miércoles, 12 de junio de 2013

Germana Cousin, Santa


Pastoricita, Junio 15
 
Germana Cousin, Santa
Germana Cousin, Santa

El pueblo de Pibrac, a unos kilómetros de Toulouse, se levanta en las vertientes de una colina por cuya falda corre un arroyo llamado el Courbet. No muy lejos, en la llanura que domina este arroyo, en medio de un paisaje muy descubierto cuya vista se extiende hasta los Pirineos al sur, se encuentra una casa rústica de ladrillos y adobes donde nació Germana Cousin en 1579. Su llegada al mundo pareció señalar el fin tan deseado de las guerras de religión, que habían ensangrentado durante años el reino, y especialmente el Languedoc.

Maitre Laurent, el padre de Germana, honrado labrador, gozaba en el pueblo de cierta consideración, puesto que llegó a ser cónsul, o sea alcalde, en 1573 y 1574. Era modesta su alquería, pero la explotación de varias fincas le proporcionaba una renta decente. Entre los años 1575 y 78 casó en terceras nupcias con la que iba a ser madre de nuestra Santita, con Marie Laroche. Nació Germana enclenque, escrofulosa e impedida de la mano derecha; desde los años más tiernos quedó huérfana. Hugo, su hermanastro, nacido de la primera mujer, quedaba por amo de la casa. Le llevaba a Germana unos treinta años, Su mujer, Armanda Rajols, despiadada, mandona, regentaba sus cosas con dura mano; trataba reciamente a la pobre tullida, que no valía para las labores de casa y sólo podía prestar insignificantes servicios, como hilar el copo o guardar las ovejas; la mantenía arrinconada como pestífera con el fin de evitar que a nadie se le pegara su repugnante escrófula. Hacía con Germana las veces de madre una pobre sirvienta llamada Juana Aubian, quien descubría sus llagas, las lavaba y curaba, llevando a la chiquilla a su lado al amor de la lumbre, partiendo con ella la comida y la cama hasta que la juzgaron bastante crecida para que se echara a dormir sola debajo de las escaleras del establo contiguo a las habitaciones de la casa. La bondadosa Juana Aubian era una mujer profundamente caritativa: no sabía leer ni escribir, pero poseía esa intuición de las cosas sobrenaturales que el Señor deposita en las almas sencillas y puras. Ella fue quien instruyó a Germana en las verdades de la fe y abrió su corazón al amor de Dios, hablándole de las maravillas que el Salvador obra en favor de los desventurados.

Puesto que no valía para ser empleada en las faenas del campo, Germana fue arrinconada como pastora, sin que los suyos pudieran sospechar que, al igual de los patriarcas, de Genoveva, la pastora de Nanterre, o de Juana de Arco, la pastora de Domrémy, este título iba a ser mas adelante su gloria y la característica de su santidad, aunque la suya debía de realizarse dentro de los estrictos límites de una vida del todo oculta en Dios. Los vecinos de Pibrac sólo sabían de ella que era tullida y atormentada por los duros tratos de su madrastra: probaba ser sonriente y bondadosa, y tan dedicada a la oración y frecuentación de la iglesia, que le habían puesto el apodo de la beata. En el campo, mientras vigilaba su rebaño se la veía postrarse de rodillas tan pronto como se oía el tañido del Angelus; a veces dejaba pacer a su rebaño y echaba a correr hasta la iglesia: no se le desmandaban sus ovejas, que seguían paciendo la hierba alrededor del huso, que quedaba clavado en la tierra todo el tiempo que duraba su ausencia. Fue notorio el hecho de que nunca se las atacaron los lobos, a pesar de que la selva de Bouconne cercana era la guarida de fuertes bandas, que solían encarnizarse contra rebaños, niños y hasta labradores. Una secreta virtud parecía salir de su huso y tenerlos a raya.

Esta era la vida de Germana durante todo el año: en los fuertes calores del verano como en las recias heladas del invierno, cuidadosa y silenciosa, vigilaba su rebaño. Cuando cerraba la noche se recogía con él y se pasaba las noches durmiendo debajo de las escaleras del establo, junto a sus ovejas, tan cerca del Niño Dios en el aprisco de Belén como los pastores de Navidad. Por la mañana, cuando salía a los pastos, se llevaba en el delantal una ración de pan, no el mejor de casa por cierto: se le reservaban los mendrugos, y ella misma los iba a recoger en el arca, pan de la humillación voluntaria de la pequeña Cenicienta, que no aspiraba a más que al último lugar en casa. Este pan que se le consentía, como las migajas caídas de la mesa de los ricos, Germana lo compartía con los más pobres. En aquel entonces se viajaba a pie; ¡cuántos vagabundos, peregrinos y menesterosos en busca de pan iban y venían por los caminos pidiendo delante de las puertas y a la entrada de los pueblos! Germana los veía acercarse desde lejos, se iba hacia ellos y, abriendo su delantal, compartía con ellos el consuelo del pan y de su sonrisa. Quiso El Señor manifestar con un prodigio notorio cuán agradable era delante de Él la caridad de Germana.

Se aproximaba el término de su vida. Armanda, que tenía barruntos de la prodigalidad de la joven para con la gentuza, viéndola cierto día marcharse de casa con una provisión que abultaba más que acostumbraba, resolvió seguirla con un garrote en la mano, con ánimo de confundirla delante de testigos presenciales de su fechoría, hizo que parara delante de unos vecinos, tirándola bruscamente del delantal. y ocurrió el milagro: a los pies de la joven, desparramadas en el suelo, se le caían como llovidas del cielo unas flores silvestres. Los testigos contemporáneos tuvieron cuidado de añadir: "Y no era la estación de las flores". Armanda, aterrorizada por el prodigio celeste, quería volver a mejores sentimientos. "Vuelve con nosotros, te acomodaremos una buena habitación, comerás con nosotros". pero Germana rechazaba con suavidad sus propuestas. Tenía afición a su camaranchón: ¿acaso no era el mísero alojamiento en el que Jesucristo Nuestro Señor le había comunicado su consuelo y su alegría?

Tan estupendo milagro ocurrió algunos años antes de su muerte; pero ya había sido glorificada por Dios delante de los vecinos del lugar. El párroco de Pibrac, don Guillermo Carné, se hacía lenguas de la santidad de la joven, tan devota a los oficios y tan caritativa con todos. Sabedor de las luces que Dios le deparaba en los misterios de la fe, le dio permiso para que diera la doctrina a los niños. Fue Germana una maravillosa catequista; acudían a ella las criaturas en los campos para oírla hablar de Dios, valiéndose de las cosas visibles para poner al alcance de sus oyentes los altos secretos de la realidad invisible, no de otra manera que Nuestro Señor cuando enseñaba a los corazones puros y sencillos en un maravilloso lenguaje de parábolas. A todos les inculcaba su ardiente amor a la Eucaristía, puesto que solía comulgar cada domingo, sin faltar en ninguna de las fiestas de la iglesia. Un día, pues, dirigiéndose a la parroquia cuando se preparaba a vadear el arroyo, se encontró con que las aguas salidas de madre le impedían el paso. Las gentes se reían de la beata. Pero Germana, con santo atrevimiento, se prepara a cruzar las aguas como solía. Y ocurrió el milagro: las aguas arremolinadas y sucias se apartan, dejándola pasar a pie enjuto. Volvió a reproducirse el prodigio después de la misa. La noticia se difunde en la comarca y cunde la voz de que la pequeña pastora del tío Lorenzo es una santa. En una canción popular muy divulgada aparece Germana: se la llama la violeta de Pibrac. Pero la Santa no hace caso de lo que dicen de ella; sigue con su vida oculta, aguantando con admirable paciencia sus miserias y trabajos, fiel a su condición humilde, de secreto martirio, hasta su muerte.

Un sacerdote de la diócesis de Auch, al hacer de noche el viaje a Toulouse, y dos religiosos que habían encontrado asilo en las ruinas de un antiguo castillo cercano a Pibrac, afirmaron que en medio de la noche habían visto doce formas blancas dirigirse hacia la llanura y levantarse después hacia el cielo haciendo escolta a una joven vestida de blanco y coronada de flores silvestres. Al entrar de madrugada en el pueblo, se enteraron de que había muerto en la noche una joven tullida tenida en fama por sus virtudes. Había muerto Germana Cousin en aquella noche de junio de 1601, sin ruido, sola, tal como había vivido, debajo de las escaleras del establo.

Fue enterrada en la iglesia de Pibrac, frente al púlpito, en la concesión que poseía su familia. En 1644, al enterrar una allegada de Germana, el sepulturero Guillermo Cassé descubre aterrorizado un cuerpo en perfecto estado de conservación casi a ras del suelo. Era el cuerpo de una joven que parecía haber sido enterrada el día anterior. La noticia se difunde en el pueblo. Los ancianos reconocen a Germana Cousin: su cuello lleva todavía las señales de sus lamparones, la mano derecha no se parece a la otra. Entonces vuélvense a contar los milagros ocurridos en vida de Germana; queda expuesto su cuerpo en la iglesia y se produce el primer milagro póstumo: la señora del castillo de Beauregard fue curada de un absceso del seno que ponía en peligro la vida de su recién nacido. En testimonio de gratitud hizo donación de un ataúd de plomo, en el que quedó depositada la preciosa reliquia del cuerpo de la Santa.

Iba a empezar una serie de milagros tan manifiestos, tan frecuentes y sonados, que hacen de Santa Germana una de las más grandes taumaturgas de todos los tiempos: paralíticos y ciegos, personas atacadas de abscesos infecciosos o de incurables llagas purulentas, enfermos y tullidos que se acercaban al sepulcro de Germana, se encontraban súbitamente curados durante la santa misa. Los expedientes en los que constan los primeros milagros fueron consultados en 1661 por don Jean Dufour, arcediano de la catedral de Toulouse, y más tarde, en 1700, por el párroco de la Dalbade; no obstante, tardaba el proceso de beatificación a pesar de las curaciones milagrosas, que no cesaban. Un legajo de documentos fue confiado en 1739 a un misionero apostólico en Mesopotamia para que lo entregase, a su paso por Roma, a la Sagrada Congregación de Ritos; dichos documentos debieron de extraviarse, puesto que nunca fueron remitidos a Roma. En 1793, en pleno período revolucionario, los miembros del Comité de Salvación Pública, queriendo llevar a cabo un designio sacrílego de sustraer los "cadáveres” a la devoción de las muchedumbres, se encarnizaron sobre el cuerpo de Germana, arrojándole en un foso de cal viva, mientras se mandaba el ataúd de plomo a Toulouse para que sirviera para la fabricación de balas. Pasada la oleada revolucionaria, se descubrió por segunda vez el cuerpo: apareció casi intacto, a pesar de haber permanecido durante años bajo la acción de la cal viva, Entonces se volvió a tratar del proceso de beatificación.

En enero de 1845 el expediente era entregado, por fin, a la Sagrada Congregación de Ritos. Gregorio XVI dio su firma dos días antes de morir para aprobar los trabajos de la Comisión apostólica. Fue Pío IX quien tuvo la alegría de proclamar Beata a Germana en 1854, y Santa en 1867. Al terminar el siglo no se contaban menos de cuatrocientos milagros realizados por la intercesión de la Santa. Para el proceso de beatificación sólo se retuvieron los cuatro más conocidos: en 1845 la casa de las religiosas del Buen Pastor, de Bourges, a quienes faltaba hasta el pan, debe a su intervención dos multiplicaciones milagrosas de pan y harina; en 1828 Jacquette Cathala, niña de siete años, fue instantáneamente curada de un raquitismo incurable; Felipe Lucas, niño de doce años, igualmente de una fístula en la cadera. Entre los numerosos milagros realizados por la intercesión de la Santa de Pibrac mentaremos el de que fue favorecida María Teresa de España en febrero de 1845. La esposa de don Carlos, que vivía exilada en Bourges, padecía de un hipo tan alarmante con congestión de la garganta, que los médicos habían abandonado toda esperanza de salvarla. Doña María Teresa se puso al cuello una medalla de la Santa, se durmió y despertó al día siguiente totalmente curada.

Las fiestas de la canonización se celebraron con un esplendor incomparable tanto en la capilla Sixtina como en la ciudad de Toulouse, en medio de un alborozo general, que destaca la gran popularidad que disfruta la Santa de Pibrac. Hoy en día la aldea de Santa Germana sigue siendo un centro de peregrinación donde acuden los fieles todos los domingos. Cuando se celebra la gran peregrinación anual el 16 de junio, la muchedumbre no cabe en la pequeña parroquia. Una basílica empezada a levantar a principios de siglo está todavía sin acabar. El actual párroco, superior de la Congregación de los Misioneros de los Campos, confía en que su terminación ha de ser obra de la devoción a la Santa, cuyo resplandor sigue iluminando las tierras de Languedoc, a las que tanto ha amado. Todo resulta maravilloso en la historia de Santa Germana. Dios ha revestido a la flor de los campos y el lirio de los valles de la gloria de los santos para manifestar una vez más al mundo cómo se complace en revelar a los humildes sus secretos misterios, ocultos en su seno desde los orígenes de la creación.
Santa Germana, virgen
fecha: 15 de junio
n.: 1579 - †: 1601 - país: Francia
canonización: B: Pío IX 7 may 1854 - C: Pío IX 29 jun 1867
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Pibrac, en la región de Toulouse, santa Germana, virgen, que, hija de padres desconocidos, desde niña fue sometida a una vida servil pese a sus enfermedades, pero todo lo aguantó con ánimo decidido y rostro risueño, hasta fallecer con sólo veintidós años.
patronazgo: patrona de las pastoras.
«Una muchacha sencilla, humilde, de pobre cuna, pero tan extraordinariamente iluminada por los dones de la sabiduría y el entendimiento y tan notable por sus trascendentales virtudes, que brilló como una estrella de gran magnitud, no sólo en su Francia natal, sino en toda la Iglesia católica». Tal es la descripción de Santa Germana Cousin asentada en el breve apostólico que la colocó en el número de los bienaventurados.


Fue la hija de Lorenzo Cousin, un labrador. Nació alrededor del año 1579, en la localidad de Pibrac, un villorrio cercano a Toulouse. Su madre, María Laroche, murió antes de que la pequeña diera sus primeros pasos. Desde la infancia sufrió continuas enfermedades: era escrofulosa y tenía la mano derecha deformada y sin fuerzas. Su padre no la amaba y su madrastra la detestaba sinceramente. La segunda esposa de Lorenzo trataba a su hijastra con desprecio, desde un principio, pero después del nacimiento de sus propios hijos, el desprecio se transformó en crueldad. Germana vivía en la casa como una criada, o mejor dicho, como una esclava, enteramente separada de sus hermanastros y hermanastras. La pobre muchacha se veía obligada a dormir en el establo, a alimentarse con las sobras de la comida y, como no querían tenerla cerca, la mandaban a cuidar las ovejas, desde el alba hasta el ocaso. Parecía destinada a ser pastora durante el resto de su vida.

Germana aceptaba aquel destino que le había tocado en suerte como si lo mereciera, y Dios se valió de su resignación y su humildad para conducirla a la máxima perfección. En la soledad de los campos, ante la naturaleza, aprendió a comunicarse con su divino Creador y por Él supo todo lo que necesitaba. Dios hablaba a su alma, como habla siempre a los pobres y limpios de corazón, y ella vivía conscientemente en Su presencia. Por nada de este mundo hubiese perdido la misa. Si oía repicar las campanas cuando estaba en los campos, plantaba su cayado en el suelo, confiaba el cuidado del rebaño a su ángel custodio y corría hacia la iglesia. Y nunca sucedió que, durante su ausencia, alguna oveja se hubiese apartado del rebaño, o que alguno de los lobos que merodeaban en el vecino bosque de Boucône, se hubiera atrevido a devorar un cordero. Comulgaba con la mayor frecuencia posible, y todos los habitantes de ln aldea se admiraban de su fervor. A pesar de que no tomaba parte en la vida social de sus vecinos y nunca alternó con las muchachas de su edad, solía reunir en torno suyo a los niños pequeños para enseñarles las sencillas verdades de la religión y hacerles amar a Dios. Las gentes del lugar tomaron, al principio, el partido de la familia de Germana y se mostraron dispuestas a despreciarla y burlarse de ella; pero gradualmente comenzaron a circular rumores, cada vez más insistentes, sobre cosas sobrenaturales que le sucedían y que llenaban de admiración a todo el mundo. Para llegar a la iglesia, desde los campos de pastoreo, tenía que cruzar la muchacha un arroyo que muchas veces venía crecido a causa de las lluvias. En cierta ocasión, el arroyo, convertido en torrente, cerraba el paso a hombres fuertes y valientes que no se atrevían a vadearlo; en la aldea, las gentes aguardaban ante la iglesia y corría de boca en boca esta noticia: «¡Germana no vendrá hoy a la misa! ¡Es imposible que venga!». Sin embargo, la muchacha apareció a tiempo para el santo sacrificio y dos campesinos que vigilaban junto al arroyo, afirmaron que la habían visto cruzar y que las aguas se habían abierto ante ella, lo mismo que las del Mar Rojo se abrieron para dar paso a Moisés y al pueblo de Israel.

Sin duda se pensará que, para alguien tan pobre como Germana, era materialmente imposible realizar obras físicas de misericordia; sin embargo, el amor siempre encuentra la manera de mostrarse, y el escaso alimento que se le daba era compartido siempre con los mendigos. Y aun eso se le reprochó. Cierta fría mañana de invierno, la madrastra persiguió a Germana con un palo en la mano y gritando que era una ladrona, porque llevaba escondidos unos mendrugos de pan en su delantal. Cuando la mujer le dio alcance, todos los vecinos que se habían congregado, vieron que Germana dejó caer su delantal y lo que había en él no eran trozos de pan, sino flores blancas y frescas. A partir de entonces, el desprecio se convirtió en veneración, y todos los habitantes de Pibrac cayeron en la cuenta de que vivía entre ellos una santa. Hasta su padre y su madrastra modificaron su proceder y pidieron a Germana que ocupase el lugar que le correspondía en el hogar; pero la muchacha prefirió continuar su vida como hasta entonces. Pero ya no vivió mucho tiempo más. Su cuerpo frágil estaba agotado; su trabajo en la tierra se había cumplido; y una mañana se encontró su cadáver que yacía sobre la paja, bajo el hueco de la escalera. Acababa de cumplir veintidós años. Su cuerpo, sepultado en la iglesia de Pibrac, fue accidentalmente exhumado en 1644, cuarenta y tres años después de su muerte y se le encontró perfectamente bien conservado. Entonces se le puso dentro de un sarcófago que se colocó en la sacristía; dieciséis años más tarde, se conservaba intacto y flexible. Esta circunstancia y los muchos milagros que se le atribuyeron, fueron las razones por las que se pidió un reconocimiento oficial de su culto. Sin embargo, debido a la Revolución Francesa y otros obstáculos, se postergaron su beatificación y su canonización hasta el pontificado de Pío IX. El 15 de junio, día de la fiesta de santa Germana, se realiza cada año una peregrinación a la iglesia de Pibrac, donde aún se conservan sus reliquias.

Louis Veuillot escribió una cuidadosa biografía, que fue revisada para la serie de Les Saints por Frangois Veuillot, sobrino del autor. Véase también el interesante esbozo de H. Géon, La Bergére au pays des Loups (1923). La fuente de informaciones más auténticas es la obra de D. Bartolini, Comentarium actorum omnium canonizationis... Germanae Cousin ... (2 vols. 1868).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 

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