo cuidado también con los hermanos más ancianos, a lo mejor impedidos en su propia casa, imposibilitados a participar ya en las celebraciones y en los actos de la comunidad, a veces también en condiciones psíquicamente debilitadas. No hay que abandonarles, aunque estén muy deteriorados son siempre hermanos, parte del Cuerpo de Cristo, vivido en la comunidad. También con ellos hay que mantener una cercanía sensible que los alivie de sus sufrimientos y los ayude, y prepare el paso de este mundo al Padre.

También en situaciones de pérdida de facultades mentales, como en los casos de Alzheimer, en estado avanzado, cuando las personas ya no conectan con la realidad, no reconocen ni siquiera a sus propios familiares, parecen completamente ausentes de la realidad, la experiencia ha demostrado que rezar con ellos, hacerlos participar en las celebraciones eucarísticas tal vez domésticas siempre les ayuda. Efectivamente como aún habiendo perdido ciertas facultades mantienen una viva sensibilidad por la que perciben el ambiente que los rodea, la acogida y el calor afectivo de la familia, pero sobre todo les ayuda el ambiente de oración con los salmos, con la Palabra de Dios, con los cantos: a su manera participan encontrando alivio y paz interior.

Es por eso que el Señor instituyó un sacramento para enfermos en peligro grave. Un sacramento que se da como ayuda por parte de la Iglesia, de la comunidad, cuando somos afectados por enfermedad grave.



La Unción de los enfermos

El nuevo ritual se llama: "Sacramento de la Unción y cuidado pastoral de los enfermos" (SUCPE), desplazando pues la acentuación del momento de la muerte al apoyo durante una enfermedad grave:[37] es decir, que presenta un riesgo de muerte, como ciertas operaciones, o enfermedades degenerativas graves, como en caso de tumores, etc.

La visita a los enfermos

En el nuevo Ritual la Iglesia apunta como primera ayuda la "Visita y Comunión a los enfermos", en sus casas o en los hospitales. Aunque la invitación está dirigida a la atención de los presbíteros y de los diáconos, en nuestras comunidades este sentido de participación y de ayuda mutua en los momentos de mayor debilidad atañe a todos los hermanos de la comunidad, sobre todo a aquellos que están más predispuestos por el Espíritu Santo y tienen mayor disponibilidad de tiempo. En efecto, todos sabemos que en los momentos de mayor gravedad de la enfermedad, sobre todo después de una intervención o en el período de recuperación, uno se encuentra casi impedido para concentrarse en la oración o leer el Salterio, la Palabra de Dios, por eso la ayuda de algún hermano de la comunidad que vaya a rezar con nosotros nos es de gran alivio y ayuda.

"El nuevo ritual, aprobado el 30 de noviembre de 1973 y promulgado el 7 de diciembre siguiente[38] por el mismo título revela y explícita la mentalidad subyacente: la unción de los enfermos se inserta en el marco de toda la pastoral de los enfermos, de la que se corrobora la característica eclesial: es la Iglesia entera, en la obediencia a Cristo, la que debe ser movida por la solicitud hacia los enfermos, cuyo cuidado no puede ser asunto exclusivo de los presbíteros, sino obra de toda la comunidad cristiana (SUCPE 4; 5; 16; 18; 19; 32; 34; 35...):

"Por eso conviene sobremanera que todos los bautizados ejerzan este ministerio de caridad mutua en el Cuerpo de Cristo, tanto en la lucha contra la enfermedad y en el amor a los que sufren como en la celebración de los sacramentos de los enfermos. Estos sacramentos, como los demás, revisten un carácter comunitario que, en la medida de lo posible, debe manifestarse en su celebración" (SUCPE 33). Una exhortación particular se les hace a los familiares de los mismos enfermos y a aquellos que de algún modo están encargados de su cuidado (SUCPE 34).

El rito de la unción de los enfermos.

Si la cercanía a los hermanos enfermos es recomendada a todos los miembros de la comunidad según sus propias posibilidades y disponibilidad de tiempo, la administración del Sacramento de la unción de los enfermos en la medida de lo posible debería implicar a toda la comunidad, que por lo menos en el espíritu está unida para suplicar del Señor la salud y el consuelo del hermano enfermo.

El nuevo Ordo reacciona contra un espiritualismo exagerado, recuperando a la luz de la encarnación todo lo que la cultura moderna ha descubierto en torno a la corporeidad: el hombre no es una interioridad cerrada que en un segundo tiempo, como si se tratara de una segunda fase, se encarna en el mundo a través de la corporeidad. El cuerpo humano forma parte indivisiblemente como tal de la subjetividad del hombre. Es en el cuerpo que el hombre se manifiesta, se hace visible, perceptible, abierto a todos. La carne del hombre, su ser cuerpo, es el "lugar" en el que el hombre ama, sufre, trabaja, se relaciona con el otro. A la luz de esta recuperación, el ritual declara que el hombre entero, espíritu encarnado, es ayudado para vivir su vida, a pesar de las particulares dificultades de la enfermedad (SUCPE 6; 59; 77 bis; 79; 80). La misma fórmula sacramental revela un cambio de rumbo respecto a la visión expresada por la invocación medieval, con la cual se pedía el perdón de los pecados cometidos con cada uno de los sentidos. La liberación del pecado implícita en todo evento de salvación, es al contrario un efecto secundario y condicionado:

"Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Amén. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén".

La fórmula coloca, pues, el sacramento en el plano del evento salvífico, Cristo no se presenta como uno que hace la competencia a aquellos que actúan en el campo de la medicina: Cristo es el Salvador. La unción, en efecto, es sacramento de la fe, encuentro con Cristo en el y mediante el signo sacramental, que es don de gracia al fin de superar las dificultades de la situación de enfermedad, sostén en la prueba, fuerza para seguir adelante en el camino de salvación en el ámbito de la misión de la Iglesia.[39]

La experiencia nos ha mostrado como muchas veces la oración de los hermanos de la comunidad (hecha también levantándose en la noche) ha obtenido auténticos milagros de curación[40] (sobre todo en casos de enfermedades graves de padres con hijos todavía pequeños) y de cualquier modo han constituido siempre un beneficio en el combate de la enfermedad.

El sufrimiento destinado a santificar a los que sufren y también a los que les asisten

"A todos los que me escucháis quisiera dejaros como conclusión las palabras de Jesús: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Eso significa que el sufrimiento, destinado a santificar a los que sufren, también está destinado a santificar a los que les proporcionan ayuda y consuelo". (Catequesis del Papa a los enfermos, Roma 27 de abril de 1994, 7)

"Si a la luz del Evangelio la enfermedad puede ser un tiempo de gracia, un tiempo en que el amor divino penetra más profundamente en los que sufren, no cabe duda que, con su ofrenda, los enfermos se santifican y contribuyen a la santificación de los demás. Eso vale, en particular para los que se dedican al servicio de los enfermos. Dicho servicio, al igual que la enfermedad, es un camino de santificación. A lo largo de los siglos, ha sido una manifestación de la caridad de Cristo, que es precisamente la fuente de la santidad.

Es un servicio que requiere entrega, paciencia y delicadeza, así como una gran capacidad de compasión y comprensión, sobre todo porque, además de la curación bajo el aspecto estrictamente sanitario, hace falta llevar a los enfermos también el consuelo moral, como sugiere Jesús: «estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25, 36)". (Catequesis del Papa a los enfermos, Roma 15 de junio de 1994, 6).

Aceptación del sufrimiento no significa oponerse a las curas médicas

"El sentido salvífico no se identifica de ninguna manera con una actitud de pasividad" (SD 30) "Esto no significa que no deba profundizarse en el arte médico, realidad necesaria y que tanto bien aporta. De hecho, hay que destacar la importancia que tienen hoy aquellos profesionales que se dedican al cuidado de los que sufren. Esta actividad ha ido adoptando, a lo largo del tiempo, formas institucionales organizadas y profesionales, que prestan un gran servicio. Lo que aquí pretendemos es insistir en que el problema no es cómo mantener el dolor y el sufrimiento dentro de unos límites aceptables, sino encontrar su sentido, y señalar el peligro de olvidar que «ninguna institución puede de suyo sustituir el corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana, cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno. Esto se refiere a los sufrimientos físicos, pero vale todavía más si se trata de los múltiples sufrimientos morales, y cuando la que sufre es ante todo el alma» (SD 29).[41]


La ayuda del personal sanitario

El Papa Benedicto XVI en la Carta Encíclica Deus Caritas est, habla así al personal sanitario:

"Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y de la maneta más adecuada, asumiendo el compromiso de que se continúe después las atenciones necesarias. Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad... Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una «formación del corazón»: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Gal 5, 6). (Benedicto XVI, Deus Caritas est, 31).

La calidad de la vida: discriminación moderna

Hoy día está difundida la mentalidad que distingue entonces entre vida cualitativamente digna y sana, y vida cualitativa indigna, carente de valor en cuanto que está irreparablemente enferma. El valor intrínseco de la vida queda medido de esta manera sobre criterios subjetivos y utilitarios». Sin embargo, esta forma de expresarse, tan extendida en la actualidad, es engañosa, porque la dignidad de una persona no depende de sus circunstancias; es decir: un ser humano no pierde su dignidad por el hecho de sufrir.[42]
Es cierto que la vida es un valor fundamental de la persona, pero no es un valor absoluto, pues «forman parte de la dignidad de la persona otros valores más altos que el de su vida física, y por los que el hombre puede entregar su vida, gastarla y hasta acortarla mientras no atente directamente contra ella». Es un error considerar la salud y la total ausencia de sufrimiento como un bien absoluto. Es preciso afirmar, en este sentido, que nos encontramos ante un caso grave de manipulación del lenguaje, lo cual tiene como consecuencia la tergiversación del significado de las acciones.[43]

Resulta evidente que «si el ideal supremo del hombre es el bienestar físico y material, la salud, la belleza, la fuerza, la perspectiva de un porvenir cómodo, entonces su sufrimiento inútil e irremediable es un mal absoluto, y la eutanasia sirve para evitarlo.[44] Dentro de esta perspectiva materialista, tendremos que concluir también que hay vidas humanas sin valor y hombres que no merecen vivir». Sin embargo, como hemos venido exponiendo a lo largo de este estudio, el dolor y el sufrimiento no sólo no son realidades ajenas al hombre, sino que poseen un valor positivo para la vida humana Convertir la huída de toda experiencia de sufrimiento en el valor supremo de la vida, supone negar la propia realidad, y conduce de manera inevitable a la frustración existencial.

Uso de los paliativos para aliviar el dolor

«La prudencia humana y cristiana sugiere para la mayoría de los enfermos el uso de medicamentos apropiados para aliviar o suprimir el dolor, aunque de estos puedan derivarse entorpecimiento o menor lucidez mental (...) Cuando "motivos proporcionados" lo exijan, está permitido utilizar con moderación narcóticos que calmarían el dolor, pero también conducirían a una muerte más rápida. En tal caso, la muerte no es querida o buscada en ningún modo, aunque se corre este riesgo por una causa justificable: simplemente se tiene la intención de mitigar el dolor de manera eficaz, usando para tal fin aquellos analgésicos de los cuales dispone la medicina»[45]. En cualquier caso, conviene apuntar que los recientes avances en el tratamiento eficaz del dolor y de la enfermedad terminal han reducido casi por completo el riesgo de anticipar indebidamente la muerte.

Debe tenerse también en cuenta que la posibilidad por parte del paciente de rechazar estos medicamentos especiales es admisible, pues «es necesario dejar libre al enfermo que desea vivir los momentos de su enfermedad en una perspectiva personal y cristiana de renunciar a la posibilidad de aliviar sus sufrimientos, porque, en este caso, el dolor asume un precioso significado salvífico, como Participación a la cruz de Cristo y, por tanto, puede ser acogido libremente». Aunque tal acto puede considerarse como heroico en una asunción personal del sufrimiento, no debe, sin embargo, ser exigido ni impuesto a nadie.[46]

La fe viva es el mejor paliativo

Además, el misterio cristiano no es sólo algo que se contempla, sino que se experimenta. Sólo viviendo el misterio del sufrimiento cristiano se puede comprender un poco qué significa el sufrimiento y cómo trascenderlo y superarlo». Teniendo, pues, en cuenta todo lo expuesto, puede afirmarse que la fe aparece en la experiencia del que sufre, y de modo particular en la fase terminal del tiempo de la muerte, como realidad trascendente de verdadero alivio paliativo.[47]


LA VEJEZ

Además de la enfermedad y del sufrimiento, una ulterior etapa que nos espera, aun sin saber para cuántos de nosotros, es la vejez. El Consilium pro laicis, en un documento sobre la dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo[48] afirma:

"Las conquistas de la ciencia, y los correspondientes progresos de la medicina, han contribuido en forma decisiva, en los últimos decenios, a prolongar la duración media de la vida humana. La «tercera edad» abarca una parte considerable de la población mundial: se trata de personas que salen de los circuitos productivos, disponiendo aún de grandes recursos y de la capacidad de participar en el bien común. A este grupo abundante de «young old» («ancianos jóvenes», como definen los demógrafos según la nuevas categorías de la vejez a las personas de los 65 a los 75 años de edad), se agrega el de los « oldest old » («los ancianos más ancianos», que superan los 75 años), la cuarta edad, cuyas filas están destinadas a aumentar siempre más.

El Papa Juan Pablo II en su "Carta a los ancianos"[49] escribe: ¿Qué es la vejez?

A San Efrén el Sirio le gustaba comparar la vida con los dedos de una mano, bien para demostrar que los dedos no son más largos de un palmo, bien para indicar que cada etapa de la vida, al igual que cada dedo, tiene una característica peculiar, y «los dedos representan los cinco peldaños sobre los que el hombre avanza». Por tanto, así como la infancia y la juventud son el periodo en el cual el ser humano está en formación, vive proyectado hacia el futuro y, tomando conciencia de sus capacidades, traza proyectos para la edad adulta, también la vejez tiene sus ventajas porque -como observa San Jerónimo-, atenuando el ímpetu de las pasiones, «acrecienta la sabiduría y da consejos más maduros». En cierto sentido, es la época privilegiada de aquella sabiduría que generalmente es fruto de la experiencia, porque «el tiempo es un gran maestro». Es bien conocida la oración del Salmista: «Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos la sabiduría del corazón» (Sal 90 [89], 12).[50]

En la vejez serán lozanos y frondosos, para anunciar que el Señor es recto

Así pues, a la luz de la enseñanza y según la terminología propia de la Biblia, la vejez se presenta como un «tiempo favorable» para la culminación de la existencia humana y forma parte del proyecto divino sobre cada hombre, como ese momento de la vida en el que todo confluye, permitiéndole de este modo comprender mejor el sentido de la vida y alcanzar la «sabiduría del corazón».[51] Es la etapa definitiva de la madurez humana y, a la vez, expresión de la bendición divina.[52]

"Si la vida es una peregrinación hacia la patria celestial, la ancianidad es el tiempo en el que más naturalmente se mira hacia el umbral de la eternidad... Son años para vivir con un sentido de confiado abandono en las manos de Dios, Padre providente y misericordioso; un periodo que se ha de utilizar de modo creativo con vistas a profundizar en la vida espiritual,[53] mediante la intensificación de la oración y el compromiso de una dedicación a los hermanos en la caridad. El ocaso de la existencia terrena tiene los rasgos característicos de un «paso», de un puente tendido desde la vida a la vida, entre la frágil e insegura alegría de esta tierra y la alegría plena que el Señor reserva a sus siervos fieles: «¡Entra en el gozo de tu Señor! » (Mt 25, 21). (n. 14 y 16)

La calidad de nuestra vejez dependerá de nuestra visión de fe

"Está muy difundida, hoy, en efecto, la imagen de la tercera edad como fase descendiente, en la que se da por descontada la insuficiencia humana y social. Se trata, sin embargo, de un estereotipo que no corresponde a una condición que, en realidad, está mucho más diversificada, pues los ancianos no son un grupo humano homogéneo y la viven de modos muy diferentes. Existe una categoría de personas, capaces de captar el significado de la vejez en el transcurso de la existencia humana, que la viven no sólo con serenidad y dignidad, sino como un período de la vida que presenta nuevas oportunidades de desarrollo y empeño. Y existe otra categoría —muy numerosa en nuestros días— para la cual la vejez es un trauma. Personas que, ante el pasar de los años, asumen actitudes que van desde la resignación pasiva hasta la rebelión y el rechazo desesperados. Personas que, al encerrarse en sí mismas y colocarse al margen de la vida, dan principio al proceso de la propia degradación física y mental.[54]

... La calidad de nuestra vejez dependerá sobre todo de nuestra capacidad de apreciar su sentido y su valor, tanto en el ámbito meramente humano como en el de la fe. Es necesario, por tanto, situar la vejez en el marco de un designio preciso de Dios que es amor, viviéndola como una etapa del camino por el cual Cristo nos lleva a la casa del Padre (cf. Jn 14, 2). Sólo a la luz de la fe, firmes en la esperanza que no engaña (cf. Rom 5, 5), seremos capaces de vivirla como don y como tarea, de manera verdaderamente cristiana. Ese es el secreto de la juventud espiritual, que se puede cultivar a pesar de los años»[55]

Nosotros sabemos que los ancianos, aún cuando están imposibilitados, enfermos, son una gracia para toda la familia. Aunque en determinados momentos puede llegar a ser pesado y difícil cuidarlos, el bien que deriva para la familia, tanto a los hijos como también a los nietos, es inestimable: la presencia de un anciano, aún tratándose de un enfermo crónico, ayuda a todos a madurar en la fe.

Por eso, en nuestras Comunidades las familias tienen consigo a los padres o suegros ancianos y no los echan a los asilos. El ambiente familiar de acogida, de amor y de afecto es siempre percibido por ellos como positivo y los ayuda en su enfermedad y en su deterioro progresivo. Los ayuda mucho, también cuando parece que sean inconscientes, la participación en las Liturgias domésticas, en las oraciones, en los Salinos, en los cantos; los perciben y los ayuda a rezar con ellos.

El lugar de los ancianos está dentro de la familia

"Mientras en algunas culturas las personas de edad más avanzada permanecen dentro de la familia con un papel activo importante, por el contrario, en otras culturas el viejo es considerado como un peso inútil y es abandonado a su propia suerte. En semejante situación puede surgir con mayor facilidad la tentación de recurrir a la eutanasia. La marginación o incluso el rechazo de los ancianos son intolerables. Su presencia en la familia o al menos la cercanía de la misma a ellos, cuando no sea posible por la estrechez de la vivienda u otros motivos, son de importancia fundamental para crear un clima de intercambio recíproco y de comunicación enriquecedora entre las distintas generaciones.[56] Por ello, es importante que se conserve, o se restablezca donde se ha perdido, una especie de «pacto» entre las generaciones, de modo que los padres ancianos, llegados al término de su camino, puedan encontrar en sus hijos la acogida y la solidaridad que ellos les dieron cuando nacieron: lo exige la obediencia al mandamiento divino de honrar al padre y a la madre (cf. Ex 20, 12; Lv 19, 3). Pero hay algo más. El anciano no se debe considerar sólo como objeto de atención, cercanía y servicio. También él tiene que ofrecer una valiosa aportación al Evangelio de la vida. Gracias al rico patrimonio de experiencias adquirido a lo largo de los años, puede y debe ser transmisor de sabiduría, testigo de esperanza y de caridad. (EV 94)

La misión de testimoniar y de pasar la fe a las nuevas generaciones

"Es deber de la Iglesia hacer adquirir a los ancianos una viva conciencia de la tarea que tienen, ellos también, de transmitir al mundo el Evangelio de Cristo, revelando a todos el misterio de su perenne presencia en la historia. Y hacerlos también conscientes de la responsabilidad que se desprende, para ellos, de ser testigos privilegiados --ante la comunidad humana y cristiana­da la fidelidad de Dios, que mantiene siempre sus promesas al hombre".

"Como ha sido el caso, por ejemplo, en los regímenes totalitarios ateos del socialismo real en el siglo veinte. ¿Quién no ha oído hablar de las «babuskas» rusas? Las abuelas que, durante largas décadas en las que cualquier expresión de fe equivalía a ejercer una actividad criminal, fueron capaces de mantener viva la fe cristiana, transmitiéndola a las generaciones de sus nietos. Gracias a su valor, no desapareció totalmente la fe en los países ex-comunistas, y hoy existe un punto de apoyo —aunque mínimo— para la nueva evangelización".[57]

"Deseo referirme ahora a los abuelos, tan importantes en las familias. Ellos pueden ser —y son tantas veces-- los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojalá que, bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar. Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte. (Papa Benedicto XVI, 8 de julio de 2006).

Tiempo de sencillez y de contemplación

En una sociedad como la nuestra, dominada por los afanes, la agitación y, no raramente, por las neurosis; es una vida desordenada, que olvida los interrogantes fundamentales sobre la vocación, la dignidad y el destino del hombre, la tercera edad es, además, la edad de la sencillez, de la contemplación... El anciano capta muy bien la superioridad del «ser» respecto al «hacer» y al «tener». Las sociedades humanas serán mejores si sabrán aprovechar los carismas de la vejez....

El testimonio del Papa Juan Pablo II: anciano, enfermo más joven de espíritu

"Un ejemplo extraordinario de esta verdad nos lo da Juan Pablo II, gran testigo, también en esto, para el hombre actual. El Papa vive su vejez con extrema naturalidad. Lejos de ocultarla (¿quién no lo ha visto bromear con su bastón?), la pone ante los ojos de todos. Con serena sencillez, dice de sí mismo: «Soy un sacerdote anciano». Vive la propia vejez en la fe, al servicio del mandato que le ha sido confiado por Cristo. No se deja condicionar por la edad. Sus setenta y ocho años cumplidos no lo han privado de la juventud del espíritu. Su innegable fragilidad física no ha hecho mella, en lo más mínimo, en el entusiasmo con que se dedica a su misión de Sucesor de Pedro. Sigue sus viajes apostólicos por todos los continentes. Y es sorprendente constatar cómo su palabra adquiere siempre mayor fuerza, cómo llega, más que nunca, hasta el corazón de las personas".[58]



LA MUERTE

El Señor nos invita a estar siempre en vela, siempre preparados para nuestra muerte

"En lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad que os escriba. Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche...Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda como ladrón..." (1Tes 5,1 ss)

Para nosotros los cristianos, la muerte es el momento del paso de este mundo al Padre. Es el momento en que nuestra vida física se apaga y entregamos a Dios nuestro espíritu, y entramos en una nueva dimensión, la dimensión del Cielo. Nuestro cuerpo, que ha sido morada, templo del Espíritu Santo, es acompañado a la tumba, en el cementerio, en el dormitorio, a la espera de la resurrección de los cuerpos. Nuestro yo[59], nuestro espíritu se presentará delante de Dios para el juicio particular que será según las obras que nos acompañan.[60]

El momento de la muerte: Dies natalis

"En la tradición de la Iglesia, el momento de la muerte ha sido ´considerado como el dies natalis, el día en que el cristiano nace a la vida verdadera.

"la muerte es todo lo contrario de una aventura sin esperanza: es la puerta de la existencia que se abre de par en par a la eternidad y, para los que la viven en Cristo, es experiencia de participación en su misterio de muerte y resurrección hacia la eternidad. (EV 97).

En el paso, ciertamente dramático y agónico, a este segundo nacimiento, es preciso destacar como fundamentales las ayudas que la iglesia puede otorgar al que experimenta este trance.[61] Los sacramentos son un medio privilegiado para recibir las gracias oportunas en este momento fundamental para la vida de todo hombre, porque "así, corno los sacramentos del bautismo, de la confirmación, de la eucaristía constituyen una unidad llamada "los sacramentos de la iniciación cristiana", se puede decir que la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía, en cuanto viático, constituyen, cuando la vida cristiana toca a su fin, "los sacramentos que preparan para entrar en la patria" o "los sacramentos que cierran la peregrinación".[62]

El deseo que brota del corazón del hombre ante el supremo encuentro con el sufrimiento y la muerte, especialmente cuando siente la tentación de caer en la desesperación y casi de abatirse en ella, es sobretodo aspiración de compañía, de solidaridad y de apoyo en la prueba es petición de ayuda para seguir esperando, cuando todas las ´esperanzas humanas se desvanecen. Como recuerda el Concilio Vaticano II, "ante la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su culmen" para el hombre; y sin embargo "juzga certeramente por instinto de su corazón cuando aborrece y rechaza la ruina total y las desaparición definitiva de su persona. La semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreducible a la sola materia, se rebela contra la muerte". Esta repugnancia natural a la muerte es iluminada por la fe cristiana, y este germen de esperanza de la inmortalidad alcanza su realización por la misma fe, que promete y ofrece la participación en la victoria de Cristo resucitado... La certeza de la inmortalidad futura y la esperanza en la resurrección prometida proyectan una nueva luz sobre el misterio del sufrimiento y la muerte e infunden en el creyente una fuerza extraordinaria para abandonarse al plan de Dios" (Evangelium Vitae 67).

El Viático: Sacramento del "tránsito".

El sacramento de quien está para morir, "el articulo monis", y en orden a la muerte inminente es la eucaristía llamada en esta circunstancia "Viático"[63].

El nuevo ritual, tras la unción, se refiere al rito del Viático: "están obligados a recibir el Viático todos los bautizados que pueden comulgar. En efecto: todos los fieles que se hallan en peligro de muerte, sea por la causa que fuere, están sometidos al precepto de la comunión; los pastores... vigilarán para que no se difiera la administración de este sacramento y así puedan los fieles robustecerse con su fuerza en plena lucidez" (n. 27).

"En el tránsito de esta vida, el fiel, robustecido con el Viático del Cuerpo y Sangre de Cristo, se ve protegido por la garantía de la resurrección" (n. 26).

"La comunión en forma de viático ha de considerarse como signo peculiar de la participación en el misterio... de la muerte del Señor y su tránsito al Padre" (n. 26). Sabemos de hecho que la muerte de Cristo fue su "tránsito" de este inundo al Padre; sabemos además que gracias a esta también la muerte del creyente es un "tránsito", una Pascua. En el momento de la propia muerte el cristiano puede introducir su situación en la muerte de Cristo, para que sea, como la suya, un tránsito. Sólo Cristo muerto y resucitado es el "camino" al Padre.

En relación a cuanto vamos diciendo, un elemento ritual de esencial importancia es la llamada al Bautismo, que se hace aspergiendo con agua bendita la habitación del enfermo, como también renovando la fe bautismal.[64]

Es en tal convicción que las Premisas piden también la "renovación de parte del enfermo de la fe de su bautismo, con el que recibió su condición de Hijo de Dios y se hizo coheredero de la vida eterna" (n. 28).

El cristiano que posee profundamente estas convicciones tendrá también la capacidad de comprender y gustar la plenitud de significados que en aquel momento adquieren las palabras que el sacerdote pronuncia tras dar la comunión: "Él (el Cuerpo y la Sangre de Cristo) te guarde y te conduzca a la vida eterna". Palabras oídas muchas veces durante la asamblea litúrgica pero que en este momento alcanzan al creyente con una fuerza y una plenitud muy particular. "Te guarde" alma y cuerpo para la resurrección final; "te conduzca a la vida eterna": a la plenitud y totalidad de la vida en Dios por el alma y el cuerpo.

Las recomendaciones para los moribundos.

Al capítulo sobre el Viático del nuevo ritual le sigue un último capítulo de fundamental importancia pastoral y litúrgica: "las recomendaciones para los moribundos".

"La caridad hacia el prójimo urge a los cristianos a que expresen la comunión con los hermanos que van a morir, para que sientan de manera más viva la comunión con la Iglesia y, ayudados por la oración en común, experimenten el consuelo de la misericordia de Dios y la confianza en Cristo" (n. 234).

La presencia activa de la comunidad a veces reducida a exclusivamente los familiares, es un elemento de verdadera ayuda y de profundo consuelo.

La llamada del nuevo ordenamiento de la liturgia para el cuidado de los enfermos se dirige a todos, pero de manera más particular a los sacerdotes y diáconos: "los sacerdotes y diáconos procuren, en cuanto puedan, asistir personalmente a los moribundos en compañía de sus familiares, y recitar las preces de la recomendación del alma y de la expiración; con su presencia aparecerá con mayor claridad que el cristiano muere en comunión con la Iglesia" (n. 238).

"Los presentes que asisten a un moribundo... encontrarán en estas plegarias una fuente de consuelo al descubrir el sentido pascual de la muerte cristiana" (n. 235).

El momento del "tránsito" pide una oración más intensa y fervorosa.

"La catequesis, advierte el Directorio Pastoral, explica el verdadero sentido de lo que la Iglesia hace en tal celebración. No se limita a recomendar el alma del moribundo a la misericordia divina recurriendo a la intercesión de María y de los Santos, entrega (encomienda) el fiel a Dios invocando a toda la corte celeste para que lo acoja"(n. 91). La celebración se cierra con un antiguo responsorio con que la comunidad sigue en el más allá al propio hermano: "venid en su ayuda santos de Dios; salid a su encuentro, ángeles del Señor. Recibid su alma y presentadla ante el Altísimo".

El beso del crucifijo o, como sugieren las Praenotanda (n. 235), el signo de la cruz en la frente, y según la oportunidad la lectura de la Pasión del Señor, asocian la muerte del bautizado a la de Jesús en la cruz.[65]

La sepultura cristiana: inhumación y no cremación

"La Iglesia inculca el respeto a los restos mortales de todo ser humano, tanto por la dignidad de la persona a la que pertenecieron, como por el honor que se debe al cuerpo de los que, con el bautismo, se convirtieron en templo del Espíritu Santo. Lo atestigua de forma específica la liturgia en el rito de las exequias y en la veneración de las reliquias de los santos, que se desarrolló desde los primeros siglos. A los huesos de estos últimos dice san Paulino de Piola— «nunca les falta la presencia del Espíritu Santo, el cual concede una viva gracia a través de los sagrados sepulcros» (Carmen XXI, 632-633)" (Audiencia General del 28 de Octubre de 1998).

Para contrarrestar la mentalidad siempre más apremiante y difusa[66] también en el campo católico que empuja a preferir la cremación a la sepultura de los restos mortales veamos cual ha sido la posición de la Iglesia en el pasado y cual es hoy. Haré un brevísimo excursus histórico, ofreciendo un poco de bibliografía para quien quisiere profundizar el pensamiento de la Iglesia.

Inhumación y cremación.

"La inhumación de los cadáveres como hemos documentado estudiando el argumento en las varias culturas se practicaba casi en todo Israel. La cremación... era practicada sólo por los extranjeros: los israelitas se alejaron siempre, pero el pueblo hebreo tenía motivaciones bien precisas para rechazarlas; de hecho era de por sí una modalidad no conveniente y no en consonancia con la reverencia debida la cuerpo humano. Mientras al contrario, quemar los cuerpos era la ofensa que se les infringía a los grandes delincuentes, o a los enemigos que se querían aniquilar definitivamente.[67]

En consecuencia el mayor incentivo a la inhumación llegó en la época apostólica, es decir, en el primer siglo d.C.

En el segundo siglo d.C. los cadáveres de los cristianos difuntos fueron sepultados en los terrenos de las familias nobles convertidas cristianas. La búsqueda arqueológica nos refieren los nombres de algunos cementerios o "catacumbas". De hecho el nombre pagano "necrópolis" o ciudad de los muertos, que se usaba para indicar el lugar de la sepultura, es poco a poco sustituido por los cristianos con el nombre cementerio, derivado del griego "koimáo" o sea dormir (120).

El pensamiento filosófico-teológico de la Iglesia primitiva purificada por las persecuciones prohibía la cremación de los cadáveres. El hilo conductor de esta decisión que toma raíces en la doctrina de la Iglesia, fue aquel aspecto muy remachado que exponía claramente la tradicional enseñanza sobre la resurrección de los cuerpos, la inmortalidad del alma y la fe en el juicio final...

Con la reforma carolingia, Carlomagno en capitulares Paderbrunnense, del 785, prohibía el rito de la cremación considerado pagano, levantando la pena capital para todos aquellos que la practicaran.

Con el Renacimiento, pero especialmente con el Iluminismo se comenzó a sostener la cremación. Los motivos fundamentales originantes del movimiento eran sustancialmente dos: la higiene y la salud pública con una ulterior connotación dictada por el anticlericalismo de moda: el odio por la religión.

Una cierta laicización del culto católico que derivó en los años 1790-92 con la nueva constitución civil contempló un despegue del clero francés de Roma para someterse enteramente a la supremacía del listado. Las logias masónicas contribuyeron a la difusión de las posiciones distorsionadas tratando por todos los medios posibles de obtener legalmente que la incineración de los cadáveres sustituyese el entonces vigente sistema de la inhumación, y consideraban el cristianismo, como "un error y al catolicismo como un flagelo"[68].
La primera sociedad que propagaba la cremación nació en Inglaterra en el 1874. Y en Italia a en el 1882, surgió una liga o unión de todas las sociedades que practicaban las cremación para conseguir el fin común...

En el 1887 se difunde una liga internacional de todas las sociedades favorables a la cremación. En los congresos internacionales las sociedades adheridas formularon los objetivos:

1° "Propuesta de apoyar junto a los poderes legislativos una innovación de policía mortuoria, tendente a generalizar el sistema de la cremación para los restos mortales, ya condenados por obsoletas costumbres".

6° "Deseo de que sean transportadas las urnas cinerarias y abolidas las tasas relativas".

7° "Abolición de la tasa gobernativa para el transporte de despojos al crematorio más cercano de la provincia".

13° "Cremación de los restos de los caídos en guerra".

14° "Proceso técnico para efectuar sobre el lugar la cremación de los despojos de los caídos en el frente"...[69]

Primeras disposiciones de la Santa Sede respecto a la cremación.

La cuestión de la cremación de los cadáveres, no siendo contraria a la Sagrada Escritura no fue ni resuelta ni definida con un dogma de fe. Sin embargo, la argumentación con la que la cremación era propuesta por sus seguidores obligó al Santo Oficio, a pronunciamientos.

En los primeros documentos la Santa Sede había declarado que la cremación es contraria a la tradición de los cristianos y el Santo Oficio, había emanado decretos, respuestas e instrucciones.

Un primer documento bajo la forma de decreto, Quoad cadaverum cremationes, del 19 de mayo 1886, en la mayor parte de su contenido pide a los cristianos conservar la antigua costumbre del solemne rito de la inhumación, consagrado por la Iglesia... En un periodo en el cual la idea de cremación iba expandiéndose, y en respuesta a la petición que hacían muchos cristianos en el estado de incertidumbre, el órgano oficial de la Santa Sede declaraba que todas las sociedades con intereses de propaganda anticristiana de la cremación, y sobre todo las sectas masónicas o a ellas asociadas, incurren en penas fijadas contra ellos... aunque velando bajo el pretexto de la higiene su propaganda entendían realmente minar la esperanza de los fieles en la resurrección de los cuerpos y alejarlos de los pensamientos saludables del más allá, que la muerte -cualquier muerte- o suscita o despierta.

Las sanciones previstas fueron por tanto la excomunión y la privación de la sepultura eclesiástica. [70]

El Papa León XIII invitaba de modo particular a los Ordinarios del lugar a instruir y notificar a sus fieles las posiciones de la Iglesia...

En el ámbito de la reforma litúrgica, la celebración de las exequias para el caso de la cremación es tomada en consideración corno ya hemos dicho, desde la fase preparatoria del Concilio. En el pasado, con la difusión de la cremación eran a menudo presentadas a su cuenta motivaciones contrarias a la fe en la resurrección de los muertos y en la vida futura. Por esto la Iglesia la había prohibido a los fieles, como hemos documentado, rechazando consiguientemente todo rito litúrgico y prohibiendo enterrar en el camposanto la urna que contiene las cenizas. La reflexión sobre la liturgia ha llevado así espontáneamente a repensar y a la reforma de los ritos fúnebres.

La reforma del Concilio: La instrucción "de cadaverum crematione: piam et constantem"[71].

La reforma conciliar pretendía innovar toda la legislación precedente, las disposiciones relacionadas con las sanciones contenidas en el ordenamiento de la Iglesia y, de modo particular, por cuanto nos concierne, la sepultura eclesiástica, y efectivamente ha conducido a una revisión del CIC del 1917 y alcanza con el CIC del 1983 unas metas altamente innovadoras respecto a la disciplina precedente.

Con la Instrucción "De cadaverum crematione: piam et constantem", sobre la cremación de los cadáveres emanada el 5 de Julio de 1963... la Congregación del Santo Oficio, invita a emplear todo cuidado para conservar la costumbre de sepultar los cadáveres de los fieles difuntos, en cuanto traduce más fielmente el misterio y la esperanza de la resurrección.

Después del Concilio Vaticano II

"Hasta ayer, dada la mentalidad con que se propugnaba, la cremación se presumía fuese elegida y practicada en oposición a la doctrina de la Iglesia como si se tratara de un desafío al sentido cristiano de la vida y de la muerte. Hoy día la mentalidad ha cambiado y se puede presuponer que eso acontezca por motivos honestos, ajenos a finalidades antidogmáticas y anticristianas".

En estos últimos tiempos ha cambiado radicalmente en las diversas sociedades también la argumentación, con la cual muchas personas han recurrido a la S. Congregación para recibir el permiso de la cremación. Un cambio radical en la mentalidad de las personas explica especialmente la mitigación de la anterior disciplina eclesiástica relativa a la cremación. Esa es solicitada no cierto por odio contra la Iglesia o contra las usanzas cristianas.

Argumentos de naturaleza higiénica fueron propuestos por personas que querían practicar la cremación, porque la inhumación, según su parecer, era muy peligrosa para la salud pública y para la higiene. Los casos de infección del agua, del aire y de los terrenos fueron un tipo de acusación contra los cementerios de cuerpos inhumados. "Ha sido probado experimentalmente el movimiento de los microorganismos paleógenos en el espesor del suelo y el paso de este a otros seres superiores por influencias de las faldas o venas acuíferas superficiales". La experiencia, pues, enseña que los casos de contaminación tenían lugar en los cementerios donde no se respetaba el tiempo previsto por la ley para efectuar en el mismo lugar nuevas inhumaciones. En efecto, se puede siempre estar plenamente seguros que una contaminación no se pueda verificar cuando la tierra está purificada y protegida por las plantas. Muy recientemente Angelo Colli a través de un examen químico ha demostrado que las aguas del Campo Verano en Roma estaban menos contaminadas que la falda líquida de otros puntos de la ciudad.

El argumento de naturaleza higiénica favorable a la cremación fue aducido por los médicos, para los casos en que unos individuos habían sido trasmisores ´de ciertos tipos de enfermedades infecciosas. En tales casos sólo el fuego habría destruido sus secuelas.

Repitiendo los mismos argumentos y las mismas motivaciones de los documentos anteriores, el documento llega a afirmar: "La santa madre Iglesia, cuidadosa del bien espiritual de los fieles, mas no desconocedora de las demás necesidades, decide escuchar benignamente tales peticiones, estableciendo lo que sigue: debe ser usado todo cuidado para que sea fielmente mantenida la costumbre de sepultar los cadáveres de los fieles; por eso los ordinarios con oportunas instrucciones y amonestaciones cuidarán de que el pueblo cristiano rehuya la cremación de los cadáveres, y no desista, sino en casos de verdadera necesidad, del uso de la inhumación que la Iglesia siempre retuvo y adornó de solemnes ritos".[72]

En enero de 1967 la S. Congregación para los Sacramentos y para el Culto Divino, en una respuesta concerniente la celebración de las exequias de aquellos que hubiesen elegido la cremación de su propio cadáver, daba una solución al problema atinente la celebración en la iglesia de los ritos exequiales en presencia de la urna con las cenizas. Siguiendo la praxis secular eclesial de la inhumación, el Dicasterio como respuesta afirma que no ve oportuno celebrar el rito exequial, prescrito por la celebración en presencia del cadáver del difunto, sobre sus cenizas.[73]

Con tal decisión el Dicasterio no quiere condenar la cremación como una forma de rito de las exequias previsto por la Iglesia, empero advierte que no se considera oportuna la aplicación y celebración del rito prescrito para la función en presencia del cadáver del difunto sobre sus cenizas Las cenizas no expresan de igual manera que la totalidad de los restos mortales la riqueza de la simbología prevista por la liturgia para subrayar la índole Pascual de la sepultura.[74]

En el nuevo Código de Derecho Canónico: se recomienda la inhumación.

Las disposiciones del Derecho Canónico respecto a la cremación están contenidas en modo particular en el c.1176 § 3, donde, en primer lugar se recomienda vivamente conservar la pía costumbre de sepultar los cuerpos de los difuntos, sin prohibir la cremación, y en el c.1184 § 1, n.2°, donde expresamente se niegan las exequias eclesiásticas a aquellos que eligieron la cremación del propio cuerpo por razones contrarias a la fe cristiana.

En el c.1176 § 2, son descritas las finalidades de las exequias eclesiásticas:

"Las exequias eclesiásticas, con las que la Iglesia obtiene para los difuntos la ayuda espiritual y honra sus cuerpos, y a la vez proporciona a los vivos el consuelo de la esperanza, se han de celebrar según las leyes litúrgicas". (c.1 176 § 2).

Tales normas constituyen el fundamento seguro y mas genuinamente cristiano de la institución de las exequias eclesiásticas que se han ido afirmando a lo largo de los siglos. Y este derecho-deber, celebrado por los fieles junto a los sacerdotes según las leyes litúrgicas, especifica profundamente la índole pascual subrayada ya por el Concilio Vaticano II.

Naturalmente las modalidades de celebración son establecidas por las normas litúrgicas.

La liturgia en sus actos normativos con respecto a las exequias expresa profundamente el carácter de esperanza que dimana del misterio pascual de la muerte de Cristo. Por lo que respecta a las exequias eclesiásticas:

"La Iglesia aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos; sin embargo, no prohíbe le cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana" (c. 1176 § 3).

No puede pasar desapercibida a nadie la relación que une las exequias eclesiásticas á la típica costumbre de la Iglesia de sepultar los cuerpos de los difuntos sobre la cual nos hemos ya detenido largamente...El CIC del 1983 atribuye a la costumbre de sepultar los cuerpos de los fieles difuntos la máxima importancia, y consolida la fuerza normativa con normas bien precisas.

En el derecho y en la praxis es confiada a los obispos de la Iglesia una mejor tutela de la costumbre de sepultar los cuerpos de los fieles difuntos. Se trata realmente de una costumbre y de una exigencia sentida particularmente, antes que nada desde el punto de vista pastoral. Los obispos diocesanos por tanto, deben respetar, en el ámbito de la propia competencia, la costumbre ya vigente75.[75]

EL CIELO

Hemos llegado al punto final de la catequesis sobre la enfermedad, la vejez y la muerte: El Cielo.

En realidad, como hacia presente al comienzo, el cielo constituye el punto de llegada de nuestro vivir en la tierra, y es por este punto de llegada, por El Cielo, que toma luz y significado el sufrimiento: la enfermedad, la vejez y la muerte.

En todos los pueblos ha existido siempre una esperanza y una proyección de la vida después de la muerte que responde al "germen de eternidad que lleva en si mismo" (GS 18).

Pero es en el cristianismo donde la resurrección de la carne, fundada en la resurrección de Cristo, entra en la perspectiva de después de la muerte. Ya en el pueblo elegido estaba madurada esta conciencia especial en el libro de los Macabeos, pero será la resurrección de Cristo de la cual los apóstoles son testigos oculares y propagadores mediante la predicación, la que funda nuestra esperanza, y constituye el corazón de nuestra profesión de fe (el Credo).

Aunque el Catecismo de la Iglesia Católica afirma que "este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación" (CCC. 1027), sin embargo la reflexión teología de la Iglesia a lo largo de los siglos ha ido progresivamente penetrando este misterio y ha explicitado algunos aspectos de la vida del Cielo que en cierta medida ya podemos conocer hasta ahora.

San Agustín comentado el versículo 4 del salmo 27 "Una cosa he pedido al Señor, una cosa estoy buscando: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para gustar la dulzura del Señor y cuidar de su templo" dice: "El Espíritu de Dios...incita a los santos a que intercedan con gemidos inefables, inspirándoles el deseo de aquella realidad tan sublime que aun no conocernos, pero que esperarnos mediante la esperanza. Si no ¿Cómo se puede hablar cuando se desea lo que ignoramos? Ciertamente que si lo ignorarnos del todo no lo desearíamos; pero, por otro lado, si ya lo viéramos no lo desearíamos ni lo pediríamos con gemidos inefables." (De la carta a Proba, XXlV Semana, Viernes).

Teniendo presente, pues, que la realidad del cielo será al mismo tiempo diversa y también similar de lo que nosotros hoy podemos pensar o imaginar, tratare de exponer algunos aspectos, sea para desmontar falsos prejuicios difundidos en la mentalidad común sea porque, como dice San Pablo "buscad las cosas de arriba,[76] donde esta Cristo sentado a la derecha de Dios" (Col 3, 1) "nos consolamos mutuamente" (l Tes 4,18).

Otras veces hemos considerado en estos años en las catequesis de inicio de curso el hecho que si bien la Revelación está completa, desde el libro del Génesis al Apocalipsis, transmitida por la iglesia, por los Padres y por el Magisterio, sin embargo la comprensión de la Revelación está siempre en desarrollo bajo la asistencia del Espíritu Santo. En este sentido también el Concilio Vaticano II ha marcado un paso adelante respecto a las cosas ultimas: "los novísimos". Hubo una renovada explicación de la muerte, juicio, infierno, purgatorio y paraíso hecha presente por el Papa Juan Pablo II en sus catequesis, pero ya el mismo Ratzinger en su libro "Escatología" presenta las realidades ultimas en una perspectiva mas personalista.

En las Catequesis en preparación del gran jubileo de la redención del año 2000, el Papa Juan Pablo II afirmaba:

"En el marco de la Revelación sabemos que el «cielo» o la «bienaventuranza» en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo.

Es preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas "realidades últimas", ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje personalista logra reflejar de una forma menos impropia la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios."

La resurrección: restauración global en Cristo

Lo que es seguro es que en un mundo en el que la ciencia ha ampliado mas que nunca los horizontes de la humanidad, en el espacio como en el tiempo, debemos volver a pensar una cosmología y una metafísica cristianas fundadas en la encarnación y resurrección de Cristo. Nuestro universo ha sido concebido por Dios para transformarse, un día, en Tierra Nueva en sintonía con el esplendor de los cuerpos resucitados.

La esperanza del cristiano en el siglo XXI no puede solo contentarse con un discurso escuchimizado y debe volver a encontrar toda su amplitud.[77]

La encarnación-resurrección de Cristo no es un incidente histórico, aislado, sino un evento cósmico que engloba la aventura del universo así como nos la revela la ciencia y un evento metacósmico puesto que depende de un acto creador de Dios.

Porque Dios, en Cristo, ha transfigurado toda la humanidad, la resurrección no puede ser una aventura puramente individual, "privada". Nuestro "cuerpo de resurrección" no se puede considerar aisladamente, fuera de sus relaciones con la humanidad y el universo renovados.

Cuanta más se dilata el universo, más la mirada del hombre se amplia, y más el Cristo Pantocrátor debe iluminar la fe y la esperanza de los cristianos. Si no queremos reducir el cristianismo a un mezquino "geocentrismo", debemos volver a encontrar la inspiración del diseño creador de Dios que quiere "recapitular" y transfigurar los seres visibles e invisibles en Cristo.

"La Iglesia... no será llevada a su plena perfección sino en la gloria del cielo, "cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas" y cuando, con el género humano, también el universo entero, que está íntimamente unido con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovado en Cristo... La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente" (Lumen Gentium, 48).

En cuanto al saber sobre cuándo y cómo Dios cumplirá esta renovación única del hombre y del universo, unido a la manifestación final de Cristo, en rigor no sabemos nada. Su escenario se esfuma. Del mismo modo que somos incapaces de imaginar el mundo nuevo de la comunión generalizada y de la reciprocidad total.

La fe cristiana, a propósito del inicio y del fin del mundo, no es ni cronológica ni descriptiva. El cristiano cree simplemente que existe una relación estrecha entre Dios y la creación, entre Dios y la historia de la humanidad, entre Dios y la existencia de cada uno de nosotros.[78]

El significado de la doctrina cristiana sobre el cuerpo

Desde el final del Medioevo en el pensamiento humano se han evidenciado dos polos de atracción: por un lado la simple materia, por el otro el puro espíritu – y precisamente bajo la forma de la razón. Esta tensión produjo efectos poderosos, entre los cuales el nacimiento de la ciencia y de la técnica moderna. Pero se perdió la corporeidad vital, vivificada por el alma, y la espiritualidad encarnada, visible, imagen y símbolo. Es más, se perdió el hombre – y, con él, la realidad.

Cuanto se ha dicho es útil también para comprender el´ cristianismo. También la vida cristiana se ha desviado por una parte por la esfera abstracta espiritual, por otra en la material eficientista, y el hombre, la forma vital, imagen y símbolo han palidecido. Pero a este punto se perfila un cambio. Nosotros sabemos que no es "Dios en sí mismo" quien determina en modo decisivo la conciencia cristiana, sino el Dios hecho hombre, Jesucristo. Sabemos que no está en juego la salvación del "Espíritu" o del "alma", sino del hombre viviente y con él del mundo; el "hombre nuevo" (Rm 6, 4-6), un "nuevo cielo y una nueva tierra" (Ap 21, 1).[79]

Por lo que respecta a Dios, es bueno clarificar qué significa que él se haga hombre; que después de la muerte de Cristo permanezca hombre por medio de la resurrección; que la humanidad de Cristo en Dios se siente: "a la derecha del Padre" por los siglos de los siglos sobre el trono de la gloria eterna...

Por todo esto nuestra existencia cristiana recibe una nueva impronta: adquiere nueva concreción y vitalidad frente al hombre y las cosas. Se vuelve realidad. Recibe un nuevo calor. El corazón,[80] no el "espíritu" se convierte en la fuerza determinante – donde "corazón" significa una realidad radicalmente diferente del puro sentimiento o sentimentalismo. Al contrario ha llegado a serlo cuando el hombre se ha escindido en espíritu y materia. El corazón es la unidad vital de espíritu y sangre, la verdadera realidad del hombre, su centro más íntimo, la sede de toda decisión, el origen del devenir, y de toda transformación.[81]

"Según Spidlik (teólogo jesuita de nuestro tiempo), el "corazón" representa el punto de encuentro entre Dios y el hombre y sobre todo "lugar" de las verdaderas relaciones.

Para Spidlik., la grandeza del hombre consiste en ser imagen de Dios, y, gracias al misterio de la Encarnación, imagen de la Trinidad. El corazón purificado del hombre, es capaz de acoger la gracia, y a través de los sentimientos espirituales, o sentimientos del corazón, la persona se diviniza y adquiere el verdadero conocimiento. Según Spidlik, la práctica interior de la purificación del corazón consiste por tanto en la espiritualización progresiva del hombre. El Espíritu Santo se une a nuestra alma y refuerza en nosotros todo lo que es humano. Su mente, su voluntad, sus sentimientos son penetrados por el Espíritu Santo, y son inseridos en el corazón puro que es la sede del Impulso de Dios. Para el teólogo jesuita el corazón aparece verdaderamente como el órgano de unión entre lo humano y lo divino.

Por tanto un verdadero conocimiento esta profundamente unido a la transformación del hombre Inmerso en la "vida del Espíritu", la persona entra en un proceso de conocimiento personal e intuitivo de la realidad divina. El hombre alcanza así la "familiaridad" con Dios."[82]

Se escucha repetidas veces que el cristianismo disminuye al hombre, desprecia el cuerpo, desacredita al mundo, relega al creyente en un aislamiento espiritual y religioso, sustrayéndolo a las obras y a las acciones. No se en tiende cómo haya podido nacer se haya podido conservar en un clima de semejantes falsedades, ya que jamás como en el mensaje cristiano se le atribuye tamaña grandeza al hombre; ninguna otra doctrina toma tan en serio el mundo, y jamás como por medio de Jesucristo las cosas creadas, que existen en la temporalidad, se elevan con tanta determinación hacia Dios y son asumidas en él. Y todo esto con unas formas que no tienen nada a que ver con el mito o la fábula, sino con una seriedad divina, de la cual es garante el destino de Cristo.[83]

La resurrección: el cuerpo espiritual

"El fundamento de la existencia corpórea humana es Cristo. La resurrección no constituye una fase ulterior del curso de la vida, sino más bien la respuesta a una llamada que viene de la soberanía de Dios. Dios quiso al hombre como hombre.

Pero el hombre es el espíritu en la medida en que se expresa y actúa en el cuerpo... Resurrección significa entonces que el alma espiritual vuelve a ser aquello a lo que estaba destinada por su naturaleza, es decir, alma de un cuerpo – sólo ahora libre y capaz de informar el cuerpo. Alma significa que la materia exánime vuelve a ser corporeidad individuada como persona y vivificada por el espíritu, es decir, cuerpo humano – cuerpo que no está ya sujeto a vínculos espacio-temporales, sino que, como dice Pablo, se encuentra en una nueva condición, es "espiritual" pneumático.

Si se reflexiona sobre la importancia que la física moderna atribuye a la forma en la estructura de la materia, y se considera el poder sobre la vida física que la medicina reconoce al elemento espiritual, entonces el cuerpo aparece confiado al espíritu en una medida que no habríamos podido prever.[84]

"El resucitado no será otro respecto a aquel que murió, sino, según el parangón de la semilla, resultará de la misma identidad pero transformado: no más mortal, sino inmortal, no ya "carnal" sino animado por el Espíritu... El cuerpo de la resurrección tendrá la misma identidad esencial-personal, y no material, en relación con aquella que era en la existencia espacio-temporal. En efecto, no se puede confundir identidad corpórea con identidad material. La biología nos recuerda que la materia del cuerpo se transforma periódicamente en un sujeto, y aún así mantenemos la misma identidad. Con la resurrección seremos transformados en nuestra corporeidad, pero no alterados en nuestra individualidad... Es necesario tener bien claro que no hay que confundir identidad corpórea con identidad material... Así será para el hombre la resurrección de la carne. Su corporeidad no será material, sino que tendrá por sí misma la característica de la relacionalidad y del conocimiento identitativo. Fuente y modelo de la resurrección de los creyentes es Cristo: "Él transformará nuestro cuerpo mortal en su cuerpo glorioso" (Fil 3,21). Es a la luz del "primero entre los resucitados" como podemos hacernos una idea de la naturaleza del cuerpo resucitado" (Introducción a la antropología teológica, Luis F. Ladaria, Piemme, VI Edizioni, 2002; p. 58-61).

En la vida futura el hombre... también el mundo entero

En la vida futura el hombre no poseerá solamente cuerpo y alma, sino también el mundo entero. Este pensamiento estaba difuso entre los hebreos que acogieron la revelación de la verdad sobre la resurrección, creyendo que la resurrección futura habría correspondido al hombre entero, pero no retenía como necesario considerar la idea de una resurrección separada del alma y del cuerpo. Solamente en el periodo más tardío, en particular bajo el influjo del dualismo de la filosofía griega, los escritores cristianos quisieron subrayar de manera decisiva que también el cuerpo del hombre resucitaría para la vida eterna. La Iglesia retomó más veces estas reflexiones. Así, por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Católica dice: "Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24,39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él "todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora", pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo glorioso" (Flp 3,21), en "cuerpo espiritual" (1Co 15,44) (CCC 999).

El cuerpo con el que resucitaremos será nuestro cuerpo, no será un cuerpo hecho de aire, sino el cuerpo en el que vivimos y con el que nos movernos.[85] Esta declaración contradice la separación dualística del cuerpo del hombre, o la idea de una transformación del cuerpo en algo incorpóreo, en puro espíritu o en cualquier sustancia volátil. Al contrario, la Iglesia constata sin sombra de duda que el cuerpo resucitado será idéntico al cuerpo terreno, será el cuerpo del mismo hombre.[86]

En el cielo no hay inmovilidad, sino constante dinamismo y novedad en Dios

El paraíso además será "sin fin y sin aburrimiento (sine fastidio)", escribe san Agustín. Esta es una certeza consoladora. Sin embargo, notamos que, de tanto en tanto, vuelve en cualquier escritor esta curiosa y extraña concepción de la vida bienaventurada en el cielo. Entre estos se incluyen también Miguel de Unamuno (1864-1936), escritor y profesor de literatura griega de la Universidad de Salamanca, quien declara: "El cielo de la gloria eterna es también el lugar del aburrimiento eterno". Es extraño que se hagan estas afirmaciones... Se piensa en el paraíso corno una inmóvil contemplación que, a la larga, se vuelve estancada y aburrida. ¡Nada más falso que esta concepción! El alma en el paraíso posee a Dios, que es infinito amor e infinita paz y no desea poseer otra cosa, Dios es también infinita novedad, y siempre nuevo, tiene infinitas sorpresas por toda la eternidad.

Dios de hecho es siempre nuevo porque no puede ser agotado por la creatura. Permanece válido al respecto la enseñanza de los escolásticos los cuales, con lenguaje claro y preciso, hablan de la bienaventuranza en perenne dinamismo y añaden que el alma posee todo Dios, pero no posee totalmente, y por tanto el hombre nunca es capaz de agotar su infinita riqueza: "Videtur Deus totus, sed non totaliter (se verá todo Dios pero no totalmente)". La visión de Dios es una aventura con el lema de lo imprevisto y lo imprevisible, es el gozo pleno en Dios y, al mismo tiempo, Dios trasciende la creatura.

"El aburrimiento, sin embargo, nace del hecho que el objeto del que el hombre goza es finito y no puede satisfacer la exigencia de infinito que está en él, por el que busca algo más: nace, por tanto, del hecho de que en el mundo de lo creado lo nuevo es siempre limitado y por eso llega pronto al aburrimiento. Hay todavía experiencias que pueden darnos alguna idea del paraíso. La de la belleza, por ejemplo: no se cansa nunca uno de ver una cosa bella, un rostro humano, una obra de arte, una flor. Mejor todavía: la experiencia del amor: dos enamorados no se cansan nunca de contarse su amor y descubren en sus personas y en sus amores cosas nuevas. Ahora Dios-Trinidad es infinita Belleza e infinito Amor."[87]

Muy sabiamente el Nuevo Testamento nos presenta esta vida en Dios, en la que se está siempre juntos para una fiesta sin fin, recurriendo a una rica variedad de imágenes.[88]

En el cielo permanece nuestra condición de creaturas

Además, viviendo la experiencia de la comunión en Dios y con Dios en el paraíso, no se da la superación de nuestra creaturalidad, no se anula la radical diferencia entre el Creador y la creatura como para pensar en una identificación con Dios. ¡Nada de eso! Dios permanece Dios y el hombre permanece hombre con sus insuperables límites y su finitud natural.

Por tanto "los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre" (Mt 13,43).

El hombre continuará creciendo en la caridad de Dios. Es como si los bienaventurados caminaran desde la vida hacia la vida, desde el gozo hacia el gozo, desde la caridad hacia la caridad, desde la claridad hacia la claridad, del estupor al estupor, en la medida en que se hacen cada vez más capaces de penetrar el misterio de Dios, del hombre y del universo".

...Entonces se realizará la perfección, que sin embargo no indicará el fin, sino una vida activa, libre de toda privación, en la pura alegría de lo creado, en el pleno conocimiento y felicidad eterna.[89]

El cielo no indica una condición rígida, sino que significa estar "donde Dios", "con Dios", y por tanto un continuo crecimiento, significa "ingresar" en Dios. Porque Dios es por su esencia sin límite, es necesario que nuestra comunión con él sea ilimitada y capaz de recibir siempre más.[90]

Nuestra salvación en el cielo será en comunidad

Así como nuestra redención se realiza en la comunidad histórica, será en una comunidad donde experimentaremos la salvación en la vida futura en el cielo. En el cielo no estaremos solos, sino felices por la presencia de otros. En su significado más pleno, una comunidad así es la de la Iglesia, en cuyo interior la renovación del hombre y del mundo ha tenido ya lugar porque sus miembros participan de la gracia de la vida eterna, si bien todavía incierta, y de las alegrías prometidas después del final de la vida terrena. "La comunión última y eterna con Dios —enseña el Catecismo Católico de los Adultos- no significa aislamiento, al contrario se basa en la perfecta comunión de los santos. "La vida eterna consiste, también, en la amable compañía de todos los bienaventurados, compañía sumamente agradable, ya que cada cual verá a los demás bienaventurados participar de sus mismos bienes. Todos, en efecto, amarán a los demás como a sí mismos y, por esto, se alegrarán del bien de los demás como del suyo propio. Con lo cual, la alegría y el gozo de cada uno se verán aumentados con el gozo de todos" (De la Conferencia sobre el Credo de Santo Tomás de Aquino, Sábado XIX Sett. Ario II).

La salvación de Cristo ya es conocida por nosotros, vivida y experimentada en la fe

La plenitud que esperamos, y que s el objeto de la escatología cristiana es una plenitud ya poseída, en primicia pero de manera real. No podríamos en modo alguno esperar en aquello de que no tenemos ninguna idea. Pero la salvación de que Cristo es ya conocida por nosotros y vivida y experimentada en la fe, en las diversas manifestaciones de la vida de la Iglesia, en especial en la celebración de la eucaristía. K. Rahner ha hablado de escatología como la transposición del presente a su plena realización. El señorío de Cristo sobre todas las cosas es real y eficaz a partir de su resurrección, pero no se ha manifestado todavía completamente en nosotros. De ahí la tensión entre el presente y el futuro típica de la escatología cristiana, que recorre todo el Nuevo Testamento.

Si la vida futura no está en simple continuidad con la presente, no debernos olvidar que depende de ella. Es en este mundo transitorio donde se decide nuestra suerte eterna. Por esto nuestro esfuerzo en el mundo que pasa adquiere un valor trascendente. Ruptura y continuidad han de ser, por tanto, afirmadas a la vez[91].

En el cielo todo lo que hemos vivido será transfigurado

La felicidad del cielo será tan rica como lo ha sido la vida terrena del hombre, de la cual nada se perderá, ya que todo será transfigurado, se volverá perfecto y santificado. Se puede, por tanto, decir que entrarnos en el cielo con todo nuestro inundo presente, que participará, mudado, de la nueva vida. ¿De qué forma sucederá? "Ahora vernos como en un espejo, de forma confusa; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, pero entonces conoceré perfectamente, como soy conocido" (1Co 13,12). Con estas palabras el Apóstol quiere decirnos que solamente la obra de Cristo, ascendido al cielo con su cuerpo, puede explicar nuestro imperfecto conocimiento de esta metamorfosis. Cristo no explica con palabras, sino con acciones, el misterio de esta transfiguración futura.[92]

Los Padres de la Iglesia dieron relieve a esta verdad ensañándonos que no existe el cielo en su forma perfecta sin la comunión de todos los beatos. Lo mismo nos dijeron San Agustín y San Ambrosio, según los cuales en el cielo volveremos a ver a los amigos de un tiempo. San Jerónimo (ca. 347­-420) añadió que en la comunidad celeste los beatos se encuentran con personas que no conocían, y su amistad les hará felices como nunca sucedió en la tierra. La soledad total es una característica fundamental del infierno, mientas que en el cielo reina la comunión.

En el cielo los beatos mantendrán enteramente su propia individualidad y el "yo" no se fundirá con el "tú", los vínculos interpersonales existentes durante nuestra historia serán purificados, y se volverán perfectos. Solamente en el cielo nuestra personalidad alcanzará la plenitud auténtica establecida por Dios en el momento de la Creación, y cada uno de los elegidos se alegrará por la realización del deseo divino de ser a su "imagen y semejanza" (Gn l, 26).[93]

La participación en la vida divina es por sí misma una realidad "sensible y progresiva" y no puede más que llevar a la plenitud del gozo, el cielo, corno está expresado en lo que encontramos sobre esto en la Carta a los Hebreos. Lejos de ser un elemento que despiste del empeño de un: transformación de la historia, la esperanza cristiana es una fuente de dinamismo que crece día a día, en cuando que se apoya en la comunión de la vida divina que de por sí misma, siendo el sumo bien, tiende a difundirse. El cielo, sobre el ejemplo de la encarnación del Verbo, quiere tonificar toda la realidad en cuanto que toda la tierra tiene un único "destino": la comunión, en modos diversos, con la vida de Dios (Rin 8,19s).[94]


Notas


[1] Es significativo cómo en el arte cristiano de los primeros siglos hasta la alta edad media, el Cristo en la cruz ha sido siempre representado como Cristo glorioso, como en un trono, de manera distinta de los crucificados más atormentados del bajo medioevo en adelante. El mismo San Juan a diferencia de los Sinópticos, presenta la pasión como el triunfo de Cristo que entra en la muerte para derrotar al demonio: "ahora el príncipe de este mundo será echado afuera" y para atraer a todos hacia sí: "Yo, cuando sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32).

[2] Juan Pablo II, Salvifici Doloris, 1984.

[3] George Weigel, Biografía de Juan Pablo II, Testigo de esperanza, Plaza & Janés, Barcelona 1999, (cf. p. 636s).

[4] Ignacio Serrada Sotil, El valor moral del dolor y el sufrimiento a partir de la Carta Apostólica "Salvifici Doloris" de Juan Pablo II, Tesina de licenciatura, Madrid 2006, p. 43: "El ser humano puede hasta soportar el dolor: lo que no puede soportar es un sufrimiento privado de sentido, el dolor del alma. Y el hombre sufre cuando experimenta la desproporción a su deseo de cumplimento, la amenaza a su deseo de ser". Cf. Id. "Amor, deseo y acción" en MELINA-NORIEGA-PÉREZ SOBA, La plenitud del obrar cristiano, 319-344.

[5] Ignacio Serrada Sotil, ob. cit. Al no haber sido publicada la tesis, el número de las páginas corresponde al manuscrito.

[6] Para quien quiera profundizar en estos temas cito el libro de donde he sacado sintéticamente algunas notas, de Renato Zanchetta, Malattia, salute, salvezza, Edizioni Messaggero, Padova 2004.

[7] Ibíd. P. 117

[8] Ibíd. P. 123-124.

[9] Ibíd. P. 136-137.

[10] El valor moral..., p. 14...

[11] Es significativo el debate que se da en nuestros días sobre la apelación al jefe del Estado italiano Giorgio Napolitano, hecha por Piergiorgio Welby, enfermo de distrofia muscular, invocando el derecho a una "muerte digna" y asistida.

[12] Ignacio Serrada Sotil, ob. cit. P. 15. J. García — Campayo, "la enfermedad y el sentido del sufrimiento": Cuadernos de bioética, 7 (1996).

[13] Ibid., p. 46 F. Blázquez — A. Devesa — M. Cano, Diccionario de términos éticos, Verbo Divino, Estella 1999, p. 396.

[14] Ibíd. P. 47. Es evidente que estas cuestiones que aquí apenas se esbozan, son susceptibles de un estudio más amplio y detenido, aquí nos limitamos a algunas referencias. L. Rodríguez Dupla, Ética, (BAC), Madrid 2001, p. 105. Cf. EV 70.

[15] Ibíd..., p. 47. Cf. EV 11-17.

[16]En un libro que está teniendo gran éxito en Alemania "Se acabó la fiesta" de Peter Hahne, el autor critica a la sociedad hedonista e individualista salida del ´68, e invita a volver a Dios y a la Iglesia (11 Giornale de 30 de septiembre de 2006, p. 27 – Cultura).

[17] Ibíd..., p. 47. Cf. VILAR, Antropología del dolor, 45: «El goce ha sido muchas veces elevado al orden de fin, a cuya aspiración lleva la única función de la vida. Esta obsesión degenera en manía y atrofia toda la temática transitiva de la vida humana. El hedonismo, falto de vinculación con el deber, partidario de la comodidad por naturaleza, sin capacidad para el trabajo y el esfuerzo, se hace arbitrario y caprichoso, ausente de comprensión e insensible, indiferente a la verdad y expuesto al aburrimiento existencial constante».

[18] Ibíd., D. SÖLLE, Sufrimiento (Sígueme, Salamanca 1978) 10.

[19] Ignacio Serrada Sotil, ob. cit., p. 44-45 «Buda, que significa iluminado o despierto, era el nombre descriptivo que recibió un príncipe indio, Siddharta Gautama, por haber llegado a un estado de completo conocimiento. E] sendero budista no tiene otro propósito sino conducir a un similar estado de conocimiento, y a la liberación del temor y el sufrimiento que tal conocimiento implica». La doctrina (dharma) de Buda tiene su base en las cuatro dukkha. El que encuentra la iluminación en este aspecto y no se abandona a una vida fácil y engañosa, alcanza la segunda noble verdad, que es la verdad sobre la causa del sufrimiento. Esta causa es el deseo, que nos devora constantemente en todos los ámbitos de la vida, y que lleva asociada la decepción por no alcanzar aquello que deseamos. Así, la tercera es la noble Verdad sobre la cesación del sufrimiento: «la enseñanza de Buda afirma que solamente arrancando de raíz la causa del sufrimiento (dukkha), es decir el deseo, se puede alcanzar un estado en el que no vuelva a surgir dicho dukkha. Este estado, el estado de no aparición de dukkha, se llama Nibbana»19 . (Cf. H. Saddhatissa, Introducción al budismo, Alianza, Madrid 41985)

[20] Jean Galot, ¿Por qué el sufrimiento?, Caparrós Editores, Madrid 2006, 136-137. Un óptimo libro sobre el sentido cristiano del sufrimiento.

[21] Para quien desee profundizar en una lectura de la historia pasada y reciente a la luz de la fe aconsejo el último libro del Papa Juan Pablo II, Memoria e identidad, La Esfera de los Libros, Madrid 2005. Y también el libro de Georges Huber, Dio é il Signore della storia, per una visione cristiana della storia, Ed. Mássimo, 1982; [Le bras de Dieu, pour un vision chrétienne de l´histoire, Librairie Tequi, Paris 1976]. Escrito por un laico para laicos cristianos, se basa como fuentes principales en Santo Tomás, La Escritura, los Padres de la Iglesia, el Magisterio.

[22] Por falta de tiempo es imposible exponer la figura de Job, muy actual para nosotros. Una exposición muy rica sobre el libro de Job a la luz de Jesucristo es la de Emiliano Jiménez Hernández, Job, crisol de la Grafite ediciones, Baracaldo 1999. Óptimo es también el libro de Gianfranco Ravasi, Giobbe, traduzione e commento, Borla 2005.

[23] Jesús reacciona contra una interpretación unívoca y demasiado rígida del vínculo entre pecado y enfermedad: A los discípulos que le preguntaban a la vista de un ciego de nacimiento «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios». (Jn 9, 1ss)

[24]El Papa Benedicto XVI en la Carta Encíclica "Deus Caritas est", dice así: "Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del Padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: «Dios es amor» (I Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar" (n. 12).

[25] Cristo actualmente es glorificado y ya no sufre más, y toda nuestra vida de fe, nuestra oración y nuestra contemplación se refieren siempre al Cristo real, que actualmente está en rente de nosotros, es decir, al Cristo glorioso... a pesar de esto la meditación de los hechos y estados de la vida terrenal de Jesús es posible y es razonable. Nosotros no vemos al Cristo Glorioso, él se revela a nosotros solamente a través de los hechos pasados, descritos en el Evangelio; el influjo actual del Espíritu es precisamente recordar e interpretar a través de estos hechos, el amor de Cristo que nos salva, tal como se manifestó en los "misterios" de su vida terrenal, y permanece actualmente. "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8). Flick-Alszeghy, ob. cit. p. 363.

[26] En este texto el Papa Juan Pablo II indica que el sufrimiento más grande de Jesucristo, aun más que en su crucifixión, se da en el Getsemaní. Normalmente la agonía marca el último momento antes de morir, en Jesucristo acontece en la agonía del Getsemaní, antes de la crucifixión, como el Papa explicita más adelante.

[27] ”El cual, cuando iba a ser entregado a su pasión voluntariamente aceptada" cantarnos en la Anáfora II de la Eucaristía.

[28] En el sacrificio del hijo del hombre, el Espíritu Santo está presente y actúa como en su concepción, en su venida al mundo, en su vida escondida y en su ministerio público. Según la Carta a los Hebreos, en el camino de su "salida" a través del Getsemaní y el Gólgota, el mismo Cristo Jesús en su propia humanidad se abrió totalmente a esta acción del Espíritu-Paráclito, que desde el sufrimiento hace surgir el eterno amor salvífico. Él, pues, "fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia". De este modo, esa Carta demuestra cómo la humanidad, sometida al pecado en los descendientes del primer Adán, en Cristo Jesús ha llegado a estar perfectamente sometida a Dios y unida a El y, al mismo tiempo, llena de misericordia hacia todos los hombres.

[29] "Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los y complete en nosotros y en toda su Iglesia.

Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros.

Por esto, San Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la lglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud, es decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo apóstol dice, en otro lugar, que él completa en su carne los dolores de Cristo.

De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, escondida con él en Dios.

Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos, y resucitemos con el y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él una vida gloriosa y eterna en el cielo" (Del Tratado El Reino de Jesús, de San Juan Eudes, sacerdote).

[30]Para el que tenga interés me permito señalar el libro de Domenico Mondrone, Angiolino, Edizioni Centro Volontari Della Sofferenza, Via dei Bresciani 2, 00186 Roma 1983; [en español: Domenico Mondrone, angelo, Edibesa, Madrid 2003]. Se trata de la vida de un amigo mío, el Venerable Angiolino Bonetta, del que está en curso la causa de beatificación. Un testimonio de cómo actúa el Señor en un muchacho de 14 años, afectado por el cáncer. En un tiempo como el nuestro en que se aprueba la ley de la eutanasia para chicos afectados por enfermedades terminales, es un testimonio de actualidad.

[31] “… Jesús no duda en proclamar la bienaventuranza de los que sufren: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados...» (Mt 5,4) Sólo se puede entender esta bienaventuranza si se admite que la vida humana no se limita al tiempo de la permanencia en la tierra, sino que se proyecta hacia el gozo perfecto y la plenitud de vida en el más allá. El sufrimiento terreno, cuando se acepta con amor, es como una fruta amarga que encierra la semilla de la vida nueva, el tesoro de la gloria divina que será concedida al hombre en la eternidad" (Catequesis del Papa a los enfermos, Roma 27 de abril de 1994, 3).

[32] En la medida en que frente al sufrimiento cerramos nuestro corazón a Dios, este se transforma en un insoportable peso y angustia; al contrario, en la medida en que nuestro corazón se abre a Dios, abandonándonos a su voluntad, fluye en nosotros la fuerza de Cristo resucitado que nos infunde paz y a la vez también alegría.

[33] Flick Alszeghy, ob. cit., p.373 ss.

[34] Por otra parte, la Revelación enseña que el cristiano no está solo en su camino de conversión. En Cristo y por medio de Cristo la vida del cristiano está unida con un vínculo misterioso a la vida de lodos los demás cristianos en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico. De este modo, se establece entre los fieles un maravilloso intercambio de bienes espirituales, por el cual la santidad de uno beneficia a los otros mucho más que el daño que su pecado les haya podido causar... Es la realidad de la « vicariedad », sobre la cual se fundamenta todo el misterio de Cristo. Su amor sobreabundante nos salva a todos. Sin embargo, forma parte de la grandeza del amor de Cristo no dejarnos en la condición de destinatarios pasivos, sino incluirnos en su acción salvífica y, en particular, en su pasión. Lo dice el conocido texto de la carta a los Colosenses: « Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia » (l, 24)". (Juan Pablo II, Incarnationis mysterium, 10, 1998).

[35] Flick-Alszeghy, Il mistero Della troce, Queriniana, Brescia 1978, pp. 373-379.

[36] "Estaba enfermo- dice Jesús de sí mismo- y me visitasteis" (Mt. 25, 36). Según la lógica de la misma economía de la salvación, Él que se identifica en cada uno de los que sufren, espera –en este hombre-, a otros hombres que "vayan a visitarle". Espera que irradie. la compasión humana, la solidaridad, la bondad, el amor, la paciencia, la solicitud en todas sus varias formas... Jesús quiere que del sufrimiento, y entorno al sufrimiento, crezca el amor, la solidaridad de amor, es decir, la suma de aquel bien que es posible en nuestro mundo humano. Bien que no decae nunca (saludo del Papa a los enfermos, 11 de febrero de 1979, 4).

[37] "En el transcurso de los siglos, la Unción de los enfermos fue conferida, cada vez más exclusivamente, a los que estaban a punto de morir. A causa de esto, había recibido el nombre de "Extremaunción". A pesar de esta evolución, la liturgia nunca dejó de orar al Señor a fin de que el enfermo pudiera recobrar su salud sí así convenía a su salvación". (CEC 1512)

[38] "La edición típica española ha sido publicada el 12 de Abril de 1974. Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos", Comisión Episcopal Española de Liturgia, Barcelona, 2000.

[39] G. Colombo, "Unción de los Enfermos", en Nuevo diccionario de Liturgia, Ed. Paulinas 1986 p. 1564

[40] "La gracia primera de este sacramento es una gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez. Esta gracia es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente tentación de desaliento y de angustia ante la muerte. Esta asistencia del Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, 8i tal es la voluntad de Dios. Además, "si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (CEC 1520)

[41] Ignacio Serrada, ob. cit., p. 104, nota 255.

[42] Ignacio Serrada, ob. cit., p. 115. Cf. M.D. VILA-CORO, La bioética en la encrucijada. Sexualidad, aborto, eutanasia (Dykinson, Madrid 2003) 205: «De la muerte no se puede decir con propiedad que sea digna (...) La dignidad está en el ser, no está en el no ser que es la muerte: no hay muerte digna, hay una persona que afronta su muerte con dignidad. La muerte y el dolor se dignifican si son aceptados y vividos por la persona en toda su dimensión; orgánica, psicológica y espiritual»

[43] Ibíd., p. 115 CEE, La eutanasia: 100 cuestiones y respuestas...: «La expresión "ayudar a morir" es otro ejemplo concreto de tergiversación del sentido de las palabras, pues no es lo mismo ayudar a morir a alguien que matarlo, aunque se le dé muerte por aparente compasión y a petición suya. La expresión "ayudar a morir" evoca una actitud filantrópica y desinteresada, generosa y compasiva, que se desvanecería inmediatamente si lo que se lleva a cabo mediante la eutanasia se expresara con la palabra dura, desde luego, pero precisa, que es matar».

[44] Es sintomática de esta mentalidad ampliamente difundida también por los medios de comunicación social, la película "Mar adentro" en la que se muestra como un acto de piedad y de solidaridad humana ayudar a un enfermo tetrapléjico a morir por medio de la eutanasia. "Si no se entiende el sentido de la muerte, tampoco se entiende el sentido de la vida." Es una frase presente en la carta que Ramón Sanpedro Carnean dirigió a los jueces el 13 de noviembre de1996, para que le permitiesen acabar con su existencia, (por considerarla un derecho y no una obligación), después de 28 años de tetraplejía,

[45] Ibíd. pp. 126-127. EVANGELISTA, «Los cuidados paliativos», en: CPPS, Cuidados paliativos, 106. Ya el Papa Pío XII se había expresado sobre este particular en su Alocución del 24-11-1957, como se recoge en Jura et bona, 3: «A un grupo de médicos que le habían planteado la siguiente pregunta: "La supresión del dolor y de la conciencia por medio de narcóticos, ¿está permitida al médico y al paciente por la religión y la moral (incluso cuando la muerte se aproxima o cuando se prevé que el uso de narcóticos abreviará la vida?", el Papa respondió: "Si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales: sí».

[46] Ibíd., pp. 125-126

[47] Ibíd.. p. 127 B. HONNINGS, «Fe y secularización en la última fase de la vida», en: 231: «EI cuidado paliativo por excelencia, fundado en la fe, consiste en la presencia personal de Cristo el, el enfermo. Como ningún otro hombre, Él conoce el sufrir y el morir, está cerca de él para darle fuerza y ayudarlo a conservar la confianza en Dios Padre y a tener paciencia con su frágil cuerpo destinado a la resurrección. Reconfortado por la confianza en Dios, el enfermo terminal obtiene la fuerza de vencer las tentaciones del maligno y la ansiedad de la muerte». En este sentido, son interesantes los estudios realizados por ZUCCHI y HONlNGS, sobre el papel fundamental de la fe en la experiencia del dolor, expuestos en: ID, «La fe como elemento que transciende y facilita el resultado terapéutico en el paciente que sufre»: Dolentium hominum 33 (1996) 16-28;

[48] Consilium pro laicis, La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo, Roma 1998.

[49] Juan Pablo II, Carta a los ancianos, Ediciones Paulinas 1999.

[50]Ibíd., n. 5.

[51] "La ancianidad venerable – observa el Libro de la Sabiduría - no es la de los muchos días ni se mide por el número de años; la verdadera canicie para el hombre es la sabiduría, y la edad provecta, una vida inmaculada". (4, 8-9)

[52] Ibíd., n. 8.

[53] Corno veremos más adelante, nuestra actividad interior no termina con la muerte, sino que continúa en la vida eterna. Es, por tanto, contrario a la visión cristiana pensar que con la vejez y con la muerte se acaba todo. En realidad un cristiano, por la presencia del Espíritu Santo que siempre lo instruye, jamás se jubila; con la muerte seguirá de manera nueva la vida activa en el Señor.

[54] En este encerrarse en sí mismos juega mucho el orgullo, por lo que tal vez resulta difícil o imposible aceptar el tener que depender de los demás. Se toma la excusa de no querer ser un lastre, de no querer molestar, pero en el fondo se rechaza el hecho de que Dios nos ha creado limitados y por eso interdependiente, necesitado de la ayuda de los demás. En realidad, en su Sabiduría Dios dispuso la vejez y la inhabilidad como escuela para la humildad, para hacernos pequeños para entrar en el Reino.

[55] Consilium pro laicis, La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo, Roma 1998.

[56] "El ideal sigue siendo la permanencia del anciano en la familia, con la garantía de eficaces ayudas sociales para las crecientes necesidades que conllevan la edad o la enfermedad. Sin embargo, hay situaciones en las que las mismas circunstancias aconsejan o imponen el ingreso en «residencias de ancianos», para que el anciano pueda gozar de la compañía de otras personas y recibir una asistencia específica. Dichas instituciones son, por tanto, loables y la experiencia dice que pueden prestar un precioso servicio, en la medida en que se inspiran en criterios no sólo de eficacia organizativa, sino también de una atención afectuosa. Todo es más fácil, en este sentido, si se establece una relación con cada uno de los ancianos residentes por parte de familiares, amigos y comunidades parroquiales, que los ayude a sentirse personas amadas y todavía útiles para la sociedad. Sobre este particular, ¿cómo no recordar can admiración y gratitud a las congregaciones religiosas y los grupos de voluntariado que se dedican con especial cuidado precisamente a la asistencia de los ancianos, sobre todo de aquellos más pobres, abandonados o en dificultad? (Carta a los Ancianos, Papa Juan Pablo II, 13).

[57] Consilium pro laicis, La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el inundo, Roma 1998.

[58] Ibíd.

[59] "No hay que... pensar que la vida más allá de la muerte comience sólo con la resurrección final. Esta, en efecto, está precedida por la condición especial en la que se encuentra, desde el momento de la muerte física, todo ser humano. Se trata de una fase intermedia, en que a la descomposición del cuerpo corresponde "la supervivencia y la subsistencia de de un elemento espiritual, el cual está dotado de conciencia y de voluntad, de modo tal que el "yo humano" subsista, aunque le falte mientras tanto el suplemento de su cuerpo" (Sacra congregatio pro doctrina fidei, De cuibusdam quaestionibus ad eschatologiam spectantibus, 17 de mayo de 1979; AAS 71 [1979; 941).

[60] El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. (CEC 1021)

[61] EI valor moral... oh. cit. P.128; Cf. JUAN PAULO II, «Alocución a la Sociedad Internacional de Oncología Ginecológica, 30-09 999» (citado por: MONGE, Medicina pastoral, 199): «Una vida que está llegando a su no es menos que una vida que está comenzando. Por esta razón, el moribundo merece el mayor respeto y la atención más solícita. En su nivel más profundo, la muerte es como el nacimiento: ambos son momentos críticos y dolorosos de transición, que abren a una vida más rica que la anterior. La muerte es un éxodo, después del cual es posible ver el rostro de Dios, que es la fuente de vida y de amor, precisamente como un niño que acaba y puede ver el rostro de sus padres. Por esta razón, la Iglesia habla de muerte corno de un segundo nacimiento». Cf. CEE, La eutanasia: 100 cuestiones y respuestas..., 100.

[62] Rosario Messina, L´Olio che guarisce, Ed. Camillane, Torillo 1999 pp. 87-89

[63] Ibíd.

[64] Es costumbre en el Camino neocatecumenal que los miembros de la comunidad acompañen con el canto del Credo el tránsito de un hermano suyo de este mundo al Padre.

[65] Rosario Messina, Op. Cit.

[66] Un ejemplo de "desinformación" sobre el pensamiento de la Iglesia sobre la cremación, en www.socremfirenze,it en El aspecto Religión, La Cremación y la Religión Cristiana,

[67] Zbigniew Sucheki, La cremazione, editrice vaticana, Cittá del vaticano 1995; pp..117ss.

[68] "No habrá culto católico en Francia ni bautismo, ni una confesión, ni un matrimonio, ni una extremaunción, ni una misa: ninguno hará o escuchará un sermón, ninguno administrará o recibirá un sacramento. En los ayuntamientos donde somos dueños, os mandaremos, por los Jacobinos del lugar, la abolición del culto. Cerraremos las iglesias, demoleremos los campanarios, destrozaremos los santos, profanaremos las reliquias, prohibiremos los funerales religiosos, aprenderemos los funerales civiles”, en J. Taine, La rivoluzione: Il govierno rivoluzionario, (Milán 1921, vol. 1 pp. 75-77; E. F. Regatillo, Los cadáveres: cremación de los cadáveres, en Sant Térrea 17(1928) pp. 706-713.

[69] Ibíd..., p.134.

[70] Ibíd..., p.139.

[71] "de cadaverum crematione: piam et constantem" 5-07-1963

[72] S.C.S. Off, inst., De cadaveribus crematione: piam et constantem (5 de Julio de 1963), AAS 56 (1964), pp. 822-823.

[73] En efecto, no se ve oportuno celebrar sobre las cenizas el rito que está ordenado para venerar el cuerpo del difunto. No se trata de condenar la cremación sino, más bien, de conservar la verdad del signo en la acción litúrgica. En efecto, las cenizas que son el signo de la corrupción del cuerpo humano, representan de forma inadecuada la índole del "dormir" a la espera de la resurrección. Además el cuerpo, y no las cenizas, recibe los honores litúrgicos, porque por el bautismo fue hecho templo del Espíritu de Dios. Es de sumo interés conservar la verdad del signo a fin de que la catequesis litúrgica y la misma celebración se haga en verdad y con fruto. Por tanto, sino fuese posible llevar el cuerpo del difunto a la iglesia para celebrar la misa de las exequias, se puede celebrar la misma misa, a menos que no haya impedimentos, aunque el cuerpo del difunto estuviese ausente, según las normas que hay que observar para la celebración con el cuerpo presente" (Notitiae, 13 [1977], p. 45).

[74] Ibíd..., 185-186.

[75] Las cosas ultimas, Romano Guardini, ed. Vita e Pensiero, Milan 1997, Pp. 197-199

[76] El Papa Benedicto XVI en el Ángelus de la fiesta de la Asunción de la Virgen María al-Cielo dijo: "María es ejemplo y apoyo para todos los creyentes: nos impulsa a no desalentarnos ante las dificultades y los inevitables problemas de todos los días. Nos asegura su ayuda y nos recuerda que lo esencial es buscar y pensar "en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (cf. Col 3, 2). En efecto, inmersos en las ocupaciones diarias, corremos el riesgo de creer que aquí, en este mundo, en el que estamos sólo de paso, se encuentra el fin último de la existencia humana, En cambio, el cielo es la verdadera meta de nuestra peregrinación terrena. ¡Cuán diferentes serían nuestras jornadas si estuvieran animadas por esta perspectiva! Así lo estuvieron para los santos: su vida testimonia que cuando se vive con el corazón constantemente dirigido a Dios, las realidades terrenas se viven en su justo valor, porque están iluminadas por la verdad eterna del amor divino." (Papa Benedicto XVI, Ángelus de la Asunción de la Virgen María 2006).

[77] R. Guardini, Op. Cit. Estamos todavía bastante ligados a la representación espacial del mas allá, heredada del medioevo, centrada casi exclusivamente en el individuo que se mueve "lugar" a otro, donde el mas allá no se sitúa para nada en el interior de un vasto diseño universal de Dios y donde la vida eterna no tiene ninguna dimensión cósmica. Santo Tornas, por ejemplo, excluye las plantas y los animales que serán destruidos. El ser humano se concibe no como miembro de la humanidad y como elemento del universo, sino únicamente como individuo.

[78] Ibíd. pp. 196-197



[79] Ibíd..., p. 76. Una breve nota: La frase de Marcos 8, 36 mas veces citada es traducida casi siempre: "Pues, ¿de que le sirve al hombre ganar el inundo entero si arruina su vida?". En la palabra griega psyche confluyen el significado de alma como principio de la vida y de la vida misma. No pretendemos subrayar una finura filológica, sino constatar que Jesús no es un espiritualista, Lo que nos interesa no es el "alma", sino el hombre. La preocupación por la sola alma era de los gnósticos en la antigüedad y de los espiritualistas en la edad moderna.

[80] La Biblia de Jerusalén en el versículo Gen. 8, 21 "Al aspirar el Señor el calmante aroma, dijo en su corazón: "nunca mas volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez, ni volveré a herir a lodo ser viviente como lo he hecho""", en la nota dice el corazón es lo interior del hombre como distinto de lo que se ve y sobre todo distinto de la "carne". Es la sede de las facultades y de la personalidad, de la que nacen pensamientos y sentimientos, palabras, decisiones, acción. Dios lo conoce a fondo sea cuales fueren las apariencias. El corazón es el centro de la conciencia religiosa y de la vida moral. En su corazón busca el hombre a Dios lo escucha, le sirve, le alaba, le ama. El corazón sencillo, recto, puro, es aquel al que no divide ninguna reserva ni segunda intención, ninguna hipocresía, con respecto a Dios y los hombres.

[81] Ibíd..., p. 77.

[82] "La teología del corazón" en Tomas Spidlick, de Franco Nardin, tesis de doctorado, Lateranense 2006.

[83] Romano Guardini, ob. cit. 112.

[84] Ibíd. p. 70

[85] ll cielo, Zdzislaw Kijas, Cittá Nuova, 2005, p.226.

[86] Ibíd., nota 13. Cfr. Joseph Ratzinger- Johann Auer, Escatologia, morte y vita eternal, Cittadella, Assisi 1979.

[87] ¿Existe el más allá?, Ubaldo Terrinoni, EDB, Bologna 2006, pp. 193-194.

[88] "Reino de los cielos": Mt 5,10.19:721; 3.21: 13,43: ecc.; "Bodas": Mat 25,1-10; Lc 12,36: Ap 19.7.17; "Banquete": Mt 22.2: 25,21; 26,29; Mc 14,2s; "Vida eterna": Mt 19,16.29; 20,46; Mc 10,30; Lo 16,9; "El nombre nuevo"; Ap 2,17; 3,12; 14,1; 15,5; "Jerusalén celeste": Gal 4,26; Hb 12,22; Ap 3,12; 21,2.9-17; "Paraíso": Lc 23,43: 2Co 12,4; Ap 2,7; "Árbol de la vida": Ap 2,7; 2,2,14.

[89] El cielo, p. 232.

[90] Ibíd..., p. 233, L. Boros enseña que el crecimiento interior de los bienaventurados en el cielo alcanzaría su fin solamente cuando la naturaleza humana se identificase totalmente con la naturaleza de Dios, cosa Imposible, porque "Dios es inconmensurablemente e inagotable en su grandeza, y por tanto el proceso de unión con Dios es una dialéctica que dura eternamente. Un continuo devenir en una plenitud sin límites –ésta es la estructura de la bienaventuranza eterna.

[91] lntroducción a la antropología teológica, Luis F. Ladaria, p. 170-171.

[92] lbíd., p.194.

[93] Ibíd., p. 225

[94] La esperanza de los cristianos, Ettore Malnati, Paulina, Milán 2003, p. 125.

I) El sufrimiento
Algunos aspectos del problema del sufrimiento

¿Por qué el mal, por qué el dolor, por qué el sufrimiento?


Son estos los interrogantes que el hombre se ha planteado desde los tiempos primitivos, intentando dar una respuesta. En estos términos habla el Papa Juan Pablo II en el comienzo de su carta sobre el valor salvífico del sufrimiento:

"El tema del sufrimiento... es un tema universal que acompaña al hombre a lo largo Y ancho de la geografía. En cierto sentido coexiste con él en el inundo y por ello hay que volver sobre el constantemente. Aunque San Pablo ha escrito en la carta a los Romanos que «la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto» (Rm 8,22); aunque el hombre conoce bien y tiene presentes los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que expresamos con la palabra «sufrimiento» parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido «destinado» a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo". (SD 2)

"El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico. Ele particular respeto por todo sufrimiento humano debe ser puesto al principio de cuanto será expuesto a continuación desde la más profunda necesidad del corazón, y también desde el profundo imperativo de la fe: la necesidad del corazón nos manda vencer el temor, y el imperativo de la fe... brinda el contenido, en nombre y en virtud del cual osamos tocar lo que parece en todo hombre algo tan intangible: porque el hombre, en su sufrimiento, es un misterio intangible". (SD 4)

¿Qué entendemos por dolor y qué entendemos por sufrimiento?

"El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento... El sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma».

Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión «psíquica» del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico". (SD 5)

Hay que notar como cuando sufrimos tiene una importancia fundamental descubrir el sentido de nuestro sufrir. Es distinta la situación de quien sufre sin saber el por qué, de quien sufre habiendo descubierto el por qué de su sufrimiento. Cada uno de nosotros se dispone mejor a sufrir los dolores de una operación y del tiempo post operatorio, si sabe que esto le servirá para recuperar la salud. Mientras, al contrario, un enfermo de cáncer, que sabe que se va a morir en un breve espacio de tiempo, aunque tenga menos dolores, sufre mucho más. En el primer caso, en efecto, soportamos mejor porque tenemos la certeza de ser curados, mientras que quien está sin esperanza está tentado por la desesperación y, a lo mejor de, quitarse la vida[4].

"Dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido. Esta no sólo acompaña el sufrimiento humano, sino que parece determinar incluso el contenido humano, eso por lo que el sufrimiento es propiamente sufrimiento humano.

Obviamente el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda, si no encuentra una respuesta satisfactoria". (SD 9).


Algunas respuestas al problema del sufrimiento

Antes de exponer la respuesta de la Revelación al problema del sufrimiento, echemos una mirada rapidísima a algunas de las respuestas dadas a lo largo de la historia en las distintas culturas, que nos ayude a comprender mejor también la respuesta hodierna a la enfermedad, a la vejez y a la muerte.

Para esta visión emplearé también, con su consentimiento, un estudio hecho por un Presbítero del Redemptoris Mater de Madrid que cito en la bibliografía[5].

De la antigüedad al Renacimiento[6]

En el mundo mesopotámico y egipcio la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si estuvieran profundamente vinculadas a lo sacro, a la divinidad. En muchos pueblos el sacerdote o el brujo desempeñaban también el papel de curandero, de médico, sobre todo con remedios sacados de la naturaleza (hierbas, sangrías, etc.). Por eso quien estaba afligido por alguna enfermedad o problema grave recurría al templo donde el sacerdote hacía unos ritos, ofrecía unos sacrificios a la divinidad para obtener la curación y al mismo tiempo brindaba aquellos remedios que la medicina rudimentaria podía ofrecer para aplacar el dolor y obtener la curación.

Por otra parte, en general, en los 4 la enfermedad, la vejez y la muerte se vivían como si se trataran de procesos naturales que tocaban también el mundo animal y el mundo vegetal: en la naturaleza todo nace, crece, se desarrolla y madura y después se deteriora. Por ejemplo, en la cultura de los pueblos indianos el anciano se iba a la foresta para dejarse morir y reunirse a través de la muerte a sus antepasados.

En el mundo greco-romano, aun manteniéndose la relación sagrada de la enfermedad y de la muerte, empieza a desarrollarse la medicina como ciencia capaz de diagnosticar las causas de la enfermedad y de ofrecer remedios menos rudimentales y más eficaces. (Hipócrates, Galeno).

"En la Edad Media, por influencia del cristianismo, la enfermedad y la terapia se mantienen en un contexto sagrado. Será la Escolástica la que impondrá a la medicina el tener que obrar una síntesis entre contenidos y tradiciones disparatadas, abriendo así el camino al paso de la medicina de arte a ciencia".[7]

El Renacimiento puede ser considerado el terreno de cultivo en que maduran los contenidos de la ciencia moderna, ya que los grandes estudiosos de aquel tiempo se colocaron en una nueva óptica en la consideración del mundo.

En este periodo, asistimos a una verdadera y propia "revolución antropológica" y el hombre se convierte en el centro nodal de la creación. Esta nueva situación se relaciona a una especie de revolución religiosa.[8]

Pero es sobre todo Descartes (1596-1650) que

"funda la concepción de la naturaleza en un dualismo fundamental: el del espíritu (o res cogitans) la sustancia pensante, y el de la materia (o res extensa), la "sustancia extendida". El cuerpo separado de la mente, empieza su historia como suma de partes sin interioridad y la mente como interioridad sin sustancia... El cuerpo, con Descartes, se convierte en "organismo´, así que todos los aspectos cualitativos se resuelven como cuantitativos, es decir, mensurables...: a un decidido idealismo y espiritualismo en metafísica y moral se asocia un no menos decidido mecanicismo en biología y medicina: es un idealismo que, en algunos puntos, termina por coincidir con el materialismo".[9]

La respuesta de la ilustración racionalista

Ha sido en el siglo XVIII cuando ha aparecido, con mucha fuerza, la convicción utópica de que los hombres podíamos y teníamos que eliminar los sufrimientos y ser felices aquí en la Tierra (...) La Naturaleza era toda buena, la Razón todopoderosa y con tal de que los hombres se dejasen guiar por la Razón y por la Naturaleza, serían felices (...) Todas las filosofías materialistas han soñado con la utopía de una forma de existencia sin dolor o en la que el dolor esté dominado; pervive en ellas la imagen de un hombre dotado de una integridad original y natural.[10] En la Encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II afirma al respecto:

"El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Se manifiesta también aquí la perenne validez de lo que escribió el Apóstol: « Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene » (Rm 1, 28). Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. La llamada «calidad de vida» se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas —relacionales, espirituales y religiosas— de la existencia.

En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es «censurado», rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bienestar al menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a su supresión".(EV 23)[11]

Junto a esta concepción de la enfermedad, los cambios sociales en las últimas décadas han conformado una cultura que presenta dos características específicas:

a) Escasa capacidad de sufrimiento: nuestra sociedad es presa de un creciente infantilismo que impulsa sin cesar hacia una inmediata satisfacción y que incapacita para soportar situaciones en las que no se obtiene un placer inmediato. Actualmente, se utilizan sistemáticamente psicofármacos para suprimir las molestias normales de la vida, para disminuir todo temor o nerviosismo.

b) Pasividad y falta de sentido: las sociedades primitivas no podían ofertar soluciones a la enfermedad o la muerte, pero, por el contrario, eran capaces de ofrecer un sentido global (...) Nuestra sociedad, a diferencia de las primitivas, tiende a la abolición del sufrimiento´ de la forma más patológica desde el punto de vista psicológico: negando la existencia del sufrimiento, negando la realidad. En este contexto, el sufrimiento no tiene sentido porque, simplemente, no existe. La enfermedad terminal es un fracaso de la ciencia y, por tanto, de la sociedad en su conjunto (...) Nuestra sociedad es la única en la historia que se ha atrevido a llegar a este extremo».[12]

La respuesta del naturalismo ético

"Bajo esta denominación, se esconde una pseudomoral muy en boga en nuestros días, y que goza de gran aceptación en nuestra sociedad, centrada en la satisfacción y el emotivismo, la cual es, en realidad, una trampa para las personas. Nos estamos refiriendo al naturalismo ético, según el cual se considera el bien del hombre limitado a su naturaleza, y la acción como un simple despliegue de sus capacidades naturales, que la van perfeccionando."

"El hombre no sería sino el resultado de un cúmulo de influencias físicas, fisiológicas y sociológicas que le determinan y hacen de él una pieza más de la naturaleza".[13] La acción humana se entiende como el mero ejercicio de las facultades naturales, quedando al margen tanto el dominio de la persona sobre las mismas, como la implicación, en el sentido moral del que tratamos, de tal persona en su actuar.

El hombre guiado por el naturalismo vive engañado en la identificación del bien con el placer y del mal con el sufrir, alumbrando una sociedad emotivista y sensitivista cuya filosofía es la vivencia del momento y cuya referencia ética es el relativismo moral, «según el cual las normas que expresen obligaciones morales no poseen validez universal, sino limitada a contextos históricos o culturales determinados».[14]

De ahí que el sufrimiento sea considerado absolutamente como algo negativo... El problema es que en esta dinámica son arrastrados, en primer lugar, los más débiles según la naturaleza, como es el caso de los enfermos, los ancianos, los minusválidos (denominación según la cual el valor de una persona se «mide» exclusivamente en función de características físicas o psíquicas) o los niños, incluso aquellos aún no nacidos.[15]

El error está en no ver que el gozo, el placer e incluso la felicidad, no son fines en sí mismos, sino una consecuencia que aparece acompañando al verdadero fin de una acción; ser feliz no es igual a sentirse bien, a un estado de satisfacción desvinculado de todo tipo de problemas, sino que hace referencia a la plenitud de la vida, a participar del bien que me precede y guía mis acciones.[16]

Las consecuencias del naturalismo moral son desastrosas porque, como se ha visto, la negación de la intencionalidad última causa la frustración existencial.[17]

La alegría es algo más profundo que el placer, y puede acompañar perfectamente al esfuerzo, al trabajo e incluso al sufrimiento, según el sentido que cada persona vaya descubriendo en su experiencia de ellos a lo largo de su vida. De hecho «el ideal de la vida sin dolor, la ilusión de la insensibilidad, destruye en el hombre hasta sus mismos órganos perceptivos".[18]

Notas

[4] Ignacio Serrada Sotil, El valor moral del dolor y el sufrimiento a partir de la Carta Apostólica "Salvifici Doloris" de Juan Pablo II, Tesina de licenciatura, Madrid 2006, p. 43: "El ser humano puede hasta soportar el dolor: lo que no puede soportar es un sufrimiento privado de sentido, el dolor del alma. Y el hombre sufre cuando experimenta la desproporción a su deseo de cumplimento, la amenaza a su deseo de ser". Cf. Id. "Amor, deseo y acción" en MELINA-NORIEGA-PÉREZ SOBA, La plenitud del obrar cristiano, 319-344.

[5] Ignacio Serrada Sotil, ob. cit. Al no haber sido publicada la tesis, el número de las páginas corresponde al manuscrito.

[6] Para quien quiera profundizar en estos temas cito el libro de donde he sacado sintéticamente algunas notas, de Renato Zanchetta, Malattia, salute, salvezza, Edizioni Messaggero, Padova 2004.

[7] Ibíd. P. 117

[8] Ibíd. P. 123-124.

[9] Ibíd. P. 136-137.

[10] El valor moral..., p. 14...

[11] Es significativo el debate que se da en nuestros días sobre la apelación al jefe del Estado italiano Giorgio Napolitano, hecha por Piergiorgio Welby, enfermo de distrofia muscular, invocando el derecho a una "muerte digna" y asistida.

[12] Ignacio Serrada Sotil, ob. cit. P. 15. J. García — Campayo, "la enfermedad y el sentido del sufrimiento": Cuadernos de bioética, 7 (1996).

[13] Ibid., p. 46 F. Blázquez — A. Devesa — M. Cano, Diccionario de términos éticos, Verbo Divino, Estella 1999, p. 396.

[14] Ibíd. P. 47. Es evidente que estas cuestiones que aquí apenas se esbozan, son susceptibles de un estudio más amplio y detenido, aquí nos limitamos a algunas referencias. L. Rodríguez Dupla, Ética, (BAC), Madrid 2001, p. 105. Cf. EV 70.

[15] Ibíd..., p. 47. Cf. EV 11-17.

[16]En un libro que está teniendo gran éxito en Alemania "Se acabó la fiesta" de Peter Hahne, el autor critica a la sociedad hedonista e individualista salida del ´68, e invita a volver a Dios y a la Iglesia (11 Giornale de 30 de septiembre de 2006, p. 27 – Cultura).

[17] Ibíd..., p. 47. Cf. VILAR, Antropología del dolor, 45: «El goce ha sido muchas veces elevado al orden de fin, a cuya aspiración lleva la única función de la vida. Esta obsesión degenera en manía y atrofia toda la temática transitiva de la vida humana. El hedonismo, falto de vinculación con el deber, partidario de la comodidad por naturaleza, sin capacidad para el trabajo y el esfuerzo, se hace arbitrario y caprichoso, ausente de comprensión e insensible, indiferente a la verdad y expuesto al aburrimiento existencial constante».

[18] Ibíd., D. SÖLLE, Sufrimiento (Sígueme, Salamanca 1978) 10.

Consecuencias para los enfermos en los hospitales de hoy:

Grosso modo podemos decir que hoy día el enfermo es cada vez más considerado como objeto de estudio, de investigación, de experimentación de nuevas terapias. Mientras que hasta la Ilustración se le consideraba al enfermo en general siempre en su integridad personal, con una relación personal con el médico o con el sacerdote, rodeado y sostenido por el afecto de sus familiares, con el advenimiento de la medicina moderna el enfermo comienza a ser tratado cada vez menos como persona, y cada vez más como un objeto, aislado del ambiente familiar, y experimenta la soledad en los complejos hospitalarios; Ya no tiene una relación personal con el médico. En los hospitales el médico tiene contactos saltuarios sólo con los familiares para informarles sobre la evolución para bien o para mal de la enfermedad

Se atisban, sin embargo, nuevas tendencias para relacionarse con el enfermo como persona en su integridad. Además de los hospitales donde actúan médicos católicos o con conciencia humana, y donde la asistencia está asegurada por monjas católicas o por personal movido por el respeto y el amor hacia los hospitalizados, surgen formas de medicina que ofrecen terapias integradas respetuosas de los varios aspectos de la persona del enfermo.

Otras respuestas al sufrimiento en nuestros días

Muchas otras son las respuestas al problema del sufrimiento en la enfermedad, en la vejez y frente a la muerte en nuestros días: además de la medicina, el recurso a la magia, a religiones orientales entre las cuales está en boga el Budismo[19], a sectas esotéricas, al espiritismo, a la astrología.

La respuesta de la Revelación

Después de esta rápida mirada echada sobre algunas respuestas al sufrimiento, veamos ahora la respuesta que nos viene de la Revelación. Hay que puntualizar que en el judeo-cristianismo la respuesta al por qué del sufrimiento no llega ya de una búsqueda del hombre única y principalmente, sino que viene de la luz de la revelación de Dios. Dios mismo, que con el pueblo de Israel empieza una historia de salvación, va iluminando poco a poco a su pueblo sobre el significado, sobre el por qué de los males que lo afligen, sobre el por qué de la enfermedad y del sufrimiento.

Esta manifestación del sentido salvífico del sufrimiento será progresiva y alcanzará su culmen en Jesucristo, en el misterio de su Pascua, pasión, muerte y Resurrección.

En el Antiguo Testamento, a través de eventos, Dios va manifestando a su pueblo el valor salvífico del sufrimiento. Cito sólo algunos pasos:

En el Libro del Génesis vemos como el sufrimiento es consecuencia del pecado. Pero:

"... en el relato de la caída, el anuncio de la salvación precede al anuncio del castigo que será infligido a Eva y Adán. Este plan de salvación se realizaría gracias a la alianza establecida con la mujer y la lucha victoriosa sobre la serpiente por el descendiente de la mujer:

"Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo... Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.» A la mujer le dijo: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos... Al hombre le dijo.. «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás». (Gn 3,14ss)

"Este anuncio inicial, por lo tanto, no consiste en castigar sino en salvar... La victoria del hijo de la mujer no se produce sino mediante un combate; supone, pues, un cierto carácter penoso. Se ven perfiladas las luchas que tendrá Jesús contra Satanás y contra aquellos que bajo su influjo le rechazan y le persiguen. Es decir, la victoria no será alcanzada sino mediante el sufrimiento. Entonces en la persona del Salvador el sufrimiento adquiere otro sentido, diferente de manera expresa del juicio de los culpables. En el origen del verdadero sentido del sufrimiento, está el acto misterioso de la generosidad del Padre que responde al hombre que le ha ofendido, no con la cólera sino con el amor que nos manifiesta dándonos un Salvador".[20]

En el libro del Génesis, en la figura de José encontramos un primer ejemplo de lectura de la historia a la luz de Dios, a la luz de la revelación. José, que por envidia fue vendido por sus propios hermanos y deportado a Egipto, después de diversas vicisitudes llega a ser constituido virrey de Egipto. A los hermanos, desconocedores de que recurren a él, constreñidos por la carestía, en el momento en que se deja reconocer les dice:

"Ahora bien, no os pese mal, ni os dé enojo el haberme vendido acá, pues para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros... Dios me ha enviado delante de vosotros para que podáis sobrevivir en la tierra y para salvaros la vida mediante una feliz liberación. O sea, que no fuisteis vosotros los que me enviasteis acá, sino Dios, y Él me ha convertido en padre de Faraón, en dueño de toda su casa y amo de todo Egipto". (Gn. 45, 5ss)

Este es un primer ejemplo de teología de la historia que consiste en saber leer los hechos también dolorosos, de sufrimiento, a la luz de la fe.[21]

Otro ejemplo del valor salvífico del sufrimiento, es decir, del por qué Dios permite el sufrimiento a su pueblo en vistas de su salvación, para llamarlo a conversión, lo hallamos en el libro del Deuteronomio; Dios dice:

"Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh. Date cuenta, pues, de que Yahveh tu Dios te corregía como un hombre corrige a su hijo." (Dt 8,2ss)

En la historia de la salvación vemos como muchas veces Dios permite situaciones de sufrimiento como la deportación y el exilio, para llamar a su pueblo a abandonar la idolatría y a volver a él.

En una época en la que no existía aun la perspectiva de una retribución después de la muerte, en el pueblo de Israel se fue cada vez más difundiendo el convencimiento de que Dios en esta vida premia a los buenos, aquellos que se adhieren y son fieles a la alianza, y castiga a los impíos. (Doctrina de la retribución)

Pero este convencimiento fue poco a poco puesto en tela de juicio sobre todo en el libro de Job en el que se nos presenta el sufrimiento de un inocente. A la pregunta sobre el por qué de su sufrimiento, los amigos de Job contestan con unas teorías, según la doctrina de la retribución, pero no le dan una respuesta convincente, mientras él continúa obstinadamente a profesar su inocencia. Solamente la aparición de Dios, conducirá a Job a reconocer su situación de criatura frente al Creador, y sólo entonces, después de un largo combate con el mismo Dios, sus ojos "verán a Aquel del cual había conocido sólo de oídas" (Cf. Job 42,5). También en este caso el sufrimiento de Job, aunque humanamente inexplicable a la luz de la doctrina de la retribución, ha sido una ocasión de un encuentro personal con Dios.[22] Así habla de esto el Papa Juan Pablo II en su Carta:

"Job, sin embargo, contesta la verdad del principio que identifica el sufrimiento con el castigo del pecado y lo hace en base a su propia experiencia. En efecto, él es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún; expone el bien que ha hecho a lo largo de su vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable. El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia... Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo...[23] Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba. (SD 11)

Otra figura emblemática que prefigura la pasión-muerte de Cristo en vista de su Resurrección es el Siervo de Yahveh. Isaías habla de de él en sus Cantos del siervo de Yahveh: vemos a un inocente, que no combate con Dios como Job para obtener una respuesta, sino que como cordero llevado al matadero se deja conducir al sacrificio. El toma sobre sí mismo nuestros pecados, nuestras dolencias, y a los ojos de todos parece castigado por Dios, pero en realidad él ofrece su sufrimiento y su vida para la salvación de las muchedumbres. Tocamos aquí el punto cumbre de la revelación de Dios sobre el sentido salvífico del sufrimiento en el Antiguo Testamento. El sufrimiento ya no tiene solamente un significado pedagógico para conducir al pueblo a retornar a Dios, a la conversión, sino que en el Siervo de Yahveh adquiere un valor de salvación para los demás.

Será en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre "por nosotros los hombres y por nuestra salvación", que resplandecerá en plenitud el sentido salvífico del sufrimiento.

Después de esta breve mirada al Antiguo Testamento, retomamos ahora el texto de la carta "Salvifici Dolores" del Papa Juan Pablo Para comprender cuanto expone el Papa es importante tener presente la situación de pecado, del que había de liberamos el Salvador prometido. En la Carta Encíclica sobre el Espíritu Santo, comentando la acción del Espíritu Santo que habría "convencido al mundo en lo referente al pecado, al juicio y a la justicia", el Papa Juan Pablo II afirma:

El pecado: la desobediencia

"Según el testimonio del principio, que encontramos en la Escritura y en la Tradición, después de la primera (y a la vez más completa) descripción del Génesis, el pecado en su forma originaria es entendido como «desobediencia», lo que significa simple y directamente trasgresión de una prohibición puesta por Dios... Llamado a la existencia, el ser humano —hombre o mujer— es una criatura. La «imagen de Dios», que consiste en la racionalidad y en la libertad, demuestra la grandeza y la dignidad del sujeto humano, que es persona. Pero este sujeto personal no deja de ser una criatura: en su existencia y esencia depende del Creador. Según el Génesis, «el árbol de la ciencia del bien y del mal» debía expresar y constantemente recordar al hombre el «limite» insuperable para un ser creado. En este sentido debe entenderse la prohibición de Dios: el Creador prohíbe al hombre y a la mujer que coman los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Las palabras de la instigación, es decir de la tentación, como está formulada en el texto sagrado, inducen a transgredir esta prohibición, o sea a superar aquel «límite»: «el día en que comiereis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios ("como dioses), conocedores del bien y del mal".

La «desobediencia» significa precisamente pasar aquel límite que permanece insuperable a la voluntad y a la libertad del hombre como ser creado. Dios creador es, en efecto, la fuente única y definitiva del orden moral en el mundo creado por él. El hombre no puede decidir por sí mismo lo que es bueno y malo, no puede «conocer el bien y el mal como Dios». (Dominum et Vivificantem 36)

El Padre Jean Galot, en el libro citado "¿Por qué el sufrimiento?" comenta:

Por qué el Padre ha elegido el camino del Sufrimiento

¿Por qué el Padre ha elegido el camino del sufrimiento? El Padre podía haber elegido otro camino de salvación, conceder el perdón sin tener que recurrir necesariamente al sacrificio redentor.

Si Él ha querido elegir el camino del sacrificio, es porque ha querido respetar las consecuencias del pecado. Si hubiese perdonado sin exigir una reparación, le habría dado poca importancia a las libres decisiones del hombre. Si hubiese borrado simplemente la culpabilidad, no habría tomado en serio la ofensa del pecado. Por lo tanto en lugar de minimizar esta ofensa, la revelación del Antiguo Testamento tiende a iluminar su gravedad. El Padre da importancia a las opciones de la voluntad humana: Hay aquí una manifestación de su amor hacia el hombre.

En efecto, exigiendo una reparación, Él rinde honor al hombre. Le permite de esta manera una libertad más funcional frente al pecado, y lo solicita a la colaboración en la obra de la salvación. Lo que repara es una actitud opuesta a la ofensa y corrige la desviación de la voluntad y de los sentimientos. Es cierto que la reparación fundamental es cumplida por Cristo, pero el Salvador implica a la humanidad haciéndola partícipe de esta reparación

El Padre ha querido respetar la decisión del pecador que acepta las consecuencias del sufrimiento y de la muerte que derivan del pecado... el pecador debe cargar con los efectos de su falta... pero estas consecuencias, el Padre las transforma, haciendo recaer sobre su Hijo el sufrimiento y la muerte. Es así corno se armoniza su amor salvador con su respeto a la voluntad humana.

Acogiendo el sufrimiento y la muerte, fruto del pecado, y cargándolas sobre su Hijo, el Padre les confiere un nuevo valor. Por sus dolores y su muerte en la cruz, Jesús llegará hasta el extremo del amor. El sufrimiento le permitirá amar en el modo más perfecto. Ya hemos hecho notar que en el Padre la voluntad del sacrificio constituye el ápice de su amor hacia la humanidad. El sufrimiento es el camino en que clamor divino puede manifestarse en la forma más total, es igualmente el camino por el que el amor humano de Cristo puede llegar a su máxima expresión: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13) (Jean Galot, ¿por qué el sufrimiento?, p. 151)

Por eso La Carta a los Hebreos explicita:

"Por tanto, así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud... Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados" (Hb 2,14ss).

La verdadera respuesta al "por qué" del sufrimiento, en la revelación del amor divino

"Pero para poder percibir la verdadera respuesta al «por qué» del sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la Revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente. El amor es también la fuente más rica sobre el sentido del sufrimiento, que es siempre un misterio; somos conscientes de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones. Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el «por qué» del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino... El Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento Esta pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo. (SD 13)[24]

El sufrimiento en la dimensión de la Redención

«Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Fi no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16).

Estas palabras, pronunciadas por Cristo en el coloquio con Nicodemo, nos introducen al centro mismo de la acción salvífica de Dios... Salvación significa liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento. Según las palabras dirigidas a Nicodemo, Dios da su Hijo al «mundo» para librar al hombre del mal, que lleva en sí la definitiva y absoluta perspectiva del sufrimiento. Contemporáneamente, la misma palabra «da» («dió») indica que esta liberación debe ser realizada por el Hijo unigénito mediante su propio sufrimiento. Y en ello se manifiesta el amor, el amor infinito, tanto de ese 1-lijo unigénito como del Padre, que por eso «da» a su Hijo. Este es el amor hacia el hombre, el amor por el «mundo»: el amor salvífico.

Nos encontramos aquí ante una dimensión completamente nueva de nuestro tema. Es una dimensión diversa de la que determinaba y en cierto sentido encerraba la búsqueda del significado del sufrimiento dentro de los límites de la justicia.

Esta es la dimensión de la redención, a la que el Antiguo Testamento ya parecía ser un preludio... Las palabras antes citadas del coloquio de Jesús con Nicodemo se refieren al sufrimiento en su sentido fundamental y definitivo. Dios da su Hijo unigénito, para que el hombre «no muera»; y el significado del «no muera» está precisado claramente en las palabras que siguen: «sino que tenga la vida eterna».

El hombre «muere», cuando pierde «la vida eterna». Lo contrario de la salvación no es, pues, solamente el sufrimiento temporal, cualquier sufrimiento, sino el sufrimiento definitivo: la pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación.

El Hijo unigénito ha sido dado a la humanidad para proteger al hombre, ante todo, de este mal definitivo y del sufrimiento definitivo. En su misión salvífica El debe, por tanto, tocar el mal en sus mismas raíces transcendentales, en las que éste se desarrolla en la historia del hombre. Estas raíces transcendentales del mal están fijadas en el pecado y en la muerte: en efecto, éstas se encuentran en la base de la pérdida de la vida eterna. La misión del Hijo unigénito consiste en vencer el pecado y la muerte. El vence el pecado con su obediencia hasta la muerte, y vence la muerte con su resurrección". (SD 14)

Cristo por medio de su cruz toca las raíces del mal y nos salva

"Cristo va hacia su pasión y muerte con toda la conciencia de la misión que ha de realizar de este modo. Precisamente por medio de este sufrimiento suyo hace posible «que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna». Precisamente por medio de su cruz debe tocar las raíces del mal, plantadas en la historia del hombre y en las almas humanas. Precisamente por medio de su cruz debe cumplir la obra de la salvación. Esta obra, en el designio del amor eterno, tiene un carácter redentor". (SD 16)

El poema del Siervo sufriente

"El Poema del Siervo doliente contiene una descripción en la que se pueden identificar, en un cierto sentido, los momentos de la pasión de Cristo en sus diversos particulares: la detención, la humillación, las bofetadas, los salivazos, el vilipendio de la dignidad misma del prisionero, el juicio injusto, la flagelación, la coronación de espinas y el escarnio, el camino con la cruz, la crucifixión y la agonía.[25]

Más aún que esta descripción de la pasión nos impresiona en las palabras del profeta la profundidad del sacrificio de Cristo. El, aunque inocente, se carga con los sufrimientos de todos los hombres, porque carga con los pecados de todos. «Yahveh cargó sobre él la iniquidad de todos»: todo el pecado del hombre en su extensión y profundidad es la verdadera causa del sufrimiento del Redentor.

En su sufrimiento los pecados son borrados precisamente porque únicamente Él, como Hijo unigénito, pudo cargarlos sobre sí, asumirlos con aquel amor hacia el Padre que supera el mal de todo pecado; en un cierto sentido aniquila este mal en el ámbito espiritual de las relaciones entre Dios y la humanidad, y llena este espacio con el bien.[26]

Encontramos aquí la dualidad de naturaleza de un único sujeto personal del sufrimiento redentor. Aquél que con su pasión y muerte en la cruz realiza la Redención, es el Hijo unigénito que Dios «dio». Y al mismo tiempo este Hijo de la misma naturaleza que el Padre, sufre como hombre. Su sufrimiento tiene dimensiones humanas, tiene también una profundidad e intensidad -únicas en la historia de la humanidad- que, aun siendo humanas, pueden tener también una incomparable profundidad e intensidad de sufrimiento, en cuanto que el Hombre que sufre es en persona el mismo Hijo unigénito: «Dios de Dios». Por lo tanto, solamente El -el Hijo unigénito- es capaz de abarcar la medida del mal contenida en el pecado del hombre: en cada pecado y en el pecado «total», según las dimensiones de la existencia histórica de la humanidad sobre la tierra. (SD 17)

Cristo sufre voluntariamente y sufre inocentemente

Cristo sufre voluntariament[27] y sufre inocentemente. Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres, ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el Libro de Job. Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (y esto de una manera todavía más radical, ya que El no es sólo un hombre como Job, sino el unigénito Hijo de Dios), pero lleva también el máximo de la posible respuesta a este interrogante. La respuesta emerge, se podría decir, de la misma materia de la que está formada la pregunta. Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento, el cual está integrado de una manera orgánica e indisoluble con las enseñanzas de la Buena Nueva. Esta es la palabra última y sintética de ésta enseñanza: «la doctrina de la Cruz», como dirá un día San Pablo. (SD 18)

La "palabra de la cruz": verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento

Esta «doctrina de la Cruz» llena con una realidad definitiva la imagen de la antigua profecía. Muchos lugares, muchos discursos durante la predicación pública de Cristo atestiguan cómo Él acepta ya desde el inicio este sufrimiento, que es la voluntad del Padre para la salvación del mundo.

Sin embargo, la oración en Getsemaní tiene aquí una importancia decisiva. Las palabras: «Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú»; y a continuación: «Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad» (Mt 26,42), tienen una multiforme elocuencia. Prueban la verdad de aquel amor, que el Hijo unigénito da al Padre en su obediencia. Al mismo tiempo, demuestran la verdad dé su sufrimiento.

Las palabras de la oración de Cristo en Getsemaní prueban la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento. Las palabras de Cristo confirman con toda sencillez esta verdad humana del sufrimiento hasta lo más profundo: el sufrimiento es padecer el mal, ante el que el hombre se estremece. El dice: «pase de mí», precisamente como dice Cristo en Getsemaní.

Sus palabras demuestran a la vez esta única e incomparable profundidad e intensidad del sufrimiento, que pudo experimentar solamente el Hombre que es el Hijo unigénito; demuestran aquella profundidad e intensidad que las palabras proféticas antes citadas ayudan, a su manera, a comprender. No ciertamente hasta lo más profundo (para esto se debería entender el misterio divino-humano del Sujeto), sino al menos para percibir la diferencia (y a la vez semejanza) que se verifica entre todo posible sufrimiento del hombre y el del Dios-Hombre. Getsemaní es el lugar en el que precisamente este sufrimiento, expresado en toda su verdad por el profeta sobre el mal padecido en él mismo, se ha revelado casi definitivamente ante los ojos de Cristo.

Después de las palabras en Getsemaní vienen las pronunciadas en el Gólgota, que atestiguan esta profundidad -única en la historia del mundo- del mal del sufrimiento que se padece. Cuando Cristo dice: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», puede decirse que estas palabras sobre el abandono nacen en el terreno de la inseparable unión del Hijo con el Padre, y nacen porque el Padre «cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (ls 53,6) y sobre la idea de lo que dirá San Pablo: «A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros» (2
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Cor 5,21). Junto con este horrible peso, midiendo «todo» el mal de dar las espaldas a Dios, contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina de la unión filial con el Padre, percibe de manera humanamente inexplicable este sufrimiento que es la separación, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios. Pero precisamente mediante tal sufrimiento Él realiza la Redención, y expirando puede decir: «Todo está cumplido» (Jn 19,30)...

El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor[28], a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva. En ella debemos plantearnos también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante. (SD 18)

El misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual

"La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la resurrección: EL MISTERIO DE LA PASIÓN ESTÁ INCLUIDO EN EL MISTERIO PASCUAL. Los testigos de la pasión de Cristo son a la vez testigos de su resurrección. Escribe San Pablo: «Para conocerle a El y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándome a El en su muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos» (Fil 3,10-11). Verdaderamente el Apóstol experimentó antes «la fuerza de la resurrección» de Cristo en el camino de Damasco, y sólo después, en esta luz pascual, llegó a la «participación en sus padecimientos», de la que habla, por ejemplo, en la carta a los Gálatas. La vía de Pablo es claramente pascual: la participación en la cruz de Cristo se realiza a través de la experiencia del Resucitado, y por tanto mediante una especial participación en la resurrección.[29] Por esto, incluso en la expresión del Apóstol sobre el tema del sufrimiento aparece a menudo el motivo de la gloria, a la que da inicio la cruz de Cristo.

Los testigos de la cruz y de la resurrección estaban convencidos de que «por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios». (Hch 14,22) (SD 21)

La resurrección de Cristo ha revelado «la gloria del siglo futuro» y, contemporáneamente, ha confirmado «el honor de la Cruz»: aquella gloria que está contenida en el sufrimiento mismo de Cristo, y que muchas veces se ha reflejado y se refleja en el sufrimiento del hombre, como expresión de su grandeza espiritual. Hay que reconocer el testimonio glorioso no sólo de los mártires de la fe, sino también de otros numerosos hombres que a veces, aun sin la fe en Cristo, sufren y dan la vida por la verdad y por una justa causa. En los sufrimientos de todos estos, es confirmada de modo particular la gran dignidad del hombre. (SD 22)

Participar en los sufrimientos de Cristo para participar en su gloria

En nuestra debilidad se manifiesta el poder de Cristo

En el sufrimiento (enfermedad, vejez, muerte) experimentamos nuestra radical impotencia, debilidad, pero por la presencia de Cristo vivo en nosotros, ésta se convierte en una ocasión para que se manifieste en nosotros la potencia de su gloria.

El sufrimiento, en efecto, es siempre una prueba -a veces una prueba bastante dura-, a la que es sometida la humanidad. Desde las páginas de las cartas de San Pablo nos habla con frecuencia aquella paradoja evangélica de la debilidad y de la fuerza, experimentada de manera particular por el Apóstol mismo y que, junto con él, prueban todos aquellos que participan en los sufrimientos de Cristo. El escribe en la segunda carta a los Corintios: «Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo» (2 Cor 12,9)... Y en la carta a los Filipenses dirá incluso: «Todo lo puedo en aquél que me conforta». (Fil 4,13)

Quienes participan en los sufrimientos de Cristo tienen ante los ojos el misterio pascual de la cruz y de la resurrección, en la que Cristo desciende, en una primera fase, hasta el extremo de la debilidad y de la impotencia humana; en efecto, El muere clavado en la cruz. Pero si al mismo tiempo en esta debilidad se cumple su elevación, confirmada con la fuerza de la resurrección, esto significa que las debilidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser penetradas por la misma fuerza de Dios, que se ha manifestado en la cruz de Cristo. En esta concepción sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad en Cristo. En El Dios ha demostrado querer actuar especialmente por medio del sufrimiento, que es la debilidad y la expoliación del hombre, y querer precisamente manifestar su fuerza en esta debilidad y en esta expoliación.

En la carta a los Romanos el apóstol Pablo se pronuncia todavía más ampliamente sobre el tema de este «nacer de la fuerza en la debilidad», del vigorizarse espiritualmente del hombre en medio de las pruebas y tribulaciones, que es la vocación especial de quienes participan en los sufrimientos de Cristo. «Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, una virtud probada, y la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado». (Rm 5,3-5) En el sufrimiento está como contenida una particular llamada a la virtud, que el hombre debe ejercitar por su parte.

Esta es la virtud de la perseverancia al soportar lo que molesta y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que mantiene en él la convicción de que el sufrimiento no prevalecerá sobre él, no lo privará de su propia dignidad unida a la conciencia del sentido de la vida. Y así, este sentido se manifiesta junto con la acción del amor de Dios, que es el don supremo del Espíritu Santo. A medida que participa de este amor, el hombre se encuentra hasta el fondo en el sufrimiento: reencuentra «el alma», que le parecía haber «perdido» a causa del sufrimiento. (SD 23)

En el sufrimiento se esconde una fuerza particular que acerca interiormente el hombre a Cristo

A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. Este descubrimiento es una confirmación particular de la grandeza espiritual que en el hombre supera el cuerpo de modo un tanto incomprensible. Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales.[30]

Esta madurez interior y grandeza espiritual en el sufrimiento, ciertamente son fruto de una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado. El mismo es quien actúa en medio de los sufrimientos humanos por medio de su-Espíritu de Verdad, por medio del Espíritu Consolador... El es -como Maestro y Guía interior- quien enseña al hermano y a la hermana que sufren este intercambio admirable, colocado en lo profundo del misterio de la redención. El sufrimiento es, en sí mismo, probar el mal. Pero Cristo ha hecho de él la más sólida base del bien definitivo, o sea del bien de la salvación eterna.

Cristo con su sufrimiento en la cruz... ha vencido al artífice del mal, que es Satanás, y su rebelión permanente contra el Creador. Ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo abre y despliega gradualmente los horizontes del Reino de Dios, de un mundo convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado, que se está edificando sobre el poder salvífico del amor. Y, de una forma lenta pero eficaz, Cristo introduce en este mundo, en este Reino del Padre al hombre que sufre, en cierto modo a través de lo íntimo de su sufrimiento. En efecto, el sufrimiento no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior, sino interior. Cristo, mediante su propio sufrimiento salvífico, se encuentra muy dentro de todo sufrimiento humano, y puede actuar desde el interior del mismo con el poder de su Espíritu de Verdad, de su Espíritu Consolador.[31] (SD 26)

El valor del sufrimiento se descubre en un camino progresivo

Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera. A menudo comienza y se instaura con dificultad. El punto mismo de partida es ya diverso; diversa es la disposición, que el hombre lleva en su sufrimiento. Se puede sin embargo decir que casi siempre cada uno entra en el sufrimiento con una protesta típicamente humana y con la pregunta del «por qué». Se pregunta sobre el sentido del sufrimiento y busca una respuesta a esta pregunta a nivel humano. Ciertamente pone muchas veces esta pregunta también a Dios, al igual que a Cristo. Además, no puede dejar de notar que Aquel, a quien pone su pregunta, sufre El mismo, y por consiguiente quiere responderle desde la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. Sin embargo a veces se requiere tiempo, hasta mucho tiempo, para que esta respuesta comience a ser interiormente perceptible. En efecto, Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.[32]

La respuesta del Señor al sufrimiento no es abstracta: es una llamada "¡Sígueme!"

La respuesta que llega mediante esta participación, a lo largo del camino del encuentro interior con el Maestro, es a su vez algo más que una mera respuesta abstracta a la pregunta acerca del significado del sufrimiento. Esta es, en efecto, ante todo una llamada. Es una vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: «Sígueme», «Ven», toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido, a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual. (SD 26)


Alegría en el sufrimiento

De esta alegría habla el Apóstol en la carta a los Colosenses: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros» (Col 1,24). Se convierte en fuente de alegría la superación del sentido de inutilidad del sufrimiento, sensación que a veces está arraigada muy profundamente en el sufrimiento humano. Este no sólo consume al hombre dentro de sí mismo, sino que parece convertirlo en una carga para los demás. El hombre se siente condenado a recibir ayuda y asistencia por parte de los demás y, a la vez, se considera a sí mismo inútil. El descubrimiento del sentido salvífico del sufrimiento en unión con Cristo transforma esta sensación deprimente. (SD 27)


Notas

[19] Ignacio Serrada Sotil, ob. cit., p. 44-45 «Buda, que significa iluminado o despierto, era el nombre descriptivo que recibió un príncipe indio, Siddharta Gautama, por haber llegado a un estado de completo conocimiento. E] sendero budista no tiene otro propósito sino conducir a un similar estado de conocimiento, y a la liberación del temor y el sufrimiento que tal conocimiento implica». La doctrina (dharma) de Buda tiene su base en las cuatro dukkha. El que encuentra la iluminación en este aspecto y no se abandona a una vida fácil y engañosa, alcanza la segunda noble verdad, que es la verdad sobre la causa del sufrimiento. Esta causa es el deseo, que nos devora constantemente en todos los ámbitos de la vida, y que lleva asociada la decepción por no alcanzar aquello que deseamos. Así, la tercera es la noble Verdad sobre la cesación del sufrimiento: «la enseñanza de Buda afirma que solamente arrancando de raíz la causa del sufrimiento (dukkha), es decir el deseo, se puede alcanzar un estado en el que no vuelva a surgir dicho dukkha. Este estado, el estado de no aparición de dukkha, se llama Nibbana»19 . (Cf. H. Saddhatissa, Introducción al budismo, Alianza, Madrid 41985)

[20] Jean Galot, ¿Por qué el sufrimiento?, Caparrós Editores, Madrid 2006, 136-137. Un óptimo libro sobre el sentido cristiano del sufrimiento.

[21] Para quien desee profundizar en una lectura de la historia pasada y reciente a la luz de la fe aconsejo el último libro del Papa Juan Pablo II, Memoria e identidad, La Esfera de los Libros, Madrid 2005. Y también el libro de Georges Huber, Dio é il Signore della storia, per una visione cristiana della storia, Ed. Mássimo, 1982; [Le bras de Dieu, pour un vision chrétienne de l´histoire, Librairie Tequi, Paris 1976]. Escrito por un laico para laicos cristianos, se basa como fuentes principales en Santo Tomás, La Escritura, los Padres de la Iglesia, el Magisterio.

[22] Por falta de tiempo es imposible exponer la figura de Job, muy actual para nosotros. Una exposición muy rica sobre el libro de Job a la luz de Jesucristo es la de Emiliano Jiménez Hernández, Job, crisol de la Grafite ediciones, Baracaldo 1999. Óptimo es también el libro de Gianfranco Ravasi, Giobbe, traduzione e commento, Borla 2005.

[23] Jesús reacciona contra una interpretación unívoca y demasiado rígida del vínculo entre pecado y enfermedad: A los discípulos que le preguntaban a la vista de un ciego de nacimiento «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios». (Jn 9, 1ss)

[24]El Papa Benedicto XVI en la Carta Encíclica "Deus Caritas est", dice así: "Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del Padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: «Dios es amor» (I Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar" (n. 12).

[25] Cristo actualmente es glorificado y ya no sufre más, y toda nuestra vida de fe, nuestra oración y nuestra contemplación se refieren siempre al Cristo real, que actualmente está en rente de nosotros, es decir, al Cristo glorioso... a pesar de esto la meditación de los hechos y estados de la vida terrenal de Jesús es posible y es razonable. Nosotros no vemos al Cristo Glorioso, él se revela a nosotros solamente a través de los hechos pasados, descritos en el Evangelio; el influjo actual del Espíritu es precisamente recordar e interpretar a través de estos hechos, el amor de Cristo que nos salva, tal como se manifestó en los "misterios" de su vida terrenal, y permanece actualmente. "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8). Flick-Alszeghy, ob. cit. p. 363.

[26] En este texto el Papa Juan Pablo II indica que el sufrimiento más grande de Jesucristo, aun más que en su crucifixión, se da en el Getsemaní. Normalmente la agonía marca el último momento antes de morir, en Jesucristo acontece en la agonía del Getsemaní, antes de la crucifixión, como el Papa explicita más adelante.

[27] ”El cual, cuando iba a ser entregado a su pasión voluntariamente aceptada" cantarnos en la Anáfora II de la Eucaristía.

[28] En el sacrificio del hijo del hombre, el Espíritu Santo está presente y actúa como en su concepción, en su venida al mundo, en su vida escondida y en su ministerio público. Según la Carta a los Hebreos, en el camino de su "salida" a través del Getsemaní y el Gólgota, el mismo Cristo Jesús en su propia humanidad se abrió totalmente a esta acción del Espíritu-Paráclito, que desde el sufrimiento hace surgir el eterno amor salvífico. Él, pues, "fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia". De este modo, esa Carta demuestra cómo la humanidad, sometida al pecado en los descendientes del primer Adán, en Cristo Jesús ha llegado a estar perfectamente sometida a Dios y unida a El y, al mismo tiempo, llena de misericordia hacia todos los hombres.

[29] "Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los y complete en nosotros y en toda su Iglesia.

Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros.

Por esto, San Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la lglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud, es decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo apóstol dice, en otro lugar, que él completa en su carne los dolores de Cristo.

De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, escondida con él en Dios.

Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos, y resucitemos con el y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él una vida gloriosa y eterna en el cielo" (Del Tratado El Reino de Jesús, de San Juan Eudes, sacerdote).

[30]Para el que tenga interés me permito señalar el libro de Domenico Mondrone, Angiolino, Edizioni Centro Volontari Della Sofferenza, Via dei Bresciani 2, 00186 Roma 1983; [en español: Domenico Mondrone, angelo, Edibesa, Madrid 2003]. Se trata de la vida de un amigo mío, el Venerable Angiolino Bonetta, del que está en curso la causa de beatificación. Un testimonio de cómo actúa el Señor en un muchacho de 14 años, afectado por el cáncer. En un tiempo como el nuestro en que se aprueba la ley de la eutanasia para chicos afectados por enfermedades terminales, es un testimonio de actualidad.

[31] “… Jesús no duda en proclamar la bienaventuranza de los que sufren: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados...» (Mt 5,4) Sólo se puede entender esta bienaventuranza si se admite que la vida humana no se limita al tiempo de la permanencia en la tierra, sino que se proyecta hacia el gozo perfecto y la plenitud de vida en el más allá. El sufrimiento terreno, cuando se acepta con amor, es como una fruta amarga que encierra la semilla de la vida nueva, el tesoro de la gloria divina que será concedida al hombre en la eternidad" (Catequesis del Papa a los enfermos, Roma 27 de abril de 1994, 3).

[32] En la medida en que frente al sufrimiento cerramos nuestro corazón a Dios, este se transforma en un insoportable peso y angustia; al contrario, en la medida en que nuestro corazón se abre a Dios, abandonándonos a su voluntad, fluye en nosotros la fuerza de Cristo resucitado que nos infunde paz y a la vez también alegría.


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