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Divorcio y segundas nupcias en la Iglesia primitiva |
¿Antes se podía?
Por momentos uno lee los diarios y pareciera
que todo está por cambiar en la “era Francisco”. No
sólo se lo pinta como un superman a contrapelo suyo
sino que se le endosan doctrinas no corroboradas por él
, como señala en su reciente entrevista.
Sin entrar a
profundizar en sus declaraciones, queremos hacer mención a un error
histórico que a fuerza de repetición, puede quedar como una
“verdad” moderna y es ésta: que “la Iglesia al inicio
de la historia, permitía las segundas nupcias a los que
se habían equivocado en su primer matrimonio”, de allí que
ahora podría volverse a la misma praxis pastoral.
¿Es así? ¿Acaso
durante más de 17 siglos la Iglesia ha venido olvidando
esta práctica y hablando en nombre de Dios acerca de
algo que Jesús había permitido?
Alguno dirá: “¡Pero a nadie le
interesa esto! ¡Hoy nadie se casa!”. Puede ser, pero aún
hay personas que desean vivir como Dios lo quiere; y
si no, déjenme contarles una anécdota que me ocurrió hace
unos días, luego de la Misa parroquial.
Había terminado de
confesar cuando una pareja de 40 años cada uno, más
o menos, me dijo:
- Padre, querríamos que nos bendijera en una
ceremonia. - Ahaá… ¡Encantado! –les dije– y cuéntame… ¿Cómo es la cosa?
¿cumplen aniversario de matrimonio o algo así? - No, no…, nosotros no
estamos casados; somos sólo pareja… - Ahhhhh –dije– y… ¿entonces? - Es que ambos
éramos casados pero luego la cosa no anduvo con nuestras
anteriores parejas y ambos nos separamos. Luego nos conocimos y
ahora nos queremos y vivimos juntos, por eso queremos que
“Dios bendiga nuestra unión”. - Ahhhh –dije yo– mientras pensaba por dentro:
“¿y a estos qué les digo?”. - Sí, padre –insistía ella– hemos
ido por otras parroquias, pero nos dijeron que no
se podía hacer eso, pero como ahora dicen que la
Iglesia está cambiando con Francisco nosotros veníamos a ver si
se podía… - Bien –dije con cara simpática tranquila– yo encantando
les bendigo la pareja en una ceremonia, pero para eso
van a tener que permitirme que antes arranque un par
de páginas del Evangelio –ellos se quedaron pensativos y dijeron: - ¿Cómo
dice, padre? ¿cómo va a arrancar una página de la
Biblia? –me preguntaron sin entender mucho a lo que iba. - Sí;
miren, la cosa es así. El problema es que hay
un par de páginas que dicen lo contrario de esto,
pero si las arrancamos, ninguno tendrá problemas de conciencia; ni
Uds. ni yo… Por ejemplo, podríamos sacar esa donde dice
Cristo: “Desde el comienzo Dios los hizo varón y mujer…
De manera que ya no son dos, sino una sola
carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe
el hombre” (Mt 19,5-6) y también dice esa otra donde
dice que “se acercaron unos fariseos que, para ponerle a
prueba, preguntaban: « ¿Puede el marido repudiar a la mujer?»…
Jesús les dijo: lo que Dios unió, no lo separe
el hombre.» Y ya en casa, los discípulos le volvían
a preguntar sobre esto. El les dijo: «Quien repudie a
su mujer y se case con otra, comete adulterio contra
aquélla; y si ella repudia a su marido y se
casa con otro, comete adulterio” (Mc 10,2-12).
La pareja iba entendiendo
a dónde iba. Les dije que el problema era que
Dios había hecho así las cosas y que el matrimonio
era para toda la vida, no sólo en virtud del
sacramento que así lo exigía, sino por los múltiples beneficios
que trae incluso en el orden natural para la familia,
los hijos, etc., y todas esas cosas que los curas
decimos…
Los exhorté a saber comprender las cruces y sobrellevarlas con
sobrenaturalidad; la cruz de la castidad, la cruz de la
soledad, etc., pero veía que aún no estaban preparados para
dar ese paso que es difícil. Aún no tenían fuerzas
espirituales para afrontar un cambio, por lo que les pedí
que no dejaran de cumplir el resto de los mandamientos,
de educar a los hijos en la Fe, de ir
a Misa aunque ahora no pudieran comulgar, de rezar, etc.,
porque Dios siempre premia con la gracia a quien se
esfuerza.
Era gente de Fe pero confundida por lo que está
sucediendo ahora con este tema, de allí que ellos mismos
recordaran que no podían comulgar aún por no estar viviendo
como Dios mandaba, es decir, en gracia de Dios, de
allí que también recordamos el texto de San Pablo que
dice “quien coma el pan o beba la copa del
Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre
del Señor” (1 Cor 11,27). Entendieron y no se enojaron, porque
se dieron cuenta de cómo era la cosa. Pero yo
quedé preguntándome; ¿tanta gente confundida? ¿qué pasa? ¿si estas eran
cosas que se aprendían en el Catecismo?
Propaganda mundial contra la
Iglesia y la cuestión de la Iglesia Primitiva
Como muchos
habrán leído, para el mes de octubre se está preparando
un Sínodo en Roma que tocará el tema del matrimonio
cristiano (un sínodo es una reunión de obispos para analizar
un tema puntual). Para ello, meses antes, se comienzan a
hacer reuniones entre obispos, cardenales y el mismo Papa, con
el fin de preparar lo que se debatirá; y aquí
comienza a jugar la propaganda de los medios de comunicación
y de los sectores más progresistas de la Iglesia. Son
ellos, los enemigos de la Iglesia, los que sin estar
casados, ni divorciados, ni importarles tres cuernos el Evangelio, los
que comienzan a “instalar”: “la Iglesia está cambiando”, “Francisco no
es Benedicto”, “Se acabó la inquisición”, “Prohibido prohibir, etc., etc.,
etc.”. Vean nomás los diarios de los últimos meses sobre
el tema y tendrán para rato. El método no es nuevo;
es la propaganda puesta al servicio del método “machaque” hasta
que las ideas vayan entrando y haciéndose “naturales”. ¿Qué idea
se está imponiendo ahora? Ésta: que la Iglesia permitirá, a
pesar del Evangelio y a pesar de la enseñanza de
2000 años sobre el tema, la comunión a los que,
habiéndose casado antes por Iglesia, “rehicieron” su vida con una
nueva pareja.
La excusa de fondo siempre es la misma:
la Iglesia no puede quedarse en la época de las
cavernas sino que tiene que acomodarse a los tiempos modernos,
donde hoy nadie se casa o donde el casamiento es
sólo un rito social más. Pero como decimos, no son sólo
los medios de comunicación los que, de un día para
otro, largan la noticia sin decir “agua va”. Tienen sus
motivos: ¿cómo?
Ni más ni menos que un príncipe de la
Iglesia, el cardenal Kasper, uno de los referentes del progresismo
alemán, ha dado motivos para que esta propaganda se diseminara
con bombos y platillos. En efecto, en su discurso introductorio para
la preparación del Sínodo, el día 20 de febrero pasado,
se pasó casi dos horas explicando cómo esto podría ser
posible, es decir, cómo podríamos gambetear el Evangelio… Allí, para
salir de este embrollo moderno de los divorciados, proponía dos
soluciones:
1) Agilizar al máximo los trámites de nulidad matrimonial por medio
de sacerdotes idóneos dentro de las diócesis y sin intervención
de la Santa Sede (algo así como una “nulidad express”).
No me detendré en este tema.
2) Apelando al cristianismo de “los
primeros siglos”, es decir, apelando a que, teóricamente, la “Iglesia
primitiva”, permitía la comunión de los divorciados vueltos a casar…
Vamos
a sus palabras; allí el cardenal Kasper decía que los
primeros siglos del cristianismo:
“Nos dan una indicación que puede servir
como una forma de salida (…) No puede haber, sin
embargo, alguna duda sobre el hecho de que en la
Iglesia de los orígenes, en muchas Iglesias locales, por derecho
consuetudinario había, después de un tiempo de arrepentimiento, la práctica
de la tolerancia pastoral, de la clemencia y de la
indulgencia. En el contexto de dicha práctica se entiende también,
quizás, el canon 8 del Concilio de Nicea (325), dirigido
contra el rigorismo de Novaciano. Este derecho consuetudinario está expresamente
testimoniado por Orígenes, que lo considera no irrazonable. También Basilio
el Grande, Gregorio Nacianceno y algunos otros hacen referencia a
él. Explican el "no irrazonable" con la intención pastoral de
"evitar lo peor". En la Iglesia latina, por medio de
la autoridad de Agustín, esta práctica fue abandonada en favor
de una práctica más severa. También Agustín, sin embargo, en
un pasaje habla de pecado venial. No parece, por tanto,
haber excluido de partida toda solución pastoral” .
Al leer el
texto, lo confieso, me sorprendí; ¿cómo un Concilio había permitido
todo esto y no lo conocía? Me agarró cierto remordimiento
por un momento, porque si esto era así, tal vez
habría sido yo duro en exceso con algunas personas. ¡Qué duro
había sido al intentar explicarles a este matrimonio lo que
dice el Catecismo en el nº 2384 cuando expresa que
“el divorcio atenta contra la Alianza de la salvación de
la cual el matrimonio sacramental es un signo!. El hecho
de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley
civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado
de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público
y permanente” ¡Qué mal que había estado al recordar desde joven
las palabras que escuché de boca del mismo Juan Pablo
II cuando en Córdoba, en 1987, decía: “El verdadero amor
no existe si no es fiel, y no puede existir
si no es honesto. Tampoco existe pacto conyugal verdadero si
no hay de por medio un compromiso que dura hasta
la muerte”! ¡Qué mal que había estado incluso cuando estudié que
Pío XII le había dicho a los párrocos de Roma,
el 16 de marzo 1946, que “el matrimonio entre bautizados
válidamente contraído y consumado no puede ser disuelto por ningún
poder en la tierra, ni siquiera por la Suprema Autoridad
Eclesiástica”! Pero luego me puse a pensar si no podía haber
alguna confusión y me encontré con una sorpresa. En primer
lugar, fue realmente una lástima para mí que el cardenal
no hubiese dado las referencias bibliográficas, pero a su vez
me obligó a ir a las fuentes; a desempolvar libros
y me di cuenta de una cosa: en Alemania tienen
malas ediciones, o están erradas, o no traen números de
página. Porque lo que encontraba en las fuentes, era muy
diverso… Veamos :
1) Durante los primeros cinco siglos de la era
cristiana no se puede encontrar ningún decreto de un Concilio,
ni ninguna declaración de un Padre de la Iglesia que
sostenga la posibilidad de disolución del vínculo matrimonial. Cuando, en
el siglo II, Justino, Atenágoras, Teófilo de Antioquía, hacen mención
a la evangélica prohibición del divorcio, no dan ninguna indicación
de una excepción. Tertuliano y San Clemente de Alejandría son
aún más explícitos. Y Orígenes, en la búsqueda de alguna
justificación para la práctica adoptada por algunos obispos, afirma que
está en contradicción con la Escritura y la Tradición de
la Iglesia (Comment. in Mat., XIV, c. 23, en: Patrología
Griega, vol. 13, col. 1245). 2) Dos de los primeros concilios
de la Iglesia, el de Elvira (306) y el de
Arles (314), lo reiteran claramente. En todas partes del mundo,
la Iglesia sostenía que la disolución del vínculo era contraria
a la ley de Dios y el divorcio con el
derecho a casarse de nuevo era completamente desconocido.
3) Entre los
Padres de la Iglesia que tratan más ampliamente la cuestión
de la indisolubilidad matrimonial, justamente, está San Agustín y su
De Coniugiis adulterinis; y en muchas otras obras refuta a
los que se lamentaban de la severidad de la Iglesia
en materia matrimonial, demostrando que, una vez que se ha
hecho el contrato ya no se puede romper por cualquier
motivo o circunstancia.
4) En cuanto a San Basilio baste con
leer sus cartas, y a encontrar en ellas un pasaje
que autorice explícitamente el segundo matrimonio. Su pensamiento se resume
en lo que escribe en la Ethica: “No es lícito
a un hombre repudiar a su esposa y casarse con
otra. Tampoco está permitido que un hombre se case con
una mujer que está divorciada de su marido” (Ethica, Regula
73, c. 2 en: Patrística griega, vol. 31, col. 852).
5) Lo mismo se puede decir del otro autor citado por
el cardenal Kasper, San Gregorio Nacianceno, quien escribe: “el divorcio
es absolutamente contrario a nuestras leyes, aunque sean distintas de
las leyes del juez Romano” (Epístola 144, en: Patrística griega,
vol 37, col. 248).
Es decir, las citas contradicen lo que
planteaba el cardenal en su discurso y quizás justamente por
ello la Iglesia estuvo dispuesta incluso a perder un país
entero como Inglaterra en vez de concederle el divorcio a
Enrique VIII, apasionado por su Ana Bolena.
El "famoso" canon 8
del Concilio de Nicea
Habría mucho más para decir; pero, en
segundo lugar, creo que es necesarísimo desenmascarar el punto que
nos parece más grave. En el texto se cita un
“canon”, es decir, un artículo de uno de los Concilios
más grandes de la Iglesia, el Concilio de Nicea (325).
Este canon dice, refiriéndose a aquellos que se habían separado
de la Iglesia y querían volver a su seno:
“En cuanto
a aquellos que se dicen puros (está hablando de la
secta de los novacianos), si desearan entrar en la Iglesia
Católica, este sagrado y gran concilio establece (…) antes que
nada que ellos deben declarar abiertamente por escrito, que aceptan
y siguen las enseñanzas de la Iglesia Católica que consisten
en que entrarán en comunión con aquellos que han realizado
segundos matrimonios (en griego se dice “dígamoi”).
Ahora bien, esta palabrita,
“dígamoi”, ha sido interpretada por el cardenal Kasper y por
la corriente de cambio como aquellos que “se casan dos
veces”. Es decir, el razonamiento es: si ya desde antiguo
la Iglesia aceptaba a los “que se casaban dos veces”,
¿no habría que volver a esa práctica y listo?
Pero las
ideas no vienen solas y siempre hay algún librito que
apoya detrás. Como lo declara el vaticanista Sandro Magister (aceptando
incluso inocentemente algunas premisas) un sacerdote italiano llamado Giovanni Cereti,
escribió en 1970 su tesis en teología patrística bajo el
título de “Divorcio, nuevas bodas y penitencia en la Iglesia
Primitiva” , hoy reeditado y en venta en Amazon. Se
trataba de la vorágine pos-conciliar que veía en el Concilio
Vaticano II un acordeón a estirar y encoger à piacere. El
libro tiene su contexto: fue escrito en Italia, el mismo
año en que se decretaba el divorcio civil, es decir,
intentando ser una justificación en el tiempo de que la
Iglesia no era tan anticuada… ¿Y en qué se basaba?
En que ese texto del Concilio de Nicea, que tenía
por finalidad acercar a los novacianos (una secta herética y
puritana) daba la clave de bóveda para entender el trato
con los divorciados en el siglo IV.
Sin embargo, nadie se
encargó de ver quién era este tal Cereti ni porqué
un texto tan importante había pasado sin pena ni gloria
incluso en los medios de aquella época. La verdad, como
narra en un artículo el profesor John Lamont, Cereti fue
ampliamente refutado inmediatamente después de que su libro vio la
salió a luz ni más ni menos por uno de
los grandes patrólogos (estudiosos de los Padres de la Iglesia)
del siglo XX. En efecto, el jesuita Henri Crouzel, publicó
un año después una terrible crítica al libro del italiano,
titulada “La Iglesia primitiva frente al divorcio” (“L´Eglise primitive face
au divorce”, Paris, Beauchesne 1971”) .
¿Qué decía Crouzel y
por qué sepultó en el arcón de los recuerdos a
Cereti? El gran estudioso jesuita no negaba que algunos prelados
hubiesen hecho oídos sordos a segundas nupcias (malos pastores hubo
siempre), pero sí afirma rotundamente con Orígenes que “los obispos
que permitieron a una mujer casarse nuevamente mientras vivía su
marido, ‘actuaron contrariamente a la ley primera traída en las
Escrituras’” . Pero esto no es lo que se lee
en la historia de la Iglesia ni en la de
los sacramentos, como se lee en serios y doctos libros
juntos .
Cereti, traicionando el texto griego y su interpretación, traducía
maliciosamente la palabra “digamoi” (técnicamente, “dos veces casado”) diciendo que
se trataba de aquellos que se habían casado dos veces,
estando aún en vida su esposa o esposo, mientras que
en realidad, de lo único que se trataba era del
matrimonio de los viudos vueltos a casar…
En efecto, el
Concilio de Nicea, intentando acercar a los novacianos que negaban
incluso el perdón a los que habían caído en pecado
mortal, proponía como condición que primero ellos aceptaran que no
cometían pecado quienes, habiendo enviudado, se casaban de nuevo. Fueron tales
los errores que Crouzel y un grupo de estudiosos le
enrostraron a Cereti, que su obra ni siquiera fue reeditada
una vez hasta el año pasado.
Ahora, envalentonado por haberse reflotado
su tesis refutada, no sólo no confiesa nuevamente la verdad,
sino que llega a decir en un reportaje que ese
fue “el mayor servicio que hecho a la comunidad cristiano-católica.
La experiencia me dice, en efecto, que ‘lo que Dios
ha unido, el hombre no debe separar’, por eso si
una unión termina, muy probablemente es porque nunca había sido
unida por Dios, al contrario, la segunda unión es la
que Dios une” (http://www.adistaonline.it/?op=articolo&id=53413; traducción propia). Y uno podría preguntarse:
¿por qué sólo la segunda unión y no la tercera,
la cuarta, la décima? ¡Qué retrógrado! * * *
El gran humorista inglés, Groucho
Marx, decía: “estos son mis principios, pero no si les
gusta, tengo estos otros…”.
Ojo; hay confusión y tormenta sobre
el tema, pero hay que recordar las palabras de Cristo
cuando le preguntaron: “‘¿Puede uno repudiar a su mujer por
un motivo cualquiera?’... A lo que respondió: ‘Moisés, teniendo
en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar
a vuestras mujeres; pero al principio no fue así”. Y
en la Iglesia primitiva tampoco…
Que no te la cuenten…
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