Juana de Arco (
6 de enero de
1412 –
30 de mayo de
1431),
[1] también conocida como la
Doncella de Orléans (o, en
francés,
la Pucelle), es una heroína, militar y
santa francesa. Su festividad se conmemora el día del aniversario de su muerte, como es tradición en la
Iglesia católica, el
30 de mayo.
Trayectoria
Nacida en
Domrémy, un pequeño poblado situado en el departamento de los Vosgos en la región de la
Lorena,
Francia, ya con 17 años encabezó el ejército real francés. Convenció al rey
Carlos VII de expulsar a los
ingleses de Francia, y éste le dio autoridad sobre su ejército en el
Sitio de Orleans, la
batalla de Patay y otros enfrentamientos en
1429 y
1430. Estas campañas revitalizaron la facción de Carlos VII durante la
Guerra de los Cien Años y permitieron la coronación del monarca.
Como recompensa, el rey eximió a Domrémy del impuesto anual a la corona. Esta ley se mantuvo en vigor hasta hace aproximadamente cien años. Posteriormente fue capturada por los borgoñones y entregada a los ingleses. Los clérigos la condenaron por herejía y el duque
Juan de Bedford la quemó viva en
Ruan. La mayoría de los datos sobre su vida se basan en las actas de aquel proceso pero, en cierta forma, están desprovistos de crédito pues, según diversos testigos presenciales del juicio, fueron sometidos a multitud de correcciones por orden del obispo
Cauchon, así como a la introducción de datos falsos. Entre estos testigos estaba el escribano oficial, designado sólo por Cauchon, quien afirma que en ocasiones había secretarios escondidos detrás de las cortinas de la sala esperando instrucciones para borrar o agregar datos a las actas.
Veinticinco años después de su condena, el Rey Carlos VII instigó a la Iglesia a que revisaran aquel juicio inquisitorial, dictaminando el Papa
Nicolás V la inconveniencia de su reapertura en aquellos momentos, debido a los recientes éxitos militares de Francia sobre Inglaterra y a la posibilidad de que los ingleses lo tomaran, en aquellos delicados momentos, como una afrenta por parte de Roma. Por otro lado, la familia de Juana también reunió las pruebas necesarias para la revisión del juicio y se las envió al Papa, pero éste se negó definitivamente a reabrir el proceso.
A la muerte de
Nicolás V, fue elegido papa el
español Calixto III (
Alfonso de Borja) el 8 de abril de 1456, y fue él quien dispuso que se reabriera el proceso. La inocencia de Juana fue reconocida ese mismo año en un proceso donde hubo numerosos testimonios y se declaró herejes a los jueces que la habían condenado. Finalmente, ya en el
siglo XX, en
1909 fue beatificada y posteriormente declarada santa en
1920 por el Papa
Benedicto XV. Ese mismo año fue declarada como la
santa patrona de
Francia.
[2]
Su fama se extendió inmediatamente después de su muerte: fue venerada por la
Liga Católica en el siglo XVI y adoptada como símbolo cultural por los círculos patrióticos franceses desde el siglo XIX. Fue igualmente una inspiración para las fuerzas aliadas durante la
Primera y la
Segunda Guerra Mundial.
Popularmente, Juana de Arco es contemplada por muchas personas como una mujer notable: valiente, vigorosa y con una gran fe. Hoy en día es objeto de especial interés en la
República de Irlanda,
Canadá,
Reino Unido y los
Estados Unidos. En el movimiento del
escultismo es la santa patrona de las
guías.
El origen de Juana y el contexto de su tiempo
Su nombre
De acuerdo con los datos recabados en el proceso de
Ruan, Juana se hizo llamar siempre «Juana la Doncella». No obstante, como ella misma comentó, «dentro de mi pueblo se me llamaba Jehannette. En Francia, se me llamaba Jehanne desde mi llegada».
[3]
Posteriormente, se le añadiría la palabra «Darc» como apellido, para referirse a ella de forma oficial (la falta de apóstrofo en su versión francesa —d'Arc— se debe a la inexistencia de tal signo en la
Edad Media). Arco
(arc) proviene del apellido de su padre,
Jacques Darc, cuyas raíces familiares estaban posiblemente en dos pueblos,
Arc-en-Barrois o
Art-sur-Meurthe, pueblos muy cercanos donde se cree que nació «la Pucelle». El nombre, no obstante, varía (Arc, Ars, Ai…) dadas las diferencias en la versión antigua de
Art sur Meurthe (donde se reduce la erre).
La denominación de «Jehanne d'Arc» se encuentra en la obra de un poeta de
Orléans hacia
1576; «Jehanne» se transcribe hoy en día como «Jeanne».
Sus padres
En el proceso Juana dijo sobre sus padres lo siguiente: «Mi padre se llama Jacques Darc y mi madre Isabelle». De esta manera se sabe que sus padres fueron Jacques Darc e
Isabelle Romée.
[4] Isabelle Romée no era el nombre original, sino que era el sobrenombre que se dio a Isabelle de Vouthon (que pertenecía a la parroquia de
Vouthon, hoy en el departamento de
Charente), como se hizo a otros una vez que realizaban el peregrinaje «de Puy» (de la montaña) en vez del de Roma. De hecho Juana no dio el apellido. Su padre Jacques era agricultor. No era pobre pero vio a regañadientes la venida de otro nuevo vástago más a su familia, ya que Juana tuvo tres hermanos mayores.
El nacimiento
Casa natal de Juana de Arco, en
Domrémy, actualmente convertida en museo.
El debate sobre la fecha de nacimiento de la Doncella de Orléans, no lo consiguió resolver ni la misma Juana durante el proceso, ya que, cuando le preguntaron qué edad tenía, respondió: «Alrededor de diecinueve años, creo».
[1] Aunque no estaba segura, la historiografía ha interpretado esta declaración al pie de la letra. De esta manera, restándole su posible edad a la fecha en la que se realizó la pregunta durante el proceso,
24 de febrero de 1431, el año de su nacimiento sería probablemente 1412.
El lugar donde nació, teóricamente es
Domrémy, tal y como dijo en el interrogatorio de identidad de su proceso, el
21 de febrero de 1431; «Yo he nacido en la villa de Domrémy».
[4] Además añadió que era una villa dependiente de
Greux (inmediatamente al norte de Domrémy),
[4] y que hoy ha pasado a llamarse Domrémy-la-Pucelle, gracias a ella. Ambas pertenecen actualmente al departamento de los
Vosgos, en la región de la
Lorena. Domrémy fue también el lugar donde recibió el bautismo de manos del Padre Jean Minet.
El conflicto de la Guerra de los Cien Años
Tras la muerte sin descendencia de
Eduardo el Confesor y el breve reinado del rey Harold II, el trono de Inglaterra fue conquistado en 1.066 (
batalla de Hastings) por el francés
Guillermo el Conquistador, duque de
Normandía. Estos hechos constituyeron la primera disputa de sucesión (debida a los parentescos entre las noblezas de ambos territorios), dando inicio a una duradera rivalidad entre ambos reinos. Con el tiempo, los reyes de Inglaterra reunieron varios de los mayores ducados de Francia: Aquitania, Poitiu, Bretaña. Los intentos de Francia por recuperar los territorios perdidos precipitaron uno de los más largos y sangrientos conflictos de la historia de la humanidad: la
Guerra de los Cien Años, que duró en realidad 116 y produjo millones de muertos y la destrucción de casi toda la Francia Septentrional.
Los intereses de unificar las coronas se concretaron a la muerte del rey francés
Carlos IV en 1328. Felipe de Valois, francés y sucesor gracias a la
Ley Sálica (Carlos IV no había tenido descendencia masculina), se proclamó rey de Francia el
27 de mayo de
1328 (reinó como
Felipe VI de Francia). Felipe ya se había convertido en regente tras la muerte de Carlos IV mientras se esperaba el nacimiento del hijo póstumo del rey difunto, que finalmente resultó ser una niña.
La Guerra de los Cien Años comenzaría en
1337, cuando Felipe VI reclamaría el feudo de la Gascuña a
Eduardo III (aferrándose a la ley feudal) después de incursiones por el
Canal de la Mancha en un intento de restaurar en el trono escocés al rey
David II (aliado francés exiliado a Francia desde junio de
1333), pretextando que no respetaba a su rey. Entonces, el
1 de noviembre Eduardo III responde plantándose en las puertas de
París y por medio del
obispo de
Lincoln declarando que él era el candidato adecuado para ocupar el trono francés.
Inglaterra ganaría importantes batallas como
Crécy (
1346) y
Poitiers (
1356), ya con el relevo de
Juan II en lugar de
Felipe VI, y obtendría la inesperada victoria de
Agincourt en 1415, bajo la competente dirección del rey
Enrique V.
Una grave enfermedad del rey francés propició la lucha por el poder entre su primo
Juan I de Borgoña o
Juan sin Miedo y el hermano de Carlos VI,
Luis de Orleans. El
23 de noviembre de
1407, en las calles de París y por orden del borgoñón, se comete el asesinato del armagnac Luis de Orleans. Las dos ramas de la familia real francesa se dividen en dos facciones: los que daban soporte al duque de
Borgoña (
borgoñones) y los que apoyaban al de Orleans y después a
Carlos VII,
Delfín de Francia, (que fue desheredado o ilegitimado desde 1420) (
armagnacs), ligados a la causa de Orleans a la muerte de Luis. Con el asesinato del armagnac, ambos bandos se enfrentaron en una guerra civil y buscaron el apoyo de los ingleses. Los partidarios del Duque de Orleans, en
1414, vieron rechazada una propuesta a los ingleses, quienes finalmente pactaron con los borgoñones.
A la muerte de Carlos VI en 1422 es coronado rey de Francia el hijo de Enrique V y Catalina de Valois, el infante Enrique VI (por lo tanto, Enrique VI de Inglaterra y I de Francia); en tanto que los armagnacs no dieron su brazo a torcer y se mantuvieron fieles al hijo del rey francés, Carlos VII, quien fue coronado también en 1422 de forma nominal en
Berry, a falta de imponerlo como rey
de facto, pero destronando al inglés
de jure.
El misticismo de Juana
«Yo tenía trece años cuando escuché una voz de Dios», declaró Juana en Ruan el jueves
22 de febrero de
1431. El hecho sucedió al mediodía en el jardín de su padre. Añadió que la primera vez que la escuchó notó una gran sensación de miedo. A la pregunta de sus jueces, añadió que esta voz venía del lado de la iglesia y que normalmente era acompañada de una gran claridad, que venía del mismo lado que la voz.
La Iglesia Católica y la inmensidad de fieles, reconoció como verdaderas estas apariciones.
Cuando le preguntaron cómo creía que era aquella voz, ella respondió que le pareció muy noble, por lo que afirmó: «y yo creo que esta voz me ha sido enviada de parte de
Dios». Así pues, cuando la escuchó por tercera vez le pareció reconocer a un ángel. Y aunque a veces no la entendía demasiado bien, primero le aconsejó que frecuentara las iglesias y después que tenía que ir a Francia, sobre lo cual la empezó a presionar. Además esta voz la escuchaba unas dos o tres veces por semana. No mucho después, reveló otro de los mensajes clave que le envió: «Ella me decía que yo levantaría el asedio de Orleans».
El
27 de febrero, Juana identificó estas voces: se trataba de la voz de
Santa Catalina de Alejandría y de Santa
Margarita de Antioquía, las santas más veneradas del momento, si nos atenemos a la iconografía anterior a Juana.
[5] Catalina, es definida a veces como una figura apócrifa a caballo de los
siglos III y
IV que murió a una edad similar a la de Juana; también erudita (patrona de muchas especialidades intelectuales) y habiendo persuadido al emperador
Maximiano de que dejase de perseguir cristianos. Después sería condenada a morir en la
rueda (un sistema de tortura que fractura los huesos), aunque se dice de ella que, al tocar la rueda, la rompió y, finalmente, tuvo que ser decapitada. Por otro lado, la leyenda de Margarita refiere que fue una doncella despreciada por su fe cristiana, a la que ofrecieron matrimonio a cambio de la renuncia a esta fe. Ante su negativa fue condenada a tortura, si bien logró escapar milagrosamente en varias ocasiones (antes de su captura definitiva y martirio). Por ello, es venerada por la Iglesia católica como santa virgen y mártir.
Juana afirmó que las había reconocido gracias a que las propias santas se habían identificado, algo que ya había declarado en
Poitiers, con motivo del interrogatorio sobre las visiones llevado a cabo por la corte del Delfín. Se negó a dar más explicaciones, instando a los jueces a ir a Poitiers si querían conocer más detalles.
Sobre el año en que sucedió, en un primer momento había dicho que fue cuando tenía trece años. Posteriormente detalló que hacía siete años que estas voces le aconsejaban y la protegían. Por lo tanto, se asume que en
1424 se le habrían aparecido por primera vez las visiones.
Juana explicaría entonces (antes de mencionar el nombre de las santas) la misión que la voz le encomendó. Después de mencionar a éstas, los jueces le preguntaron a quién correspondía entonces la primera de las voces que había escuchado, aquella que le había causado tanto miedo siete años atrás. Ella, que todo lo iba respondiendo con muchas reservas y ensimismamiento, se resistió varias veces, pero finalmente respondió que fue
San Miguel (considerado protector del reino de Francia), al que vio con sus propios ojos, acompañado de los ángeles del cielo. Fue él quien le ordenó partir para liberar a Francia y así cumplir con la voluntad de Dios.
El asedio de Orleans
Juana de Arco comandando el asedio de
Orleans por Lenepveu.
En sus apariciones, las voces le indicaron que debía ir a Orleans, una de las ciudades más importantes del momento, y romper el asedio que había comenzado en octubre de 1428.
Ella trató de recurrir a
Robert de Baudricourt, comandante de la guarnición armagnac, establecida en
Vaucouleurs, un poco al norte de Domrémy; lo cual hizo mediante su tío,
Durant Laxant. Quería obtener una pequeña escolta para ir a buscar al delfín allí donde se escondía, en
Chinon. Y es que para eso tenía que atravesar territorio hostil, defendido por los angloborgoñones, en alianza. Así, la Pucelle daría un mensaje secreto al rey que le había sido revelado por las voces.
Transcurrió casi un año hasta que Baudricourt, en enero de
1429, aceptó -ante la insistencia de la joven doncella-, concederle la escolta deseada. Juana ya había hecho un primer intento en la Ascensión de
1428 (el 13 de mayo, según Poulengy), pero había encontrado resistencia por parte del armagnac. Probablemente hubo otra entrevista a finales de año, hasta que Baudricourt cedió a sus deseos. Durante su posterior juicio, los jueces aprovecharon para discutir sobre las vestimentas de hombre que había usado la joven durante este viaje. La interrogaron sobre el motivo y ella respondió que había sido por orden de Dios («Todo lo que yo hago es por orden de Nuestro Señor. Si él me ordenara tomar otro hábito yo lo tomaría, porque sería por orden de Dios»). Los jueces le preguntaron si no fue realmente por orden de Baudricourt, cosa que ella negó rotundamente. Así pues, ella misma valoró positivamente el hecho de haber llevado vestiduras de hombre, ya que era el criterio y designio del Divino Hacedor. Asímismo, para persuadir a Robert de Baudricourt, le aseguró aquello que ya corría por boca de todo el mundo: que la virgen de
Lorena salvaría el reino perdido por una mujer (seguramente refiriéndose a la hija póstuma del difunto rey Carlos IV).
El
29 de abril de
1429 Juana llegó al asedio de Orleans. Sin embargo, Jean De Orleans, cabecilla de la familia ducal de Orleans, la excluyó inicialmente de la dirección de las operaciones y de los consejos de guerra, rehusando informarla sobre los preparativos y decisiones bélicas.
[6] Esto no evitó que ella estuviera presente en la mayoría de consejos y batallas. El grado de liderazgo militar que llegó a ejercer sigue siendo objeto de debate entre historiadores. Los historiadores tradicionales como Edouard Perroy concluyen que ella principalmente llevaba el estandarte y ejercía un gran efecto sobre la moral de los soldados.
[7] Esta clase de análisis suelen basarse en el testimonio de Juana durante el juicio, en el cual afirmó que prefería su estandarte a su espada. La investigación académica actual, que se ha centrado en el juicio posterior anulatorio, asevera que sus compañeros oficiales señalaron que ella era una tacticista de mucho talento y una estratega de éxito. Stephen W. Richey opinaba lo siguiente, por ejemplo: "Ella procedió a liderar un ejército en una serie de victorias impresionantes que cambiaron el curso de la guerra."
[8] En cualquier caso, los historiadores están de acuerdo en que el ejército tuvo un gran éxito durante la corta carrera de Juana.
[9]
El segundo paso: el viaje hacia Chinon
Robert de Baudricourt en razón del fervor religioso que ya comenzaba a levantar envió a Juana a ver al convaleciente Duque
Carlos II de Lorena a la ciudad de
Nancy,
René de Anjou le sucedería a su muerte en 1431, ya que estaba casado con su hija y heredera, Isabel de Lorena, quien era además cuñada del delfín, ya que su hermana, María d’Anjou estaba casada con éste (desde el 18 de diciembre de 1422). Juana tenía el deseo de que René le acompañase a Chinon, pero sólo consiguió buenas palabras, dinero y un caballo. Antes de partir Juana fue a rezar a la Basilica de Saint-Nicolas-de-Port dedicada al santo patrón de la
Lorena.
En el período durante el cual Juana intentaba conseguir una escolta para ir a Chinon, fue albergada durante casi un mes por la familia
Le Royer:
Henri y
Catherine Le Royer. Finalmente, sería Baudricourt el que le concedería una pequeña escolta de seis hombres para realizar el viaje a Chinon que iniciarían alrededor del
13 de febrero de
1429. Entre ellos, se encontraban
Poulengy y
Jean Nouillonpont (
Jean de Metz).
Jean de Metz (o Mès) y señor de
Nouillonpont (o Novelenpont), fue una de las principales figuras en el recorrido epopéyico de Juana, ya que estuvo a su lado en todas las batallas a partir de este momento. Bertrand de Poulengy (Poulangy o Polongy), «Pollichon», fue señor de
Grondecourt, habiendo sido ennoblecida su familia en 1425. Él, al igual que Jean de Metz, acompañaría a Juana a lo largo de su trayectoria militar.
Jean de Metz hizo su declaración en el proceso de nulidad el 31 de enero de 1456, ya con una edad que rondaba los 57 años, mientras que Poulangy, un poco mayor, lo hizo el 6 de febrero del mismo con una edad aproximada de 63 años. Ambos declararon muy a favor de Juana (Metz: «Y cuando le pregunté quién era su señor, me respondió que era Dios. Entonces le concedí mi fe hacia ella, tocándole la mano, y prometiéndole que, con la guía de Dios, yo le conduciría hacia el rey»), de lo cual se extrae la gran admiración y aprecio por la que consideraron su heroína. En cuanto a Jacques Darc, el padre de Juana, fue el más reticente al inicio de la misión de ésta.
Hacía el 13 de febrero de 1429 Juana emprendió el viaje que le iba a hacer atravesar territorio enemigo. Este viaje la haría famosa y todo el mundo conocería su aventura, pero desde un primer momento la escolta asignada no tenía realmente una idea clara de qué era la misión ni de quién era Juana.
Para este viaje Juana vestiría por primera vez ropas de hombre. Jean de Metz, diría al respecto en el proceso de nulidad: «Cuando Jehannette estaba en Vaucouleurs, la vi vestida con un vestido rojo, pobre y gastado […] Le pregunté si quería hacer el viaje vestida como iba, y ella me respondió muy enérgicamente que quería ponerse ropa de hombre. Entonces le di el traje y el equipamiento de uno de mis hombres. Después, los habitantes de Vaucouleurs, tendrían un traje de hombre hecho para ella, con todos los requisitos necesarios».
El viaje hacia Francia del sur a través de territorio borgoñés, le hizo cabalgar de noche en horas intempestivas para disimular y no despertar la atención de ningún destacamento. Algunas de las ciudades más importantes por las que pasó fueron:
Auxerre,
Gien y
Sainte Catherine de Fierbois.
Del paso por Auxerre, se sabe que llegó a participar en una Santa Misa en su catedral, pasando desapercibida en una ciudad hostil. De Gien, no se sabe casi nada de su paso, pero parece que pasó por el único puente sobre el
río Loira que quedaba en manos francesas, y fue el lugar donde comenzó a circular el rumor de que una doncella aseguraba que liberaría la ciudad de Orleans de su asedio y que coronaría al delfín en Reims (habría vuelto a pasar por aquí hacia el 25 de junio del mismo año, 1429, para reencontrarse con el delfín y viajar hacia Reims). Y finalmente, pasaría por Sainte Catherine de Fierbois el 4 de marzo. Esta localidad le era muy valiosa, ya que su iglesia estaba dedicada a Santa Catalina, una de las santas de sus visiones. Fue allí donde Juana realizaría otro "milagro": habiendo recibido un armadura, cuando le ofrecieron una espada ella se negó, pidiéndole a los clérigos que le dieran una espada que se encontraba enterrada detrás del altar de la iglesia, cosa que resultó ser cierta. Dicha espada supuestamente había pertenecido a
Carlos Martel, y Juana la portó en batalla hasta el fin del asedio a París (aunque, según sus propias palabras en el juicio, nunca la usó para matar a nadie). En Sainte Catherine Juana escribió una carta a Carlos VII anunciando su llegada, y quedó a la espera de la respuesta de la corte, que finalmente la recibió en audiencia.
La desconfianza del delfín
Aún con la gran memoria que se otorga a la gente de la
Edad media (ya que, al no estar extendida la escritura, era una cultura de transmisión oral mayormente), además de la inteligencia de «la Pucelle», es muy difícil saber si realmente sabía leer y escribir. Pruebas gráficas hay de su firma como mínimo. Pero la cuestión está en el aire aunque se acostumbra a decir que en el período que estuvo en la corte del delfín, el verano de
1429, podría haber aprendido, o bien haber recibido nociones básicas.
De todas maneras, la carta llegó a la corte de Chinon acompañada de la fama de «la Pucelle», lo cual originó un gran debate donde se discutió si era adecuado recibirla, es decir, si era cierto todo aquello que decía ser o era alguien que urdía un engaño. Había cierta curiosidad en la corte por ver a aquella que decía traer la salvación de Orleans y la coronación del propio rey. Pero el factor detonante fue la declaración positiva de Baudricourt, que era un hombre de confianza del delfín. Por lo tanto, éste decidió recibirla.
Tapiz del castillo de Chinon (Francia) representando a Juana reconociendo a Carlos VII entre la muchedumbre.
Sin embargo, el delfín no se podía arriesgar a que una joven desconocida se presentara ante él y lo pudiera matar. De esta manera, cuando Juana llegó a la corte, el delfín se ocultó entre la gente que ocupaba la sala, vistiendo a uno de sus sirvientes con sus ropas para hacerlo pasar por él. Pero el engaño no sirvió, ya que Juana identificó al delfín entre sus súbditos. En el proceso dijo al respecto lo siguiente: «Cuando entré dentro la habitación del rey lo reconocí de entre los otros por consejo y revelación de mi voz, y le dije que quería hacer la guerra a los ingleses». Con habilidad, los jueces le presionaron y le preguntaron: «Cuando vuestra voz os señaló a vuestro rey, ¿había alguna luz?», a lo que ella se negó a contestar, como a tantas otras preguntas, con un tono seco y tajante: «passez outre». Entonces añadieron si vio algún ángel encima del rey, a lo cual respondió de la misma manera.
Finalmente, el rey la recibió sola y ella le habría expuesto una plegaria para persuadirlo a que le diera un ejército y la enviara a Orleans. Este intercambio a puertas cerradas sería uno de los datos más buscados de este período de su vida. Pero gracias al testimonio de Juan II, Duque de
Alençon en el proceso (un hombre de gran peso, con sangre real), habría sido el siguiente:
Fue el señor y conde de la Vendôme el que la llevó al apartamento del rey. Cuando éste la miró, le preguntó su nombre. «Señor Delfín —contestó ella—, me llamo Jehanne, la Pucelle; y el Rey del Cielo te envía una palabra a través de mí, por la que tú serás consagrado y coronado en Reims, y que tú serás el lugarteniente del Rey del Cielo, que eso es ser rey de Francia». Después de que el rey le hubiera hecho unas cuantas preguntas, ella le dijo: «Con mis respetos, te digo que tú eres el verdadero heredero de Francia e hijo del Rey, y Él me envía para guiarte hacia Reims al final, donde puede que recibas tu coronación y consagración. Si tú quieres». Al acabar la entrevista, el rey dijo que Juana le había confiado secretos que no podían ser sabidos por nadie, excepto por Dios, quien había puesto mucha confianza en ella. Todo esto he oído sobre Juana, pero no tengo testimonios sobre esto.
Parece ser entonces que, según el Duque de Alençon, estas habrían sido las palabras que convencieron al delfín y también a su joven esposa
Yolanda de Aragón; el delfín entonces le asignó dos oficiales,
Ambleville y
Guyenne, para protegerla.
Jean d’Aulon se encargó de su intendencia. De todos modos, el delfín no dio carta blanca a Juana, ya que las presiones en su corte estaban diversificadas. Así pues decidieron hacerle una especie de proceso en
Poitiers, para verificar si ella era quien decía que era. De este proceso ella hizo muchas referencias delante de sus jueces en Ruan, pero lo cierto es que los documentos de Poitiers se han perdido, después de haber pasado por la
Universidad de París (reticente al delfín) y por los propios jueces de Ruan.
Sobre Poitiers, lo que se sabe es a través de las declaraciones en el proceso de nulidad, y así se sabe para empezar que su duración fue de tres semanas, y que Juana consiguió dejar una buena impresión en los teólogos que la examinaron.
Maître François Garivel, que era Consejero General del rey, dio los primeros detalles, diciendo que ciertamente el proceso duró tres semanas y básicamente se trataba de plantearle muchas preguntas a Juana, para después poder examinar sus respuestas y su expresión; proceso que resultó satisfactorio, ya que ella siempre se mantuvo dentro de sus creencias y con gran firmeza, siempre defendiendo que era una mensajera de Dios y venía a llevar al delfín a Reims para consagrarlo. También añadió que le sorprendió que ella siempre llamase al rey, delfín; y cuando le preguntó por qué no le llamaba nunca rey, obtuvo esta respuesta: «Ella me respondió que no lo llamaría Rey hasta que no fuese coronado y ungido en Reims, ciudad a la cual pretendía conducirlo».
En Poitiers, la firmeza que demostró Juana en sus creencias fue clave para ganarse la confianza de los interrogadores. Estos, naturalmente, pidieron que les diera alguna señal para que ellos pudieran confirmar que ella realmente era la mensajera de Dios que decía ser. Ella respondió que no había ninguna otra manera que darle el número de soldados que el delfín creyera conveniente, con los cuales ella misma levantaría el asedio de Orleans.
Gobert Thibaut, terrateniente del rey de Francia y amigo de Poulengey, enriquecería con sus declaraciones los detalles del proceso en Poitiers, explicando que durante las tres semanas, Juana se alojó en casa de
Jean Rabateau. Además de hacer unas declaraciones muy positivas respecto a ella, concretó que los doctores y jueces consideraron verdad tanto su mandato divino como sus predicciones.
Maître Jean barbin, doctor en leyes y abogado del rey, siguió en la misma línea e hizo una referencia a
María de Avignon «la
gasque d’Avignon», una mujer que hizo ciertas predicciones a inicios de siglo, causando una gran conmoción. Ésta se dirigió al rey de Francia anunciándole que a su reino le esperaban grandes calamidades por sufrir, y habló de unas visiones en las que veía el reino desolado mientras en otras se le aparecía un ejército que se ponía en sus manos. Ella se acobardó ante la idea de tener que hacerse cargo, pero dijo que algún día vendría una joven maga que tomaría el ejército y salvaría a Francia. Así, el doctor concluyó diciendo que naturalmente pensaron que Juana era esta doncella de la que hablaba María.
Finalmente testificaría el hermano
Seguin de Seguin, dominico, profesor de teología y decano de la Facultad de Teología de Poitiers. Éste comentó cómo había escuchado de mano de
Maître Jean Lombart la aventura de Juana hasta Poitiers, y después explicó que quiso poner a prueba su fe, preguntándole en qué dialecto le habían hablado las voces. La respuesta fue: «Uno mejor que el vuestro». Entonces él le pidió pruebas y ella, irritada, le replicó pidiendo un ejército, de número a decidir por el rey, con el que se haría con Orleans.
Campaña del Loira
La
Campaña del Loira fue la primera operación ofensiva francesa en más de una generación. Con el ejército francés comandado por Juana, consistió en la liberación del sitio de
Orleans y en la recaptura de varios puentes sobre el río que estaban en poder del enemigo desde hacía mucho tiempo, fracturando el territorio francés en dos partes (norte y sur) e imposibilitando a los franceses para trasladar tropas, logística y suministros de una orilla a la otra. Por añadidura, se sabía que el plan inglés preveía utilizar al río Loira como cabeza de puente para lanzar una enorme operación ofensiva que, seguramente, hubiese culminado en la conquista de toda la Francia meridional y la destrucción total y absoluta del estado francés. La campaña del Loira, en consecuencia, consistió en cinco acciones:
A estos combates se suma el extraño caso de la
Batalla de los Arenques. Tras romper el cerco de Orleans, el ejército de Juana se desplazó a lo largo del río, liberando en menos de una semana los tres puentes de Jargeau, Meung y Beaugency. Luego de la victoria decisiva de Patay, quedó por fin expedito el camino de las tropas galas para poder dirigirse al norte y atacar a los ingleses en sus bastiones, frustrando al mismo tiempo el plan anglosajón de invadir Francia completa.
La confirmación de la validez de la palabra de Juana: Reims
El viaje hacia Reims
El viaje que tenía que llevar a Carlos VII hacia su consagración se presentaba muy difícil aun con la alta moral del ejército tras Poitiers, pues tanto la ciudad como el trayecto estaban en manos de los borgoñones. Sin embargo, Juana había dicho que ella libraría a Orleans de su asedio y llevaría el rey a Reims.
La comitiva de la corte inició el camino hacia esa ciudad, pero se encontró con que la fama de la Pucelle se había extendido por buena parte del territorio y había hecho que el ejército armagnac del delfín fuese temido. Aquello fue una sorpresa que se fueron encontrando al paso por las diferentes villas de renombre que habían en la ruta que llevaba a Reims, bien al norte de Francia. Así pues, Juana pasó sin demasiados problemas por sucesivas ciudades como Gien,
Saint Fargeau,
Mézilles,
Auxerre,
Saint Florentin y Saint Paul (ruta que hizo desde la victoria de Patay el
18 de junio, hasta el
5 de julio en Troyes).
Desde Gien, se fueron enviando invitaciones a diversas autoridades para asistir a la consagración del delfín, quien quería hacer saber a todo el mundo que sería oficialmente el nuevo rey legítimo de Francia. El
29 de junio, el Delfín organizó a sus tropas. De Auxerre se llegó a prever una guerra dado que había una pequeña guarnición enemiga, pero después de tres días de negociaciones se consiguió obtener la colaboración de estos con Carlos VII y las consecuentes provisiones con tal de proseguir la ruta (aproximadamente el
1 de julio).
Idéntica situación presentó
Troyes; una ciudad con guarniciones borgoñonas de más de medio millar de hombres. Los nobles de sangre real y la mayoría de los capitanes creyeron conveniente llevar la batalla a la zona de
Normandía como siguiente paso, antes de pasar por Reims y así aconsejaron al Delfín, con la oposición de Juana, cuyas voces le habían indicado que el camino a seguir en aquel momento no era otro que la coronación definitiva del delfín en Reims, porque aquello ayudaría a menguar la autoridad, el soporte y el poder de sus enemigos. Y con esta idea fue a convencerlo, acompañada de Jean de Orleans, el Bastardo, en
Troyes, después de haber convencido a la mayoría de los capitanes, según el propio Bastardo confesaba en el proceso de nulificación. Mientras tanto, la ciudad de Troyes se dividía entre los que estaba dispuestos a aguantar y los burgueses de la ciudad, temerosos de las duras consecuencias que podía tener verse involucrados en un asedio.
Juana consiguió convencer al rey gracias al argumento de sus voces. El Bastardo recordó en el proceso lo siguiente:
Noble Delfín —dijo ella—, ordena a tu gente que vaya y ponga en asedio el pueblo de Troyes, y no perdáis más tiempo en tales largos consejos. En nombre de Dios, antes de que hayan pasado tres días, yo os llevaré hacia el interior del pueblo, de buenas maneras o por la fuerza, y dejaremos atónitos de gran manera a los falsos borgoñones.
De esta manera, el rey aceptó. La villa cual no se atemorizó inicialmente mientras Juana desplegaba a las tropas. Una de los encuentros más importantes fue entre Juana y el hermano
Ricard, enviado por los troyenses. De este encuentro, Ricard resultó convertido en un hombre fiel a la causa armagnac, según un burgués de París en el libro titulado
Le Journal d'un Bourgeois de Paris. Es un libro anónimo, pero se sobreentiende que lo escribiría aquel que se puso en el título de este.
El ejército permaneció a las puertas de Troyes durante cinco días con las negociaciones, del 5 al 10 de julio, cuando pudieron entrar en la ciudad. La guarnición borgoñona permaneció pasiva, sin oponer resistencia. Tras esto, las siguientes villas no supusieron dificultad alguna. El
12 de julio se llegó a
Arcy y un día después a Châlons. Fue por estos pueblos, cercanos a su Domremy natal, en los que Juana se reencontró con gente de Domrémy, como un primo suyo cistercense llamado
Nicholas Romée, o
Jean Morel, padrino de ella, entre otros villanos.
El día
15 de julio, la cabalgada (
la chevauchée, como se conoce en francés) llegó al castillo de
Sept-Saulx no muy lejos ya de Reims, que ese mismo día se sometió formalmente al Delfín. Finalmente el
16 de julio entró la comitiva armagnac en la ciudad de Reims.
Sabemos que el día de la consagración definitiva del rey francés en Reims fue el
17 de julio. No fue la ceremonia más espléndida del momento, ya que las circunstancias de la guerra lo impedían, pero el ritual se llevó a cabo de todos modos. Juana asistió y parece que en una posición privilegiada y con su estandarte, lo que delató uno de los momentos claves en la historia de Juana, representado en algunos cuadros. Este momento es tomado tradicionalmente como el clímax de la epopeya de Juana, el punto más álgido.
La otra epopeya: el camino hacia Ruan
La campaña en la Île de France
Llegados a este punto, teóricamente Juana ya no tenía nada más que hacer en el ejército. Había cumplido su promesa perfectamente, o según ella, simplemente había cumplido correctamente las órdenes que le habían asignado sus voces. Pero ella, como muchos otros, vio que mientras la ciudad de
París estuviese tomada por las tropas inglesas, difícilmente el nuevo rey podría hacerse claramente con el control del reino de Francia.
El mismo día de la coronación, Juana envió una carta al Duque de Borgoña, haciendo una referencia a otra enviada tres semanas antes en la que le pedía que acudiera a la coronación del delfín. De aquella no obtuvo respuesta. El motivo de la carta era la demanda de una tregua a petición del nuevo rey de Francia. Ella fue respetuosa en el tono de la demanda, aunque le recordó, una cosa muy usual en aquella época, quizás intentando dejándole entrever una contradicción en sus alianzas contra el
armagnac: «…como los cristianos fieles tendrían que hacer; y si os complace hacer la guerra, entonces id contra los
sarracenos». Esta carta es un testimonio más que refleja la presencia de las luchas entre cristianos e islámicos en la
Edad Media. Así, incluso para ella, el objetivo islámico era normal y legítimo, siguiendo el dogma cristiano del momento.
El mismo día de la coronación aún llegaban emisarios del Duque de Borgoña y se iniciaron las negociaciones para llegar a la paz, o a una tregua, que fue finalmente lo que se pactó. No fue la paz que deseó Juana, pero por lo menos se obtuvo durante quince días. Sin embargo la tregua no fue gratuita, ya que hubo intereses políticos detrás de esta.
Así pues, Carlos VII necesitaba tomar París para ejercer la autoridad de rey con poder efectivo sobre el reino, además de que no tenía interés en crearse un mala imagen llevando a cabo una conquista violenta de tierras que entonces pasarían a sus dominios y un día u otro le podrían pasar factura; pero por otro lado, lo que movió al Duque de la Borgoña a firmar la tregua, fue la necesidad de ganar el tiempo suficiente para rehacerse. Es decir, poder hacer un examen general de la situación, resituarse sobre el terreno y rehacer las alianzas con el inglés Bedford, regente por aquel entonces de Inglaterra (
Enrique VI no alcanzó la mayoría de edad hasta
1437).
Una tregua con el Duque de la Borgoña no quería decir cesar las luchas contra los ingleses. De este modo, el ya rey Carlos decidió con el objetivo claramente fijado en París, aprovechar la tregua llevando al ejército real de campaña por la actual región francesa de
Île de France con la esperanza de irlas avasallando poco a poco, así sacrificaba la opción de atacar directamente la capital en favor de poderla atacar después con más puntos a favor. Así el ejército pasó sucesivamente sin tropiezos por ciudades como
Corbeny el
21 de julio,
Soissons el
23 de julio, el Castillo de
Thierry cuatro días después,
Montmirail ya el
1 de agosto,
Provins el 6,
Coulommiers un día después,
La Ferté-Milon el
10 de agosto, y
Crépy el once. El objetivo era ir colocando sus tropas de forma estratégica para amenazar la capital del reino.
Los días siguientes, el doce y el trece de agosto, Carlos probó desde Crépy el ataque directo contra París. De la villa restante al nordeste de la capital francesa, hicieron un pequeño desplazamiento, primero a
Lagny le-Sec y después a
Dammartin. Pero la guarnición anglo-borgoñona, alerta, hizo una buena anticipación saliendo al encuentro de estos y los consiguieron parar, haciéndolos retroceder otra vez hasta Crépy. Aquella tentativa armagnac llamó la atención inglesa que mediante Bedford, les envió una contraofensiva, un reto de duelo el
14 de agosto en
Montépilloy, al cual accedieron a ir los franceses al día siguiente. Allí los ingleses tenían una resistencia bien formada, capaz de hacer frente al ejército real francés conducido enérgicamente por Juana.
Montépilloy era una villa que quedaba en medio de Crépy y París, y allí los ingleses estructuraron su guarnición de la forma tradicional: con los arqueros delante esperando al adversario. La batalla fue en sí lo suficientemente extraña como para provocar, después de diversos ataques, la retirada a París de las tropas inglesas mientras su comandante, Bedford, iba a Ruan a sofocar unas revueltas que habían estallado. De hecho, los franceses, que hasta aquel momento no habían encontrado una resistencia de cierta entidad en la Île, habían preferido hacer de esta gira alrededor de París una exhibición, evitando enfrentamientos directos con los borgoñones. Esta actitud no gustaría apenas a Juana. La batalla de Montépilloy dejó entrever que el ejército inglés no mostraba una actitud muy diferente del armagnac.
De esta manera, quien salía ganando en todo esto, aparte de los armagnacs haciéndose con Montépilloy, era
Felipe el bueno, el Duque de la Borgoña, a quien Bedford confiaba la defensa de la capital francesa. El borgoñón se saldría con lo que buscaba, ya que tenía a favor la propia ciudad, que era potencialmente pro-borgoñona.
París
Juana pisaría
Compiègne (una villa que toca al
Oise, un afluente del
Sena estando en territorio borgoñón) por primera vez a mediados del mes de agosto, aproximadamente el 18 junto con el ejército y el rey. Una vez allí la ciudad abrió las puertas a su llegada. La situación llegó a ser un poco peculiar, porque el avance de las tropas francesas hacia París contrastaba con la propia diplomacia armagnac, que se dedicaba a ofrecer pactos y entendimientos con los borgoñones, los verdaderos enemigos en aquella zona. El
21 de agosto incluso se llegó a una pintoresca tregua que tenía como finalidad cesar los ataques durante cuatro meses además de ceder algunos pueblos al Duque de Borgoña, asimismo se llegó a prometer una Conferencia de Paz de cara a la primavera del siguiente año. Naturalmente se trataba de una estrategia para confiar al enemigo borgoñón; ya que dos días después de la tregua, el 23, Juana y el Duque d’Alençon se fueron de Compiègne, dejando al rey, para atacar finalmente el objetivo final: París.
En dos días se plantaron en Saint Denis (justo delante de la capital de Francia siguiendo el curso del Senna) con un batallón. Desde allí querían lanzar los ataques contra las puertas de la fortificación parisina. Pero tuvieron que esperar a la llegada del rey para un ataque contundente y definitivo, que se hizo efectivo en Saint Denis el
7 de septiembre. Así pues, al día siguiente se decidió atacar por la puerta de
Saint-Honoré, que quedaba al noroeste de la ciudad. La ofensiva resultó un fracaso dada la resistencia borgoñona combinada con la ya anticipada tendencia también pro-borgoñona de sus habitantes. Además, Juana fue herida por una flecha en un muslo. Esto aceleró la decisión de que el rey estaba destinado a tomar: la retirada (efectiva el
10 de septiembre). Esta decisión era totalmente la contraria de la que habría querido Juana, que como en las otras batallas había demostrado coraje y valentía.
Juana retornó a Saint Denis el día 9, donde dio gracias a Dios de que no fuera mortal. A partir de aquel momento, el delfín, entonces rey, tomó plenamente el control de la situación en el seno de su ejército y su corte, pasando a ser la figura más influyente en las decisiones del mismo; obviando las voces de Juana que hasta ahora había tenido en cuenta. Así pues, puso freno y detuvo la campaña militar, lo que, a partir de aquí, supuso un factor de tensión con la propia Juana. Con aquella parada el rey francés no expresaba la intención de abandonar definitivamente la lucha, sino que simplemente optaba por pensar y defender la opción de conquistarla mediante la paz, tratados y otras oportunidades en un futuro. Precisamente esta es la vía que decidió priorizar como máximo dirigente, la vía del pactismo.
El
21 de septiembre disolvería el ejército real en Gien; después de hacer un recorrido que lo llevó camino del valle del Loira, saliendo del núcleo parisino el
11 de septiembre, y atravesando ciudades destacadas como
Provins o
Montargis.
Seguir por la vía del pactismo significaba reafirmarse en la idea de que Juana ya no le era necesaria. Ella había prometido coronarlo en Reims y así había sido. Una vez consagrado quería aplicar la política que él creía conveniente aplicar con legitimidad para ser el rey. Su objetivo final era el de rehacer la armonía entre la nobleza de Francia, rehacer la estructura familiar y llegar a la paz definitiva con los borgoñones, con tal de afrontar con mucha más fuerza la expulsión definitiva de la presencia inglesa en su reino. Para hacer esto, necesitaría el tiempo que estaba dispuesto a pasar evitando incomodar a los borgoñones no humillándolos con victorias militares. Según su filosofía sólo así podría hacer frente a Enrique VI (en 1435, finalmente el rey de Francia obtendría la ciudad de París de manos del Duque de la Borgoña, Felipe el Bueno mediante el
Tratado de Arrás). Esta estrategia nunca se la dio a saber a Juana, aunque probablemente no tenía ninguna obligación de hacérsela saber, como tampoco la tenían sus consejeros, dado que, de hecho, ella nunca había pertenecido al Consejo Real.
Las desavenencias de Juana con la Corte
Juana comenzó a inquietarse profundamente ante la nueva estrategia del rey, pausada y sin la urgencia de los últimos tiempos. Ella no podía acabar de comprender sin explicación alguna cómo el rey había decidido dejar de lado la componente militar por los procesos de tregua. Además, decidió separar a los generales dividiéndolos y destinándolos a diversas regiones. De este modo, cuando Juana quiso reemprender la campaña militar, lo tuvo que hacer sin la presencia del Bastardo ni del Duque de Alençon; este último pidió sin éxito a la Corte que Juana le acompañase en la campaña en Normandía.
En este período de treguas, Juana residió en
Mehun-sur-Yèvre con la corte. Allí, Carlos VII establecería su residencia favorita y en
1461 moriría. Mehun es un castillo que había sido restaurado por el tío de Carlos VII y que quedaba bastante lejos de París, en la zona de influencia del Loira. Así pues, sola, preparó allí una serie de enfrentamientos con la intención de reemprender la campaña militar, empezando por
Saint Pierre-le-Moûtier y
La Charité-sur-Loire. Pero primero tuvo que pasar por
Bourges, hoy importante ciudad atravesada por el
río Cher, para encontrar los refuerzos necesarios.
Jean D'Aulón lo explicaba en el proceso de nulificación: «…para conseguir esto y reclutar hombres, la Pucelle fue al pueblo de Bourges, en el que reunió a sus fuerzas; y desde allí, con un cierto número de hombres armados, de los cuales
Lord Elbret era el cabecilla, fue a asediar el pueblo de Saint Pierre le Moustier».
Sobre Saint Pierre, ciudad también del entorno del Loira como La Charité, Juana se dirigió a finales de octubre, y la tomó el
4 de noviembre. No obstante, había fallado en un primer momento, según explicó
Juan Daulon escudero y por lo tanto testimonio de los hechos:
…y los que habían lo hicieron lo mejor posible por tomarlo [St. Pierre], pero a causa del gran número de gente en el pueblo […] los franceses se vieron obligados y forzados a abandonar […] y en este momento, el «Testificante» [Juana siempre habló autodenominándose «el Testificante», expresión comparable a «una servidora» y expresándose además en tercera persona (muy utilizado en esa época) como si estuviera hablando de otra persona] fue herido por un golpe en el talón, que no se rompió pero que lo dejó sin aguantarse de pie ni poder caminar. Entonces se dio cuenta que la Pucelle se había quedado acompañada por un número muy reducido de su gente y de otros; y el Testificante, viendo que el problema podría ir más allá, [recuérdese que una buena parte del ejército había huido] montó un caballo y acudió inmediatamente su auxilio, exigiéndole qué estaba haciendo allí sola y por qué no se había ido como el resto. Ella, después de sacarse el casco de la cabeza, replicó que en absoluto estaba sola, y que todavía le quedaban en su compañía cincuenta mil de sus hombres, y que no se iría hasta no tomar el pueblo. Y el Testificante dijo que en aquel momento ella podía decir lo que quisiera, que con ella no había más que cuatro o cinco personas [no en el sentido literal, sino utilizando una figura retórica, como «sólo cuatro gatos»], y esto él lo sabe perfectamente […] quien de manera parecido la veía.
Jean le volvería a exigir que se retirara del
campo de batalla, en respuesta de lo cual obtendría la orden de ir a buscar un puñado de hoces y vallas para construir un puente que les permitiera atravesar la trinchera con el pueblo. Los pocos que quedaban, así lo hicieron de forma eficiente, de lo cual obtendrían la entrada y la victoria sobre aquel pueblo y que su resistencia fuera más reducida. Añadiría que aquellas acciones crearían en él una imagen mucho más divina de «la Pucelle».
Antes de proseguir con La Charité, el
20 de noviembre de 1429 Juana dirigió una carta al Rey, implicando a
Catherine de La Rochelle, defensora del punto de vista de las treguas, como el Rey. Esta mujer se asociaba con el hermano franciscano Ricard. En este caso, Juana respondió a las afirmaciones de Catalina en las que expresó que había tenido unas visiones en las que se le aparecía una mujer vestida de blanco (en alusión a Juana) y con unos zapatos de oro diciendo que iría a por todas las ciudades reclamando el oro y la plata, al igual que lo reclamaría al Rey (haciendo referencia a que finalmente todas estas riquezas irían a parar a las manos de Juana en «Gratitud» por los servicios prestados). Juana desmintió con la carta todas las afirmaciones de Catalina y le recomendó que volviera con su marido a las tareas domésticas y a criar a la descendencia. Además añadió que cuando viera al rey le informaría del estado de «Locura completamente sin sentido» de aquella mujer.
Y seguidamente preparó el asalto a La Charité, un asalto que se alargaría profundamente. Este es uno de los puntos más relevantes en la historia de la marginalización de Juana. El rey le proporcionó un ejército que nunca estuvo a la altura de la resistencia de la ciudad. No demasiado bien equipado y de número bajo. Juana pidió unos refuerzos a las ciudades de alrededor que nunca llegaron, excepto el material que envió
Clermont-Ferrand. Y finalmente, el día de
Navidad, después de un mes y un día, Juana decidió abandonar el asedio contra aquella ciudad dejando la artillería que quedaba. Además, las condiciones climatológicas se hicieron más difíciles, ya que poco a poco se adentraba en las fases más profundas del invierno, un período tradicionalmente poco dado a las guerras.
¿El ennoblecimiento de su familia?
Sobre este tema se vuelve a encontrar diversidad de opiniones, por lo tanto la discusión está abierta entre los teorizadores «clásicos» y los «ortodoxos». Para empezar, para la mayoría de los primeros acostumbra a ser la prueba que clarifica que se tiene que llamar Jehanne con el apellido, es decir, «Jehanne Darc» (hoy «Jeanne d’Arc») con el simple razonamiento de que se trata de un documento oficial. Esta afirmación ultrapasa la palabra de Juana en el proceso (anteriormente nombrada), declaración de esta que defienden los «ortodoxos» tendiendo a afirmar que este documento se trata de un fraude y, por lo tanto, es falso.
Teóricamente el rey tramitó una carta de ennoblecimiento a la familia de Juana (que englobaba también su descendencia masculina y femenina) el
29 de diciembre en Mehun. Este es el presunto hecho que es considerado por los defensores de su validez como una especie de recompensa por los servicios prestados.
La polémica por la oficialidad del apellido «Darc» se amplía además cuando el otro sector de historiadores analiza el texto. De este modo se incluye en la discusión la paternidad y maternidad real de Jacques e Isabelle, que aparecen en el texto como padres de ella, en un texto supuestamente oficial. Los puntos más relevantes que se acostumbra argumentar para demostrar que el texto es falso y que, por consiguiente, no hubo ningún ennoblecimiento, son los siguientes:
En primer lugar, haciendo referencia al nombre Jehanne Darc, ella nunca se llamó de ninguna otra manera que de la que declaró en el proceso, es decir: «Dentro de mi pueblo se me llamaba Jehannette. En Francia desde mi llegada se me llamaba Jehanne». El mismo juez principal de Ruan no la llamó de ningún otro modo que «Jehanne, comúnmente llamada la Pucelle» durante todo el proceso. Juana, «la Pucelle», es la fórmula que siempre utilizó en todas sus cartas ella misma, como tampoco le pusieron ningún apellido los villanos declarantes en el proceso de nulificación.
En segundo lugar se pone en entredicho la veracidad concreta de ciertos fragmentos, los más discutidos son en los que se hace referencia a aquello que hizo Juana por la corona francesa: «Es por eso que nosotros hacemos saber que, teniendo en cuenta aquello de más arriba [se refiere a los términos que se habían expresado en el párrafo de más arriba de la carta], considerando además agradables los muchos y aconsejables servicios que Jehanne la Pucelle ya prestaba, y prestará en el futuro, lo esperamos, por nosotros y por nuestro reino, y por otras ciertas causas que nos mueven, con esto ennoblecemos la susodicha Pucelle…»
Entonces la pregunta que se hacen los detractores es la siguiente: ¿por qué la carta no describe las campañas, los méritos en sí que la han llevado a este reconocimiento? Afirman pues, que todos los documentos de este tipo del siglo XV contienen una detallada descripción de los hechos que, en efecto, provocan estas letras de ennoblecimiento. En este caso, Juana consiguió conducir a Carlos a Reims después de las ya nombradas gestas, que el propio rey había reconocido.
En tercer lugar, se habla del ennoblecimiento para toda la familia, tanto en línea masculina como femenina: «…y a pesar de su parentesco y linaje, y en favor y contemplación d’icelle Jehanne, toda su descendencia masculina y femenina…». En este caso, se puede remitir a debatir esta sentencia afirmando que en Francia ya había una
ley sálica y por lo tanto, las mujeres no podían beneficiarse de estos favores por línea hereditaria. Los «ortodoxos» afirman que
Carlos V de Francia, primer
Delfín de Francia, hacía una ordenanza en
1368 con la que reforzaba que la nobleza únicamente se transmitía por línea masculina. Así de este modo quedaría sin validez el tema de la descendencia vía línea femenina.
El último punto que se acostumbra a criticar es el del sello que se usó para la carta. Los estudios realizados nos dicen que se trata del sello ordinario que el rey utilizaba, y del Gran Sello, guardado por
Regnault de Chartres, quien parece ser que durante aquellos días no se separó. El Gran Sello era obligatorio para las Cartas de ennoblecimiento.
Finalmente los defensores de las afirmaciones de que la carta es falsa, hacen un salto en el tiempo y viajan a los años
1550 con
Robert de Fournier (
barón de Tornebeu), y al
1600 con
Charles du Lys, los cuales parece ser que eran descendientes de la familia «Darc» y reclamaron los derechos nobiliarios que teóricamente les pertenecían. Pues bien, parece que tuvieron que litigar para conseguirlos; un hecho una poco extraño, ya que les deberían venir de herencia.
Otras tesis sobre este hecho no responden necesariamente a la «clásica»; se habla de una confirmación de la carta de ennoblecimiento con Robert (barón de
Tournebeu), que en octubre de 1550 hizo una petición junto con su sobrino
Lucas de Chemin, señor de
Féron, los dos descendientes de una hija de
Pierre du Lys. Por otro lado, se dice que de los tres hermanos de Juana, dos tuvieron descendencia: Jean y Pierre. Los descendientes del primero adoptaron el nombre «Du Lys», y del segundo salieron dos hijos del mismo nombre: Jean. El primero tuvo una hija y el segundo se convirtió en Regidor de
Arràs. Este último volvería a Francia y adoptaría también el nombre «Du Lys» y tendría dos bisnietos,
Charles du Lys y
Luc du Lys, que reclamarían los derechos.
Todavía otra hipótesis nos dice que Pierre du Lys, hermano de Juana, tuvo un hijo, Jean du Lys, que murió sin descendencia en 1501. Así, durante los siglos
XVI y
XVII, aprovechando que uno de los privilegios del ennoblecimiento de las familias era la exención de pagar los impuestos, habrían aparecido falsos familiares o descendientes de la familia de Juana que habrían querido aprovecharse. Así explican la demanda y los litigios de Charles du Lys y del barón de Tornebeu. También se afirma en este sentido, a la hora de explicar los litigios, que
Carlos IX (1550-1574) suprimió los beneficios de transmisión para las mujeres y así estos tuvieron de apoyarse en la descendencia del hermano de Juana, Pierre du Lys, del único que se sabía que había tenido un hijo. Probaron inventándose otra mujer para Pierre, que tuvo únicamente un hijo, sin descendencia (Jean du Lys) y a partir de aquí una serie de hijos que no aparecen registrados en las encuestas de nobleza hechas de
1476 a
1551. Así pues el ennoblecimiento de Juana y de su familia sigue siendo un misterio.
El declive definitivo: las últimas campañas
Juana pasó el resto del invierno, después del abandono de la campaña en La Charité, en el castillo de
Sully, el cual pertenecía a
Georges de la Trémoille, después de algunas estadas en Bourges y en Orleans. Mientras seguían los trámites que llevaban el delfín y el Duque de la Borgoña con Compiègne. El rey de Francia había aceptado que esta ciudad, que estaba en territorio borgoñón, pasara a este a cambio de la neutralidad del Duque. Pero el Borgoñón todavía seguía con las negociaciones paralelas con Inglaterra, lo cual no gustó nada al rey, que le había ofrecido su confianza y finalmente decidiría volver a tomar la ciudad, que ya tenía a su favor en cuanto a sus habitantes.
Este fue uno de los motivos del retorno de Juana al panorama militar. Ella seguía con la intención de hacer lo posible para expulsar definitivamente a los ingleses, sin pasar por las treguas que intentaba pactar Carlos VII. Estas treguas finalizaron en marzo de
1430 y Juana, que pacientemente las había respetado, volvió al campo de batalla, en dirección a Compiègne con un modesto batallón y lo hizo sin esperar a que el rey se lo permitiera. Paralelamente a esto, Juana dictó diversas cartas desde Sully: dos dedicadas a los ciudadanos de Reims (los días 16 y
28 de marzo) donde les aseguraba que los auxiliaría en caso de asedio (estos se habían dirigido antes a ella temiéndose uno) y otra carta el 23, mucho más atrevida y después polémica, a los
husitas. De hecho se trataba de un ultimátum en el que los trataba de herejes llamándolos a que volvieran a la fe católica y así a la luz verdadera si no querían que ella misma liderara una cruzada contra ellos. La utilización que se hizo después por parte de sus detractores es la que se quiso poner en el lugar del Papa, que acababa de anunciar una, en la que pretendían tomar parte junto a los borgoñones y los ingleses.
Parece ser que esta carta amenazadora fue influida por el hermano
Jean Pasquerel, su confesor. Junto con él y su hermano Pierre,
Jean d'Aulón y el pequeño batallón, partieron de Sully. El primer reto de esta nueva etapa en los campos de batalla fue en
Lagny-sur-Marne, al lado del río
Marne, afluente del Sena muy cerca de París. Allí había guarniciones inglesas y destacamentos borgoñones. Juana los pudo derrotar el
29 de marzo gracias también a la ayuda de las tropas
mercenarias itálicas de
Berthelemy Baretta que reforzaron el regimiento de Juana con unas 200 unidades.
Ya en abril del mismo año, Juana protagonizaría la última de sus victorias en el campo militar. Fue en un encuentro con las tropas borgoñonas dirigidas por
Franquet d'Arras. Necesitó cargar tres veces contra la defensa mercenaria borgoñona que había salido de París con más de 300 unidades, frente a las cerca de 400 que dirigía Juana sin refuerzos por parte del rey. La batalla acabó pues con la rendición d'Arras, que le ofreció su espada como prueba. Este aspecto sería tratado en el proceso de Juana el
24 de marzo de 1431, ya que ella dijo que a partir de aquel momento utilizó la espada ganada mientras que no quiso dar detalles de la que llevaba habitualmente, la que había recibido en Sainte Catherine de Fierbois. El destino d'Arras fue convertirse en prisionero, y de aquí a su ejecución después de un proceso de unos quince días en Lagny mismo, a manos de un oficial de
Senlis de la justicia de Lagny.
El
10 de marzo de 1431, Juana declaraba en su proceso, que en la semana de Pascua de 1430 (se cree que el
22 de abril), estando en Melun, sus voces, las de Santa Catalina y Santa Margarita, le hicieron saber que sería capturada antes del día de
San Juan, es decir, el
24 de junio, pero no tenía por qué sufrir porque Dios le ayudaría a pasar el trance. Además ella probó de pedir a qué hora sería tomada presa, pero las voces no se lo dijeron.
El
24 de abril Juana llegaría a Senlis, donde teóricamente esperó por unos refuerzos del delfín. De aquí hasta el
14 de mayo no se sabe con certeza qué es lo que hizo. Se sabe que habría pasado por Crépy, Compiègne y por Soissons (que no permitió que Juana actuara excusándose con que la gente no quería problemas.
Guiscard Bournel, el capitán de esta ciudad, vendería semanas después de forma secreta la ciudad a los borgoñones), volviendo el 14 a Compiègne. De todos modos, lo que está más claro es que mientras tanto la alianza anglo-borgoñona se rehacía y el Duque de Borgoña comenzaba a ganar terreno con el afán de hacerse con la ciudad de Compiègne. El objetivo era asediarla, ya que los ciudadanos se mostraban pro-armagnacs y no ofrecían su rendición. El
6 de mayo la corte armagnac reconocía el desastre que habían producido las últimas treguas pactadas con los borgoñones, sobre todo la tregua de neutralidad con Compiègne (afirmación reforzada por el arzobispo de Reims), que las habían aprovechado para rehacerse y rehacer las alianzas con Inglaterra e iniciar otra vez toda una serie de batallas.
Así el Duque consiguió avanzar bastante durante el mes de mayo con el objetivo de llegar pronto a Compiègne. Primero tomó el puente de
Choisy-au-Bac, ciudad que cayó el
16 de mayo, siguió haciéndose con el monasterio de
Verberie y finalmente consiguió llegar a Compiègne a finales de mes, el 22, día en que la puso en asedio. Por su lado, se sabe que Juana del 17 al 21 de mayo pasó nuevamente por Crépy, lugar del cual sacó más refuerzos para poder redirigirse a Compiègne contribuyendo así a mejorar la defensa de los villanos.
Justo el día que la ciudad cae en asedio, Juana llega con los refuerzos después de cabalgar con sus hombres por los bosques cercanos hasta llegar a la villa. El resto de la noche la pasaría en el interior de la ciudad conociendo que esta estaba siendo asediada y a pesar de las recomendaciones de peligro de sus propios soldados.
Compiègne: la captura
La mañana del día
23 de mayo de 1430, Juana hizo unas plegarias en una de las iglesias de la ciudad. Compiègne estaba capitaneada por
Guillaume de Flavy y fue con este con el que Juana trazó sus últimas estrategias para preparar la batalla que se libraría aquella misma tarde, en un puente en el exterior de las murallas de la ciudad, el cual significaba un enclave de asedio muy peligroso. Los borgoñones ya sabían que de esta manera lo querían tomar.
Las tropas francesas salieron de la ciudad, pero se encontraron con una coalición borgoñona muy fuerte, pero aun así los pudieron hacer retroceder diversas veces. Se encontraron con una especie de emboscada que las crónicas narran como la entrada de los ingleses en la lucha, lo que hizo retroceder a los armagnacs. Los ingleses se posicionaron entre el ejército de «la Pucelle» y el puente al mismo tiempo que una parte de los borgoñones se colocaban detrás del ejército francés; así quedaba rodeado y con muy pocas opciones de resistencia a pesar del apoyo desde las murallas de los arqueros de la ciudad de Guillaume.
Fue cuando la propia compañía de Juana le reclamó que «¡Considerad hacer un esfuerzo para volver a la ciudad, o vos y nosotros estaremos perdidos!». Según las crónicas, la Pucelle tuvo para esto una respuesta bastante furiosa: «¡Quietos! Su derrota depende de nosotros. Pensad sólo en atacarlos». Pero entonces los anglo-borgoñones vieron que Juana hacía maniobras para volver a la ciudad; con un gran esfuerzo se apresuraron a tomar el puente, lo cual provocó una gran escaramuza al extremo de este.
Este fue el momento en el que Guillaume de Flavy, capitán de la ciudad, cometió el error más grande de su vida, lo que le costó muchas críticas y acusaciones. El hecho es que delante de una predecible derrota, se atemorizó y con el propósito de proteger la ciudad para no perderla, ordenó cerrar las puertas de la ciudad de Compiègne, con lo cual ya nadie podría penetrar, ni siquiera «la Pucelle». Naturalmente, las valoraciones posteriores sobre esta decisión son difíciles de hacer y dependen de la óptica con la que se enfoquen. Pero Guillaume no quedó exento de acusaciones de traición.
Según las crónicas, en aquel momento, Juana asumió las riendas de la batalla y se puso al frente con la mayor bravura demostrable. El enemigo vio con astucia que los armagnacs estaban colgando de un hilo y quedaban a merced de ellos y dieron órdenes de tratar capturar a toda costa a Juana. Ella, a su vez, mostró gran resistencia, pero fue sorprendida por cinco o seis hombres de los cuales uno le puso la mano encima mientras los otros sostenían el caballo y le gritaban que se rindiera, aunque sólo consiguieron negativas de Juana en medio del forcejeo.
Los compañeros de Juana intentaron poner medios para recuperarla, pero un arquero borgoñón del
Bastard de la Vandonne le consiguió desenganchar del caballo definitivamente y Juana tuvo de rendirse finalmente al Bastardo,
Lionel de la Vandonne, vasallo del
Duque de Luxemburgo,
Jean de Luxembourg dado que este, que estaba justo al lado en el momento de la caída de Juana, era un noble. En esta misma captura, el hermano de Juana, Pierre también fue aprisionado, (y liberado años después) como
Jean d’Aulón a quien se le permitiría seguir con la intendencia de Juana en cautividad.
El fin del viaje: el proceso en Ruan y la condena definitiva
El último año restante de la vida de Juana, de mayo de 1430 a mayo de 1431, se divide en dos partes, dado que ella todavía tuvo que pasar por un enfermizo periplo de una villa a otra siendo vendida hasta su llegada final a Ruan, donde el obispo de
Beauvais,
Pierre Cauchon, lideraría un proceso eclesiástico irregular, que ocuparía los últimos meses de la vida de Juana, y que acabaría con una
sentencia de muerte en la
hoguera después de haber pasado a justicia secular los días restantes de vida de «la Pucelle»; obviando de momento las tesis que hablan de su supervivencia. Así pues, este
proceso sería uno de los más famosos de la historia, la cual convertiría a la joven Doncella en un mito para Francia, además de su patrona.
La primera etapa del cautiverio de Juana
La primera de las dos etapas se inició con su traslado a una localidad muy cercana a
Compiègne, al noreste, concretamente a
Claroix, donde había una fortaleza. Allí pasó unos pocos días, desde su captura el día 23 hasta el día 27, cuando fue trasladada a
Beaulieu-lès-Fontaines. En mitad del camino, cerca de la villa de
Élancourt, le dieron permiso para ir a hacer unas plegarias a Santa Margarita, cuya voz dijo que había escuchado. Juana se entrevistó entre los días 27 y 28 con el propio Duque de la Borgoña, Felipe el Bueno. En aquellos momentos Juana era propiedad del Duque de Luxemburgo. Desafortunadamente de la entrevista entre Juana y el Duque borgoñón no se sabe qué se dijeron.
Antes de proseguir su periplo en cautividad hacia el nuevo punto geográfico,
Beaurevoir, Juana pasó por diversas experiencias en Beaulieu. El
6 de junio llegaron a la villa de
Noyon Felipe el Bueno y su esposa
Isabel de Portugal. Juana fue trasladada allí, concretamente al lujoso palacio episcopal que había que quedaba cerca de la catedral. Allí también pudo encontrar al Conde de Luxemburgo, Jean y su esposa
Jehanne de Bethune. No se sabe tampoco qué sucedió, pero se apunta a que Juana le causó cierta simpatía a la duquesa Isabel, la cual fue artífice de su traslado a una prisión más digna en Beaurevoir, a finales de junio o a principios de julio.
Pero el mismo junio (no se sabe a ciencia cierta qué día), Juana intentó escaparse por primera vez de la torre donde estaba como prisionera en Beauvais, pero fue detenida antes de salirse con la suya. Mientras, la
Universidad de París, representada por
Pierre Cauchón, proinglés, obispo de
Beauvais y ahora en el exilio en Ruan, iba haciendo escritos al Duque de la Borgoña; el más conocido el del día 22, reclamando la deportación de Juana. Además, advirtieron que los armagnacs, que en aquel momento podrían estar negociando el retorno de la joven doncella, estaban haciendo todo lo posible para rescatarla. Se añade la posibilidad también de que el Bastardo de Orleans y
La Hire, buenos amigos de «la Pucelle», protagonizaran diversas tentativas militares por su cuenta con tal de intentar rescatar a Juana, aunque solo se sabe que coincidieron en
Lovaina en marzo de 1430.
Juana finalmente fue trasladada al Castillo de Beaurevoir, donde pasó el verano recibiendo la amabilidad y el buen trato de tres damas:
Jehanne de Luxemburgo que era la tía de Jean de Luxemburgo, Jehanne de Bethune, la esposa de este, y
Jehanne de Bar la hijastra del matrimonio. Juana que, por orden de sus voces vestía de hombre, intentó ser persuadida por estas mujeres para que retomara los hábitos femeninos. Juana pasaría esta época relativamente tranquila. De hecho esta fue la mejor época de la etapa como prisionera, sobre todo en comparación con la que tendría que vivir en el marco del proceso eclesiástico venidero.
A partir de julio su estancia con las tres damas (casualmente del mismo nombre que ella) es tranquila y no acabó trascendiendo nada durante los dos meses siguientes, agosto y septiembre. De todos modos la documentación vuelve a llegar en octubre de 1430, cuando se comenzarían a multiplicar las negociaciones para poder cobrar el cuantioso rescate por la liberación de Juana. De hecho, Jean de Luxemburgo aprovechó el arresto de una prisionera tan valiosa para obtener el máximo rendimiento político y económico. Pero se cree que su mujer, la duquesa Jehanne, al ver que su marido hacía tratos, le habría intentado persuadir de que no la vendiera a los ingleses. Por desgracia para Juana, la duquesa de Luxemburgo moriría el
18 de septiembre, lo cual dio vía libre a su marido para seguir negociando con los ingleses.
Será aproximadamente alrededor de septiembre a octubre cuando Juana hiciera su segundo y último intento de fuga, tratando de saltar desde una altura de unos sesenta pies, desde la torre donde estaba prisionera. A pesar del riesgo de muerte, sobrevivió milagrosamente sin romperse ni un hueso, salvo con algunas contusiones. Después confesaría que lo hizo contravininiendo las voces que decía escuchar, que le rogaron que no lo hiciera: sabedora de la llegada de los ingleses hacia Compiègne, y de que ella podía acabar vendida a los mismos, se vio en la obligación de prestar ayuda a los ciudadanos y amigos de Compiègne antes de que acabasen masacrados a causa del asedio que estaban sufriendo. Dio gracias a los ángeles por haberle salvado la vida y pidió perdón a Dios por haber pecado, el cual le perdonó (según ella). A resultas del peligroso salto quedaría tumbada sobre el suelo, a los pies de la torre, inconsciente. Se cree que durante tres días no comió ni bebió, recuperándose finalmente del mismo.
Otro hecho destacable al recuperarse del impacto de la caída es que Juana advirtió que sus voces le indicaron que, de todas maneras, el pueblo de Compiègne recibiría los refuerzos suficientes para levantar el asedio alrededor del día de San Martín, que es el
11 de noviembre. Ciertamente el asedio sobre Compiègne sería levantado, gracias principalmente a la llegada providencial de Ponton de Xantrailles, que junto con un regimiento de hombres armados el
25 de octubre, con la ayuda del pueblo, enloquecieron en un fuerte ataque contra la bastilla inglesa de
Pierrefonds. Así pues los ingleses tuvieron que huir y su bastilla fue quemada.
El
2 de noviembre se iniciaría el traslado hacia a
Arras en la deportación definitiva hacia Ruan, efectiva un mes después, a consecuencia de la consolidación de su venta definitiva a los ingleses a mediados de noviembre, después de unos meses de negociación. Jean de Luxemburgo sacaría unas 10.000 libras turnesas. Paralelamente, se discutido profundamente la actitud de Carlos VII hacia esta situación. Lejos de profundizar en juicios fáciles sobre una posible traición del rey sobre Juana, como se ha acusado a Guillaume de Flavy, las circunstancias reales del rey son difíciles de conocer.
Así pues, a la pregunta de si el rey de Francia intentó rescatar a Juana comprándola a Jean de Luxemburgo, nos tenemos que atener a las dos opciones más plausibles: la primera es si intentó negociar por la compra de su libertad y por otro lado si Jean estaba dispuesto a devolverla a los armagnacs. La documentación sobre este asunto falta, con lo cual no se puede demostrar que ni siquiera se hubieran iniciado las negociaciones para intentar recuperar a «la Pucelle», lo que puede hacer pensar que los armagnacs podrían haber dado la causa por perdida, hubiera hecho algún intento que no consta o la hubieran abandonado a su suerte.
Por su lado, Jean de Luxemburgo prefirió hacerse de rogar un cierto tiempo de forma hábil para intentar encarecer la venta. Otras opiniones atribuyen el retraso de tantos meses a las presiones que estuvo recibiendo Jean por parte de damas como su esposa.
Finalmente, Juana pasaría por pueblos como Arras,
Saint Riquier,
Drugy y
Le Crotoy donde pudo contemplar por primera vez en su vida el océano, ya que esta villa está situada en el
canal de la Mancha, al lado de Somme. En Le Crotoy pudo ir a parar al mismo sitio donde el Duque d’Alençon había estado prisionero de los ingleses después de la batalla de
Verneuil, durante cinco años, desde el
14 de agosto de
1424. Ella supo que no tenía ya ninguna opción de salir con vida a diferencia de su amigo.
En Le Crotoy, pueblo que probablemente abandonó alrededor del
20 de diciembre de 1430, también recibió la visita de unas damas procedentes de
Abbeville, que quedaron maravilladas con la recepción que la joven Doncella les ofreció. Además pudieron conocer a otro prisionero:
Nicholas de Queuville, Canciller de la Catedral de
Amiens, con quien le permitieron celebrar alguna misa.
El siguiente pueblo por donde Juana pasó, en un viaje que estaba siendo bastante discreto, fue el de
Saint Valéry, para eso tuvieron que atravesar el
río Somme en un trayecto que les estaba llevando en una ruta de noreste a noroeste, para bajar hacia el sur, bordeando la costa atlántica francesa hasta llegar a Ruan, destino final. A partir de allí se desconoce qué ruta siguió para llegar a Ruan, ciudad que vuelve a quedar tierra adentro; dos opciones se perfilan como las más probables: por un lado la ruta costera: Saint Valéry-
Le Trepport-
Dieppe-Ruan, o la que iría directamente tierra adentro: Saint Valéry-
Eu-
Arques-
Bosc-le-Hard-Ruan. En cualquier caso, las tropas que protegieron el traslado de Juana hacia Ruan llegaron la noche de Navidad: el
24 de diciembre.
El proceso de Juana en Ruan
La Torre «Juana de Arco» en Ruan, donde estuvo prisionera durante el juicio.
El primer cambio que la joven doncella, ahora ya esposada, pudo notar fue el lugar donde la aprisionaron y el trato que recibió, que fue el de prisionera de verdad. Juana fue encerrada en una celda bastante oscura de forma hexagonal dentro de una torre. Esta celda tenía una pequeña abertura que ejercía de ventana y adjunta otra celda menor que servía de letrina. Mientras una comunidad de eclesiásticos comenzaba a mover hilos para preparar los puntos básicos de la acusación de Juana, con ánimo de venganza como después quedaría impreso años después en las diversas declaraciones de algunos de los miembros. Buena parte de los miembros del proceso de Juana estarían comprados, según documentos que han sobrevivido. Estos estaban dirigidos por el obispo de Beauvais,
Pierre Cauchon.
Mientras Juana era vigilada por cinco hombres:
Jean Baroust,
Nicholas Bertin,
Julian Floquet,
William Mouton y
William Talbot; sabiendo que ya había intentado escaparse dos veces, y que era una verdadera prisionera de guerra muy cara. El proceso comenzaría el
9 de enero de
1431, después de ser pasada finalmente a jurisdicción de la
Inquisición de la Iglesia, tal y como reclamaban la Universidad de París y Cauchon desde hacía meses con el apoyo de muchos teólogos seis días antes. Un proceso que pasaría a la posteridad y que convertiría a Juana en la heroína nacional por el modo como se desarrolló y el final de la joven y la leyenda de la que hoy en día todavía se intenta distinguir la realidad de la fantasía, como acostumbra a pasar en estos casos. Juana no estuvo presente en estas diez sesiones preliminares que hubo hasta su aparición frente sus acusadores el
21 de febrero del mismo año.
Pero antes de su entrada en escena, hay que destacar las condiciones en las que se vio sometida la joven doncella. La vigilancia por parte de cinco hombres no fue pasiva.
Ana de Borgoña, duquesa de Bedford, tuvo que amonestar y suplantar dos de los hombres, por los intentos de violación a que sometieron a Juana, que hasta aquel momento todavía seguía siendo una doncella, ya que la misma Ana la sometió a un examen médico el
13 de enero donde una de las testadoras,
Ana Bavon corroboró su virginidad.
Juana iría vestida con ropa de hombre, la que enfadaba a sus jueces, pero se cree que esta vez lo hizo para protegerse de los intentos de violación. Teóricamente era más prudente llevar a la prisionera, como ella misma pidió, a ser recluida en un ambiente femenino para evitar las ambiciones de ciertos hombres. Esta petición no la quisieron entender los jueces que se encabezonarían en obviar las reglas excepcionales de
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) por ejemplo, en la que contemplaba ciertas excepciones en caso de necesidad a la hora de vestir. Así pues, nunca fue aceptada la petición de la joven.
Ya en materia judicial, se dice que el proceso empezó con diez sesiones preliminares el nueve de enero, que se sucedieron durante los siguientes días:
- Enero: Los días 9, 13, 23
- Febrero: 13, 14, 15, 16, 19 (mañana) 19 (tarde), 20.
En estas sesiones se presentaron las pruebas de la acusación. Para los jueces estaban a punto de interrogar a un personaje peligroso, de la que creían que se regía por fuerzas diabólicas u ocultas, en clara referencia a las visiones y las voces. Una especie de insumisa y hereje, lo que no deja de sorprender sabiendo de la religiosidad de «la Pucelle». Naturalmente estaban preparando meticulosamente un proceso de Inquisición. Para los teólogos se trataba de una causa en materia de disciplina y teología muy importante. Y así en las sesiones preliminares comenzaron exponiendo las causas de que se le acusaba, principalmente herejía y el asesinato, al que ella declararía que había preferido llevar el estandarte para no tener que matar a nadie. Ante esto Juana prácticamente no podía hacer nada, ni tan sólo apelando a la autoridad del
Papa de
Roma ni al
Concilio de Basilea.
El día
20 de febrero, Juana fue advertida que finalmente al día siguiente haría ya su primera intervención en el juicio. Ella pidió que hubiera paridad en cuanto al número de representantes franceses como ingleses. Ya sabia, pues, que seguramente no tomaría parte en el proceso más imparcial y objetivo de todos. También pidió asistir a misa antes de comenzar el juicio, peticiones que fueron ignoradas.
El oficial
Jean Massieu escolta el día
21 de febrero finalmente a Juana hacia la capilla real del Castillo. Al principio le hicieron jurar que diría la verdad a lo cual ella se resistió como tantas otras veces; la primera vez aludiendo que no sabía de qué se le interrogaba: «Ignoro la materia del interrogatorio». Finalmente Cauchon le hizo prestar juramento haciendo referencia a las materias relacionadas con la fe. Así se iniciaría entonces el interrogatorio de identidad.
Los jueces vieron pronto que a pesar del origen humilde de la joven doncella y su educación tradicional y típica del campo, no estaba falta de inteligencia. Ya lo demostró con la resistencia que ofreció sólo comenzar. A lo largo del proceso (decidido en sesiones privadas y públicas), Juana poco a poco manejaría con más precisión la dialéctica y el modo de expresar sus voces. La teórica desventaja de la que partía en un inicio era que estaba poco habituada al manejo de la dialéctica y de los conceptos. En cuanto al trato, los jueces estuvieron lejos de tratarla con menosprecio, tanto por su origen o formas, ya que eran conscientes de a quien tenían delante y de la importancia de aquel proceso; no se esperaban que llegara a ofrecer tanta resistencia como les podía haber parecido a priori.
Hay diferentes partes dentro del interrogatorio, es decir, diferentes temáticas dentro de las preguntas que le hicieron. Ella demostró un arraigo muy profundo en sus tesis y convicciones además de misticismo al que intentaron contradecir mediante la introducción de algunas trampas en sus formulaciones, refiriéndose a las señales, las voces, los cultos, la personalización de los tres santos que se le presentaban, el gusto por vestir como un hombre… trampas en las que ella no cayó precisamente por la firmeza de su voluntad permitiéndose incluso pedir a los jueces más credibilidad en sus acusaciones. Juana resistiría hasta el extremo sobre la certeza de que las palabras de las voces que escuchaba ocultaron una misión que llevó hasta donde estaba ahora, en un juicio.
Juana también fue interrogada sobre la iglesia militante de la cual los jueces decían representarla el
15 de marzo. A esto, Juana respondió no saber qué era y los jueces, próximos a la desesperación, creyeron que estaba negando la jerarquía eclesiástica y que ella se presentaba como si fuese una mediadora entre Dios y la gente terrenal, lo cual venía a decir ella cuando afirmaba que había sido enviada por Dios. No obstante, se le explicaron las diferencias entre la
Iglesia militante y la
Iglesia triunfante.
El
24 de marzo es cuestionada sobre el tema de la ropa femenina, al que ella respondió que aceptaría llevar un vestido si se la devolvía a su pueblo con su madre. Además pidió permiso para asistir a misa el día siguiente, que era el
25 de marzo,
domingo de ramos. Esta petición le sería denegada, pero ella respondería que si era su mayor deseo estaría de todos modos, mas que seguía los designios de Dios a la hora de vestir como un hombre.
Entre los días
27 de marzo y
28 de marzo,
Thomas de Courcelles hace la lectura de los 70 artículos de la acusación de Juana, a los que habría que responder y que después serían resumidos en doce el
5 de abril. Estos 70 artículos suponían la acusación formal hacia «la Pucelle» buscando ya la condena. Tras lo que se llevaba de juicio, notarios y asesores dudaron de la culpabilidad de Juana y de la forma de llevar adelante el proceso y fue el momento en que propusieron recurrir al Papa, a la que estuvo de acuerdo Juana. Ante el peligro que suponía para los jueces que el Papa los desacreditara, rechazaron la propuesta.
El mismo 27 de marzo se le propone entrar en la Iglesia militante, y escuchar los consejos de los asesores del proceso. Al último le dio las gracias pero se remitía a los consejos de Dios, superiores. Sobre la Iglesia militante, la rechazo del siguiente modo: «…y tengo la firme creencia que no he faltado a nuestra fe cristiana. Por lo que no deseo pertenecer». Esta cuestión se le volvería a presentar unos cuantos días después, el
31 de marzo y rechazó igualmente la propuesta. Una de las frases recurrentes de Juana, cuando sobreponía Dios como motivo principal para justificar una acción cualquiera, era la expresión: «¡Dios primer servido!».
Como ya se ha comentado, los setenta artículos se resumieron en doce. Este proceso ocupó tres días, del dos al cuatro de abril de 1431, y el día 5 son transmitidos a consulta, pero no a la acusada. Los cambios que se quisieron reintroducir fueron omitidos. El
escriba Guillaume Manchon declaró en el proceso de nulificación que efectivamente se habían propuesto una serie de cambios que no se aceptaron, la cual cosa pudo demostrar. El mismo día 5 Juana comienza a perder salud a causa de ingerir alimentos venenosos lo que le hace vomitar. Aquello alertó Cauchon y a los ingleses, que trajeron un médico. La querían mantener viva, sobre todo los ingleses porque la querían ejecutar públicamente. Durante la visita del médico,
Jean d’Estivet acusó a Juana de haber ingerido los alimentos envenenados siendo consciente para suicidarse.
Aguanta este proceso enfermizo aproximadamente hasta el
18 de abril, cuando finalmente ella se ve en peligro de muerte y pide la confesión y la
Eucaristía. Así reclama que su cuerpo sea incinerado y dejado en un
camposanto. Si eso no se produce encomienda su cuerpo a Dios. De todos modos, Juana tendría que seguir la larga agonía unas semanas más todavía, y no de manera médica, porque poco a poco se fue recuperando. Se trataba de la evolución del proceso, que llegaba al último mes. Tras la enfermedad, Juana volvió a participar en una sesión el
2 de mayo.
Aquel mismo día, el 2, hubo un enfrentamiento previo. El hecho es que tenía que responder sobre los doce artículos de la acusación. Le habían pedido si quería corregir o mejorar algún aspecto sobre la deliberación de los jueces, ella respondió: «Leed vuestro libro» y seguidamente: «Yo me atengo a Dios, mi Creador, de todo; yo lo quiero de todo corazón». Después añadió: «Yo me atengo a mi juez, Él: Él es el Rey del Cielo y de la Tierra». De este modo, en presencia del obispo y de 63 testigos, el arzobispo de
Évreux, J. De Chatillon, procedió a la lectura de los artículos a la espera de algún comentario de Juana. Pero después de hacer la lectura no obtuvieron ninguna respuesta más y de este modo se la llevaron otra vez a la celda.
Después del proceso que había habido y ya consciente de cuál podría ser su devenir, Juana entró en una fase bastante más cerrada, de la que fue una prueba el día 2 de mayo. Probablemente a estas alturas Juana ya había dicho todo lo que tenía que decir y sabía que la sentencia sería definitiva, por lo que no tenía ninguna opción de escapatoria. El día
9 de mayo Juana es conducida a la cámara de torturas donde se le enseñan los instrumentos como prueba de fuerza, después ella hizo la siguiente afirmación: «Verdaderamente, si vosotros me arrancaseis extremidad por extremidad y separaseis mi alma de mi cuerpo yo no os diría nada. Y si dijera alguna cosa, después declararía que me lo hicisteis decir a la fuerza».
Después encontraron poco provechoso someterla a tales máquinas de tortura. De todos modos, el sábado
12 de mayo se hizo una votación entre los jueces en la que resultó ganadora, por 11 votos a 3, la opción de no torturarla. Los tres que votaron a favor de la tortura fueron
Aubert Morel,
Thomas de Courcelles y
Nicolas Loisileur. El caso de este último es curioso, ya que antes de comenzar el proceso a la joven doncella, junto con un otro compañero (que era
Jean d’Estivet), la intentaron estafar del siguiente modo: se hicieron pasar por gente de su tierra «natal» y Loisileur se hizo pasar por un confesor para extraer toda la información posible a Juana. Esta no cayó en la trampa y no pudieron aportar nada interesante en la maquinaria previa al proceso de Juana.
Llegados a este punto del juicio, los ingleses acabaron con la paciencia que les había hecho pasar con discreción hasta aquel momento. El Conde de Warwick dijo en Cauchon que el proceso se estaba alargando demasiado. Incluso el primer propietario de Juana, Jean de Luxembourg se presentó en la celda de Juana. Fue un momento muy tenso que podría haber acabado mal, pero seguidamente apareció Warwick para calmar los ánimos. Jean le hizo la propuesta de que pagaría para liberarla si ella prometía no atacar más a los ingleses. Ella le respondió del siguiente modo: «En nombre de Dios, vos os estáis mofando de mí, pero sé muy bien que no tenéis ni el poder ni el valor para hacer eso». Después de unas cuantas discusiones más, Juana le acabó diciendo: «Sé que estos ingleses me quieren muerta, porque creen que después de mi muerte se harán con el reino de Francia. Pero antes había 100.000 Godones [palabra en argot para denominar a los ingleses] más de los que hay ahora presentes, los cuales no podrán conseguir ahora el Reino». El Conde de Stafford, enseguida puso su daga en el cuello de la Pucelle, pero fue cuando Warwick intervino.
La fase final: los últimos días de Juana
Las cosas se acelerarían a partir del
23 de mayo. Juana recibió la enésima amonestación de parte de Pierre Cauchon, acompañado por el vice-inquisidor y diversos miembros más, en una cámara del Castillo de Ruan donde pretendían que Juana claudicara. Además sirvió como una advertencia de la muerte cercana que le esperaba. Le pidieron que aceptara el veredicto de la Universidad de París y de los jueces por el bien de ella, pero esta se rehusó alegando que no tenía nada más que decir. «…si yo estuviera en el fuego, incluso seguiría sin decir nada más, y querría mantener todo lo que he dicho en el proceso hasta la muerte. No tengo nada más que decir».
Estas serían las jornadas en las que puede que los jueces eclesiásticos se mostraran más de acuerdo con su fe, es decir, un poco más caritativos y le advirtieron con toda sinceridad que por una vez les hiciera caso si no quería acabar entre las brasas. Esta fue la amonestación suavizada, después de leerle los escritos que habían redactado la gente de la Universidad de París, con gran violencia. Finalmente, aquel día se hizo una convocatoria que tendría lugar el día siguiente al lado del cementerio de Saint Ouen; se trataba de una sesión pública.
Un día después, el
24 de mayo, Juana fue trasladada cerca de la
abadía de Saint Ouen, al cementerio que había al lado. Loisileur, uno de los que había apostado fuerte por su tortura, se mostró esta vez también bastante caritativo y cuando llegaron le hizo el siguiente comentario «Juana, créeme, si quieres tu vida se puede salvar. Toma este vestido de mujer y haz todo aquello que se te diga; de otro modo estás en peligro de muerte» después de estas súplicas, y mientras los ingleses se frotaban las manos habiendo conseguido reunir una masa de gente; todos escucharon el pequeño sermón por parte
Guillaume Erard, que leyó unos pasajes de Juan, concretamente los 15:6. Seguidamente comenzó a blasfemar contra el rey de Francia, Carlos VII, dirigiéndose directamente a Juana, que después de ver cómo el hombre repetía una y otra vez las críticas con soberbia apuntándola con el dedo, no se mordió la lengua y respondió interrumpiéndolo: «No habléis de mi rey. Te reto a decir y jurar, en mi vida, que él es el más noble de todos los cristianos, quien mejor estima la fe y la Iglesia, y no es como tú dices»
En aquel momento, Juana había cortado el sermón de Erard, que quedó atónito y se puso nervioso. Juana hizo otra referencia a Dios, que era por qué lo hacía todo pasando por el Papa de Roma. Acto seguido, Pierre Cauchon se dispuso a leer la sentencia, en la que le declaraban hereje y la excomulgaban a la vez que la enviaban a la justicia secular. Un hecho que no ha de extrañar, ya que la iglesia difícilmente cometía los
delitos de sangre fruto de las Inquisiciones directamente. Antes enviaban a los presos a la justicia secular, como en este caso.
Pero Massieu se levantó, y delante de la presencia de los ingleses, se acercó a Juana y le suplicó que firmara unos papeles, teóricamente la sentencia de abjuración. Ella no sabía qué era eso que le pedían, pero la urgencia corría y firmó con una cruz en un círculo, según se cree. El documento no ha quedado para la posteridad y las informaciones son controvertidas. Al principio se creyó que fue un documento de decenas de líneas, pero más tarde, Massieu diría que iba de seis a ocho líneas. En cualquier caso, Juana había salvado su vida por el momento aunque renunciando a todas sus creencias, según había firmado, y así, además, aceptaba vestirse otra vez de mujer. Una de las teorías que podrían barajarse es que en la transcripción del juicio Cauchon hubiera cambiado la sentencia de abjuración larga por la corta. De todos modos, Juana acabaría siendo llevada hacia la celda otra vez. Pero antes Cauchon tendría un enfrentamiento con los ingleses a quienes no les gustó nada aquel último gesto de los clérigos, y acusaron a Cauchon de favorecer a Juana mientras él lo negaba. Llegaron a decirle: «El rey ha malgastado el dinero en ti». Warwick le dice a Cauchon que puede llegar a ser contraproducente para los ingleses este suceso, ya que ella ahora podría escaparse. Pero rápidamente alguien le comenta: «Señor mío, no os preocupéis, la volveremos a capturar». Naturalmente nadie quedó demasiado contento con lo que había sucedido aquel día. Los ingleses no habían obtenido el golpe definitivo que buscaban y mientras la Iglesia sabía que había abierto una puerta a la clemencia. Al saber lo que había firmado, Juana tampoco quedaría nada contenta, ya que no podría soportar el peso de haber negado todo aquello en que siempre había creído y que le había movido a viajar por toda Francia.
Pero el día
28 de mayo, Juana apareció otra vez vestida con ropa de hombre, la que llevaba antes de volverse a poner la de mujer. Este hecho se cree que es debido a que fue forzada a ponérsela a causa de los ingleses, que habrían entrado en su celda; la habrían desnudado antes de mediodía según Massieu y le habrían dejado la ropa de hombre al lado, con lo cual no pudo hacer más que ponérsela. Rápidamente alguien llamó a los jueces, y estos pudieron comprobar visualmente el hecho. Remitiéndonos a lo que ella dijo, alegó que había reprendido el hábito de hombre, porque lo prefería y que lo había hecho por propia voluntad. Dijo que prefería morir antes que continuar así, mas reafirmó que lo habían dicho sus voces y su misión; Santa Catalina y Santa Margarita. Ella realmente sería condenada si negaba estas revelaciones.
Condenada por reincidencia, no hubo más que hacer; se dice que después de que Cauchon comprobara de primera mano que Juana se había sentenciado cambiándose nuevamente de ropa, al bajar de la torre, dejó caer una frase a un Warwick triunfante: «
Farewell [adiós], alegraos, ya está hecho». Implicando así a Warwick en la trama que habían urdido los ingleses para provocar la sentencia definitiva. Juana había sido sorprendida con ropa corta, una capa y otras piezas masculinas. Un día después, el
29 de mayo, llegaría a la capilla del Arzobispo en Ruan, la última deliberación.
Como declaraciones más destacadas,
N. De Vendères la condenó por hereje a la justicia secular; rogando que esta la tratara más dulcemente de lo que se merecía.
Gilles, abad de
Fécamp, la acusó de reincidente, de recaída, de hereje y también apeló por el buen trato a la justicia secular.
J. Pinchon simplemente dijo que era reincidente y que el resto era cosa de los teólogos.
Muerte
Place du Vieux Marché (Plaza del Viejo Mercado),
Ruan, 30 de mayo de 1431. Previamente, Juana había sido escuchada en confesión por
Jean Totmouille y
Martin Ladvenu y le habían administrado los sacramentos de la
Comunión. Juana hizo una pequeña declaración que se puede interpretar de modo que ella podía haber sido violada o como mínimo agredida físicamente el día 27, cuando la desnudaron para que no tuviera más remedio que vestirse como un hombre. Ladvenu (que después declararía que Juana había muerto injustamente a su parecer) le acababa de decir que sería ejecutada en la hoguera, ella comenzó a jalarse el cabello duramente, totalmente desesperada. Al poco rato, entró en la cámara Cauchon. Juana, desesperada, arremetió contra él con duras palabras «Yo muero a través tuyo». Pero él respondió que su muerte estaba en sus propias manos. Pero con habilidad (aún estando destrozada y terriblemente desesperada) apeló a que si la hubiera aprisionado en una prisión eclesiástica como ella reclamó, con gente competente, no habría pasado nada. Entonces apareció en la cámara el hermano
Pierre Maurice al que Juana se dirigió en busca de consuelo, pidiéndole donde estaría aquella misma noche. Él le preguntó si aún creía en Dios, y entonces ella afirmó que con la buena voluntad de Dios, aquella noche ya estaría en el paraíso: «Sí, con la ayuda de Dios, estaré en el paraíso», tal como le habían prometido -supuestamente- los ángeles el
1 de marzo. De este modo, la joven doncella de no más de 19 años perdió el miedo y se preparó para el reto definitivo.
Juana será escoltada esposada hacia una plaza llena de gente. Unas diez mil personas más mil soldados ingleses, todos expectantes, a las nueve de la mañana de aquel día. Iba vestida de blanco y llevaba algunos detalles en recuerdo de Jesús. En el centro había una hoguera montada: una plataforma con una estaca en el medio a la cual sería atada, con un montón de ramitas de madera para poder calar fuego a sus pies. Delante de ésta había una mesa con una inscripción en la que se decía que Juana, la que a sí misma se hacía llamar la Pucelle, había cometido una serie de delitos y de pecados.
Mientras se acababa de preparar la plataforma,
Nicholas Midi (el autor de los doce artículos de la acusación) comenzó a leer un sermón al que Juana guardó silencio. Éste acabó con la siguiente frase: «Juana, ve en paz, la Iglesia ya no te puede proteger más y te libra a las manos del brazo secular». Juana, en aquel momento arrodillada, realizó unas plegarias a Dios con contrición, penitencia y fervor de fe. Invocó, además de a Dios, a la Virgen María, la Santísima Trinidad y todos los ángeles del paraíso. Asimismo, también invocó el perdón por los males que hubiera podido causar. Estuvo una media hora aproximadamente, según Jean Massieu. Algunos jueces y algunos ingleses incluso lloraron viendo que no era más que una buena chica. Finalmente, un soldado inglés acabó una pequeña cruz con dos palos que ella besó repetidamente.
Le tocó a Massieu acompañarla los últimos metros junto con el hermano Martin. Ella siguió rezando y rogando a San Miguel y a otras criaturas celestiales. En aquel momento, Cauchon dijo que Juana era enviada a la justicia secular, por enésima vez «Como miembro podrido, te hemos desestimado y lanzado de la unidad de la Iglesia y te hemos declarado a la justicia secular». Si bien en aquel momento se podía esperar una sentencia secular; ésta nunca fue pronunciada si es que alguna vez fue elaborada. Juana fue puesta sobre la hoguera y antes de ser quemada, un soldado inglés interrumpió con un grito de fondo gritando «¡Sacerdote! ¿Nos dejarás acabar el trabajo antes de la hora de la cena?». Entonces un alguacil dio la orden de ejecución y el verdugo la llevó a la estaca. Llevaba un papel clavado en la parte superior con las palabras «hereje, reincidente, apóstata, idólatra».
Como último deseo, Juana reclamó que los Sacerdotes alzasen una cruz delante de sus ojos hasta que ella muriese, para que así acabara sus últimos momentos acompañada de Dios. El hermano
Isambard de la Pierre fue a buscarla a San Salvador, la iglesia más cerca y volvió bajo las risas de los ingleses, mientras ella invocaba Santa Catalina, Margarita y Miguel. Juana entonces gritó: «Ruan, Ruan, ¿puedes sufrir por ser el lugar de mi muerte?». Pierre subió a la plataforma y alzó la cruz, y ya entre las llamas, ella todavía le pidió que bajara para que no se llevara ningún disgusto, pero siempre con la cruz alzada, para que fuese lo último que ella viera. Así lo hizo y Juana se perdió entre las llamas. Pero todavía pudo gritar la palabra «¡Jesús!» varias veces. Se dice que antes de que muriera la Pucelle, Cauchon se acercó a ella, y Juana gritó: «Yo moriré por su culpa, si yo me hubiese entregado a la iglesia y no a mis enemigos, yo no estaría aquí». Con un fogonazo del verdugo, Juana sería rápidamente reducida a cenizas.
Al secretario del rey de Inglaterra,
John Tressart, se le escuchó exclamar «Estamos todos perdidos, porque ha sido quemada una buena y santa persona». Después diría que pensó que ahora su alma quedaría en las manos de Dios. Parece ser, según diversos testimonios como Massieu, que de Juana quedó su corazón, intacto y lleno de sangre. El propio verdugo,
Geoffroy Therage muy consternado fue a buscar a Ladvenu e Isambard de la Pierre a una taberna y así lo demostró diciendo que había quemado una santa. Se contó que sus restos se lanzaron al Sena. Algún soldado inglés, también afligido, afirmó haber visto el alma de la joven marchándose del cuerpo, y algún otro afirmó haber visto el reflejo de Jesús, como otros dijeron también haber visto salir una paloma.
Durante estos últimos días de Juana, un compañero de armas de ella llamado
Gilles de Rais planeó un ataque con un contingente de mercenarios a Ruan para rescatar a la Doncella. Sin embargo se demoró demasiado y sólo pudo llegar para contemplar sus cenizas. Este hecho dejó consternado a Gilles y se considera la razón principal de sus subsecuentes trastornos (murió en la horca y luego fue quemado en la hoguera, acusado de secuestrar, violar y asesinar al menos a 200 niños y niñas el 26 de octubre de 1440).
Véase también
Referencias
- ↑ a b Las referencias bibliográficas modernas suelen fijar su día de nacimiento el 6 de enero. Lo cierto es que ella misma sólo fue capaz de suponer su propia edad. Todos los testigos del juicio también estimaron aproximadamente su edad a pesar de que muchos fueron sus padrinos y madrinas. La fecha del 6 de enero proviene de una sola fuente: una carta de Lord Perceval de Boullainvilliers el 21 de julio de 1429 (ver Joan of Arc By Herself and Her Witnesses, de Pernoud, p. 98: "Boulainvilliers habla de su nacimiento en Domrémy, y es él el que nos da una fecha exacta, que puede ser la verdadera, diciendo que ella nació la noche de la Epifanía, el 6 de enero"). Sin embargo, Boulainvilliers no era de Domrémy. El nacimiento probablemente no fue registrado. La práctica de registrar los nacimientos de los plebeyos (o gente que no era noble) no comenzó hasta unos siglos más tarde.
- ↑ Un tribunal presidido por el Inquisidor General Brehal volvió a reabrir su caso tras la guerra. El nuevo veredicto invalidó el original y describió el proceso anterior como "corrupto, calumnioso, fraudulento y malicioso". [1] (Recuperado el 12 de febrero de 2006)
- ↑ Su nombre se escribía de muchas maneras, especialmente antes del siglo XIX. Ver Pernoud y Clin, pp. 220;221. Supuestamente ella firmaba su nombre como "Jehanne" (ver www.stjoan-center.com/Album/, partes 47 y 49; también se menciona esto en Pernoud y Clin).
- ↑ a b c Juicio de Condenación, p. 37.[2] (Recuperado el 23 de marzo de 2006)
- ↑ Juicio de condenación, pp. 58–59. [3] (Recuperado el 23 de marzo de 2006)
- ↑ Historias y trabajos de ficción suelen referirse a este hombre por otros nombres. Algunos le llaman el conde de Dunois, en referencia a un título que obtuvo tras la muerte de Juana. Cuando ella vivía él prefería llamarse el Bastardo de Orleans, título que sus contemporáneos entendían como un honor porque le describía como el primo del rey Carlos VII. Ese nombre suele confundir a los lectores modernos porque 'bastardo' se ha convertido actualmente en un insulto. "Jean d'Orleans" es menos preciso pero no anacronista. Para una corta biografía, ver Pernoud y Clin, pp. 180–181.
- ↑ Perroy, p. 283.
- ↑ Richey, p. 4.
- ↑ Pernoud y Clin, p. 230.
Bibliografía
Enlaces externos
Santa Juana de Arco
Mártir
(1431)
Historia:Esta santa a los 17 años llegó a ser heroína nacional y mártir de la religión. Juana de Arco nació en el año 1412 en Donremy, Francia. Su padre se llamaba Jaime de Arco, y era un campesino. Juana creció en el campo y nunca aprendió a leer ni a escribir. Pero su madre que era muy piadosa le infundió una gran confianza en el Padre Celestial y una tierna devoción hacia la Virgen María. Cada sábado la niña Juana recogía flores del campo para llevarles al altar de Nuestra Señora. Cada mes se confesaba y comulgaba, y su gran deseo era llegar a la santidad y no cometer nunca ningún pecado. Era tan buena y bondadosa que todos en el pueblo la querían. Su patria Francia estaba en muy grave situación porque la habían invadido los ingleses que se iban posesionando rápidamente de muchas ciudades y hacían grandes estragos. A los catorce años la niña Juana empezó a sentir unas voces que la llamaban. Al principio no sabía de quién se trataba, pero después empezó a ver resplandores y que se le aparecían el Arcángel San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita y le decían: "Tú debes salvar a la nación y al rey". Por temor no contó a nadie nada al principio, pero después las voces fueron insistiéndole fuertemente en que ella, pobre niña campesina e ignorante, estaba destinada para salvar la nación y al rey y entonces contó a sus familiares y vecinos. Las primeras veces las gentes no le creyeron, pero después ante la insistencia de las voces y los ruegos de la joven, un tío suyo se la llevó a donde el comandante del ejército de la ciudad vecina. Ella le dijo que Dios la enviaba para llevar un mensaje al rey. Pero el militar no le creyó y la despachó otra vez para su casa. Sin embargo unos meses después Juana volvió a presentarse ante el comandante y este ante la noticia de una derrota que la niña le había profetizado la envió con una escolta a que fuera a ver al rey. Llegada a la ciudad pidió poder hablarle al rey. Este para engañarla se disfrazó de simple aldeano y colocó en su sitio a otro. La joven llegó al gran salón y en vez de dirigirse hacia donde estaba el reemplazo del rey, guiada por las "voces" que la dirigían se fue directamente a donde estaba el rey disfrazado y le habló y le contó secretos que el rey no se imaginaba. Esto hizo que el rey cambiara totalmente de opinión acerca de la joven campesina. Ya no faltaba sino una ciudad importante por caer en manos de los ingleses. Era Orleans. Y estaba sitiada por un fuerte ejército inglés. El rey Carlos y sus militares ya creían perdida la guerra. Pero Juana le pide al monarca que le conceda a ella el mando sobre las tropas. Y el rey la nombra capitana. Juana manda hacer una bandera blanca con los nombres de Jesús y de María y al frente de diez mil hombres se dirige hacia Orleans. Animados por la joven capitana, los soldados franceses lucharon como héroes y expulsaron a los asaltantes y liberaron Orleans. Luego se dirigieron a varias otras ciudades y las liberaron también. Juana no luchaba ni hería a nadie, pero al frente del ejército iba de grupo en grupo animando a los combatientes e infundiéndoles entusiasmo y varias veces fue herida en las batallas. Después de sus resonantes victorias, obtuvo Santa Juana que el temeroso rey Carlos VII aceptara ser coronado como jefe de toda la nación. Y así se hizo con impresionante solemnidad en la ciudad de Reims. Pero vinieron luego las envidias y entonces empezó para nuestra santa una época de sufrimiento y de traiciones contra ella. Hasta ahora había sido una heroína nacional. Ahora iba a llegar a ser una mártir. Muchos empleados de la corte del rey tenían celos de que ella llegara a ser demasiado importante y empezaron a hacerle la guerra.Faltaba algo muy importante en aquella guerra nacional: conquistar a París, la capital, que estaba en poder del enemigo. Y hacia allá se dirigió Juana con sus valientes. Pero el rey Carlos VII, por envidias y por componendas con los enemigos, le retiró sus tropas y Juana fue herida en la batalla y hecha prisionera por los Borgoñones. Los franceses la habían abandonado, pero los ingleses estaban supremamente interesados en tenerla en la cárcel, y así pagaron más de mil monedas de oro a los de Borgoña para que se la entregaran y la sentenciaron a cadena perpetua. Los ingleses la hicieron sufrir muchísimo en la cárcel. Las humillaciones y los insultos eran todos los días y a todas horas, hasta el punto que Juana llegó a exclamar: "Esta cárcel ha sido para mí un martirio tan cruel, como nunca me había imaginado que pudiera serlo". Pero seguía rezando con fe y proclamando que sí había oído las voces del cielo y que la campaña que había hecho por salvar a su patria, había sido por voluntad de Dios. En ese tiempo estaba muy de moda acusar de brujería a toda mujer que uno quisiera hacer desaparecer. Y así fue que los enemigos acusaron a Juana de brujería, diciendo que las victorias que había obtenido era porque les había hecho brujerías a los ingleses para poderlos derrotar. Ella apeló al Sumo Pontífice, pidiéndole que fuera el Papa de Roma el que la juzgara, pero nadie quiso llevarle al Santo Padre esta noticia, y el tribunal estuvo compuesto exclusivamente por enemigos de la santa. Y aunque Juana declaró muchas veces que nunca había empleado brujerías y que era totalmente creyente y buena católica, sin embargo la sentenciaron a la más terribles de las muertes de ese entonces: ser quemada viva. Encendieron una gran hoguera y la amarraron a un poste y la quemaron lentamente. Murió rezando y su mayor consuelo era mirar el crucifijo que un religioso le presentaba y encomendarse a Nuestro Señor. Invocaba al Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción y pronunciando por tres veces el nombre de Jesús, entregó su espíritu. Era el 29 de mayo del año 1431. Tenía apenas 19 años. Varios volvieron a sus casas diciendo: "Hoy hemos quemado a una santa". 23 años después su madre y sus hermanos pidieron que se reabriera otra vez aquel juicio que se había hecho contra ella. Y el Papa Calixto III nombró una comisión de juristas, los cuales declararon que la sentencia de Juana fue una injusticia. El rey de Francia la declaró inocente y el Papa Benedicto XV la proclamó santa. Juana de Arco: concédenos un gran amor por nuestra patria.
Santa Juana de Arco, virgen Fiesta: 30 de Mayo(1412-1431) Patrona de Francia y Doncella de Orleáns
Guiada por Dios por medio de locuciones interiores, Santa Juana conduce al ejército francés a liberar el país. Finalmente, traicionada, muere en la hoguera. Ella se mantiene siempre fiel a Jesús y la Iglesia.
Santa Juana de Arco nació en día de la Epifanía de 1412, en Domrémy, pequeño pueblecito de Champagne, a orillas de la Mosa, Francia. Su padre, Jacobo d’Arc, era un hacendado de cierta importancia, hombre bueno, frugal y un tanto huraño. La madre de Santa Juana, que amaba tiernamente a sus cinco hijos, educó a sus dos hijas en los quehaceres domésticos. Santa Juana declaró más tarde: "Sé cocer e hilar como cualquier mujer". Pero nunca aprendió a leer ni a escribir. Los vecinos de la familia, en el proceso de rehabilitación de la santa, dejaron testimonios conmovedores de la piedad y ejemplar conducta de la joven. Tanto los sacerdotes que la conocieron como sus compañeros de juegos, atestiguaron que le gustaba ir a orar a la Iglesia, que recibía con frecuencia los sacramentos, que se ocupaba de los enfermos y era particularmente bondadosa con los peregrinos, a los que más de una vez, cedió su lecho. Según uno de los testigos "era tan buena, que todo el pueblo la quería." Por lo que parece Santa Juana tuvo una infancia feliz, aunque un tanto turbada por los desastres que asolaban el país y por el constante peligro de un ataque armado sobre la población de Domrémy, situada en la frontera de Lorena. Antes de emprender su gran empresa, Santa Juana tuvo que huir, por lo menos una vez, con sus padres, a la población de Neufchatel, a trece kilómetros de distancia, para escapar de las manos de los piratas borgoñones que saquearon Domrémy.
Santa Juana era todavía muy niña cuando Enrique V de Inglaterra invadió Francia, asoló Normandía y reclamó la corona de Carlos VI. Francia se hallaba en aquel momento dividida por la guerra civil entre los partidarios del duque de Borgoña y el duque de Orleáns, de suerte que no había podido organizar rápidamente la resistencia. Por otra parte, después de que el duque de Borgoña fue traidoramente asesinado por los hombres del delfín, los borgoñeses se aliaron con los ingleses, que apoyaban su causa. La muerte de los monarcas rivales, ocurrida en 1422, no mejoró la situación de Francia. El duque de Bedford, regente del monarca inglés, prosiguió vigorosamente la campaña y las ciudades cayeron, una tras otra, en manos de los aliados. entre tanto, Carlos VII, o el delfín, como se insistía en llamarle, consideraba la situación perdida sin remedio y se entregaba a frívolos pasatiempos en su corte.
A los catorce años de edad, Santa Juana tuvo la primera de las experiencias místicas que habían de conducirla por el camino del patriotismo hasta la muerte en la hoguera. Primero oyó una voz, parecía hablarle de cerca, y vio un resplandor; más tarde, las voces se multiplicaron y la joven empezó a ver a sus interlocutores, que eran , entre otros, San Miguel Arcángel, Santa Catalina y Santa Margarita. Poco a poco, le explicaron la abrumadora misión a que el cielo la tenía destinada: ¡Ella, una simple campesina debía salvar a Francia! Para no despertar la cólera de su padre, Santa Juana mantuvo silencio. Pero, en mayo de 1428, las voces se hicieron imperiosas y explícitas: la joven debía presentarse ante Roberto de Baudricourt, comandante de las fuerzas reales, en la cercana población de Vaucouleurs. Santa Juana consiguió que un tío suyo que vivía en Vaucouleurs, la llevase consigo. Pero Baudricourt se burló de sus palabras y despidió a la doncella, diciéndole que lo que necesitaba era que su padre le diese unas buenas nalgadas.
En aquel momento, la posición militar del rey era desesperada, pues los ingleses atacaban Orleáns, el último reducto de la resistencia. Santa Juana volvió a Domrémy, pero las voces no le dieron descanso. Cuando la joven respondió que era una campesina que no sabía ni montar a caballo, ni hacer la guerra, las voces le replicaron: "Dios te lo manda." Incapaz de resistir a este llamamiento, Santa Juana huyó de su casa y se dirigió nuevamente a Vaucouleurs. El escepticismo de Baudricourt desapareció cuando recibió la noticia oficial de una derrota que Santa Juana había predicho; así pues, no sólo consintió en mandarla a ver al rey, sino que le dio una escolta de tres soldados. Santa Juana pidió que le permitieran vestirse de hombre para proteger su virtud.
Los viajeros llegaron a Chinon, donde se hallaba en monarca, el 6 de marzo de 1429; pero Santa Juana no consiguió verle sino hasta dos días después. Carlos se había disfrazado para desconcertar a Santa Juana; pero la doncella le reconoció al punto por una señal secreta que le comunicaron las voces y que ella transmitió sólo al rey. ello bastó para persuadir a Carlos VII del carácter sobrenatural de la misión de la doncella. Santa Juana le pidió un regimiento para ir a salvar Orleáns. El favorito del rey, la Trémouille, y la mayor parte de la corte, que consideraban a Santa Juana como una visionaria o una impostora, se opusieron a su petición. Para zanjar la cuestión, el rey decidió enviar a Santa Juana a Poitiers a que la examinara una comisión de sabios teólogos.
Al cabo de un interrogatorio que duró tres semanas por lo menos, la comisión declaró que no encontraba nada que reprochar a la joven y aconsejó que el rey se valiese, prudentemente, de sus servicios. Santa Juana volvió entonces a Chinon, donde se iniciaron los preparativos para la expedición que ella debía encabezar. El estandarte que se confeccionó especialmente para ella, tenía bordados los nombres de Jesús y de María y una imagen del Padre Eterno, a quien dos ángeles le presentaban. de rodilla, una flor de lis. La expedición partió de Blois, el 27 de abril. Santa Juana iba al a cabeza, revestida con una armadura blanca.
A pesar de algunos contratiempos, el ejército consiguió entrar en Orleáns, el 29 de abril y su presencia obró maravillas. Para el 8 de mayo, ya habían caído los fuertes ingleses que rodeaban la ciudad y, al mismo tiempo, se levantó el sitio. Santa Juana recibió una herida de flecha bajo el hombro. Antes de la campaña, había profetizado todos estos acontecimientos, con las fechas aproximadas. La doncella hubiese querido continuar la guerra, pues las voces le habían asegurado que no viviría mucho tiempo. Pero La Trémouille y el arzobispo de Reims, que consideraban la liberación de Orleáns como obra de la buena suerte, se inclinaban a negociar con los ingleses. Sin embargo, se permitió a Santa Juana emprender una campaña en el Loira con el duque de Alencon. La campaña fue muy breve y dio el triunfo aplastante sobre las tropas de Sir John Fastolf, en Patay. Santa Juana trató de coronar inmediatamente al delfín. El camino a Reims estaba prácticamente conquistado y el último obstáculo desapareció con la inesperada capitulación de Troyes.
Los nobles franceses opusieron cierta resistencia; sin embargo, acabaron por seguir a la santa a Reims, donde, el 17 de julio de 1429, Carlos VII fue solemnemente coronado. Durante la ceremonia, Santa Juana permaneció de pie con su estandarte, junto al rey. Con la coronación de Carlos VII terminó la misión que las voces habían confiado a la santa y también su carrera de triunfos militares.
Santa Juana se lanzó audazmente al ataque de París, pero la empresa fracasó por la falta de los refuerzos que el rey había prometido enviar y por la ausencia del monarca. La santa recibió una herida en el muslo durante la batalla y, el duque de Alencon tuvo que retirarla casi a rastras. La tregua de invierno que siguió, la pasó Santa Juana en la corte, donde los nobles la miraban con mal disimulado recelo. Cuando recomenzaron las hostilidades, Santa Juana acudió a socorrer la plaza de Compiegne, que resistía a los borgoñones. El 23 de mayo de 1430, entró en la ciudad y ese mismo día organizó un ataque que no tuvo éxito. A causa del pánico, o debido a un error de cálculo del gobernador de la plaza, se levantó demasiado pronto el puente levadizo, y Santa Juana, con algunos de sus hombres, quedaron en el foso a merced del enemigo. Los borgoñeses derribaron del caballo a la doncella entre una furiosa gritería y la llevaron al campamento de Juan de Luxemburgo, pues uno de sus soldados la había hecho prisionera. Desde entonces hasta bien entrado el otoño, la joven estuvo presa en manos del duque de Borgoña. Ni el rey ni los compañeros de la santa hicieron el menor esfuerzo por rescatarla, sino que la abandonaron a su suerte. Pero, si los franceses la olvidaban, los ingleses en cambio se interesaban por ella y la compraron, el 21 de noviembre, por una suma equivalente a 23,000 libras esterlinas, actualmente. Una vez en manos de los ingleses, Santa Juana estaba perdida. Estos no podían condenarla a muerte por haberles derrotado, pero la acusaron de hechicería y de herejía. Como la brujería estaba entonces a la orden del día, la acusación no era extravagante. Además, es cierto que los ingleses y los borgoñeses habían atribuido sus derrotas a conjuros mágicos de la santa doncella.
Los ingleses la condujeron, dos días antes de Navidad, al castillo de Rouen. Según se dice sin suficiente fundamento, la encerraron, primero, en una jaula de acero, porque había intentado huir dos veces; después la trasladaron a una celda, donde la encadenaron a un poyo de piedra y la vigilaban día y noche. El 21 de febrero de 1431, la santa compareció por primera vez ante un tribunal presidido por Pedro Cauchon, obispo de Beauvais, un hombre sin escrúpulos, que esperaba conseguir la sede arquiepiscopal de Rouen con la ayuda de los ingleses. El tribunal, cuidadosamente elegido por Cauchon, estaba compuesto de magistrados, doctores, clérigos y empleados ordinarios. En seis sesiones públicas y nueve sesiones privadas, el tribunal interrogó a la doncella acerca de sus visones y "voces", de sus vestidos de hombre, de su fe y de sus disposiciones para someterse a la Iglesia. Sola y sin defensa, la santa hizo frente a sus jueces valerosamente y muchas veces los confundió con sus hábiles respuestas y su memoria exactísima. Una vez terminadas las sesiones, se presentó a los jueces y a la Universidad de Paría un resumen burdo e injusto de las declaraciones de la joven. En base a ello, los jueces determinaron que las revelaciones habían sido diabólicas y la Universidad la acusó en términos violentos.
En la deliberación final el tribunal declaró que, si no se retractaba, debía ser entregada como hereje al brazo secular. La santa se negó a retractarse a pesar de las amenazas de tortura. Pero, cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de Saint-Ouen, perdió valor e hizo una vaga retractación. Digamos, sin embargo, que no se conservan los términos de si retractación y que se ha discutido mucho sobre el hecho. La joven fue conducida nuevamente a la prisión, pero ese respiro no duró mucho tiempo. Ya fuese por voluntad propia, ya por artimañas de los que deseaban su muerte, lo cierto es que Santa Juana volvió a vestirse de hombre, contra la promesa que le habían arrancado sus enemigos. Cuando Cauchon y sus hombres fueron a interrogarla en su celda sobre lo que ellos consideraban como una infidelidad, Santa Juana, que había recobrado todo su valor, declaró nuevamente que Dios la había enviado y que las voces procedían de Dios.
Según se dice, al salir del castillo, Cauchon dijo al Conde de Warwick: "Tened buen ánimo, que pronto acabaremos con ella". El martes 29 de mayo de 1431, los jueces, después de oír el informe de Cauchon, resolvieron entregar a la santa al brazo secular como hereje renegada. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Santa Juana fue conducida a la plaza del mercado de Rouen para ser quemada en vida. Cuando los verdugos encendieron la hoguera, Santa Juana pidió a un fraile dominico que mantuviese una cruz a la altura de sus ojos. Murió rezando. Invocaba al Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción e invocando el nombre de Jesús tres veces, entregó su espíritu al Señor.
La santa no había cumplido todavía los veinte años. Sus cenizas fueron arrojadas al río Sena. Más de uno de los espectadores debió haber hecho eco al comentario amargo de Juan Tressart, uno de los secretarios del rey Enrique "¡Estamos perdidos! ¡Hemos quemado a una santa!"
Veintitrés años después de la muerte de Santa Juana, su madre y dos de sus hermanos pidieron que se examinase nuevamente el caso, y el Papa Calixto III nombró a una comisión encargada de hacerlo. El 7 de julio de 1456, el veredicto de la comisión rehabilitó plenamente a la santa. Más de cuatro siglos y medio después, el 16 de mayo de 1920, Juana de Arco fue solemnemente canonizada por el Papa Benedicto XV.
Santa Juana de Arco, ¡ruega por nosotros!
Guinea, Wifredo, S.J. Vidas de los Santos de Butler. Vol. II, Collier´s International, Mexico, D.F. 1964
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Santa Juana de Arco, virgen
fecha: 30 de mayo
n.: c. 1412 - †: 1431 - país: Francia
canonización: B: Pío X 11 april 1905 - C: Benedicto XV 16 may 1920
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Rouen, en la región de Normandía, en Francia, santa Juana de Arco, virgen, conocida como la doncella de Orleans, que después de luchar firmemente por su patria, al final fue entregada al poder de los enemigos, quienes la condenaron en un juicio injusto a ser quemada en la hoguera.
patronazgo: Patrona de Francia, de Orleans y Rouen, del telégrafo y la radio.
Santa Juana de Arco nació el día de la Epifanía de 1412, en Domrémy, pequeño pueblecito de Champagne, a orillas del Mosa. Su padre, Jacobo d'Arc, era un hacendado de cierta importancia, hombre bueno, frugal y un tanto huraño. La madre de Juana, que amaba tiernamente a sus cinco hijos, educó a sus dos hijas en los quehaceres domésticos. Juana declaró más tarde: «Sé coser e hilar como cualquier mujer». Pero nunca aprendió a leer ni a escribir. Los vecinos de la familia, en el proceso de rehabilitación de la santa, dejaron testimonios conmovedores de la piedad y ejemplar conducta de la joven. Tanto los sacerdotes que la conocieron como sus compañeros de juegos, atestiguaron que gustaba de ir a orar en la iglesia, que recibía con frecuencia los sacramentos, que se ocupaba de los enfermos y era particularmente bondadosa con los peregrinos, a los que más de una vez cedió su lecho. Según uno de los testigos, «era tan buena, que todo el pueblo la quería». A lo que parece, Juana tuvo una infancia feliz, aunque un tanto turbada por los desastres que asolaban el país y por el constante peligro de un ataque armado sobre la población de Domrémy, situada en la frontera de Lorena. Antes de acometer su gran empresa, Juana tuvo que huir, por lo menos una vez, con sus padres, a la población de Neufchátel, a trece kilómetros de distancia, para escapar de las manos de los piratas borgoñones que saquearon Domrémy.
Juana era todavía muy niña cuando Enrique V de Inglaterra invadió Francia, asoló la Normandía y reclamó la corona de Carlos VI. Francia se hallaba en aquel momento dividida por la guerra civil entre los partidarios del duque de Borgoña y el duque de Orléans, de suerte que no había podido organizar rápidamente la resistencia. Por otra parte, después de que el duque de Borgoña fue traidoramente asesinado por los hombres del delfín, los borgoñeses se aliaron con los ingleses, que apoyaban su causa. La muerte de los monarcas rivales, ocurrida en 1422, no mejoró la situación de Francia. El duque de Bedford, regente del monarca inglés, prosiguió vigorosamente la campaña y las ciudades cayeron, una tras otra, en manos de los aliados. Entre tanto, Carlos VII, o el delfín, como se insistía en llamarle, consideraba la situación perdida sin remedio y se entregaba a frivolos pasatiempos en su corte. A los catorce años de edad, santa Juana tuvo la primera de las experiencias místicas que habían de conducirla por el camino del patriotismo hasta la muerte en la hoguera. Primero oyó una voz, que parecía hablarle de cerca, y vio un resplandor; más tarde, las voces se multiplicaron y la joven empezó a ver a sus interlocutores, que eran, entre otros, san Miguel, santa Catalina y santa Margarita. Poco a poco, los aparecidos explicaron la abrumadora misión a que el cielo la tenía destinada: ¡Ella, una simple campesina debía salvar a Francia! Para no despertar la cólera de su padre, Juana mantuvo silencio. Pero, en mayo de 1428, las voces se hicieron imperiosas y explícitas: la joven debía presentarse ante Roberto de Baudricourt, comandante de las fuerzas reales, en la cercana población de Vaucouleurs. Juana consiguió que un tío suyo que vivía en Vaucouleurs, la llevase consigo. Pero Baudricourt se burló de sus palabras y despidió a la doncella, diciéndole que lo que necesitaba era que su padre le diese unas buenas nalgadas.
En aquel momento, la posición militar del rey era desesperada, pues los ingleses atacaban a Orléans, el último reducto de la resistencia. Juana volvió a Domrémy, pero las voces no le dejaron descanso. Cuando la joven respondió que era una campesina que no sabía ni montar a caballo, ni hacer la guerra, las voces replicaron: «Dios te lo manda». Incapaz de resistir a este llamamiento, Juana huyó de su casa y se dirigió nuevamente a Vaucouleurs. El escepticismo de Baudricourt desapareció cuando recibió la noticia oficial de una derrota que Juana había predicho; así pues, no sólo consintió en mandarla a ver al rey, sino que le dio una escolta de tres soldados. Juana pidió que le permitiesen vestirse de hombre para proteger su virtud. Los viajeros llegaron a Chinon, donde se hallaba el monarca, el 6 de marzo de 1429; pero Juana no consiguió verle sino hasta dos días después. Carlos se había disfrazado para desconcertar a Juana; pero la doncella le reconoció al punto por una señal secreta que le comunicaron las voces y que ella transmitió sólo al rey. Ello bastó para persuadir a Carlos VII del carácter sobrenatural de la misión de la doncella. Juana le pidió un regimiento para ir a salvar Orléans. El favorito del rey, La Trémouille, y la mayor parte de la corte, que consideraban a Juana como una visionaria o una impostora, se opusieron a su petición. Para zanjar la cuestión, el rey decidió enviar a Juana a Poitiers a que la examinara una comisión de sabios teólogos.
Al cabo de un interrogatorio que duró tres semanas por lo menos, la comisión declaró que no encontraba nada que reprochar a la joven y aconsejó al rey que se valiese, prudentemente, de sus servicios. Juana volvió entonces a Chinon, donde se iniciaron los preparativos para la expedición que ella debía encabezar. El estandarte que se confeccionó especialmente para ella, tenía bordados los nombres de Jesús y María y una imagen del Padre Eterno, a quien dos ángeles presentaban, de rodillas, una flor de lis. La expedición partió de Blois, el 27 de abril. Juana iba a la cabeza, revestida con una armadura blanca. A pesar de algunos contratiempos, el ejército consiguió entrar en Orléans, el 29 de abril y su presencia obró maravillas. Para el 8 de mayo, ya habían caído los fuertes ingleses que rodeaban la ciudad y, al mismo tiempo, se levantó el sitio. Juana recibió una herida de flecha bajo el hombro. Antes de la campaña, había profetizado todos esos acontecimientos, con las fechas aproximadas. La doncella hubiese querido continuar la guerra, pues las voces le habían asegurado que no viviría largo tiempo. Pero La Trémouille y el arzobispo de Reims, que consideraban la liberación de Orléans como obra de la buena suerte, se inclinaban a negociar con los ingleses. Sin embargo, se permitió a Juana emprender una campaña en el Loira con el duque de Alengon. La campaña fue muy breve y dio el triunfo aplastante sobre las tropas de Sir John Fastolf, en Patay. Juana trató de coronar inmediatamente al delfín. El camino a Reims estaba prácticamente conquistado y el último obstáculo desapareció con la inesperada capitulación de Troyes.
Los nobles franceses opusieron cierta resistencia; sin embargo, acabaron por seguir a la santa a Reims, donde, el 17 de julio de 1429, Carlos VII fue solemnemente coronado. Durante la ceremonia, santa Juana permaneció de pie con su estandarte, junto al rey. Con la coronación de Carlos VII terminó la misión que las voces habían confiado a la santa y también su carrera de triunfos militares. Juana se lanzó audazmente al ataque de París, pero la empresa fracasó por la falta de los refuerzos que el rey había prometido enviar y por la ausencia del monarca. La santa recibió una herida en el muslo durante la batalla y, el duque de Alençon tuvo que retirarla casi a rastras. La tregua del invierno que siguió, la pasó Juana en la corte, donde los nobles la miraban con mal disimulado recelo. Cuando recomenzaron las hostilidades, Juana acudió a socorrer la plaza de Compiégne, que resistía a los borgoñones. El 23 de mayo de 1430, entró en la ciudad y ese mismo día organizó un ataque que no tuvo éxito. A causa del pánico, o debido a un error de cálculo del gobernador de la plaza, se levantó demasiado pronto el puente levadizo, y Juana, con algunos de sus hombres, quedaron en el foso a merced del enemigo. Los borgoñeses derribaron del caballo a la doncella entre una furiosa gritería y la llevaron al campamento de Juan de Luxemburgo, pues uno de sus soldados la había hecho prisionera. Desde entonces hasta bien entrado el otoño, la joven estuvo presa en manos del duque de Borgoña. Ni el rey ni los compañeros de la santa hicieron el menor esfuerzo por rescatarla, sino que la abandonaron a su suerte. Pero, si los franceses la olvidaban, los ingleses en cambio se interesaban por ella y la compraron, el 21 de noviembre, por una importante suna de dinero. Una vez en manos de los ingleses, Juana estaba perdida. Estos no podían condenarla a muerte por haberles derrotado, pero la acusaron de hechicería y de herejía. Como la brujería estaba entonces a la orden del día, la acusación no era extravagante. Además, es cierto que los ingleses y borgoñeses habían atribuido sus derrotas a los conjuros mágicos de la santa doncella.
Los ingleses la condujeron, dos días antes de Navidad, al castillo de Rouen. Según se dice sin suficiente fundamento, la encerraron, primero, en una jaula de acero, porque había intentado huir dos veces; después la trasladaron a una celda, donde la encadenaron a un poyo de piedra y la vigilaban día y noche. El 21 de febrero de 1431, la santa compareció por primera vez ante un tribunal presidido por Pedro Cauchon, obispo de Beauvais, un hombre sin escrúpulos, que esperaba conseguir la sede archiepiscopal de Rouen con la ayuda de los ingleses. El tribunal, cuidadosamente elegido por Cauchon, estaba compuesto de magistrados, doctores, clérigos y empleados ordinarios. En seis sesiones públicas y nueve sesiones privadas, el tribunal interrogó a la doncella acerca de sus visiones y «voces», de sus vestidos de hombre, de su fe y de sus disposiciones para someterse a la Iglesia. Sola y sin defensa, la santa hizo frente a sus jueces valerosamente y muchas veces los confundió con sus hábiles respuestas y su memoria exactísima. Una vez terminadas las sesiones, se presentó a los jueces y a la Universidad de París un resumen burdo e injusto de las declaraciones de la joven. En base a ello, los jueces determinaron que las revelaciones habían sido diabólicas y la Universidad la acusó en términos violentos.
En la deliberación final el tribunal declaró que, si no se retractaba, debía ser entregada como hereje al brazo secular. La santa se negó a retractarse, a pesar de las amenazas de tortura. Pero, cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de Saint-Ouen, perdió valor e hizo una vaga retractación. Digamos, sin embargo, que no se conservan los términos de su retractación y que se ha discutido mucho sobre el hecho. La joven fue conducida nuevamente a la prisión, pero ese respiro no duró mucho tiempo. Ya fuese por voluntad propia, ya por artimañas de los que deseaban su muerte, lo cierto es que Juana volvió a vestirse de hombre, contra la promesa que le habían arrancado sus enemigos. Cuando Cauchon y sus satélites fueron a interrogarla en su celda sobre lo que ellos consideraban como una infidelidad, Juana, que había recobrado todo su valor, declaró nuevamente que Dios la había enviado y que las voces procedían de Dios. Según se dice, al salir del castillo, Cauchon dijo al conde de Warwick: «Tened buen ánimo, que pronto acabaremos con ella». El martes 29 de mayo de 1431, los jueces, después de oír el informe de Cauchon, resolvieron entregar a la santa al brazo secular como hereje renegada. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Juana fue conducida a la plaza del mercado de Rouen para ser quemada viva. La conducta de la santa doncella en aquella ocasión fue conmovedora. Cuando los verdugos encendieron la hoguera, Juana pidió a un fraile dominico que mantuviese una cruz a la altura de sus ojos y murió invocando el nombre de Jesús.
La santa no había cumplido aún los veinte años. Sus cenizas fueron arrojadas al Sena. Más de uno de los espectadores debió hacer eco al comentario amargo de Juan Tressart, uno de los secretarios del rey Enrique «Estamos perdidos! ¡Hemos quemado a una santa!» Veintitrés años después de la muerte de Juana, su madre y dos de sus hermanos pidieron que se examinase nuevamente el caso, y el Papa Calixto III nombró a una comisión encargada de hacerlo. El 7 de julio de 1456, el veredicto de la comisión rehabilitó plenamente a la santa. Más de cuatro siglos y medio después, el 16 de mayo de 1920, Juana de Arco fue solemnemente canonizada.
Con ocasión de la canonización, se despertó de nuevo, lo mismo en Inglaterra que en otros países, el interés por la santa. Inevitablemente, ese interés favoreció el desarrollo de las leyendas. Tal, por ejemplo, la leyenda de la Juana de Arco «protestante», popularizada por George Bernard Shaw, con un error excusable, porque el autor no conocía suficientemente el catolicismo, pero no por ello deja de ser un error. Una variante de esta leyenda es la santa Juana dramatizada, una figura en parte atractiva y en parte sin relieve, pero de todos modos irreal. Existe también la leyenda de la Juana de Arco «nacionalista». Es cierto que santa Juana fue una gran patriota, pero en sus labios, la palabra «Francia» sólo significaba «Justicia». Otra leyenda es la de la Juana de Arco "feminista", que es sin duda la más absurda de todas, tanto desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista de los sentimientos de la santa. Naturalmente, existe también la Juana de Arco de la estatuaria, de la que se puede dar como ejemplo la estatua de la catedral de Winchester. Mencionemos, por último, el error de los que creen que la Iglesia venera a la santa como mártir.
¿Cómo era en realidad Juana de Arco? Simplemente una campesina bien dotada, desde el punto de vista humano, con mucho sentido común y llena de la gracia de Dios. Como conocía bien la historia de la Anunciación, cuando le fue revelada la voluntad de Dios -que debió parecer menos extraordinaria a su sencillez de lo que parece a nuestra complicación-, supo reconocerla inteligentemente y someterse a ella. Tal es la Juana de Arco que revela cada una de las líneas de los documentos originales del juicio. De esos documentos se desprenden también otras lecciones, de las que algunas no nos hacen honor a los católicos. Cierto que el tribunal que condenó a la santa no fue el de la Iglesia, pero entre los clérigos que apoyaron el veredicto había varios personajes eclesiásticos de importancia, de los que unos eran hombres de buena voluntad y otros no. La condenación de Juana de Arco es una mancha indeleble en la historia de Inglaterra.
Imposible dar una bibliografía completa sobre Santa Juana de Arco. La bibliografía del canónigo U. Chevalier (1906) comprendía más de 1.500 títulos; y eso era antes de la canonización. De entonces a acá, se han escrito innumerables libros y artículos. Las principales fuentes fueron publicadas, por primera vez, por Quicherat, «Proces de Condamnation et Réhabilitation», 5 vols. (1841-1849). En dicha obras, las fuentes están en latín, pero hay varias traducciones, como la de Champion en francés, y la de T. D. Murray en inglés. W. P. Barret tradujo exclusivamente las actas del proceso (1931). También hay una enorme serie de documentos, la mayor parte de ellos traducidos, en los cinco volúmenes del P. Ayroles.
N.ETF: he abreviado, reduciendo exclusivamente a las fuentes primarias, la extensísima bibliografía que trae el Butler. Al asunto del precio de venta de la santa, el artículo original dice literalmente «por una suma equivalente a 23.000 libras esterlinas actuales», sin embargo, las reediciones del Butler a lo largo del siglo XX han sido tantas, antes y después de la Segunda Guerra (la castellana es de 1964), que es imposible saber a qué se refiere con «actuales», concepto que lo cambia todo en décadas o inclusos lustros; la expresión de fondo se refería a que fue comprada por una suma importante de dinero, y así lo he consignado.
El personaje de la santa interesó abundantemente a la literatura desde diversos ángulos -la santa, la política, la perseguida por el «establischment» político-religioso, etc-, sólo mencionaré las obras más conocidas de diversas extracciones religiosas e ideológicas: Voltaire, «La Pucelle d’Orléans», poema burlesco (1762); Friedrich von Schiller: «Die Jungfrau von Orleans». Drama teatral (1802); George Bernard Shaw: «Saint Joan». Crónica dramática (1924); Bertolt Brecht: «Die heilige Johanna der Schlachthöfe», drama (1932); Hillare Belloc: «Joan of Arc», ensayo histórico (1930).
Hay dos películas sobre la santa que son verdaderamente recomendables; no se trata de biografías, ni vidas noveladas, sino dos «lecturas» filmográficas del proceso de la santa, una debida a Carl Theodor Dreyer, de 1928, película muda: «La passion de Jeanne d'Arc», y otra, posiblemente de mayor densidad religiosa, de Robert Bresson, «Le Procès de Jeanne d'Arc», de 1962, siguiendo a la letra las actas del proceso. Las dos son clásicos del cine y se consiguen en cinetecas, colecciones, e incluso por internet. SS Benedicto XVI dedicó una catequesis a la santa el 26 de enero del 2011.
Imágenes: la iconografía sobre la santa es inmensa, y de todas las variantes, desde estampas devocionales hasta cuadros de autor; he seleccionado dos: el bellísimo «Juana en la coronación de Carlos VII», de Dominique Ingres (1780-1867); la «Captura de Juana de Arco», de Adolphe-Alexandre Dillens (óleo de hacia 1850); y como curiosidad un ridículo planfleto belicista del Tesoro de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial, el texto dice «Juana salvó a Francia. Mujer americana, salva a tu país, compra sellos de ahorro de la guerra».
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Pincha la foto y veras la película de esta Santa:
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