Una de las asignaturas pendientes de las sociedades globalizadas es la ética. Los problemas que surgen de las diversas posiciones llevan a debates más o menos encendidos donde se ha aplicado sin más la ley de la mayoría sea por medio de referéndum sea por las así llamadas mayorías parlamentarias. Así ha ocurrido y sigue ocurriendo en temas como el divorcio, el matrimonio, las parejas de hecho, el aborto, la eutanasia, etc. Hay quienes aún así contestan las legislaciones y se amparan en la «objeción de conciencia». Otros afirman que no es deber de la legislación positiva el tratar varios de esos temas. Finalmente hay quienes consideran que temas tan delicados de la ética no se deberían llevar a consultas populares ni depender de decisiones mayoritarias.
Así el fenómeno más generalizado en tiempos de globalización es que en temas éticos no nos ponemos de acuerdo. Tanto la filosofía como la ciencia no parecen buenos puntos de partida para lograr el tan deseado consenso. Por eso se afirma que es la religión -más bien las religiones- la llamada a intervenir para lograrlo. Y es que las religiones proclaman de sí mismas que son un modo de establecer relación con la divinidad pero también desembocan en un comportamiento adecuado, en una ética. Y aunque sea por pura ley del número, las religiones terminan siendo instancias morales que ofrecen motivaciones mucho más fuertes para el comportamiento ético de la mayoría de las personas.
Entonces, ¿cómo poner de acuerdo a las religiones en materia ética? Seguramente no aceptarán ser asimiladas en una religión mundial, ni siquiera por el bien mayor de la paz entre los hombres. Levantar una torre de Babel religiosa sólo sería promesa de nuevos conflictos entre quienes no se dejarán absorber.
Tampoco se puede esperar mucho consenso en la medida en que cada religión considere ser la única instancia válida y crea que el diálogo surge sólo tras la conversión del interlocutor...
Entonces se podría pedir a las religiones que al menos dejen de lado sus posibles conflictos religiosos para ponerse de acuerdo -por medio de la elaboración de criterios éticos universales- en una moral proponible a todos. Ese es, en pocas palabras, el ideal del proyecto de ética global.
¿Qué pensar de esta idea que va tomando cuerpo en nuestros días? Creo que introduce un criterio que va a dar muchos dolores de cabeza y que en sustancia no resuelve el problema. Porque si lo propio de cada religión se deja de lado para evitar conflictos, ¿qué sucederá cuando haya que juzgar sobre temas éticos en conflicto? Es posible que en gran parte de los problemas esos criterios éticos universales nos permitan llegar a un consenso. Pero en los que realmente haya diferencias, ¿se van a dejar de lado de nuevo? Julián Marías recordaba hace años que el avestruz seguía siendo el animal totémico de buena parte de nuestra tribu: Esconder la cabeza o no considerar los temas conflictivos no es el mejor modo de resolverlos. Es como dejar enemigos vivos y sueltos en la retaguardia: tarde o temprano se arman y te disparan por la espalda.
Y entonces, alguno me preguntará ¿qué alternativas ofreces? Parecerá simplista pero la evangelización sigue siendo la respuesta. El cristiano tiene el mandato de ir y bautizar. En la medida en que viva la caridad de Cristo su testimonio y su mensaje se hará creíble. Por tanto, no es un esperanto de religiones lo que salvará al mundo de sus problemas éticos, sino los santos, la santidad vivida y realizada en cada cristiano. Se ha de reflexionar y dar razón de la propia fe a quienes busquen luz sobre ella, se ha de mostrar el dorso de la moral cristiana para quien quiera oírla pero el deber fundamental sigue siendo vivir el evangelio sin glosa y predicarlo a los demás.
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