domingo, 27 de noviembre de 2011

Lecturas del 1º Domingo de Adviento 2011



Lecturas para domingo 1° de Adviento, ciclo B – 27 de noviembre de 2011

La paz del Señor sea contigo, y su bendición se derrame sobre ti y tu comunidad durante todo el año litúrgico que ahora comenzamos.

Este domingo el Señor nos invita a mantenernos vigilantes, a estar alertas y pendientes para poder encontrarnos con Él cuando llegue; es ese el acento de este primer domingo de Adviento.

En el texto de san Marcos se nos da el ejemplo de un dueño de casa que se fue lejos y dejó a sus sirvientes a cargo hasta volver sin previo aviso, tal como ocurre en nuestra vida desde el instante de nuestra concepción hasta nuestro último suspiro. El Señor nos da la vida, nos pone dentro de la casa de nuestro cuerpo y nos encarga mantener todo en orden hasta que Él vuelva y nos lleve al cielo, y para poder mantener todo en orden es necesario no solo saber qué es lo que tenemos y cuál es nuestra responsabilidad frente a eso, sino también saber dónde está cada cosa y en qué condiciones se encuentra. Para esto es necesaria la luz, tanto la que viene de lo alto gratuitamente como la que requiere de nuestro propio esfuerzo para existir; Dios nos ilumina desde el cielo y nos anima continuamente a buscarlo y seguirlo, a recibirlo en la Eucaristía, a dirigirnos a Él en la oración, a dejarnos dirigir espiritualmente, y a tantas otras cosas que cada uno conoce y debe seguir conociendo y re-conociendo. Pero en ocasiones esa luz se esconde; sabemos que aún existe pero no la vemos, sólo hay oscuridad y es necesario buscar otras fuentes de luz, otras lámparas que estén a nuestro alcance. Ahí es necesaria la propia voluntad de iluminarse para iluminar, sabiendo que la fuente última de nuestra luz se encuentra en Dios. Sin embargo, aún en esa oscuridad podemos contar con la luz gratuita de la luna que nos ayuda a orientarnos y nos recuerda que en alguna parte aún está el sol, y que ese sol volverá a amanecer para dar vigor a nuestras vidas y nuestros trabajos. En nuestra vida espiritual, esa luna no es otra que la Virgen María, nuestra Madre que nos entrega la luz del Hijo y nos sirve de compañía, guía y fuente de esperanza en los momentos más oscuros.

En la parábola del Evangelio, los servidores debían estar vigilantes y despiertos para cuando volviera su Señor. En nuestra vida espiritual, una manera de mantener nuestra fe viva, despierta y atenta a las cosas de Dios es fijando tiempos de oración y respetándolos, sin excusas ni pereza. Pero cuando esto nos falla tenemos otra opción aún más poderosa que es la de hacer comunidad, reunirse y fortalecerse con otros que buscan lo mismo que nosotros para caminar juntos alegrándonos en los momentos de alegría y acompañándonos y sosteniéndonos en los momentos de dolor. Es verdad que necesitamos también tiempos de soledad para encontrarnos “en privado” con Jesús, de hecho el mismo Jesús en ocasiones se alejaba para hacer oración, pero hay que tener cuidado con la tentación de vivir la fe exclusivamente en solitario porque eso es adormecerla hasta morir; ¡si incluso los monjes eremíticos tienen momentos en los que comparten con sus hermanos!

Esperemos al Señor de manera efectiva, no sólo de palabra. Aprovechemos las ayudas que nos ofrece para buscarlo por el camino correcto, y descubramos las mejores maneras de mantener viva nuestra fe y la de quienes nos rodean. Todos estamos llamados al cielo; ayudémonos entre nosotros para poder celebrar todos juntos en el Paraíso la alegría eterna de la victoria del Señor.

Un gran abrazo en el Señor que nos marca el camino para que, avanzando a paso firme, Vivamos para siempre y ayudemos a otros a alcanzar la misma meta.

  • Primera lectura: Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7
  • Salmo responsorial: Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19 (R.:4)
  • Segunda lectura: 1Corintios 1,3-9
  • Evangelio: Marcos 13, 33-37

Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7

¡Si rasgaras el cielo y descendieras!

¡Tú, Señor, eres nuestro padre, «nuestro Redentor» es tu Nombre desde siempre! ¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte? íVuelve, por amor a tus servidores y a las tribus de tu herencia!

¡Si rasgaras el cielo y descendieras, las montañas se disolverían delante de ti!

Cuando hiciste portentos inesperados, que nadie había escuchado jamás, ningún oído oyó, ningún ojo vio a otro Dios, fuera de ti, que hiciera tales cosas por los que esperan en él. Tú vas al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de tus caminos.

Tú estás irritado, y nosotros hemos pecado, desde siempre fuimos rebeldes contra ti. Nos hemos convertido en una cosa impura, toda nuestra justicia es como un trapo sucio. Nos hemos marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento.

No hay nadie que invoque tu Nombre, nadie que despierte para aferrarse a ti, porque tú nos ocultaste tu rostro y nos pusiste a merced de nuestras culpas.

Pero tú, Señor, eres nuestro padre, nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!

Salmo 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19 (R.:4)

R. Restáuranos, Señor del universo,
que brille tu rostro y seremos salvados.

Escucha, Pastor de Israel,
tú que tienes el trono sobre los querubines,
reafirma tu poder y ven a salvarnos. R.

Vuélvete, Señor de los ejércitos,
observa desde el cielo y mira:
ven a visitar tu vid,
la cepa que plantó tu mano,
el retoño que tú hiciste vigoroso. R.

Que tu mano sostenga al que está a tu derecha,
al hombre que tú fortaleciste,
y nunca nos apartaremos de ti:
devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre. R.

1Corintios 1,3-9

Esperamos la revelación de nuestro Señor Jesucristo

Hermanos:

Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

No dejo de dar gracias a Dios por ustedes, por la gracia que él les ha concedido en Cristo Jesús. En efecto, ustedes han sido colmados en él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia. El los mantendrá firmes hasta el fin, para que sean irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es fiel, y él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

Aleluia: Sal 84, 8

Aleluia.
¡Manifiéstanos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación!
Aleluia.

Marcos 13, 33-37

Estad prevenidos,
porque no sabéis cuando llegará el dueño de casa

En aquél tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

«Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela.

Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos.
Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!»


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