lunes, 3 de junio de 2013

¿Cómo resucitar a una vida nueva en la oración?

       
La oración es morir para vivir. Es dejar que su presencia siembre semillas de eternidad en mi corazón para que muriendo a mí mismo pueda darme vida para dar vida a otros. Morir por amor para vivir y caminar en el Amor.
 
Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad (...) Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?» Mas él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores». (Mt 9,1; 9-13)
 
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La soledad de un corazón inquieto

Este pasaje evangélico de la vocación de san Mateo inicia con Cristo que cruza el mar de Galilea en barca hasta la ciudad donde vivía, Cafarnaúm (Mc 2,1). Era la casa de Pedro donde Jesús había fijado su residencia. Allí pasó largo tiempo, hizo milagros y predicó su doctrina.

Mateo vivía en esta ciudad y tenía como oficio recaudar impuestos. Sin duda había oído hablar de Jesús, lo habría visto pasar seguido de multitudes y los rumores de su acción milagrosa no habrían sido indiferentes para él. Dentro de él habría curiosidad, deseos de saber más. Su vida acomodada, llena de bienestar y riquezas le había sumido en una superficialidad que no le llenaba más. Vivía envuelto en una soledad que le llenaba de tristeza y no encontraba salida. Era odiado por el su pueblo, les cargaba la mano en los impuestos, se aprovechaba de ellos y era considerado un traidor, impuro, indigno del pueblo judío.

Y Cristo salió a sembrar...

Los Evangelios al narrar la vocación de Mateo presentan a Jesús que sale por la orilla del mar, de aquel mar que tanto apreciaba. Un mar que le recordaba al cielo por el reflejo sereno de su imagen cuando estaba calmado. Llegar a su casa era estar con los suyos, abrir su intimidad.

Como un sembrador, salió por la ciudad a sembrar la semilla para que diese fruto a su tiempo. Tras curar en un primer lugar a un paralítico, siguió caminando por la ciudad en busca de un nuevo discípulo, alguien en quien se había fijado hacía tiempo y que el Padre había puesto ya en su corazón.
Cristo había pasado toda una noche rezando al Padre para escoger a los discípulos. En un diálogo íntimo le había dicho al Padre: "elijo a los que tú has escogido". En su corazón ya estaba Mateo, su hombre daba vueltas en su corazón.
 
Cristo sembrador sale a sembrar cada día. Él mismo sembró admiración en Mateo, sembró nostalgia en su corazón, sembró semillas de soledad para disponer a este pecador a acoger la palabra suave y poderosa de Cristo.
 
En nuestra oración muchas veces podemos experimentar a un Jesús que pasa de largo, que se acerca pero que no nos mira todavía. Queremos tocarlo pero aparentemente está "ocupado" pues no sentimos su presencia. Estamos sentados en nuestras ocupaciones, en nuestro pecado, viéndolo pasar pero no logramos dar el salto para seguirlo fielmente. Esto no nos debe preocupar, tenemos que ver esta etapa de nuestra oración como un "salir del sembrador a sembrar". Sí, Jesús sale, deja caer su semilla en nuestra alma, espera con gran paciencia, pues esta semilla tiene que morir primero, tiene que purificarse para poder dar fruto. El tiempo, el cuidado en nuestra oración, la constancia, el sacrificio serán el mejor cuidado que podemos dar a estas semillas de la gracia para predisponernos a ese encuentro con la mirada de Jesús.
 
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La semilla que se purifica

Mateo sentiría alegría al saber que el Maestro había vuelto a Cafarnaúm. Era una nueva oportunidad de poder saber más de él. Preguntaría por él a cada uno de sus clientes, su curiosidad era ya más profunda, se había convertido en inquietud. No estaba en paz, sabía que su vida tenía que cambiar. Esas semillas plantadas por Cristo estaban comenzando a dar fruto y solo faltaba la oportunidad para poder hablar con Jesús.
 
Nuestra oración es un proceso de purificación que nos lleva de una curiosidad inicial a una inquietud y de ésta a una necesidad de Jesús. Entramos en contacto con Él porque ha sembrado tantas semillas a lo largo de nuestra historia que sentimos el peso amoroso de la mano del sembrador que generosamente nos ha bendecido. Ha pasado por nuestro campo, ha ido pacientemente preparando la tierra de nuestro corazón. Quizás no siempre ha encontrado tierra buena, quizás muchas semillas se han perdido sofocadas por las piedras de nuestro pecado, las espinas de nuestra falta de fe o la poca profundidad de nuestra vida espiritual. No importa, Él hoy va a pasar y nos va a buscar. Nuestro nombre va a ser pronunciado después de haber habitado por tanto tiempo en su corazón.
 
Ahora sí Jesús, estoy sentado. Estoy preparado y dispuesto. He decidido dar el paso, te espero. He muerto a tantos miedos, a tanta pasividad y falta de fe. Mi alma está lista, te necesito. Tus semillas las he cuidado, quizás algunas se han perdido pero otras, las que he podido las he protegido y he sabido morir para que ellas vivan. He muerto a mí mismo, a mi soberbia, a mi sensualidad, a mi rencor. Te abro mis heridas para que vengas como doctor, te entrego mi vida para que seas mi Pastor. Mi hambre para que seas mi alimento.

La mirada de Jesús da la vida

Jesús estaba saliendo de su ciudad cuando vio a Mateo. Es un ver que viene precedido de mucha oración. La mirada de Jesús penetra hasta el fondo, comprende toda la vida y circunstancias de Mateo, lo acoge, lo sana y restaura en él la imagen de Dios.
 
Dios no mira como los hombres. Él no sólo ve lo que era Mateo sino que lo proyecta al futuro y ver todo lo que puede llegar a ser si se deja modelar por Él. Esta es la mirada de un Dios que nos conoce porque nos crea y nos ama. Ésta es la visión que debemos lograr en la oración, vernos como Él nos ve. Por eso, en la oración muchas veces solo fijaremos en sus ojos la mirada y nos quedaremos en silencio. Las palabras sobran porque su mirada dice amor, comprensión, posibilidad, futuro, cielo...
Tras verlo, dice el Evangelio que Jesús le dijo simplemente: "sígueme". Se trata de un diálogo veloz, sorpresivo y sin sentido para quien no sabe lo que ha ido sucediendo en el corazón de Mateo. Una mirada, una palabra y Mateo responde con toda su vida.
 
No sólo responde inmediatamente: "se levantó y lo siguió", sino que recuperó la vida. En el texto original griego, el evangelista usa la palabra "resucitar" al indicar el movimiento de levantarse, usando la misma palabra para esta acción que más tarde se usará para hablar de Jesús "resucitado". Así debemos leer más bien: "resucitó y lo siguió".
 
La mirada de Jesús resucita a Mateo porque antes, a través de tantas semillas plantadas por Cristo, había muerto a sí mismo. Nadie puede resucitar sino ha muerto. Cristo da la vida cuando la entregamos a él y morimos a nuestro egoísmo, soberbia, temores, rencores, etc...

La obra maravillosa de purificación que Dios obra en nuestra oración es un morir que no queda sin fruto. Morimos porque quiere que nos levantemos y lo sigamos. Quiere que "resucitemos" en la oración y lo sigamos con un corazón nuevo, purificado, orientado completamente a estar con Él, donde quiera que vaya. Caminar con Jesús vivo con un corazón resucitado. Este es el fruto de la oración, éste es el ejemplo de san Mateo.

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