El Señor nos llama a la santidad y nos indica el camino: la caridad. No se trata de dar una simple asistencia social. El verdadero amor, se traduce en gestos muy concretos. El amor de donación abraza a todos, no puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo. No es una caridad para ejercer sólo con los que nos agradan, o para las grandes ocasiones. Es en los pequeños detalles donde se construye la caridad.
La caridad nos exige una gran santidad y la santidad verdadera se fragua en la caridad. Si no hay caridad, con todas sus consecuencias, vamos gastando la vida engañándonos a nosotros mismos. La santidad y la caridad no se teorizan, se viven.
La caridad no es un estado anímico que nos llega, sino que es una virtud que se adquiere con voluntad y generosidad. Qué mejor penitencia para esta Cuaresma que ofrecerle a nuestro prójimo una sonrisa, un gesto amable, un servicio generoso.
No tengamos en la vida otra tarea, otra ocupación, otra ilusión que la de ser santos, viviendo la caridad como Cristo.
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