Basta un poco de alegría
Cierto país padecía una crisis económica y había escasez. La gente estaba muy descontenta.
Vino un ángel y le preguntó a la gente qué necesitarían para estar contentos, porque él se lo concedería.
Unos le dijeron que les diera la capacidad de satisfacer todas las necesidades que se les presentaran y de tener los medios para ello. El ángel se lo concedió. Esa gente seguía adquiriendo todo, pero como sus aspiraciones y necesidades iban siempre en aumento, nunca estaban contentos.
Otros pidieron al ángel que les diera la libertad para disminuir sus necesidades. El ángel de lo concedió. Y esa gente vivió con austeridad pero eran felices.
Hay dos concepciones del desarrollo económico: producir y consumir indefinidamente para satisfacer necesidades que aumentan indefinidamente, o aprender a disminuir las “necesidades” innecesarias.
Nacemos desnudos y sin oro ni plata. Desnudos vemos la luz del sol por primera vez, necesitados de alimento, vestidos y bebidas. Desnudos recibe la tierra a los que salieron de ella. Nadie puede encerrar con él en su sepulcro los límites de sus posesiones. Un pedazo de tierra es bastante a la hora de la muerte”
(San Ambrosio).
Para conformarse con un pedazo de tierra, hay que tener dentro un pedazo de cielo: Dios. Es fácil dejarse seducir por las necesidades. Vivir en sencillez, en austeridad, es una gracia especial.
La felicidad no consiste en satisfacerse de cosas, de manjares exquisitos. Ya lo advierte el refrán: “más vale un día alegre con medio pan, que uno triste con un faisán”.
¿Cómo conformarse con poco, cómo sonreír permanentemente, cómo adquirir el buen humor? Puede ayudarnos a conseguirlo esta oración de santo Tomás Moro:
“Señor, dame una buena digestión
y, naturalmente, algo que digerir.
Dame la salud del cuerpo
y el buen humor necesario para mantenerla.
Dame un alma sana, Señor,
que tenga siempre ante los ojos
lo que es bueno y puro
de modo que,
ante el pecado, no me escandalice,
sino que sepa encontrar
el modo de remediarlo.
Dame un alma
que no conozca el aburrimiento
los ronroneos, los suspiros, ni los lamentos.
Y no permitas que tome en serio
esa cosa entrometida
que se llama el “yo”.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Dame el saber reírme de un chiste
para que sepa sacar
un poco de alegría a la vida
y pueda compartirla con los demás”
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