martes, 18 de junio de 2013

Luis Gonzaga, Santo


Religioso, Junio 21
 
Luis Gonzaga, Santo
Luis Gonzaga, Santo

Religioso

Ferrante Gonzaga, marqués de Castiglione delle Stiviere y hermano del duque de Mantua, hubiera querido que su primogénito Luis, que nació el 9 de marzo de 1568, siguiera sus huellas de soldado y comandante en el ejército imperial. A los cinco años, Luis vestía ya una pequeña coraza, con casco y penacho y cinturón con espada, y jugueteaba detrás del ejército paterno, aprendiendo de los rudos soldados el uso de las armas y su colorido vocabulario. Un día aprovechó la distracción de un centinela y le prendió fuego a la pólvora de un pequeño trozo de artillería. Quedó desmayado más no asustado. Pero ese niño le daría fama a la familia de los Gonzaga, pero con otras armas. Lo enviaron a Florencia como paje del gran duque de Toscana, pero a los diez años le imprimió a su vida una dirección muy precisa, haciendo voto de perpetua virginidad.

Un viaje a España, en donde vivió unos dos años como paje del Infante Don Diego, le sirvió para dedicarse al estudio de la filosofía en la universidad de Alcalá de Henares y a la lectura de libros devotos, como el Compendio de la doctrina espiritual de Fray Luis de Granada. A los doce años, después de haber recibido la primera Comunión de manos de San Carlos Borromeo, resolvió entrar en la Compañía de Jesús. Pero necesitó otros dos años para vencer la oposición del padre, que lo envió a los cortes de Ferrara, Parma y Turín. "Hasta los príncipes- escribirá más tarde-
Luis Gonzaga, Santo
Luis Gonzaga, Santo
son ceniza como los pobres: tal vez cenizas más fétidas".

Para que su alma se perfumara con las virtudes cristianas, Luis renunció al título y a la herencia paterna, y a los catorce años entró al noviciado romano de la Compañía de Jesús, bajo la dirección de San Roberto Belarmino. Olvidó totalmente su origen noble y escogió para si los encargos más humildes, dedicándose al servicio de los enfermos, sobre todo durante la epidemia de peste que afligió a Roma en 1590. Quedó contagiado probablemente par un acto de piedad: había encontrado en la calle a un enfermo y, sin pensarlo dos veces, se lo echó a la espalda y lo llevó al hospital en donde prestaba sus servicios.
Murió a los 23 años, en el día que él había anunciado: era el 21 de junio de 1591. El cuerpo de San Luis, patrono de la juventud, se encuentra en Roma, en la iglesia de San Ignacio. Este santo, víctima de cierta hagiografía amanerada, a pesar de las apariencias, era de un temperamento fuerte. Las duras penitencias a las que se sometió son el signo de una determinación no común hacia una meta que se había fijado desde su infancia.
 

Luis Gonzaga

   
San Luis Gonzaga
San Luis Gonzaga (Goya).jpg
San Luis de Gonzaga, S.J. Retrato pintado por Goya.
Santo confesor
NombreLuis Gonzaga
Nacimiento9 de marzo de 1568
Castiglione delle Stiviere, Flag of Italy.svg Italia
Fallecimiento21 de junio de 1591
Roma, Flag of Italy.svg Italia
Venerado enIglesia Católica Romana
Canonización1726
ÓrdenesCompañía de Jesús
Festividad21 de junio
PatronazgoPatrón de la juventud cristiana
San Luis Gonzaga (Castiglione delle Stiviere, Lombardía, 9 de marzo de 1568 - Roma, 21 de junio de 1591) fue un religioso jesuita italiano. Beatificado por Paulo V el 19 de octubre de 1605, y canonizado el 13 de diciembre de 1726 por Benedicto XIII, quien lo declaró patrono de la juventud, título confirmado por Pío XI el 13 de junio de 1926. Se celebra su fiesta el 21 de junio.

Biografía

Primogénito de Ferrante Gonzaga, marqués de Castiglione delle Stiviere, quien en 1566, estando al servicio del rey español Felipe II, se casó en la capilla del Real Alcázar de Madrid con Marta Tana de Santena, dama de la reina Isabel de Valois. Fue el primero de siete hijos y heredero del título.
Después de la batalla de Lepanto (1571), don Ferrante recibió el encargo de preparar 3.000 infantes para la empresa de Túnez, y se trasladó a Castelmagiore con su hijo Luis que, durante cuatro o cinco años, vivió entre los soldados. Cuando en 1573 su padre se embarcó para África, Luis regresó a Castiglione, donde, con su madre y sus hermanos, vivió una vida de intensa piedad. La peste de 1576, impulsó a su padre a llevar a sus dos hijos mayores, Luis y Rodolfo, a Florencia, cuyo gran duque Francisco de Médicis, había sido compañero suyo en Madrid. Hasta 1580, Luis y Rodolfo estuvieron al cuidado de un ayo, Pierfrancesco del Turco, quien les buscó maestros de caligrafía, latín, equitación. Cuando en 1579 Ferrante fue nombrado gobernador de Monferrato por el duque de Mantua Guillermo Gonzaga, hizo conducir a sus hijos a la corte ducal. En Mantua, la duquesa Leonor de Austria cuidó a Luis como una madre. Una dolencia hepática le obligó a seguir severas dietas, que le ayudaron en su vida de penitencia. A los 12 años recibió allí la primera comunión de manos de San Carlos Borromeo que se encontraba de visita por la región de Brescia.
En 1581, su padre se trasladó a Madrid como parte del séquito de la ex emperatriz María de Habsburgo, hija de Carlos I y viuda de Maximiliano II; Luis y Rodolfo serían pajes del príncipe don Diego, heredero de Felipe II. En la corte de España el Libro de la oración y meditación de Luis de Granada fue su guía de vida interior, al paso que recibía lecciones de ciencias del Dr. Dimas de Miguel, amigo de Juan de Herrera.

Vocación religiosa

Estudió letras, ciencias y filosofía, leyó textos religiosos que le hicieron tomar la decisión de entrar en la Compañía de Jesús. Los esfuerzos de su padre por retenerlo, confiándole delicados asuntos de su familia en Lombardía, no consiguieron nada. El 2 de noviembre de 1583, en el palacio de los Gonzaga de Mantua, cedió a su hermano Rodolfo todos sus derechos como primogénito, añadiendo: «¿Quién de los dos es más feliz?; ciertamente, yo». Dada la importancia estratégica del marquesado de Castiglione, fue necesario que la cesión fuera aprobada por el Emperador.
El 25 del mismo mes entraba en el noviciado jesuita de Roma. Siguieron luego los estudios de filosofía y teología. En 1587 recibió las órdenes menores.
Dos años después, su director espiritual, Roberto Belarmino, le comunicó la orden del padre general Claudio Acquaviva de trasladarse a Castiglione para poner paz entre Rodolfo y el duque de Mantua en sus disputas por el castillo de Solferino, a petición de las madres de entrambos. Lo consiguió y, además, indujo a Rodolfo a hacer público su matrimonio clandestino con Elena Aliprandi, sin dar importancia a las diferencias sociales.

Fallecimiento


 
Altar de San Luis Gonzaga en Roma, por el escultor Pierre Legros el joven (1697-1699).
En 1590-1591 la peste hizo estragos en Roma, causando miles de muertes entre ellas la de los papas Sixto V, Urbano VII y Gregorio XIV. Luis atendió con heroísmo a los apestados en S. Giacomo degli Incurabili, en San Juan de Letrán, en S. María de la Consolación, y en el hospital improvisado junto a la iglesia del Gesú, donde contrajo la enfermedad. Así moría a los 23 años, tras una vida rica en experiencias. Reconocía que «el Señor le había dado un gran fervor en ayudar a los pobres», y añadía: «cuando uno tiene que vivir pocos años, Dios lo incita más a emprender tales acciones». Al padre provincial, que llegó a visitarle horas antes de morir, le dijo:
  • ¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos...!
  • ¿A dónde, Luis?
  • ¡Al Cielo!
  • ¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial- Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati.

Bibliografía

  • Lettere e Scritti Spirituali di S. L. G., ed. E. ROSSA, Florencia 1926;
  • Acta Sanct., iunü, IV,847-1172; Copiae processum, ms. 72 del arc. de la Postulación gen. S. I.;
  • V. CEPARI, Vita del beato L. G., Roma 1606 (trad. cast. con notas de C. González Rodeles, Einsiedeln 1891, nueva ed. preparada por L. Rocci, Roma 1926);
  • C. MARTINDALE, Un príncipe viril. S. Luis Gonzaga, Barcelona 1949;
  • M. MESCHLER, Vida de S. Luis Gonzaga, patrono de la cristiana juventud, Friburgo de B. 1906;
  • M. SCADUTO, Il mondo di L. G., Roma 1968;
  • F. BAUMANN y A. CARDINAL, Luigi Gonzaga, en Bibl. Sanct. 8,348-357.

Enlaces externos

 

SAN LUIS de GONZAGA S.J.Fiesta: 21 de junio
(1568-1591)
Patrón de la juventud cristiana.
Se crió entre soldados
San Luis Gonzaga, nació el 9 de marzo, de 1568, en el castillo de Castiglione delle Stivieri, en la Lombardia. Hijo mayor de Ferrante, marqués de Chatillon de Stiviéres en Lombardia y príncipe del Imperio y Marta Tana Santena (Doña Norta), dama de honor de la reina de la corte de Felipe II de España, donde también el marqués ocupaba un alto cargo. La madre, habiendo llegado a las puertas de la muerte antes del nacimiento de Luis, lo había consagrado a la Santísima Virgen y llevado a bautizar al nacer. Por el contrario, a don Ferrante solo le interesaba su futuro mundano, que fuese soldado como el.
Desde que el niño tenía cuatro años, jugaba con cañones y arcabuces en miniatura y, a los cinco, su padre lo llevó a Casalmaggiore, donde unos tres mil soldados se ejercitaban en preparación para la campaña de la expedición española contra Túnez. Durante su permanencia en aquellos cuarteles, que se prolongó durante varios meses, el pequeño Luis se divertía en grande al encabezar los desfiles y en marchar al frente del pelotón con una pica al hombro.
En cierta ocasión, mientras las tropas descansaban, se las arregló para cargar una pieza de la artillería, sin que nadie lo advirtiera, y dispararla, con la consiguiente alarma en el campamento. Rodeado por los soldados, aprendió la importancia de ser valiente y del sacrificio por grandes ideales, pero también adquirió el rudo vocabulario de las tropas. Al regresar al castillo, las repetía cándidamente.
Su tutor lo reprendió, haciéndole ver que aquel lenguaje no sólo era grosero y vulgar, sino blasfemo. Luis se mostró sinceramente avergonzado y arrepentido de modo que, comprendiendo que aquello ofendía a Dios, jamás volvió a repetirlo.
Despierta su vida espiritual
Apenas contaba siete años de edad cuando experimentó lo que podría describirse mejor como un despertar espiritual. Siempre había dicho sus oraciones matinales y vespertinas, pero desde entonces y por iniciativa propia, recitó a diario el oficio de Nuestra Señora, los siete salmos penitenciales y otras devociones, siempre de rodillas y sin cojincillo.  Su propia entrega a Dios en su infancia fue tan completa que, según su director espiritual, San Roberto Belarmino, y tres de sus confesores, nunca, en toda su vida, cometió un pecado mortal.
En 1577 su padre lo llevó con su hermano Rodolfo a Florencia, Italia, dejándolos al cargo de varios tutores, para que aprendiesen el latín y el idioma italiano puro de la Toscana. Cualesquiera que hayan sido sus progresos en estas ciencias seculares, no impidieron que Luis avanzara a grandes pasos por el camino de la santidad y, desde entonces, solía llamar a Florencia, "la escuela de la piedad".
Un día que la marquesa contemplaba a sus hijos en oración, exclamó: «Si Dios se dignase escoger a uno de vosotros para su servicio, "¡qué dichosa sería yo!". Luis le dijo al oído: «Yo seré el que Dios escogerá.». Desde su primera infancia se había entregado al la Santísima Virgen. A los nueve años, en Florencia, se unió a Ella haciendo el voto de virginidad. Después resolvió hacer una confesión general, de la que data lo que él llama «su conversión».
A los doce años había llegado al más alto grado de contemplación. A los trece, el obispo San Carlos Borromeo, al visitar su diócesis, se encontró con Luis, maravillándose de que en medio de la corte en que vivía, mostrase tanta sabiduría e inocencia, y le dio él mismo la primera comunión.
Fue muy puro y exigente consigo mismo
Obligado por su rango a presentarse con frecuencia en la corte del gran ducado, se encontró mezclado con aquellos que, según la descripción de un historiador, "formaban una sociedad para el fraude, el vicio, el crimen, el veneno y la lujuria en su peor especie". Pero para un alma tan piadosa como la de Luis, el único resultado de aquellos ejemplos funestos, fue el de acrecentar su celo por la virtud y la castidad.
A fin de librarse de las tentaciones, se sometió a una disciplina rigurosísima. En su celo por la santidad y la pureza, se dice que llegó a hacerse grandes exigencias como, por ejemplo, mantener baja la vista siempre que estaba en presencia de una mujer. Sea cierto o no, hay que cuidarse de no abusar de estos relatos para crear una falsa imagen de Luis o de lo que es la santidad. No es extraño que en los primeros años, después de una seria desición por Cristo, se cometan errores al quererse encaminar por la entrega total en una vida diferente a la que lleva el mundo. El mismo fundador de los Jesuitas explica que en sus primeros años cometió algunos excesos que después supo equilibrar y encausar mejor.  Lo admirable es la disponibilidad de su corazón, dispuesto a todo para librarse del pecado y ser plenamente para Dios. Además, hay que saber que algunos vicios e impurezas requieren grandes penitencias.  San Luis quiso, al principio, imitar los remedios que leía de los padres del desierto.
Algunos hagiógrafos nos pintan una vida del santo algo delicada que no corresponde a la realidad. Quizás, ante un mundo que tiene una falsa imagen de ser hombre, algunos no comprenden como un joven varonil pueda ser santo. La realidad es que se es verdaderamente hombre a la medida que se es santo. Sin duda a Luis le atraían las aventuras militares de las tropas entre las que vivió sus primeros años y la gloria que se le ofrecía en su familia, pero de muy joven comprendió que había un ideal mas grande y que requería mas valor y virtud.
San Luis GonzagaSan Luis Gonzaga
Iglesia de Manresa, España
Fue en Montserrat donde se decidió la vocación de Luis.
Hacía poco más de dos años que los jóvenes Gonzaga vivían en Florencia, cuando su padre los trasladó con su madre a la corte del duque de Mántua, quien acababa de nombrar a Ferrante gobernador de Montserrat. Esto ocurría en el mes de noviembre de 1579, cuando Luis tenía once años y ocho meses. En el viaje Luis estuvo a punto de morir ahogado al pasar el río Tessin, crecido por las lluvias. La carroza se hizo pedazos y fue a la deriva. Providencialmente, un tronco detuvo a los náufragos. Un campesino que pasaba vio el peligro en que se hallaban y les salvó.
Una dolorosa enfermedad renal que le atacó por aquel entonces, le sirvió de pretexto para suspender sus apariciones en público y dedicar todo su tiempo a la plegaria y la lectura de la colección de "Vidas de los Santos" por Surius. Pasó la enfermedad, pero su salud quedó quebrantada por trastornos digestivos tan frecuentes, que durante el resto de su vida tuvo dificultades en asimilar los diarios alimentos.
Otros libros que leyó en aquel período de reclusión son , Las cartas de Indias, sobre las experiencias de los misioneros jesuitas en aquel país, le suscitó la idea de ingresar en la Compañía de Jesús a fin de trabajar por la conversión de los herejes y Compendio de la doctrina espiritual de fray Luis de Granada. Como primer paso en su futuro camino de misionero, aprovechó las vacaciones veraniegas que pasaba en su casa de Castiglione para enseñar el catecismo a los niños pobres del lugar.
En Casale-Monferrato, donde pasaba el invierno, se refugiaba durante horas enteras en las iglesias de los capuchinos y los barnabitas; en privado comenzó a practicar las mortificaciones de un monje: ayunaba tres días a la semana a pan y agua, se azotaba con el látigo de su perro, se levantaba a mitad de la noche para rezar de rodillas sobre las losas desnudas de una habitación en la que no permitía que se encendiese fuego, por riguroso que fuera el tiempo.
Fue inútil que su padre le combatiese en estos deseos. En la misma corte, Luis vivía como un religioso, sometiéndose a grandes penitencias.  A pesar de que ya había recibido sus investiduras de manos del emperador, mantenía la firme intención de renunciar a sus derechos de sucesión sobre el marquesado de Castiglione en favor de su hermano.
Madrid
En 1581, se dio a Ferrante la comisión de escoltar a la emperatriz María de Austria en su viaje de Bohemia a España. La familia acompañó a Ferrante y, al llegar a España, Luis y su hermano Rodolfo fueron designados pajes de Don Diego, príncipe de Asturias. A pesar de que Luis, obligado por sus deberes, atendía al joven infante y participaba en sus estudios, nunca omitió o disminuyó sus devociones.
Cumplía estrictamente con la hora diaria de meditación que se había prescrito, no obstante que para llegar a concentrarse, necesitaba a veces varias horas de preparación. Su seriedad, espiritualidad y circunspección, extrañas en un adolescente de su edad, fueron motivo para que algunos de los cortesanos comentaran que el joven marqués de Castiglione no parecía estar hecho de carne y hueso como los demás.
Resuelto a unirse a la Compañía de Jesús
El día de la Asunción del año 1583, en el momento de recibir la sagrada comunión en la iglesia de los padres jesuitas, de Madrid, oyó claramente una voz que le decía: «Luis, ingresa en la Compañía de Jesús.»
Primero, comunicó sus proyectos a su madre, quien los aprobó en seguida, pero en cuanto ésta los participó a su esposo, este montó en cólera a tal extremo, que amenazó con ordenar que azotaran a su hijo hasta que recuperase el sentido común. A la desilusión de ver frustrados sus sueños sobre la carrera militar de Luis, se agregaba en la mente de Ferrante la sospecha de que la decisión de su hijo era parte de un plan urdido por los cortesanos para obligarle a retirarse del juego en el que había perdido grandes cantidades de dinero.
De todas maneras, Ferrante persistía en su negativa hasta que, por mediación de algunos de sus amigos, accedió de mala gana a dar consentimiento provisional. La temprana muerte del infante Don Diego vino entonces a librar a los hermanos Gonzaga de sus obligaciones cortesanas y, luego de una estancia de dos años en España, regresaron a Italia en julio de 1584.
Al llegar a Castiglione se reanudaron las discusiones sobre el futuro de Luis y éste encontró obstáculos a su vocación, no sólo en la tenaz negativa de su padre, sino en la oposición de la mayoría de sus parientes, incluso el duque de Mántua. Acudieron a parlamentar eminentes personajes eclesiásticos y laicos que recurrieron a las promesas y las amenazas a fin de disuadir al muchacho, pero no lo consiguieron.
Ferrante hizo los preparativos para enviarle a visitar todas las cortes del norte de Italia y, terminada esta gira, encomendó a Luis una serie de tareas importantes, con la esperanza de despertar en él nuevas ambiciones que le hicieran olvidar sus propósitos. Pero no hubo nada que pudiese doblegar la voluntad de Luis. Luego de haber dado y retirado su consentimiento muchas veces, Ferrante capituló por fin, al recibir el consentimiento imperial para la transferencia de los derechos de sucesión a Rodolfo y escribió al padre Claudio Aquaviva, general de los jesuitas, diciéndole: «Os envío lo que más amo en el mundo, un hijo en el cual toda la familia tenía puestas sus esperanzas.»
El Noviciado
Inmediatamente después, Luis partió hacia Roma y, el 25 de noviembre de 1585, ingresó al noviciado en la casa de la Compañía de Jesús, en Sant'Andrea. Acababa, de cumplir los dieciocho años. Al tomar posesión de su pequeña celda, exclamó espontáneamente: "Este es mi descanso para siempre; aquí habitaré, pues así lo he deseado" (Salmo cxxxi-14). Sus austeridades, sus ayunos, sus vigilias habían arruinado ya su salud hasta el extremo de que había estado a punto de perder la vida.
Sus maestros habían de vigilarlo estrechamente para impedir que se excediera en las mortificaciones. Al principio, el joven tuvo que sufrir otra prueba cruel: las alegrías espirituales que el amor de Dios y las bellezas de la religión le habían proporcionado desde su más tierna infancia, desaparecieron.
Seis semanas después murió Don Fernante. Desde el momento en que su hijo Luis abandonó el hogar para ingresar en la Compañía de Jesús, había transformado completamente su manera de vivir.  El sacrificio de Luis había sido un rayo de luz para el anciano
No hay mucho más que decir sobre San Luis durante los dos años siguientes, fuera de que, en todo momento, dio pruebas de ser un novicio modelo. Al quedar bajo las reglas de la disciplina, estaba obligado a participar en los recreos, a comer más y a distraer su mente. Además, por motivo de su salud delicada, se le prohibió orar o meditar fuera de las horas fijadas para ello: Luis obedeció, pero tuvo que librar una recia lucha consigo mismo para resistir el impulso a fijar su mente en las cosas celestiales.
Por consideración a su precaria salud, fue trasladado de Milán para que completase en Roma sus estudios teológicos. Sólo Dios sabe de qué artificios se valió para que le permitieran ocupar un cubículo estrecho y oscuro, debajo de la escalera y con una claraboya en el techo, sin otros muebles que un camastro, una silla y un estante para los libros.
Luis suplicaba que se le permitiera trabajar en la cocina, lavar los platos y ocuparse en las tareas más serviles. Cierto día, hallándose en Milán, en el curso de sus plegarias matutinas, le fue revelado que no le quedaba mucho tiempo por vivir. Aquel anuncio le llenó de júbilo y apartó aún más su corazón de las cosas de este mundo.
Durante esa época, con frecuencia en las aulas y en el claustro se le veía arrobado en la contemplación; algunas veces, en el comedor y durante el recreo caía en éxtasis. Los atributos de Dios eran los temas de meditación favoritos del santo y, al considerarlos, parecía impotente para dominar la alegría desbordante que le embargaba.
Una epidemia
En 1591, atacó con violencia a la población de Roma una epidemia de fiebre. Los jesuitas, por su cuenta, abrieron un hospital en el que todos los miembros de la orden, desde el padre general hasta los hermanos legos, prestaban servicios personales.
Luis iba de puerta en puerta con un zurrón, mendigando víveres para los enfermos. Muy pronto, después de implorar ante sus superiores, logró cuidar de los moribundos. Luis se entregó de lleno,  limpiando las llagas, haciendo las camas, preparando a los enfermos para la confesión.
Luis contrajo la enfermedad. Había encontrado un enfermo en la calle y, cargándolo sobre sus espaldas, lo llevó al hospital donde servía.
Pensó que iba a morir y, con grandes manifestaciones de gozo (que más tarde lamentó por el escrúpulo de haber confundido la alegría con la impaciencia), recibió el viático y la unción. Contrariamente a todas las predicciones, se recuperó de aquella enfermedad, pero quedó afectado por una fiebre intermitente que, en tres meses, le redujo a un estado de gran debilidad.
Luis vio que su fin se acercaba y escribió a su madre: «Alegraos, Dios me llama después de tan breve lucha. No lloréis como muerto al que vivirá en la vida del mismo Dios. Pronto nos reuniremos para cantar las eternas misericordias.» En sus últimos momentos no pudo apartar su mirada de un pequeño crucifijo colgado ante su cama.
En todas las ocasiones que le fue posible, se levantaba del lecho, por la noche, para adorar al crucifijo, para besar una tras otra, las imágenes sagradas que guardaba en su habitación y para orar, hincado en el estrecho espacio entre la cama y la pared. Con mucha humildad pero con tono ansioso, preguntaba a su confesor, San Roberto Belarmino, si creía que algún hombre pudiese volar directamente, a la presencia de Dios, sin pasar por el purgatorio. San Roberto le respondía afirmativamente y, como conocía bien el alma de Luis, le alentaba a tener esperanzas de que se le concediera esa gracia.
En una de aquellas ocasiones, el joven cayó en un arrobamiento que se prolongó durante toda la noche, y fue entonces cuando se le reveló que habría de morir en la octava del Corpus Christi. Durante todos los días siguientes, recitó el "Te Deum" como acción de gracias.
Algunas veces se le oía gritar las palabras del Salmo: "Me alegré porque me dijeron: ¡Iremos a la casa del Señor!" (Salmo Cxxi - 1). En una de esas ocasiones, agregó: "¡Ya vamos con gusto, Señor, con mucho gusto!" Al octavo día parecía estar tan mejorado, que el padre rector habló de enviarle a Frascati. Sin embargo, Luis afirmaba que iba a morir antes de que despuntara el alba del día siguiente y recibió de nuevo el viático. Al padre provincial, que llegó a visitarle, le dijo:
-¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos ...!
-¿A dónde, Luis?
-¡Al Cielo!
-¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial- Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati.

Al caer la tarde, se diagnóstico que el peligro de muerte no era inminente y se mandó a descansar a todos los que le velaban, con excepción de dos. A instancias de Luis, el padre Belarmino rezó las oraciones para la muerte, antes de retirarse. El enfermo quedó inmóvil en su lecho y sólo en ocasiones murmuraba: "En Tus manos, Señor. . ."
Entre las diez y las once de aquella noche se produjo un cambio en su estado y fue evidente que el fin se acercaba. Con los ojos clavados en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, expiró alrededor de la medianoche, entre el 20 y el 21 de junio de 1591, al llegar a la edad de veintitrés años y ocho meses.
Los restos de San Luis Gonzaga se conservan actualmente bajo el altar de Lancellotti en la Iglesia de San Ignacio, en Roma.
Fue canonizado en 1726.
El Papa Benedicto XIII lo nombró protector de estudiantes jóvenes.
El Papa Pio XI lo proclamó patrón de la juventud cristiana.
Bibliografía:
Benedictinos, monjes de la abadía de San Agustin en Ramsgate. The Book of Saints. VI edition. Wilton: Morehouse Publishing, 1989
Butler, Vida de Santos, vol. IV.  México, D.F.: Collier’s International - John W. Clute, S.A., 1965.
Sgarbossa, Mario y Giovannini, Luigi. Un Santo Para Cada Dia. Santa Fe de Bogota: San Pablo. 1996.


San Luis Gonzaga Año 1591
San Luis Gonzaga(Luis en alemán significa: batallador glorioso).
San Luis Gonzaga nació en Castiglione, Italia, en 1568.
Hijo del marqués de Gonzaga; de pequeño aprendió las artes militares y el más exquisito trato social. Siendo niño sin saber lo que decía, empezó a repetir palabras groseras que les había oído a los militares, hasta que su maestro lo corrigió. También un día por imprudencia juvenil hizo estallar un cañón con grave peligro de varios soldados. De estos dos pecados lloró y se arrepintió toda la vida.
La primera comunión se la dio San Carlos Borromeo, Arzobispo de Milán.
San Luis estuvo como edecán en palacios de altos gobernantes, pero nunca fijó sus ojos en el rostro de las mujeres. Y así se libró de muchas tentaciones.
Su director espiritual fue el gran sabio jesuita San Roberto Belarmino, el cual le aconsejó tres medios para llegar a ser santo: 1º. Frecuente confesión y comunión. 2º. Mucha devoción a la Sma. Virgen. 3ro. Leer vidas de Santos.
Ante una imagen de la Sma. Virgen en Florencia hizo juramento de permanecer siempre puro. Eso se llama "Voto de castidad".
Cuando iba a hacer o decir algo importante se preguntaba: "¿De qué sirve esto para la eternidad?" y si no le servía para la eternidad, ni lo hacía ni lo decía.
Una vez arrodillado ante la imagen de Nuestra Señora del Buen Consejo, le pareció que la Sma. Virgen le decía: "¡Debes entrar en la Compañía de mi Hijo!". Con esto entendió que su vocación era entrar en la Comunidad Compañía de Jesús, o sea hacerse jesuita.
Le pidió permiso al papá para hacerse religioso, pero él no lo dejó. Y lo llevó a grandes fiestas y a palacios y juegos para que se le olvidara su deseo de ser sacerdote. Después de varios meses le preguntó: "¿Todavía sigue deseando ser sacerdote?", y el joven le respondió: "En eso pienso noche y día". Entonces el papá le permitió entrar de jesuita. (En un desfile de orgullosos jinetes en caballos elegantes, Luis desfiló montado en un burro y mirando hacia atrás. Lo silbaron pero con eso dominó su orgullo).
En 1581 el joven Luis Gonzaga, que era seminarista y se preparaba para ser sacerdote, se dedicó a cuidar a los enfermos de la peste de tifo negro. Se encontró en la calle a un enfermo gravísimo. Se lo echó al hombro y lo llevó al hospital para que lo atendieran. Pero se le contagió el tifo y Luis murió el 21 de junio de 1591, a la edad de sólo 23 años. Murió mirando el crucifijo y diciendo "Que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor".
La mamá logró asistir en 1621 a la beatificación de su hijo.
San Luis Gonzaga tuvo que hacer muchos sacrificios para poder mantenerse siempre puro, y por eso la Santa Iglesia Católica lo ha nombrado Patrono de los Jóvenes que quieren conservar la santa pureza. El repetía la frase de San Pablo: "Domino mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que enseñando a otros a salvarse, me condene yo mismo".
Sufría mucho de mal de riñones y esta enfermedad lo obligaba a quedarse días enteros quieto en su cama. Pero esta quietud le trajo un gran bien: le permitió dedicarse a leer las Vidas de Santos, y esto lo animó muchísimo a volverse mejor. (A veces sentía remordimiento porque le parecía que deseaba demasiado irse al cielo). Su confesor San Roberto, que lo acompañó en la hora de la muerte, dice que Luis Gonzaga murió sin haber cometido ni un sólo pecado mortal en su vida.
Apenas el hijo se hizo religioso su padre empezó a volverse mucho más piadoso de lo que era antes y murió después santamente. Luis renunció a todas las grandes herencias que le correspondían con tal de poder hacerse religioso y santo.
Santa Magdalena de Pazzi vio en un éxtasis o visión a San Luis en el cielo, y decía: "Yo nunca me había imaginado que Luis Gonzaga tuviera un grado tan alto de gloria en el paraíso".

Un oficio muy importante que hizo San Luis durante su vida fue ir de ciudad en ciudad poniendo la paz entre familias que estaban peleadas. Cuando él era enviado a poner paz entre los enemistados, estos ante su gran santidad, aceptaban hacer las paces y no pelear más. El era extraordinariamente amable y bien educado.
Después de muerto se apareció a un jesuita enfermo, y lo curó y le recomendó que no se cansara nunca de propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
San Luis fue avisado en sueños que moriría el viernes de la semana siguiente al Corpus, y en ese día murió. Ese viernes es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.
La oración que la Iglesia le dirige a Dios en la fiesta de este santo le dice: "Señor: ya que no pudimos imitar a San Luis en la inocencia, que por lo menos lo logremos imitar en la penitencia. Amén".


 

San Luis Gonzaga, religioso
fecha: 21 de junio
n.: 1568 - †: 1591 - país: Italia
canonización: B: Pablo V 1605 - C: Benedicto XIII 31 dic 1726
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Memoria de san Luis Gonzaga, religioso, que, nacido de nobilísima estirpe y admirable por su pureza, renunció a favor de su hermano el principado que le correspondía e ingresó en Roma en la Orden de la Compañía de Jesús. Murió, apenas adolescente, por haber asistido durante una grave epidemia a enfermos contagiosos.
patronazgo: patrono de los jóvenes estudiantes; protector contra las enfermedades de los ojos, y la peste.
oración:
Señor Dios, dispensador de los dones celestiales, que has querido juntar en san Luis Gonzaga una admirable inocencia de vida y un austero espíritu de penitencia, concédenos, por su intercesión, que, si no hemos sabido imitarle en su vida inocente, sigamos fielmente sus ejemplos en la penitencia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

El patrón de la juventud católica, san Luis Gonzaga, nació el 9 de marzo de 1568, en el castillo de Castiglione delle Stivieri, en la Lombardía. Fue el hijo mayor de Ferrante, marqués de Castiglione, y de su esposa Marta Tana Santena, dama de honor de la reina de la corte de Felipe II de España, donde también el marqués ocupaba un alto cargo. La gran ambición de Ferrante era la de que su hijo llegase a ser un buen soldado y, en consecuencia, desde que el niño tenía cuatro años jugaba con cañones y arcabuces en miniatura y, a los cinco, su padre lo llevó a Casalmaggiore, donde unos tres mil soldados se ejercitaban en preparación para la campaña de la expedición española contra Túnez. Durante su permanencia en aquellos cuarteles, que se prolongó durante varios meses, el pequeño Luis se divertía en grande al encabezar los desfiles y en marchar al frente del pelotón con una pica al hombro; en cierta ocasión, mientras las tropas descansaban, se las arregló para cargar una pieza de la artillería, sin que nadie lo advirtiera, y dispararla, con la consiguiente alarma en el campamento. A fuerza de encontrarse siempre rodeado por los soldados, aprendió varias de las palabras soeces de su rudo vocabulario y, al regresar al castillo, las repetía candidamente. Pero desde el momento en que su tutor lo reprendió, haciéndole ver que aquel lenguaje no sólo era grosero y vulgar, sino blasfemo, Luis se mostró sinceramente avergonzado y arrepentido; a decir verdad, durante toda su vida no dejó de lamentarse por haber cometido lo que siempre consideró como un gran pecado.

Apenas contaba siete años de edad cuando experimentó lo que podría describirse mejor como un despertar espiritual o un súbito desarrollo de sus facultades religiosas. Siempre había dicho sus oraciones matinales y vespertinas, pero desde entonces y por iniciativa propia, recitó a diario el oficio de Nuestra Señora, los siete salmos penitenciales y otras devociones, siempre de rodillas y sin cojincillo. Su propia entrega a Dios en su infancia fue tan completa y absoluta que, según su director espiritual, san Roberto Bellarmino, y tres de sus confesores, nunca, en toda su vida, cometió un pecado mortal. En 1577, Ferrante llevó consigo a Luis y a su hermano Rodolfo a Florencia y ahí dejó a sus dos hijos, al cargo de varios tutores, para que aprendiesen el latín y el idioma italiano puro de la Toscana. Cualesquiera que hayan sido sus progresos en estas ciencias seculares, no impidieron que Luis avanzara a grandes pasos por el camino de la santidad y, desde entonces, solía llamar a Florencia «la escuela de la piedad». Obligado por su rango a presentarse con frecuencia en la corte del gran ducado, se encontró mezclado con aquellos seres que -según la descripción de un historiador- «formaban una sociedad para el fraude, el vicio, y el crimen, el veneno y la lujuria en su peor especie». Pero para un alma tan piadosa como la de Luis, el único resultado de aquellos ejemplos funestos fue el de acrecentar su celo por la virtud y la castidad. A fin de librarse de las tentaciones posibles, se sometió a una disciplina rigurosísima, tal vez un remedo de la que practicaban los padres del desierto, aunque nadie pueda imaginar que, precisamente, esas mortificaciones eran las que deseaba imitar un niño de nueve años. Se dice, por ejemplo, que hacía un esfuerzo para mantener baja la vista siempre que estaba en presencia de una mujer y que a nadie, ni aun a los criados que le atendían, les permitía ver siquiera su pie descubierto. Hacía poco más de dos años que los jóvenes Gonzaga vivían en Florencia, cuando su padre los trasladó a la corte del duque de Mantua, quien acababa de nombrar a Ferrante gobernador de Montserrat. Esto ocurría en el mes de noviembre de 1579, cuando Luis tenía once años y ocho meses. A pesar de que ya había recibido sus investiduras de manos del emperador, mantenía la firme intención de renunciar a sus derechos de sucesión sobre el marquesado de Castiglione en favor de su hermano. Una dolorosa enfermedad renal que le atacó por aquel entonces, le sirvió de pretexto para suspender sus apariciones en público y dedicar todo su tiempo a la plegaria y la lectura de la colección de «Vidas de los santos» hecha por Surius. Pasó la enfermedad, pero su salud quedó quebrantada por trastornos digestivos tan frecuentes, que durante el resto de su vida tuvo dificultades en asimilar los diarios alimentos. Otro de los libros que leyó en aquel período de reclusión, sobre las experiencias de los misioneros jesuitas en la India, le suscitó la idea de ingresar en la Compañía de Jesús a fin de trabajar por la conversión de los herejes. Como primer paso en su futuro camino de misionero, aprovechó las vacaciones veraniegas que pasaba en su casa de Castiglione para enseñar el catecismo a los niños pobres del lugar. En Casale-Monferrato, donde pasaba el invierno, se refugiaba durante horas enteras en las iglesias de los capuchinos y los barnabitas; en privado comenzó a practicar las mortificaciones de un monje: ayunaba tres días a la semana a pan y agua, se azotaba con el látigo de su perro, se levantaba a mitad de la noche para rezar de rodillas sobre las losas desnudas de una habitación en la que no permitía que se encendiese fuego, por riguroso que fuera el tiempo. En 1581, se dio a Ferrante la comisión de escoltar a la emperatriz María de Austria en su viaje de Bohemia a España. La familia acompañó a Ferrante y, al llegar a España, Luis y su hermano Rodolfo fueron designados pajes de Don Diego, príncipe de Asturias. A pesar de que Luis, obligado por sus deberes, atendía al joven infante y participaba en sus estudios, nunca omitió o disminuyó sus devociones. Cumplía estrictamente con la hora diaria de meditación que se había prescrito, no obstante que para llegar a concentrarse, necesitaba a veces varias horas de preparación. Su seriedad, espiritualidad y circunspección, extrañas en un adolescente de su edad, fueron motivo para que algunos de los cortesanos comentaran que el joven marqués de Castiglione no parecía estar hecho de carne y hueso como los demás.

Por aquella época, ya estaba completamente resuelto a ingresar en la Compañía de Jesús. Primero, comunicó sus proyectos a su madre, quien los aprobó en seguida, pero en cuanto ésta los participó a su esposo, Ferrante montó en cólera a tal extremo, que amenazó con ordenar que azotaran a su hijo hasta que recuperase el sentido común. A la desilusión de ver frustrados sus sueños sobre la carrera militar de Luis, se agregaba en la mente de Ferrante la sospecha de que la decisión de su hijo era parte de un plan urdido por los cortesanos para obligarle a retirarse del juego en el que había perdido grandes cantidades de dinero. De todas maneras, Ferrante persistía en su negativa hasta que, por mediación de algunos de sus amigos, accedió de mala gana a dar un consentimiento provisional. La temprana muerte del infante Don Diego vino entonces a librar a los hermanos Gonzaga de sus obligaciones cortesanas y, luego de una estancia de dos años en España, regresaron a Italia en julio de 1584. Al llegar a Castiglione se reanudaron las discusiones sobre el futuro de Luis y éste encontró obstáculos a su vocación, no sólo en la tenaz negativa de su padre, sino en la oposición de la mayoría de sus parientes, incluso el duque de Mantua. Acudieron a parlamentar eminentes personajes eclesiásticos y laicos que recurrieron a las promesas y las amenazas a fin de disuadir al muchacho; pero no lo consiguieron. Ferrante hizo los preparativos para enviarle a visitar todas las cortes del norte de Italia y, terminada esta gira, encomendó a Luis una serie de tareas importantes, con la esperanza de despertar en él nuevas ambiciones que le hicieran olvidar sus propósitos. Pero no hubo nada que pudiese doblegar la voluntad de Luis. Luego de haber dado y retirado su consentimiento muchas veces, Ferrante capituló por fin, al recibir el consentimiento imperial para la transferencia de los derechos de sucesión a Rodolfo. Inmediatamente después, Luis partió hacia Roma y, el 25 de noviembre de 1585, ingresó al noviciado en la casa de la Compañía de Jesús, en Sant'Andrea. Acababa de cumplir los dieciocho años. Al tomar posesión de su pequeña celda, exclamó espontáneamente: "Este es mi descanso para siempre; aquí habitaré, pues así lo he deseado" (Salmo 131(132),14). Seis semanas después murió Don Ferrante: desde el momento en que su hijo Luis abandonó el hogar para ingresar en la Compañía de Jesús, había transformado completamente su manera de vivir.

No hay mucho más que decir sobre san Luis durante los dos años siguientes, fuera de que, en todo momento, dio pruebas de ser un novicio modelo. Al quedar bajo las reglas de la disciplina, estaba obligado a participar en los recreos, a comer más y a distraer su mente. Además, por motivo de su salud delicada, se le prohibió orar o meditar fuera de las horas fijadas para ello; Luis obedeció, pero tuvo que librar una recia lucha consigo mismo para resistir el impulso a fijar su mente en las cosas celestiales. Pensaba que un aristócrata por nacimiento como él, tendría que ser considerado ajeno a la humildad y, en consecuencia, suplicaba que se le permitiera trabajar en la cocina, lavar los platos y ocuparse en las tareas más serviles. Cierto día, hallándose en Milán, en el curso de sus plegarias matutinas, le fue revelado que no le quedaba mucho tiempo por vivir. Aquel anuncio le llenó de júbilo y apartó aún más su corazón de las cosas de este mundo. Por consideración a su precaria salud, fue trasladado de Milán para que completase en Roma sus estudios teológicos. Sólo Dios sabe de qué artificios se valió para que le permitieran ocupar un cubículo estrecho y oscuro, debajo de la escalera y con una claraboya en el techo, sin otros muebles que un camastro, una silla y un estante para los libros. Durante esa época, con frecuencia en las aulas y en el claustro se le veía arrobado en la contemplación; algunas veces, en el comedor y durante el recreo caía en éxtasis. Los atributos de Dios eran los temas de meditación favoritos del santo y, al considerarlos, parecía impotente para dominar la alegría desbordante que le embargaba.


En 1591, atacó con violencia a la población de Roma una epidemia de fiebre. Los jesuitas, por su cuenta, abrieron un hospital en el que todos los miembros de la orden, desde el padre general hasta los hermanos legos, prestaban servicios personales. Luis desplegó una actividad extraordinaria. Instruía, exhortaba y consolaba a los enfermos, los lavaba, hacía sus camas y trabajaba con entusiasmo en el desempeño de las tareas más repugnantes del hospital. Muchos de los padres cayeron víctimas del mal, y Luis no fue la excepción. Pensó que iba a morir y, con grandes manifestaciones de gozo (que más tarde lamentó por el escrúpulo de haber confundido la alegría con la impaciencia), recibió el viático y la unción. Contrariamente a todas las predicciones, se recuperó de aquella enfermedad, pero quedó afectado por una fiebre intermitente que, en tres meses, le redujo a un estado de gran debilidad. En todas las ocasiones que le fue posible, se levantaba del lecho, por la noche, para adorar de hinojos al crucifijo, para besar una tras otra, las imágenes sagradas que guardaba en su habitación y para orar, hincado en el estrecho espacio entre la cama y la pared. Con mucha humildad pero con tono ansioso, preguntaba a su confesor, san Roberto Bellarmino, si creía que algún hombre pudiese volar directamente a la presencia de Dios, sin pasar por el purgatorio. San Roberto le respondía afirmativamente y, como conocía bien el alma de Luis, le alentaba a tener esperanzas de que se le concediera esa gracia. En una de aquellas ocasiones, el joven cayó en un arrobamiento que se prolongó durante toda la noche, y fue entonces cuando se le reveló que habría de morir en la octava del Corpus Christi. Durante todos los días siguientes, recitó el «Te Deum» como acción de gracias.

Algunas veces se le oía gritar las palabras del salmo: «Me alegré porque me dijeron: ¡Iremos a la casa del Señor!» (121(122),1). En una de esas ocasiones, agregó: «¡Ya vamos con gusto, Señor, con mucho gusto!» Al octavo día parecía estar tan mejorado, que el padre rector habló de enviarle a Frascati. Sin embargo, Luis afirmaba que iba a morir antes de que despuntara el alba del día siguiente y recibió de nuevo el viático. Al padre provincial, que llegó a visitarle, le dijo:
-¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos . . . !
-¿A dónde, Luis?
-¡Al Cielo!
-¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial. Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati.
Al caer la tarde, se diagnóstico que el peligro de muerte no era inminente y se mandó a descansar a todos los que le velaban, con excepción de dos. A instancias de Luis, el padre Bellarmino rezó las oraciones para la muerte, antes de retirarse. El enfermo quedó inmóvil en su lecho y sólo en ocasiones murmuraba: «En Tus manos, Señor...» Entre las diez y las once de aquella noche se produjo un cambio en su estado y fue evidente que el fin se acercaba. Con los ojos clavados en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, expiró alrededor de la medianoche, entre el 20 y el 21 de junio de 1591, al llegar a la edad de veintitrés años y ocho meses. Los restos de San Luis Gonzaga se conservan actualmente bajo el altar de Lancellotti, en la Iglesia de San Ignacio, en Roma. Fue canonizado en 1726.

Consideramos necesario confesar que las cartas de san Luis que se han conservado, no brindan una lectura atractiva. Tal vez esto se deba, en parte, a la estricta censura a que estaba sujeta la correspondencia de todos los jóvenes religiosos y también, en parte, al despego de los vínculos familiares y hogareños que se inculcaba como una virtud, pero el caso es que en las comunicaciones del santo con los suyos, aun en las cartas a su madre, priva un extraño tono seco, frío y formal. Sin embargo, en algunas de sus últimas cartas, escritas desde su lecho de muerte, prácticamente hablando, aparece un tono definido y emocionado que nos hace comprender hasta qué profundidad habían penetrado en él las verdades eternas que formaban parte de su vida misma.

Los materiales para la biografía de este santo son muy abundantes y enteramente dignos de confianza. La biografía del padre Virgilio Cepari, contemporáneo y amigo de Luis, fue escrita, por lo menos su primera parte, durante la vida del santo, a pesar de que no fue impresa y publicada hasta el año de 1606, a causa de que la obra fue sometida al examen de numerosos críticos, incluso san Roberto Bellarmino, que habían conocido al santo y vivido con él durante largo tiempo. Desde la fecha de su primera publicación, la obra de Cepari ha sido reimpresa en múltiples ediciones y traducciones. Desde el punto de vista de la exactitud de todos los detalles y la inclusión de pruebas y documentos, se recomienda la edición de la biografía de Cepari preparada por el padre Frederick Schroeder en 1891, que fue, sin duda, la fuente de información más digna de confianza. Las cartas y escritos espirituales de san Luis fueron coleccionados por E. Rosa. F. Crispolti, en San Luigi Gonzaga, Saggio (1924), reivindicó hábilmente al santo de las críticas y acusaciones de Gioberti y otros. También debe hacerse notar que la forma exagerada con que el santo evitó a las mujeres, hasta a su propia madre, con la que nunca sostuvo una conversación téte-a-téte (las declaraciones de Cepari al respecto fueron mal interpretadas a causa de una traducción errada), constituían una actitud que, posiblemente adoptó Luis para imitar devotamente lo que había leído sobre su patrono, san Luis de Anjou, en la obra de Surius ("nolebat sórores suas nec matrem propriam osculare. Omnino colloquis et aspectus mulierum evitabat", no deseaba mirar ni a sus hermanas ni a su madre, evitaba toda conversación y encuentro con mujeres.). Ver The Month, agosto, 1924, pp. 158-160.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

 

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