P. Ariel Alvarez Valdés
(Tomado de la Revista TIERRA SANTA, N. 743 [2000] 64-68)
Una de las frases más incomprensibles que haya pronunciado Jesús fue la que dijo antes de morir en la cruz. Tras varias horas de agonía, y presintiendo que su muerte era ya inminente, lanzó un grito terrible: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46; Mc 15,34).
Estas misteriosas palabras, solamente contadas por Mateo y Marcos, intrigaron a los lectores de la Biblia.
¿Sintió, acaso, Jesús que su misión había fracasado? ¿Pensó que moría como un hijo abandonado por su padre?
Tomadas al pie de la letra, tales palabras podrían hacernos creer que Jesús murió en la desesperación.
La amargura de un rezo
Pero no fue así. Jesús al pronunciar esa frase, en realidad estaba rezando un salmo. En efecto, si buscamos en nuestra Biblia, veremos que el salmo 22 empieza precisamente así: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Y continúa: "A pesar de mis súplicas mi oración no te llega. Dios mío, de día te grito y no respondes. De noche, y no me haces caso".
¿Por qué Jesús pronunció un salmo tan amargo y desalentador en el momento de morir?
Más bien es lo contrario. El salmo 22, titulado "Oración de un justo que sufre", es uno de los salmos más esperanzadores de toda la Biblia. La primera parte describe los sufrimientos por los que atraviesa un hombre inocente (v. 2-23). Pero la segunda (v. 24-32) es un magnífico acto de confianza en que Dios lo librará de todas esas angustias.
El final dice así:
"Fieles del Señor, alabadlo...;
porque no ha sentido desprecio ni repugnancia
hacia el pobre desgraciado;
no le ha escondido su rostro;
cuando pidió auxilio lo escuchó..."
Los desvalidos comerán hasta saciarse
y alabarán al Señor los que lo buscan:
¡no perdáis nunca el ánimo!
Lo recordarán y volverán al Señor desde los confines del orbe,
en su presencia se postrarán las familias de los pueblos...
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba;
ante él se inclinará los que bajan al polvo;
a mí me dará vida.
Mi descendencia le servirá y hablará del Señor,
a la generación venidera le anunciará su rectitud;
al pueblo que ha de nacer, lo que él hizo" (Sal 22, 24-31).
¿Entonces por qué los evangelistas citan las primera palabras y no las últimas que son las esperanzadoras? Porque para la mentalidad judía citar el comienzo de un salino equivale a citar el salmo entero. Por lo tanto, al poner las palabras iniciales, los escritores dan a entender que Jesús recitó todo el salmo.
Así lo entendió también el autor de la Carta a los Hebreos (2,11-13) cuando, al hablar de la pasión del Señor, dice que Jesús en la cruz rezó el final del salmo 22 y no las palabras dolorosas del comienzo, que son las que traen los evangelistas.
Cuando Dios ayudaba a los buenos
Pero esta respuesta, a su vez, nos lleva a plantearnos otra cuestión. ¿Por qué los evangelistas conservaron el recuerdo tan insignificante del rezo de un salmo por Jesús, cuando detalles que los historiadores juzgan más trascendentes (como las precisiones cronológicas de la pasión, la forma que tenía la cruz, el modo en que fue crucificado) ni siquiera son mencionados?
Para contestar esto es necesario tener en cuenta algo que hoy ya no llama la atención y es el escándalo que significó la muerte de Jesús para los judíos de aquel tiempo.
Por varias razones:
- En primer lugar, porque en la época de Jesús existía la convicción de que, cuando una persona era fiel a Dios y cumplía sus mandamientos, Dios siempre acudía a salvarlo y no permitía que le pasara nada malo.
Todo el libro de Daniel, por ejemplo, expone esta idea: a cuatro jóvenes judíos que se niegan a comer alimentos prohibidos, Dios los engorda milagrosamente (1,3-15); a Azarías y a sus compañeros, arrojados en un horno encendido por no adorar la estatua del rey Nabucodonosor, el fuego ni los toca (3,46-50); a Daniel, abandonado en el foso de los leones por ser fiel a Dios, lo hace salir vivo (6,2-25); a Susana, la libra de las falsas acusaciones contra a su honor (13).
El mismo libro de la Sabiduría lo afirma: "Si el justo es hijo de Dios, él lo ayudará, y lo librará de las manos de sus enemigos" (2,18).
Cualquier judío, pues, compartía la idea de que Dios salva siempre al hombre inocente. ¿Por qué entonces no salvó a Jesús? La conclusión que se imponía era: Jesús debió ser un pecador.
La muerte de un delincuente
- En segundo lugar, porque a Jesús lo mataron los representantes de Dios, es decir, los sacerdotes. Y lo hicieron en nombre de la Ley de Dios. "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir", exclamaron sus acusadores ante Pilato (Jn 19,7).
- Finalmente, porque la clase de muerte que sufrió (colgado de un madero), lo convertía automáticamente, según la Biblia, en un maldito de Dios. En efecto, un versículo del libro del Deuteronomio afirma: "El que cuelga de un madero es un maldito de Dios" (Dt 21,23). Y de todas las muertes, justamente ésa fue la que sufrió Jesús.
Para el pueblo judío, entonces, Jesús murió: a) sin el auxilio divino; b) en nombre de las autoridades religiosas; y c) maldito por Dios.
¿Era posible una muerte más vergonzosa? ¿Cómo podrían los cristianos convencer a la gente de que él era el Mesías, el Hijo de Dios que venia a salvar a su pueblo?
Que lo digan los salmos
Frente al escándalo, difícil de disimular, de la ignominiosa muerte de Jesús, los evangelistas iluminados por Dios, encontraron una solución: demostrar que todo lo que le había sucedido a Jesús, en su pasión y muerte, estaba ya anunciado en el Antiguo Testamento. Que todos los sufrimientos del Maestro estaban previstos por Dios y ocurrieron según su designio. Y que incluso hasta los menores detalles de su escandaloso final habían sucedido "para que se cumplieran las Escrituras".
Como el libro más leído, conocido y meditado por la piedad judía, era el de los Salmos, allí fueron los cristianos a buscar elementos para probar las circunstancias proféticas de la muerte del Señor.
Por eso en la pasión de Jesús se acumulan, más que en ningún otro momento de su vida, las referencias a los salmos (más de veinte), como si allí hubieran querido concentrar todo el cumplimiento de las predicciones bíblicas.
Y por eso mismo, los relatos de la pasión y muerte de Jesús no dan una crónica exhaustiva de los hechos. Pasan por alto muchas escenas importantes, dejan otras en penumbra, y más bien se detienen en aquellas que pueden encontrar su apoyo en las Sagradas Escrituras.
Cada comunidad cristiana, y cada evangelista más tarde, hizo lo que pudo en este esfuerzo de explicar, mediante las profecías de los salmos, el "escándalo de la cruz". ¿Y cuáles son los salmos que encontraron?
El arresto y la agonía
Ya en el comienzo de la pasión, mientras Mc y Lc dicen que eran los sumos sacerdotes y escribas quienes conspiraban contra Jesús y que andaban buscando cómo apresarlo, Mateo, más cuidadoso, dice que fueron "los jefes", y menciona "una reunión" que hicieron para atraparlo (26,3-4). Porque así se cumplía la profecía del Sal 2,2: "los jefes se reunieron contra Dios y su Mesías".
También Juan (13,18) explica la traición de Judas la explica san Juan con la profecía de un salmo. Afirma que eso sucedió "porque tenía que cumplirse la Escritura (Sal 41,10) que dice: el que comparte mi pan se volvió contra mí'. Y más adelante lo reitera: "Ninguno de ellos se ha perdido excepto el que debía perderse, para que se cumpla la Escritura" (17,12), refiriéndose al mismo salmo.
El hecho incomprensible de que Jesús, a pesar de haber pasado haciendo el bien y ayudando a los más pobres, fuera odiado y rechazado por las autoridades judías, estaba igualmente anunciado en los salmos. Jesús lo dice: "Nos odian a mí y a mi Padre, pero así se cumple lo que está escrito en su Ley (Sal 69,5): me han odiado sin motivo" (Jn 15,24-25).
Y al contar la terrible agonía en el huerto de Getsemaní, los evangelistas relatan que Jesús les hizo a sus discípulos esta confidencia: "Mi alma está triste hasta la muerte" (Mt 26,38; Mc 14,34), para que se cumplieran las palabras del Sal 42,6 (en su versión griega).
Hiel en vez de mirra
Al ser arrestado Jesús y llevado ante las autoridades, refieren los Evangelios que el Sumo Sacerdote le preguntó: "¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito? Y él le contestó: "Sí, yo soy. Y verán cómo el Hijo del Hombre se sienta a la derecha del Todopoderoso y viene entre las nubes del cielo" (Mc 14,62). Así se cumplía lo dicho por el Sal 110,1, que para los evangelistas profetizaba la glorificación de Jesús por Dios.
También la intervención de testigos falsos contra Jesús, durante el juicio ante el Sanedrín (Mt 26,59-61; Mc 14,55-59), estaba prevista en los Sal 27,12 y 35,11: "Se levantan contra mí testigos falsos, y me preguntan de lo que nada sé".
Luego de condenar a muerte al Señor, lo llevaron al monte Calvario. Entonces Mt dice que le ofrecieron" vino con hiel", y dice que "sí lo probó" (27,34) para demostrar que se estaba cumpliendo la profecía del Salmo 69,22 (en su versión griega), que dice: "Me han dado hiel como alimento".
Los regalos y el sorteo
Cuando desvistieron a Jesús para crucificarlo, llama la atención que los cuatro evangelios anoten el detalle insignificante de que los soldados se repartieron sus ropas y sortearon la túnica que sobraba para ver a quién le correspondería. Y Juan explica por qué era importante este detalle: porque así se cumplía "la Escritura (Sal 22,9) que dice: se han repartido mis vestidos, y han echado a suerte mi túnica" (19,24). Por lo tanto, hasta el hecho trivial del destino de sus ropas, estaba previsto en el plan de Dios.
Al contar las burlas que le hacían a Jesús los que pasaban por el lugar, Mateo dice que "movían la cabeza y decían: ha confiado en Dios, que él lo libre ahora, ya que lo ama" (27,39). Para que se cumpliera lo anunciado en el Sal 22,8-9, que dice: "mueven la cabeza y dicen: ha confiado en el Señor; que él lo libre... ya que lo ama". Y Lucas añade que "hacían muecas de burlas" frente a Jesús (23,35), para recoger la profecía de ese mismo Salmo: "todos me hacen muecas de burlas" (22,8).
Las últimas palabras
En medio de terribles tormentos, y ya próximo a su muerte, Jesús exclama: "Tengo sed". Dice Juan que eso ocurrió "para que se cumpliera la Escritura" (del Sal 22,16) que predecía: "Mi paladar está seco como una teja, y mi lengua se pega al paladar Entonces los soldados corrieron y le ofrecieron vinagre, y Jesús lo bebió (Jn 19,29). Con esto se cumplía una nueva profecía, la del Sal 69,22: "Cuando tenía sed, me dieron vinagre".
Llega, entonces, el momento de las últimas palabras de Jesús. Con gran agudeza, Mateo y Marcos sostienen que fueron: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46; Mc 15,34). De este modo, como ya dijimos, mostraban a Jesús como el hombre inocente y bueno que sufría injustamente, y que por lo mismo sería luego rehabilitado por Dios.
Lucas, que compuso su Evangelio para lectores no judíos, y por lo tanto poco conocedores de salmos, temió escandalizarlos con estas palabras, y prefirió poner en boca de Jesús otra expresión, también de un salmo (31,6), pero que era menos ambiguo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). Estas fueron, para Lucas, las últimas palabras que Jesús pronuncio.
Los huesos rotos
Lo que sucedió al morir Jesús estaba también previsto por los salmos.
Lucas, por ejemplo, anota que "sus familiares se mantenían a distancia" presenciando la desgarradora escena (23,49), porque el Sal 38,12 habían profetizado: "Mis familiares se mantienen a distancia".
Y Juan (19,36) relata que los soldados rompieron las piernas de los dos ladrones crucificados junto a Jesús, pero que a él no le quebraron las piernas, sino que lo atravesaron con una lanza en el costado, para que se cumpliera la profecía del Sal 34,21: "Dios cuida de todos sus huesos, ni uno solo será quebrado".
No era un castigo de Dios
Los primeros cristianos buscaron en el Antiguo Testamento la razón por la cual a Jesús le tocó sufrir una muerte tan cruel como injusta. Y descubrieron que en los salmos, especialmente los de lamentación y confianza, estaban anticipados todos los sucesos de la pasión.
Allí se hallaba la explicación teológica de esos acontecimientos. Su muerte, por lo tanto, no había sido un "castigo de Dios" Jesús no era sino el Justo que había venido a cumplir las profecías de ese inocente que aparecía en los salmos sufriendo injustamente, cargando el peso del odio de sus enemigos, pero con toda su confianza puesta en Dios.
Los relatos de la pasión de Cristo son narraciones más bien teológicas. Los evangelistas quisieron explicar cuál era el sentido de la muerte de Jesús. De ahí las grandes lagunas que existen en estas narraciones.
La vida: un salmo en dos partes
Los relatos de la pasión fueron compuestos para lectores creyentes. Y al presentarlos como el cumplimiento de citas y pasajes del Antiguo Testamento, aunque fueran de escaso interés (como el reparto de las vestiduras o el vinagre que le ofrecieron a beber), sus autores pretendieron únicamente enseñar que Jesús era, en verdad, el enviado de Dios. Y que al estar previsto por la palabra de Dios todo lo vivido en su pasión, podía ser aceptado sin recelo como Salvador de la humanidad.
El día que Jesús murió, Dios guardó silencio. Un silencio atroz, que parecía dar la razón a los verdugos que lo condenaron. Sin embargo los primeros cristianos descubrieron que Dios no se había callado. Que desde hacía siglos venía gritando, desde los salmos, lo que a su Hijo le tocaría padecer, por mantenerse fiel al Amor que predicó. Pero que, a pesar de todo, lo iba a acompañar, sostener y cuidar hasta el final.
Dios ha prometido cuidar siempre de los hombres, especialmente de cuantos sufren o atraviesan dificultades. Y lo cumplirá. Cuando nos veamos desbordados por los problemas o las angustias de la vida, nunca pensemos que Dios guarda silencio. Sólo es la primera parte del salmo. Falta aún la segunda. Y Dios es fiel hasta el final.
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