miércoles, 13 de marzo de 2013

Juan Buralli de Parma, Beato


Franciscano, Marzo 19
 
Juan Buralli de Parma, Beato
Juan Buralli de Parma, Beato

Séptimo Superior General de los Franciscanos.

Martirologio Romano: En Camerino, del Piceno, en Italia, beato Juan de Parma Buralli, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, a quien el papa Inocencio IV envió como legado a los griegos, para restaurar su comunión con los latinos (1289).

Etimológicamente: Juan = Dios es misericordia, es de origen hebreo.
Nació en Parma en 1209 y ya se encontraba enseñando lógica cuando, a la edad de veinticinco años, entró a la orden franciscana.

Fue enviado a París para proseguir sus estudios y, después de haber sido ordenado, se le envió a enseñar y predicar en Bolonia, Nápoles y Roma. Su elocuencia arrastraba multitudes a sus sermones y grandes personajes se congregaban para escucharle.

Se ha afirmado que en 1245, cuando el Papa Inocencio IV convocó el primer Concilio general de Lyon, Juan fue designado para representar a Crescencio, el superior general, quien debido a sus enfermedades estaba incapacitado para ir, pero esto es inexacto: el fraile que fue al concilio se llamaba Buenaventura de Isco. Juan, por su parte, aquel mismo año viajó a París para enseñar "Sentencias" en la Universidad, y en 1247, fue elegido superior general de la orden.

La tarea que tenía ante sí era excesivamente difícil, pues muchos abusos y un espíritu de rivalidad se habían introducido, debido a la relajada observancia del hermano Elías. Afortunadamente, poseemos una descripción de primera mano de las actividades del Beato Juan, escrita por su conciudadano, el hermano Salimbene, quien estuvo ligado íntimamente a él durante largo tiempo.

Sabemos que era fuerte y robusto, de manera que podía soportar grandes fatigas, de apariencia dulce y atrayente, de modales educados y lleno de caridad. Fue el primer superior general que visitó toda la orden, y siempre viajó a pie. Fuera de los conventos no permitió que nadie conociera su identidad y era tan humilde y modesto que, al llegar a una casa, con frecuencia ayudaba a los hermanos a lavar verduras en la cocina.

Amante del silencio y recogimiento, nunca se le oyó una palabra ociosa y cuando estaba moribundo, admitió que él tendría que dar mayor cuenta de su silencio que de sus palabras.

Comenzó su visita general por las casas de Inglaterra y cuando el rey Enrique III supo que se encontraba en palacio a presentarle sus respetos, se levantó de la mesa y salió a la puerta para abrazar al humilde fraile. En Francia, Juan fue visitado por San Luis IX, quien la víspera de su partida a la Cruzada, se detuvo en Sens a pedirle sus oraciones y bendiciones para la empresa. El rey que llegó en ropas de peregrino y báculo en mano, impresionó al hermano Salimbene por su apariencia delicada y frágil. Comió con los hermanos en el refectorio, pero no pudo persuadir a Juan de Parma para que se sentara a su lado.

Burgundia y Provenza recibieron la siguiente visita del beato. En Arlés, un monje de Parma, Juan de Ollis, vino a pedirle un favor. ¿Se dignaría el superior enviarle a él y a Salimbene a predicar?, Juan, sin embargo no iba a mostrar favoritismo con sus compatriotas. "En verdad, aunque fuereis mis hermanos carnales", respondió, "no obtedríais de mí esta misión, sin un examen previo".

Juan de Ollis no se desanimó fácilmente. "Si debemos ser examinados, ¿llamaréis al hermano Hugo para que nos examine"?, Hugo de Digne, el anterior provincial se encontraba entonces en la casa. "¡No!", dijo el superior rápidamente. "El hermano Hugo es vuestro amigo y podría ser indulgente con vosotros; llamad mejor al catedrático e instructor de la casa".

El hermano Salimbene no puede resistirse a informarnos que él pasó el examen, pero que Juan de Ollis fue enviado a estudiar un poco más.

Poco después del regreso de Juan de Parma de una misión como legado papal ante el emperador oriental, los problemas estallaron en París, adonde él había enviado a Buenaventura como uno de los mejores estudiantes de los frailes menores. Guillermo de Saint Amour, un doctor seglar de la universidad, había levantado una tormenta contra las órdenes mendicantes, atacándolas en un provocativo libelo.

El Beato Juan fue a París y, se dice que habló a los profesores universitarios en términos tan persuasivos y humildes, que todos quedaron convencidos y que el doctor que debía responder, solamente pudo decir: "¡Bendito seas y benditas sean tus palabras!". Calmada la tormenta, el superior general se entregó a la restauración de la disciplina. Aun antes de su partida para el oriente, ya había tenido un capítulo General en Metz, donde se habían tomado medidas para asegurar la exacta observancia de las reglas y constituciones y para insistir en que se apegaran estrictamente al breviario y al misal romano. Obtuvo varias bulas papales que lo apoyaban; el Papa Inocencio IV entregó a la orden el convento de Ara Coeli en Roma, que se convirtió en la residencia del superior general.

A pesar de todos sus esfuerzos, el Beato Juan encontró amarga oposición, en parte causada por sus tendencias joaquimistas. Llegó a convencerse de que no era capaz de llevar hasta el final las reformas que creía eran esenciales. No está claro si actuó espontáneamente o por obediencia a la presión ejercida sobre él por la curia papal, pero él renunció a su cargo en Roma, en 1257, y cuando se le pidió que nombrara un sucesor, escogió a San Buenaventura.

Fue una elección feliz y se habla a veces de San Buenaventura, como del segundo fundador; pero el camino le había sido preparado por el firme gobierno de su predecesor. Juan se retiró entonces a la ermita de Greccio, lugar donde San Francisco había preparado el primer Nacimiento. Estuvo los últimos treinta años de su vida en el retiro, del que solamente salió dos o tres veces, llamado por el Papa. Cuando Juan, ya un anciano de ochenta años, supo que los griegos habían caído nuevamente en el cisma, suplicó que se le permitiera ir otra vez a discutir con ellos. Obtuvo la anuencia del Papa y partió, pero al entrar en Camerino se dio cuenta de que iba a morir y dijo a sus compañeros: "Este es el lugar de mi descanso". Fue a recibir su recompensa en el cielo el 19 de marzo de 1289 y, muy pronto empezaron a obrarse muchos milagros en su tumba.

Su culto fue aprobado en 1777, siendo Papa Pío VI.

Juan de Panna desempeñó un papel tan considerable en el desarrollo de los problemas que culminaron en la revuelta de los "fraticelli", que su nombre figura más o menos prominentemente en una multitud de libros que tratan del movimiento franciscano.



Beato Juan de Parma, religioso presbítero
fecha: 19 de marzo
fecha en el calendario anterior: 20 de marzo
n.: c. 1208 - †: 1289 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: Pío VI 1777
hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
En Camerino, del Piceno, en Italia, beato Juan de Parma Buralli, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, a quien el papa Inocencio IV envió como legado a los griegos, para restaurar su comunión con los latinos.

Juan Burali nació en Parma en 1208. Poseyendo particulares dotes intelectuales, por consejo de un tío sacerdote, capellán del hospicio de San Lázaro, emprendió los estudios con gran provecho. Muy joven obtuvo el doctorado en filosofía y fue encargado de la enseñanza de la lógica en su nativa Parma. Pero más que la sabiduría humana, lo atrajo el espíritu evangélico de la regla de San Francisco de Asís. En 1233, a los veinticinco años de edad, entró en la Orden de los Hermanos Menores, mientras era ministro general fray Elías. Después de la profesión los superiores, dada su cultura, lo enviaron a París para perfeccionar sus estudios; allí fue ordenado sacerdote. Comenzó una intensa actividad apostólica; se distinguió en la predicación por el contenido doctrinal, la forma agradable de la exposición, por el bello timbre de su voz, que estimulaba a escucharlo. Conocía bien la música y cantaba magníficamente. El mismo Papa lo llamó para escuchar su predicación.

Los superiores lo encargaron de la enseñanza de la teología en los estudios de la Orden de Bolonia, Nápoles y finalmente en París, donde comentó la Biblia y las Sentencias. En el Capítulo general de la Orden en Lyon en 1247, Juan, de cuarenta años, fue elegido Ministro General y fue el sexto después de San Francisco, desempeñó este oficio por diez años. No era tarea fácil pues dentro de la Orden bullían disensiones sobre la pobreza y el método de vida de los Hermanos. Quiso tomar contacto con todas las comunidades dispersas en los países europeos: se sometió a continuos y fatigosos desplazamientos a pie. Se presentó a todos no como superior sino como siervo, dando ejemplo de gran humildad, de suma prudencia y de austeridad. En 1240 en Inglaterra se entrevistó con el rey Enrique III, en el mismo año visitó en Francia a san Luis IX, de partida para la cruzada. Inocencio IV lo envió a Costantinopla como ángel de paz para tratar sobre la reunificación con el patriarca Manuel II. No obtuvo ningún resultado, pero la personalidad del legado fue objeto de estima y admiración por parte de los griegos mismos, por su vida ejemplar y su cultura. Vuelto a Occidente, regresó a París, logró calmar los espíritus con sus pacientes modales, para la readmisión de los religiosos en la enseñanza en la universidad, contra las consignas de Guillermo de Sant Amore.

Dentro de la Orden chocaban dos tendencias: la de los celantes espirituales por un retorno rígido a la pobreza y la de los conventuales por una interpretación más benigna. En el capítulo general del 2 de febrero de 1257 Juan presentó su dimisión y fue sustituido por san Buenaventura. Se retiró por treinta años al eremitorio de Greccio donde vivió en gran austeridad y contemplación. Juan XXI y Nicolás III le propusieron el cardenalato, pero él lo rehusó humildemente. El Papa le encomendó una nueva misión de conciliación a Grecia, pero durante el viaje enfermó y murió el 19 de marzo de 1289 en Camerino, donde fue sepultado en la iglesia de San Francisco. Sus huesos fueron trasladados a la catedral en 1873, y fueron meta de peregrinaciones. Aprobó su culto Pío VI el 1 de marzo de 1777.

 

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