martes, 28 de febrero de 2012

LA VEJEZ






Además de la enfermedad y del sufrimiento, una ulterior etapa que nos espera, aun sin saber para cuántos de nosotros, es la vejez. El Consilium pro laicis, en un documento sobre la dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo[48] afirma:

"Las conquistas de la ciencia, y los correspondientes progresos de la medicina, han contribuido en forma decisiva, en los últimos decenios, a prolongar la duración media de la vida humana. La «tercera edad» abarca una parte considerable de la población mundial: se trata de personas que salen de los circuitos productivos, disponiendo aún de grandes recursos y de la capacidad de participar en el bien común. A este grupo abundante de «young old» («ancianos jóvenes», como definen los demógrafos según la nuevas categorías de la vejez a las personas de los 65 a los 75 años de edad), se agrega el de los « oldest old » («los ancianos más ancianos», que superan los 75 años), la cuarta edad, cuyas filas están destinadas a aumentar siempre más.

El Papa Juan Pablo II en su "Carta a los ancianos"[49] escribe: ¿Qué es la vejez?

A San Efrén el Sirio le gustaba comparar la vida con los dedos de una mano, bien para demostrar que los dedos no son más largos de un palmo, bien para indicar que cada etapa de la vida, al igual que cada dedo, tiene una característica peculiar, y «los dedos representan los cinco peldaños sobre los que el hombre avanza». Por tanto, así como la infancia y la juventud son el periodo en el cual el ser humano está en formación, vive proyectado hacia el futuro y, tomando conciencia de sus capacidades, traza proyectos para la edad adulta, también la vejez tiene sus ventajas porque -como observa San Jerónimo-, atenuando el ímpetu de las pasiones, «acrecienta la sabiduría y da consejos más maduros». En cierto sentido, es la época privilegiada de aquella sabiduría que generalmente es fruto de la experiencia, porque «el tiempo es un gran maestro». Es bien conocida la oración del Salmista: «Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos la sabiduría del corazón» (Sal 90 [89], 12).[50]

En la vejez serán lozanos y frondosos, para anunciar que el Señor es recto

Así pues, a la luz de la enseñanza y según la terminología propia de la Biblia, la vejez se presenta como un «tiempo favorable» para la culminación de la existencia humana y forma parte del proyecto divino sobre cada hombre, como ese momento de la vida en el que todo confluye, permitiéndole de este modo comprender mejor el sentido de la vida y alcanzar la «sabiduría del corazón».[51] Es la etapa definitiva de la madurez humana y, a la vez, expresión de la bendición divina.[52]

"Si la vida es una peregrinación hacia la patria celestial, la ancianidad es el tiempo en el que más naturalmente se mira hacia el umbral de la eternidad... Son años para vivir con un sentido de confiado abandono en las manos de Dios, Padre providente y misericordioso; un periodo que se ha de utilizar de modo creativo con vistas a profundizar en la vida espiritual,[53] mediante la intensificación de la oración y el compromiso de una dedicación a los hermanos en la caridad. El ocaso de la existencia terrena tiene los rasgos característicos de un «paso», de un puente tendido desde la vida a la vida, entre la frágil e insegura alegría de esta tierra y la alegría plena que el Señor reserva a sus siervos fieles: «¡Entra en el gozo de tu Señor! » (Mt 25, 21). (n. 14 y 16)

La calidad de nuestra vejez dependerá de nuestra visión de fe

"Está muy difundida, hoy, en efecto, la imagen de la tercera edad como fase descendiente, en la que se da por descontada la insuficiencia humana y social. Se trata, sin embargo, de un estereotipo que no corresponde a una condición que, en realidad, está mucho más diversificada, pues los ancianos no son un grupo humano homogéneo y la viven de modos muy diferentes. Existe una categoría de personas, capaces de captar el significado de la vejez en el transcurso de la existencia humana, que la viven no sólo con serenidad y dignidad, sino como un período de la vida que presenta nuevas oportunidades de desarrollo y empeño. Y existe otra categoría -muy numerosa en nuestros días- para la cual la vejez es un trauma. Personas que, ante el pasar de los años, asumen actitudes que van desde la resignación pasiva hasta la rebelión y el rechazo desesperados. Personas que, al encerrarse en sí mismas y colocarse al margen de la vida, dan principio al proceso de la propia degradación física y mental.[54]

La calidad de nuestra vejez dependerá sobre todo de nuestra capacidad de apreciar su sentido y su valor, tanto en el ámbito meramente humano como en el de la fe. Es necesario, por tanto, situar la vejez en el marco de un designio preciso de Dios que es amor, viviéndola como una etapa del camino por el cual Cristo nos lleva a la casa del Padre (cf. Jn 14, 2). Sólo a la luz de la fe, firmes en la esperanza que no engaña (cf. Rom 5, 5), seremos capaces de vivirla como don y como tarea, de manera verdaderamente cristiana. Ese es el secreto de la juventud espiritual, que se puede cultivar a pesar de los años»[55]

Nosotros sabemos que los ancianos, aún cuando están imposibilitados, enfermos, son una gracia para toda la familia. Aunque en determinados momentos puede llegar a ser pesado y difícil cuidarlos, el bien que deriva para la familia, tanto a los hijos como también a los nietos, es inestimable: la presencia de un anciano, aún tratándose de un enfermo crónico, ayuda a todos a madurar en la fe.

Por eso, en nuestras Comunidades las familias tienen consigo a los padres o suegros ancianos y no los echan a los asilos. El ambiente familiar de acogida, de amor y de afecto es siempre percibido por ellos como positivo y los ayuda en su enfermedad y en su deterioro progresivo. Los ayuda mucho, también cuando parece que sean inconscientes, la participación en las Liturgias domésticas, en las oraciones, en los Salinos, en los cantos; los perciben y los ayuda a rezar con ellos.

El lugar de los ancianos está dentro de la familia

"Mientras en algunas culturas las personas de edad más avanzada permanecen dentro de la familia con un papel activo importante, por el contrario, en otras culturas el viejo es considerado como un peso inútil y es abandonado a su propia suerte. En semejante situación puede surgir con mayor facilidad la tentación de recurrir a la eutanasia. La marginación o incluso el rechazo de los ancianos son intolerables. Su presencia en la familia o al menos la cercanía de la misma a ellos, cuando no sea posible por la estrechez de la vivienda u otros motivos, son de importancia fundamental para crear un clima de intercambio recíproco y de comunicación enriquecedora entre las distintas generaciones.[56] Por ello, es importante que se conserve, o se restablezca donde se ha perdido, una especie de «pacto» entre las generaciones, de modo que los padres ancianos, llegados al término de su camino, puedan encontrar en sus hijos la acogida y la solidaridad que ellos les dieron cuando nacieron: lo exige la obediencia al mandamiento divino de honrar al padre y a la madre (cf. Ex 20, 12; Lv 19, 3). Pero hay algo más. El anciano no se debe considerar sólo como objeto de atención, cercanía y servicio. También él tiene que ofrecer una valiosa aportación al Evangelio de la vida. Gracias al rico patrimonio de experiencias adquirido a lo largo de los años, puede y debe ser transmisor de sabiduría, testigo de esperanza y de caridad. (EV 94)

La misión de testimoniar y de pasar la fe a las nuevas generaciones

"Es deber de la Iglesia hacer adquirir a los ancianos una viva conciencia de la tarea que tienen, ellos también, de transmitir al mundo el Evangelio de Cristo, revelando a todos el misterio de su perenne presencia en la historia. Y hacerlos también conscientes de la responsabilidad que se desprende, para ellos, de ser testigos privilegiados --ante la comunidad humana y cristiana­da la fidelidad de Dios, que mantiene siempre sus promesas al hombre".

"Como ha sido el caso, por ejemplo, en los regímenes totalitarios ateos del socialismo real en el siglo veinte. ¿Quién no ha oído hablar de las «babuskas» rusas? Las abuelas que, durante largas décadas en las que cualquier expresión de fe equivalía a ejercer una actividad criminal, fueron capaces de mantener viva la fe cristiana, transmitiéndola a las generaciones de sus nietos. Gracias a su valor, no desapareció totalmente la fe en los países ex-comunistas, y hoy existe un punto de apoyo -aunque mínimo- para la nueva evangelización".[57]

"Deseo referirme ahora a los abuelos, tan importantes en las familias. Ellos pueden ser -y son tantas veces-- los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojalá que, bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar. Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte. (Papa Benedicto XVI, 8 de julio de 2006).

Tiempo de sencillez y de contemplación

En una sociedad como la nuestra, dominada por los afanes, la agitación y, no raramente, por las neurosis; es una vida desordenada, que olvida los interrogantes fundamentales sobre la vocación, la dignidad y el destino del hombre, la tercera edad es, además, la edad de la sencillez, de la contemplación... El anciano capta muy bien la superioridad del «ser» respecto al «hacer» y al «tener». Las sociedades humanas serán mejores si sabrán aprovechar los carismas de la vejez....

El testimonio del Papa Juan Pablo II: anciano, enfermo más joven de espíritu

"Un ejemplo extraordinario de esta verdad nos lo da Juan Pablo II, gran testigo, también en esto, para el hombre actual. El Papa vive su vejez con extrema naturalidad. Lejos de ocultarla (¿quién no lo ha visto bromear con su bastón?), la pone ante los ojos de todos. Con serena sencillez, dice de sí mismo: «Soy un sacerdote anciano». Vive la propia vejez en la fe, al servicio del mandato que le ha sido confiado por Cristo. No se deja condicionar por la edad. Sus setenta y ocho años cumplidos no lo han privado de la juventud del espíritu. Su innegable fragilidad física no ha hecho mella, en lo más mínimo, en el entusiasmo con que se dedica a su misión de Sucesor de Pedro. Sigue sus viajes apostólicos por todos los continentes. Y es sorprendente constatar cómo su palabra adquiere siempre mayor fuerza, cómo llega, más que nunca, hasta el corazón de las personas".[58]

Notas
[48] Consilium pro laicis, La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo, Roma 1998.

[49] Juan Pablo II, Carta a los ancianos, Ediciones Paulinas 1999.

[50]Ibíd., n. 5.

[51] "La ancianidad venerable - observa el Libro de la Sabiduría - no es la de los muchos días ni se mide por el número de años; la verdadera canicie para el hombre es la sabiduría, y la edad provecta, una vida inmaculada". (4, 8-9)

[52] Ibíd., n. 8.

[53] Corno veremos más adelante, nuestra actividad interior no termina con la muerte, sino que continúa en la vida eterna. Es, por tanto, contrario a la visión cristiana pensar que con la vejez y con la muerte se acaba todo. En realidad un cristiano, por la presencia del Espíritu Santo que siempre lo instruye, jamás se jubila; con la muerte seguirá de manera nueva la vida activa en el Señor.

[54] En este encerrarse en sí mismos juega mucho el orgullo, por lo que tal vez resulta difícil o imposible aceptar el tener que depender de los demás. Se toma la excusa de no querer ser un lastre, de no querer molestar, pero en el fondo se rechaza el hecho de que Dios nos ha creado limitados y por eso interdependiente, necesitado de la ayuda de los demás. En realidad, en su Sabiduría Dios dispuso la vejez y la inhabilidad como escuela para la humildad, para hacernos pequeños para entrar en el Reino.

[55] Consilium pro laicis, La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo, Roma 1998.

[56] "El ideal sigue siendo la permanencia del anciano en la familia, con la garantía de eficaces ayudas sociales para las crecientes necesidades que conllevan la edad o la enfermedad. Sin embargo, hay situaciones en las que las mismas circunstancias aconsejan o imponen el ingreso en «residencias de ancianos», para que el anciano pueda gozar de la compañía de otras personas y recibir una asistencia específica. Dichas instituciones son, por tanto, loables y la experiencia dice que pueden prestar un precioso servicio, en la medida en que se inspiran en criterios no sólo de eficacia organizativa, sino también de una atención afectuosa. Todo es más fácil, en este sentido, si se establece una relación con cada uno de los ancianos residentes por parte de familiares, amigos y comunidades parroquiales, que los ayude a sentirse personas amadas y todavía útiles para la sociedad. Sobre este particular, ¿cómo no recordar can admiración y gratitud a las congregaciones religiosas y los grupos de voluntariado que se dedican con especial cuidado precisamente a la asistencia de los ancianos, sobre todo de aquellos más pobres, abandonados o en dificultad? (Carta a los Ancianos, Papa Juan Pablo II, 13).

[57] Consilium pro laicis, La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el inundo, Roma 1998.

[58] Ibíd.

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