lunes, 3 de junio de 2013

Iñigo de Oña Abad, Santo

Abad, Junio 1
Iñigo de Oña, Santo
Iñigo de Oña, Santo

Abad

Martirologio Romano: En el monasterio de Oña, en el territorio de Burgos, de la región de Castilla, en Hispania, san Enecón (o Iñigo), abad, varón pacífico, cuya muerte fue llorada también por judíos y musulmanes (c. 1060).

Etimológicamente: Iñigo = Ignacio = Aquel que es ardiente, es de origen latino.
San Iñigo, decoroso ornamento de la Orden de San Benito, nació en Calatayud, ciudad antiquísima y muy noble de la corona de Aragón.

Sus padres fueron mozárabes, esto es, cristianos mezclados con los árabes, los cuales dieron a Iñigo una educación con forme a las piadosas máximas del Evangelio. Llegado el ilustre joven a edad competente, dejó su patria, sus padres y sus cuantiosos bienes, y se retiró a los montes Pirineos, donde pasó algún tiempo. en la contemplación de las grandezas divinas; mas llegando a su noticia la santidad de los monjes que vivían en el célebre monasterio de san Juan de la Peña, establecido en lo alto de las montañas de Jaca, resolvió abrazar la regla de san Benito.

Hecha ya su solemne profesión, cuando era amado y venerado de todos los monjes por sus eminentes virtudes, alcanzó licencia del esclarecido abad, llamado Paterno, para retirarse a un espantoso desierto de las montañas de Aragón, donde resucitó con sus austeridades las imágenes de penitencia que se leen de los solitarios de la Tebaida, de la Nitria y de la Siria; y donde atraía a gran número de gentes que aprovechaban sus saludables instrucciones.

Mas habiendo fallecido por este tiempo el primer abad del monasterio de Oña, llamado García, y desean do el rey Sancho nombrar un digno sucesor del difunto, envió tres veces embajadores al santo para que aceptase aquel cargo y aun pasó el mismo rey personal mente al desierto y logró al fin rendirle y traerlo consigo a aquel monasterio.

En su gobierno practicó con gran eminencia todas las virtudes del más perfecto prelado, a los pobres oprimidos pagaba sus créditos, buscábales para mantenerlos y vestirlos, libró a muchos presos de las cárceles, redimió cautivos y obró esclarecidos milagros.

Cuando le acometió su última enfermedad en un pueblo llamado Solduengo y tomó al anochecer el camino para Oña a fin de consolar a sus hijos, se le aparecieron dos ángeles en figura de dos hermosísimos niños vestidos de blanco con sus hachas encendidas, los cuales le acompañaron hasta el monasterio. Era el 1 de junio de 1057.

En la hora de su muerte se llenó el ámbito de su celda de un resplandor celestial y se oyó una voz que dijo: Ven, alma dichosa, a gozar de la bienaventuranza de tu Señor.

Celebráronse con gran pompa sus funerales, y no sólo los cristianos, sino también los judíos y los moros concurrieron a sus exequias y rasga ron sus vestiduras con grandes muestras de sentimiento.

Fue canonizado por el Papa Alejandor IV el año 1259.
San Iñigo, abad
fecha: 1 de junio
†: c. 1060 - país: España
otras formas del nombre: Enecón, Enneco, Eñeco
canonización: C: Alejandro II 1070
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monasterio de Oña, en el territorio de Burgos, de la región de Castilla, en Hispania, san Iñigo, abad, varón de paz, cuya muerte fue llorada también por judíos y musulmanes.

Alrededor del año 1010, Don Sancho, conde de Castilla, fundó una casa de religiosas en Oña y la dejó al cuidado de su hija Tigrida. Posiblemente se trataba de un monasterio doble, para hombres y mujeres, aunque no nos han llegado noticias más que de las monjas; pero de todas maneras, sucedió que, a poco de existir, la observancia del claustro cayó en un profundo relajamiento. El rey Sancho el Grande, muy preocupado por aquel estado de cosas en la casa religiosa fundada por su suegro, decidió poner fin al desorden. El monarca era un decidido partidario de las reformas hechas en Cluny y ya las había introducido en sus dominios. En la abadía de San Juan de la Peña, el primer monasterio que adoptó la regla reformada, hizo el rey un reclutamiento de monjes para reemplazar a todas las religiosas de Oña, alrededor del año 1029. Para dirigirlos, nombró a un discípulo de san Odilio, apellidado García, que murió sin haber comenzado a realizar la difícil tarea. Por consiguiente, era de vital importancia conseguir a un sucesor capaz de desempeñar el cargo con eficacia.

Por aquel entonces vivía en las montañas de Aragón un ermitaño muy virtuoso, llamado Iñigo, que gozaba de una enorme reputación por la austeridad que practicaba y los milagros que obraba. Era oriundo de Calatayud, en la provincia de Bilbao y había tomado el hábito en el monasterio de San Juan de la Peña. Se afirma que ya ocupaba el cargo de prior, cuando se sintió llamado a reanudar la vida de soledad que había llevado antes de ingresar al convento. Se hallaba de nuevo en su amado retiro de los montes agrestes, cuando el rey Sancho descubrió que Iñigo reunía todos los requisitos necesarios para gobernar a los monjes de Oña y le envió a sus embajadores con mensajes apremiantes. Pero fueron en vano súplicas y mandatos: Iñigo se negaba resueltamente a abandonar su retiro. Fue necesario que el rey, en persona, se llegara a aquel lugar inaccesible para que el ermitaño se aviniera a aceptar el cargo. Muy pronto se comprobó que la elección había sido acertada. Bajo el gobierno de Iñigo, la abadía prosperó notablemente, tanto en santidad de vida como en el número de novicios que acudían a solicitar su ingreso. El rey Sancho, muy complacido con los resultados, colmó de donaciones y privilegios a la fundación de su suegro.

Entretanto, la favorable influencia de san Iñigo sobrepasaba los muros del convento de Oña: gracias a sus buenos oficios y a su ejemplo, se restableció la paz entre diversas comunidades religiosas que hasta entonces, estuvieron divididas por enconadas disputas; las muchas personas que acudían a confiarle sus querellas, volvían apaciguadas; la bondadosa dulzura del santo, domesticó a varios hombres de pasiones violentas. Cierta vez en que una prolongada sequía amenazaba con arruinar las cosechas, las oraciones de san Iñigo atrajeron las lluvias copiosas. Se dice que, en otra ocasión, dio de comer a una multitud con tres piezas de pan. Hallándose a dos leguas de su abadía, cayó presa de un súbito mal que habría de ser funesto. Dos monjes, que salieron a buscarle alarmados porque ya era de noche y el abad no aparecía, le llevaron en vilo hasta el convento. Al llegar, impartió la orden de que se dieran refrescos a los muchachos que habían escoltado a la comitiva alumbrando el camino con antorchas y, como nadie más había visto a los muchachos ni las antorchas, se dio por sentado que san Iñigo había visto a los ángeles. Poco después, murió, en el día l de junio de 1057, y su desaparición fue llorada por todos, aun por moros y judíos. San Iñigo fue canonizado por el Papa Alejandro III un siglo más tarde.

Existe una breve biografía de san Iñigo escrita en latín, que Mabillon y los bolandistas reimprimieron en el Acta Sanctorum, junio, vol. I; pero es mucho más digna de confianza la información que sobre él nos proporciona Fray Fidel Fita, en dos colaboraciones suyas para el Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, vol. XXVII (1895), pp. 76-136 y vol. XXXVIII (1901), pp. 206-213. En esos artículos se encuentran pruebas de que existió un culto litúrgico en fecha muy antigua. Véase también a Flórez, España Sagrada, vol. XXVII, pp. 284-350. No son muy claros los datos referentes a la forma y la fecha de la canonización, pero sí se tiene la certeza de que, en 1259, el Papa Alejandro IV concedió indulgencias a los que visitaran la iglesia de Oña «durante la fiesta del Bendito Iñigo, confesor, antiguo abad del mencionado monasterio»; véase también la obra de E. W. Kemp Canonization and Authority (1948), pp. 83-85. Parece ser que, por devoción al genial abad que organizó e hizo famoso a Oña, se impuso a San Ignacio de Loyola en la pila bautismal el nombre de Iñigo. Muchas de las firmas del gran santo en sus primeros escritos, conservan ese apelativo. Ver la Analecta Bolandiana, vol. LII (1934), p. 448 y vol. LXIX (1951), pp. 295-301.
Imagen: estatua de san Iñigo en la iglesia de San Salvador en Oña.
N. de ETF: cabe aclarar que Calatayud se encuentra en el territorio de Aragón, no de Bilbao. Posiblemente el error -que me es imposible saber si proviene del Butler original o del P. Guinea, traductor- se debiera a que el nombre romano de Calatayud era Bilbilis, y el gentilicio de los habitantes de Calatayud es Bilbilitano.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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