miércoles, 19 de junio de 2013

José Cafasso, Santo


Confesor, Junio 23
 
José Cafasso, Santo
José Cafasso, Santo

Confesor

Este humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes del siglo XIX.

Nació en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana suya fue la mamá del Beato José Alamano, fundador de la comunidad de los Padres de la Consolata.

Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.

En el año 1827, siendo Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor y el que mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran: "Yo era un niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté: ´¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras fiestas?´. Él con una agradable sonrisa me respondió: ´Mira, amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios, las mejores fiestas son las que se celebran en el templo´. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: ´Sí, pero también en nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices´. Él añadió: ´Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy devotamente de las celebraciones religiosas del templo´. Luego me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse me dijo: ´No se te olvide que para el que quiere seguir el sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve para darle gloria a Dios y para salvar las almas´. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se llamaba y me dijeron: ´Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el santito".

Cafasso que era un excelente estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de postgrado, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su muerte.

San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al contestar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos.

En aquel entonces habían llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).

El Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados.

Cuando el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra media beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de postgrado en el Convictorio. El fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió y ayudó fue este superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado siempre a este santo como su amigo y protector.

En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropa, comida, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una verdadera fiesta para ellos.

San José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero que pedía era: "Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar" (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía pecadores).
La primera cualidad que las gentes notaban en este santo era "el don de consejo". Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares, y toda clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad inmutable del Padre José. La gente decía: "Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu". A sus sacerdotes les repetía: "Nuestro Señor quiere que lo imitemos en su mansedumbre".

Desde pequeñito fue devotísimo de la Sma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más generoso que nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que en honor de la Madre de Jesús, les concedería su petición.

Un día en un sermón exclamó: "qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo". Y así le sucedió: murió el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años.
Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.

El Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.

Antes de morir escribió esta estrofa: "No será muerte sino un dulce sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe la Virgen María". Y seguramente así le sucedió en realidad.


San José Cafasso, presbítero
fecha: 23 de junio
n.: 1811 - †: 1860 - país: Italia
canonización: B: Pío XI 3 may 1925 - C: Pío XII 22 jun 1947
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Turín, en la región del Piamonte, en Italia, san José Cafasso, presbítero, que se dedicó a la formación espiritual y cultural de los futuros clérigos, y a reconciliar con Dios a los presos encarcelados y a los condenados a muerte.
patronazgo: patrono de los presos.
refieren a este santo: Beato Luis Boccardo

Se acostumbra referirse a san José Cafasso como a un santo de la Congregación Salesiana, y eso se comprende en razón de que José era amigo íntimo y director espiritual de san Juan Bosco; sin embargo, se trata de un error: san José Cafasso fue un sacerdote secular, y su existencia, noble y generosa, estuvo tan desprovista de incidentes externos, como lo están, por regla general, las vidas de los miembros del clero pastoral de la Iglesia.

Nació en el mismo lugar que fue cuna de san Juan Bosco y de otros muchos notables hombres de la Iglesia, la pequeña ciudad de Castelnuovo d'Asti, en el Piamonte. Ahí vino al mundo José, en 1811. Sus padres, Juan Cafasso y Úrsula Beltramo, eran campesinos acomodados, y José fue el tercero de cuatro hijos, de los cuales, la menor, María Ana, habría de ser la madre del canónigo José Allamano, fundador de los sacerdotes misioneros de la Consolata, de Turín. En su niñez, José era el alumno más destacado de la escuela local y siempre estaba bien dispuesto a ayudar a sus compañeros con sus lecciones: varios años más tarde, uno de sus antiguos condiscípulos le recordó que aún le debía un par de urracas vivas que había prometido dar a José por auxiliarle en una tarea de gramática. Juan, su padre, lo envió a la escuela de Chieri al cumplir los trece años y, de aquella casa de estudios pasó al seminario que acababa de abrir en la misma ciudad el arzobispo de Turín. José mantuvo su prestigio de buen estudiante y, durante el último año de los cursos, fue el prefecto del establecimiento. El año de 1833, mediante una dispensa en razón de su poca edad, recibió la ordenación sacerdotal.

Después de su ordenación, el P. José Cafasso alquiló una modestísima habitación en Turín, donde vivió con su amigo y condiscípulo Juan Allamano, a fin de proseguir sus estudios de teología. Pero no tardó en descubrir que las enseñanzas y el ambiente del seminario metropolitano y la universidad no le satisfacían; entonces buscó hasta encontrar su verdadero hogar espiritual en el instituto («convitto») adjunto a la iglesia de San Francisco de Asís, fundado pocos años antes para instruir a los sacerdotes jóvenes, por el teólogo Luigi Guala. Al cabo de tres años de estudio en aquella casa, el P. Cafasso pasó con muchos honores sus exámenes diocesanos, y el propio padre Guala le nombró lector de su instituto. Cuando el P. Guala preguntó a su auxiliar a quién convendría nombrar como lector, el secretario respondió sin titubeos: «Toma a aquel bajito...» y señaló a Cafasso. A decir verdad, lo que primero llamaba la atención en el aspecto exterior del P. José, era su corta estatura y cierta deformación causada por un encorvamiento de la espina dorsal. En cambio, las facciones de su rostro eran finas y regulares; sus ojos oscuros conservaron siempre su mirada franca y brillante; tenía el cabello negro y de su boca, generalmente iluminada por una ligera sonrisa, surgía una voz extraordinaria, llena de sonoridad y de matices. A pesar de la pequeñez y deformidad de su cuerpo, el aspecto del P. José era imponente y aun majestuoso. Con frecuencia, sus contemporáneos le comparan con san Felipe Neri y san Francisco de Sales, y por cierto que el P. José debió tomar como modelos dignos de imitar a los dos grandes santos; de él irradiaba también aquella serena alegría, aquella bondad natural que san Juan Bosco, lo mismo que otros muchos de los que le conocieron, describen como «la tranquilidad inmutable de Don José». Por lo tanto, en poco tiempo se comentaba por doquier que el Instituto de San Francisco en Turín tenía un nuevo lector que era pequeño de cuerpo pero de alma gigantesca. Su tema era la teología moral; no se contentaba con instruir sin educar: no sólo trataba de «enseñar», sino que se esforzaba por iluminar y dirigir el intelecto, a fin de iluminar y dirigir el corazón; no presentaba los conocimientos como algo abstracto, sino como una llama viva que daba luz y vida al espíritu.

Muy pronto se dio a conocer también el padre José como predicador. No recurría a la retórica, porque las palabras le fluían sin dificultad: «Jesucristo, que es la sabiduría infinita -dijo cierta vez a Don Bosco-, utilizó las palabras y el lenguaje que habían adoptado para el uso diario las gentes a quienes se dirigía. Hagamos nosotros lo mismo». En consecuencia, él no empleaba las declinaciones oscuras ni las instrucciones veladas por frases rimbombantes, sino que, para dirigirse a la multitud, tanto la de su auditorio como la de sus alumnos, recurría a las palabras y los modismos de la conversación común y corriente. El P. José figuró de manera prominente entre los hombres esforzados que acabaron con los restos del jansenismo en el norte de Italia, por el sencillo medio de alentar la esperanza y la humilde confianza en el amor y la misericordia de Dios, al tiempo que combatía enérgicamente la doctrina moral que miraba la menor falta como un pecado mortal. «Cuando estamos en el confesionario, escribió en cierta ocasión, Nuestro Señor quiere que nos mostremos amorosos y misericordiosos, quiere que seamos como otros tantos padres para todos aquellos que llegan hasta nosotros, sin tener en cuenta quiénes sean ni lo que hayan hecho. Si rechazamos a alguno, si un alma se pierde por culpa nuestra, tendremos que dar cuentas de ella; nuestras manos estarán manchadas con su sangre». Gracias a sus ideas, el padre Cafasso participó activamente en la formación de una generación de sacerdotes que estuvieron siempre prontos a luchar contra las autoridades civiles y nunca admitieron las teorías de que las relaciones entre la Iglesia y el Estado, consistían en la dominación y la intervención. Conviene señalar aquí los puntos de vista de Gioberti sobre el instituto de Turín: "Es difícil definir a un instituto como el de San Francisco. Es un colegio, un seminario, un monasterio, un capítulo, una penitenciaría, una iglesia, un estorbo (cura), una corte (curia), un tribunal, una academia, un concejo municipal, un partido político, un antro de sedición, una oficina de negocios, una comisaría, un laboratorio de casuística, una sementera de errores, escuela de ignorancia, fábrica de mentiras, red de intrigas, nido de fraudes, almacén de murmuraciones, dispensario de necedades, menudo de favores . . . " etc., etc.

El P. Guala murió en 1848, y el P. Cafasso fue elegido para sucederle como rector de la iglesia de San Francisco y el instituto anexo. Pronto se comprobó que era tan buen superior como subordinado. Su puesto no era fácil, ya que estaban a su cargo unos sesenta sacerdotes jóvenes, procedentes de diversas diócesis, de educación y cultura muy variadas y, cuestión muy importante en aquella época y en aquel lugar, de opiniones políticas muy diferentes. Pero el padre Cafasso formó con ellos un cuerpo, con un solo corazón y una cabeza; y si bien es cierto que la mano firme al imponer la disciplina estricta hizo buena parte de la obra, la santidad y la inteligencia del nuevo rector hicieron mucho más. El amor con que cuidaba a los jóvenes sacerdotes y a los curitas inexpertos, así como su insistencia en señalarles al espíritu mundano como su mayor enemigo, tuvieron una influencia enorme sobre todo el clero del Piamonte; y por cierto que su solicitud no se limitaba a ellos, puesto que los religiosos y religiosas de otras comarcas, lo mismo que los laicos, especialmente los jóvenes, acudían a consultarle y compartían su interés y su solicitud. Dada su extraordinaria intuición para tratar con sus penitentes, las gentes de todas las clases sociales, clérigos y laicos por igual, acudían en tropel a su confesionario; el archidiácono de Ivrea, Mons. Fracesco Favero, figuró entre los que dieron testimonio personal sobre los poderes para curar los espíritus abatidos que poseía el padre Cafasso.

Sus actividades, en las prédicas y el ejercicio de su ministerio para todos por igual, o en la dirección y educación de los jóvenes clérigos, no se circunscribían a la iglesia y el instituto de San Francisco, sino que alcanzaban lugares muy distantes, como el santuario de San Ignacio, en las remotas colinas de Lanzo, donde era muy bien conocido y apreciado. Cuando fue suprimida la Compañía de Jesús, aquel santuario quedó a cargo de la arquidiócesis de Turín, y el padre Luigi Guala fue nombrado su administrador, puesto que desempeñó hasta el día de su muerte, cuando el padre Cafasso le substituyó. Ahí continuó su trabajo de predicar y organizar retiros para clérigos y laicos, además de ampliar el edificio para acomodar a los peregrinos y terminar la carretera que el padre Guala había comenzado. Pero entre las muy diversas actividades del sacerdote, ninguna llamaba tanto la atención del público en general, como su solicitud por los prisioneros y condenados a muerte. En aquellos días, las prisiones de Turín eran unos establecimientos espantosos en donde los reclusos vivían apiñados en inmundas salas comunes, en condiciones infrahumanas que, a fin de cuentas, los degradaban más todavía. Aquel estado de cosas era un desafío para el amor del padre José por su prójimo, y él lo aceptó con los brazos abiertos. El más famoso de sus conversos entre aquel conjunto de representantes de la hez de la sociedad, fue un tal Pietro Mottino, desertor del ejército, que llegó a ser el jefe de una banda de malhechores muy famosa por sus fechorías. En Turín, las ejecuciones se hacían en público, y siempre hubo testigos que vieron cómo el padre Cafasso acompañó a más de sesenta hombres hasta el cadalso, donde todos ellos murieron arrepentidos y consolados; a los sesenta, el P. José los llamaba sus «santos ahorcados» y, a cada uno, a la hora de su muerte, le pidió que rogara a Dios por él. Entre los ejecutados figuraba el general Jerónimo Ramorino, quien había sido ordenanza de Napoleón I y después un soldado revolucionario de fortuna en España, Polonia e Italia; se le había condenado a muerte por desobedecer órdenes durante la batalla de Mortara y, cuando el sacerdote le invitó a que se confesara, la víspera de su ejecución, repuso orgullosamente: «Las condiciones de mi alma no son tan malas como para verme en la necesidad de pasar por semejante humillación». Pero el padre José no le hizo caso, permaneció con él toda la noche y, al día siguiente, después de haberle confesado y dado la comunión, le acompañó a la horca para verle morir como un buen cristiano.

Juan Bosco y José Cafasso se encontraron por primera vez un domingo del otoño de 1827, cuando aquél era un chiquillo vivaracho y éste un joven sacerdote. «¡Lo vi y hablé con él!», anunció orgullosamente Juan al llegar a casa. «¿A quién viste?», le preguntó su madre. «A José Cafasso. Y yo te digo que es un santo, mamá». Catorce años después, Don Bosco celebró su primera misa en la iglesia de San Francisco, en Turín y, posteriormente, ingresó al instituto para estudiar bajo la dirección del padre Cafasso y colaborar con él en muchas de sus tareas, sobre todo en la educación religiosa de los niños. Fue el padre José quien acabó por convencer al padre Juan de que su vocación era la de trabajar para los niños. Por eso fue que un salesiano, el padre Juan Cagliero, escribió: «Amamos y veneramos a nuestro querido padre y fundador, Don Bosco, pero no amamos menos a José Cafasso, puesto que fue el maestro, consejero, guía espiritual y director material de las empresas de Don Bosco, durante más de veinte años. Yo me atrevería a decir que la bondad, las obras y la sabiduría de Don Bosco, son la gloria de José Cafasso. Por él, Don Bosco se estableció en Turín; por medio de él, comenzaron a reunirse los niños en el primer oratorio salesiano; la obediencia, el amor y la sabiduría que él impartió, dieron luego frutos en cientos de miles de jovencitos de Europa, Asia, África y América, donde ahora reciben una buena educación para vivir como se debe en la Iglesia de Dios y en la sociedad humana». Tampoco fue Don Bosco el único que recibió tan grandes beneficios. En José Cafasso encontraron inspiración y aliento, ayuda y dirección, la marquesa Julietta Falletti di Barolo, fundadora de una docena de instituciones de caridad; el padre Juan Cocchi, quien dedicó su vida al establecimiento de un colegio para artesanos y otras buenas obras, en Turín; Domenico Sartoris, iniciador de la institución de las Hijas de Santa Clara, y Pedro Merla, quien se ocupó de los niños delincuentes; los fundadores de las Hermanas de la Natividad y las Hijas de San José, Francesco Bono y Clemente Marchiso, respectivamente; Lorenzo Prinotti, creador de un instituto para los sordomudos; Gaspar Saccarelli, fundador y organizador de un colegio para niñas pobres. Puede decirse que todos estos contribuyeron también a la gloria de José Cafasso.

En la primavera de 1860, el padre José pronosticó que su muerte ocurriría dentro del año siguiente. En seguida empezó a redactar su testamento espiritual, en el que amplió los medios para prepararse a bien morir que tantas veces había expuesto en los retiros, en la iglesia de San Ignacio: una vida virtuosa y recta, despego del mundo y amor por Cristo crucificado. En el testamento agregó una cláusula para disponer de sus bienes y propiedades, que dejó en legado al rector de la Pequeña Casa de la Divina Providencia de Turín, fundada por san José Cottolengo. Entre los otros beneficiarios estaba san Juan Bosco, quien recibió una suma de dinero, terrenos y edificios contiguos al Oratorio Salesiano de Turín. Por aquel entonces, Don Bosco trataba de allanar sus dificultades con el gobernador del Piamonte, contrariedades éstas que preocupaban profundamente al padre Cafasso y llegaron a afectar su salud. El 11 de junio, agotado y enfermo, se levantó del confesionario para meterse en la cama. Se le diagnosticó una pulmonía y, a consecuencias de ella, murió el sábado 23 de junio de 1860, a la hora del Ángelus matinal. Una multitud inmensa asistió a sus funerales en la iglesia de San Francisco y en la iglesia parroquial de los Santos Mártires, donde san Juan Bosco predicó la oración fúnebre. Treinta y cinco años después, el tribunal diocesano de Turín introdujo la causa del padre José Cafasso que fue canonizado por SS Pío XII en 1947.

He aquí el caso en que la vida de un santo fue escrita por otro santo: Biografía del Sacerdote Giuseppe Cafasso, por Don Bosco; sin embargo, la clásica biografía es la Vita del Ven. G. Cafasso en dos volúmenes, de Luigi Nicolis di Robilant. Resulta muy conveniente para uso ordinario la obra del cardenal Salotti, La Perla del Clero Italiano (1947). Asimismo hay otra biografía del canónigo Colombero Vita del Servo di Dio Don Giuseppe Cafasso. Véanse también los libros sobre San Juan Bosco.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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