miércoles, 22 de mayo de 2013

El discurso del Papa Francisco en su visita a la Casa Don de María de Roma


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En español, el discurso del Papa Francisco en su visita a la Casa Don de María de Roma (Misioneras de la Caridad de la beata Madre Teresa de Calcuta), 21-5-2013
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.
 
Dirijo un afectuoso saludo a todos vosotros; en modo completamente especial a vosotros, queridos huéspedes de esta Casa, que es sobre todo vuestra, porque para vosotros ha sido pensada e instituida. Doy gracias a cuantos, en diversos modos, apoyan esta bella realidad del Vaticano. Mi presencia esta tarde quiere ser sobre todo un gracias sincero a las Misioneras de la Caridad, fundadas por la beata Teresa de Calcuta, que actúan aquí desde hace 25 años, con numerosos voluntarios, en favor de tantas personas necesitadas de ayuda. ¡Gracias de corazón!
 
Vosotras, queridas hermanas, junto a los Misioneros de la Caridad y los colaboradores, hacéis visible el amor de la Iglesia por los pobres. Con vuestro servicio cotidiano, sois –como dice un Salmo- la mano de Dios que sacia el hambre de todo viviente (cfr Sal 145,16). ¡En estos años, cuántas veces os habéis inclinado sobre quien tiene necesidad, como el buen samaritano, le habéis mirado a los ojos, le habéis dado la mano para levantarlo! ¿Cuántas bocas habéis alimentado con paciencia y dedicación! ¡Cuántas heridas, especialmente espirituales, habéis vendado! Hoy quisiera detenerme en tres palabras que os son familiares: Casa, don y María.
 
1. Esta estructura, querida e inaugurada por el beato Juan Pablo II, –¡pero esta es una cosa entre los santos, entre beatos! Juan Pablo II, Teresa de Calcuta; y la santidad ha pasado; ¡es bello esto!- es una “casa“. Y cuando decimos “casa” entendemos un lugar de acogida, una morada, un ambiente humano donde estar bien, reencontrarse a sí mismos, sentirse integrados en un territorio, en una comunidad. Todavía más profundamente, “casa” es una palabra de sabor típicamente familiar, que recuerda el calor, el afecto, el amor que se pueden experimentar en una familia. La “casa” entonces representa la riqueza humana más valiosa, la del encuentro, la de las relaciones entre las personas, diversas por edad, por cultura y por historia, pero que viven juntas y que juntas se ayudan a crecer. Precisamente por esto, la “casa” es un lugar decisivo en la vida, donde la vida crece y se puede realizar, porque es un lugar en el que cada persona aprende a recibir amor y a donar amor. Esta es la “casa”. ¡Y esto trata de ser desde hace 25 años también esta casa! En el límite entre el Vaticano e Italia, es un fuerte reclamo a todos nosotros, a la Iglesia, a la Ciudad de Roma y a ser siempre más familia, “casa” en la que se está abierto a la acogida, a la atención, a la fraternidad.
 
2. Hay después una segunda palabra muy importante la palabra “don” que califica esta casa y define su identidad típica. Es una casa, de hecho se caracteriza por el don y por el don recíproco.
 
¿Qué quiero decir? Que esta casa dona acogida, apoyo material y espiritual a ustedes queridos huéspedes, provenientes de diversas partes del mundo.
 
Pero también vosotros sois un don para esta casa y para la Iglesia. Vosotros nos indicáis que amar a Dios y al prójimo no es algo abstracto, sino profundamente concreto: quiere decir ver en cada persona el rostro del Señor que debemos servir y servirlo concretamente.
 
Y vosotros sois -queridos hermanos y hermanas- el rostro de Jesús. ¡Gracias! Vosotros “donáis” la posibilidad a cuantos trabajan en este lugar, de servir a Jesús en quien se encuentra en dificultad, en quien tiene necesidad de ayuda.
 
Esta casa entonces es una luminosa transparencia de la caridad de Dios, que es un Padre bueno y misericordioso hacia todos.
 
Aquí se vive una hospitalidad abierta sin distinción de nacionalidad o de  religión, según enseñanza de Jesús: “Gratuitamente habéis recibido, dad gratuitamente”. (Mt 10,8).
 
Debemos recuperar todos el sentido directo del don, de la gratuidad, de la solidaridad. Un capitalismo salvaje ha enseñado la lógica del provecho a cualquier costo, del dar para obtener, del explotar sin mirar a las personas… ¡Y los resultados los vemos en la crisis que estamos viviendo!
 
Esta casa es un lugar que educa a la caridad, una escuela de caridad, que enseñar a estar cerca de cada persona, no por provecho pero por amor. La música -digámoslo así- de esta casa es el amor, y esto es bello y me gusta que seminaristas de todo el mundo vengan aquí para hacer una experiencia directa del servicio. Los futuros sacerdotes pueden así vivir en modo concreto un aspecto esencial de la misión de la Iglesia y hacer tesoro para su ministerio pastoral.
 
3. Existe, para finalizar, una última característica de esta casa: esta se califica como un “don de María”. La Virgen Santa ha hecho de su existencia un incesante precioso don a Dios, porque amaba al Señor. María es un ejemplo y un estímulo para quienes viven en esta casa, y para todos nosotros, para vivir la caridad hacia el prójimo, no por una especie de deber social, sino partiendo del amor de Dios, de la caridad de Dios.
 
Y también -como hemos sentido en las palabras que nos dijo la madre- María es aquella que nos lleva Jesús y nos enseña cómo ir hacia Jesús. Y la madre de Jesús es nuestra y hace familia con nosotros y con Jesús. Para nosotros cristianos, el amor al prójimo nace del amor de Dios y es la más importante y la más límpida expresión.
 
Aquí se busca amar al prójimo pero también dejarse amar por el prójimo. Estas dos actitudes caminan juntas, no puede existir una si no está también la otra. En el papel membrete de las misioneras de la caridad están impresas estas palabras de Jesús: “Todo aquello que habéis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, lo habéis hecho a mi”. (Mt 25,40). Amar a Dios en los hermanos es amar a los hermanos en Dios.
 
Queridos amigos gracias nuevamente a cada uno de vosotros. Rezo para que esta casa continúe a ser un lugar de acogida, de don, de caridad en el corazón de nuestra ciudad de Roma. La Virgen María os cuide y os acompañe mi bendición. Gracias.

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