viernes, 7 de junio de 2013

El Espíritu Santo sobre Jesús profeta

 (Lc 4, 16-21)

 


Espiritu Santo
 
Texto a estudiar: Lc 4, 16-21
16 Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga el día del sábado según su costumbre y se levantó para hacer la lectura 17 Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollando el libro, encontró el pasaje donde estaba escrito:
18 El Espíritu del Señor esta sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción
para llevar la buena noticia a los pobres
Me ha enviado a anunciar a los cautivos la liberación
y a que recobren la vista los ciegos,
a dejar en libertad a los oprimidos,
19 a proclamar un año de gracia del Señor
20 Enrollo el libro, se lo dio al sirviente y se sentó Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él 21 Entonces se puso a decirles «Hoy se cumple en vuestros oídos este pasaje de la Escritura»
 
 
Estos versículos son los primeros de una escena más larga que nos habla del fracaso de Jesús en la ciudad donde se había educado (Lc 4, 16-30) Lucas sitúa mucho antes que Marcos y Mateo la visita a Nazaret. En los otros dos Sinópticos (Mt 13, 54-58, Mc 6,16), Jesús no se arriesga a ser «profeta en su tierra» hasta después de anunciar la buena nueva en otras ciudades y aldeas. Siempre resulta mucho más difícil ser acogido favorablemente por personas cercanas que por desconocidos.
En Lucas, por el contrario, apenas ha empezado Jesús su predicación, tras el período de preparación, el bautismo en el Jordán (3,21-22) y la tentación en el desierto (4, 1-13), el evangelista resume en dos frases los comienzos de Jesús en Galilea: «Cuando Jesús volvió con la fuerza del Espíritu a Galilea, su fama se extendió por toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo lo alababa» (4, 14-15). E inmediatamente después viene la escena de la sinagoga de Nazaret, primer fracaso en contraste con los elogios de los que acaba de hablar el v. 15: Jesús está a punto de ser precipitado desde una cima escarpada por una población enfurecida (4, 28-29). ¡El primer intento descrito de forma un tanto detallada no tiene nada de brillante!
Por fortuna, los habitantes de Cafarnaún están mejor dispuestos (4, 31-36), de modo que el evangelista puede concluir con una nota optimista: «y su buen nombre se extendió por toda la región» (4, 37).
Este v. 37 repite casi al pie de la letra una parte del v. 14 antes citado. Se cierra un primer círculo. La sección 4, 14-37 es un todo en donde el fracaso y el éxito del evangelio se presentan como dos momentos sucesivos y complementarios:
  • Introducción: se extiende la fama de Jesús (4, 14-15).
    • Fracaso en Nazaret (4, 16-30).
    • Exito en Cafarnaún (4, 31-36).
     
  • Conclusión: se extiende la fama de Jesús (4, 37).
No es imposible que Lucas, autor del tercer evangelio y de los Hechos de los apóstoles, anunciara ya las dos partes de su obra:
  1. Evangelio de Lucas: fracaso de la palabra y pasión en Jerusalén.
  2. Hechos de los apóstoles: la palabra llega hasta los confines del mundo.
El episodio de Nazaret sería entonces la escena inaugural en donde el rechazo del evangelio por los judíos de Jerusalén se anunciaría en una especie de anticipación profética.
El SÁBADO EN LA SINAGOGA
En el siglo I de nuestra era, el desarrollo de un oficio sinagogal obedecía a unas normas establecidas que no nos detalla el evangelista, ya que prefiere simplificar las cosas para que centremos nuestra mirada en Jesús.
Después de las plegarias de introducción, se cantaba solemnemente un pasaje del Pentateuco (la Torá), interrumpiendo el canto de vez en cuando con la intervención de un traductor que daba una versión aramea de los versículos que se acababan de oír, ya que en Galilea no se comprendía el hebreo bíblico. Luego se proclamaba un extracto de los libros proféticos, escogido por sus relaciones con el pasaje de la Torá antes leído. Venía luego la homilía, que pronunciaba uno de los fieles presentes conocido por su ciencia de las Escrituras o por su honorabilidad. Los Hechos de los apóstoles describen dentro de este marco una intervención de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia (Hch 13, 16-42).
En la escena de Nazaret, el evangelio de Lucas no menciona la lectura de la Torá; se limita al texto profético sacado del libro de Isaías. Jesús es el lector. Inmediatamente se observa cierto clima de suspense; no se sabe si «el hijo de José» (cf. 4, 32) ha sido designado para tener la homilía, pero está claro que la asamblea está esperando algo de él.
Cuando finalmente abre la boca, la frase tan corta que pronuncia dice mucho más que todos los discursos: anuncia la realización «hoy» de una esperanza que se remonta a varios siglos.
EL CUMPLIMIENTO DE LA ESCRITURA
A diferencia de Mateo, Lucas cita tan sólo en pocas ocasiones frases enteras del Antiguo Testamento. Habitualmente procede más por alusiones que por citas explícitas.
El pasaje que recoge en esta ocasión está sacado de la segunda parte de la colección de Isaías. El «tercer Isaías», profeta de la vuelta del destierro, señala allí la misión que ha recibido del Señor. He aquí la traducción según el texto griego de los Setenta:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha consagrado por la unción.
Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los
pobres,
a curar a los que tienen el corazón roto,
y a anunciar a los prisioneros que están libres
y a los ciegos que verán la luz,
a proclamar un año de beneficios,
concedido por el Señor,
y un día de venganza (ls 61, 1-2).
Comparando este texto con el del evangelio, se observa que Lucas cita a Isaías aportándole algunas modificaciones. No se sabe por qué suprime lo de «curar a los que tienen el corazón roto». Por el contrario, añade lo de «traer a los oprimidos la liberación» (cita de Is 58, 6), insistiendo en esta liberación (en griego, áphesis), que tanto se valora en el tercer evangelio y en los Hechos de los apóstoles.
Sin embargo, la diferencia más importante está en que se detiene la cita en la penúltima línea, omitiendo la mención del «día de venganza», tema habitual de la predicación profética, pero que no conviene a la misión de Cristo. El período que se abre en el momento en que Jesús comienza a hablar no tiene, para el evangelista, ningún carácter de castigo o de revancha divina. Es por el contrario «un año de beneficios», según la imagen de los años sabáticos o jubilares del calendario israelita, manifestación gratuita del cariño de Dios.
«Hoy» se cumple esta palabra (v. 21). El adverbio «hoy», muy corriente en el evangelio de Lucas (véase por ejemplo Lc 2, 11; 19,9; 23,43), marca este tiempo providencial. Desde el nacimiento de Jesús hasta su muerte, el mundo va a vivir un período sumamente privilegiado. En un rincón discreto del imperio romano, se va a colmar durante algunos meses el deseo de felicidad y de libertad que anida en el corazón de los hombres desde la creación y que tan bien expresaron los profetas de Israel. ¿Hasta cuándo? Hasta que esos mismos hombres maten a aquel que les traía la felicidad y tome su relevo el pueblo del Espíritu.
El ESPÍRITU SANTO
En la obra de Lucas, el Espíritu Santo es ante todo el que animaba a los profetas de Israel. De él están llenos Isabel (1,41) Y Zacarías (1, 67) que son, dentro de la perspectiva del redactor, profetas del Antiguo Testamento. Y esto es también verdad del anciano Simeón (2, 25).
La corriente profética vétero-testamentaria encuentra su término en la persona de Juan bautista que está «lleno de Espíritu Santo desde antes de nacer» (1, 15) Y en el que reposan igualmente «el espíritu y la fuerza del profeta Elías», el modelo de los profetas (1, 17).
El Antiguo Testamento termina cuando se detiene el ministerio de Juan bautista (3,20; cf. 16,16). Entonces comienza algo nuevo. El Espíritu profético viene sobre Jesús en el Jordán (3, 21) Y lo acompaña constantemente a continuación: en el desierto (4, 1), en los comienzos de su predicación (4, 14) Y todo el tiempo de su presencia visible en medio de los hombres (10, 21). Jesús no es solamente el Profeta con una P mayúscula que recoge la llama de toda la corriente vétero-testamentaria, sino aquel cuya misión realiza lo que no era más que una esperanza en el Antiguo Testamento. Es a la vez el que sustituye a los profetas y el contenido de su mensaje. Esto es lo que expresa el texto de Lc 4, 16-21.
Algo de todo esto terminará el día de la pasión. Pero no por eso detendrá su acción el Espíritu profético. El resucitado revestirá con él a la iglesia el día de pentecostés (véase Hch 2, 1-41).

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