miércoles, 12 de octubre de 2016

Santa Narcisa de Jesús

�Para sufrir he venido al mundo�
Oraci�n, contemplaci�n, grandes penitencias y sacrificios fueron los caminos que guiaron a esta alma elegida a cumplir con su vocaci�n de v�ctima expiatoria, que le mereci� la gloria de los altares. Benedicto XVI la canoniz� el d�a 12 de Octubre de 2008.


    La oscuridad y el silencio de la noche embargan las largas y polvorientas calles de una importante ciudad del litoral ecuatoriano. Continuas brisas de verano producen un suave murmullo que se mezcla con el ruido de hojas secas rodando lentamente al impulso del viento. Alrededor de la plaza y de la Catedral se vislumbran aristocr�ticas residencias familiares, cuyos habitantes, por lo avanzado de la hora, ya se encuentran en pleno descanso.
Do�a Silvania Gellibert de Negrete, noble dama guayaquile�a, acaba de despertar de su profundo sue�o al escuchar fuertes golpes. �Qu� ser� lo que los ocasiona a tan altas horas de la madrugada?
    Presurosa y asustada se dirige al lugar de donde provienen los sonidos. T�midamente acerca su o�do a las paredes para escuchar detenidamente. Oye violentos azotes y, al mismo tiempo, fervorosas oraciones pidiendo perd�n a Dios por los pecados de los hombres. At�nita y a la vez con mucha curiosidad, Do�a Silvania agudiza su vista. Por una de las rendijas de la pared de madera, observa sorprendida a su joven hu�sped de rodillas delante de un crucifijo, coronada de espinas, con la espalda ensangrentada, castigando cruelmente su cuerpo con un l�tigo de puntas de acero.
    �Qui�n ser� esta mujer que se inflige semejante castigo? Su nombre es Narcisa Martillo Mor�n. Se trata de un alma llamada por Dios para reparar con extraordinarias penitencias los pecados cometidos en su �poca.
Nace una v�ctima expiatoria
    Transcurr�a la primera mitad del siglo XIX. En Sudam�rica abundaban entonces las guerras y convulsiones sociales. Cuando Narcisa naci�, el 29 de octubre de 1832, hac�a poco tiempo que Ecuador se hab�a transformado en Rep�blica.
    Fueron los progenitores de Narcisa, Don Pedro Martillo Mosquera y Do�a Josefa Mor�n. Profundamente cat�licos, de acomodada fortuna e ilustre ascendencia espa�ola, viv�an en una hacienda en el pueblo de Nobol, provincia del Guayas.
    Sexta de nueve hermanos, la ni�a pasar� sus primeros a�os en la casa de sus padres. Ya desde la primera infancia, abrir� su alma a la voz de Dios y cuando, a los 7 a�os, recibe el sacramento de la Confirmaci�n, se aplica a alcanzar la santidad y se acostumbra a dedicar largas horas a la oraci�n.
Foto original de Santa Narcisa de Jes�s Martillo Mor�nNadie es profeta en su propia tierra
    No tardar�n, sin embargo, en llegar las primeras dificultades. Nadie es profeta en su propia tierra, ense�a el Divino Maestro (cf. Mc 6, 4). En Santa Narcisa estas palabras del Redentor se habr�an de cumplir al pie de la letra.
    �Narcisa �nos narra un testigo de la �poca� ten�a una hermana, pero esa hermana �s� que result� tremenda! Hijas de los mismos padres pero tan distintas. En medio de los santos tambi�n se dan pecadores. As� sali� la hermana de Narcisa que fue terrible: le gustaba el baile y ten�a muchos enamorados. Invitaba a su hermana a bailar en las fiestas que organizaba en la hacienda, mas, ella nunca asist�a. Narcisa no se met�a en eso. [�] Narcisa brillaba por su ausencia, ingeni�ndose la manera de no participar en los bailes ni en los banquetes que su hermana organizaba�.1
    Las huidas de las ocasiones de pecado y de las malas compa��as, as� como las gracias m�sticas que ya marcaban a fondo su alma, hicieron a Narcisa objeto de un sinn�mero de incomprensiones, burlas y habladur�as de sus propios familiares.
Colmada de gracias extraordinarias
    Los fabulosos paisajes y las mil bellezas naturales que le ofrec�a el entorno familiar influyeron en su esp�ritu contemplativo.
    Con frecuencia, Narcisa transformaba un frondoso guayabo agrio, pr�ximo a la hacienda, en su catedral, en su oratorio, para �elevar el alma a Dios�. Cierto d�a de tropical invierno, se retir� a la sombra de este �rbol para orar. Absorta en su encuentro con Jes�s, no se percat� de una torrencial lluvia que comenz� a empapar la floresta. Don Pedro, preocupado por la ausencia de su hija, sali� a su encuentro, pero tuvo que regresar a casa con la ropa empapada, sin conseguir dar con su paradero. Al poco tiempo, lleg� Narcisa, tambi�n en medio de la lluvia, pero para sorpresa de todos, �con sus vestimentas totalmente secas!
    En casa de los Martillo Mor�n hab�a una habitaci�n que, con el consentimiento de sus padres, ella hab�a arreglado como oratorio. Encerrada en su �capilla�, Narcisa pasaba largas horas rezando delante de una peque�a imagen de la Divina Infancia de Jes�s. Sus hermanos, que desde fuera la espiaban, con frecuencia la escuchaban hablando.
    Al preguntarle con qui�n conversaba, Narcisa respond�a con simplicidad: �con �l, con �l�.2 Y guardaba silencio... Muchos a�os despu�s, su �ltimo director espiritual, Mons. Manuel Medina, revelar� que Nuestro Se�or �casi diariamente la consolaba con Su presencia�.3
Viaje a Guayaquil
    Impulsada por la p�rdida prematura de sus progenitores, por el deseo de que alg�n experimentado director de almas la oriente en su vida espiritual y, sobre todo, por el anhelo ferviente de santificarse alejada de cualquier obst�culo, Narcisa deseaba salir de su entorno y viajar a la ciudad de Guayaquil.
    Dios se sirvi� de la ya mencionada do�a Silvania Gellibert para satisfacer sus inquietudes. La amistad de la joven con esa noble dama le permitir� renunciar a su parte de la herencia y establecerse en esa ciudad, donde estaba segura de encontrar lo que buscaba.
Se esparce su fama de santidad
    En Guayaquil vivir� en diferentes lugares. Las familias que la acogen le ofrecen una c�moda habitaci�n; pero ella siempre la rechaza. En su ardiente deseo de pasar desapercibida, prefiere convertir el caluroso y estrecho desv�n de los anfitriones en su lugar de oraci�n, de trabajo, de arduas y dolorosas penitencias.
    Sin embargo, �es imposible tapar el sol con un dedo�. En cualquier lugar donde ella se encuentre, su fama de santidad y el �buen olor a Cristo� emanado por sus virtudes se esparcen r�pidamente. Las personas que la rodean comienzan a tenerle mucho respeto y hasta veneraci�n.
Mansedumbre y humildad de coraz�n
    A pesar de haber disfrutado anteriormente de una acomodada fortuna, en Guayaquil Narcisa se dedic� al humilde oficio de costurera. Pasaba hasta altas horas de la noche, a la luz de un candil, trabajando para las damas de sociedad. �stas, no pocas veces vanidosas y caprichosas, hac�an descoser los vestidos ya concluidos para que la joven, con entera mansedumbre, los rehiciera con algunas modificaciones...
    Junto a una humildad profunda y sincera, el alma de Narcisa estaba adornada con otras virtudes, caracter�sticas de los bienaventurados. Los que la conocieron afirman que era: �muy amable y alegre�, �de car�cter dulce y apacible�, �sumamente buena y obediente�, �muy caritativa�, �bondadosa y compasiva�, pero sobre todo �extremadamente piadosa�.4
Sus tres grandes devociones
    La espiritualidad de la humilde costurera se asienta en tres firmes cimientos: una arraigada devoci�n al Sant�simo Sacramento, al Coraz�n de Jes�s y a la Sant�sima Virgen, Madre de Misericordia. Siempre llevar� consigo un rosario y lo desgranar� de forma atenta y serena un sinn�mero de veces a lo largo de su vida.
    Cabe recalcar que, aunque fue siempre seglar durante su corta vida, desde muy joven guard� los consejos evang�licos de castidad, pobreza y obediencia. Junto a ellos, se sumaron otros prop�sitos que practic� con entero rigor: �de clausura, a�n para no salir de su cuarto, de retiro, de ayuno a pan y agua, de comuni�n diaria, de confesi�n, de mortificaci�n y de oraci�n�.5
Santa Narcisa de Jes�s realizando penitenciaImitadora de la Pasi�n del Redentor
    En 1853 su Santidad P�o IX beatific� a Mariana de Jes�s Paredes y Flores, la �azucena de Quito�. En todo el pa�s se levant� una fuerte ola de devoci�n y entusiasmo por la que m�s tarde ser�a la primera ecuatoriana canonizada. Su vida de intensas penitencias y oraciones cautiv� a muchas almas, entre ellas la de Narcisa de Jes�s, quien se propuso imitarla.�Y la favoreci� tanto el Se�or para lograr su prop�sito, que basta leer la vida de Mariana para conocer las virtudes de Narcisa�.6
    Conociendo la vida de esta santa quite�a, Narcisa comprendi� que la Divina Providencia le hab�a dado la sublime vocaci�n de inmolarse como v�ctima expiatoria.
    Comenzar� entonces un severo r�gimen de penitencias y sacrificios corporales. Usar� diariamente cilicios en todas las partes de su cuerpo virginal hasta no poder realizar un s�lo movimiento sin sentir dolor. Se flagelar� despiadadamente con l�tigos de puntas de acero hasta derramar sangre y lo har� de forma tan abundante que �sta se filtrar� �por las hendiduras del piso de madera, llegando de esta manera a manchar el tumbado del piso inferior�.7 No contenta con tal penitencia, su deseo de desagravio, de reparar faltas ajenas la llevar� a crucificarse y coronarse de espinas...
    Muchas veces fue sorprendida por sus familiares y conocidos en sus pr�cticas. Aterrados por tan tremenda y singular escena, le preguntaban por qu� lo hac�a, a lo que Santa Narcisa con su rostro siempre apacible y sereno, respond�a con sencillez: �para sufrir he venido al mundo�.
Vida m�stica y persecuci�n del demonio
    En recompensa a tan grandes inmolaciones, Dios le conceder� gracias muy peculiares. Entrar� en �xtasis despu�s de haber recibido a Nuestro Se�or en la Eucarist�a, o simplemente mientras hace oraci�n, siendo necesario sacudirla fuertemente para hacerla volver en s�.
Por otro lado, Narcisa tambi�n fue muy perseguida por el esp�ritu infernal. El demonio la asechar� para que claudique en el camino de santidad, la golpear� cruelmente, interrumpir� su oraci�n con ruidos, le ensuciar� su habitaci�n, pero ella siempre saldr� victoriosa de todas estas vejaciones.
�Si quieres ser santa, �ndate al Patrocinio�
    Su �ltimo viaje lo lleva a cabo por motivos de direcci�n espiritual.
    Se encontraba en la noche oscura que asalta a tantas almas virtuosas cuando Fray Pedro Gual, Comisario y Visitador general de los Franciscanos en Am�rica del Sur de la �poca, la invita a viajar a Lima y establecerse en un Beaterio de Terciarias Dominicas. �Si quieres ser santa, �ndate al Patrocinio�, 8 le dijo el fraile.
    Narcisa vivir� sus �ltimos meses en ese convento de la capital peruana. Era seglar, pero llevaba su diario vivir como una observante religiosa de claustro. All� intensificar� sus oraciones, sus mortificaciones y sacrificios con el �nico deseo de clamar misericordia y perd�n por los pecadores, y de alcanzar la santidad, cueste lo que cueste.
�Jam�s he concedido igual gracia a ninguna alma�Santa Narcisa de Jes�s besando el Sagrado Coraz�n de Jes�s
    Y mientras Narcisa redobla sus penitencias, las manifestaciones sobrenaturales aumentan de forma extraordinaria. Le es cada vez m�s f�cil entrar en �xtasis. Comienza a gozar de dones muy especiales, como el de profec�a, de discernimiento de los corazones� Tiene visiones y apariciones de Jes�s y de su Sant�sima Madre.
    Cierto d�a, mientras realizaba absorta su acci�n de gracias despu�s de haber comulgado y haber hecho su retiro espiritual, se presenta ante s� el Rey de reyes, envuelto en una inefable y deslumbrante claridad. Nuestro Se�or Jesucristo, con mucha dulzura y una suave sonrisa en su divino rostro, �se saca el coraz�n con las manos de la cavidad del pecho� 9, lo acerca a los labios de Santa Narcisa y se lo da a besar, dici�ndole:�jam�s he concedido igual gracia a ninguna alma�.10
Su definitivo viaje: la eternidad
    En uno de sus acostumbrados arrobamientos, el 24 de septiembre de 1869, se le aparecen el Salvador y la Virgen. Le piden que exprese un deseo, alguna gracia especial que quiera alcanzar. Entonces Santa Narcisa, impulsada por la caridad, pide por sus pr�jimos, pero tambi�n ruega la gracia de ir pronto para el Cielo.
    Sus pedidos fueron atendidos diligentemente. Tras esta revelaci�n sobrenatural, Narcisa cae enferma de alt�simas fiebres que aumentan a cada d�a.
    El cuerpo incorrupto de Santa Narcisa de Jes�sEn la noche del 8 de diciembre de 1869, fiesta de la Inmaculada Concepci�n e inauguraci�n del Concilio Vaticano I (por cuyo buen �xito Narcisa ofreci� sus �ltimos sufrimientos), cuando las luces de los candeleros se apagaban y las terciarias dominicas se retiraban a descansar, una de las hermanas asustada y admirada llama a la superiora. Hab�a visto salir de la habitaci�n de Santa Narcisa unos rayos indescriptibles y un aroma que inundaba todo el claustro.
    La religiosa fue a verificar lo que ocurr�a, �y al abrir la puerta donde reposaba Narcisa, vio no solamente la misma claridad que se notaba por fuera, sino que la fragancia era mayor, encontrando que Narcisa hab�a fallecido, abrasada por la fiebre de su cuerpo y sobre todo por el ardor del amor divino�.11
    Sus restos mortales irradiaban una intensa luz y emanaban una discreta fragancia, haciendo presagiar una entrada triunfal en el �coro de los �ngeles y santos�. Al ser exhumado, a�os despu�s, su cuerpo apareci� incorrupto, con una sonrisa esbozada en los labios.

�El que se humilla, ser� enaltecido�
    La singular llamada de Dios a Santa Narcisa y la fidelidad con que fue recibida, fueron sintetizados por el siervo de Dios Juan Pablo II, en la homil�a de su beatificaci�n, con palabras de admiraci�n y de gloria:
    �En esta joven ecuatoriana, que s�lo vivi� 37 a�os entre continuas mortificaciones y duras penitencias corporales, encontramos la aplicaci�n constante de la sabidur�a de la cruz en cada instante de la vida. Ella estaba firmemente persuadida de que el camino de la santidad pasa por la humillaci�n y la abnegaci�n, es decir, por el sentirse crucificada por Cristo. [...]
    �La espiritualidad de Narcisa de Jes�s est� basada en el escondimiento a los ojos del mundo, viviendo en la m�s profunda humildad y pobreza, ofreciendo al Se�or sus penitencias como holocausto para la salvaci�n de los hombres. Pero hoy se cumplen verdaderamente para la Beata las palabras que hemos escuchado en el Evangelio: �El que se humilla ser� enaltecido��
 (Juan Pablo II, Homil�a en la Misa de beatificaci�n, 25/10/1992).
1 PAZMI�O GUZM�N, Roberto. Itinerario de una vida. Guayaquil: Vicepostulaci�n de la Causa de Canonizaci�n de la Beata Narcisa de Jes�s, 2007. p.36.
2 PAZMI�O GUZM�N, Roberto, La Beata Narcisa, o.c. Guayaquil: Justicia y Paz, 2002. p. 21.
3 PAZMI�O GUZM�N, Roberto, Una mujer de nuestro pueblo. Guayaquil: Editora �Asociados�, 2002. p. 49.
4 Idem. p. 55.
5 Idem. p. 151.
6 Idem. p. 52.
7 Idem. p. 122.
8 Idem. p. 129.
9 Idem. p. 187.
10 Idem, ibidem.
11 PAZMI�O GUZM�N, Itinerario de una vida. p. 23.

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