viernes, 22 de marzo de 2013

C - Domingo de Ramos

Primera: Is 50, 4-7; segunda: Fil 2, 6-11; Evangelio: Lc 22, 14-23, 52
 
C - Domingo de Ramos
C - Domingo de Ramos

 
 
 
 
 
 
 
 
Sagrada Escritura.

Primera: Is 50, 4-7
 
4 El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.
5 El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.
6 Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
7 Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
 

segunda: Fil 2, 6-11
 
2 les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo buen unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento.
3 No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos.
4 Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás.
5 Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
6 El, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
7 al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
8 se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.
9 Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
10 para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
11 y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor».
 
 

Evangelio: Lc 22, 14-23, 52           
14 Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo:
15 «He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión,
16 porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios».
17 Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomen y compártanla entre ustedes.
18 Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios».
19 Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».
20 Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.
21 La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí.
22 Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!».
23 Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso.
52 Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: «¿Soy acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos?

 Nexo entre las lecturas

¡El dolor! Realidad histórica y designio de Dios. Aquí está el centro del mensaje del Domingo de Ramos. El Siervo de Yahvéh (primera lectura) sufre golpes, insultos y salivazos, pero el Señor le ayuda y le enseña el sentido del dolor. San Pablo, en el himno cristológico de la carta a los filipenses (segunda lectura), canta a Cristo que "se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo". En la narración de la Pasión según san Lucas, Jesús afronta sufrimientos indecibles e incontables, a la manera de un esclavo, pero sabe que todo está dispuesto por el Padre y por ello confía al Padre su espíritu.


Mensaje doctrinal

1. Cristo, varón de dolores. El sufrimiento de Cristo puede medirse cuantitativamente, y ya así es enorme. El valor supremo del dolor de Cristo radica sobre todo en su cualidad. Cualidad que se basa sobre tres pilares: Jesús es el hombre perfecto, que experimenta y vive el sufrimiento con perfección; Jesús es el Hijo de Dios, y por tanto es Dios mismo quien sufre en Él; Jesús es el Redentor del mundo y del hombre, que asume el dolor inyectando en él la potencia salvífica de Dios. Por eso, en la vida de Cristo, sobre todo en los acontecimientos de su pasión y muerte, el dolor es una realidad histórica, pero también mística, es solidaridad con el hombre, y a la vez juicio y justificación del hombre pecador, o sea, misterio de salvación. El relato de la pasión según san Lucas nos lleva como de la mano a la contemplación orante de Cristo en los diversos episodios de este misterio de dolor: Contemplamos el dolor contenido, discretamente manifestado, de Jesús en el Cenáculo ante la traición de Judas (Lc 22, 22) o frente a la discusión inoportuna de los discípulos sobre rangos y primeros puestos (Lc 22, 24ss). Vemos el dolor intenso, extenuante y extremo en Getsemaní, hasta el punto de derramar gotas de sangre a causa de la soledad, del abandono de los hombres y de su mismo Padre, el peso del pecado del mundo. Repasamos interiormente el dolor inefable del amor renegado por Pedro, el dolor dignísimo del amor burlado por la soldadesca entre blasfemias y bajezas, el dolor noble del inocente condenado por los jefes del pueblo y por el poder dominante, el dolor sagrado y puro por la deshonra que le ha sido infligida al ser pospuesto a un criminal, el dolor físico de los clavos traspasando sus manos y sus pies, y el último dolor de la agonía. Cristo "varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento". Cristo que recoge en su cuerpo y en su alma, como en un cuenco, todo dolor y toda pena.

2. Cristo no está solo en su dolor. Ya el Siervo de Yahvéh, figura de Cristo, tiene la seguridad de que, en medio de sus dolores, "el Señor le ayuda" (primera lectura). En Getsemaní el Padre le envía un ángel, no para librarle del dolor, sino para confortarlo (cf. Lc 22,43). Camino del Calvario le acompaña un grupo de mujeres, "que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él" (Lc 23, 27). Crucificado a la derecha de Jesús está el buen ladrón, que reprende a su compañero de crímenes y proclama la inocencia de Jesús: "Éste no ha hecho nada malo". A lo largo de la pasión Jesús ha sentido sea el abandono del Padre sea su íntima e inefable compañía y proximidad, y por eso puede exclamar antes de expirar: "Padre, a tus manos confío mi espíritu". La glorificación del dolor de Cristo -y la consiguiente solidaridad con Él- la señala san Lucas después de su muerte mediante la confesión del centurión: "verdaderamente este hombre era justo", mediante el arrepentimiento de la multitud que "volvía a la ciudad golpeándose el pecho" y sobre todo mediante el anuncio a las mujeres que han acudido al sepulcro: "No está aquí. Ha resucitado". La segunda lectura subraya la cercanía de Dios a Cristo obediente hasta la muerte con términos de exaltación: "Le dio el nombre por encima de todo nombre". Ni Dios ni el hombre dejaron a Cristo solo en el dolor. Esta afirmación es válida para todo hombre. El hombre, al igual que Jesús, encontrará en los hombres la causa de su dolor, y en ellos hallará también la presencia amiga y el consuelo solidario.


Sugerencias pastorales

1. El dolor, un tesoro escondido. El hombre actual tiene miedo del dolor. Quisiera eliminarlo, arrancarlo de la vida humana, e incluso de la vida animal. Parece como si el dolor fuera solo mal, un mal abominable, un agujero negro en el gran universo humano que devora todo lo que entra en su campo de acción. Parece como si la gran batalla de la historia actual fuera contra el dolor en lugar de por el hombre. Hay que reflexionar sobre esto, porque a veces resulta que logramos destruir el dolor, pero de tal manera que destruimos también algo del hombre. Los padres, para que sus hijos no sufran, no les niegan nada, les dejan hacer todos sus caprichos, pero... ¿no están de esta manera perjudicándolos a largo plazo? A los ancianos, a los enfermos terminales se les amortiguan los dolores con medicinas que les hacen perder en gran parte la conciencia. ¿No se les hace perder así libertad y nobleza de espíritu ante el dolor? No abogo por el sufrimiento en sí, es necesario aliviarlo lo más posible, abogo por la asunción humana del sufrimiento. No son infrecuentes los casos de jóvenes y adultos que ante el fracaso escolar o profesional, ante una decepción amorosa, ante un escándalo de corrupción, prefieren acabar con la vida, a enfrentarse con el rostro doloroso de la situación. ¿Por qué? No se conoce, no se ha descubierto el tesoro escondido en el dolor. Para el hombre es un tesoro escondido de humanización. Para el cristiano es un tesoro escondido de asimilación del estilo de Cristo, de valor redentor. Juan Pablo II ha tenido la osadía de hablar del Evangelio del sufrimiento, ciertamente del sufrimiento de Cristo, pero, junto con Él, del sufrimiento del cristiano. Estamos llamados a vivir este Evangelio en las pequeñas penas de la vida, estamos llamados a predicarlo con sinceridad y con amor.

2. Consuelo en el dolor. La medicina en nuestros días está descubriendo que la presencia amiga junto al lecho del enfermo puede aliviar el dolor más que una inyección de morfina. Hay una relación estrecha entre el alma y el cuerpo, y el consuelo espiritual de una cercanía suaviza los más terribles sufrimientos. Las obras de misericordia espirituales (instruir, consolar, confortar, sufrir con paciencia...) y corporales (dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos...), son formas tradicionales de ayudar al hombre en su dolor. Son formas que continúan siendo válidas e indispensables. Junto a ellas surgen y surgirán nuevas formas según las necesidades de nuestro tiempo. Lo que importa es tener conciencia de que como cristianos hemos de acompañar a los hombres en su dolor, hemos de ser solidarios con sus penas, hemos de aliviar con nuestra cercanía y nuestro consuelo sus sufrimientos. ¿No es una buena forma de alivio el enseñar a los que sufren a dar sentido y valor a sus sufrimientos?

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