«El recuerdo de Dios es algo que Dios mismo injerta en el alma. Pero el alma debe también obligarse a perseverar. Penad, haced todo lo que podáis para llegar al recuerdo incesante de Dios. Y Dios, viendo el fervor de vuestro deseo, os dará esa memoria constante.
…
¿Queréis entrar lo más rápido posible en ese Paraíso? Entonces, he aquí lo que debéis hacer. Cuando oréis, no terminéis vuestra oración sin haber despertado en vosotros un sentimiento hacia Dios: adoración, devoción, acción de gracias, alabanzas, humildad y contrición, esperanza y confianza. Cuando, después de la oración, os pongáis a leer, no terminéis vuestra lectura sin haber sentido en vuestro corazón la verdad de lo que habéis leído. Esos dos sentimientos, uno inspirado por la oración, el otro por la lectura, se darán calor mutuamente; y si veláis sobre vosotros mismos, os mantendrán bajo su influencia durante toda la jornada.
He aquí un signo en el que reconoceréis que esta obra radiante ha comenzado en vosotros: sentiréis un cierto sentimiento de amor cálido hacia el Señor. Si hacéis todo lo que os ha sido indicado, ese sentimiento aparecerá cada vez más a menudo y, a su tiempo, llegará a ser continuo. Ese sentimiento es dulce y beatífico y, desde su primera manifestación, nos incita a desearlo y buscarlo, por temor a que abandone el corazón, pues en él se encuentra el Paraíso».
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