I Domingo de Adviento B
Libro de Isaías 63,16b-17.19b.64, 2b-7.
Salmo 80(79),2ac.3b.15-16.18-19.
Carta I de San Pablo a los Corintios 1,3-9.
Evangelio según San Marcos 13,33-37.
27 de noviembre del 2011.
Hoy comenzamos el tiempo Adviento, tiempo de preparación para celebrar el nacimiento de Jesús, pero preguntémonos ¿quién es este hombre cuyo nacimiento nos preparamos para celebrar? Entender esto va a ser importante para determinar la manera en que vamos a usar este tiempo.
Por otra parte, una celebración como esta va a hacer un eco en nosotros mismos, debemos prestar atención a ese eco, descifrarlo, entenderlo; en el fondo esto significa entendernos a nosotros mismos, nuestros deseos, nuestros anhelos.
Primero veamos a Jesús mismo: es expresión perfecta del amor de Dios Padre por nosotros. Escuchamos al profeta Isaías en su insistencia en llamar a Dios Padre y a apelar a Él, dice en forma muy sentida: Señor, eres nuestro padre, nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos! Un Padre que sale a nuestro encuentro para salvarnos, y la forma definitiva de ese salirnos al encuentro es la persona de Jesús. Debemos preguntarnos entonces si Jesús es para nosotros esta expresión del amor del Padre que siendo Dios es uno como nosotros, que conoce nuestras debilidades y puede ayudarnos con ellas, y con quien podemos vivir en verdadera comunión, como lo señala San Pablo.
En segundo lugar preguntémonos como esto que vamos a celebrar hace eco en nosotros. Sabemos que toda celebración –de un cumpleaños, por ejemplo- toca algo en nosotros, produce un sentimiento. ¿Qué sentimiento produce en nosotros esta preparación para el cumpleaños de Jesús? Normalmente a este tipo de celebración nosotros llevamos un regalo ¿qué regalo llevamos a la Navidad? En el fondo el regalo que Jesús espera es nosotros mismos, y estamos invitados a ver qué es lo que eso significa ¿quién soy yo y qué aporto?
Pero esta celebración tiene otro elemento que es lo que Jesús nos da a nosotros ¿qué nos da? Nos da algo que no se acaba nunca, se da él mismo. Cuando vivimos en la superficialidad quizás intercambiamos regalos, que incluso pueden expresar un sentimiento bonito, pero que se acaba tarde o temprano. Jesús se nos da él y eso no tiene fin, y al darse él nos da el amor del Padre, el amor de Dios, que es mucho más de lo que podemos esperar o imaginar. Pero tenemos que estar dispuestos a recibir ese regalo y eso requiere preparación, de eso se trata el Adviento, de prepararnos en lo más profundo de nosotros mismos para recibir un regalo que nos afecta profundamente y de forma permanente.
¿Por qué prepararnos? Quizás porque ya hemos conocido algo del amor de Jesús y eso nos atrae, sabemos que no estamos listos para más y queremos prepararnos. Quizás también porque sentimos una gran necesidad y ella nos empuja a ir hacia la fuente donde intuimos que podemos ser satisfechos. Sea cual sea la razón, si vamos hacia la fuente misma del amor tenemos que ponernos en sintonía con ella y pedir que ella nos toque ya para acercarnos más.
La Eucaristía que celebramos es una oportunidad de acercarnos más al Señor. Aquí él se nos ofrece en su cuerpo y su sangre para que entremos en comunión con él. Consideremos bien lo que se nos ofrece y acerquémonos, si no ahora porque no estamos preparados, en otro momento para el cual nos prepararemos. Estemos atentos a esto, como nos lo pide el Evangelio.
P. Plácido Álvarez.
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