miércoles, 12 de junio de 2013

Amós, Santo

Profeta del A.T., Junio 15
 
Amós, Santo
Amós, Santo

Profeta

Martirologio Romano: Conmemoración de san Amós, profeta, que siendo pastor de Tecoa y cuidador de sicómoros, fue enviado por Dios a los hijos de Israel para defender su justicia y santidad contra sus prevaricaciones (s. X a.C.).

Etimológicamente: Amós = Aquel que es fuerte, es de origen hebreo.
Amós es el primer profeta escritor y sus vaticinios, que constituyen para nosotros el primer documento del profetismo, son también una preciosa fuente de noticias sobre su vida y sobre las costumbres de su pueblo, siete siglos y medio antes de Cristo. Predicó entre el 762 y el 750 a.C., después de una precisa vocación divina que lo sacó de su pueblo, Téqoa, cerca de Belén, y de su oficio de criador de rebaños y cortador de sicómoros.

Jeroboam II, aprovechando el desinterés de Egipto y de Asia, había ampliado los límites de Israel; pero las fáciles victorias habían suscitado una situación social desordenada: había pocos ricos, ávidos de riqueza, y muchos pobres, marginados y explotados inhumanamente por los comerciantes, magistrados y funcionarios deshonestos; además, el ocio, la pereza y el deseo de placeres habían frenado el antiguo impulso religioso del pueblo de Dios. El sentimiento religioso de la antigua Alianza había sido reemplazado por la exaltación presuntuosa del hombre y por su poder.

Contra esta mentalidad laica y el cumplimiento puramente formal de la Ley, Amós levanta su voz para anunciar el inminente castigo de Dios, que destruirá a Israel, castigará a los ricos y hará desaparecer ese vacío culto idólatra de la riqueza: “Porque oprimís al pobre y le imponéis tributo del grano; casas de piedras labradas habéis construido, pero no las habitaréis; habéis plantado viñas deliciosas, pero no beberéis su vino. Porque sé que son numerosos vuestros crímenes y que son grandes vuestros pecados... Buscad el bien y no el mal, a fin de que viváis y así el Señor Dios estará con vosotros como decís... Odiad el mal y amad el bien, restableced el juicio en la puerta, y quizá Yahvé se apiade del resto de Jesé”.

El peor mal está en la presunción de haber cumplido los propios deberes religiosos con el ofrecimiento de sacrificios pingües y generosos, es decir, con un culto exterior que oculta una vida desordenada moral y socialmente. La justicia divina lanza por boca del profeta el último llamamiento antes del desastre.

Amós propone elegir entre una vida con Dios y una vida sin Dios. Pero esta prueba extrema será también un llamamiento providencial a vivir la alianza hecha con su pueblo, “elegido entre todas las familias de la tierra”, esa alianza que llegará a su perfección en el eterno reino del Mesías. Terminada su misión profética, Amós regresó a su pueblo, en donde, según una tradición que cuenta Epifanio y que se encuentra en el Martirologio Romano fue muerto con un golpe en la cabeza por el hijo del sacerdote Amasías, para hacer callar esa voz incómoda, particularmente severa contra la hipocresía de los sacerdotes.

Amós (profeta)

    
 
Icono del profeta Amós.
Amós era un pastor y productor de higos en Técoa, en el límite del desierto de Judá (Amos 1:1). Fue profeta en Israel, el Reino del Norte, durante el reinado de Jeroboam II (783 a.C - 743 a. C.). Escribió el libro de la Biblia que lleva su nombre. Se le considera uno de los Doce Profetas a quienes se denomina "profetas menores" por la brevedad de sus libros (mas no por su calidad).

Situación social

Su país pasaba por un período de prosperidad y el reino se enriquecía y extendía, el culto religioso ganaba en esplendor, pero esto contrastaba con la miseria del pueblo. El lujo de los grandes era un insulto para miles de pobres. El esplendor del culto encubría el rechazo a Dios y la opresión del prójimo.

Profeta

Amós, con la rudeza y estilo directo de un pastor e inspirado por la fidelidad a Yahveh, condenó la corrupción de las elites, la injusticia social y el ritualismo ajeno al compromiso de vida, anunciando el fin de Israel. Acusado por el sacerdote Amasías de conspirar contra el rey (Amós 7:10-11), fue expulsado del templo de Betel (Amós 7:12-13). Según el apócrifo Vida de los Profetas fue herido en la cabeza por un hijo de Amasías, a consecuencia de lo cual murió al llegar a su tierra.

Homónimo

Según la Biblia (Isaías 1:1), el padre del profeta Isaías se llamaba también Amós. Sin más base que el hecho de tratarse de homónimos que vivieron hacia la misma época, algunos han pensado que se trata del mismo personaje, pero la mayoría de expertos descartan esa hipótesis, dado el origen social de Isaías.
Amos fue ganadero y punzaba higos de sicomoro, una clase de higos considerados alimento de pobres. La práctica de punzar higos tenía por objeto acelerar su maduracion y aumentar el tamaño y la dulzura de la fruta (AM 7:14). Al igual que el pastor David a quien Yahveh llamó para efectuar servicio público, Dios procedió a tomar a Amos de seguir tras el rebaño y lo convirtió en profeta. De la soledad de el desierto meridional, a Amos se le envió al reino idólatra de diez tribus con su capital Samaria. Amos comenzó su profecía de Dios dos años antes del gran terremoto que ocurrió en el reinado de Uzías, rey de Judá. La profecía de Amos queda dentro del periodo de 26 años entre 829 y 804 a. C. Amos como profeta fue de tal magnitud que Zacarías hizo mención de él unos 300 años más tarde. (Zac.14:5.) Su libro se cataloga en tercer lugar de los doce.

Véase también

Enlaces externos

San Amós, santo del AT
fecha: 15 de junio
†: c. s. VIII a.C.
canonización: bíblico
hagiografía: P. Luis Alonso Schökel
Conmemoración de san Amós, profeta, que, siendo pastor en Tecoa, y cuidador de sicómoros, fue enviado por Dios a los hijos de Israel para reafirmar su justicia y santidad divinas contra las abominaciones.
Ver más información en:
Los Profetas

Al llegar al siglo VIII aC, la profecía israelita cuenta ya con una larga historia y nombres famosos: Samuel, Ajías, Natán, Elías, Eliseo, entre los más importantes. Sin embargo, a mediados de este siglo se produce un fenómeno totalmente nuevo y de gran trascendencia: aparecen profetas que nos legan su mensaje por escrito. El primero de ellos es Amós, iniciando esa extensa lista que continúa con hombres como Oseas, Isaías, Jeremías, etc. ¿A qué se debe el que un profeta o sus discípulos escriban su mensaje? Podríamos atribuirlo a una difusión cada vez mayor de la escritura. Pero numerosos comentaristas piensan que la causa es más profunda: el mensaje de Amós y de sus sucesores se conservó por escrito porque produjo honda impresión en sus oyentes. Estos habían escuchado algo nuevo, totalmente diverso a lo anterior, que no podía ser olvidado. Esta novedad consistiría en el rechazo del reformismo para dar paso a la ruptura total con el sistema vigente.

Los profetas anteriores a Amós eran «reformistas»; conscientes de los fallos de sus contemporáneos, pensaban que tales errores podían solucionarse dentro de las estructuras en vigor. A partir de Amós no ocurre esto. Todo el sistema está podrido: Israel es un muro abombado, incapaz de mantenerse en pie; un cesto de higos maduros, maduros para su fin (Am 8,1-3); un árbol que hay que talar hasta que sólo quede un tocón insignificante (Is 6,11-13). Sólo cabe una solución: la catástrofe absoluta, de la que emerja, al correr del tiempo, una semilla santa (Is 6,13). Este corte radical con el reformismo de los profetas precedentes habría motivado que el mensaje de Amós y de sus continuadores fuese conservado por escrito. La idea es interesante y fundamentalmente válida. A continuación nos adentraremos en la persona y la obra de quien abre una etapa nueva en la historia del profetismo.

No sabemos en qué año nació y murió. Los únicos datos seguros que poseemos sobre Amós se refieren a su lugar de origen y a su profesión. Nació en Tecua, ciudad pequeña pero importante, unos diecisiete kilómetros al sur de Jerusalén. Por consiguiente, aunque predicase en el Reino Norte [Israel], era judío. Su profesión era la de pastor y cultivador de sicomoros. Discuten mucho los comentaristas si los rebaños de ovejas y vacas eran de Amós o simplemente estaban encargados a su cuidado. La cuestión tiene interés para precisar la posición socioeconómica del profeta; en el primer caso sería un pequeño propietario; en el segundo, un simple asalariado. Pero los datos del texto se prestan a ambas interpretaciones.

La compraventa de animales y el cultivo de los sicomoros (que no se daban en Tecua, sino en el Mar Muerto y en la Sefela) debieron de obligarle a frecuentes viajes. De hecho, al leer su libro encontramos a un hombre informado sobre ciertos acontecimientos de los países vecinos, que conoce a fondo la situación social, política y religiosa de Israel. Aparece también como hombre inteligente. No le gustan las abstracciones, pero capta los problemas a fondo y los ataca en sus raíces. Su lenguaje es duro, enérgico y conciso; merece más estima de la que manifestó san Jerónimo al calificar a Amós de «imperitus sermone» (poco hábil para el discurso).

A este hombre, sin ninguna relación con la profecía o con los grupos proféticos, Dios lo envía a profetizar a Israel. Se trata de una orden imperiosa, a la que no puede resistirse: «Ruge el león, ¿quién no teme? Habla el Señor, ¿quién no profetiza?» (3,8). No sabemos con exactitud cuándo tuvo lugar la vocación de Amós; la mayoría de los autores la sitúa entre los años 760-750. Wolff, basándose en la dureza y concisión de su lenguaje, piensa que debía de ser joven. Esto coincidiría con lo que sabemos de Isaías y Jeremías; pero se trata de mera hipótesis.

Algunos autores opinan que la actividad profética de Amós fue muy breve. El caso más exagerado es el de Morgenstern, que la limita a un solo discurso de veinte-treinta minutos. Pero esto es difícil de conciliar con la serie de pequeños oráculos conservados en su libro. Lo más probable es que predicase durante algunas semanas o meses y en diversos lugares: Betel, Samaría, Guilgal. Hasta que choca con la oposición de los dirigentes. El sacerdote Amasías, escandalizado de que Amós ataque al rey Jeroboán y anuncie el destierro del pueblo, lo denuncia, le ordena callarse y lo expulsa de Israel (7,10-13). Muchos autores piensan que con esto terminó la actividad profética de Amós; otros (García Trapiello, Monloubou, etc.) la prolongan en el Sur.

Para comprender el mensaje de Amós debemos comenzar por las visiones, aunque se encuentren al final del libro. Es verdad que no equivalen exactamente a la experiencia de la vocación y que se dieron en diversos momentos; pero reflejan la experiencia profunda que Dios hizo vivir al profeta y la actitud que éste adoptó en su predicación. Advertimos en ellas una progresión. En las dos primeras (7,1-6) Dios manifiesta su voluntad de castigar al pueblo con una plaga de langostas y una sequía. El profeta intercede y el Señor se compadece y perdona. Amós centra su atención en el castigo, no piensa si es justo o injusto, y viendo al pueblo tan pequeño, pide perdón para él. Sin embargo, en las visiones tercera y cuarta Dios le obliga a fijarse en la situación del pueblo. La tercera (7,7-9) compara a Israel con un muro, y Dios echa la plomada para ver si está recto o abombado. Aunque el texto no lo dice, Amós comprende que el muro no puede mantenerse en pie, que el derrumbamiento es inevitable. El mal no está fuera (langosta, sequía), sino dentro. Por eso no tiene sentido la intercesión del profeta, y Amós calla. Lo mismo ocurre en la cuarta visión (8,1-2): el pueblo se asemeja a un cesto de higos maduros. La vida de la fruta termina al llegar su madurez; a partir de ese momento está a merced del primero que pasa. Lo mismo le ocurre al Reino Norte: ha llegado a su madurez, sólo basta que una potencia extranjera venga a devorarlo.

La quinta visión desarrolla esta misma idea con una imagen distinta, la del terremoto (9,lss), que da paso a una catástrofe militar y a una persecución del mismo Dios. Así comprendemos mejor la progresión creciente de las visiones: de un castigo aparentemente injustificado (langosta, sequía) se pasa a revelar la corrupción del pueblo (muro, cesto de higos), que hace inevitable la catástrofe (terremoto). Es lo que ocurrirá realmente cuarenta años más tarde, cuando las tropas asirias conquisten Samaría y el Reino Norte desaparezca de la historia. Decir esto en tiempo de Jeroboán II significaba pasar por loco, anunciar algo que parecía imposible. Pero es el mensaje que Dios le confía y con el que Amós se presenta ante el pueblo. Este tema del castigo se repite a lo largo de todo el libro como un leitmotiv insistente. A veces se trata de afirmaciones generales: «Os aplastaré contra el suelo, como un carro cargado de gavillas» (2,13); «habrá llanto en todos los huertos cuando pase por medio de ti» (5,17). Pero en otras ocasiones se habla claramente de un ataque enemigo y podemos reconstruir la secuencia de devastación, ruina, muerte y deportación (cfr. 6,14; 3,11; 5,9; 6,11; 6,8b-9; 5,27; 4,2-3).

Pero Amós no puede limitarse a anunciar el castigo. Debe explicar a la gente qué lo ha motivado. Y para ello denuncia una serie de pecados concretos, entre los que sobresalen cuatro: el lujo, la injusticia, el falso culto a Dios y la falsa seguridad religiosa.

Se impone una pregunta: ¿existe para Amós la posibilidad de escapar de esta catástrofe? Parece indudable que sí. En el centro mismo del libro (5,4-6), en medio de este ambiente de desolación y de muerte, encontramos un ofrecimiento de vida: «Buscadme y viviréis». Estos versos sólo indican negativamente en qué no consiste buscar a Dios: en visitar los santuarios más famosos. Poco después (5,14-15) advertimos que tal supervivencia está ligada a la búsqueda del bien, a instalar en el tribunal la justicia. Luchar por una sociedad más justa es la única manera de escapar del castigo. Sin embargo, tenemos la impresión de que el pueblo no escuchó este consejo, y entonces el castigo se hizo inevitable. Pero la última palabra de Dios no es la condena. Al menos así pensaba el redactor final del libro, que cerró el conjunto con dos oráculos de salvación (9,11-12.13-15).

El texto está íntegramente extractado de la introducción a Amós del libro «Los profetas», de Luis Alonso Schökel, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1980, pp. 951ss. He dejado fuera aspectos que el P. Schökel trata con su acostumbrado rigor y a la vez claridad: el contexto histórico, el desarrollo más amplio de los vicios de la sociedad israelita (¿sólo de ellos?), etc. y la bibliografía, en la que además se discuten algunos conceptos del texto. La idea es que el lector de esta breve hagiografía no considere cerrado el tema y conocido al personaje, sino que se adentre por un lado en la lectura del breve y muy fuerte libro de Amós, y por el otro desee completar la lectura de lo que quedó sin volcar aquí.
fuente: P. Luis Alonso Schökel

No hay comentarios: