sábado, 8 de junio de 2013

Renacer por el Espíritu

(Jn 3,3-8)

 


 
El descendimiento
 
Texto a estudiar: Jn 3, 3-8
3 Dijo Jesús a Nicodemo: «En verdad, en verdad te digo: si no nace de arriba, nadie puede ver el reino de Dios». 4 Le dijo Nicodemo: «¿Cómo puede nacer un hombre si es ya viejo? ¿Puede por segunda vez entrar en el seno de su madre y nacer?». 5 Jesús respondió: «En verdad, en verdad te digo: si no nace del agua y del Espíritu, nadie puede entrar en el reino de Dios. 6 Lo que ha nacido de la carne es carne, lo que ha nacido del Espíritu es espíritu. 7 No te extrañes de que te haya dicho: ‘Hay que nacer de arriba’. 8 El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Así ocurre con todo el que ha nacido del Espíritu».
 
EL CONTEXTO
La conversación de Jesús con Nicodemo se sitúa en esa gran sección del cuarto evangelio que podemos titular: El anuncio de la vida (1, 19-6,71). Cuando presentó a sus discípulos al cordero de Dios, Juan bautista caracterizó su obra como «un bautismo en el Espíritu» (1, 33). El c. 2 manifiesta la plenitud de la nueva alianza: en Caná, al agua que servía para la purificación de los judíos se le opone el vino de la alegría de los tiempos mesiánicos (2,1-1); al templo hecho con manos humanas sucederá el templo levantado por Jesús mismo después de su muerte: su propio cuerpo, en el que los discípulos podrán adorar al Padre en Espíritu y en verdad (2, 18-21, en relación con 4,23 s). Dos conversaciones, una con Nicodemo y otra con la samaritana, ilustran dos reacciones ante el ofrecimiento de la vida. El primero se retira, por así decirlo, a hurtadillas, sin que se sepa su reacción íntima; la otra se convierte de tal manera que pasa a ser misionera en su propia aldea.
PLAN DEL TEXTO
Más que de una conversación, deberíamos hablar de un discurso de revelación, cortado por dos «¿cómo puede..?» (v. 4 y 9), que no tienen más finalidad que la de hacer que progrese la exposición de Jesús. Si el comienzo del texto está bien marcado, a saber, la llegada nocturna de Nicodemo, no se sabe con precisión cuándo acaba el discurso de Cristo y comienza la meditación del evangelista. El v. 15, con la llamada a la fe para obtener la vida eterna, constituiría un buen corte. Dentro del discurso de Jesús hay dos ideas que parecen totalmente distintas: el renacer bajo la acción del Espíritu y la elevación del hijo del hombre. Sin embargo, hemos de captar su relación muy estrecha para entrar en la inteligencia del texto.
¿COMO ENTRAR EN EL REINO DE DIOS?
Ver el reino y entrar en el reino son expresiones paralelas, fácilmente comprensibles para un judío. Se trata de saber con qué condiciones el hombre será declarado justo por Dios en la hora del juicio y admitido en la felicidad futura. En los sinópticos encontramos varias declaraciones de Cristo sobre este tema: necesidad de emprender el camino estrecho, de pasar por la puerta estrecha (Mt 7,14), de unir a la invocación de Dios la práctica de la voluntad divina (Mt 7, 21), de guardar los mandamientos (Mt 19, 17)… Hay un logion muy cercano al texto de Juan: «Si no cambiáis y no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3).
Estas diversas sentencias apelan a la decisión del hombre que se compromete por el camino de la conversión. Aquí se trata de una partida más radical todavía: un nacimiento. A diferencia del que toma en las manos su vida para convertirse, el niño que nace recibe la vida sin tomar en ello parte alguna. Este nacimiento viene de arriba, anôthen. Este adverbio griego puede tener dos sentidos: de arriba y de nuevo. Nicodemo lo entenderá en este segundo sentido, ya que presenta la objeción de que un hombre no puede volver a entraren el seno de su madre. La respuesta de Jesús se sitúa en el plano del origen: nadie sabe de dónde viene el viento ni adónde va (cf. EcI 1, 6). También de Jesús se dice que era el único en conocer su origen y el sentido de su destino (3, 31; 8, 23). La intervención del Espíritu en el rito bautismal hace participar al creyente de la filiación divina de Jesús (1,12). La subida hacia el Padre sólo es, posible gracias a la elevación del hijo del hombre (v. 14; et. 12,32). Leyendo estas declaraciones en relación con todo el resto del cuarto evangelio, vemos cómo el bautismo lleva a cabo el nuevo nacimiento por su vinculación con el misterio pascual.
EL PAPEL DEL ESPÍRITU
Al «cómo» de Nicodemo responde Jesús indicando que este nacimiento desde arriba se produce bajo la acción del agua y del Espíritu. Como luego se habla tan sólo del Espíritu, algunos comentaristas se han preguntado si no habría sido introducida el agua en la última etapa de la redacción joánica para aplicar la declaración de Jesús al bautismo cristiano (cf. Tit 3,5). Sin embargo, la evocación del agua está bien situada en esta parte del evangelio en la que tiene tanta importancia la relación entre Juan bautista y Jesús (1, 19-34; 3, 22-36). En el Antiguo Testamento, adonde Jesús remite expresamente a su interlocutor (3,10), el agua es uno de los grandes símbolos del Espíritu. Además de Is 44, 3 y de Jl 3, 5, el texto más expresivo se lee en Ez 36. Después de la ablución de agua pura, Dios anuncia el don de su Espíritu en el corazón del hombre. Sobre todo en este contexto de nuevo nacimiento, ¿cómo no evocar al Espíritu que planea sobre las aguas primordiales para que brote de ellas la vida (Gn 1)?
La novedad de la intervención del Espíritu está marcada por el contraste entre la carne y el espíritu. A diferencia de los textos de Pablo, no se trata aquí del combate entre la carne y el Espíritu (Gál 5, 16-25; Rom 7-8). Para Juan, el Espíritu tiene la función esencial de conducir hacia la verdad; la carne, por el contrario, representa al hombre «natural», incapaz de juzgar a no ser con sus propios criterios y consiguientemente cerrado a la revelación divina (8, 15). Para llegar a ser hijo de Dios, hay que renunciar por tanto a las aparentes certezas de la carne y abrirse a la voz del Espíritu. Nacido de arriba, el creyente se hace así capaz de tender hacia el reino de Dios, al ser conducido hacia allá por el soplo del Espíritu.
Al manifestar el papel recreador del Espíritu por el bautismo, nuestro texto va de este modo mucho más lejos, presentando toda la vida cristiana como un caminar hacia el reino (cf. 8, 12), bajo la influencia del Espíritu, ya que el Hijo de Dios, elevado en la cruz, ha comunicado su propio Espíritu a todos los que creen en él.
Probablemente hay que darle un sentido fuerte a la expresión con la que el evangelista refiere la muerte de Jesús: «transmitió el Espíritu» (19,30). Es una invitación para reconocer que el Espíritu está activo en la sangre y el agua que brotan del corazón traspasado y se comunica por los sacramentos de la iglesia.
A los discípulos reunidos en el cenáculo el resucitado les da el Espíritu de la nueva creación: «Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo» (20, 22), haciendo de ellos el punto de partida de la humanidad rescatada.

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