El decálogo del Papa Francisco: Las diez claves fundamentales para entender, seguir y transmitir su magisterio y ministerio
Los cien días del Papa Francisco nos están mostrando, a través de sus intervenciones públicas y de sus gestos, cuáles son para el nuevo Santo Padre las prioridades de los cristianos y de la misión de la Iglesia. He aquí, en diez rasgos, en diez claves, las líneas maestras de su magisterio y estilo pastoral.
1.- La centralidad de Jesucristo.- “Lo importante es el encuentro con Jesús, el encuentro personal con Él, porque es justamente Él el que da la fe”. Papa también como Benedicto XVI de lo esencial, Francisco abunda constantemente en la centralidad de la fe cristiana, de la fe que transforma la vida. Muchas podrían ser las citas que en las que apoyar esta afirmación. La que antecede estas líneas es una respuesta del Santo Padre a una pregunta de una laica durante la vigilia de Pentecostés, el 18 de mayo, en la Plaza de San Pedro de Roma.
Y volviendo a esta celebración, hubo una anécdota que no merece ser pasada por alto. Se trata de una pequeña “reprobación”, “amonestación” del Papa. Pequeña, pero muy significativa. Esta es con las mismas palabras del Papa: “¿Quién es lo más importante? Jesús. Si seguimos adelante con la organización, con otras cosas, con cosas bonitas, pero sin Jesús, no seguimos adelante, la cosa no funciona. Jesús es más importante. Ahora quisiera hacer un pequeño reproche, pero fraternalmente, entre nosotros. Todos habéis gritado en la plaza: «¡Francisco, Francisco, Papa Francisco!». Pero Jesús, ¿dónde estaba? Yo habría querido que gritarais: «¡Jesús, Jesús es el Señor y está precisamente entre nosotros!». ¡De ahora en adelante, nada de «Francisco», sino «Jesús»!”.
Dos semanas antes, en el mismo escenario de la Plaza de San Pedro de Roma, a los miembros de las cofradías y hermandades, les recordó que “la piedad popular es un tesoro que tiene la Iglesia, espacio de encuentro con Jesucristo” que “para conservar, cultivar y acrecentar este tesoro, es preciso acudir siempre a Cristo, fuente inagotable” y que para todo ello hay que “esforzarse en reforzar la fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia”.
Y es que lo esencial del ser cristiano es “creer en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestros pecados, y amarse unos a otros como Él nos ha amado”. Y este sentido, Francisco, como ya afirmó en su primera misa, el jueves 14 de marzo, apenas veinticuatro horas de su elección, solo somos y seremos seguidores de Cristo cargando con cruz, única y definitiva esperanza y salvación.
2.- La novedad, la permanente novedad del Evangelio y de la condición de ser cristianos.- Se trata de no acostumbrarnos, de no acomodarnos, de no instalarnos en una fe de salón o de fachada, facilona, cómoda, acomodaticia, cansada, adormilada, aburguesada, sin nervio evangelizador, sin capacidad de asombro, sin apertura efectiva y afectiva a la providencia, sin demanda de la conversión permanente,
De la novedad como estilo de vida del cristiano, ya habló el Papa Francisco en su homilía de la Vigilia Pascual de la noche del pasado sábado santo, día 30 de marzo. Y en su homilía de la misa de Pentecostés, el domingo 19 de mayo, Francisco afirmó que “la novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos”.
Y tras proponer algunos ejemplos bíblicos de cómo distintos creyentes estuvieron abiertos a la novedad de Dios, el Papa Francisco subrayó que esta, que “la novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?”.
Una novedad que nos ha de llevar a la transformación –fruto de la conversión del encuentro renovado con Jesucristo- y que se traduce, avala y aquilata en el testimonio. Afirmó el Papa Francisco en la vigilia de Pentecostés: “No hablar mucho, sino hablar con toda la vida: ¡la coherencia de vida, precisamente la coherencia de vida! Una coherencia de vida que es vivir el cristianismo como un encuentro con Jesús que me lleva a los demás, y no como un hecho social. Socialmente somos así, somos cristianos, encerrados en nosotros mismos. ¡No, esto no! ¡El testimonio!”.
3.- La toma de conciencia de la vocación cristiana.- No se trata solo de la vocación sacerdotal o a la vida consagrada. Se trata de la vocación, en definitiva, a la vida a través de sus distintos estados. Ilustra estas ideas el siguiente fragmento del discurso del Papa a la religiosas pertenecientes a la Unión Internacional de Superioras Generales, a quienes recibió el miércoles 8 de mayo. “Jesús, en la Última Cena, se dirige a los Apóstoles con estas palabras: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15, 16), que nos recuerdan a todos –y no solo a nosotros los sacerdotes– que la vocación es siempre una iniciativa de Dios”.
Esta toma de conciencia de la vocación cristiana –la vocación de cada uno de los cristianos- se ha traducirse en seguimiento, adoración y servicio. En adoración y servicio, como ilustran, respectivamente, estos dos mensaje del Papa Francisco en Twitter:”Adorar a Dios es aprender a estar con Él, ponerlo en el centro de la vida y despojarnos de nuestros ídolos escondidos” y “El verdadero poder es el servicio. El Papa ha de servir a todos, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños”, lanzados a la red, también respectivamente, los días 14 de abril y 19 de marzo.
Escribió Francisco en su cuenta en Twitter el 7 de mayo: “No nos contentemos con una vida cristiana mediocre. Caminemos con decisión hacia la santidad”. Y el 16 de mayo, también en Twitter, dejó escrito este mensaje: “No podemos ser cristianos por instantes. Busquemos vivir nuestra fe en cada momento, cada día”.
4.- La oración.- La vocación ha de estar siempre abierta a la misión y al testimonio. Y una vocación que se recrea y cultiva en la oración y que solo saca, extrae la fuerza del manantial de la oración. “La oración, mirar el rostro de Dios, pero sobre todo sentirnos mirados. El Señor nos mira: nos mira antes. Mi vivencia es lo que experimento ante el sagrario cuando voy a rezar, al anochecer, ante el Señor. Algunas veces me duermo un poquito; esto es verdad, porque el cansancio de la jornada te adormece un poco. Pero Él me comprende. ¡Y siento tanto consuelo cuando pienso que él me mira! Nosotros creemos que tenemos que rezar, hablar, hablar, hablar… ¡No! ¡Deja que el Señor te mire!, afirmó Francisco en la vigilia de Pentecostés. Y sobre la oración, escribió el Papa en Twitter el 24 de mayo: “Los milagros existen, pero es necesario rezar. Con una oración ferviente, insistente, perseverante, no una oración para cumplir”.
Y exactamente un mes antes y en el mismo medio y soporte digital y viral, escribió: “Mantengamos viva nuestra fe con la oración y los sacramentos. Atención: No nos olvidemos de Dios”.
Sobre la visión de la oración como mirada de Dios y mirada a Dios, versó el siguiente mensaje, el 7 de abril, en la red social aludida: “Qué hermosa es la mirada de Jesús sobre nosotros, cuánta ternura. No perdamos nunca la confianza en la paciente misericordia de Dios”.
5.- La eclesialidad.- El 5 de mayo, en la celebración del Año de la Fe para las cofradías y hermandades, el Santo Padre que “las dificultades de la vida humana y cristiana no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia”; que “pertenecer a una cofradía o hermandad es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, de modo que sus miembros han de aman a la Iglesia y dejarse guiar por ella”.
A las religiosas, en su ya citado discurso del 8 de mayo, Francisco dijo: “Vuestra vocación es un carisma fundamental para el camino de la Iglesia, y no es posible que una consagrada y un consagrado no «sientan» con la Iglesia. Un «sentir» con la Iglesia, que nos engendró en el bautismo; un «sentir» con la iglesia que tiene una expresión filial en la fidelidad al Magisterio, en la comunión con los pastores y con el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma, signo visible de la unidad”.
Y es que, subrayó el Papa, “para todo cristiano, el anuncio y el testimonio del Evangelio nunca son un hecho aislado. Esto es importante: para todo cristiano, el anuncio y el testimonio del Evangelio nunca son un hecho aislado o de grupo, y ningún evangelizador actúa, como muy bien recordaba Pablo VI, «por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre». “Y proseguía Pablo VI: es una dicotomía absurda pensar en vivir con Jesús sin la Iglesia, en seguir a Jesús fuera de la Iglesia, en amar a Jesús sin amar a la Iglesia”.
Y a los dos más doscientos mil fieles –representantes de movimientos y comunidades laicales- de la misa de Pentecostés, Francisco recordó que “caminar juntos en la Iglesia, guiados por los pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá de la doctrina y de la comunidad eclesial, y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn 9)”. De modo que el Papa concluía estas ideas formulando estas preguntas:” ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?”.
Y esta eclesialidad predicada, reclamada por el Papa Francisco –y como podía ser de otra manera- es, ante todo y sobre todo, expresión y consecuencia del primado de Jesucristo. “Vivir el Evangelio –son ya palabras del Santo Padre en la vigilia de Pentecostés- es la aportación principal que podemos dar. La Iglesia no es un movimiento político, ni una estructura bien organizada: no es esto. Nosotros no somos una ONG, y cuando la Iglesia se convierte en una ONG, pierde la sal, no tiene sabor, es solo una organización vacía. Y en esto, sed astutos, porque el diablo nos engaña, porque existe el peligro del eficientismo. Una cosa es predicar a Jesús, otra cosa es la eficacia, ser eficientes. No, ese es otro valor. El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es sal de la tierra, es luz del mundo; está llamada a hacer presente en la sociedad el fermento del Reino de Dios, y esto lo hace, ante todo, con su testimonio: el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, de la compartición”.
6.- “¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”.- Fue el sábado 16 de marzo, recién elegido, pues, cuando el Papa Francisco realizó esta afirmación más que significativa y programática. Fue en la audiencia concedida a los periodistas que cubrieron las informaciones del cónclave: más de cinco mil periodistas de todos los rincones del mundo.
En la tarde del sábado 18 de mayo, en la vigilia de Pentecostés en la plaza vaticana, en una de las preguntas se evocó esta frase. Y Francisco glosó su frase del 16 de marzo con una historia… “Quisiera contaros una historia. La he contado ya dos veces esta semana, pero lo haré una tercera con vosotros. Es la historia que cuenta un midrash bíblico de un rabino del siglo XII. Narra la historia de la construcción de la Torre de Babel y dice que, para construir la Torre de Babel, era necesario hacer los ladrillos. ¿Qué significaba esto? Ir, amasar el barro, traer la paja, hacerlo todo… y después, al horno. Y una vez que el ladrillo estaba hecho, había que subirlo para la construcción de la Torre de Babel. Un ladrillo era un tesoro por todo el trabajo que se necesitaba para hacerlo. Cuando caía un ladrillo, era una tragedia nacional, y el obrero culpable era castigado: tan valioso era un ladrillo, que si caía se consumaba un drama. Pero si caía un obrero, no pasaba nada, era otra cosa. Esto pasa hoy: si las inversiones en los bancos caen un poco… ¡qué tragedia..!, ¿cómo se puede tolerar? Pero si mueren de hambre personas, si no tienen de comer, si no tienen salud, ¡no pasa nada! ¡Esta es nuestra crisis de hoy! Y el testimonio de una Iglesia pobre para los pobres va contra esta mentalidad”.
Una Iglesia pobre y para los pobres que ha de ser una prioridad absoluta para los cristianos. “La pobreza, para nosotros los cristianos, no es –afirmó en la vigilia de Pentecostés- una categoría sociológica o filosófica o cultural; no: es una categoría teologal. Diría tal vez que es la primera categoría, pues ese Dios, el Hijo de Dios, se abajó, se hizo pobre para caminar con nosotros por la calle. Y esta es nuestra pobreza: la pobreza de la carne de Cristo, la pobreza que nos trajo el Hijo de Dios con su encarnación. Una Iglesia pobre para los pobres empieza por ir hacia la carne de Cristo. Si vamos hacia la carne de Cristo, empezamos a entender algo, a entender qué es esta pobreza, la pobreza del Señor”.
Y la carne de Cristo, como luego citaremos, son los pobres, todos los pobres, los del cuerpo y los de alma. Luego abundaremos en la misma idea con palabras del Papa.
7.- La solidaridad y la justicia social.- Una Iglesia pobre y para los pobres que, revestida, ungida de la coherencia de vivirlo ella misma en primera persona, sepa denunciar las injusticias que asolan a nuestro mundo. En varias ocasiones, Francisco ha denunciado la trata de seres humanos, el trabajo esclavo, la esclavitud todavía persistente en distintos lugares del mundo. Y también, desde la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia, ha abordado el tema de la crisis económica, clamando por la justicia y la solidaridad. “El tesoro de los pobres” ha definido Francisco, en hermosísima frase, a la solidaridad.
Especialmente significativo a este respecto fue su discurso en la presentación de cartas credenciales de cuatro nuevos embajadores ante la Santa Sede. Fue el jueves 16 de mayo. Eran los embajadores de Kirguistán, Luxemburgo, Antigua y Barbados y Botwasana. Cuatro países que apenas tienen denominadores comunes, pero reflejan la universalidad del mundo y de la misión de la Iglesia. Y Francisco aprovechó la ocasión para hablar de la crisis y la justicia.
“Una de las causas de esta situación (la crisis), en mi opinión, se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, aceptando su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. De manera que la crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica. ¡La negación de la primacía del hombre! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32, 15-34) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y un objetivo verdaderamente humano”.
Y prosiguió: “La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica, que reduce al hombre a una sola de sus necesidades: el consumo. Y peor todavía, hoy se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del descarte. Esta deriva se verifica a nivel individual y social. Y, además, se promueve. En este contexto, la solidaridad, que es el tesoro de los pobres, se considera a menudo contraproducente, contraria a la razón financiera y económica. Mientras las ganancias de unos pocos van creciendo exponencialmente, las de la mayoría disminuyen. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, negando el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades reales de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade, una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no tiene límites”.
Una crisis de humanidad y de justicia que es también, y en su misma raíz, crisis, eclipse, rechazo de Dios. “Tras esta actitud –la cita es del mismo discurso- se esconde el rechazo de la ética, el rechazo de Dios. Igual que la solidaridad, también la ética molesta. Se considera contraproducente; demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder; una amenaza, porque condena la manipulación y la degradación de la persona. Porque la ética lleva a Dios, que está fuera de las categorías del mercado. Para los agentes financieros, económicos y políticos, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, porque llama al hombre a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética -una ética no ideologizada, naturalmente- permite, en mi opinión, crear un equilibrio y un orden social más humano”.
En este sentido, animo a los expertos financieros y a los gobernantes de sus Países a considerar las palabras de San Juan Crisóstomo: “«No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»” (Homilía sobre Lázaro, 1, 6: PG 48, 992D).
En dos mensajes en Twitter, de modo expreso, Francisco se ha referido a la crisis. “En este período de crisis –texto del 25 de abril- es muy importante no encerrarse en uno mismo. Es necesario abrirse, tener detalles con los demás. Y el 2 de mayo escribió: “Pienso mucho en quienes están sin empleo, frecuentemente a causa de una mentalidad egoísta, que busca el beneficio a toda costa”.
Y el 5 de junio, en la catequesis de la audiencia general de los miércoles, a propósito de la Jornada Mundial del Medioambiente, que se celebraba aquel día hoy, invitó a a contrarrestar el desperdicio de alimentos y a mejorar su distribución en el mundo. “Dios -afirmó textualmente- confió al hombre y a la mujer el cultivo y cuidado de la tierra, para que todos pudieran habitar en ella, pero el egoísmo y la “cultura del descarte” han conducido a desechar a las personas más débiles y necesitadas. Más aún, en muchas partes del mundo, no obstante el hambre y la desnutrición existentes, se desechan los alimentos. En el relato evangélico de la multiplicación de los panes, Jesús da de comer a la multitud con cinco panes y dos peces, y al final les pide a los discípulos que nada del alimento sobrante se desperdicie. Cuando la comida se comparte de modo justo, nadie carece de lo necesario. Los alimentos que se tiran a la basura son alimentos que se roban de la mesa del pobre, del que tiene hambre. La ecología humana y la ecología medioambiental son inseparables”.
8.- Ardor misionero y salir a las periferias.- El 5 de mayo escribió el Papa en Twitter: “Cada cristiano es misionero en la medida que da testimonio del amor de Dios. ¡Sed misioneros de la ternura de Dios!”. Ese mismo, en la misa de las cofradías y hermandades, recalcó que “los miembros de las cofradías y hermandades han de ser, pues, auténticos evangelizadores. Que sus iniciativas sean «puentes», senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él”.
El ardor misionero nace del y en el fuego del Espíritu Santo, guía, motor y alma de la Iglesia. “Sin –dijo el Papa en la homilía de Pentecostés- su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo”. Y prosiguió el Santo Padre abundando en la idea de que “el Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión.
El evitar en la Iglesia y en la misión de sus miembros, pastores y fieles, la autorreferencialidad y el salir a las periferias son asimismo constantes en el pensamiento del Papa Francisco. Ya antes de su elección, en las reuniones de los cardenales previas al cónclave, el entonces cardenal Bergoglio afirmó que “la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”. Y añadía que “cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma”. Y con estos mismos argumentos escribió al mes de su elección papal a los obispos argentinos: “Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.
Y esta Iglesia abierta y misionera que quiere y busca el Papa Francisco fue también argumento, el argumento final de sus respuestas en la tarde víspera de Pentecostés: “Nada de Iglesia cerrada, sino una Iglesia que salga afuera, a las periferias de la existencia. Que el Señor nos guíe hasta allí.
9.- Con María, como María.- Desde la primera comparecencia pública del Papa Francisco, en torno a las ocho y media de la tarde del miércoles 13 de marzo 2013, el amor mariano apareció en él bien visible, bien arraigado, bien devoto. Su primera salida como Obispo de Roma fue a venerar a la patrona de Roma: el icono de la Salus Populi Romani, en la basílica de Santa María la Mayor. Allí regresó el primer sábado de mayo, día 5; y este icono mariano le acompañó en la vigilia de Pentecostés, en la tarde del 18 de mayo.
Solo en Twitter, Francisco ha dedicado ya a la Virgen María cuatro mensajes. El 24 de abril escribió: “María es la mujer del «sí». María, ayúdanos a conocer cada vez mejor la voz de Jesús, y a seguirla”. El 4 de mayo, el mismo día de su segunda peregrinación a la basílica liberiana, el principal templo mariano de Roma, dejó escrito en la citada red social: “Pidamos a la Virgen María que nos enseñe a afrontar con fe las actividades de cada día, abriendo cada vez más nuestra vida al Señor”. Catorce días más tarde afirmó: “Es necesario aprender de la Virgen María, imitando la total disponibilidad con la que recibió a Cristo en su vida”. Y sobre el rezo del rosario, la oración mariana por excelencia, escribió el 3 de mayo que “sería hermoso, en este mes de mayo, recitar juntos, en familia, el santo rosario. La oración fortalece la vida familiar”.
“María, la Salus Populi Romani, es la mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más fecundos en el bien, en la alegría, en la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar vida a los demás, vida física y espiritual”. Con estas palabras concluyó el Santa Padre su hermosísima meditación mariana de la tarde del 4 de mayo, en Santa María la Mayor.
Y en la misa de su primera visita pastoral a una parroquia de su diócesis de Roma, la parroquia de Santa Isabel y San Zacarias, donde además dio la primera comunión a 16 niños, el 26 de mayo, solemnidad de la Santísima Trinidad, el Papa Francisco volvió a hablar de María y hasta propuso una nueva invocación para las Letanías: “Señora que va con prontitud, ora por nosotros”. Este es un texto largo, pero hermoso, que nos muestra, de nuevo, la piedad mariana de Francisco: “Cuando María conoció la noticia que sería madre de Jesús, también el anuncio de que su prima Isabel estaba embarazada, dice el Evangelio, se fue con prontitud. No esperó, no ha dicho: ahora yo estoy embarazada, debo tener cuidado con mi salud, mi prima tendrá amigas que quizá le ayudarán. Ella escuchó algo y se fue con prontitud. Es bonito pensar esto de la Virgen, de nuestra madre, que va con prontitud porque tiene esto dentro. Ayudar, va para ayudar, no va para decirle a la prima: ahora mando yo porque soy la madre de Dios. No, no ha hecho eso. Ha ido a ayudar. Y la Virgen siempre es así, es nuestra madre que siempre viene con prontitud cuando nosotros lo necesitamos. Sería bonito añadir a las letanías de la Virgen una que diga así: “Señora que va con prontitud, ora por nosotros”. Es verdad eso ¿no? Porque ella va siempre con prontitud. Ella no se olvida de sus hijos, y cuando sus hijos están en dificultad, tienen necesidad y la invocan, ella va con prontitud. Y esto nos da una seguridad, una seguridad de tener la madre al lado, junto a nosotros, siempre. Se camina mejor en la vida cuando tenemos a la madre cerca. Pensemos en esta gracia de la Virgen, esta gracia que nos da de estar cerca de nosotros pero sin hacernos esperar, siempre, ella es, tengamos confianza en esto para ayudarnos. La Virgen que siempre va con prontitud, por nosotros. También la Virgen nos ayuda a entender bien a Dios, a Jesús, a entender bien la vida de Jesús y la vida de Dios; a entender bien qué es el Señor, cómo es el Señor, quién es Dios”.
10.- Estilo samaritano.- Y todo ello, todo esto, todo lo anterior ¿cómo?: Con el estilo del Buen Samaritano. Siendo servidores y serviciales y no creernos dueños y señores porque para el cristiano el verdadero poder es servir, es amar. Un estilo de Buen Samaritano que se realiza, se vive y se transmite, ¿cómo? Con paciencia, con humildad, con misericordia, con ternura, con bondad, reconociendo en los humildes y en los humillados, en los pobres, en los enfermos, en los ancianos, en los niños, en los necesitados, en quienes viven en las periferias existenciales de la vida la carne de Cristo. Porque no valen ni la pobreza teórica, ni las palabras, ni los planteamientos abstractos y genéricos. La pobreza del Evangelio, la primera bienaventuranza del Evangelio, la sabiduría del Evangelio, “se aprende tocando la carne de Cristo pobre en los humildes, en los pobres, en los enfermos, en los niños”. Se aprende, se vive y se transmite siendo pastores, en medio de la grey, siendo pastores, sí, con olor a oveja, siendo cristianos con aroma de humanidad, siendo fieles y creyentes con fragancia de fieles y de creyentes. Pastores entre la grey y cristianos entre los hombres.
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