lunes, 10 de junio de 2013

Onofre, Santo


Ermitaño, Junio 12
 
Onofre, Santo
Onofre, Santo

Ermitaño

Si no lo hubiera encontrado el abad san Panufcio, ya moribundo, y no hubiera escrito su vida es seguro que no conoceríamos a este personaje originalísimo. Es un ermitaño, morador de una cueva del desierto egipcio de la Tebaida.

Allí mismo donde la civilización faraónica había florecido siglos antes, ahora, en las primeras centurias del cristianismo, los monjes pueblan el despoblado y viven en solitario su intensa experiencia interior y espiritual.

A nuestra sociedad lo profundo le sabe a raro y los compromisos definitivos o las decisiones comprometedoras de por vida no están de moda. Onofre, sin embargo, nos ofrece un testimonio admirable de profundidad interior capaz de abarcar todo su paso por la tierra.

Se dedicó a la oración y, después de orar, a dar buen consejo a quien se lo requería. ¿Nada más? Y... nada menos: dejar que el alma rebose amor de Dios para que otros puedan descubrirlo y amarlo; dejarse afectar desde el centro de la propia personalidad por la Gracia y contagiarla a otros como la gran curación, la gran salud, la gran salvación.

Si en la Iglesia no existieran estos absolutos testimonios del Absoluto, todo sería aún más relativo de lo que es.

¡Estaríamos buenos!

Gracias, san Onofre, por liberarnos de relativismos estériles con tu testimonio.



San Onofre, eremita
fecha: 12 de junio
†: 400 - país: Egipto
otras formas del nombre: Onofrio, Onuphrio, Humphrey, Onophry, «el piloso»
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Egipto, san Onofre, anacoreta, que en el vasto desierto llevó vida religiosa por espacio de sesenta años.
patronazgo: patrono de los tejedores; para pedir marido; protector de la castidad y para pedir una buena muerte; popularmente: protector de las prostitutas y contra los riesgos de abusos sexuales.
tradiciones, refranes, devociones: (En Sicilia):
Santu Nofriu lu pilusu
iu vi prego di ccà gliusu
vui na grazia m’ati a fari
un maritu m’ati a truvari
(San Onofrio «piloso», yo te pido de rodillas, que me hagas una gracia: me hagas encontrar marido)
Los rezaban las jóvenes solteras, de rodillas, en forma letánica, alternando con padrenuestros y avemarías.
Es llamado popularmente «u' pilusu» (el piloso) por su larga barba y el vello que le cubría todo el cuerpo.

Entre los muchos ermitaños que vivieron en los desiertos de Egipto durante los siglos cuarto y quinto, había un santo varón llamado Onofre. Lo poco que sabemos sobre él procede de un relato, atribuido a cierto abad Pafnucio, sobre las visitas que hizo a los ermitaños de la Tebaida. Al parecer, varios de los ascetas que conocieron a Pafnucio le pidieron que escribiera esa relación de la que circularon varias versiones, sin que por ello se desvirtuara la esencia de la historia.

Pafnucio emprendió la peregrinación con el fin de estudiar la vida ermítica y descubrir si él mismo sentía verdadera inclinación a ella. Con este propósito dejó su monasterio y, durante dieciséis días, recorrió el desierto y tuvo algunos encuentros edificantes y algunas aventuras extrañas; pero en el día décimo séptimo quedó asombrado a la vista de un ser al que se habría tomado por animal, pero era un hombre: ¡Era un hombre anciano, con la cabellera y las barbas tan largas, que le llegaban al suelo! ¡Tenía el cuerpo cubierto por un vello espeso como la piel de una fiera y de sus hombros colgaba un manto de hojas!... La aparición de semejante criatura fue tan espantable, que Pafnucio emprendió la huida. Sin embargo, el extraño ser le llamó para detenerle y le aseguró que también él era un hombre y un siervo de Dios. Con cierto recelo al principio, Pafnucio se acercó al desconocido, pero muy pronto ambos entablaron conversación y se enteró de que aquel extraño ser se llamaba Onofre, que había sido monje en un monasterio donde vivían con él muchos otros hermanos y que, al seguir su inclinación hacia la vida de soledad, se retiró ul desierto, donde había pasado setenta años. En respuesta a las preguntas de Pafnucio, el ermitaño admitió que en innumerables ocasiones había sufrido de hambre y de sed, de los rigores del clima y de la violencia de las tentaciones; sin embargo, Dios le había dado también consuelos innumerables y le había alimentado con los dátiles de una palmera que crecía cerca de su celda. Más adelante, Onofre condujo al peregrino hasta la cueva donde moraba y ahí pasaron el resto del día en amable plática sobre cosas santas. De repente, al caer la tarde, aparecieron ante ellos una torta de pan y un cántaro de agua y, tras de compartir la comida, ambos se sintieron extraordinariamente reconfortados. Durante toda aquella noche Onofre y Pafnucio oraron juntos.

Al despuntar el sol del día siguiente, Pafnucio advirtió alarmado que se había operado un cambio en el ermitaño, quien evidentemente se hallaba a punto de morir. En cuanto se acercó a él para ayudarle, Onofre comenzó a hablar: «Nada temas, hermano Pafnucio, dijo; el Señor, en su infinita misericordia, te envió aquí para que me sepultaras». El viajero sugirió al agonizante ermitaño que él mismo ocuparía la celda del desierto cuando la abandonase, pero Onofre repuso que no era esa la voluntad de Dios. Instantes después suplicó que le encomendasen el alma a las oraciones de los fieles, por quienes prometía interceder y, tras de haber dado la bendición a Pafnucio, se dejó caer en el suelo y entregó el espíritu. El visitante le hizo una mortaja con la mitad de su túnica, depositó el cadáver en el hueco de una roca y lo sepultó con piedras. Tan pronto como terminó su faena, vio cómo se derrumbaba la cueva donde había vivido el santo y cómo desaparecía la palmera que le había alimentado. Con esto comprendió Pafnucio que no debía permanecer por más tiempo en aquel lugar y se alejó al punto.

No habría dificultad en reunir una larga bibliografía sobre san Onofre. En el Acta Sanctorum, junio, vol. II, se encontrará una selección más que suficiente de variantes textuales. También hay otras versiones orientales, sobre todo las escritas en copto y en etíope. Véase sobre todo a W. Till en Koptische Heiligen und Martyrer-legenden (1935), pp. 14-19; W. E. Crum, Discours de Pisenthios en Revue de l'Orient chrétien, vol. X (1916), pp. 38-67. A pesar de que Pisenthios no dice nada nuevo sobre Onofre, su sermón demuestra que ya por el año 600, se celebraba con solemnidad su fiesta. Conviene ver notas críticas en Analecta Bolladiana, vol. XLVII (1929), pp. 138-141. No se da por cierta la tesis de que los nombres de Onfroi, Humfrey y sus derivados, que tanto se popularizaron en Francia e Inglaterra durante la Edad Media, se debiesen al culto a san Onofre, importado a Europa por los cruzados: cf. E. G. Withycombe, Oxford Dictionary of English Christian Names (1950). En la imagen: ícono cretense de mediados del siglo XVII.
En este blog se encontrarán diversas tradiciones populares sicilianas referidas a san Onofrio «piloso».

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

No hay comentarios: