domingo, 16 de diciembre de 2012

Francisca Javier Cabrini, Santa


Fundadora, 22 Diciembre

Francisca Javier Cabrini, Santa
Francisca Javier Cabrini, Santa

Madre de los emigrantes


Entre el 1901 y el 1913 emigraron a Estados Unidos 4.711.000 italianos. A pesar de los innumerables dramas que suscita la emigración hay que recordar todavía hoy a una frágil maestra del S. Angelo Lodigiano, Francisca Cabrini, nacida en 1850, la menor de 13 hijos. Se distinguió, por no mirar la emigración con los ojos del político ni del sociólogo, sino con esos humanísimos de mujer cristiana, mereciendo el titulo de madre de los emigrantes.

Huérfana de padre y de madre, Francisca hubiera querido encerrarse en un convento, pero no fue aceptada por su delicada salud. Entonces aceptó el cargo que le confió el párroco de Codogno para que ayudara en un orfanatorio. La joven, graduada de maestra hacia poco tempo, hizo mucho más: reunió a algunas compañeras y formó el primer núcleo de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, orientadas por el espíritu de un intrépido misionero, San Francisco Javier. Cuando Francisca hizo los votos religiosos tomó el nombre del santo. Como él, hubiera querido partir también para China, pero cuando tuvo noticia del descuido y del drama de desesperación de los miles y miles de emigrantes italianos que descargaban en el puerto de Nueva York sin ninguna ayuda material ni espiritual, Francisca Javier no dudó un instante.

También ella, en la primera de
Francisca Javier Cabrini, Santa
Francisca Javier Cabrini, Santa
sus 24 travesias oceánicas, compartió las incomodidades y las incertidumbres de sus compatriotas; pero se destacó por su extraordinaria valentía con la que afrontó las grandes necesidades que se le presentaron y supo desenvolverse para establecer un punto de encuentro y de ayuda para los emigrantes. Ante todo se preocupó por los huérfanos y los enfermos, construyendo casas, escuelas y un grande hospital en Nueva York, luego en Chicago, después en California, y así siguió exteniendo su obra en toda América, hasta Argentina.

A quien le manifestaba admiración por el éxito de tantas obras, la Madre Cabrini le contestaba con sincera humildad “¿Acaso todo esto no lo ha hecho el Señor?”. Murió en el surco, durante uno de sus tantos viajes a Chicago, en 1917. Su cuerpo fue llevado triunfalmente a Nueva York y enterrado en la iglesia contigua a la “Mother Cabrini High School”, para que estuviera cerca de los emigrados.

Santa Francisca Javier Cabrini
Madre de los emigrantes
Nacida en 1850, última de 13 hijos.
Religiosa.
Fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón.
Misionera a Estados Unidos
Muere en 1917 Fiesta: 13 de noviembre
Fuente: Butler, Vida de los Santos
Agustín Cabrini era un cultivador muy acomodado, cuyas tierras estaban situadas cerca de Sant' Angelo Lodigiano, entre Pavía y Lodi. Su esposa, Estela Oldini, era milanesa. Tuvieron trece hijos, de los que la menor, nacida el 15 de julio de 1850, recibió en el bautismo los nombres de María Francisca, a los que más tarde había de añadir el de Javier.
La familia Cabrini era sólidamente piadosa, pues todo en la familia era sólido. Rosa, una de las hermanas de Francisca, que había sido maestra de escuela y no había escapado a todos los defectos de su profesión, se encargó especialmente de la educación de su hermanita en forma muy estricta. Hay que reconocer que Francisca aprendió mucho de Rosa y que el rigor con que la trataba su hermana no le hizo ningún daño. La piedad de Francisca fue un tanto precoz, pero no por ello menos real. Oyendo en su casa la lectura de los "Anales de la Propagación de la Fe", Francisca determinó desde niña ir a trabajar en las misiones extranjeras. China era su país predilecto. Francisca vestía de religiosas a sus muñecas; solía también hacer barquitos de papel, y los echaba al río cubiertos de violetas, que representaban a los misioneros que iban a las misiones. Sabiendo que en China no había caramelos, renunció a ellos para irse acostumbrando a esa privación. Los padres de Francisca, que deseaban que fuese maestra de escuela, la enviaron a estudiar en la escuela de las religiosas de Arluno. La joven pasó con éxito los exámenes a los dieciocho años. En 1870, tuvo la pena enorme de perder a sus padres.
Durante los dos años siguientes, Francisca vivió apaciblemente con su hermana Rosa. Su bondad sin pretensiones impresionaba a cuantos la conocían. Francisca quiso ingresar en la congregación en la que había hecho sus estudios; pero no fue admitida a causa de su mala salud. También otra congregación le negó la admisión por la misma razón. Pero Don Serrati, el sacerdote en cuya escuela enseñaba Francisca, no olvidó las cualidades de la joven maestra. En 1874, Don Serrati fue nombrado preboste de la colegiata de Codogno. En su nueva parroquia había un pequeño orfanato, llamado la Casa de la Providencia, cuyo estado dejaba mucho que desear. La fundadora, que se llamaba Antonia Tondini, y otras dos mujeres, se encargaban de la administración, pero lo hacían muy mal. El obispo de Lodi y Mons. Serrati invitaron a Francisca a ir a ayudar en esa institución y a fundar ahí una congregación religiosa. La joven aceptó, no sin gran repugnancia.
Así empezó Francisca lo que una religiosa benedictina califica de noviciado muy especial. Aunque Antonia Tondini había aceptado que Francisca trabajase en el orfanato, en vez de ayudarla, se dedicó a obstaculizar su trabajo. Pero Francisca no se desalentó, con sus compañeras fundó la comunidad de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, bajo la inspiración del gran misionero jesuita San Francisco Javier. Cuando Francisca hizo los votos religiosos tomó el nombre del santo y, en 1877, hizo los primeros votos con siete de sus hermanas religiosas. Al mismo tiempo, el obispo la nombró superiora. Ello no hizo sino empeorar las cosas. La conducta de la hermana Tondina, quien probablemente estaba un tanto enferma de la cabeza, se convirtió en un escándalo público. Francisca Cabrini y sus fieles colaboradoras lucharon tres años más por sostener la obra de la Casa de la Providencia, en espera de tiempos mejores; pero finalmente, el obispo renunció al proyecto y cerró el orfanato, después de decir a Francisca: "Vos deseáis ser misionera. Pues bien, ha llegado el momento de que lo seáis. Yo no conozco ningún instituto misional femenino. Fundadlo vos misma". Francisca salió decidida a seguir sencillamente ese consejo.
En Codogno había un antiguo convento franciscano, vacío y olvidado. A él se trasladó la madre Cabrini con sus siete fieles compañeras. En cuanto la comunidad quedó establecida, la santa se dedicó a redactar las reglas. El fin principal de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón era la educación de las jóvenes. Ese mismo año el obispo de Lodi aprobó las constituciones. Dos años más tarde, se inauguró la primera filial en Gruello, a la que siguió pronto la casa de Milán.
Todo esto se escribe pronto, pero la realidad fue cosa muy seria. En efecto, algunos alegaron que el título de misioneras no convenía a las mujeres, y una madre se quejó de que su hija había sido engañada para que entrase en la congregación. A pesar de ello, la congregación empezó a crecer, y la madre Cabrini demostró ampliamente su capacidad. En 1887, fue a Roma a pedir a la Santa Sede que aprobase su pequeña congregación y le diese permiso de abrir una casa en la Ciudad Eterna. Algunas personas influyentes trataron de disuadir a la santa del proyecto, pues juzgaban que siete años de prueba no bastaban para la aprobación de la congregación. El cardenal Parocchi, vicario de Roma, repitió el mismo argumento en su primera entrevista con la madre Francisca; pero solo en la primera entrevista, porque la santa se lo ganó muy pronto. Al poco tiempo, se pidió a la madre Cabrini que abriese no una sino dos casas en Roma: una escuela gratuita y un orfanato. Algunos meses más tarde, se publicó el decreto de la primera aprobación de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón.
Como hemos dicho, la madre Cabrini había soñado en China desde la niñez. Pero no faltaban quienes querían convencerla de que volviese los ojos hacia otro continente. Mons. Scalabrini, obispo de Piacenza, había fundado la sociedad de San Carlos para trabajar entre los italianos que partían a los Estados Unidos, y rogó a la madre Cabrini que enviase algunas de sus religiosas a colaborar con los sacerdotes de la sociedad. La santa no se dejó convencer. Entonces, el arzobispo de Nueva York, Mons. Corrigan, insistió personalmente. La santa estaba indecisa, porque todos, excepto Mons. Serrati, apuntaban en la misma dirección. La madre Francisca tuvo por entonces un sueño que la impresionó mucho y determinó consultar al Sumo Pontífice. León XIII le dijo: "No al oriente sino al occidente". Siendo niña, Francisca Cabrini se había caído al río, y desde entonces tenía horror al agua. A pesar de ello, cruzó el Atlántico por primera vez, con seis de sus religiosas, y desembarcó en Nueva York el 31 de marzo de 1889.
Misionera a Estados Unidos
Entre 1901 y 1913 inmigraron a Estados Unidos 4.711.000 italianos. Muchos los definían como una auténtica enfermedad social.
Una multitud de europeos pobres, italianos, polacos, ucranios, checos, croatas, eslovacos, Etc., emigraban a los Estados Unidos. Cuando llegó la madre Cabrini, había unos 50,000 italianos solo en Nueva York y sus alrededores. La mayoría de ellos no sabían siquiera los rudimentos de la doctrina cristiana; apenas unos 1,200 habían asistido alguna vez en su vida a la misa. El clero tenía sus dificultades, pues de cada doce sacerdotes italianos en los Estados Unidos, diez habían tenido que salir de su patria por mala conducta. Y las condiciones económicas y sociales de la mayoría de los inmigrantes estaban a la altura de las condiciones religiosas. Nada tiene, pues, de extraño que en el tercer concilio plenario de Baltimore, Mons. Corrigan y León XIII hayan estado muy inquietos.
La acogida que se dio a las religiosas en Nueva York, no fue precisamente entusiasta. Se les había pedido que organizaran un orfanato para niños italianos y que tomaran a su cargo una escuela primaria; pero, al llegar a Nueva York, donde se les dio cordialmente la bienvenida, se encontraron con que no tenían casa, de suerte que por lo menos la primera noche tuvieron que pasarla en una posada sucia y repugnante. Cuando la madre Cabrini fue a ver a Mons. Corrigan, se enteró de que, debido a ciertas dificultades entre el arzobispo y las bienhechoras, se había renunciado al proyecto del orfanato. Por otra parte, aunque abundaban los alumnos, no había edificio para la escuela. El arzobispo terminó diciendo que, en vista de las circunstancias, lo mejor era que la madre Cabrini y sus religiosas regresasen a Italia. Santa Francisca replicó con su firmeza y decisión habituales: "No, monseñor. El Papa me envió aquí, y aquí me voy a quedar". El arzobispo quedó impresionado al ver la firmeza de aquella pequeña lombarda y el apoyo que le prestaban en Roma. Por lo demás, hay que confesar que era un hombre que cambiaba fácilmente de idea. Así pues, no se opuso a que las religiosas se quedasen en New York y consiguió que por el momento se alojasen con las hermanas de la Caridad. A las pocas semanas, Santa Francisca había ya hecho buenas migas con la condesa Cesnola, bienhechora del orfanato proyectado, la había reconciliado con Mons. Corrigan, había conseguido una casa para sus religiosas y había inaugurado un pequeño orfanato. En julio de 1889, fue a hacer una visita a Italia, y llevó consigo a las dos primeras religiosas italo-americanas de su congregación.
Nueve meses después, regresó a los Estados Unidos con más religiosas para tomar posesión de la casa de West Park, sobre el río Hudson, que hasta entonces había pertenecido a los jesuitas. La santa trasladó allá el orfanato, que ya había crecido mucho, y estableció ahí mismo la casa madre y el noviciado de los Estados Unidos. La congregación prosperaba, tanto entre los inmigrantes a los Estados Unidos como en Italia. Al poco tiempo, la madre Cabrini hizo un penoso viaje a Managua de Nicaragua; a pesar de que las circunstancias eran muy difíciles y aun peligrosas, aceptó la dirección de un orfanato y abrió un internado. En el viaje de vuelta, pasó por Nueva Orleans, como se lo había pedido el santo arzobispo de la ciudad, Francisco Janssens. Los italianos de Nueva Orleans, que procedían en gran parte del sur de Italia y de Sicilia vivían en condiciones especialmente amargas. Había entre ellos algunos criminales indeseables, y poco antes una chusma enfurecida de americanos, no menos criminal, había linchado a once de ellos. El resultado de la visita de Santa Francisca fue que fundó una casa en Nueva Orleáns.
No hace falta demostrar que Francisca Cabrini fue una mujer extraordinaria, pues sus obras hablan por ella. Como había sucedido a la beata Filipina Duchesne, Santa Francisca aprendió el inglés con dificultad y conservó siempre el acento extranjero muy marcado. Pero ello no le impidió tener gran éxito en el trato con gentes de todas clases. En particular, aquellos con quienes tuvo que tratar asuntos financieros, que fueron muchos y de mucha importancia, la admiraban enormemente. El único punto en el que falló el tacto de la madre Cabrini fue en las relaciones con los cristianos no católicos. Ello se debió a que entró por primera vez en contacto con ellos en los Estados Unidos, de suerte que pasó largo tiempo antes de que reconociese su buena fe y apreciarse su vida ejemplar. Los comentarios desagradables que hizo la santa sobre este punto, se explican por su ignorancia, que era la raíz de su incomprensión. En efecto, como lo demuestran sus ideas sobre la educación de los niños, era una mujer de visión amplia y capaz de aprender, que no cerraba a una idea simplemente porque era nueva. La madre Cabrini había nacido para gobernar. Era muy estricta, pero poseía al mismo tiempo un gran sentido de justicia. En ciertas ocasiones era tal vez demasiado estricta y no caía en la cuenta de las consecuencias de su inflexibilidad. Por ejemplo, no parece que haya favorecido a la causa de la moral cristiana negándose a recibir a los hijos ilegítimos en su escuela gratuita; tal actitud no hacía más que castigar a los inocentes. Pero el amor gobernaba todos los actos de la santa, de suerte que su inflexibilidad no le impedía amar y ser muy amada. A este propósito, solía decir a sus religiosas: “Amáos unas a otras. Sacrificaos constantemente y de buen grado por vuestras hermanas. Sed bondadosas; no seáis duras ni bruscas, no abriguéis resentimientos; sed mansas y pacíficas.”
En 1892, año del cuarto descubrimiento del Nuevo Mundo, la santa fundó en Nueva York una de sus obras más conocidas: el “Columbus Hospital”. En realidad, dicha obra había sido emprendida poco antes por la Sociedad de San Carlos. Desgraciadamente, la cesión del hospital a las Misioneras de Sagrado Corazón, que no fue fácil, creó ciertos resentimientos contra la madre Francisca. La santa hizo poco después un viaje a Italia, donde asistió a la inauguración de una casa de vacaciones cerca de Roma y de una casa de estudiantes en Génova. En seguida, fue a Costa Rica, Panamá, Chile, Brasil y Buenos Aires. Naturalmente, en 1895, ese viaje era mucho más difícil que en la actualidad; pero la madre Cabrini gozaba enormemente con los paisajes, y ello le aligeró un tanto las molestias del viaje. En Buenos Aires inauguró una escuela secundaria para jovencitas. Como algunas personas le advirtiesen que la empresa era muy difícil y pesada, la santa respondió: “¿Quién la va a llevar a cabo: nosotras, o Dios? ” Después de otro viaje a Italia, donde tuvo que encargarse de un largo proceso en los tribunales eclesiásticos y hacer frente a la turba en Milán, fue a Francia, e hizo ahí su primera fundación europea fuera de Italia. En el verano de 1898, estuvo en Inglaterra. El obispo de Southwark, Mons. Bourne, que fue más tarde cardenal y había conocido en Codogno a la madre Francisca, le pidió que fundase en su diócesis una casa de su congregación; pero el proyecto no se llevó a cabo por entonces.
La santa desplegó la misma actividad en los doce años siguientes. Si hubiese que nombrar a un santo patrono de los viajeros, más reciente y menos nebuloso que San Cristóbal, la madre Cabrini encabezaría ciertamente la lista de candidatos. Su amor por todos los hijos de Dios la llevó de un sitio a otro del hemisferio occidental: de Río de Janeiro a Roma, de Sydenham a Seattle. Las constituciones de la Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón fueron finalmente aprobadas en 1907. Para entonces, la congregación, que había comenzado en 1880 con ocho religiosas, tenía ya más de 1000 y se hallaba establecida en ocho países. Santa Francisca había hecho más de cincuenta fundaciones, entre las que se contaban escuelas gratuitas, escuelas secundarias, hospitales y otras instituciones. Las religiosas no se limitaban en los Estados Unidos a trabajar entre los inmigrantes italianos. En efecto, el día del jubileo de la congregación, los presos de Sing-Sing enviaron a la santa una conmovedora carta de gratitud. Entre las grandes fundaciones, nos limitaremos a mencionar dos: el “Columbus Hospital” de Chicago, y la escuela de Brockley (1902), que actualmente se halla en Honor Oak. Es imposible hablar aquí de todas las pruebas y dificultades, tales como la oposición del obispo de Vitoria (la reina María Cristina había llamado a España a Santa Francisca), y la oposición de ciertos partidos en Chicago, Seattle y Nueva Orleáns. En esta última ciudad las hijas de Santa Francisca pagaron el mal con bien, ya que se condujeron en forma heroica en la epidemia de fiebre amarilla de 1905.
En 1911, la salud de la fundadora comenzó a decaer. Tenía entonces sesenta y un años, y estaba físicamente agotada. Pero todavía pudo trabajar seis años más. El fin llegó súbitamente. La madre Francisca Javier Cabrini murió durante uno de sus viajes a Chicago, el 22 de diciembre de 1917.
Fue canonizada en 1946. Su cuerpo se halla en la capilla de la “Cabrini Memorial School” de Fort Washington, en el estado de Nueva York. Sin duda, que antes de Santa Francisca hubo muchos santos en los Estados Unidos y que seguirá habiéndolos en el futuro; pero ella fue la primera ciudadana americana cuya santidad fue públicamente reconocida por la Iglesia mediante la canonización. Francisca Javier Cabrini es una gloria de los Estados Unidos, de Italia, de la Iglesia y de toda la humanidad. Nadie que no fuese un santo como ella hubiese podido hacer lo que ella hizo y en la forma en que lo hizo. Así lo reconoció León XIII, casi cuarenta años antes de la canonización de la santa, cuando dijo: “La madre Cabrini es una mujer muy inteligente y de gran virtud . . . Es una santa”.
Bibliografía
Butler, Vida de los Santos
Sgarbossa,
Mario; Luigi Giovannini: Un santo para cada día
 
 

Francisca Javiera Cabrini


 

Francisca Javiera Cabrini
Francesca Cabrini.JPG
Santa Frances Xavier Cabrini, patrona de los inmigrantes
Nacimiento15 de julio de 1850
Sant' Angelo Lodigiano
Fallecimiento22 de diciembre de 1917
Chicago
Venerada enIglesia Católica
Beatificación13 de noviembre de 1938
el Papa Pío XI,
Canonización7 de julio de 1946
el Papa Pío XII
Patronazgode los inmigrantes
Santa Francesca Saverio Cabrini (n. Sant' Angelo Lodigiano, 15 de julio de 1850 - m. Chicago, 22 de diciembre de 1917) fue una monja italiana, la primera ciudadana estadounidense en ser canonizada.
En vida fue conocida como Mother Frances Xavier Cabrini (en inglés), Francisca Javier Cabrini o Madre Cabrini (en español).
Nació en Sant'Angelo Lodigiano, en Lombardía (Italia), y fue la menor de los trece hijos de Agostino Cabrini y Stella Oldini. Nacida prematuramente, su salud fue delicada durante sus 67 años de vida. Tomó los votos religiosos en 1877, convirtiéndose en la madre superiora del orfanato Casa de la Providencia en Codogno, donde ejercía la enseñanza.
En 1880 se cerró el orfanato y se convirtió en una de las siete miembros fundadores del Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. Aunque su sueño era ser misionera en China, el papa León XIII la envió a Nueva York el 31 de marzo de 1889. Allí obtuvo el permiso del arzobispo Michael Corrigan para fundar un orfanato, el primero de las 67 instituciones que fundó en Nueva York, Chicago, Seattle, Nueva Orleáns, Denver, Los Ángeles, y en algunos países de Sudamérica y Europa.
La madre Cabrini falleció de malaria en el hospital Columbus de Chicago. Sus restos se encuentran enterrados en la Escuela secundaria Madre Cabrini (Mother Cabrini High School), en avenida Fort Washington 701 (Manhattan).
Fue beatificada el 13 de noviembre de 1938 y canonizada el 7 de julio de 1946 por el papa Pío XII. El milagro que justificaba su beatificación se refiere a la restauración de la vista de un niño que había sido cegado por un exceso de nitrato de plata en los ojos. El milagro de su canonización fue la cura de una enfermedad terminal en la persona de una monja.
Santa Frances Xavier Cabrini es la santa patrona de los inmigrantes.

 

Correspondencia de Francisca Javiera Cabrini

Santa Francisca Javiera Cabrini no escribió libros, lo que se logró editar es una parte de la numerosa correspondencia que ella mantuvo con las hermanas de Codogno y otras misivas que dirigió a las alumnas del Magisterio. Estas cartas se publicaron en un libro editado en Buenos Aires en mayo de 1957.
Madre Cabrini escribió esas cartas durante sus viajes en barco, por eso se las catalogó según el origen y destino de sus numerosos viajes.

 Himno

 GLORIA, GLORIA

Gloria, gloria a la Madre Cabrini,
Misionera del célico ardor,
que traspuso del mundo los confines
irradiando su gran fe, esperanza y amor.

Misioneras del Sagrado Corazón
su Instituto ella quiso llamar,
pues la llama que abrasó su corazón
hizo de ella un viviente altar.

Incansable en la lucha divina,
la divisa de Pablo escogió,
y abrazando la cruz y las espinas,
nuevo apóstol su vivir al Señor consagró.

Misioneras…

A tu altar hoy venimos gozosos
implorando tu ayuda y favor,
muéstranos tus miradas amorosas,
danos Madre fe ardiente, confianza y valor.

Misioneras…

Bibliografía

  • Braghin, Andrea (2000). Francisca Cabrini: Memoria y camino: 1850-2000. 32 páginas. Éd. du Signe. ISBN 978-2-7468-0033-5.
  • Maynard, Theodore (2000). Un mundo demasiado pequeño: Vida de Santa Francisca Javier Cabrini. 444 páginas. Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. ISBN 978-84-607-1432-3.



 
 

Santa
Francisca Javier Cabrini

(1850-1917)


Patrona de los Emigrantes
y
Fundadora de las Misioneras
del Sagrado Corazón


"No olvidemos que seguimos al Buen Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, que es manso y humilde de corazón. Jamás echemos una cucharada de amargura en la vida de los demás. No seamos duras ni bruscas con nadie. Que los que nos traten se vayan siempre contentos de haber sido tratados amablemente por nosotras".



SU VIDA
La Madre Cabrini fué la menor de una familia de trece hijos. Nació cerca de Pavia, Italia, en el año 1850.
Una de sus hermanas mayores era maestra de escuela y la formó en la estricta disciplina, lo cual le fue muy útil después para toda su vida.
Desde muy pequeña al oír leer en su familia la Revista de Misiones, adquirió un gran deseo de ser misionera. A sus muñecas las vestía de religiosas, y fabricaba barquitos de papel y los echaba a las corrientes de agua y les decía: "Por favor, vayan a países de misiones a llevar ayudas". Para apagarle un poquito su gran deseo de irse de misionera le dijeron que en tierras de misiones no había dulces ni caramelos, entonces empezó a privarse de los caramelos que le regalaban, para irse acostumbrando a no comer dulces.
A los 18 años obtuvo el grado de profesora. Quiso entrar de religiosa en una comunidad pero no la aceptaron porque era de constitución muy débil y de poca salud. Pidió entrar a otra comunidad y tampoco la aceptaron por las mismas razones. Entonces se fue de maestra a una escuela que dirigía un santo sacerdote, el Padre Serrati.
Y aquél sacerdote se dio cuenta muy pronto de que la nueva maestra de su escuela tenía unas cualidades muy especiales para hacerse querer del alumnado y lograr que sus discípulas se volvieran mejores. Y la recomendó para que fuera a dirigir un orfanato llamado de la Divina Providencia, el cual estaba a punto de fracasar por no tener personas bien capaces que lo dirigieran. Al Sr. Obispo le pareció que era una excelente directora y hasta le aconsejó que tratara de fundar una comunidad de religiosas para que le ayudaran en el apostolado.
El Sr. Obispo le dijo un día: "Me dice que su gran deseo ha sido siempre ser misionera. Pues le aconsejo que funde una comunidad de misioneras. Yo no conozco ninguna comunidad para esa labor tan santa y admirable".
Y Francisca reunió siete compañeras de trabajo y con ellas fundó en 1877 la Comunidad de Misioneras del Sagrado Corazón. A los 10 años de fundada la comunidad fue a Roma a tratar de obtener la aprobación para su congregación, y el permiso para fundar una casa en Roma. En la primera entrevista con el Cardenal Parochi, Secretario de Estado, éste le dijo que la comunidad estaba muy recién fundada y que todavía no se le podían conseguir semejantes permisos. Pero el Cardenal quedó tan admirado de la bondad y santidad de la fundadora que en la segunda visita ya le dio la aprobación y le pidió que en Roma fundara no sólo una casa para niñas huérfanas, sino dos: una escuela y un orfanato.
En aquel tiempo eran muchísimos los italianos que se iban a vivir a Norteamérica, pero allí, por falta de asistencia espiritual corrían el peligro de perder la fe y abandonar la religión. El Arzobispo de Nueva York le pidió personalmente que enviara sus religiosas a ese país a enseñar religión. Ella estaba dudosa porque más bien deseaba que se fueran al extremo oriente, a China. Pero consultó con el Sumo Pontífice León Trece y él le dijo: "No a oriente, sino a occidente". Con esto entendió que sí debían ir a Norteamérica.

NUEVA YORK


El 31 de marzo de 1889 Santa Francisca llegó con seis de sus religiosas a Nueva York.
A Nueva York y sus alrededores habían llegado recientemente unos 50,000 italianos. La mayoría de ellos no sabían ni siquiera los diez mandamientos. Sólo 1,200 iban a misa los domingos.
Al llegar a Nueva York se encontraron con que las señoras que habían prometido ayudar a conseguir la casa para ellas no habían conseguido nada, y tuvieron que pasar su primera noche en un hotelucho de mala muerte, sucio y destartalado. Y al presentarse al arzobispo éste les dijo desanimado: "No se les pudo conseguir casa. Así que lo mejor que pueden hacer es devolverse otra vez a Italia". Pero la Madre Francisca, que era valiente y tenía una gran fe, le respondió: "No, señor arzobispo, el Sumo Pontífice nos envió para acá, y acá nos vamos a quedar". El arzobispo se quedó admirado del valor de la monjita y del apoyo que le ofrecían a ella desde Roma y les consiguió entonces alojamiento en una casa de religiosas.
Y a los pocos meses ya la Madre Cabrini había logrado conseguir una buena casa, buscando ayudas entre los bienhechores, y poco antes de un año ya pudo ir a Italia, llevando las dos primeras novicias norteamericanas para su comunidad. De vuelta se trajo varias religiosas más y fundó su primer gran orfanato junto al Río Hudson.
La comunidad empezó a extenderse admirablemente en Italia y en América. La Madre Cabrini en penosos y largos viajes fundó una casa en Nicaragua y otra en Nueva Orleáns. En esta ciudad norteamericana los italianos vivían en condiciones infrahumanas, y la presencia de las misioneras fue de enorme provecho para esas pobres gentes.
Las grandes obras que emprendió demuestran que Francisca Cabrini fue una mujer extraordinaria. Su inglés lo hablaba con acento italiano lo que le concedía una gracia especial, y que en cualquier parte donde llegaba la señalaba como una extranjera. Pero ello no le impidió ser amada y estimada por toda clase de personas en los Estados Unidos. Los que trataban con ella de asuntos económicos (en grande escala muchas veces) se quedaban admirados de las capacidades tan impresionantes que esta mujer tenía para salir adelante aun con las obras más difíciles.
Era sumamente disciplinada, como desde muy pequeñita le había enseñado a ser su hermana. Algo que nunca pudo aceptar fue que la gente abandonara la religión católica, que es la verdadera, para irse a formar parte de sectas protestantes que enseñan tantos errores. Esto la hizo sufrir mucho, porque en Norteamérica, los católicos eran una escasa minoría y los protestantes, halagándolos con ofertas económicas, los hacían pasarse a sus sectas y al par de años, como esas religiones quitan todas las devociones, se volvían unos verdaderos paganos, sin más dios que el dólar. Contra ésto luchó ella fuertemente durante toda su vida.
Otro pecado contra el cual luchaba duramente era el concubinato, la unión libre. Y hasta llegó a prohibir que en sus colegios recibieran a las hijas de los que públicamente vivían dando escándalo por su concubinato o su unión libre. Muchos la criticaban por esto, pero su conciencia no le permitía dejar en paz a los que hacían pública profesión de pecado. No aceptaba el vivir sirviendo al mismo tiempo a Dios y al diablo.
La Madre Cabrini había nacido para gobernar. Procuraba vivir al día con las buenas ideas modernas y no se cerraba a lo nuevo por puro capricho por lo pasado. Pero lo nuevo que era escandaloso lo rechazaba valientemente sin más ni más. Era inflexible para hacer cumplir los reglamentos y para exigir buen comportamiento, pero al mismo tiempo se hacía amar por su gran bondad. A sus religiosas les repetía: "No olvidemos que seguimos al Buen Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, que es manso y humilde de corazón. Jamás echemos una cucharada de amargura en la vida de los demás. No seamos duras ni bruscas con nadie. Que los que nos traten se vayan siempre contentos de haber sido tratados muy amablemente por nosotras".
En 1892, al cumplirse el cuarto centenario del descubrimiento de América, fundó en Nueva York una gran obra: "El hospital Colón". Luego fundó nuevas casas de su comunidad en Costa Rica, Brasil, Buenos Aires, Panamá, Chile e Italia. Cuando le decían que no emprendiera la fundación de una obra porque iba a encontrar enormes dificultades, respondía: "Pero, quién es el que va a llevar esta obra al éxito: ¿nosotras o Dios?", y emprendía la fundación.
Durante doce años estuvo viajando por diversos países fundando casas de su congregación. Ella podría ser nombrada patrona de los viajeros internacionales. Y en su tiempo el viajar era mucho más complicado y difícil que ahora. Su amor por los pobres y su deseo de salvar almas y de hacer conocer y amar más a Dios la llevó de un sitio a otro del mundo, aunque fueran muy distantes. De Río de Janeiro a Roma, de Francia a Inglaterra y de Italia a Norteamérica. Todo por extender el reino de Dios.
La comunidad, que había empezado con ella y siete hermanas, ya contaba con mil religiosas, enseñando en escuelas gratuitas y orfanatos, y atendiendo en hospitales y otras obras de caridad. Hasta los presos de la peor cárcel de Estados Unidos, la cárcel de Sing-Sing, la proclamaban su bienhechora.
Durante los últimos siete años se sentía muy agotada y con una salud muy deficiente pero no por eso dejaba de trabajar incansablemente promoviendo sus obras de caridad y de evangelización. Y el 22 de diciembre de 1917 murió de repente, más quizás por agotamiento de tanto trabajar, que por edad, pues sólo tenía 67 años. Sus restos se conservan en el colegio Cabrini en Nueva York.
Ella fue la primera ciudadana norteamericana declarada santa por el Sumo Pontífice. Nadie que no hubiese tenido una gran santidad y un inmenso amor a Dios y al prójimo habría podido llevar a cabo obras tan grandes como ella logró realizar.
Santa Francisca Javier Cabrini
Oración:


Santa Francisca Javier Cabrini: te pedimos por
todos los americanos, los del norte y los del sur, y
por toda la juventud en peligro. No dejes de trabajar y de interceder en el cielo por los que todavía
luchamos con peligros en esta tierra.




1 comentario:

Marta dijo...

Excelente "itinerario" de la vida de Madre Cabrini. Celebramos 50 años de Egresadas y he utilizado el material publicado para nuestro Programa de Festejos!.