San José, hombre del silencio.
Padre nutricio de Nuestro Señor Jesucristo,
glorioso san José,
luz de los Patriarcas y esposo de la Madre de Dios:
Tú supiste guardar silencio
ante el drama de tu existencia,
pero tu corazón estaba vigilante
y lo suficientemente abierto
como para recibir la palabra que el Dios vivo
y su ángel te comunicase.
En esa profundidad del alma
de cualquier hombre
se puede encontrar uno con Dios.
Glorioso san José:
Te pedimos que nos dejemos invadir por tu silencio.
Que aprendamos a vivir en el silencio.
Hoy en día que el silencio nos causa miedo y temor,
necesitamos con urgencia el silencio.
Desde el silencio
Dios nos habla a cada uno
y se nos muestra cercano.
Sin embargo, nos invade el ruidoso vivir de cada día.
A nuestro corazón,
por mucho que lo vigilemos externamente,
se le pide la interna vigilancia
y, con ella, la música callada
y el sonido de las voces que nos hablan
desde lo más íntimo del alma.
Ésta se halla tan cargada de cachivaches,
y son tantas las murallas elevadas en su interior,
que la voz suave del Dios próximo
no puede hacerse oír.
Ilustre descendiente de David,
y guardián de la virginidad de María:
Te pedimos que nos dejemos invadir por tu silencio.
Que aprendamos a vivir en el silencio.
Vivimos bajo el condicionamiento del ruido.
Y necesitamos volver,
una y otra vez más al silencio.
El silencio, en efecto, es un tesoro.
Es precioso volver a encontrarlo,
ir cada día al encuentro de la fuente eterna.
Nunca sabremos valorar tu silencio.
vigilante defensor de Cristo.
Esta es tu grandeza, jefe de la Sagrada Familia
y esposo de María,
vivir en silencio como alimento indispensable de la fe.
Tú creíste y obedeciste sin comprender.
Esta discreción tuya,
y esta extraordinaria humildad,
es tan clarividente que nadie ha dudado de ella.
Tú adoraste al Verbo encarnado
y supiste vivir a su sombra.
Tú adoraste a aquel Niño que tenías entre tus brazos
y te sentías muy feliz.
Enséñanos
a dejémonos invadirnos
por tu silencio glorioso patriarca san José.
En el silencio queremos aprender a nacer
en el conocimiento de Cristo.
Enséñanos a dejémonos invadirnos
por tu silencio, casto esposo san José,
para adentrarnos en el corazón de la Verdad.
Si queremos recibir toda la luz que emana de Cristo,
hemos de aprender a amar el silencio:
En el momento decisivo de tu existencia:
Te pusiste a disposición del Padre.
–“Aquí tienes a tu siervo.
Dispón de mí”, dijiste.
Coincidió tu respuesta con la del profeta Isaías
en el instante de recibir su llamada:
– “Heme aquí, Señor. Envíame”.
Esta llamada configurará tu vida entera.
En tu silencio quedarán sepultados
todos tus padecimientos y esperanzas.
Tu vida fue la del hombre que se niega a sí mismo,
que se deja llevar adonde no quería.
No hiciste de tu vida cosa propia,
sino una vida para darla.
No te guiaste por un plan
que hubiera concebido tu intelecto,
y decidido tu voluntad,
sino que, respondiendo a los deseos de Dios,
renunciaste a tu voluntad
para entregarte a la de Otro,
la voluntad grandiosa del Altísimo.
Pero es exactamente
en esta íntegra renuncia de ti mismo
donde descubriste tu vocación y misión.
Porque tal es la verdad:
Solamente si sabemos perdernos,
si nos damos, podremos encontrarnos.
Cuando esto sucede,
no es nuestra voluntad quien prevalece,
sino ésa del Padre a la que Jesús se sometió:
– “No se haga mi voluntad, sino la tuya”
Y a la que te sometiste tu.
Por esto glorioso patriarca san José:
Tu nos ha enseñado,
con tu renuncia,
con tu abandono
que en cierto modo adelantabas
la imitación de Jesús crucificado,
los caminos de la fidelidad,
de la resurrección y de la vida.
Que aprendamos a vivir en silencio
para que resuene en nuestro interior
la Palabra de Jesucristo
a quien tú cuidaste aquí en la tierra
y ahora contemplas en el cielo.
Amén
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