Hoy, recién comenzada la mañana en la floristería y prestándome a un barrido sin demasiado entusiasmo, sentí a mis espaldas el abrir de la puerta. No me giré de inmediato pues estaba recogiendo el montoncito de basura, esculcando los posibles alfileres caídos en el suelo. ¡Jamás tires un alfiler!, me dijo siempre mi madre como buena modista. Mientras hacía esto, percibí el caminar pausado y cansino de una persona mayor.
Me volví para atenderla, cuando me di de bruces con un conocido y preciado señor mayor. Socorro –el nombre de su esposa-, es la palabra que me vino a la mente en cuanto le vi. Tras estrecharnos las manos y preguntarnos por la salud, me dijo que quería solamente una flor, un detalle.
Mi memoria, no demasiado presta a casi nada excepto el recordar argumentos de libros y sus personajes, calló en la cuenta de que hoy es el aniversario de la onomástica de su difunta esposa. De inmediato mi mente quedó aturdida, por el gesto y por la fidelidad. Joaquín y Socorro, eran de esos matrimonios del que uno no podía ni imaginarse, el que uno se fuera antes que el otro.
Su fidelidad de vida, su carisma –sobre todo el de ella-, y su estilo de vida; le hacían ser una pareja ejemplar y autosuficiente hasta casi los últimos días de la vida de ella. Mujer sonriente, dicharachera y exclusiva por su nombre antiguo de señora de pueblo; Socorro era el amor de Joaquín, y se le fue como se van las hojas en otoño, sin poder remediar el retroceso de la naturaleza.
Hoy me pregunto el porqué del fracaso de tantas y tantas parejas a los pocos años de casados. ¿Acaso perdieron la ilusión por descubrir cosas nuevas? ¿O es que todos estamos sometiendo el amor al absurdo sentido de la productividad, por medio del cual o eres rentable o lo que tienes que hacer es morirte?
Socorro murió. Pero al entregarle a su viudo dos rosas rojas y decirle que no se las cobraba porque a las buenas personas no se le olvida; sus ojos se han llenado de lágrimas que han surcado su rostro, hasta la infinitud de su labrado rostro. Son lágrimas de fidelidad, de inagotable entrega a la memoria de la esposa.
Son lágrimas de amor. Del amor que le tuvo, y del que siempre le tendrá mientras Joaquín tenga aliento de vida.
Desde la inmensidad, Socorro verá el brillo de esa agua de amor que surcan los ojos de Joaquín y nosotros continuaremos aprendiendo, que es esperanzadora la gran aventura de amar.
Besos eternos.
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