viernes, 28 de junio de 2013

FESTIVIDAD DE PEDRO Y PABLO. SERMÓN PRIMERO



EN LA SOLEMNIDAD DE LOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO

SERMÓN PRIMERO

Amaneció para nosotros la glorioso solemnidad consagrada con la muerte triunfal de los insignes mártires, y capitanes de todos los mártires, los príncipes de los Apóstoles. Son Pedro y Pablo, las dos grandes lumbreras que puso Dios en el cuerpo de la Iglesia como luz para sus ojos. Son mis maestros y mediadores, en quienes confío plenamente, porque me enseñaron el sendero de la vida, y por ellos puedo llegar hasta aquel Mediador que vino a reconciliar con su sangre lo terrestre y lo celeste. Él posee las dos naturalezas en toda su pureza, pues no cometió pecado ni encontraron mentira en sus labios.
¿Quién soy yo para acercarme a él? Soy un pecador empedernido, y mis pecados son más numerosos que las arenas del mar. Ni él puede ser más puro ni yo más impuro. Temo caer en las manos de Dios vivo si intento acercarme o llegar hasta él, de quien me siento tan distante como el mal del bien. Por eso me ha dado Dios estos hombres, hombres auténticos y grandes pecadores: saben muy bien, por su propia experiencia, cómo deben compadecerse de los demás. Como fueron reos de grandes delitos, perdonarán fácilmente toda clase de delitos, y usarán con nosotros la medida que usaron con ellos. 
El apóstol Pedro cometió un grave pecado, tal vez el mayor que se pueda cometer. Pero recibió el perdón rápida y fácilmente, y, sin perder el privilegio de su primado. Pablo, por su parte, se ensañó de una manera inaudita y cruel con la tierna Iglesia naciente, y fue conducido a la fe por la palabra del mismo Hijo de Dios. Recibió tantos bienes en pago de tantos males, que fue el medio elegido para dar a conocer su nombre a los paganos y a sus reyes, y además a los israelitas. Fue una bandeja admirable, llena de manjares divinos, que alimentan al que está sano y sanan al enfermo.
Así convenía que fuesen los guías y maestros de los hombres: mansos, poderosos y sabios. Mansos para que me acojan siempre con piedad y ternura. Poderosos para que me defiendan con valor. Y sabios, para que me enseñen el camino y me lleven por el sendero que va a la ciudad. Pedro es la mansedumbre en persona: llama dulcemente a todos los pecadores, como vemos en los Hechos de los Apóstoles y en sus Cartas.Pero también está lleno de valor; le obedece, la tierra, devolviéndole los muertos; el mar se ofreció a que pisara sobre él; derribó con la fuerza de su palabra a Simón Mago; y dispone de tal manera de las llaves del reino de Dios, que la sentencia de Pedro precede a la del cielo. Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. Y nadie le supera tampoco en sabiduría, porque no se inspira ni en la carne ni en la sangre.También sigo con mucho agrado a Pablo: en su extraordinaria compasión se pone de luto por los que fueron pecadores y no se han enmendado; es más fuerte que los príncipes y poderosos, y recibió una gran sabiduría y conocimiento de los misterios sagrados, no en el primero o segundo cielo sino en el tercero.
Estos son nuestros maestros: aprendieron a conciencia los caminos de la vida con el Maestro universal, y nos los enseñan hoy a nosotros. ¿Qué enseñaron siguen enseñándonos hoy los santos apóstoles? No el arte de pescar, ni el de tejer tiendas o cosa parecida; ni a comprender a Platón o manejar los silogismos de Aristóteles; ni a estar siempre aprendiendo y ser incapaces de llegar a conocer la verdad. Me enseñaron a vivir.
¿Consideras que es poca cosa saber vivir? No, es algo muy grande, lo más importante de todo. Vivir no consiste en hincharse de soberbia, ni revolcarse en la lujuria, ni contagiarse de todos los vicios. Eso no es vivir, sino destrozar la vida y acercarse a las puertas de la muerte. Yo concibo la buena vida en soportar el mal y hacer el bien, y perseverar así hasta la muerte. Suele decirse que quien se alimenta bien, vive bien. Pero la maldad se engaña a sí misma, porque el único que vive bien es el que obra bien.
 Tú, en concreto, que perteneces a esta comunidad, vives bien si vives ordenada, social y humildemente. Ordenadamente contigo mismo, socialmente con el prójimo y humildemente con Dios. Vives ordenadamente si en tu conducta cumples con fidelidad tus obligaciones con Dios y con el prójimo, y evitas el pecado y el escándalo. Socialmente, si te entregas a amar y ser amado, si te muestras siempre dulce y afable, si toleras con suma paciencia las debilidades físicas y morales de tus hermanos. Y humildemente, si después de hacer todo esto procuras ahogar el espíritu de vanidad que suele brotar, y aunque lo sientas no consientes en él.
 Para soportar el mal, que es triple, debes utilizar una triple táctica. El sufrimiento procede de ti mismo, del prójimo o de Dios. El primero consiste en el rigor de la penitencia, el segundo en las molestias de la malicia ajena, y el tercero en el azote de la corrección divina. Lo que tú mismo te haces sufrir, debes ofrecércelo generosamente. Lo que viene del prójimo toléralo con paciencia. Y lo que manda Dios, sopórtalo sin murmurar y dándole gracias.
 La mayoría de los hombres no actúan así. Andan extraviados por un desierto solitario. Están completamente extraviados y lejos del camino de la verdad, los que se refugian en la soledad de la soberbia y desprecian la vida común, porque su singularidad no les permite convivir con los demás. Y viven en el desierto porque nunca se ablandan con la lluvia de las lágrimas, y habitan en terrenos resecos y estériles. Por eso no encuentran el camino de ningún poblado: envejecen en tierra extranjera, se contaminan con los muertos y los cuentan con los habitantes del abismo.
 ¡Cuán distinto es aquel otro solitario del que dice Jeremías: Bueno es para el hombre cargar con el yugo desde joven. Se sentará solitario y silencioso, porque se superará a sí mismo! Aquellos caminan contrariados, éste permanece tranquilo. Ellos tienen el corazón extraviado, éste no está sentado, pero se sentará solitario cuando posea el privilegio extraordinario de juzgar. Es el premio que reciben los santos cuando llegan a la patria y poseen el gozo eterno. ¿Por qué esto? Porque se superó a sí mismo. Aunque era joven y sintió los ardores de la edad peligrosa, actuó como un anciano: olvidó lo que era y asumió lo que no era.
 Dice que se superó a si mismo, porque no se fijó en sí mismo, sino en el que está por encima de él. Y se sentará silencioso porque no hará caso al estrépito de las sugestiones diabólicas ni a los pensamientos carnales o del mundo. Dichosa el alma que no escucha estas lenguas, aunque las oiga. Y mucho más aún aquella -si existe alguna- que ni se entera de todo eso. En esto consiste la sabiduría que el Apóstol predica a los más perfectos, un misterio que ninguno de los grandes de la historia presente ha llegado a conocer. Así me han enseñado los apóstoles a vivir y a superarme.
 ¡Gracias, Señor Jesús, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla, a estos que te han seguido y han dejado todo por ti!

RESUMEN

San Pablo y San Pedro fuero dos grandes pecadores: la negación de Cristo y el ensañamiento con los creyentes. Hasta los mayores pecados pueden ser perdonados. Fueron sabios y poderosos, mansos en su vida. Nos enseñaron a vivir: a soportar el mal que provocamos nosotros, a tener paciencia con el mal ajeno y a dar gracias a Dios por los designios que impone en nuestras vidas. Sus enseñanzas no fueron oficios ni conocimientos filosóficos sino la humildad y la perseverancia que son la verdadera sabiduría. 

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