lunes, 10 de junio de 2013

León III Papa, Santo


XCVI Papa, Junio 12
 
León III, Santo
León III, Santo

XCVI Papa

Fecha de nacimiento desconocida; murió en 816. Fue elegido el mismo día que fue enterrado su predecesor (26 de diciembre de 795), y consagrado al día siguiente.

Es bastante probable que esta prisa fuera debida a un deseo de los romanos de evitar cualquier interferencia por parte de los francos en su libertad de elección. León era romano, hijo de Aciupio e Isabel. En el momento de su elección era cardenal de Santa Susana, y aparentemente también “vestiarius”, o sea jefe del tesoro pontificio (o guardarropa).

Junto con la carta dirigida a Carlomagno en la que le informaba de que había sido elegido papa por unanimidad, León le envió las llaves de la confesión de San Pedro y el estandarte de la ciudad. Esto lo hizo para mostrar que consideraba al rey franco el protector de la Santa Sede. A cambio recibió de Carlomagno cartas de felicitación y una parte considerable del tesoro que el rey había tomado a los ávaros. La adquisición de esta riqueza fue una de las causas que permitieron a León ser un gran benefactor de las iglesias e instituciones de caridad de Roma.

Empujados por los celos, por la ambición o por sentimientos de odio y venganza, un cierto número de parientes del Papa Adriano I urdieron un plan para hacer a León indigno de ejercer su sagrado oficio. Con ocasión de la procesión de las Grandes Letanías (25 de abril de 799), cuando el papa se dirigía hacia la Puerta Flaminia, fue repentinamente atacado por un grupo de hombres armados. Fue arrojado al suelo, donde intentaron arrancarle la lengua y sacarle los ojos. Después de un tiempo sangrando en la calle, fue trasladado por la noche al monasterio de San Erasmo, en el Celio. Allí, de una manera al parecer bastante milagrosa, recuperó el uso total de los ojos y la lengua. Huyendo del monasterio, se trasladó, acompañado de muchos romanos, a la corte de Carlomagno. Fue recibido por el rey franco con todos los honores en Paderborn, a pesar de que sus enemigos habían llenado los oídos del rey de maliciosas acusaciones contra él.

Después de unos meses de estancia en Alemania, el monarca franco le envió con una escolta de vuelta a Roma, donde fue recibido con gran demostración de júbilo por todo el pueblo, tanto naturales como extranjeros.

Los enemigos del papa fueron juzgados por los enviados de Carlomagno y, como no fueron capaces de probar la culpa de León ni la inocencia de ellos mismos, fueron enviados como prisioneros a Francia (Reino de los francos). Al año siguiente (800) Carlomagno en persona fue a Roma, y el papa y sus acusadores fueron puestos frente a frente. Los obispos reunidos declararon que no tenía derecho a juzgar al papa; pero León, por su propia voluntad, con el objetivo, como dijo, de disipar cualquier sospecha en las mentes de aquellos hombres, declaró bajo juramento que era totalmente inocente de los cargos que se habían presentado contra él.

A petición suya, la pena de muerte emitida contra sus principales enemigos fue conmutada por una sentencia de exilio.

Unos días después, León y Carlomagno volvieron a reunirse. Fue el día de Navidad en San Pedro. Después de leer el Evangelio, el papa se acercó a Carlomagno, que estaba de rodillas ante la Confesión de San Pedro, y le colocó una corona en la cabeza. Inmediatamente la muchedumbre reunida en la basílica pronunció el siguiente grito: “¡A Carlos, el más pío Augusto, coronado por Dios, a nuestro grande y pacífico emperador, larga vida y victoria!” Por este acto, resurgió el Imperio de Occidente y, al menos en teoría, la Iglesia declaró que el mundo estaba sujeto a un solo poder temporal, como Cristo lo había hecho sujeto a un solo poder espiritual. Se entendió que la primera obligación del nuevo emperador era ser el protector de la Iglesia romana y de la Cristiandad contra los paganos. Con la vista puesta en la alianza entre Oriente y Occidente bajo el efectivo gobierno de Carlomagno, León se esforzó en promover el proyecto de un matrimonio del emperador con la princesa de Oriente Irene. Sin embargo, el destronamiento de ésta (801) impidió que este excelente plan pudiera ser llevado a cabo. Unos tres años después de la partida de Carlomagno de Roma (801), León volvió a cruzar los Alpes para verle (804). Según algunos, fue a discutir con el emperador la división de sus territorios entre sus hijos. En cualquier caso, dos años después fue invitado a dar su aprobación a las previsiones del emperador para la mencionada partición. Actuando igualmente en armonía con el papa, Carlomagno combatió la herejía del adopcionismo que había surgido en España, pero fue algo más allá que su guía espiritual cuando deseó provocar la inserción general del “Filioque” en el Credo de Nicea. No obstante, los dos actuaron de consuno cuando hicieron a Salzburgo la sede metropolitana de Baviera y cuando Fortunato de Grado fue compensado por la pérdida de su sede de Grado con la entrega de la de Pola. La acción conjunta del Papa y el Emperador se sintió incluso en Inglaterra. Gracias a ella, Eardulfo de Northumbria recuperó su reino y se resolvió la disputa entre Eambaldo, arzobispo de Cork, y Ulfredo, arzobispo de Canterbury.

Sin embargo, León tenía muchas relaciones con Inglaterra por su cuenta. Bajo su mandato, el sínodo de Beccanceld (o Clovesho, 803) condenó el nombramiento de laicos como superiores de monasterios. De acuerdo con los deseos de Etelardo, arzobispo de Carterbury, León excomulgó a Eadberto Praen por usurpar el trono de Kent; además, retiró el palio que había sido concedido a Litchfield, autorizando la restauración de la jurisdicción eclesiástica de la Sede de Canterbury “como lo había establecido San Gregorio Apóstol y patrono de los ingleses”. León también fue llamado para solventar las diferencias entre el arzobispo Ulfredo y Cenulfo, rey de Mercia. Muy poco se sabe acerca de las diferencias entre ellos, pero, quienquiera que fuera el más culpable, lo cierto es que el arzobispo fue el que más sufrió. Parece que el Rey indujo al Papa a suspenderle en sus funciones episcopales y a mantener el reino bajo una especie de interdicto durante seis años. Hasta la hora de su muerte (822), el ansia de oro provocó que Cenulfo continuara la persecución del arzobispo. Lo mismo hizo con el monasterio de Abingdon: hasta que no recibió una gran suma de dinero de su abad, no decretó la inviolabilidad del monasterio, actuando, como declaró, a petición del señor apostólico y muy glorioso Papa León.

Durante el pontificado de León III, la Iglesia de Constantinopla se encontraba en una situación de tensión. Los monjes, que prosperaban durante este periodo bajo la guía de hombres como San Teodoro el Estudita, sospechaban de lo que ellos concebían como los principios laxos de su patriarca Tarasio, y se oponían vigorosamente a la malvada conducta de su emperador Constantino VI. Con el propósito de ser libre para casarse con Teodota, el soberano se había divorciado de su mujer, María. Aunque Tarasio condenó la conducta de Constantino, rehusó, emperador, para evitar males mayores, a excomulgarle. Por haber condenado su nuevo matrimonio, Constantino castigó a los monjes con las penas de prisión y destierro. Afligidos, los monjes pidieron ayuda a León, como hicieron cuando fueron maltratados por oponerse a la arbitraria rehabilitación del sacerdote a quien Tarasio había degradado por casar a Constantino con Teodota. El Papa replicó, no sólo con palabras de alabanza y ánimo, sino también con el envío de ricos presentes; y, tras la llegada de Miguel I al trono bizantino, ratificó el tratado entre Carlomagno y él para asegurar la paz entre Oriente y Occidente.

El Papa y el Emperador de los francos actuaron conjuntamente, no sólo en la última operación mencionada, sino en todos los asuntos de importancia. Siguiendo el consejo de Carlomagno, León, para rechazar las violentas incursiones de los sarracenos, mantuvo una flota, de suerte que la línea costera era regularmente patrullada por sus navíos de guerra. No obstante, debido a que no se consideraba competente para mantener a los piratas musulmanes fuera de Córcega, confío la protección de la isla al Emperador. Apoyado por Carlomagno, fue capaz de recuperar una parte del patrimonio de la Iglesia romana en los alrededores de Gaeta, y pudo administrarlo de nuevo a través de sus párrocos. Pero cuando murió el gran Emperador (28 de enero de 814), los malos tiempos volvieron a León. Una nueva conspiración se formó contra él, pero en esta ocasión el Papa fue informado de ella antes de que llegara a un punto crítico. Ordenó que los cabecillas de la conspiración fueran detenidos y ejecutados. Apenas se había eliminado esta conspiración cuando un grupo de nobles de la Campania se levantaron en armas y se dedicaron al pillaje por toda la región. Estaban preparándose para marchar sobre la misma Roma cuando fueron derrotados por el duque de Spoleto, a las órdenes del Rey de Italia (Langobardía o Lombardía). Las enormes sumas de dinero que Carlomagno entregó al tesoro papal permitieron a León llegar a ser un eficaz protector de los pobres y mecenas del arte; así, llevó a cabo obras de renovación en las iglesias de Romas e incluso en las de Ravena. Empleó el imperecedero arte del mosaico, no solamente para retratar las relaciones políticas entre Carlomagno y él mismo, sino fundamentalmente para decorar las iglesias, en particular su iglesia titular de Santa Susana. Hasta finales del siglo XVI se podía contemplar una figura de León en un mosaico de esa antigua iglesia.

León III fue enterrado en San Pedro (12 de junio de 816), donde se encuentran sus reliquias, junto a las de Santos León I, León II y León IV. Fue canonizado en 1673. Los denarios de plata de León III todavía existentes llevan el nombre del Emperador además del de León, mostrando así al Emperador como protector de la Iglesia y señor de la ciudad de Roma.



San León III, papa
fecha: 12 de junio
n.: c. 750 - †: 816 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Roma, en la basílica de San Pedro, san León III, papa, quien coronó como emperador romano al rey de los francos, Carlomagno, y se distinguió por su defensa de la verdadera fe y de la dignidad divina del Hijo de Dios.
refieren a este santo: San Teodoro Estudita

El mismo día en que murió el papa Adrián I, los electores procedieron a nombrar a un sucesor. La elección unánime recayó sobre el cardenal párroco de Santa Susana y, al otro día, 27 de diciembre de 795, se le consagró y entronizó en la sede de San Pedro, con el nombre de León III. Pero en Roma había un sector hostil al nuevo papa, formado en su mayor parte por turbulentos jóvenes de la nobleza a quienes encabezaba el sobrino del extinto papa Adrián que ambicionaba el trono pontificio, y otro joven oficial amigo suyo. En el año de 799, los revoltosos fraguaron un complot para recurrir a todos los medios a fin de impedir que el Papa León desempeñase sus deberes pontificios. El día de san Marcos, durante la procesión tradicional que encabezaba el Papa montado en su caballo, fue elegido por los conspiradores para atacar. Frente a la iglesia de San Silvestre, se arrojaron sobre el Pontífice, lo derribaron del caballo, le arrastraron por el suelo, trataron de sacarle los ojos y cortarle la lengua y, a fin de cuentas, le dejaron inconsciente, bañado en sangre y molido a golpes en mitad del arroyo. El hecho de que San León se recuperase con extraordinaria prontitud de los terribles golpes y las graves heridas que sufrió durante el ataque, se tuvo por un milagro.

Durante algún tiempo, el perseguido pontífice se refugió en la corte de Carlomagno, rey de los francos, quien por entonces se hallaba en Paderborn. Pero no tardó en regresar a Roma, donde el pueblo le dispensó una cordial acogida y, sin tardanza, se formó una comisión para investigar las circunstancias del ataque contra la persona del Pontífice. Los rebeldes respondieron con una serie de acusaciones contra el Papa, tan graves, que los miembros de la comisión se sintieron obligados a remitir el caso al rey Carlomagno. Pocos meses después, el monarca de los francos viajó a Roma y, el l de diciembre, se convocó un sínodo en la basílica del Vaticano con la presencia del rey y la de los acusadores, que fueron invitados a comparecer. Ninguno lo hizo, pero a pesar de aquel «nolle prosequi» [frase legal: no queremos continuar el proceso], el sínodo consideró conveniente que el papa León hiciese un juramento de inocencia de los cargos formulados en su contra. El 23 de diciembre, el Pontífice hizo el juramento ante la asamblea.

El día de Navidad, durante la celebración de la misa en san Pedro, el papa León coronó con toda solemnidad a Carlomagno, que se hallaba arrodillado ante el altar de la Confesión de los Apóstoles. La congregación aplaudió con entusiasmo y el coro entonó loas en honor del rey, por este estilo: «Larga vida de triunfos para Carlos, el más devoto protector de la religión, el augusto coronado por Dios, el magno emperador pacífico de los romanos». El mismo Papa se arrodilló ante Carlomagno para rendirle el homenaje temporal. De esta manera quedó establecido el Santo Imperio Romano de Occidente, al que muchos de los más entendidos en la materia, durante la misma época y en posteriores, consideraron como la realización del ideal expresado por san Agustín en su «De civitate Dei» (La ciudad de Dios). Aquel suceso espectacular, tan colmado de signos prometedores, apareció rodeado por una serie de mistificaciones, muchas de ellas innecesarias. Pero ese es un asunto que pertenece por entero a la historia general civil y eclesiástica, que no tiene cabida en esta obra.

Para san León, la alianza con el monarca resultó muy benéfica. No sólo le permitió recuperar buena parte del perdido patrimonio de la Iglesia romana y mantener sujetos a los elementos perturbadores en el Estado pontificio, sino que también le condujo a intervenir con éxito en las disputas internacionales y a reforzar la disciplina eclesiástica en tierras distantes. Pero en cuanto el emperador hizo el intento de meterse en los terrenos del dogma, al presionar al Papa para que introdujese la cláusula «y el Hijo» («Filioque») en el Credo de Nicea, éste le detuvo con toda firmeza. Se negó a admitir innovaciones en la liturgia, por muy genuinamente doctrinales que fuesen, y sobre todo hechas con precipitación y a instancias del poder secular; asimismo, consideró con razón que, por aquel acto, causaría el descontento de la grey bizantina, cuya importancia siempre tuvo presente.

Mientras Carlomagno estuvo vivo, san León pudo mantener el orden en la Santa Sede, pero tras la muerte del emperador, en 814, comenzaron las tormentas. Los sarracenos desembarcaron en las costas de Italia y se llevó a cabo otra conspiración para asesinar al Papa. Cuando por fin quedó restablecida la calma en la Santa Sede, era evidente que la salud del pontífice se hallaba muy quebrantada. El 12 de junio de 816, murió san León, tras veinte años de pontificado. Su nombre se agregó al Martirologio Romano en 1673.

El pontificado de san León III pertenece, en gran parte, a la historia general. No existe ninguna biografía sobre él, ni más datos de los que se encuentran en el Líber Pontificalis (ed. Duchesne, vol. II, pp. 1-34). Hay una colección de cartas de este Papa: sobre todo, los informes que escribió a Carlomagno. Hay un relato sobre san León, extraído de los materiales mencionados y de crónicas posteriores, en Acta Sanctorum, junio, vol. III.
Imagen: El juramento de León III, de Rafael, 1514, en la Stanza dell'Incendio di Borgo, en el Vaticano.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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