El segundo domingo de Cuaresma nos transporta al monte con Pedro, Santiago y Juan que, siendo los íntimos de Jesús, tendrán la revelación de éste en su carne mortal. Ante ellos brillará con esplendor el misterio divino del Hijo del Hombre cuyo rostro y ropas se transformarán, se transfigurarán para que vean, a través de la naturaleza mortal de Jesús, el misterio de su origen divino, ocultado a la mayoría de los hombres y ahora revelado a ellos.
Si el domingo pasado escuchamos las tentaciones de Jesús y vimos su lado más humano, hoy vemos el lado divino y sobrenatural de Jesús: Su humanidad glorificada ya en este mundo como preparando a los apóstoles más cercanos para que puedan superar el "escándalo" de la cruz (prefacio de hoy), cuando, herido el pastor, se dispersen las ovejas. CRUZ Y GLORIA son las dos caras de una misma moneda: el Misterio Pascual, para cuya celebración nos preparamos en esta Cuaresma.
No hay glorificación sin cruz pero tampoco sufrimiento sin recompensa. Eso nos enseñan estos dos domingos de Cuaresma. Perseveremos en nuestro esfuerzo cuaresmal. A los que se les haga difícil el seguimiento de un propósito distinto para cada día de la Cuaresma, les voy a mostrar un camino mejor (parafraseando a San Pablo): RECEN DIARIAMENTE EL ROSARIO.
La Virgen Santísima les recordará sus compromisos cuaresmales y les dará fuerza para cumpirlos. Esforcémonos por ser de los amigos íntimos de Jesús para que Él nos escoja para manifestársenos en su gloria eterna. Amén.
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