miércoles, 30 de noviembre de 2011

A PROPOSITO DE LA PARTIDA DE LOS SERES QUERIDOS










MORIR PARA VIVIR

Queridos hermanos en Cristo Jesús,
Hablar de vivir, hablar de morir, es hablar de dos temas que como simples palabras, al parecer se contradicen. Cualquiera que comprenda la palabra plana, podría decir que si vives no estas muerto y si estas muerto, no puedes estar vivo; mas pensar solo de esa manera, es pensar materialmente, es pensar terrenalmente como una simple realidad biológica.

Si la muerte la vemos como una negación de la vida, entonces vale lo que decía san Pablo: “comamos y bebamos, que mañana moriremos”, pues según la concepción vacía de la simple palabra, no hay nada mas que hacer.
Debemos entonces regresar toda la película y empezar a descubrir que hay en lo profundo de cada una de estas palabras; hay culturas que le han dado un sentido más alto: la muerte es una oportunidad de construir destino, es decir finalidad real y clara desde el saber que ocurre por algo y para algo.

Como Cristianos, la realidad de la muerte no puede ser contraria a la realidad que también es la vida, pues la muerte debe ser vista como un invento de la vida para poder dar sentido definitivo a una verdadera vida. En ese contexto, llegar a la muerte no es un objetivo-término, debe ser mejor un fin-meta, es decir el arribo a un punto del que se parte a otro en donde se nos acogerá definitivamente.

La muerte (que significa el fin ni significa ello), debe ser fiesta. Por ejemplo, San Francisco de Asís balanceó todas las cosas, desde oscuras a claras, viendo de esta manera la muerte como hermana que acompaña y no como enemiga que quita; así, mientras ocurría su trance cantaba salmos y alabanzas a quien lo recibiría, Dios mismo. Por ello al hablar que nuestra realidad no es vivimos para morir; sino morimos para vivir. Mejor aun con la muerte obtenemos la resurrección a la vida verdadera.

A partir de estas cortas claridades, concentrémonos en el morir para vivir.

Una primera forma de verlo es a partir de lo que estrictamente ocurre con nosotros; fijémonos en lo que nos dice Jesús "En verdad les digo: Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la destruye; Y el que desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna" (Jn. 12: 24-25). Con esta comparación, el Maestro nos lleva a entender claramente que en esta vida terrenal, somos semilla, que al morir (dejar de ser semilla, dejar de ser terrenos) y ser enterrados, brotamos en una nueva forma (la planta) que no es más que resucitar a la vida eterna, la misma semilla pero transformada.
Observemos ahora en II Timoteo lo que morir es para Vivir. "Si hemos muerto con él, con él también viviremos. Si sufrimos pacientemente con él, también reinaremos con él." (2 Tim. 2:11-12)

También morir para vivir, debe contemplarse que aun estando vivos terrenalmente, debemos morir en y para algunas cosas, por ejemplo “vivir como muertos al pecado y vivos en Cristo”. (Rm. 6:10-11).
Entonces si en vida debemos morir, pero continuando vivos, ¿a que es lo que debemos morir?. En nuestra vida terrena debemos hacer morir cosas que nos alejan de la vida definitiva y eterna, esas cosas son el pecado que nos aleja de Dios.

De nosotros depende que muera la falta de amor por Dios, el prójimo y por nosotros mismos, el odio, el rencor, el chisme, los pensamientos y las acciones impuras, el adulterio, la fornicación, la pereza, la gula, la mentira, la ambición yen general todo acto que va en contra de lo que Dios y su hijo nos han enseñado. Es definitivo, necesario e indispensable que nuestra vida muera a todo esto.
Ahora, ¿es fácil desde nuestra condición humana, hacer que todo esto muera?; la respuesta sin duda alguna es no!, pues tal y como somos creación de Dios, también somos objetivo del mal que cada vez se preocupa de tener mas y mejores estrategias para sucumbamos ante sus tentaciones.

Entonces, ¿Qué debemos hacer?. Ante nada, debemos reconocer que solos no venceremos y por ello necesitamos de una ayuda permanente, la ayuda del Paráclito, el Espíritu Santo. S.S. Juan Pablo II nos advierte con gran insistencia: "Tenemos que dejarnos guiar por el Espíritu Santo".

Cuando por medio de nuestra oración continua y fervorosa invocamos la ayuda del Espíritu, esta no se hace esperar, por el contrario acude de inmediato para defendernos de todo aquello que nos aleja de la vida verdadera; Y es que el poder de todo Cristiano debe ser la Oración, la invocación, la entrega a Dios; de esta manera venceremos en todo tiempo y momento la fuerzas del mal, esas fuerzas a las que debemos morir y que siempre buscaran herir nuestra fe y desviar el camino que Dios no ha trazado.

Si podemos morir a las ofertas de un mundo que nos absorbe constantemente, entonces viviremos para Jesús.

Hacer realidad esa vida demanda de nosotros una misión: “Amar a Dios con todo el corazón, el alma y las fuerzas y amar al prójimo, incluso a nuestros enemigos, como a nosotros mismos” (Lc. 6:27; 10:27); “hacer discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:19); “ser sal de la tierra y luz en el mundo” (Mt. 5:13-14); “ser perfectos” (Mt. 5:48); “vivir en paz con el prójimo” (Mc. 9:59); “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Fl. 2:5).

Es así hermanos como abrimos los ojos a la vida y auque es una gran tarea la que Jesús nos ha dejado, gracias a Dios que contamos con su promesa sobre que no desfalleceremos porque ya "no hay ninguna condenación para los que están unidos a Jesús” (Rm. 8:10); “Para aquellos en cuyo corazón habita el Espíritu Santo, todo lo que merecíamos conforme a la ley, fue eliminado por la muerte y resurrección de Jesús” (Rm 8:1-4).

Vivir así "en el Espíritu" es algo maravilloso, es vivir de verdad, pues experimentamos la magnífica verdad: “no es uno el que vive, sino que es Cristo el que vive en uno” (Gál. 2:20).

En nuestro tiempo, pareciera que todo cuanto nos rodea es una prueba, un llamado de la muerte eterna, una limitación cada vez mayor a cumplir la voluntad de Dios; seguramente caeremos, pero también sabemos que al no estar solos, nos levantaremos y nunca mas ese abismo nos atraerá. Todos podemos tener esperanza, porque el poder del Espíritu Santo actúa en nosotros y su poder es ilimitado.

La patria Celestial es la meta de nuestra vida, es el propósito real para el que vivimos en este mundo. Fuimos creados para vivir con Dios viéndolo cara a cara, muriendo a la seducción del mundo y viviendo para la misión que nos ha encomendado. ¡El cielo es nuestro hogar! contemplemos a Jesús sabiendo, por fe que cuando El regrese en gloria, nos resucitará y nos llevará consigo.

Pensemos hoy en nuestro bautismo, ese fue el comienzo de nuestra marcha hacia el cielo. Con el nuestro ser interior, comienza a anhelar la plenitud de la vida, a sentirse atraída por ella. "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos buscando la futura" (Hb. 13:14).

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